La era de la fábrica

1. Progreso. Cambio, crecimiento, desarrollo y crisis. ¿El triunfo del capitalismo? 1.2. El capitalismo industrial. 1. Conceptos. - “Take off” - Fisi
Author:  Jesús Godoy Peña

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1. Progreso. Cambio, crecimiento, desarrollo y crisis. ¿El triunfo del capitalismo? 1.2. El capitalismo industrial.

1. Conceptos. - “Take off” - Fisiocracia/Mercantilismo. - Centro/periferia (económicos) - “First comers”/”Late comers”. - Mercado nacional. - Sociedades por acciones. - cártel, trust, monopolio. - Crisis de sobreproducción. - Librecambismo/proteccionismo. - Crecimiento/estancamiento. - Inflación/deflación.

2. Acontecimientos, personajes, fechas, ... - Máquina de vapor: Thomas Newcomen, James Watt. - Pudelaje / Convertidor de Bessemer. - Motor de explosión. - Adam Smith, David Ricardo, John Stuart Mill, James Fergusson.

Adolph Menzel: The Iron Rolling Mill (1872-1875)

1.2.2. La era de la fábrica.

1. Inglaterra, centro y modelo del desarrollo industrial y los nuevos países industrializados. En las primeras décadas del siglo XIX, Inglaterra pasó de la era de las manufacturas a la de las fábricas. El largo proceso protoiindustrial desembocó en la generalización de factorías y fábricas por distintas áreas del país, que fueron concentrándose en las nuevas ciudades industriales, mostrando el triunfo del proceso mecanizador centrado en la utilización de la máquina de vapor. Su carácter pionero en este desarrollo económico y técnico iba a dotar a Inglaterra de una total hegemonia en el campo industrial y comercial hasta el último cuarto del siglo XIX, cuando otros países como Alemania o Estados Unidos vengan a competir con el que fue considerado el “Taller del mundo”. Aunque Inglaterra mantuvo su preeminencia en el sector textil, con hilaturas y tejidos de calidad y precios imposibles de alcanzar por la competencia, con un alto volumen de producción y exportación, la sidero-metalurgia fue colocándose en el centro de su actividad industrial, convirtiéndose en el nuevo sector pautador. Y es que desde la década de los treinta el ferrocarril vendría a situarse en el principal foco de la inversión y de la producción, conduciendo la actividad industrial hacia la fabricación de hierros (se generalizó el pudelaje en la producción de este mineral) y a una mayor producción de carbón. Este tránsito hacia una industria pesada, que requería de mayores inversiones y que provocó la evolución del sector bancario y financiero y de las organizaciones empresariales (sobre todo las sociedades anónimas), iba a acelerar, gracias a la nueva red ferroviaria, la integracion del mercado nacional. Y ello en un país fácilmente comunicable, de escasas dimensiones y en el que las distancias desde el litoral al interior no son largas, lo que sin duda limitaba el alcance e importancia de su construcción. De cualquier modo, el paso hacia este tipo de industria madura consolidó el papel de Inglaterra en el escenario económico internacional, sirviendo de modelo y referencia para el resto de las potencias occidentales que aspiraban a vivir un desarrollo como el británico. El propio ámbito comercial, a través de la competencia, se convirtió en un eficaz catalizador para el crecimiento económico de los países europeos, que se veían obligados a incrementar sus niveles de productividad para evitar sus déficits comerciales con Inglaterra. Para ello tuvieron que importar la tecnología británica y aun los capitales ingleses, que resultaron esenciales para la puesta en marcha de la industria fabril en otras áreas de Europa como Francia, Bélgica, o el oeste de Alemania, además del norte de los Estados Unidos, inaugurando una nueva etapa que bien podríamos calificar de capitalismo global, interrelacionando las economías de las potencias más avanzadas del mundo occidental (“First comers”). De este modo, la industrialización de otras regiones europeas resultó de forma inducida, a un ritmo más acelerado de cómo se había producido en Inglaterra, saltándose las etapas iniciales e incorporándose directamente al momento definido por la industria fabril, el predominio de la industria pesada y la construcción del ferrocarril. En cuanto al resto de las regiones europeas, que se vieron igualmente afectadas por esta fase globalizadora del capitalismo industrial, iban pronto a colocarse en una posición de dependencia ante las economias más avanzadas (“Late comers”), creándose nuevas relaciones de dependencia entre el centro más próspero e industrial y las periferias, estableciéndose una progresiva especialización económica que iba a profundizar las diferencias en cuanto al crecimiento y el desarrollo. Queda claro que España ocupó su papel dentro de los “Late comers”, a excepción de esos núcleos industriales que fueron estableciéndose en Cataluña, en torno a una prematura industria textil que pronto inició su mecanización, y, más tardíamente, en el País Vasco, centrado en la industria siderometalúrgica. A estos dos focos excepcionales, se sumaron las cuencas mineras del carbón, especialmente de Asturias y el norte de León, y otros puntos esparcidos por Castilla la Mancha y Andalucía, focalizados en la extracción y transformación de sus recursos mineros. Todos estos procesos industriales que tuvieron lugar en Europa, si bien vivieron el efecto catalizador de la industria británica, no siguieron en absoluto el modelo inglés, es decir, que cada país o región siguió su propia vía hacia su desarrollo industrial, con fechas, ritmos y procesos singulares. Es importante tenerlo en cuenta, porque durante mucho tiempo se subrayó la idea de que toda industrialización debía responder al paradigma de Inglaterra, tratando de describir el modo por el que los países industriales habían imitado o aplicado el proceso de despegue (“take off”) que les había llevado, a semejanza del modelo inglés, a su particular revolución industrial. Desde hace ya décadas, los historiadores y economistas han renunciado a esta concepción modélica o paradigmática de la industrialización británica, resaltando las especificidades de cada una de las vías operadas hacia el desarrollo industrial, no sólo a nivel nacional o estatal, sino tomando en consideración los procesos de crecimiento económico a escala regional y local.

