LA CONSTRUCCIÓN DE LA IDENTIDAD CULTURAL EN MÉXICO: NACIONALISMO, COSMOPOLITISMO E INFRAESTRUCTURA INTELECTUAL,

Deborah Cohn Indiana University, Bloomington LA CONSTRUCCIÓN DE LA IDENTIDAD CULTURAL EN MÉXICO: NACIONALISMO, COSMOPOLITISMO E INFRAESTRUCTURA INTELE

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Deborah Cohn Indiana University, Bloomington LA CONSTRUCCIÓN DE LA IDENTIDAD CULTURAL EN MÉXICO: NACIONALISMO, COSMOPOLITISMO E INFRAESTRUCTURA INTELECTUAL, 1945-19681

Se ofrece un análisis de las posiciones tomadas por los intelectuales mexicanos en cuanto a los modelos culturales a seguir por el país entre 1945 y 1968. El artículo se centra en la relación entre las dos principales corrientes representadas en el debate sobre la cultura mexicana: la nacionalista y la cosmopolita. Los principales temas tratados son: 1) la relación entre la controversia sobre la identidad mexicana y los cambios que se dieron al nivel de la infraestructura intelectual ; 2) la promoción de la visión universalista de la cultura por parte de intelectuales como Fernando Benítez, Emmanuel Carballo, Carlos Fuentes, y Jaime García Terrés; 3) los vínculos de los intelectuales internacionalistas con el Estado. A partir del fin de la Revolución Mexicana y durante la mayor parte del siglo veinte, las construcciones de lo mexicano se pueden clasificar en una de las siguientes categorías. Por un lado, los nacionalistas culturales, cuya perspectiva fue respaldada muchas veces por el Estado mexicano, creían que la identidad nacional se había de fundamentar en las experiencias y los recursos de la nación. Por otro lado, los cosmopolitas culturales abogaban por abrir la nación a las influencias modernas e internacionales, con la esperanza de participar en las mismas corrientes culturales que el resto de Hispanoamérica y el Occidente en general. El cosmopolitismo nunca pretendía, sin embargo, escaparse de México y de sus problemas, y los cosmopolitas compartían con los nacionalistas una profunda preocupación por la nación y por resolver sus dificultades. No obstante, los dos bandos solían verse como polos opuestos, y en varias ocasiones durante el siglo veinte, arremetieron el uno contra el otro: autores como Ermilo Abreu Gómez e incluso el propio Estado tacharon a los cosmopolitas de ser ‘extranjerizantes’ y les culparon de haberle dado la espalda a México, mientras que éstos, a su vez, acusaron a los nacionalistas de miopía cultural y de haberle impedido a la nación asumir su lugar debido en la comunidad occidental. Desde mediados de los 40 hasta finales de los 60, época que correspondió al auge del debate sobre la mexicanidad, el campo de la producción cultural en México fue dominado por un grupo compacto de intelectuales que pre89

tendían legitimar una definición cosmopolita de la cultura mexicana.2 El presente estudio examinará los medios de legitimización que emplearon y, asimismo, analizará el proceso de consolidación de la infraestructura intelectual que fundamentaba y promovía esta construcción cosmopolita. Con este fin, identifica ciertas publicaciones e instituciones dirigidas por un pequeño grupo de intelectuales (dominado por la nombrada ‘generación de Medio Siglo’3 o la ‘generación de la Casa del Lago’ y liderados por Fernando Benítez, Jaime García Terrés y Octavio Paz), que encauzó la producción literaria mexicana y, desde sus muchos medios de comunicación, abogó por el internacionalismo en la literatura, la cultura y la política, fijando así las pautas para la canonización literaria y determinando el curso de la cultura mexicana al decidir quién y qué estaba de moda o no. Esta red tuvo repercusiones en diversos planos; algunas de las que se analizarán en este estudio incluyen: 1) temas de canonicidad, ya que la consolidación del grupo cosmopolita conllevó la autopromoción de sus miembros y de sus obras, al elogiar y diseminar sus propios valores y estilos; 2) una elucidación de la relación entre el ‘campo de producción cultural’ (Bourdieu 1993) y el ‘campo de poder’ en la Ciudad de México, puesto que durante gran parte del siglo veinte la actividad intelectual fue patrocinada (o, a veces, obstaculizada) por el Estado; y 3) una redefinición de la internacionalización contemporánea de la literatura hispanoamericana - es decir, el Boom - como fenómeno paralelo, relacionado y arraigado en el paradigma mexicano. Los debates sobre la identidad llegaron a su auge en las décadas de los 40 y 50, cuando México atravesaba un período de desarrollo infraestructural, de bienestar económico y de la mayor estabilidad política desde el Porfiriato. (Pereira 1995: 188)4 La población casi se dobló entre 1940 y 1960, (Anónimo 1985: 9) y el índice nacional de alfabetismo subió desde un 46% hasta un 66,5% durante el mismo período. (Ibídem 91) Esto se tradujo en una confianza nacional que se reflejaba en la efervescencia cultural del período: la infraestructura intelectual se ensanchó con la proliferación de revistas literarias que reflejaban los intereses tanto de los nacionalistas como de los cosmopolitas. La famosa y emblemática obra de Octavio Paz, El laberinto de la soledad, publicada por primera vez en 1950, marcó un hito en la consagración del discurso cosmopolita sobre la identidad y cultura mexicanas. Paz fue, desde luego, una figura clave en la actividad cultural mexicana de esta época. A pesar de sus frecuentes estancias en el extranjero, apoyaba a los intelectuales en México de muchas maneras, además de ponerles en contacto con nuevas tendencias de las culturas occidentales y orientales.5 Como recuerda Huberto Batis, Paz “conoce a los surrealistas, viene a México y nos habla de los surrealistas (...) También nos habla de la poesía japonesa porque va a Japón (...) Entonces, nos está trayendo el mundo (...) Es un agente exógeno que nos está trayendo siempre virus extranjerizantes Siempre tiene la ventana abierta al mundo y nos enseña a mirar hacia afuera y no estar solos y encerrados aquí.” (Batis 2000) Obras como Libertad bajo palabra y El arco y la lira sirvieron de piedras de toque para cristalizar las ideas de la Generación de 90

