«La ética es el arte de vivir acertando. En el arte de vivir, el hombre es al mismo tiempo el artista y el objeto de su arte». E. Fromm

TEMA 8. ETICA La moral «La ética es el arte de vivir acertando. En el arte de vivir, el hombre es al mismo tiempo el artista y el objeto de su arte».
Author:  Hugo Vera Navarro

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TEMA 8. ETICA

La moral «La ética es el arte de vivir acertando. En el arte de vivir, el hombre es al mismo tiempo el artista y el objeto de su arte». E. Fromm.

La palabra moral (moralis, en latín) deriva del término mos, que significa ‘costumbre'. En cada pueblo, y en cada individuo, existen multitud de costumbres (mores) que regulan la vida cotidiana (respetar a los mayores, la obligación de cumplirlas promesas...) El conjunto de estas costumbres, constituye la moral de un pueblo o de un sujeto. En relación con este significado etimológico, podemos definir el término moral como código de normas que regulan la acción individual y colectiva que se considera correcta. Desde su libertad, el ser humano se hace a sí mismo. Por ello, es responsable de sí mismo y de lo que hace. Precisamente este carácter libre es lo que hace al ser humano responsable de actos. Un individuo que ante una determinada situación reflexiona, toma una decisión y actúa en consonancia con ella, es el autor de esa acción y, por tanto, debe responder de ella, es decir, debe estar dispuesto a recibir el juicio (reconocimiento o la amonestación) de sí mismo y de los demás . También de los demás porque la libertad es la capacidad para decidir y elegir entre varias opciones concretas de acción que se ajustan o no a las costumbres y normas de su comunidad. Cuando el sujeto decide actuar de acuerdo con las normas asumidas, actúa correctamente (es moral); cuando decide saltárselas, actúa incorrectamente (es inmoral). Pero, en cualquier caso, lo que no puede hacer es dejar de actuar en el marco de ese código normativo (ya acatándolo o violándolo); es decir, lo que no puede ser es dejar de ser moral. Por eso, decimos que el ser humano es esencial e inevitablemente un ser moral. Acción, hábito y carácter Cada acción concreta puede ser valorada como moral o inmoral en función de si cumple o incumple las normas. Sin embargo, al hablar de moral nos referimos a algo que va más allá de las acciones aisladas y concretas que pueda llevar a cabo un sujeto determinado. Nos referimos sobre todo a los hábitos y al carácter de un sujeto moral. Los hábitos (o costumbres) son ciertas tendencias a actuar de un determinado modo ante situaciones similares. Por ejemplo, estudiar para el examen de mañana es una acción aislada, la tendencia a estudiar con regularidad es un hábito que consiste en la repetición de esta misma acción. El conjunto de hábitos semejantes de una persona constituye su carácter o forma de ser; es decir, los rasgos que lo distinguen de otros y que es posible observar en sus acciones concretas.

Aunque nacemos con unas predisposiciones concretas, el carácter no puede considerarse algo que nos venga definitivamente dado, sino algo que vamos construyendo paulatinamente con nuestro hacer cotidiano. Ahora bien, una vez el carácter está formado, éste influye y condiciona fuertemente nuestras acciones concretas facilitando las acciones que sean coherentes con él.