El estudio y la investigación sobre los factores determinantes de las primeras etapas del desarrollo industrial europeo, tienen como referente intelectual la hipótesis del "atraso relativo" desarrollada por Alexander Gerschenkron. Esta hipótesis se basa en la existencia de un conjunto de características fundamentales comunes a los "empujes" (spurs) de industrialización para un número importante de países. Todas ellas estaban relacionadas con su grado de atraso relativo, en relación al país o a los países ya industrializados [especialmente Inglaterra], al comienzo de esos "empujes". Esas características, al evolucionar, lo van a hacer trazando una tendencia de cambio que las llevaba a parecerse cada vez más a las de los países más avanzados, siempre en la medida que un país iba reduciendo el grado de su atraso relativo. En realidad, su hipótesis tiene en cuenta dos premisas relacionadas entre sí: las ventajas del atraso, y la sustituibilidad de los requisitos. La primera, se relaciona con la capacidad de acceso o generación de innovaciones científicas, técnicas e institucionales gestadas en los países más avanzados. A ellas hay que unir al mismo tiempo los posibles mercados y la fuente potencial de capital de inversión presente en esos países avanzados. Es en este punto donde comenzaría a operar la segunda premisa, es decir, la sustituibilidad de los requisitos. De este modo, puesto que el país atrasado no ha desarrollado los avances de los países que se encuentran a la cabeza, debido en parte a la carencia de alguno de los requisitos necesarios para alcanzar la industrialización, éste, si quiere lograrlos, debe suplirlos, encontrando los sustitutivos adecuados a los factores originales. En suma, Gerschenkron, trata de identificar los mecanismos que permiten a los distintos países iniciar el proceso de desarrollo, a pesar de encontrarse situados en una situación que permite identificarlos como "atrasados". Inicia su estudio discutiendo el concepto de atraso relativo, con el cual sitúa a los diversos países europeos a una distancia de Gran Bretaña -el país líder- proporcional a la importancia y a la cantidad de condiciones (prerrequisitos) para el desarrollo que se daban allí y faltaban en otros países. Por tanto, el país más "próximo" a Gran Bretaña posee una mayor probabilidad de poder imitarla sin retrasos y sin variantes de importancia. A medida que se aleja de estas condiciones de referencia, más difícil resulta la imitación y es cada vez más probable el retraso, lo que provoca como consecuencia un agravamiento de la posición del atrasado, en cuanto que la diferencia aumenta de forma progresiva. Sin embargo, Gerschenkron encuentra una posibilidad de recuperación por parte de aquellos países que se hallan en condiciones de activar/actores sustitutivos de aquellos prerrequisitos originales que faltasen; capaces de desarrollar el mismo papel que los prerrequisitos ingleses, aunque actuando de modo diferente. Es en este punto donde se sitúa la diferencia en los procesos de imitación en el continente europeo del modelo inglés. Aunque no todos los países encontraran los mejores actores sustitutivos para iniciar su desarrollo, en el caso de que lograran impulsar el desarrollo, su despegue podía ser más rápido que el del líder, debido a las ventajas del atraso. Las “ventajas del atraso” proceden de la experiencia acumulada por los países pioneros, cuyos imitadores no necesitan repetir el proceso, más bien adaptarlo a sus características, lo que conlleva un aumento de productividad (big spur) superior al del líder, obligado a recorrer y construir las condiciones del proceso. En base a estos postulados, cualquier país podría no sólo despegar, sino alcanzar e incluso superar al líder en el caso de que las tasas de crecimiento favorables a los más atrasados se mantuvieran durante un período temporal suficiente. El resultado de este enganche condujo a la búsqueda de condiciones que podrían ser objeto de generalización y deberían estar presentes para acometer el despegue, para tratar de "alcanzar" a los más desarrollados. (Juan Luis Rubio, “Desarrollo económico y educación”, 2006). 1. ¿Cuáles son las regiones europeas que formarían ese grupo privilegiado de “First comers” o el gran centro industrial? ¿Cuáles la periferia o grupo de “Late comers”? ¿Cuál era la posición de España?