Medio Siglo. En El laberinto de la soledad, Paz expone una visión de lo mexicano que celebra tanto la herencia autóctona de la nación como las influencias occidentales. En particular, identificó la soledad como uno de los rasgos esenciales del carácter mexicano, que surge de las experiencias históricas de la nación tanto como de la dinámica social y política de la época posterior a la segunda guerra mundial. Aunque la soledad, por definición, le alejaba a uno de sus contemporáneos, servía al mismo tiempo de puente que unía a los mexicanos con el mundo, ya que en la ‘pesadilla de la historia’ de la posguerra, Occidente y muchas naciones marginadas, frecuentemente antiguas colonias, quedaban en igualdad de condiciones. (Paz 1993: 317) La declaración de Paz de que “Somos, por primera vez en nuestra historia, contemporáneos de todos los hombres” (ibídem: 340) es un tema central, no solamente de su ensayo sino de la literatura mexicana y la del Boom, al igual que de la crítica literaria de la época. Paradójicamente, la desintegración de las relaciones tradicionales de poder en Occidente no acarreó ningún cuestionamiento del papel preeminente que se concedía a la cultura occidental. Al contrario, Paz, al igual que otras figuras analizadas en este estudio, consideraba que ése era el momento indicado para que México y otras naciones en vías de desarrollo entraran de lleno a la cultura dominante occidental (a la que se refería como la cultura e historia ‘universales’). La descripción que dió Paz de su propio proyecto en El laberinto responde precisamente a este objetivo: sostenía que el ensayo era “un esfuerzo por desentrañar el sentido de nuestra relación con el mundo y (...) por situarnos (...) dentro de la corriente histórica mundial (...) afirmo expresamente que la historia de México - o sea: nuestra vida concreta - desemboca en la Historia Universal.” (Paz 1960: 2) Según Paz, entonces, en la conjunción de lo local y lo universal se hallaba el camino esperado que llevaría a la nación a traspasar de una vez por todas lo que José Luis Cuevas había denominado la ‘cortina de nopal.’ La visión de Paz fue compartida por gran número de personas. De hecho, en las obras publicadas durante los años 50 y 60, la presencia simultánea de tradiciones culturales occidentales y autóctonas se convirtió en un criterio determinante para la canonización literaria, y en la base de un nuevo paradigma crítico que sirvió a los cosmopolitas de estrategia clave de legitimización. A este fin, las obras que se consideraban cosmopolitas por su temática o estilo fueron promocionadas activamente en numerosos medios de comunicación como mexicanas y, adicionalmente, como ‘universales’ - y, muchas veces, como hispanoamericanas. Es decir, para los intelectuales internacionalizantes, la mexicanidad no era una cualidad circunscrita, nacional, sino que era inseparable de la producción cultural hispanoamericana y occidental. Un ejemplo de los esfuerzos por legitimar la intersección de los ideales cosmopolitas y las preocupaciones nacionales se halla en la recepción de La poesía mexicana moderna, publicada en 1953. Esta compilación, que había suscitado grandes expectativas, fue preparada por Antonio Castro Leal, un tradicionalista cultural. En 1954, Octavio Paz publicó una crítica mordaz de 91

