LA DESMESURA DIVINA DE RAÚL GÓMEZ JATTIN

Revista Hispanoamericana. Publicación digital de la Real Academia Hispano Americana de Ciencias, Artes y Letras. 2014, nº 4 ARTÍCULOS ________________

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LA DESMESURA DIVINA DE RAÚL GÓMEZ JATTIN

MAURICIO GIL CANO

(Poeta y escritor)

Resumen: Raúl Gómez Jattin (1945-1997) fue uno de los últimos representantes del malditismo hispanoamericano de la estirpe de Baudelaire. Dentro del panorama de la poesía de Colombia, la obra de Gómez Jattin, heredera del surrealismo y del existencialismo europeo, se sitúa, por voluntad de Jaime Jaramillo Escobar, en las estribaciones del “nadaísmo”, aquel movimiento de contestación estética y sociocultural que vino a constituir la versión colombiana de la beat generation y de los movimientos libertarios en torno al 68. Sexo, drogas y locura son los ejes de una poesía atravesada de un panerotismo trágico, vital y conmovedor. Palabras clave: Raúl Gómez Jattin, malditismo, poesía colombiana del siglo XX, Nadaísmo, Misticismo panerótico, revolución sexual. Abstract: Raúl Gómez Jattin (1945-1997) was one of the last “poètes maudits” of the Hispano-American tradition. Within the Colombian lyrical scene, Jaime Jaramillo Escobar appointed Gómez Jattin as the best heir of “Nadaísmo”, which was an underground movement similar to the Beat Generation at the 60´s. The poetry of Gómez Jattin deals about sex, drugs and madness, though we have to consider the moving quest of Love in which he is so vitally and tragically involved. Key words: Raúl Gómez Jattin, Hispano-American poetry of the XXth. Century, the “poètes maudits” tradition, Colombian “Nadaísmo”, Beat Generation, Erotic Mysticism, sexual revolution. ***** Tras una vida azarosa, que lo sitúa en la cúspide del malditismo poético colombiano, Raúl Gómez Jattin dejó algunos de los poemas más bellos, profundos y verdaderos escritos jamás en español. Nació en Cartagena de Indias en 1945 y en esa ciudad moriría en 1997. Pero se crió en Cereté de Córdoba, un pueblo de río que inmortaliza en sus versos. Su familia, donde se mezcla el orgullo de estirpe que entronca con los Gómez Manrique castellanos y el refinamiento oriental heredado de su abuela siria, era de respetable clase media, lo que en aquellos años en Colombia suponía pertenecer a una élite. En cualquier caso, este doble origen de la sangre le llevaría a considerarse un poeta doblemente andaluz. La puerta de las Indias, como se le llamaba a Cartagena durante el virreinato, se unía directamente con Andalucía por ruta marítima; el efecto que se produce al divisar sus murallas es que nos estamos acercando a la salada claridad de Cádiz. Exotismo y familiaridad confluyen en el Caribe, mar en el que Gómez Jattin ve otro mediterráneo. En ambos confluye la proyección de un fecundo mestizaje cultural, que remite históricamente a Roma en el viejo mundo y a España en América.

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Hay una Andalucía en el Caribe. En ella se forma y crece el poeta, un niño de gran sensibilidad e inteligencia, precoz en sus lecturas —muy influenciadas por la biblioteca de su padre, que le alentó el sueño de ser escritor—, pero donde también se asomará pronto a la parranda verraca del sol con la vida, como refleja en textos que exaltan la amistad, la sexualidad y las drogas. Desde un primer momento, Raúl se manifiesta como un alma grande, desbordante, al que no sólo su pueblo y las encorsetadas normas de la hipocresía social le venían pequeños. Tenía formación y talento para haber sido novelista o abogado, pero eligió el arte inútil de la poesía con la vocación de quien se sabe llamado para un destino elevado. El joven Raúl cursó estudios de Derecho en Bogotá y se dedicó al teatro, ya desde los tiempos universitarios, como actor y dramaturgo, pero abandonaría las tablas fastidiado porque la política se había establecido en ellas. Asumirá entonces consagrarse a la poesía y convertirse en el único poeta de Colombia dedicado exclusivamente a la misma, con un resultado particularmente angustioso pero que le permitiría gozar como nadie la dolorosa libertad de ser. En 1980, publica en Cartagena su primer libro, Poemas. Todavía no titula Gómez Jattin los poemas, sino que utiliza el recurso tipográfico de escribir en mayúsculas el primer verso. En toda su obra poética prescinde de los puntos y las comas, pero señala las pausas de lectura sirviéndose de mayúsculas y espacios en blanco. El verso métrico libre será el más característico de su producción. Poemas anticipa temas y maneras del Tríptico cereteano (Fundación Simón y Lola Guberek, 1988), la gran obra que aventaría su fama de maldito y su aclamación como el gran poeta loco de Colombia. Incluye una oración que es a la vez un autorretrato: GRACIAS SEÑOR por hacerme débil loco infantil Gracias por estas cárceles que me liberan Por el dolor que conmigo empezó y no cesa Gracias por toda mi fragilidad tan flexible Como tu arco Señor Amor 1 No hace falta decir que esa vulnerabilidad de Raúl lo es sobre todo del alma, ya que el autor era hombre robusto y bien parecido. Su ánimo padecía un dolor congénito, la innata melancolía de los poetas agravada hasta la locura, la desazón del ángel caído, un albatros baudelaireano que todavía esperaba volar. El concepto de fragilidad flexible, vinculado al arco de Cupido, manifiesta la mezcla de fuerzas contradictorias que agitaban el corazón de Raúl. Aunque el comienzo parece el de una acción de gracias cristiana convencional, el final constituye una provocación, pues el dios al que se dirige es naturalmente carnal.