2. Desde un punto de vista económico y comercial, ¿que suponía formar parte del centro o de la periferia? ¿Cómo condicionaba sus relaciones comerciales? ¿Qué implicaba para e futuro desarrollo de los países periféricos? En definitiva, ¿que venía a significar esa relación de dependencia?

3. ¿Qué significa el concepto de “atraso relativo”? ¿De qué depende el que haya un mayor o menor atraso relativo? ¿Cómo puede un país o región superar ese “atraso”?

4. ¿Qué significa el concepto “sustitución de los requisitos? ¿Cuáles fueron esos “requisitos” que se dieron en Inglaterra para el desarrollo de su industrialización?

5. ¿De qué forma pueden sustituirse esos “requisitos”? ¿Cuáles han sido los principales procedimientos de sustitución a los que han recurrido distintas regiones en Europa, que han provocado las diferencias en sus vías hacia el crecimiento economico?

6. ¿En qué consisten las “ventajas del atraso”?

1. ¿Desde cuándo Gran Bretaña fue perdiendo su papel de potencia hegomónica industrial a nivel mundial? ¿Qué otros países pasaron a competir con Inglaterra? ¿Cuáles fueron las actividades industriales que pasaron a protagonizar esta fase del crecimiento económico?

2. Busca información acerca del desarrollo industrial de Alemania, Estados Unidos y Japón.

3. Desde comienzos del siglo XX el desarrollo industrial se plantea sobre nuevas bases y fundamentos, lo que ha dado en conocerse, inapropiadamente, como “segunda revolución industrial”. Busca información relativa a los cambios que experimentó la industria mundial a partir de esas fechas.