la antología; no sólo condenó la obra por sus omisiones - Castro Leal incluyó principalmente a escritores decimonónicos en su colección de poetas ‘modernos’ - sino también por utilizar criterios estéticos igualmente arcaicos: exigía que los poemas fueran métricos y que tuvieran rima. (Díaz Arciniega 1999; Martínez y Domínguez Michael 1995: 180) Para Paz y sus seguidores, que veían en el surrealismo el camino del futuro para las letras mexicanas, el tradicionalismo de Castro Leal era inaguantable. La reseña de Paz presagió la ruptura definitiva entre la visión de la modernidad de los nacionalistas culturales y la de la vanguardia que los eclipsaría. En 1966, Paz, Alí Chumacero, José Emilio Pacheco y Homero Aridjis pusieron su criterio en práctica editando su propia antología de poesía mexicana - Poesía en movimiento. México 1915-1966 - una compilación profundamente marcada por una estética moderna y experimental. Además, los editores afirmaron que la literatura mexicana estaba arraigada en el cosmopolitismo y, por lo tanto, formaba parte de la tradición hispanoamericana y en último caso universal. Paz señaló en su prólogo a la antología que “La poesía de los mexicanos es parte de una tradición más vasta: la de la poesía de lengua castellana escrita en Hispanoamérica en la época moderna.” (Paz 1966: 4)6 Una estrategia común del grupo cosmopolita para alabar la fusión de las tradiciones de México y de Occidente fue la de identificar dos corrientes principales en la literatura mexicana contemporánea: la literatura realista - es decir, didáctica, documental -, cuya crítica de las condiciones locales se veía como el correlato literario del nacionalismo social y político; y la fantasía o ficción imaginativa (bellas letras), que reflejaba la influencia de la escritura moderna y por lo tanto se consideraba innovadora. La publicación en 1947 de Al filo del agua, de Agustín Yáñez, fue clave en este sentido, ya que fusionaba la novela de la Revolución, en la que primaba el contenido social, con la estilística y temática experimentales del modernismo anglosajón, que comenzaba a influir en la ficción hispanoamericana de aquella época. La novela de Yáñez anticipó el fin de una tradición de contenido nacionalista y de estilo realista; abrió la narrativa mexicana a las influencias extranjeras al mismo tiempo que demostró que éstas no eran sinónimas del abandono de temas y preocupaciones mexicanos. La promoción de actividades culturales que unieran la cultura mexicana y la occidental moderna también se observa en las editoriales durante esta época. En 1948, por ejemplo, Arnaldo Orfila Reynal, argentino, fue nombrado director del Fondo de Cultura Económica. Empezó de inmediato a desarrollar estrategias para aumentar el mercado de la literatura mexicana, para diseminar obras de otras naciones hispanoamericanas en la región y para llevar la li-teratura hispanoamericana a la atención de los lectores europeos. Como parte de este programa, en 1952, el Fondo inició su serie ‘Letras Mexicanas’, que reeditó numerosos clásicos además de patrocinar la carrera de toda una generación nueva de autores mexicanos. Esta serie trajo al público lector los textos que luego serían de los más canónicos de la nación: El llano en llamas y Pedro Páramo de Juan Rulfo; Balún Canán de Rosario Castella92

nos; La región más transparente de Carlos Fuentes; y El laberinto de la soledad de Paz. Paralelamente, Juan José Arreola empezó a editar la serie ‘Los Presentes’, que publicaba obras de autores establecidos y desconocidos de México y otros países. Las dos series promovieron muchas obras innovadoras que empleaban aspectos del modernismo anglosajón y del surrealismo, cultivando a sabiendas una aproximación cosmopolita a la literatura mexicana contemporánea. Mientras tanto, empezaron a consolidarse otros centros culturales y grupos partidarios del discurso internacionalista.7 En 1951, se fundó el Centro Mexicano de Escritores. La lista de becarios del Centro se parece a un ‘Quién es quien’ de las letras mexicanas. Tanto Arreola, como Emmanuel Carballo, Castellanos, Fuentes, Juan García Ponce, Jorge Ibargüengoitia, Elena Poniatowska y Rulfo fueron becados por el Centro durante las primeras décadas de éste. Allí, cimentaron los vínculos forjados durante sus colaboraciones (antes y después) en la UNAM, en las revistas y en otros medios culturales mexicanos. Además, se formaron aquí paradigmas literarios, se perpetuaron ideas acerca de la canonicidad y se reforzó la orientación occidentalizante del grupo intelectual dominante. Otro desarrollo que tendría enormes repercusiones para la consolidación de la infraestructura intelectual fue la fundación por Fernando Benítez de México en la cultura, un suplemento cultural semanal que apareció en la edición dominical de Novedades desde 1949 hasta 1961. Benítez contrató como redactores a exponentes destacados de la vanguardia, intelectuales españoles exiliados y miembros de la generación de jóvenes escritores y críticos cosmopolitas que empezaban entonces a forjar su reputación literaria. Con el tiempo, este equipo se volvió tan solidario que cuando Benítez fue despedido en 1961 a causa de la orientación pro-cubana y generalmente izquierdista del suplemento, todo el personal renunció y le siguió a Siempre!8, cuyo propietario, José Pagés Llergo, le había invitado a Benítez a que volviera a sacar el suplemento bajo otro nombre - La cultura en México.9 Aunque el suplemento siempre reportaba inmediatamente sobre cualquier tema cultural que hubiera salido en titulares en Europa o en EE.UU., su material principal era la literatura y la actividad cultural mexicanas: traía informes regulares sobre qué o quién había sido publicado y sobre los avatares de la industria editorial mexicana; y había frecuentes análisis de lo mexicano, fragmentos y reseñas de obras nuevas y entrevistas con autores. Ya que el suplemento gozaba de un público tan amplio, y que tantas personas estimaban que reflejaba el pulso de la cultura mexicana, un artículo positivo o negativo en él - o incluso, en algunos casos, una simple falta de mención podía tener un impacto tremendo en las ventas de un libro y en la carrera de un autor, además de influir en últimos términos en el tipo de literatura que se producía. A pesar de que el núcleo de escritores asociados al suplemento negaba la existencia de una mafia (Vanden Berghe 1989a: 23 ss.; Mejía 2001), y de que escritores como Vicente Leñero y José Agustín, que no tenían otra afiliación con el grupo, fueron publicados y promocionados con entusiasmo por el suplemento (Mejía 2001), el estudio de Kristine Vanden Berghe 93