Estadios de la maduración moral. Algunos psicólogos como Kohlberg (1927), han estudiado el desarrollo de la conciencia moral. Estableció seis estadios del proceso de maduración moral. Pero debe quedar claro que no se pueden identificar estos estadios con los períodos de crecimiento humano (infancia, adolescencia y madurez). Según él, sólo el 5 % de los individuos adultos llega al último estadio. Por lo tanto, la madurez física y psicológica no siempre conlleva madurez moral. 3.1. Nivel preconvencional Estadio de egocentrismo. Incapacidad para relacionar varias perspectivas y puntos de vista. Las normas se acatan por obediencia y miedo al castigo. Est. de individualismo. Las reglas se asumen si favorecen los propios intereses. Lo bueno es lo útil y beneficioso. El bien es relativo. 3.2. Nivel convencional Est. de gregarismo. Capacidad limitada para relacionar distintas perspectivas y ponerse en lugar del otro. Se consideran normas lo que esperan de nosotros las personas cercanas (familia, amigos...). Est. de comunitarismo. Los intereses generales están por encima de los individuales. Hay que acatar las normas establecidas socialmente para proporcionar un bien general. 3.3 Nivel postconvencional Estadio de relativismo. Al existir una gran variedad de opiniones y valores, sólo son legítimas las normas fruto de un acuerdo que favorezca a la mayoría. Se admite la posibilidad de cambiar las normas sociales. Estadio de universalismo. Las normas son escogidas libre y racionalmente como guías de nuestra conducta que responden a valores universales como los derechos humanos (dignidad, igualdad...). Cuando las normas sociales no coinciden con ellas, es lícito desobedecerlas. La madurez moral se alcanza cuando existe conciencia y reconocimiento de que las normas que deben asumirse se justifican o legitiman en virtud de unos principios o valores universales.

Diversidad y universalidad de los valores Aunque todas las culturas tienen un conjunto de normas que reflejan sus valores, hay numerosos indicios de que éstos varían de una cultura a otra. Mientras que en una cultura la humildad es un valor, para otras lo es la ostentación y el poder; mientras que en algunas culturas el suicidio es reprobable, en otras no hacerlo en determinadas circunstancias es deshonroso. Por ello, muchos autores han cuestionado la universalidad de normas y valores, y han sostenido que éstos son subjetivos y particulares de cada época y grupo humano. Sin embargo, ya hemos dicho que una cosa es el plano de lo que es y otra muy distinta, el de lo que debería ser. Por esta razón, otros autores defienden que no todo lo que de hecho se considera un valor, en realidad lo es. La diversidad de valores es sólo aparente, modos de canalizar los valores universales que han de descubrir todas las culturas.

Crisis de valores “Le tocaron, como a todos, malos tiempos en que vivir”. Jorge Luis-Borges.

Seguramente, en alguna ocasión habrás oído hablar de que en la cultura occidental, aunque se vive un momento de desarrollo económico, científico y técnico sin precedentes, se vive también una profunda crisis de valores morales. Con la expresión crisis de valores muchos intelectuales quieren dar a entender que vivimos una época de decadencia moral, en la que las personas se han dejado obnubilar por cosas como la prosperidad económica, la posición social, las libertades individuales, la comodidad y la abundancia, y han olvidado lo verdaderamente importante: los auténticos valores morales, como la solidaridad, la amistad, el amor, la concordia, la igualdad social, el respeto... Queda claro, entonces, que cuando se habla de crisis de esta manera, se hace en un sentido peyorativo. Sin embargo, debes tener en cuenta que el término crisis no tiene por qué ser usado con este valor negativo. Crisis significa en sentido amplio un momento de cambio radical y traumático, pero que no tiene por qué ser un cambio de signo negativo. Una enfermedad o un régimen totalitario que sufren una crisis señalan un cambio que puede perfectarnente comportar una mejoría. Debe ser cada persona quien reflexione críticamente acerca de esta cuestión, quien determine si realmente vivimos un período de crisis moral negativa, y quien actúe en consecuencia.

Principales teorías éticas.

Una teoría ética es una teoría filosófica que intenta justificar la validez y legitimidad de los valores y normas de la moral. Entre las teorías éticas más relevantes en la filosofía occidental están:

Intelectualismo moral Según esta teoría conocer el bien es hacerlo: sólo actúa inmoralmente el que desconoce en qué consiste el bien. Puede comprobarse, pues, que esta teoría es doblemente cognitivista, ya que no sólo afirma que es posible conocer el bien, sino que además defiende que este conocimiento es el único requisito necesario para cumplirlo. El filósofo griego Sócrates fue el primero en mantener esta postura ética. Para Sócrates, no sólo el bien es algo que tiene existencia objetiva y validez universal, sino que, además, al ser humano le es posible acceder a él. Así pues, Sócrates concibe la moral como un saber. De la misma forma que quien sabe de carpintería es carpintero y el que sabe de medicina es médico, sólo el que sabe qué es la justicia es justo. Por lo tanto, para este filósofo no hay personas malas, sino ignorantes, y no hay personas buenas si no son sabias.