2. El nacimiento de la globalización: las políticas económicas y las crisis del capitalismo industrial. El desarrollo industrial tuvo como principal cobertura teórica e ideológica al liberalismo económico, que vino a sustituir a las doctrinas fisiócratas y mercantilistas que se habían impuesto a lo largo del siglo XVIII. Fue a finales de ese siglo cuando los grandes padres de la economía política, la llamada escuela escocesa, y muy especialmente Adam Smith con su “Riqueza de las naciones”, elaboraron la base doctrinal de la corriente liberal. El interés de la nueva burguesía industrial británica llevó a la aplicación, por parte del estado inglés, de estos principios económicos, haciendo del liberalismo todo un programa de política económica, consistente en eliminar toda traba u obstáculo a la libre iniciativa empresarial y comercial. Un planteamiento necesario para remover los límites y restricciones propios de economías y sociedades feudales, que reducían la capacidad de acción y movimientos, imprescindible para la dinámica y actividad de la nueva burguesía de negocios que se fue desarrollando en Inglaterra y el resto de países de Europa. Estos principios quedaron consignados en el lema “Laissez faire, laissez passer”, que viene a significar algo así como “dejar hacer, dejar pasar”, expresión de esa libertad plena para la producción y el comercio de mercancías. Por otra parte, el liberalismo económico consideró que la base de la prpsperidad y desarrollo de las naciones ya no residía ni en la riqueza agrícola de sus territorios ni en la acumulación de oro obtenida gracias al comercio, por medio de balanzas comerciales positivas, sino en el valor añadido generado por el trabajo y la iniciativa empresarial. Esto implicaba la necesidad de mantener unos salarios bajos, al objeto de conseguir mercancías competitivas y de obtener los márgenes de beneficio adecuados, dado que la fuerza de trabajo suponía el principal coste productivo, concepción de la que partiría el concepto de “plusvalía” que poco tiempo después vendría a acuñar Karl Marx. Por otra parte, la productividad industrial fue ligada principalmente a la división funcional del trabajo y a la especialización de los trabajadores, condición paralela a la progresiva mecanización de la producción y a la inversión de capital, imprescincible para la modernización de la economía. El liberalismo creyó en la auto-regulación de la nueva economía capitalista, entendiendo que el mercado actuaba con sus propias leyes, siempre tendiendo al ajuste entre los factores de oferta y de demanda. De ahí que pretendiera la nula intervención del estado ni de ninguna otra institución u organismo en el funcionamiento de los mercados, a los que debía de dejarse en completa libertad de movimiento, considerando que el juego de intereses particulares, completamente legítimos, implicaba la oportuna satisfacción de todas las necesidades, sin precisar de mecanismos de corrección ni de reequilibrio por parte del estado. El libre desenvolvimiento de la iniciativa privada producía para bien propio y colectivo, por sí mismo, la riqueza de las naciones, consiguiendo solventar cualquier carencia o injusticia aparente gracias a la redistribución de esa prosperidad. Esta concepción libre de las relaciones de producción se aplicaba igual-

mente al comercio internacional, defendiendo el librecambio como única opción posible y descartando cualquier política proteccionista, que implicaba la alteración de las leyes del mercado y el perjuicio a la propia economía nacional. En síntesis, tanto la iniciativa privada como el mercado se convertían en elementos sagrados de la nueva realidad económica, que debían funcionar en plena libertad de acción y movimiento, sin la acción tutelar, reglamentaria ni protectora del estado, que debe limitarse a actuar en aquellas esferas que no resultan de interés a la actividad privada: el orden, la justicia y determinadas obras públicas. Los economistas clásicos ya detectaron la tendencia de la nueva economía al estancamiento, analizando las consecuencias positivas del crecimiento demográfico (salvo Malthus, que subrayó sobre todo las negativas, al considerar su ritmo de crecimiento superior al de recursos) en el incremento del consumo y, por tanto, de la producción, lo que suponía una etapa inicial, más o menos larga, de expansión y desarrollo. A esta etapa venía a seguirle otra de desaceleración, efecto de una mayor competencia por los mercados y por la reducción de inversiones rentables, lo que se unía a los efectos de la subida de los salarios y de los precios, lo que implicaba el descenso de los ritmos de crecimiento hasta llegar al estancamiento económico. Si bien es cierto que no acertaron a explicar ni a entender adecuadamente el porqué de las crisis de las economías capitalistas, sí al menos se percataron del fenómeno del estancamiento económico, aunque no llegaron a identificar que la clave estaba en las crisis cíclicas de sobreproducción, cuestión principal sobre la que incidiría el propio Marx. El exceso de oferta de las economías industriales iba a provocar, en el último cuarto del siglo XIX, un cambio trascendental en las políticas económicas de las potencias más avanzadas, en las que iban a primar las opciones proteccionistas sobre las librecambistas, al objeto de afianzar sus propios mercados interiores y evitar la competencia exterior. No obstante, al resultar su propio consumo interior insuficiente para su exceso de oferta o producción, y tener limitados los de los demás países occidentales, la única alternativa para acceder a nuevos mercados o encontrar nuevos destinos a la inversión la constituía el imperialismo, es decir, el disponer en exclusiva territorios coloniales más atrasados y sin industria en los que colocar los excesos de producción de las industrias existentes en las metrópolis. De ahí la carrera colonial que se produjo en los últimos decenios del siglo XIX y los conflictos y choques a los que dio lugar, que constituyen la antesala de la Ia I Guerra Mundial. Asimismo, tampoco los economistas clásicos prestaron atención a la capacidad de movilización de los trabajadores y a su capacidad de cuestionar el sistema económico, que podía provocar alteraciones importantes en ese mercado que pretendían ajeno a cualquier interferencia. Lo importante es que los economistas pronto se percataron de las contrariedades (los marxistas hablan de contradicciones) propias del capitalismo industrial, incidiendo en las etapas de expansión o crecimiento y crisis o estancamiento que, cíclicamente, experimenta el capitalismo en su desarrollo. La versión más completa de la dinámica cíclica del capitalismo, sin contar con la concepción que hizo Marx, fue la de Kondratieff, cuya visión de las crisis periódicas sigue teniendo hoy día cierta vigencia. Cualesquiera sean los sitios que entablan dicho comercio, todos ellos obtienen del mismo dos tipos de ventajas. El comercio exterior retira la parte excedente del producto de su tierra y su trabajo, para la que no existe demanda en el país, y trae de vuelta a cambio de ella otra cosa para la que sí hay demanda. (...). Así, la estrechez del mercado local no impide que la división del trabajo en ninguna rama de las artes o las manufacturas alcance el grado más alto de perfección. Al abrir un mercado más amplio para cualquier parte del producto de su trabajo que pueda exceder el consumo del país, lo estimula a mejorar sus capacidades productivas y a expandir su producto anual al máximo, y de esta manera a incrementar el ingreso y la riqueza reales de la sociedad. Adam Smith, “La riqueza de las naciones”, 1776. En un sistema de comercio absolutamente libre, cada país invertirá naturalmente su capital y su trabajo en empleos tales que sean lo más beneficioso para ambos. Esta persecución del provecho individual está admirablemente relacionada con el bienestar universal. Distribuye el trabajo en la forma más efectiva y económica posible al estimular la industria, recompensar el ingenio y por el más eficaz empleo de las actitudes peculiares con que lo ha dotado la naturaleza; al incrementar la masa general de la producción, difunde el beneficio general y une a la sociedad universal de las naciones en todo el mundo civilizado con un mismo lazo de interés e intercambio común a todas ellas. David Ricardo, “Principios de economia política y tributación”, 1817. 1. ¿Cuál es el valor del comercio para Adam Smith, por qué considera que es necesario para el desarrollo económico de un país?