muestra que los escritores que contribuían con más frecuencia al suplemento recibían más promoción y publicidad en sus páginas que los que no tenían ninguna afiliación con él. (Ibídem: 42) Además, las reseñas de revistas mexicanas que aparecían en el suplemento se dedicaban principalmente a aquellas revistas cuyos colaboradores también contribuían con frecuencia al suplemento (ibídem: 51); por la misma razón, hasta 1965, el Fondo recibía más publicidad, directa e indirecta, que otras editoriales mexicanas. (Ibídem: 5256) Los reportajes sobre la cultura mexicana que ofrecía el suplemento solían destacar los desarrollos cosmopolitas y vanguardistas. Esto se ve sobre todo en los ensayos de Carballo, uno de los redactores más regulares del suplemento, cuyas evaluaciones casi formulaicas de obras nuevas ejemplificaban el paradigma crítico internacionalizante que mencionamos anteriormente. Su crítica de Castellanos por “acomet[er Oficio de tinieblas] con procedimientos anacrónicos, válidos única y exclusivamente para la novela realista del siglo XIX” (Carballo 1964) y de La ciudad y el viento de Dolores Castro como “anacrónica” por su uso del costumbrismo decimonónico (Carballo 1962: xvi), son típicas de su actitud hacia el realismo, mientras que siempre elogiaba con entusiasmo obras que trataran temas mexicanos y que emplearan un estilo innovador. Su criterio - que parece corresponder con el de sus colegas se resume mejor en su declaración orgullosa de 1966 que “las novelas y cuentos mexicanos, sin perder sus cualidades nativas, comienzan a ser universales.” (Carballo 1966: v) Además de México en la cultura, la Dirección de Difusión Cultural (DDC) de la UNAM se convirtió en el otro polo clave del campo de producción cultural de la Ciudad de México. Tal y como demuestra Vanden Berghe, muchos de los colaboradores de la DDC también escribían artículos en los suplementos de Benítez; las actividades y publicaciones de la DDC se anunciaban regularmente allí, una forma de propaganda mutua que le concedía a la UNAM mucha más publicidad que a cualquier otra universidad de México. (Vanden Berghe 1989a: 56-57) La DDC pretendía traer la cultura y las artes al público en general10; bajo la dirección de Jaime García Terrés, entre 1953 y 1965, estaba en su apogeo, igual que la revista mensual de la DDC, la Revista de la Universidad de México, en la que colaboraban los escritores más conocidos de México e Hispanoamérica de aquella época. La filosofía profundamente cosmopolita de García Terrés guiaba a la DDC y a la Revista, y tal vez se caracterice mejor en las siguientes palabras suyas: Quienes determinan el ambiente literario mexicano no suelen ver con buenos ojos que alguien experimente valores crecidos en los recintos de las literaturas extranjeras. Alegan la importancia de la tradición, como si la tradición fuera un huerto cerrado, incontaminado (...) Ignoran nuestros nacionalistas que la única tradición importante es la que cada uno recrea, revive, de entre la totalidad del acervo humano (...) Hay que defender y reafirmar lo nacional, pero no en tanto que nacional, sino en tanto que humano. (García Terrés 1961: 71; véase también García Terrés 1964: 21)

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El que esta filosofía seguía orientando a la DDC y a sus proyectos incluso después de que García Terrés dejó la dirección queda evidente, por ejemplo, en un cuestionario sobre el tema del nacionalismo que se incluyó en dos números de la Revista en 1967.11 Las respuestas de Pacheco a las preguntas reflejan de forma elocuente las ideas de todas las figuras encuestadas: “nuestros artistas saben que cuanto pinten, compongan, escriban (...) se hallará fatal, inexorablemente determinado por su condición de mexicanos; pero que no hay razón alguna para que no dispongan de lo que pertenece a todos los hombres - y así, convirtiendo, nacionalizando esas ‘influencias’, enriquezcan con sus propios matices la tradición de la cultura mexicana.” (Anónimo 1967a: 33) La conjunción de una orientación cosmopolita, de un interés por lo mexicano y de un deseo de cimentar una identidad sólida transnacional fue típica de las muchas revistas literarias que surgieron durante esta época. 12 De todas ellas, la Revista Mexicana de Literatura, fundada por Fuentes y Carballo en 1955, y patrocinada por Alfonso Reyes y por Paz, fue la más influyente y la más representativa del clima de apertura cultural y de experimentación literaria.13 Promocionó a escritores mexicanos, latinoamericanos, norteamericanos y europeos por igual. En el primer número de la revista salió un artículo de Jorge Portilla que se puede interpretar como piedra de toque para la filosofía de la revista (y de la época) hacia el nacionalismo. Portilla analiza la etiqueta ‘extranjerizante’, que se atribuyó frecuentemente al equipo de colaboradores de Benítez y García Terrés, de la manera siguiente: significa que ese escritor extranjerizante no es, propiamente hablando, un escritor mexicano, y que no lo es (...) porque escribe a la manera de los escritores franceses, ingleses, españoles o norteamericanos. Esto supone la aceptación previa de que México no es una nación más, participante de la comunidad universal, sino un compartimiento estanco de la cultura humana. Que no tenemos nada en común con los hombres de otras nacionalidades (...) que los mexicanos tenemos una excelencia, que puede contaminarse al contacto de lo extranjero. (Portilla 1955: 51)