1

Raúl Gómez Jattin, Poemas, Cartagena de Indias, Ed. Juan Manuel Ponce, 1980, p. 7.

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Pero si hay unos versos en su primer poemario publicado que evidencian la citada vulnerabilidad son los siguientes: Si mis amigos no son una legión de ángeles clandestinos Qué será de mí 2 El yo del poeta es tema obsesivo de los textos de Jattin, pero se trata de un yo en relación con los demás hasta el punto de que sin los otros no sólo la realización personal resulta imposible, sino que se produce la disolución de la propia personalidad. Esto se verá mejor en un poema del Tríptico… titulado “Ellos y mi ser anónimo”3. Lo autobiográfico estará muy presente en la obra de este poeta, al que acompaña desde sus inicios una leyenda que se irá agigantando junto a sus rasgos de malditismo, al seguir la senda hedonista y experimental de los paraísos artificiales hasta precipitarse en los abismos de la marginación y la locura —¿o fue al revés?—. A veces, la biografía de los autores, cuando es rica en acontecimientos vitales de signo trágico o transgresor, desvía la atención de su obra. En el caso de Jattin, su personalidad desmesurada se hace presente en sus versos con obstinada tenacidad, los nutre y les da sentido. Resulta muy difícil separar vida y obra cuando ambas se retroalimentan y entrelazan de modo tan extremo. El objetivo principal del presente trabajo debería ser precisamente aproximarnos a la significación universal de sus poemas, como si los hubiera firmado Homero —Borges sugirió que así debían firmar todos los poetas—. Pero los versos nos llevan inevitablemente a Jattin, aunque también a Homero. En 1991 me encontraba realizando unas investigaciones sobre cultura y, particularmente, literatura colombiana con el asesoramiento del Palacio de la Cultura de Medellín, en especial, por parte del historiador Luis Fernando Molina Londoño, quien me recomendó encarecidamente contactar con el poeta nadaísta Jaime Jaramillo Escobar, también conocido por su seudónimo X-504, letra y cifras que corresponden efectivamente a su cédula de identidad. El nadaísmo había supuesto mucho más que una vanguardia perdida. Había surgido en 1958, en actitud subversiva frente a una sociedad tradicional hasta lo recalcitrante. Heredaba de los ismos europeos, en particular, del surrealismo y del existencialismo, un ímpetu contestatario que cuestionaba el orden establecido en todos los ámbitos y que no cesó hasta el descubrimiento de Dios por parte de su fundador y profeta, Gonzalo Arango, y con la muerte de este en un accidente de tráfico, en 1976. De los nadaístas que le sobrevivieron, Jaramillo Escobar era el más raro. Elegante como William Burroughs, usaba corbata en la vorágine de su liderazgo contracultural. Pero sus maneras eran más suaves que las del beatnik norteamericano y nada sofisticadas, pues hizo de la austeridad norma de vida. También es el más culto, de una educación exquisita, y el más riguroso y selectivo. Por la calidad de su obra, Jaime Jaramillo Escobar es uno de los poetas mayores de nuestra lengua. Cuando avaló con una célebre carta epílogo la poesía de Raúl, ya estaba considerado una de las voces más autorizadas, literariamente hablando, de Colombia. En la misiva, se dirige a Raúl en términos como los siguientes: A los viajeros les recomiendo llevar tus poemas como la única cosa vital, grande, oxigenada, robusta, libre, natural y bella que tenemos aquí; lo único con fuerza joven, originalidad, audacia, libertad y novedad que se encuentra hoy en el bazar de la poesía 2 3

Ibídem, p. 3. Raúl Gómez Jattin, Tríptico cereteano, Bogotá, Fundación Simón y Lola Guberek, 1988, p. 59.

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colombiana; lo único que se desborda, que brama, que tiene impulso y pasión, el único vendaval que nos refresca, primitivo, animal y selvático como un desodorante de T.V., lo único apasionado y novedoso, ¡Lo único! 4