2. ¿Qué tiene que ver el comercio libre y abierto en la “división del trabajo”? ¿Qué papel juega esa división funcional del trabajo en el desarrollo económico de un país? ¿Y la libre competencia?

3. ¿Cuáles son las virtudes del libre comercio para Ricardo?

4. Según las propuestas de los padres de la economía liberal, ¿cuál debe ser el papel del estado en la economía de un país?

5. ¿Qué papel juega en la economía, para el liberalismo clásico, el interés individual de empresarios e inversores? ¿Cuál es su posición con respecto a la clase trabajadora?

Cada mejora de los métodos de producción, cada concentración de la propiedad (...), parece reforzar la tendencia a la expansión imperialista. En la medida en que una nación tras otra entran en la era de las maquinarias y adoptan los métodos industriales más avanzados, es más difícil para sus empresarios, comerciantes y financieros colocar sus reservas económicas, y progresivamente se ven tentados a aprovechar sus gobiernos para conquistar con fines particulares países lejanos y subdesarrollados a través de la anexión y del protectorado (...). Este estado de la cuestión en la economía es la raíz del imperialismo. Si los consumidores de este país pudieran elevar tanto su nivel de consumo que fueran capaces de avanzar a la por que las fuerzas de producción, no habría ningún excedente de mercancías y capital capaz de exigir del imperialismo el descubrimiento de nuevos mercados (...). El imperialismo es el esfuerzo de los grandes dueños de la industria paro facilitar la salida de su excedente de riqueza, buscando vender o colocar en el extranjero las mercancías o los capitales que el mercado interior no puede absorber. No es el crecimiento industrial el que anhela la apertura de nuevos mercados y de nuevas regiones parca invertir, sino la deficiente distribución del poder adquisitivo la que impide la absorción de mercancías y capital dentro del país. El imperialismo es el fruto de esa falso política económica, y el remedio es la reforma social. John Hobson. El imperialismo. 1902.

