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La educación de la perseverancia David Isaacs, "La educación en las virtudes humanas", Eunsa, Pamplona 1996
Una vez tomada una decisión, lleva a cabo las actividades necesarias para alcanzar lo decidido, aunque surjan dificultades internas o externos o pese a que disminuya la motivación personal a través del tiempo transcurrido.» Entre la gama amplia de virtudes humanas hay muchas que ya han perdido su sentido correcto en el hablar corriente. Sin embargo, la perseverancia seguramente es una de las que se siguen entendiendo bien. En todo caso, habría que hacer dos aclaraciones previas. La perseverancia no es compatible con la terquedad. Habiendo tornado una decisión, no se, trata de llevar a cabo las actividades necesarias para alcanzar lo decidido, si se da cuenta de que se ha equivocado en la decisión, objeto del esfuerzo, o en los mismos medios. Tampoco se trata de seguir adelante si surgen una serie de imponderables que hacen dictaminar al sentido común que no es prudente seguir. En segundo lugar, no se debe confundir la perseverancia con la rutina. No se trata de adoptar una conducta que se mantiene sin sentido, aunque se llegue a defender esa misma conducta buscando una falsa relación entre ella y algún fin digno. Lo que nos interesa especialmente en esta ocasión es estudiar lo que significa «alcanzar lo decidido» y buscar soluciones en torno a los problemas que pueden surgir, de tal forma que podamos educar a los hijos en esta virtud. Es una virtud que habrá que atender de un. modo especial después de la edad de la razón -más o menos los siete años- hasta la adolescencia, porque su desarrollo depende en gran parte de la capacidad de exigencia de los padres, aun cuando la orientación la motivación-, como siempre, es también importante. Al llegar a la adolescencia, los hijos normalmente no están dispuestos a recibir una exigencia en el hacer por parte de sus padres. En todo caso, aceptarán que les obliguen a pensar. Pensar sobre lo que se va a hacer es importante, pero hace falta un tesón particular para desarrollar lo decidido. En esto, ya lo hemos dicho, es difícil que influyan los padres en sus hijos adolescentes. Por otra parte, los padres podrán orientar a sus hijos cuan. do necesitan ayuda. Para que los hijos acudan a recibir ese apoyo, necesitan reconocer que sus padres realmente están en condiciones de ayudarles si quieren hacerlo. En este sentido, los padres tendrán que saber, -o saber orientar. hacia alguien que sepa-, sobre los intereses y proyectos de sus hijos y luego mostrar que quieren ayudarles, estando disponibles. Consideramos la virtud especialmente en la etapa 7-13 años, por tanto. El desarrollo de los hábitos Como en todas las virtudes nos encontramos con el doble vector en su desarrollo: la intensidad con la que se vive y la rectitud de los motivos para vivirla. La perseverancia se puede vivir, de acuerdo con la edad de la persona, en un sinfín de ocasiones. Basta pensar que la perseverancia hace falta para el desarrollo de
todas las otras virtudes. Muchas veces en la vida de los niños pequeños no existen motivos muy importantes para esforzarse durante mucho tiempo. Es lógico que, cuando se cansan, dejen de realizar la actividad en cuestión para pasar a otro asunto. Y es lógico porque los niños no suelen ver a lo lejos ni planearse problemas más que a fecha inmediata. Por eso el motivo principal que tendrán para ser perseverantes a su nivel es la exigencia de sus padres. Es evidente que antes de los siete años los padres, mediante la exigencia prudente, es decir, exigiendo mucho en pocas cosas, pueden conseguir que sus niños desarrollen unos hábitos en relación con la perseverancia. Me refiero, por ejemplo, a que los niños terminen los juegos que comienzan, a que cumplan con sus promesas (con tal de que la promesa haya sido razonable), a que acaben la comida, a que