El rechazo del nacionalismo cerrado y del tradicionalismo estético por parte de la revista se ve también en su título, una reformulación de la Revista de literatura mexicana de Castro Leal, la cual había gozado de corta vida (se editaron tan sólo dos números, en 1940) y que había sido dedicada exclusivamente a la literatura mexicana. Factores externos también contribuyeron al clima cultural propicio al cosmopolitismo. La industrialización seguía extendiéndose, y el presidente Adolfo López Mateos (1958-1964) prosiguió una agenda de comercio y de política internacionales. Esta orientación, junto con el apoyo mexicano a la Revolución Cubana, acercó a México al Boom, que se definía como un movimiento ‘americano’ transnacional. De hecho, el proyecto mexicano y el movimiento hispanoamericano tenían varias cosas en común14: Fuentes fue, naturalmente, una figura destacada en ambos, y fue promocionado lo mismo en México que a nivel internacional; José Donoso y Gabriel García Márquez

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vivieron en México durante los años 60 y escribieron en los medios informativos mexicanos; las obras del Boom fueron analizadas, reseñadas y promocionadas en la prensa mexicana, muchas veces por los críticos literarios más distinguidos del movimiento15; autores del Boom fueron entrevistados en suplementos y revistas, en los que también colaboraban16; y editoriales mexicanas como el Fondo y Joaquín Mortiz solicitaban y publicaban sus obras. De hecho, en 1956, los editores de la Revista Mexicana de Literatura pidieron al Fondo que lanzara una serie que hiciera para el campo nuevo de la literatura hispanoamericana lo que ‘Letras Mexicanas’ había hecho para la literatura mexicana. Sus palabras expresan con elocuencia el programa internacionalizante del movimiento: Una política mexicana de largo alcance (...) debe por necesidad dirigirse a [los pueblos de habla hispana] (...) Y ¿qué senda mejor que la literatura (...) para alcanzar la mutua comprensión, garantía de la convivencia creativa? Sería de desearse, en este sentido, que el Fondo diera cabida, al lado de su excelente colección de Letras mexicanas, a otra análoga de Letras hispanoamericanas. Es preciso darse cuenta de que nuestra literatura sólo tiene significación profunda dentro del marco del idioma común (...) Superar todas las fronteras - artificiales - que dividen a nuestras literaturas locales, es una función a la que el Fondo debe enfrentarse, y debe ser meta constante de nuestros escritores (...) Una colección de Letras hispanoamericanas (...) sería el punto de arranque ideal para una comunidad literaria basada en la instancia fraternal (...) en ella encontrarían todos estos escritores una poderosa palanca de difusión mundial. (Carballo y Fuentes 1956: 284285)

A medida que iban avanzando los años 60, sin embargo, el Estado mexicano trató cada vez más de fomentar e imponer un nacionalismo cultural introspectivo. Quizás el aspecto más importante del quincuagésimo aniversario de la Revolución Mexicana fue que desencadenó un poderoso movimiento de introspección nacional: ¿quiénes somos ahora?, se preguntaba la gente, y ¿cómo contribuyó la Revolución a nuestras circunstancias actuales? Por consiguiente, en estos años salieron numerosas obras redactadas igualmente por nacionalistas y cosmopolitas y dedicadas al análisis del pasado de México con el objetivo de entender su presente. Muchas de estas obras fueron estudios académicos innovadores acerca de las culturas prehispánicas y la Revolución. Otras, sin embargo, contribuyeron a la creación de una visión monolítica de la nación. Mientras que los medios culturales cuestionaban la herencia de la Revolución (Los relámpagos de agosto, de Jorge Ibargüengoitia, encarna esta tendencia desmitificadora), el gobierno, en cambio, la celebraba, y fomentaba interpretaciones tradicionalistas de sus logros: por ejemplo, el Fondo (patrocinado por el gobierno) publicó México. Cincuenta años de Revolución (1960-62), con un prólogo del presidente López Mateos, y en 1964 el ex-presidente Emilio Portes Gil (1928-1930) publicó su Autobiografía de la Revolución Mexicana. También en 1964 se fundó el Museo Nacional de Antropología, monumento oficial a una visión tradicionalista del patrimonio de la nación.17 Esta tendencia fue acompañada por un desarrollo paralelo en el ámbito político, que se volvía poco a poco más opresivo: los