1. ¿Cuál es para Hobson la causa o razón principal del imperialismo?

2. ¿En qué consiste la crisis de sobreproducción en el capitalismo industrial? ¿Qué otra solución es defendida por Hobson para paliar este tipo de crisis? ¿Qué implicaría? ¿Cuándo se llevó a cabo en el mundo occidental?

1. ¿Qué significa eso de “ciclos económicos” en el capitalismo? ¿Qué significan las fases de expansión y de crisis?

2. Qué acontecimientos vienen asociados a las coyunturas de crisis económica?

3. ¿Qué es lo que mueve al capitalismo a esa dinámica de expansión y crisis? ¿Qué es lo que conduce irremisiblemente a la crisis y qué es lo que permite una nueva recuperación y el inicio de una nueva fase de expansión?

3. La industrialización española: ¿fracaso, atraso, retraso? La valoración del desarrollo industrial español ha estado sujeta a opiniones y juicios bien distintos a lo largo de la historia, incluyendo a la historiografía de los últimos cuarenta años, que no se ha puesto de acuerdo a la hora de caracterizar la singular vía que siguió nuestra industria y modernización económica. No hay duda que la española es una verdadera “economía dual”, en donde ha convivido un amplia y extensa área agraria y atrasada junto a unos escasos focos industriales. Entre estos dos mundos se han cruzado, históricamente, acusaciones acerca de los motivos del atraso, cupando a los unos por su atraso, por la falta de un mercado para absorver sus productos industriales, y a los otros por no alcanzar la actividad industrial el grado de competitividad suficiente. Lo cierto es que ambas realidades tuvieron su lugar de encuentro en la política económica proteccionista que vendría a imponerse, que beneficiaba tanto a los intereses de los grandes terratenientes agrarios como a los de la burguesía industrial. La industrialización española ha mantenido una serie de desventajas relativas para su “despegue” industrial, que no acabó de vencer sino hasta el ecuador del siglo XX, en pleno desarrollismo franquista. No sólo el mantenimiento de una producción agraria de lento crecimiento, con una estructura de la propiedad esquiva a la reforma anhelada, lastraron el proceso, sino que muchas otras variables vinieron a sumarse en la relentización del crecimiento industrial. La falta de capitales que invertir en nuevas empresas industriales, que sólo pudieron encontrarse en los grandes financieros europeos, especialmente franceses y británicos, la dependencia de la tecnología extranjera, que hizo famosa y popular la acertada frase de Unamuno: “que inventen ellos”; la costosa extracción y baja calidad de nuestros recursos carboníferos, claves en las primeras fases de la industrialización; la desamortización de nuestro subsuelo y el aprovechamiento que hicieron de nuestros recursos minerales empresas extranjeras. La oportunidad perdida que supuso la construcción del ferrocarril, que no pudo aprovecharse para el desarrollo de una industria pesada propia, dependiente de los capitales e industriales franceses e ingleses. La lentitud en articular el mercado nacional español, que no fue capaz de generar un nivel de demanda que dinamizase nuestra industria, a lo que se añadieron los desastres coloniales y la pérdida de estos mercados alternativos, así como las políticas proteccionistas que encarecieron el consumo y no fomentaron la competencia y desarrollo de nuestros empresarios industriales, faltos y carentes de innovaciones, inversiones y patentes. En fin, son muchas las razones que nos ayudan a entender el porqué de ese atraso o retraso de la industrialización española, realidad que nos hizo mantener en la periferia europea, adoptando nuestro papel de país dependiente, lo que aún ahondaba más nuestro atraso relativo, y de potencia de segunda fila en el orden internacional. A pesar de los pesares, la historiografía española ha ido pasando del pesimismo a un progresivo optimismo. Lo que en los años setenta se consideraba el “fracaso de la revolución industrial” (Jordi Nadal), ha ido suavizándose, detectando los grandes cambios que han ido ocurriendo en los últimos dos siglos, subrayando el más o menos lento, pero irreversible, proceso modernizador que España ha experimentado. De este modo los historiadores han venido a sustituir lo del “fracaso” por los términos de “retraso” o “atraso”, quitando hierro al asunto y tratando de hacer del desarrollo y crecimiento español algo más o menos equiparable al de nuestros vecinos europeos. Sin duda que este cambio en el punto de vista ha sido paralelo y proporcional a la reducción de nuestro complejo de inferioridad.