realicen sus tareas bien, a que cumplan con unos encargos regularmente. En total, a que adquieran unos cuantos hábitos con esfuerzo; estos hábitos pueden estar relacionados con cualquiera de las virtudes. De momento, no tendrán mucho sentido para los. hijos., pero, luego, los padres se preocuparán de su orientación. Para que estos hábitos lleguen a tener sentido los hijos deberían reconocer la conveniencia y la utilidad de lo que están haciendo. Por eso, sería absurdo pedir a un hijo que se esforzara sin decirle por qué debería esforzarse. De acuerdo con la importancia y la dificultad de lo propuesto, hará falta menor o mayor interiorización de su significado, y menor o mayor empeño, ayuda y orientación. Vamos a considerar algunas dificultades que se plantean en perseverar en el esfuerzo, con el fin de sacar consecuencias para la educación de los hijos. La prolongación en el tiempo Estrictamente la virtud de la perseverancia se refiere a la superación de las dificultades que provienen de la prolongación del esfuerzo en el tiempo, mientras que la constancia se refiere a la superación de todas , las demás dificultades. Sin embargo, aquí vamos a referirnos a la superación de cualquier dificultad, sea o no de orden temporal. El hecho de que nuestro proyecto abarque mucho tiempo es una dificultad real en todas las etapas de la vida, especialmente cuando se refiere a alguna actividad que no se puede dejar a intervalos para volver a comenzar con mayor empeño. Tal es el caso de la perseverancia implícita en el desarrollo de la vida de fe. Precisamente porque el bien final llega únicamente a la hora de la muerte necesitarnos del don gratuito de la perseverancia, al que debemos disponernos con la correspondencia cotidiana a la gracia que da «el querer y el obrar» (Phil. 2. 13), facilitando y haciendo gustoso el cumplimiento del deber. De todas formas, el ser humano tiene que poner algo de su parte y, en cuanto desarrolle una virtud a nivel humano, estará en mejores condiciones para desarrollar su vida de fe. Si el objetivo, ya refiriéndonos a logros en la vida de relación humana, está distante y, además, poco claro, no sólo influirá negativamente sobre nuestro esfuerzo la distancia sino también la falta de claridad. La falta de claridad supone principalmente que no es posible relacionar de un modo directo lo que estamos haciendo ahora con lo que perseguimos. No existe más que una impresión general de que pueda haber una relación. Además, si no existe experiencia personal será todavía más difícil, Es decir, los padres podemos saber que si se cumple con una
serie de actividades es normal que se llegue a un fin marcado. Y luego creer que la propia experiencia es suficiente para que los hijos se esfuercen con empeño en el desarrollo de estas mismas actividades. La primera vez que alguien, un adulto o un niño, tiene que esforzarse en función de un objetivo, tendrá que preocuparse por tener muy claro el objetivo para poder relacionar con él las actividades idóneas. También es posible dividir un «objetivo a largo plazo», si hablamos en términos empresariales, en distintos pasos, uno apoyado en el otro. De este modo, cortamos la distancia en «hitos» y existe una mayor proximidad entre la actuación. presente y el fin, aunque sea un fin parcial. En tercer lugar, conviene reconocer que en cualquier actividad en función de algún objetivo deseado existe un primer momento de entusiasmo cuando la persona se. ilusiona con el fin propuesto. Este momento durará más o menos según las circunstancias. A continuación vendrá el cansancio y la desazón, cuando parece que no hay adelanto, que todo va mal, que no hay más que dificultades. El tercer momento es hacia el final cuando se vuelve a ver con nitidez el objetivo, ya alcanzable, y vuelve el entusiasmo inicial ya más maduro por incluir la satisfacción del esfuerzo que ha supuesto. Después de estas reflexiones será posible