La ciudad y los otros Quito Higienismo, ornato y policía

La ciudad y los otros Quito 1860-1940 Higienismo, ornato y policía Prefacio La historia de las ciencias sociales consiste en un constante ir y veni

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La ciudad y los otros Quito 1860-1940 Higienismo, ornato y policía

Prefacio

La historia de las ciencias sociales consiste en un constante ir y venir entre la elaboración de modelos interpretativos de la realidad y su contrastación empírica. El predominio de los paradigmas teóricos generados en esa parte del globo denominada de manera abusiva “Occidente” –o lo que es lo mismo, Europa Occidental y Estados Unidos– constituye un reto constante para los científicos sociales que analizan realidades socioculturales que muestran procesos discrepantes con los acaecidos en esa parte “desarrollada” del globo. Resulta, por ello, especialmente crucial y valioso el proyecto de contrastar y revisar dichos paradigmas con sentido crítico, a la luz de los descubrimientos que nos proporciona el trabajo empírico sobre el terreno y el trabajo de documentación y archivo. El desarrollo, que ahora sale a la luz, es el resultado de muchos años de investigación por parte de Eduardo Kingman, historiador y antropólogo andino, profesor e investigador de la prestigiosa Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales con sede en Quito, que ha asumido el doble reto de documentar e interpretar el proceso de transición hacia la ciudad moderna y, al mismo tiempo, contrastar sus logros con las aportaciones de la extensa literatura urbanológica, socioantropológica, histórica y politológica que nos habla de las relaciones sociales y políticas bajo la modernidad, introduciendo críticas substanciales y una revisión a fondo de ella con la finalidad de dejar establecidas varias cosas:

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Universidad Rovira i Virgili, Tarragona.

Joan Josep Pujadas

- La especificidad del urbanismo andino y de las relaciones sociales que subyacen en él. - La necesidad de adaptar el modelo ortodoxo de modernidad a las circunstancias de un desarrollo urbano en contexto periférico desde el punto de vista geo-estratégico. - Las contradicciones del largo proceso de transición entre la ciudad señorial y la ciudad de la “primera modernidad”, que caracteriza al caso a n d i n o. - La especificidad de un proceso de modernización y, por ello, de alteración substancial de las relaciones de poder económico y político entre sectores sociales, que coexiste con una débil y tardía industrialización. - La abigarrada continuidad, a lo largo de dicho proceso, entre las divisorias de clase y las divisorias étnicas que atraviesan todas las relaciones sociales, las cuales nos orientan sobre las especificidades históricas del proceso de construcción de los estados andinos poscoloniales y, por ende, del proceso de construcción de la ciudadanía. El trabajo de Kingman muestra un fértil diálogo con las aportaciones de distintos estudiosos europeos y latinoamericanos. Me interesa destacar particularmente su relación con los estudios de Andrés Guerrero2. El tema central de ese interés compartido consiste en ubicar, en distintos contextos, al sujeto étnico durante las sucesivas etapas del proceso de construcción nacional en Ecuador. Parece bastante claro que, a pesar del proceso de construcción ciudadana dentro del ámbito nacional, a lo largo de los siglos XIX y XX, el tiempo en el proceso de transformación de los viejos moldes de dominación étnica, surgidos del largo periplo colonial, resulta extremadamente lento, extendiéndose a nuevos contextos y adoptando formas que, aparentemente, corresponderían a un esquema de dominación de clases. En el texto de Kingman se muestra cómo las fronteras entre campo y 2

Ver al respecto: Andrés Guerrero (1991). La Semántica de la dominación: el concertaje de indios. Quito: Ed. Libri Mundi y Andrés Guerrero (2000) Etnicidades. Quito, FLACSO.

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ciudad son muy laxas. Un gran número de parroquias urbanas de Quito, todavía a inicios del siglo XX, poseían numerosos predios rústicos. No se trata tan solo de un proceso de anexión de los grandes territorios periurbanos dentro del proceso de expansión urbana, sino de la atracción que el mercado urbano de actividades re p resentaba para los pobladores de esos nuevos suburbios. El mismo ornato de la ciudad requería de la contribución del trabajo de diferentes poblaciones indígenas, por ejemplo en la limpieza de las calles. La ciudad que camina hacia la modernidad tiene, sin embargo, otras fronteras que se mantienen inalterables, las fronteras étnicas. Como señala el autor: “Las necesidades de la ciudad habían contribuido a generar una cierta especialización productiva, acorde con las diversas condiciones ecológicas y tradiciones de trabajo. Y, esto, tanto al interior de las haciendas como de los pueblos de indios. Nodrizas, sirvientes, planchadoras, lavanderas, jornaleros, podían encontrarse en muchas partes. No así picapedreros, alfareros, cesteros, albañiles, jardineros, arrieros, característicos de unas zonas y no de otras”. Junto a estos pre s t a d o res de servicios y gentes de oficio existían gru p o s indígenas especializados en el comercio. Los nayones, guangopolos, otavalos y hasta los yumbos del Oriente se acercaban a la ciudad con sus merc a n c í a s . Se trata de un comercio al menudeo que, antes igual que ahora, ocupa las calles de la ciudad en un abigarrado trueque de mercancías que no apaga la imagen, real y construida a la vez, de pobreza y marginación. Una imagen que constituye uno de los mecanismos simbólicos que arrebata al indígena su derecho a acceder a la vida urbana con los atributos del ciudadano. En relación con los imaginarios urbanos, la ciudad se constituye como el espacio civilizatorio por excelencia, un espacio racional, ordenado, que contrasta con el desorden de los espacios rurales: el de las comunidades de indígenas. Solamente la hacienda mantiene en el agro un orden jerarquizado, alrededor de la figura del señor y de un orden ritual tradicional. En este contexto, el ornato sirve como mecanismo de control del orden social y de sistema de policía, en un sentido amplio. La presencia india en la ciudad transicional constituye, a la vez, una necesidad y un obstáculo para las ideas de un salubrismo arcaico, que empieza a instaurarse en el discurso político de finales del siglo XIX. Existe una contradicción entre una ciudad que busca separarse y diferenciarse claramente de sus entornos rurales, mediatos e inmediatos, y una realidad económica y social basada en una red de