El debate sobre las causas y las características del atraso económico español durante el siglo XIX ha sido uno de los temas estrella de la historiografía económica española de las últimas décadas. Retraso, fracaso, atraso aparecen como términos habitualmente utilizados para referirse al comportamiento de la economía española en el siglo XIX. Aunque éstos pudieran ser comúnmente entendidos o utilizados como sinónimos, lo cierto es que se refieren a percepciones del fenómeno español bastante distintas. No hay duda de que el tiempo en el que se vive influye en la impresión que se obtiene del análisis del pasado. Un ejemplo sería el de la comparación de la idea del “fracaso” nadaliano (por Jordi Nadal) con la que se destila del título de un libro publicado justo diez años después, “La modernización económica de España”, y que, aun tratando de manera genérica el mismo tema, aparece en un momento y en un entorno socio-político-económico radicalmente distinto al existente el año de la muerte del dictador. También es cierto que el propio uso del término “modernización” nos remitiría a una forma distinta de apreciar el devenir económico español en el largo siglo XIX; una que subrayaría que, aunque los ritmos de desarrollo fueron bastante menores que los de los llamados países líderes, se produjeron cambios lo bastante profundos como para transformar de manera notable la fisonomía y las características de la economía y sociedad españolas. Pero si nos centramos en los dos términos quizás más recurrentes en la historiografía, su propio significado nos muestra bien a las claras las diferencias de concepto que implica su uso. Atraso se definiría como la falta o insuficiencia de desarrollo en la civilización o en las costumbres. Fracaso, por su parte, aparecería definido como malogro, resultado adverso de una empresa o negocio. Tanto un concepto como el otro serían aplicables al caso español. En comparación con sus vecinos del norte, España es un país económicamente atrasado durante el siglo XIX pero, según Nadal, no se podría considerar a la España decimonónica como un país subdesarrollado, al estilo de la interpretación dualista de Sánchez Albornoz, desde el momento en el que “el caso español es menos el de un “late joiner” que el de un intento, abortado en gran parte, de figurar entre los “first comers”. Otros señalan que muchas de las transformaciones asociadas con el desarrollo industrial no fueron realmente completadas hasta la segunda mitad del siglo XX; incluso hay quien ha escrito que, en realidad, la industrialización es un fenómeno de ese tiempo. Sin embargo, la historiografía económica española ha sostenido que el arranque, fracasado o lento, se podría remontar incluso hasta finales del siglo XVIII. De cualquier manera, el español no dejaría de ser un desarrollo capitalista débil y dependiente en gran medida del exterior (tanto en forma de capitales como de importaciones), polarizado geográficamente, e incapaz de generar economías de escala. A pesar de los muchos obstáculos existentes, el capitalismo español logró crecer en el siglo XIX; pero fue incapaz de insertar a la economía española en la economía mundial de forma no dependiente, protegiendo un estrecho mercado interior lastrado por una población rural con bajos ingresos, y produciendo con técnicas importadas además de con una fuerte dependencia energética. Los sectores que se industrializaron apenas sí tuvieron efectos de arrastre sobre otros. El textil catalán se mecanizó importando maquinaria; el ferrocarril y la flota mercante se construyeron en el extranjero, y la siderurgia importaba carbón. Nos encontraríamos ante un crecimiento económico desvertebrado. Prados, por su parte, sostiene la existencia de un atraso claro con respecto a los patrones europeos, mientras que Comín habla de una convergencia tardía e incompleta. También se ha hablado de la existencia de un patrón latino de industrialización, en el que España, junto con Portugal e Italia, conformaría un modelo de industrialización característico y diferente del europeo noroccidental. Carreras, en cambio, sostiene la normalidad española dentro del marco europeo. Ernesto López-Losa, “El atraso económico español en el espejo europeo (1813-1914)” 1. ¿Qué diferencias hay entre los paradigmas historiográficos del “fracaso” y del “atraso” de la industrialización española? ¿Qué implicaciones y consecuencias se derivan de considerar una cosa u otra?

2. ¿Cuáles serían las razones o causas del fracaso o atraso de la industrialización española?

3. ¿Qué ha implicado la situación de dependencia de la economía española?

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