ver algunas consecuencias en relación con la actuación de los padres. Para un niño pequeño hará falta orientarle hacia objetivos que no supongan una distancia muy grande en el tiempo. Basta pensar en la ineficacia de una motivación del estilo «si sacas buenas notas te llevaremos a la playa durante las vacaciones», al principio del curso escolar, para notar esto. En este sentido, sería más adecuado, para conseguir una mejora en los estudios de un hijo, proponerle que mejorase en una asignatura en la próxima evaluación y luego ayudarle a poner los medios para alcanzar la mejora, mostrando un interés especial en saber lo que le ha enseñado el profesor respecto a esta materia; hablar con el profesor para saber cuáles son las dificultades específicas del hijo y para saber lo que espera de él; preguntarle si ha entendido bien las tareas encomendadas para realizar en casa, etc Sin embargo, puede haber otra dificultad para los padres. Se trata de no saber qué objetivos pueden proponerse respecto a sus hijos. Ya hemos mencionado que los padres pueden exigir a sus hijos que terminen lo que comienzan, etc., pero esto es aprovechar las situaciones, normalmente de un modo que no supone un esfuerzo de mucha duración. Sugerimos algunas posibilidades. 1) Podemos centrar la atención de los hijos principalmente, en el objetivo, o en la tarea o en la persona, sin olvidarnos de otros aspectos. 1.1) Proponer al hijo que intente desarrollar algún aspecto de alguna virtud concreta durante un período de tiempo, un mes, por ejemplo. 1.2) Centrar la atención del hijo en el cumplimiento de algún encargo, indicando claramente lo que se espera de él al final del proceso. 1.3) Centrar la atención del hijo en alguna persona, de tal modo que haga algo concreto para ayudarle y, otra vez, sugerir posibles resultados finales.
2) No sólo se trata de aclarar el objetivo que se persigue, sino también de relacionar las actividades que deberán realizar con ese objetivo. Así si el objetivo es mejorar el orden, por ejemplo, habrá que explicar que esto significa ordenar su cuarto antes de apostarse; llegar puntualmente a las comidas; levantarse a una hora dada, etc. 3) En lo posible, encontrar algún objetivo, por lo menos en las primeras ocasiones, que realmente sea interesante para el hijo. Y, luego, estar muy pendiente para «echar una mano» cuando desaparece la motivación de la situación inicial, Ya hemos hablado de distintos tipos de motivaciones en otra ocasión, pero seguramente el interés que muestran sus padres en que siga, apoyado por unas sugerencias prácticas puede ser lo más útil. 4) Por último, se trata de asegurarse que el hijo es capaz de llevar a cabo las actividades que supone el alcanzar el objetivo propuesto, y en caso de que no sepa, enseñarle a cumplir o modificar el objetivo. Por eso, volvemos a decirlo, es fundamental que estos objetivos estén relacionados con las capacidades y cualidades del hijo. Otras dificultades El vicio principal que se opone a las virtudes de la perseverancia y de la constancia, aparte de la terquedad, es la inconstancia. La inconstancia está causada por los motivos relacionados con la duración en el tiempo pero también, y de una manera fundamental, por la necesidad de abstenerse de otras actividades, quizá más divertidas, para poder realizar lo decidido. Esta falta de constancia se nota especialmente en las personas que abandonan el proyecto ante las primeras dificultades y también en las personas que cambian de actividad rápidamente, atraída por el mismo cambio. A veces llegan, incluso, a justificar estos cambios diciendo que lo último es más valioso, más interesante, etc., que lo que estaban haciendo antes. Para superar estas dificultades habrá que desarrollar un cierto sentido de orgullo en el hijo por una parte, y también encontrar el modo de que llegue a vivir -a sentir-, la importancia de lo que se ha propuesto. Sí no existe este