Según Jaime Jaramillo, todo lo demás está reglamentado y maniatado. Sólo Jattin es “territorio libre del poema”. Para Jaramillo, Jattin es potrillo, río, Atila, Adán y, entre apelativos como ciclón, barriga pelada, escándalo furioso, fauno, unicornio, centauro, volcán... el viejo nadaísta deja caer que Raúl Gómez es “Dios en persona completamente loco deshojando los bosques y tirando las hojas al aire” y “todo lo que yo no soy ni hay aquí poeta que lo sea”. La primera afirmación confirma la enorme fuerza del poeta de Cereté y su escritura y está relacionada con el hecho de que Jattin, en el primer poema de sus Retratos (1980-1986), se autodefine como “el dios que adora”. La segunda ve en Raúl un caso único, una excepción en el mediocre parnaso donde prevalecen intereses, servilismos, influencias y convencionalismos por encima del valor poético de los autores y sus obras. Tras contrastarlo con lo que llama el estreñimiento lingüístico de los poetas de Bogotá, termina afirmando: “La poesía colombiana te estaba necesitando porque nosotros caímos en la trampa”5. Le pasaba así el testigo de la convulsión sociocultural que los nadaístas habían empezado, pero reconociendo la superioridad poética y moral de Raúl, pues ellos, de un modo u otro, ya se habían integrado en el sistema. Si Jaramillo Escobar puede considerarse un místico ateo, Raúl es divino. El daimon de Jattin encarna en “El Dios que adora”6, célebre poema que inicia su Retratos y comienza: “Soy un dios en mi pueblo y mi valle / No porque me adoren sino porque yo lo hago”. Un texto de sobrecogedora vitalidad, imbuido de una piedad casi evangélica, donde el poeta va describiendo cómo es un dios precisamente porque no tiene ninguno de los atributos de los ídolos, un dios que se inclina y mendiga, que pone los ojos en el cielo asumiendo los padecimientos de la tierra, que es solo, divino por cuanto sencillo y humano, machadianamente íntegro, pues “no soy bueno de una manera conocida”; un dios porque ama la naturalidad y la naturaleza, porque ha padecido la crueldad del desamparo; sobre todo, porque “respeto sólo al que lo hace conmigo Al que trabaja / cada día un pan amargo y solitario y disputado / como estos versos míos que le robo a la muerte”. Y efectivamente se los ha robado. Hoy lo vemos con perspectiva, pero se los robó al escribirlos, más aún, al pronunciarlos con la dicción delicadamente trágica de los antiguos aedas. No se lo impedía su desdentada boca, pues conocía a la perfección el arte de impostar y sabía hablar con el estómago. Raúl era un gran actor y decía como nadie sus versos. Afortunadamente, quedan registros sonoros de su voz. El poema en cuestión se nutre de terribles experiencias vitales que constituyen, sin nombrarlas explícitamente, una pasión y una crucifixión: “Porque dormí siete meses en una mecedora / y cinco en las aceras de una ciudad”; “Porque mi madre me abandonó cuando precisamente / más la necesitaba / Porque cuando estoy enfermo / voy al hospital de caridad”. El impactante final, rubricado con “estos versos míos que le robo a la muerte” lo mitifica como un nuevo Prometeo que consigue el fuego inmortal 4

Jaime Jaramillo Escobar, “Fragmento de una carta”, en Raúl Gómez Jattin, Tríptico Cereteano, Ed. cit., p. 155. En lo sucesivo citamos esta obra abreviando el título (TC) y añadiendo las páginas. 5 TC, p. 156. 6 TC, pp. 15-16.

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de las palabras. Además está escrito con la conciencia de quien tiene plena certeza del alcance de su experiencia poética y del valor del poema, que le sobrevivirá. El carácter sagrado de la poesía se le revela a Raúl Gómez Jattin para que el poeta, más allá de oficiar como sumo sacerdote, sea su dios. Se trata de un apuesta —vital— extraordinaria por el espíritu, en un entorno de materialismo hostil, y de un riesgo más extraordinario aún: el de creer en la divinidad humana —que tal vez no sea otra cosa que la libertad— y fundamentar la existencia en esa visión; en dos palabras, ser poeta. Un dios que necesita su legión de clandestinos ángeles. La poesía como conocimiento pero también como comunicación. De ahí ese tono coloquial, directo, sin fatua solemnidad, pero con el ritmo religioso de una letanía, con la brillantez de quien se abisma en un instante de eternidad, de quien se sale del tiempo y, por alcanzar la posteridad, vence el olvido de la muerte y lo cuenta para hacérnoslo saber y sentir. Este poderoso autorretrato de Jattin adquiere una gran significación social, específicamente, a través de su actitud ante la vida: “Porque a la riqueza miro de perfil / mas no con odio”; “Porque no defendí al capital siendo abogado”. Con la referencia a rasgos de carácter y a hechos puntuales de su biografía, el poeta transforma su yo individual en ente universal. Por mor de la poesía, la persona concreta Raúl Gómez Jattin se convierte en un arquetipo, al servirse de sí mismo como material poético. En cierta forma, se inmola en la misma ara donde se diviniza. El poeta mismo se constituye, como sugiriera Jaime Jaramillo, en territorio del poema; ofrenda y sacrificio, dios que adora. Retratos reúne una serie de textos centrados en personas del entorno de Raúl, amigos de infancia o familiares, pero también del mundo de la cultura —Serrat o la actriz Tania Mendoza—. A través de ellos, el poeta reclama la autenticidad originaria de la infancia frente a la habitual hipocresía de los adultos. Y aunque se muestra descarnado en lo más íntimo: “Madre yo te perdono el haberme traído al mundo / Aunque el mundo no me reconcilie contigo”7; entre las variopintas figuras que pueblan el poemario, la de su progenitor se perfila intacta: “Joaquín Pablo mi viejo viejo niño y amable”. El padre ejerció una gran influencia en la formación intelectual del autor, quien lo define así, en el poema “Memoria”8: “Eras el último hombre honrado que sobrevivía alegre”. En “Desencuentros”9 se lamenta por el dolor producido a sus viejos: “Cuánto desengaño trajo a su noble vejez / el hijo menor / el más inteligente / En vez de abogado respetable / marihuano conocido”; y reconoce la importancia de su padre a la hora de afrontar la aventura de riesgo de la literatura: “Lo cierto es que el padre le habló en su niñez de libertad / De que Honoré de Balzac era un hombre notable / De la Canción de la vida profunda / Sin darse cuenta de lo que estaba cometiendo”. La alusión al gran nómada colombiano Porfirio Barba Jacob (Santa Rosa de Osos, 1883 - Ciudad de México, 1942), no es casual, sino que lo sitúa en una tradición de malditismo poético que inició en Colombia el suicida José Asunción Silva (Bogotá, 1865 - 1896), se extiende hasta la muerte del propio Jattin y sigue influyendo en la actualidad. Aunque pertenecientes a épocas y estéticas distintas, Jacob y Jattin comparten una actitud ante la poesía y la vida que les llevó a reconocer abiertamente el uso de las drogas y la homosexualidad. No faltan diatribas contra los falsos poetas e incluso una amarga sátira ante la oscura ambición de los políticos, que resulta de patética actualidad: “Bajo la piel del 7