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intentos por democratizar el sistema de partido único de México, que fueron iniciados por López Mateos, quedaron contrarrestados cuando Gustavo Díaz Ordaz asumió la presidencia en 1964 y anuló las elecciones para alcalde en dos ciudades en las que habían ganado candidatos de la oposición. El nacionalismo cada vez más insistente del gobierno se tradujo en restricciones a la libertad de expresión que provocaron numerosos conflictos con los intelectuales. Hasta ese momento, como señala Roderic Camp (1995), había muchos vínculos entre los dos grupos. Los intelectuales y políticos en ciernes establecían amistades duraderas entre sí y con sus profesores en la UNAM y en el Colegio de México. (Ibídem: 148-155) Además, el Estado patrocinaba muchas publicaciones y otros proyectos culturales; en varios casos, ese patrocinio venía directamente del presidente. Cantidad de intelectuales prestigiosos ocuparon cargos políticos a través de los años: para dar tan sólo algunos ejemplos, José Vasconcelos, Jaime Torres Bodet y Yáñez fueron Secretarios de Educación Pública, mientras que Reyes, Paz, García Terrés y más adelante Castellanos y Fuentes fueron embajadores de México. A principios de los años 60, sin embargo, esta asociación empezó a deteriorarse cuando el Estado empezó a ejercer su poder de forma más directa en los asuntos culturales. Algunas cortapisas a la autonomía de los intelectuales fueron introducidas de una manera solapada. Según analiza Robert Pierce, los periódicos y las revistas recibían subvenciones indirectas del gobierno por medio de una empresa, PIPSA 18, que pertenecía al gobierno, y les vendía papel a precios inferiores al valor de mercado. (Pierce 1979: 109) En varias ocasiones durante los años 60, PIPSA se negó a distribuir papel a periódicos y revistas, censurando de esa manera la disidencia. (Camp 1995: 272) El primer conflicto abierto entre el Estado nacionalista y la infraestructura cosmopolita surgió en noviembre de 1965, cuando Díaz Ordaz mandó destituir a Orfila Reynal como Director del Fondo de Cultura Económica.19 La razón oficial que se alegó por su destitución fue que era argentino, y que el Fondo, como símbolo de los logros mexicanos, debía estar bajo dirección mexicana. Por lo tanto, fue reemplazado por Salvador Azuela - hijo de Mariano Azuela, autor de Los de abajo - cuya afiliación con los valores tradicionales mexicanos era harto conocida. (Díaz Arciniega 1994: 157-158) En realidad, el cambio de guardia había sido motivado por algo más preocupante. El Fondo había demostrado claramente su apoyo a la Revolución Cubana y a otros movimientos revolucionarios - una actitud que había hecho mella en su popularidad entre los miembros del gobierno. También, en 1961, el Fondo había publicado Escucha, yanqui, la defensa de la Revolución Cubana de C. Wright Mills, que se convirtió en un best-seller de la época.20 La destitución de Orfila Reynal y la reestructuración del Fondo tuvieron sus inicios en 1964, cuando éste publicó la obra de Oscar Lewis, Los hijos de Sánchez, en la que Lewis ilustra el sufrimiento que provoca lo que él llama ‘la cultura de la pobreza’. Esta obra se alabó en los círculos académicos e intelectuales cosmopolitas, pero causó indignación entre los nacionalistas culturales. La hasta entonces poco conocida Sociedad Mexicana de Geografía 97

y Estadística denunció el libro por daños a la nación y a la reputación internacional de ésta (no se quería que nada enturbiara la imagen de México en un momento en que el país había sido nombrado anfitrión de las Olimpíadas de 1968), y entabló juicio contra el Fondo por “difamar” al pueblo y al gobierno mexicanos. A pesar de que la Sociedad perdió, quedó claro que no se permitía hablar de la miseria en México; y que tampoco se podía cuestionar la actitud triunfalista de un gobierno que se alababa de haber obrado un ‘milagro’ económico que supuestamente había llevado la modernización y sus beneficios al país. Hasta aquel momento, el Estado había tolerado desde hacía varios años críticas de su política en las revistas y los periódicos. Pero la publicación de Los hijos de Sánchez resultó ser la gota que colmó el vaso: dado el prestigio internacional del Fondo y los vínculos directos entre el gobierno y la editorial, la orientación política de esta última resultó finalmente demasiado molesta, y se la llamó al orden. (Díaz Arciniega 1994: 141, 155) Con Azuela al mando, las listas y actitudes del Fondo se volvieron cada vez más nacionalistas.21 Tanto la destitución de Orfila Reynal como el cambio de orientación de la editorial fueron criticados con dureza por los intelectuales, y muchos autores abandonaron el Fondo. Tal y como había ocurrido antes con Benítez en México en la cultura, un grupo leal siguió a Orfila Reynal a la casa editorial que fundó el año siguiente, Siglo XXI. 22 Poco tiempo después, la fricción entre el régimen de Díaz Ordaz y los intelectuales se agudizó nuevamente, esta vez en el otro centro principal de la infraestructura cultural de México: la universidad. En 1966, Gastón García Cantú fue nombrado director de la DDC, reemplazando a García Terrés. El ambiente universitario se volvió cada vez más represivo bajo el nuevo director, que emprendió una purga del personal de García Terrés de la DDC. La situación llegó a un punto crítico en 1967, cuando Juan Vicente Melo fue acusado de un delito que no había cometido, y García Cantú lo obligó a renunciar a su puesto como director de la Casa del Lago; sus colegas lo defendieron, y también fueron obligados a dimitir de sus plazas universitarias.23 Esta maniobra acabó con la corriente de apertura hacia el exterior dentro de la Universidad y marcó el principio del fin de la ‘generación de la Casa del Lago’ y de sus proyectos. El golpe final - no sólo a los intelectuales sino también a la sociedad mexicana en conjunto - vino, desde luego, en 1968, con la masacre de manifestantes estudiantiles por la policía y el ejército en la Plaza de Tlatelolco. Ese hecho se convirtió en un hito en la psique mexicana. El Estado, alabado durante tantos años como la encarnación de la Revolución y el agente de sus promesas, se reveló como un instrumento de opresión y de represión. Como resultado de la masacre, muchas personas dejaron de creer que el Estado fuera capaz de resolver los problemas de la nación, y la legitimidad del régimen en general se vio dañada. También quedó claro que cualquier desafío a la autoridad del régimen sólo encontraría más violencia. Numerosos intelectuales mexicanos se unieron a las manifestaciones públicas después del suceso,