orgullo que supone tener que seguir adelante para no traicionarse a sí mismo, es posible que acabe buscando excusas. Y siempre las hay. Lo grave es que estas excusas no sólo sirven para «engañar» a sus padres, sino también para engañarse a sí mismo. Presentar estos objetivos de mejora como un reto puede ser útil también, especialmente si sus padres intentan mejorar a la vez en algo parecido. Llegar a vivir lo que se persigue significa que el interesado lo tiene en cuenta continuamente, y solamente así será capaz de superar sus debilidades, su inconstancia, cuando surjan otras cosas interesantes o divertidas. De todas formas, no se trata de hacer pesar demasiado cualquier fallo sobre la conciencia del hijo. Si falla vendrá bien decírselo, aclarar el porqué, y animarle a continuar otra vez. Pero no sólo son estos otros intereses los que dificultan el proceso, sino también los obstáculos que encuentra en el camino, y que son objetivamente obstáculos. La solución principal para este problema es la de prever los obstáculos en todo lo
posible. Si no estamos preparados para enfrentarnos con estos problemas, es posible que el hecho nos sobrevenga y cree una sensación de miedo para continuar o, por no estar preparado, se busca cualquier solución que puede, en sí, hacernos perder el camino emprendido. En términos concretos, los padres pueden enseñar a sus hijos a prever los obstáculos que puede haber, sugiriendo algunos y preguntándoles para que discurran ellos también. Si ya se conoce el enemigo es más fácil prepararse para vencerle. Así los obstáculos no serán más que obstáculos, en lugar de una barrera final que deja al hijo parado y desmoronado. Por último, existe la dificultad implícita en intentar mejorar en demasiadas cosas a la vez. Ya hemos mencionado que el objetivo tiene que ser realista -alcanzable con esfuerzo- y no servirá s¡ no es más que un sueño. Sin embargo, la persona tampoco puede luchar seriamente en muchos sitios a la vez; una serie de escaramuzas quizá, pero no lo suficiente para avanzar y establecer permanentemente esta mejora. Será mucho más útil que un hijo se esfuerce mucho en pocas cosas que poco en muchas, aunque lo primero, de algún modo, supone mayor paciencia, mayor aguante por parte de los padres. Y eso, porque no se trata de distraerle de lo que está haciendo. Hemos dicho que el hijo puede llegar a gastar sus energías difusamente, sin eficacia, pero a la vez los padres pueden hacer lo mismo. Y cuando lo hacen los padres no sólo no consiguen una mejora ellos mismos sino que estarán perjudicando las posibilidades de mejora de sus hijos. Para superar los obstáculos y para remediar cualquier desvío en su camino el hijo necesita pedir orientación, y esta orientación es necesaria para el correcto desarrollo de la perseverancia. Ayudas necesarias e innecesarias Para ser perseverante en la mayoría -de las ocasiones hace falta contar con alguna ayuda en el proceso. Y si se suma a la perseverancia la necesidad de la prudencia es evidente que habrá que consultar a otras personas. Normalmente los niños pequeños necesitarán bastante orientación de sus padres pero dentro de la ley «toda ayuda innecesaria es una limitación para el que la recibe» podemos establecer tres niveles para orientarnos como padres: 1) Decir lo que hay que hacer. 2) Aclarar la situación para que el hijo saque sus propias conclusiones. 3) No aceptar la invitación de orientar. No se debe orientar si se cree que el hijo está pidiendo la ayuda por pereza o por comodidad. En cambio, si se nota que realmente necesita atención, es más válido intentar aclararle la situación. Si, aún así, no reconoce las posibilidades que tiene para superar el obstáculo, se tratará de decir lo que hay que hacer. Con los niños pequeños es. lógica que habrá que ayudar más en este sentido, pero luego, a medida que van aumentando en experiencia, habrá . que dejarles hacer con menos apoyo.