Retratos, TC, p. 17. Retratos, TC, p. 18. 9 Retratos, TC, p. 41. 8

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quebrantainstituciones / cuántas ilusiones de poder te hacías”10. Otro de los impactantes poemas del libro, “Pueblerinos”11, subraya cómo el vulnerable poeta se sentía atacado y marginado desde la infancia: “Agresores gratuitos del niño que yo era”. Esta serie se cierra con una evocación de su “Abuela oriental”12, donde dice que “A esa mujer malvada / (…) Yo la odié en mi niñez”. Y sin embargo, ahora vuelve “con ese vago destello en su espalda / de alta espiga de Siria”. Pero Retratos tiene una segunda parte fechada en 1986. Poemas dedicados a los amigos, vertebrados por “Ellos y mi ser anónimo”13, que cierra y da sentido al conjunto: “Así vive en ellos Raúl Gómez / Llorando riendo y en veces sonriendo / Siendo ellos y siendo a veces también yo”. El segundo libro del Tríptico cereteano recoge poemas fechados entre 1983 y 1986 bajo el título de Amanecer en el valle del Sinú. El río Sinú es uno de lo tres principales ríos colombianos que desembocan en el Caribe y recorre el departamento de Córdoba, donde se encuentra Cereté. Su nombre es un misterio y remite al mito indígena del cacique Zenú. La nostalgia del infinito sobrevuela versos dedicados a Cereté de Córdoba —“Laberinto correteado por mi niñez de siempre˝14 —, pero también a Jaime Jaramillo Escobar —“Ese poeta admirado y lejano (…) pero amigo y hermano”15—, a Álvaro Mutis o a Octavio Paz. Entre textos referidos al suicidio, la oropéndola y metafísicas inquietantes, el poeta se contempla ante un espejo oscuro y aún es un hombre joven. Otro extraordinario poeta nadaísta, Jotamario Arbeláez, andaba fascinado, cuando le conocí en 1991 en su casa de Bogotá, con un poema de esta serie, inusitadamente largo —aunque no el único de considerable extensión— para lo habitual en Raúl, “Veneno de serpiente cascabel”16. El texto relata cómo el niño Gómez Jattin acude con su padre a la pelea de gallos que disputará su “Talisayo campeón en tres encuentros difíciles”. Raúl se dirige al gallo y le hace partícipe del trágico final que le aguarda y de la estratagema que usará para convertir sus espuelas en un arma infalible. El manejo de los tiempos es asombroso, como en esta narración del amanecer: “Pero ya estás cantándole a la oscuridad / para que se vaya Te contestaron tus vecinos / Y mi padre está sonando sus chancletas en el baño”. Las imágenes de tierna evocación se combinan con la crueldad de los hechos, en un ceremonial secreto de iniciación irreversible: “En medio del tumulto y la música de acordeones / me haré el pendejo ante los jueces que siempre / me han creído un niño inocente y te untaré / el maranguango letal”. El placer habita en este poemario, desde las masturbaciones gozosas de los años colegiales a las secuelas de insensibilidad moral en “La herencia del placer”17. Junto a éste, el dolor como la otra cara de la moneda. Con su alma acostumbrada a la desgracia, el poeta no olvida su valle y su río. Trabajos, elegías, defensas, colores y conjuros 10

Retratos, TC, p. 47. Retratos, TC, p. 44. 12 Retratos, TC, p. 48. 13 Retratos, TC, p. 59. 14 Amanecer en el valle del Sinú, TC, p. 64. 15 Amanecer en el valle del Sinú, TC, p. 68. 16 Amanecer en el valle del Sinú, TC, pp. 77-78. 17 Amanecer en el valle del Sinú, TC, p. 80. 11

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conducen a un “Elogio de los alucinógenos”18 que justifica la “locura alucinada” del creador. El poeta se sirve de las drogas para “entregarle a mis palabras de siempre / todo el sentido decisivo de la plena vida”. Mientras otros confían “para la vida en el arte / en la frialdad inteligente de sus razonamientos”, Jattin va “acumulando sílabas dolorosas que no nieguen la risa”. Pagará un alto precio por ello, pero sentencia: “Toda esa gran vida a los alucinógenos debo”. La tercera y última parte del Tríptico cereteano la ocupan poemas fechados entre 1982 y 1987 que conforman Del amor, libro que va precedido por una cita de Rimbaud: “Es la hora del querido/ cuerpo y el querido corazón”19. Habría que matizar mucho al referirnos a la homosexualidad de Jattin, pues, como él mismo indica, “Soy de la mujer y del hombre (…) / Aunque siempre he amado más al amigo”20. Hablaríamos mejor de bisexualidad o incluso de pansexualidad. Del amor hace Jattin una gran metafísica, que descubrió cuando, según cuenta, iba a culear burras con otros niños: “Es hermosísimo ver a un amigo culear / Verlo tan viril meterle su órgano niño / en la hendidura estrecha del noble animal”21. Para Jattin, “la gran religión es la metafísica del sexo”22, lo que, asegura, no le preparó para someter a la mujer, sino para andar con un amigo. La gallina, la paloma, la pata, la perra, la cerda, la carnera, la chiva, los pavos maricas, la mula, la yegua, la cocinera, el burro, todos son objeto de penetración y llevan al autor a designarse como “Gran culeador del universo todo culeado / Recordando a Walt Whitman”23. Deslumbrado por el deseo, el Jattin más turbador se exhibe en estas páginas, plenas de confesiones, experiencias, ternuras, rendimientos ante la belleza, entrega total y alguna acción de gracias: “¡Oh Dios! Te entreví en la jornada ingrávida / de confiarle al papel la vida y sus engaños”24. Sin pelos en la lengua: “Te quiero como el carajo”,25 el poeta se asoma al cielo profundo de sus masturbaciones y propulsa entusiasmado “el disparo final en la Vía Láctea”26 con la certeza interna de un enorme dolor, pues el desamor se hace patente en la adoración. Con palabras tan íntimas como su propia carne, se suceden episodios “casi obscenos” y encuentros clandestinos, hasta reconocerse como “ese que se ha ganado una triste fama de marica / por tu cuerpo adorado”27. Jattin no renuncia sin embargo a su virilidad y quiere ver en el homoerotismo “toda la belleza viril que ellos nunca han tenido”28. Pero la soledad se impone sobre el adolescente eterno y cobra conciencia de sí en otro sobrecogedor autorretrato: “En este cuerpo / en el cual la vida ya anochece / vivo yo / Vientre blando y cabeza calva / Pocos dientes / Y yo adentro”29. La heterosexualidad también late estremecida en la evocación de aquellos “polvos cartageneros” que Jattin presume de echar de niño a “una mujer de trece”, en 18