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pero sin conseguir nada; el propio Paz renunció de inmediato a su cargo de embajador en la India, en señal de protesta pública. Las esperanzas de democratización del sistema político después de la salida de Díaz Ordaz de la presidencia se desbarataron de nuevo con la masacre de estudiantes por grupos paramilitares el día de Corpus de 1971, en el período del presidente Luis Echeverría (1970-1976). Sin embargo, la comunidad intelectual quedó dividida ante esta masacre, puesto que Echeverría había introducido ciertas reformas en México y había invertido gran cantidad de dinero en las actividades culturales e intelectuales en un intento de reconciliar al gobierno con la comunidad intelectual, de la que estaba alejado como resultado de los acontecimientos de 1968. En la polémica que estalló a continuación, algunos intelectuales se pusieron de parte del presidente mientras que otros continuaron buscando salidas independientes para la creatividad y la crítica. Esta fisura presagió el desmembramiento de la comunidad intelectual en varios bloques antagónicos, y los medios de comunicación emprendieron entonces el largo camino hacia la democratización que siguen recorriendo hoy en día. A partir de 1968, el debate sobre nacionalismo versus cosmopolitismo, y sobre la mexicanidad de por sí, quedó en un segundo plano, y se reemplazó con la cuestión del socialismo, la revolución o la democracia, y el papel del intelectual y su relación con el Estado. Lo que quedó constante, sin embargo, fue el hecho de que el debate lo entablaban ciertos grupos bien definidos de intelectuales que siguen luchando hoy día - a pesar de la enorme descentralización cultural que se ha vivido desde entonces - por imponer su autoridad en la batalla por la hegemonía.24 De hecho, muchos de los mismos individuos que habían identificado, definido y canonizado los temas más candentes culturales y literarios en México entre 1940 y 1970 - por ejemplo, Carballo, Fuentes, Carlos Monsiváis, Poniatowska, y hasta su reciente muerte, Paz y Benítez - siguen siendo hoy figuras públicas preeminentes y autoridades culturales. Esta continuidad ha garantizado en muchos aspectos la estabilidad y persistencia de ciertos temas y preguntas, y en último caso, de ciertas posturas.* NOTAS * 1.

2.

Traducción de Catherine Jagoe. El SSHRC de Canadá, el FCAR de Québec, y la Universidad de McGill me concedieron fondos para la investigación en que se basa este trabajo, y el Centro de Humanidades Robert Penn Warren de Vanderbilt University me dió una beca para desarrollar mis investigaciones al respecto. Las siguientes personas me han ayudado con el proyecto: Huberto Batis, Adolfo Castañón, Carrie Chorba, Víctor Díaz Arciniega, Christopher Domínguez Michael, Evodio Escalante, Mona Frederick, Claudia Gervais, Julie Gagnon-Riopel, Eduardo Mejía, Alberto Ruy Sánchez, Maarten van Delden y Kristine Vanden Berghe. Agradezco en especial a Danny Anderson, Roderic Camp, Maarten van Delden y Kristine Vanden Berghe sus comentarios sobre versiones anteriores de este trabajo. Desde finales de los años 50, esta camarilla se conoció como ‘la mafia’, apodo inmortalizado por Luis Guillermo Piazza en su novela del mismo título publicada en 1967. Incluso ya en

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1957, Elías Nandino y Alfredo Hurtado, editores de Estaciones: Revista literaria de México (1956-1960), declararon que uno de los objetivos de su revista era combatir “la crítica de mafia y de mutuo halago, tratando, a la vez, de extinguir las políticas de grupos que tanto daño hacen al genuino desenvolvimiento de nuestra literatura.” (Nandino y Hurtado 1957: 3) Véase también el análisis que hace Kristine Vanden Berghe de la mafia en su tesis de maestría. (Vanden Berghe 1989a: 20-30) Partes de esta tesis se han publicado en Artes y Universidades, en donde se pueden consultar más fácilmente (véase la bibliografía); ya que se hace un tratamiento más a fondo en la tesis, aludo al manuscrito original en este ensayo. Esta denominación se suele emplear para referirse al grupo de escritores jóvenes afiliados a la revista Medio Siglo (1951-1957), pero la lista de afiliados varía, según el crítico. Por la mayor parte, se usa para designar a aquellos escritores que nacieron a finales de los años 20 o principios de los 30, que contribuyeron a los suplementos y las revistas de los años 50 y 60, recibieron becas del Centro Mexicano de Escritores y participaron en la Dirección de Difusión Cultural de la UNAM. Los orígenes de estos debates se remontan a los proyectos culturales del Ateneo de la Juventud, la Revolución, los Contemporáneos, y a la obra seminal de Samuel Ramos, El perfil del hombre y la cultura en México (1934). Después de su regreso a México a principios de los 70, Paz desempeñó un papel aun más importante, fundando las revistas Plural y Vuelta, y las redes que éstas abarcaron. Estos criterios universalizadores se emplearon también para juzgar la ficción en prosa (tanto la mexicana como la del Boom) durante esta época. Esto se ve en particular en los elogios críticos a la novela Pedro Páramo de Juan Rulfo, publicada en 1955, y cuyo éxito se atribuía precisamente a su fusión de lo regional (la temática) y lo universal (la estilística modernista). Véanse Blanco Aguinaga (1955: 60), Burns (1955: 3), Frenk (1961: 21), Vargas Llosa (1969: 31), y Zendejas (1955: 2). Además de los analizados en el texto, ‘Poesía en Voz Alta’, un grupo de teatro experimental que pretendía modernizar el teatro mexicano, montó ocho programas entre 1956 y 1963. (Unger 1981) Incluyendo entre otros a Castellanos, Chumacero, Fuentes, Gastón García Cantú, Juan García Ponce, Jaime García Terrés, Jorge Ibargüengoitia, Juan Vicente Melo, Carlos Monsiváis, Pacheco y Poniatowska. (Anónimo 1961) Como resultado de su despedida, el presidente Adolfo López Mateos (1958-1964) le brindó a Benítez un apoyo económico para montar un nuevo suplemento; éste se negó a aceptarlo, y, en todo caso, López Mateos retiró su apoyo al suplemento a causa del reportaje de éste sobre el asesinato del líder agrario Rubén Jaramillo en 1962. (Zaid 1975: 163; G. García 1999: 96; Díaz Arciniega 2000) Uno de sus proyectos más conocidos fue el de la Casa del Lago, un centro cultural inaugurado en 1959 en el Bosque de Chapultepec. (Vega 1988) Véanse Anónimo 1967a, 1967b. Éstas incluyen Las Letras Patrias (1954-1958), Estaciones (1956-1960) y Cuadernos del Viento (1960-1967). La Revista Mexicana es un ejemplo más de los esfuerzos de Fuentes y Carballo por promocionar una poética cosmopolita en y para la literatura y cultura mexicanas. Sobre el papel de Fuentes en la revista, véase van Delden 1998: 4-9. Mario Benedetti también analiza esta conjunción de intereses en ‘Mafia, literatura y nacionalismo.’ (Benedetti 1974:133-143) Obras como La nueva novela hispanoamericana de Fuentes (1969) y El Boom de la novela latinoamericana de Rodríguez Monegal (1972) se publicaron por primera vez en revistas mexicanas (La cultura en México y Plural, respectivamente). Vanden Berghe nota que Alejo Carpentier, José Donoso, García Márquez, José Lezama Lima y Mario Vargas Llosa publicaron entre seis y once textos cada uno en los suplementos de Benítez nada más entre 1962 y 1972. Fuentes publicó setenta y un artículos allí y, además, se publicaron muchas reseñas y ensayos sobre su obra. (Vanden Berghe 1989a: 63) Véanse, por ejemplo, las descripciones del Museo de Paz (1970: 150-155), Lomnitz-Adler (1998: 1064) y García Canclini (1990:164-177). Productora e Importadora de Papel, S.A.