Eudemonismo Muchas veces habrás preguntado para qué sirve tal o cual cosa, pero, en ocasiones, esta pregunta es absurda. Así, si preguntamos para qué sirve la felicidad, la respuesta sería que para nada, pues no es algo que se busque como medio para otra cosa, sino que se basta a sí misma, es un fin. Las éticas que consideran la felicidad (eudaimonía) el fin de la vida humana y el máximo bien al que se puede aspirar son eudemonistas. ¿Cuál es el bien supremo de todos los que podemos alcanzar? La felicidad. Ahora bien, decir que el ser humano anhela la felicidad es como no decir nada, pues cada uno entiende la felicidad a su modo. Aristóteles fue uno de los primeros filósofos en defender el eudemonismo ético. Pero ¿qué entendía Aristóteles por felicidad? Todos los seres tienden por naturaleza a un fin (la semilla tiene como fin ser árbol; la flecha, hacer diana...); por tanto, no podría ser menos en el caso del ser humano. Como lo esencial (lo que le distingue) es su capacidad racional, el fin al que por naturaleza tenderá será la actividad racional. Así pues, la máxima felicidad del ser humano residirá en lo que le es esencial por naturaleza: el ejercicio teórico de la razón en el conocimiento de la naturaleza y de Dios, y en la conducta moral prudente (saber elegir)

Hedonismo La palabra hedonismo proviene del término griego hedoné, que significa `placer'. Se considera hedonista toda doctrina que identifica el placer con el bien y que concibe la felicidad en el marco de una vida placentera. Aunque existen muchas teorías que pueden calificarse de hedonistas, suelen diferir entre ellas en la definición propuesta de placer. Los cirenaicos formaron una escuela iniciada por Aristipo (discípulo de Sócrates). Para él, la finalidad de la vida es el placer, el goce sensorial (sentido positivo). Así, el hedonismo cirenaico concibe el placer como algo sensual y corporal, y no como fruición intelectual, ni como mera ausencia de dolor. Si podemos interpretar esta postura como reivindicación de una vida disoluta de entrega a los placeres de la carne, los cirenaicos preconizaron también, la moderación necesaria que evite consecuencias nefastas. Una entrega excesiva a los placeres de hoy puede comportar un incremento del dolor mañana. Al igual que los cirenaicos, el epicureísmo identifica placer y felicidad. Sin embargo, a diferencia de los primeros, define el placer como la mera ausencia de dolor (vía negativa). No se trataría, por tanto, de buscar el placer sensual del cuerpo, sino la ausencia de pesar del alma. Esta serenidad y tranquila calma (ataraxia es el objetivo que debe perseguir todo ser humano y es la verdadera esencia de la felicidad. Pero ¿de qué modo es posible alcanzarla? Según Epicuro, mediante un cálculo exacto de placeres que tenga en cuenta que un placer hoy (disfrute de manjares y bebida) puede ser un dolor mañana (enfermedad) y, en cambio, lo que hoy se nos presenta con dolor (operación quirúrgica) puede anunciar un próximo bien (salud). Por ello, el sabio que se conduce razonablemente y no escoge a lo loco lo que pueden ser sólo aparentes placeres logra una vida más tranquila y feliz ( jardín de Epicuro ). “No sufrir en el cuerpo (aponía), ni ser perturbados en el alma (ataraxia)” Epicuro. Carta a Meneceo.

Estoicismo En sentido amplio, son estoicas las doctrinas éticas que defiendan la indiferencia hacia los placeres y dolores externos, y la austeridad en los propios deseos. La ética estoica se basa en una particular concepción del mundo: éste se encuentra gobernado por una ley o razón universal que determina el destino de todo lo que en él acontece, lo mismo para la naturaleza que para el ser humano. Por lo tanto, el ser humano se halla limitado por un destino inexorable que no puede controlar y ante el que sólo puede resignarse. Ésta es la razón de que la conducta correcta sólo sea posible en el seno de una vida tranquila, conseguida gracias a la imperturbabilidad del alma, es decir, mediante la insensibilidad hacia el placer y hacia el dolor. Esta imperturbabilidad

sólo se á alcanzable en el conocimiento y asunción de la razón universal, o destino que rige la naturaleza, y por tanto, en una vida de acuerdo con ella. Esta doctrina la adoptó históricamente el cristianismo popular, aunque a filosóficamente se fundamentó como iusnaturalismo ético.