Amanecer en el valle del Sinú, TC, pp. 92-93. Del amor, TC, p. 101. 20 Del amor, TC, p. 103. 21 Del amor, TC, p. 105. 22 Del amor, TC, p. 105. 23 Del amor, TC, p. 106-108. 24 Del amor, TC, p. 117. 25 Del amor, TC, p. 118. 26 Del amor, TC, pp. 120-121. 27 Del amor, TC, p. 127. 28 Del amor, TC, p. 128. 29 Del amor, TC, p. 133. 19

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casa de su abuela30. Con todo, lo homoerótico prevalece con explícita referencia a Cavafis, cuya audacia para los placeres también es la suya: “Esta noche asistirá a tres ceremonias peligrosas / El amor entre hombres / Fumar marihuana / Y escribir poemas”31. Rituales prohibidos que le llevarán a concluir “que cuando se ama así / se pierde / y que cuanto se pierde en el amar / se gana en alma” 32. Porque, tal vez, los amores más intensos sean los no realizados, pues “antes que el deseo estaba el amor” y “antes que el amor estaba la vida y su maldad”33. Esta insatisfacción propicia poemas de gran intensidad, que en ocasiones culminan con preguntas sin respuesta: “Por qué oh dios de los varones / siempre nos niegas al más bello?”34. Gladys, un amigo después de la parranda, Maritza, Príapo… son protagonistas de poemas donde va desmenuzándose su autor hasta enfrentarse con el ambiguo y tormentoso sexo de su ángel, al que se declara sometido “como un dios derrocado”35. Poemas muchas veces fascinados por la sensualidad de los muchachos, amores recónditos que son declarados con estremecimiento, promiscuidad en busca de los rastros de un amor verdadero, todo un erótico imaginario liberado para “desatar el torrente del deseo en su cima” 36. No obstante, textos que podrían interpretarse desde un punto de vista homoerótico también constituyen profundos poemas de amistad. Otros son oscuramente claros. Hay un poema crucial, “Sanos consejos a un adolescente”37, donde el poeta se dirige a un muchacho que le excita en una sucesión de circunstancias transgresoras, hasta adivinarle “bajo la piel / una loca angustia de ser violado con dulzura”. La tentación efébica transcurre en una atmósfera lúbrica que remite al simbolismo de Rimbaud, cuyo malditismo hace suyo Jattin para proclamar el deseo con heterodoxa sensualidad. Con la última parte del Tríptico ya está más que forjada la leyenda y Gómez Jattin no podrá escapar de ella. El poeta loco, drogadicto y homosexual que escribe aquello que otros pueden sentir o experimentar, pero que nadie se había atrevido a escribir hasta ahora; que habla con desparpajo aristocrático y espontánea ternura de su familia, de sus amigos y amores, de su pueblo; que se da en su intimidad más honda y desprecia la vulgaridad farisea de los mediocres y mezquinos, dejándose llevar por las fuerzas del amor, del sexo, de la vida. En palabras de Jotamario Arbeláez, “con un lenguaje carnal desusado en nuestro elemento y una riqueza conceptual y memoriosa, este poeta representa lo mejor de nuestra desmesura”38. Del Amor es en efecto un libro capital que, más allá del erotismo y la transgresión, se adentra en las turbulencias pasionales y en la desazón sentimental del propio Jattin, cerrando el ciclo dedicado a Cereté, que de esta manera ha entrado a formar parte de la historia universal de la literatura, conforme había soñado el poeta: “Soñé llevarme a Cereté de Córdoba a otros lugares (…) / A que gentes de otros ámbitos conocieran sus noches estrelladas”39.