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19. Véanse Díaz Arciniega (1994: 147-60) y Silva Herzog (1972) para más análisis de este episodio. 20. Consúltese a Silva Herzog (1972) para un estudio de la reacción en contra del Fondo por la publicación de Escucha, yanqui. 21. Los proyectos de Azuela encontraron poca resistencia, ya que Chumacero, el vice-director del Fondo, también fue presionado para que presentara su dimisión en diciembre de 1965, lo cual permitió que Azuela nombrara a alguien para cubrir su puesto. También llenó otros puestos que quedaron vacíos por la salida de los partidarios de Orfila Reynal. 22. La edición de La cultura en México del primero de diciembre de 1965 se dedicó a reivindicar a Orfila Reynal y a descalificar los actos del Fondo. A su vez, la edición del suplemento del 20 de abril de 1966 celebró la fundación de Siglo XXI Editores, S.A., mientras que el número del 6 de octubre de 1966, dedicado a la nueva editorial, detalló sus logros. 23. Véanse Batis (1994: 182-183), García Ponce (1996: 151-153) y Pereira (1995: 210-211) para análisis más detallados de este acontecimiento y sus secuelas. También hay explicaciones y juicios alternativos de estos sucesos (Hijar 1967). 24. En julio de 1999, Letras Libres publicó un ‘Árbol hemerográfico’ que ilustra los intentos de la revista por hacer valer su autoridad cultural. Siguiendo la imagen de un árbol con raíces, ramas y tronco, la genealogía expone el desarrollo de las revistas, los suplementos y los grupos literarios mexicanos desde finales del siglo XIX hasta finales del siglo XX. En la base del tronco se encuentran el Ateneo de la Juventud y los Contemporáneos; se sigue hacia arriba pasando por Barandal y Taller (revistas dirigidas por Paz a finales de los años 30 y principios de los 40); luego, la Revista Mexicana de Literatura en su primera y segunda fase se sitúa directamente debajo de la palabra ‘mafia’ escrita en la corteza; finalmente el tronco se corona de Plural (fundada por Paz en 1971 bajo Julio Scherer en Excélsior), Vuelta (fundada por Paz en 1976 cuando Scherer fue destituido de su cargo en Excélsior y muchos de sus colegas dimitieron en señal de solidaridad y formaron sus propias publicaciones) y Letras Libres, la nueva encarnación de Vuelta, que fue reorganizada y renombrada después de la muerte de Paz. La imagen de Paz aparece dos veces, cerca del tronco. Letras Libres se presenta de esta manera como la culminación de una línea de antepasados directos de la crítica cultural cosmopolita. En cambio, Carlos Monsiváis, una figura omnipresente en los medios de comunicación mexicanos desde finales de los años 50, sólo aparece una vez en el gráfico; Nexos, dirigida por él durante muchos años y rival encarnizada de Vuelta, también queda marginada. La Revista de literatura mexicana de Castro Leal no aparece en ninguna parte. Finalmente, tan sólo una mujer - Rosario Castellanos - figura en el gráfico, mientras que ninguna de las revistas dedicadas a temas feministas (tales como Fem y Debate feminista) se menciona. BIBLIOGRAFÍA Anónimo 1961 1967a 1967b 1985

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