Emotivismo Por emotivismo se entiende cualquier teoría que considere que los juicios morales («Esto es bueno», «Esto es correcto», por ejemplo) surgen de emociones. Según esta corriente, la moral no pertenece al ámbito racional, no puede ser objeto de discusión y argumentación y, por tanto, no existe lo que se ha llamado conocimiento ético. David Hume es uno de los máximos representantes del emotivismo. Según este filósofo, las normas y los juicios morales surgen de los sentimientos de aprobación o rechazo que suscitan en nosotros ciertas acciones. Así, una norma como «Debes ser sincero» o un juicio moral como «Decir la verdad es lo correcto» se basan en el sentimiento de aprobación que provocan las acciones sinceras y en el sentimiento de rechazo que generan las acciones engañosas. Para los emotivistas, los juicios morales, además de surgir y expresar nuestra aprobación o rechazo, tienen como función suscitar esos mismos sentimientos en el interlocutor y, así, promover acciones conforme a éstos. Cuando alguien dice: «Robar es inmoral», lo que en realidad está diciendo es: «Yo rechazo el robo, hazlo tú también». Por lo tanto, la función que poseen los juicios y normas morales, según esta teoría, es influenciar en los sentimientos y en la conducta del interlocutor. Formalismo La moral no debe ofrecer normas concretas de conducta, sino limitarse a establecer cuál es la formo característica de toda norma moral. Kant fue quien reivindicó por primera vez la necesidad de una ética formal. Según él, sólo una ética así podría ser universal y garantizar la autonomía moral propia de un ser libre y racional como el ser humano. La ley o norma moral no puede venir impuesta desde fuera (ni por la naturaleza ni por la autoridad civil...), sino que debe ser la razón humana la que debe darse a sí misma la ley. Si es así, si la razón legisla sobre ella misma, la ley será universal, pues será válida para todo ser racionares decir, para todo ser humano. Esta ley, que establece cómo debemos actuar para hacerlo correctamente, sólo es expresable con imperativos (mandatos) categóricos (incondicionados). Éstos se diferencian profundamente de los imperativos hipotéticos que proponen las éticas materiales. Un imperativo hipotético expresa una norma que sólo tiene validez coma merlin para alcanzar un fin. Por ejemplo, el imperativo «No comas en exceso» expresa una norma que únicamente tiene sentido si nuestro fin u objetivo es conservar la salud. En cambio, no tiene sentido si pensamos que la finalidad humana es vivir placenteramente sin escatimar ningún goce.

El imperativo categórico que formula Kant es: «Actúa de manera que tu acción pueda convertirse en norma universal». Fíjate en que este imperativo no depende de ningún fin y, además, no nos dice qué tenemos que hacer (comer en exceso o no), sino que sirve de criterio para saber qué normas son morales y cuáles no. El imperativo categórico establece cuál es la forma que debe tener una norma para ser moral: sólo aquellas normas que sean universalizables (o sea, que puedan convertirse en ley universal) serán realmente normas morales.