Pero existen dos vertientes del problema porque, .no sólo se trata de prestar la atención adecuada a los hijos sino también a enseñar a los hijos a pedir la atención adecuada a la persona idónea. Un hijo que pretende mejorar en sus estudios deberá saber que se trata de consultar con su profesor, no con su padre, cuando tiene dificultades técnicas. Un hijo que tiene unos obstáculos referente a alguna cuestión moral deberá acudir a su director espiritual, no a su amigo, etc. Es una misión importante de los padres, enseñar a sus hijos a distinguir cuáles son las ayudas y cuáles son las personas idóneas. Puede que aprendan a buscar ayudas con -tanta eficacia que no se esfuercen personalmente y no desarrollen la virtud de la perseverancia. Hay cosas en la vida que pueden ser logradas por cualquier persona y en éstas no se trata de centrar el esfuerzo personal. Si se trata de desarrollar mis capacidades al máximo para servir a los demás lo mejor que pueda, tendré que fijarme objetivos de mejora que sólo puedo realizar yo. En este sentido, hay un objetivo totalmente personal e intransferible. Me refiero a dar gloria a Dios. La perseverancia és tan importante respecto a la vida de fe personal que quizá convendría hacer unas observaciones en torno al tema antes de terminar. La perseverancia en el desarrollo de la vida cristiana Como hemos dicho anteriormente, existen dos dificultades respecto a la perseverancia en el desarrollo de la vida cristiana. En primer término, el objetivo nunca se logra aquí, pues dirá toda la vida. Nunca se puede decir: «Ya está bien, voy a esforzarme en otra cosa». En segundo lugar, existe un sinfín de tentaciones que objetivamente me apartan del camino previsto. Sin embargo, el fin es enormemente claro - la santificación personal y la santificación de los demás- y contamos con ayudas abundantes. Por eso creo que podemos centrar el tema en los problemas derivados de no aprovechar estás ayudas y de no querer y de no saber apartarse de los placeres transitorias en favor de una finalidad marcada por el mismo Dios. Hemos dicho que hay ayudas abundantes, pero para aprovecharlas hace falta siempre la iniciativa del hombre. Si no fuera así, no seríamos libres. Así que podemos acudir a los sacramentos para aumentar la gracia, podemos recibir una dirección espiritual, podemos profundizar en las verdades de la fe mediante el estudio, y sobre todo, podemos pedir ayuda a Dios incesantemente. No sólo se trata de hacemos fuertes como personas en relación con Dios sino también dentro de las circunstancias en que vivimos. «En los países en los que una determinada religión, al paso del tiempo, llega a hacerse mayoritaria, al no plantearse dificultades a cada paso, hay el serio peligro de aburguesamiento espiritual, con sus secuelas de falta de profundidad en las creencias y de caer en un mero ritualismo practicón de casi nulo contenido. En este tipo de países, cuando se produce una verdadera convulsión, como la actual, se producen como consecuencia verdaderos estragos en el orden religioso y moral. La falta de raíces conduce a unos planteamientos a fondo de las creencias de siempre, estimándoles fuera de lugar en un mundo en evolución, que va exigiendo actualizar los principios en los que hasta entonces se basaron la fe y las costumbres.»
Por eso se trata de prever las dificultades que encontraremos en el camino y aceptarlos de antemano. Las molestias que encuentra el cristiano son muchas y le pueden apartar fácilmente de su propósito. El esfuerzo continuo supone un gran autodominio, y siempre la persona debe reconocer el valor de aceptar positivamente las propias limitaciones y saber rectificar, volver a comenzar. Las molestias y los obstáculos que se encuentran en su vida cristiana pueden considerarse desde un punto de vista optimista o pesimista. El pesimista acabará triste y solamente seguirá de un modo mecánico, frío y rígido. El optimista abrazará estos obstáculos con generosidad, sabrá - aguantar, acometer, sabrá utilizar estos obstáculos como medios para fortalecer su fe. Lo hará con la gracia de Dios; lo hará con alegría. Los niños pequeños tendrán que luchar para superarse personalmente en sus relaciones con Dios. No se trata de facilitar las cosas demasiado. Otra vez debemos cuidar de no aportar ayuda innecesaria. Si los hijos en el desarrollo de la virtud de la perseverancia que, a la vez, apoya todas las virtudes, llegan a cumplir por amor a Dios ya cuentan con el motivo más elevado de todos. La virtud ya tiene un sentido pleno y los hijos estarán en condiciones de recibir esa gracia especial de Dios que necesitan para desarrollar con eficacia cualquiera de las virtudes humanas.