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Joan Josep Pujadas

relaciones e intereses que agrupa a señores, caciques indígenas, al clero parroquial y a los tenientes políticos; una realidad que atraviesa cualquier frontera espacial y se extiende regionalmente. El capítulo dedicado al análisis de la consolidación del discurso higienista y del inicio de la planificación urbana constituye una de las partes más importantes del análisis del libro. Una de las preguntas básicas es cómo pueden arraigar la práctica del higienismo y de la planificación urbana, que responden a modelos importados de Europa, en un contexto social en el que se reproducen las relaciones señoriales y corporativas, en una ciudad mercantil y burocrática, que poseía una muy débil industrialización. Una ciudad, en suma, con un porcentaje muy importante de población flotante y sin residencia fija, a caballo entre el peonaje urbano y el rural, entre el vagabundeo y la marginación, entre el comercio informal y la práctica callejera de oficios varios. A diferencia de cualquier ciudad europea, el Quito finisecular constituye una pequeña urbe de cerca de cincuenta mil personas, entre las que las figuras del obrero y del empresario industrial son minoritarias. ¿Cuáles son, pues, los sujetos del ordenamiento de la ciudad que preconizan los reformadores sociales de inicios del siglo XX? ¿Cuál es la comunidad imaginada que constituye la idea de nación y de ciudadanía que se quiere proyectar sobre la ciudad? ¿En qué medida quiere sustituir el planeamiento urbano esa vieja forma de dominación interétnica que Guerrero denomina “administración de poblaciones” en el sistema ciudadano? La ciudad, como sugiere Richard Sennett, constituye, a la vez, una metáfora y un recurso para el funcionamiento de la sociedad (nacional). Ordenando la ciudad, se reformará y se ordenará el conjunto de la sociedad. Siguiendo la perspectiva foucaultiana, Kingman se detiene no en el análisis de las grandes estructuras de poder, sino en una multiplicidad de juegos de poder cotidianos, que se generan en las relaciones sociales (viejas y nuevas) de esa ciudad transicional. Paralelamente, se concentra en una fina revisión del ingente material de archivo sobre los dispositivos relacionados con la higiene, el ornato y la policía. Otra aportación substancial del trabajo de Eduardo Kingman consti2

Esta parte de la investigación será publicada en un libro en proceso de preparación sobre la caridad y la beneficencia en Quito.

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tuye su reflexión sobre el tema de la caridad y su transformación en un sistema asistencial público2. Tanto la Iglesia y sus muy variados agentes, como toda la trama social de base corporativa se resisten a que el Estado y la cosa pública, les arrebaten su control de la caridad, que constituye una de las dimensiones simbólicas de la dominación estamental. El mecanismo que utilizan los reformadores sociales consiste, mediante la adopción del discurso cientifista de los higienistas, en construir un sistema de categorías muy diferenciadas de marginación que, grosso modo, corresponden a las enfermedades del cuerpo y del alma. Esa desagregación permite, por otro lado, ir creando instituciones disciplinares muy variadas, basadas en los criterios de control y de represión, que responden al modelo panóptico. Ordenar la marginación es una forma, como cualquier otra, de abordar la construcción de la nueva ciudad, del nuevo urbanismo, de las nuevas formas de liderazgo social y, al mismo tiempo, constituye la manera como Quito y sus administradores políticos pretenden alinearla con esa modernidad que fluye de las imágenes de la otra modernidad hegemónica. La virtud del libro de Eduardo Kingman es su generosidad a la hora de no ahorrarnos detalles, de incluir constantemente sutiles apostillas a las contradicciones que emergen de dicho proceso. No se trata, ni lo pretende el autor, de dar una última respuesta a todos los interrogantes que se plantean; se trata, más bien, de abrir caminos por la vía del cuestionamiento de los numerosos lugares comunes que la historiografía ha ido sembrando en su intento por hacer casar los modelos hegemónicos de las ciencias sociales eurocéntricas con los datos empíricos que emergen de la documentación. Los caminos abiertos por esta investigación pionera serán, sin duda, motivo de nuevas andaduras por parte del mismo autor y por un número creciente de nuevos investigadores. Creo, sinceramente, que se trata de una aportación mayor a la historiografía andina y a esa práctica interdisciplinar que Hannerz denominó urbanología.

Joan Josep Pujadas Universidad Rovira i Virgili, Tarragona

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