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Del amor, TC, p. 137. Del amor, TC, p. 140. 32 Del amor, TC, p. 141. 33 Del amor, TC, p. 143. 34 Del amor, TC, p. 146. 35 Del amor, TC, p. 149. 36 Del amor, TC, p. 153. 37 Del amor, TC, pp. 150-151. La copia que utilizo me fue entregada por el propio Raúl y lleva apuntado de su puño y letra el siguiente subtítulo, entre paréntesis: “Última visita a Charleville”. La referencia a la localidad donde nació Arthur Rimbaud es sustancial para la adecuada contextualización del poema. 38 Fernando Guinard, Jotamario & Álvaro Chaves M., El espíritu erótico. Bogotá, Taller De-Mente Colombiano, 1990, p. 19. 39 Del amor, TC, pp. 65-66. 31

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Lo grande de Raúl es que, a pesar de los sugestivos excesos de su vida, su obra resulta aún más interesante. Puestos en una balanza, gana la literatura, que se nutre de las experiencias vividas o soñadas para convertir al creador mismo en sujeto literario. Si hasta la última parte del Tríptico… el autor —y con él sus familiares y amigos, amantes, conocidos, enemigos…— y su ámbito venían siendo la sustancia primordial de su poesía, en el siguiente libro, Hijos del Tiempo40, serán personajes de la historia y la mitología universal los motivos poéticos. Empero, se verán infiltrados por el alma de Raúl, que los hace suyos para expresar su verdad visionaria. Por eso, laten como si estuvieran vivos y su tragedia nos resulta familiar. Veintidós figuras, de Micerino a Lola Jattin, que cierra el volumen y culmina la familiarización del mito. Difícilmente se puede superar la síntesis que Rómulo Bustos hace del poemario y que Jattin coloca como preámbulo en el libro: Micerino fluyendo en un río de ibis y nenúfares que es en verdad el Nilo del Tiempo y de la Muerte; Li-Po, su muerte líquida, lunar; Sherezada sobreviviendo en el delicado hechizo de la palabra… Baraja engañosa en que el tallador reparte siempre la misma carta: La Muerte. El Ángel Oscuro —sus Anunciaciones, sus certeros golpes, sus Iluminaciones— recorre estas galerías en cuyo fondo estás Raúl —¿en qué grada o color de la Arqueología?—, desmesurado y frágil, nimbado de aniquilaciones, Átropos susurrándote cínica, terriblemente al oído: “así es Raúl, sólo mi guadaña”, pero tú prefieres no entenderla y sigues soñando con Micerino en una barca de oro que fluye lentamente en el Nilo del Cielo41.

Mitos —personajes míticos, históricos o imaginarios, siempre recreados por el autor— mediterráneos —del antiguo Egipto, hebreos, grecolatinos, árabes o cristianomedievales, renacentistas— a los que el poeta del Caribe da voz con naturalidad porque también son suyos, tanto como Cereté y su propia familia. Pero también del lejano oriente, porque el poeta Li-Po ahogándose “en busca de la luna en el agua del río Amarillo”42 anticipa el delirio de Raúl persiguiendo el resplandor de un vehículo que lo atropellará, años después, en Cartagena de Indias. El titulado “Homero” exalta el amor entre Aquiles y Patroclo tras la muerte de éste y describe con tal emoción los preparativos funerarios que debe interrumpirse: A Homero le gustaría narrar otros dolorosos detalles que ha mezclado con su profunda amargura pero sabe que tantos jóvenes griegos llorarían al oírlo y tiene piedad de ellos y los omite43

El lector se percata en este punto de que quien estaba narrando era Homero. Jattin es Homero. Homero ha encarnado en él. Jattin es muy griego. Lo ha sido antes, en su paganismo religioso y su libertad sexual, en el tono lúcido, incluso en algunas referencias, no sólo a Cavafis, sino al banquete de Tiestes en aquel “Elogio de los alucinógenos”44, o a Cupido o a Príapo, pero sobre todo por la elegancia con que cuenta lo terrible. Una elegancia que acrecienta su trágico efectismo en Hijos del tiempo, al

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Raúl Gómez Jattin, Hijos del tiempo, Cartagena de Indias, Ediciones el Catalejo, 1989. Lo citamos abreviadamente en lo sucesivo por esta edición, con la abreviatura HT. 41 HT, p. 9. 42 HT, p. 39. 43 HT, p. 19. 44 CT, p. 92.

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describir escenas de sangrienta crueldad. ¡Pero cuánto hay además de las mujeres que le aterrorizaron su infancia en “Medea”45 o “Clitemnestra”46! Mas también es Li-Po o Scherezada, y “está enamorada del asesino que la obliga / noche tras noche a exprimir su memoria”, porque “el artista tiene siempre un mortal enemigo / que lo extenúa en su trabajo interminable / y que cada noche lo perdona y lo ama: él mismo”47. O Andrea Mantegna, cuando sólo puede “terminar el cuadro / y llevarlo al ventero de la esquina cercana / a cambiarlo por frutas panes y jamones” 48. Y se siente el Rey Moro, pues “todo se esfumó como un espejismo en medio del Sahara”49. Y Godofredo de Bouillon al descubrir la ausencia del Cristo amado, pero también Monctezuma o el Cacique Zenú, que serán arrasados en nombre de “ese Cristo muerto y amenazante e incomprensible”50. Planea sobre el volumen la sombra de Borges. Y con Borges, Kafka. A éste consagra el penúltimo poema del libro, donde hay también una explícita alusión al holocausto, pues a los hermanos de sangre del genio de Praga les esperaban “Dachau Auswichtz Treblinka Buchenwald con los hornos /con las hambres festejadas por los verdugos nazis”. Al cabo, la “víctima inerme que Franz —el tierno Franz— / fue en su vida y en sus narraciones geniales” será también Raúl, ya que ambos describirían límpidamente sus pesadillas y ambos también “serán la muerte desolada de tantos incontables”51. El poema que clausura esta galería de sombras, que han ido pareciendo en sucesión cronológica desde la cultura de ultratumba del antiguo Egipto hasta el horror exterminador del siglo XX, pasando por oriente, occidente y la América indígena, es “Lola Jattin”52, dedicado a la madre del poeta, que de este modo se universaliza como mito, al mismo tiempo que familiariza los otros mitos del libro. Como hemos visto en anteriores poemarios, la composición final vertebra y da pleno sentido al libro. Se trata de un poema impresionantemente conmovedor, que se abisma en el tiempo inabarcable, más allá del principio y final de la existencia del autor, quien vuelve a ser sujeto literario, primero, oculto en el vientre de la madre, luego, en el fluir del tiempo, como hijo que es también suyo, para fundirse finalmente con su progenitora, siendo ya ambos un mismo recuerdo. No falta una alusión a la figura del padre, cuya muerte dejó un vacío insondable y un dolor perdurable que se manifiesta en otros textos de Raúl. La escena es contemplada desde distintos puntos de vista, desde dentro y desde fuera, objetivada pero formando a la vez parte de ella. En conjunto, un texto poseído de amor filial, donde se cifra el misterio de la existencia, que nos trae y nos lleva a través de lo que fue, de lo que es y de lo que será; con su pellizco final, induce a pensar en lo sobrenatural y en una visión profética que definitivamente se ha cumplido. Antes del principio. Más allá del final. En el punto exacto del poema, de su último verso: Más allá de la noche que titila en la infancia Más allá incluso de mi primer recuerdo 45