Utilitarismo El utilitarismo es una teoría ética muy cercana al eudemonismo y al hedonismo. Como éstos, defiende que la finalidad humana es la felicidad o placer. Por ello, para los utilitaristas, las acciones y normas deben ser juzgadas de acuerdo con el principio de utilidad o de máxima felicidad. Así pues, el utilitarismo, como el hedonismo y el eudemonismo, constituye una teoría ética teleológica, pues valora las acciones como medios. Para alcanzar un fin (felicidad o placer) y según las consecuencias que se desprenden de ellas. Una acción es buena cuando sus consecuencias son útiles (nos acercan a la felicidad) y es mala cuando sus consecuencias no lo son (nos alejan de ella). La principal diferencia entre el utilitarismo y el hedonismo clásico (epicureísta) es que el primero trasciende el ámbito personal. Cuando un utilitarista afirma que el fin de toda acción correcta es la felicidad, no entiende por felicidad el interés o placer personal, sino el máximo provecho para el mayor número de personas. El placer es, por lo tanto, un bien común o bien general. Así, el utilitarismo pretende vencer el carácter egoísta que muchos críticos habían atribuido a las éticas hedonistas clásicas. S. Mill distingue entre placeres inferiores y superiores: unos son más estimables que otros si promuevan o no el desarrollo moral propio del ser humano. Eso le lleva a afirmar: «Es mejor ser una criatura humana insatisfecha que un cerdo satisfecho; es mejor ser Sócrates insatisfecho que un loco satisfecho».

Ética discursiva Es heredera y continuadora de la ética kantiana. Al igual que ésta, la ética del discurso es formal y procedimental, pues no establece normas concretas de acción, sino el procedimiento para determinar qué normas tienen validez ética. El criterio para determinar qué normas son éticas es similar al kantiano, aunque formulado diferentemente. Si en Kant tenía validez aquella norma que podía convertirse en ley universal, para la ética discursiva es norma moral aquella que es aceptable por la comunidad de diálogo, cuyos participantes tienen los mismos derechos y mantienen relaciones de libertad e igualdad. Ante la pregunta: ¿Es ética esta norma?, hemos tener en cuenta no sólo si es aceptable por nosotros, sino si sería aceptada por la comunidad de discurso. En definitiva, como afirmó

Kant, es norma moral aquella que es válida para todo ser racional, o como se diría actualmente, aquella que es válida para toda la comunidad de hablantes. Lo que diferencia con la ética kantiana es que quien decide si una norma es universalizable no es un individuo, sino la comunidad de hablantes libres y racionales. Habermas ha desarrollado una ética discursiva y procedimental de este tipo. Según él, sólo tienen validez las normas aceptadas por consenso en una situación ideal de diálogo, que cumpla algunos requisitos: todos los afectados por una determinada norma deben participar en su discusión; todos los participantes del diálogo deben tener los mismos derechos v las mismas oportunidades de argumentar y defender su postura; no puede existir coacción de ningún tipo y todos los participantes deben intervenir en el diálogo teniendo como finalidad el entendimiento y no el convencimiento.

Problemas éticos actuales Entre las cuestiones importantes y problemáticas en el campo de la discusión ética y moral (problemas ecológicos, cuestiones de bioética ...), vamos a plantear:

7.1. Moralidad y legalidad Entre la moral y el derecho existe una gran proximidad, pues, aunque son ámbitos distintos, tanto la moral como el derecho positivo son códigos normativos que regulan la acción en el seno de una comunidad. Sin embargo, a pesar de la cercanía que existe entre estos dos ámbitos, no deben confundirse: ni la moral tiene carácter legal, ni las leyes constituyen la moral de una sociedad. La diferencia fundamental entre ellas es que, mientras que las normas legales (o sea, las leyes) sólo exigen un cumplimiento externo, las normas morales exigen la adhesión interior y el convencimiento personal. Dicho con un ejemplo quizá resulte más claro. Quien no agrede a sus conciudadanos porque hacerlo es delito, pero no está íntimamente convencido de lo reprochable e incorrecto que sería hacerlo, tiene un comportamiento legal, pero no moral. Al consistir la legalidad en un acatamiento externo y la moralidad en una convicción interna, es posible argumentar que, mientras que la moral es autónoma (mi propia conciencia' impone las normas que debo acatar), el derecho es heterónomo (las leyes que estoy obligado a obedecer me son impuestas desde fuera). Por eso, también la moralidad sólo es posible desde el supuesto de la libertad, y la legalidad, en cambio, lleva implícito cierto grado de coacción, pues las leyes pueden y deben hacerse cumplir por la fuerza, cuando sea necesario. Aunque moral y derecho sean ámbitos distintos, es evidente que entre ellos se da (y es bueno que se dé) una relación . Las leyes de una comunidad deben