HT, pp. 17-18. HT, p. 23. 47 HT, p. 37. 48 HT, p. 41. 49 HT, p. 43. 50 HT, p. 49. 51 HT, p. 51. 52 HT, p. 53. 46

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Está Lola —mi madre— frente a un escaparate empolvándose el rostro y arreglándose el pelo Tiene ya treinta años de ser hermosa y fuerte y está enamorada de Joaquín Pablo —mi viejo— No sabe que su vientre me oculto para cuando necesite su fuerte vida la fuerza de la mía Más allá de estas lágrimas que corren en mi cara de su dolor inmenso como una puñalada está Lola —la muerta— aún vibrante y viva sentada en un balcón mirando los luceros cuando la brisa de la ciénaga le desarregla el pelo y ella se lo vuelve a peinar con algo de pereza y placer concertados Más allá de este instante que pasó y que no vuelve estoy oculto yo en el fluir de un tiempo que me lleva muy lejos y que ahora presiento Más allá de este verso que me mata en secreto está la vejez —la muerte— el tiempo inacabable cuando los dos recuerdos: el de mi madre y el mío sean sólo un recuerdo solo: este verso ¿Se puede añadir algo más después de este poema? En el libro figura precedido de una dedicatoria, “para Alejandro Obregón”, uno de los más grandes pintores colombianos (Barcelona, 1920 - Cartagena de Indias, 1992). Amigo de Raúl, le conocí personalmente cuando llegué a Cartagena de Indias en marzo de 1991, pero fue el maestro titerero Alberto Llerena quien me guió por el barrio de Getsemaní y me dejó en el hotel donde se alojaba Raúl, según me había indicado la investigadora suiza Christine Buendía —a quien había conocido poco antes en Bogotá y vuelto a ver en Medellín—, en la calle de la Media Luna. En otros artículos y en un poema he referido la imborrable impresión que me causó el poeta, que disfrutaba de su plenitud intelectual. ¡Qué sublime cortesía! ¡Cuánta aristocracia de espíritu! Simpatizamos desde un primer momento. Al saber que me encontraba solo y lejos de los míos, Jattin me ofreció su protección. La verdad es que yo era entonces casi un sardino —como dicen en Colombia—, pero me movía con seguridad por esas calles de mala reputación, a las que, si preguntaba a algún viandante, me aconsejaban no pasar. Raúl me dijo que no tenía nada que temer, que en Colombia no les hacían daño a los poetas. Así, prácticamente todos los días de las tres semanas largas que estuve en Cartagena, me acercaba a platicar con él. Mucha cosas me dijo —“Yo soy tres”, refiriéndose a sus amigos el poeta Iván Barboza y el narrador Fran Arroyo, que cuidaban de él—, de una lucidez enorme —sobre Colombia, la poesía, la política, los intelectuales, los poetas, el teatro, la libertad, las drogas, la pobreza y la riqueza, su interés por España, su amor a la música de Albéniz y a las canciones de Serrat, que sonaban de fondo en el casete: “Golpe a Golpe… Verso a verso…”—, pero lo que viene al caso es que Raúl Gómez Jattin consideraba que ya había escrito cuanto tenía que escribir. Daba su obra por concluida y podía dedicarse a lo que decía que más le gustaba: no hacer nada. Me firmó un ejemplar de Hijos del Tiempo y me facilitó fotocopias de sus poemarios anteriores —con anotaciones y tachaduras de su puño y letra—, ya

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que estaban agotados. “No sé para qué te entrego esto˝, apostilló. También me dio ocho poemas inéditos. Me ofreció su yerba y me regaló su hamaca. No obstante, Jattin continuaría vagabundeando por ciudades y clínicas. En 1995, publicó su Poesía: 1980-1989 (Bogotá, Editorial Norma), que recoge una amplia selección de su poesía entre esas fechas. Incluso llegaría a publicar aún un poemario más, Esplendor de la mariposa (Bogotá, Magisterio, 1995; 1ª ed. en Cartagena, 1993). Un puñado de brevísimos poemas de carácter testimonial, donde el poeta anuncia: “Vuelo hacia la muerte”53, con “una frágil esperanza de volar hacia Dios”54. Pero el descenso a los infiernos se ofrece imparable y pasó sus últimos años entre el delirio y la indigencia. El 22 de mayo de 1997 Raúl Gómez Jattin fue atropellado por un bus que se dio a la fuga. Quizá se trató de un accidente. Es posible que el abuso de drogas duras en que habría recaído constituyera ya una actitud suicida. Más allá de su maldita leyenda, la que fuera directora de la Casa de Poesía Silva, María Mercedes Carranza (Bogotá, 1945 - 2003), quería que se recordara a Raúl como “una persona muy tierna, muy emotiva, muy buena; de una pureza interior impresionante”55 y como un gran poeta. Así sea. Con carácter póstumo, ha aparecido El libro de la locura (Medellín, Editorial Lealon, 2000), una coedición del Taller de Poesía Siembra y la Casa de Poesía Silva. Para el poeta Iván Barboza, íntimo amigo de Raúl, “El libro de la locura es un balazo al centro de la esperanza, a la pupila de la fe, a la despectiva caridad. Trampas de brujos negros acechantes, augures de un mal quizás social acosan al poeta brujo en implacable punición, por los siglos de los siglos amén. Fantasmas de padre, madre, abuela, hermanos y demás habitantes de su ser, tiempo y lugar, pesadilla eterna”56. En efecto, se trata de un libro directo, atormentado, desgarrador, que recoge fragmentos del proceso de aniquilación de un alma, con los peores pronósticos cumplidos, donde Satán toma la palabra y Raúl le replica: “Nunca supe de ti De niño creí en Dios Nunca en ti / ¿Es verdad que me hablas o estoy loco?” Satán responde: “Ambas cosas Son dos verdades unánimes”57. Divina locura. También póstumamente, en 2006, la editorial Pre-Textos ha reeditado la mayor parte de la poesía de Gómez Jattin en Amanecer en el Valle del Sinú: Antología poética, con prólogo y selección de Carlos Monsiváis (México, 1938 2010). Aunque no incluye ningún texto anterior a Retratos, Monsiváis añade a la antología de 1995 poemas de Esplendor de la mariposa y El libro de la locura. El escritor mexicano considera a Raúl “un autor excepcional en la historia de la poesía latinoamericana”, vindica el carácter fundamental de su obra y encuentra sus textos “cada vez menos extraños y más arraigados en la sensualidad

53

Raúl Gómez Jattin, Esplendor de la mariposa, Bogotá, Magisterio, 1995, p. 13. Ibíd, p. 33. 55 Raúl Gómez Jattin, El libro de la locura, Medellín (Colombia), Laelón, 2000, contracubierta. La cita está tomada del cortometraje documental Raúl, Sol y Luna, dirigido por Haroldo Rodríguez Osorio en 1999. María Mercedes Carranza falleció, el 10 de julio de 2003, tras ingerir una dosis letal de antidepresivos. 56 Ibíd., p. 7. 57 Ibíd., p. 26. 54

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contemporánea”58. En todo caso, éstos constituyen el deslumbrante y lúcido legado de quien supo —como concluía aquel sobrecogedor autorretrato de la tercera y última parte del Tríptico cereteano— que “la poesía es la única compañera”59 y había que acostumbrarse a sus cuchillos.

58

Raúl Gómez Jattin, Amanecer en el Valle del Sinú: Antología poética, selección y prólogo de Carlos Monsiváis, Valencia, Pre-Textos, 2006, p. 23. 59 TC, p. 133.

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BIBLIOGRAFÍA FIORILLO, Heriberto, Arde Raúl: la terrible y asombrosa historia del poeta Raúl Gómez Jattin, Barranquilla, Ediciones La Cueva, 2004. GIL CANO, Mauricio, “Benditos poetas malditos de Colombia”, en Tierra de nadie. Revista literaria (Jerez de la Fra., Cádiz), nº 5, septiembre de 2002, cuadernillo central de 32 pp. _____, “Raúl Gómez Jattin: trece poemas”, en RevistAtlántica (Cádiz, Diputación Provincial), nº 18, 1998. GÓMEZ JATTIN, Raúl, Amanecer en el Valle del Sinú: Antología poética, selección y prólogo de Carlos Monsiváis, Madrid, Pre-Textos, 2006 (1ª ed. en México, Fondo de Cultura Económica, 2004). _____, El libro de la locura (Póstumo), Medellín (Colombia), Editorial Lealon, 2000. _____, Esplendor de la mariposa, Bogotá, Magisterio, 1995 (1ª ed. en Cartagena de Indias, 1993). _____, Hijos del tiempo, Cartagena de Indias, Ediciones El Catalejo, 1989. _____, Poemas, Cartagena de Indias, Ed. Juan Manuel Ponce, 1980. _____, Poesía: 1980-1989, Bogotá, Norma, 1995. _____, Tríptico Cereteano, Bogotá, Fundación Simón y Lola Guberek, 1988. GUINARD, Fernando, JOTAMARIO y CHAVES M., Álvaro, El espíritu erótico, Bogotá, Taller De-Mente Colombiano, 1990. ORY, José Antonio de, Ángeles clandestinos: una memoria oral de Raúl Gómez Jattin, Bogotá, Norma, 2004. _____, “Recuerdo de Raúl Gómez Jattin (1945-1997)”, RevistAtlántica, Cádiz, nº 18, 1998. ROMERO, Armando, El nadaísmo colombiano o la búsqueda de una vanguardia perdida, Bogotá, Tercer Mundo Editores, 1988.

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