responder y reflejar, en la medida de lo posible, la moral de esa comunidad. Y. además, ra moral constituye el lugar indicado para analizar, criticar e intentar transformar el derecho que regula las relaciones entre los miembros de la sociedad., Sin embargo, en esta relación pueden producirse conflictos que la filosofía y la ética deben analizar. Por ejemplo: ¿tenemos derecho a oponernos a ella y desobedecerla porque difiere de nuestros principios morales?, Si una ley ha sido aprobada demoráticamente, ¿podemos rebelarnos contra ella porque nuestra conciencia moral nos lo exige? Si no podemos, ¿de qué otro modo debe la ética criticar y fransformar el derecho? ¿Hay que asumir un castigo por ello? Para suavizar el ciego rigor de la ley, los jueces deben considerar varios principios: permitir la objección de conciencia en cuestiones morales de primer orden; guiarse por el espíritu de la ley; considerar atenuantes situaciones de necesidad vital...

Problemas ecológicos Los nuevos mecanismos tecnológicos han hecho que la capacidad para manipular y modificar el entorno deje de tener repercusiones limitadas al entorno inmediato e influya a escala planetaria. Por ello, apuntábamos la necesidad de fomentar una ética que tenga en cuenta estos problemas y busque soluciones. En este sentido, la conciencia ecológica ha surgido en los últimos años con una fuerza que pocos problemas más logran igualar. Sin embargo, aunque sea justo y necesario reconocer y valorar esta lucha por la defensa de la naturaleza, las cosas no suelen ser sencillas, e incluso, en ámbitos como éste, surgen conflictos que requieren un análisis serio y riguroso. Algo tan encomiable como la defensa de la naturaleza puede suscitar los siguientes dilemas éticos: ¿debe la defensa ecológica anteponerse a las necesidades humanas?; cuando entran en conflicto, ¿qué tiene prioridad ética: la defensa de la naturaleza o la solución de problemas como la pobreza? Por ejemplo, ¿puede pedirse a los campesinos brasileños, cuya única forma de vida posible es la explotación de la selva amazónica, que dejen de hacerlo porque el Amazonas es el pulmón del planeta y, por tanto, un patrimonio de la humanidad? E íntimamente relacionado con la cuestión anterior: ¿todas las naciones, desarrolladas y subdesarrolladas, deben sacrificarse por igual en la protección del medio ambiente aunque no hayan contribuido de la misma manera a dañarlo? Ej: protocolo de Kioto. Cuestiones de bioética. En el ámbito de la medicina y la genética hay problemas derivados del desarrollo tecnológico y científico. Se plantean dilemas morales tan complicados y específicos que reclaman la creación de una ética específica: la bioética. En una época como la nuestra de constantes adelantos en la investigación genética y de éxitos médicos, una bioética debería considerar e intentar dar respuesta a cuestiones como: ¿tienen los padres autoridad ética para decidir el

sexo de sus futuros hijos?, ¿es lícito alterar la dotación genética de los que todavía no han nacido, aunque ello pueda favorecerles? Por otro lado, ¿es éticamente correcto modificar y hasta crear nuevas especies animales, alterando su determinación genética?, ¿y si ello contribuye a mejorar caracteres de esas especies que las hacen más beneficiosas para el ser humano, como por ejemplo, ovejas que den más lana o animales de carga más fuertes y longevos? También la bioética debe pronunciarse sobre otros aspectos de la práctica médica: ¿debe un médico decir siempre la verdad a sus pacientes?, ¿puede un imponer terapias curativas que atenten contra los principios éticos del paciente? (principio de autonomía); ¿hasta cuándo debe alargarse artificialmente la vida biológica y los gastos? (principio de justicia), ¿deben introducirse limites a la experimentación animal y humana, aunque ello suponga un retraso en las investigaciones médicas?, ¿puede, éticamente, exigírsele a un investigador que pruebe en sí mismo una vacuna contra una enfermedad mortal?, ¿quién debe probarla?, ¿debe cobrar alguien que está arriesgando su salud por el avance de la medicina?, ¿no se favorece, de esta manera, que sean los económicamente más débiles quienes participen en estos experimentos? (principio de beneficencia).

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