LA EXCLUSIÓN DE LO FEMENINO EN EL DISCURSO CULTURAL DEL HUMANISMO

LA EXCLUSIÓN DE LO FEMENINO EN EL DISCURSO CULTURAL DEL HUMANISMO EMILIE L. BERGMAKN University of California, Berkeley Durante el siglo XDC se prod

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LA EXCLUSIÓN DE LO FEMENINO EN EL DISCURSO CULTURAL DEL HUMANISMO EMILIE L. BERGMAKN

University of California, Berkeley

Durante el siglo XDC se producen cambios significativos en la representación del papel de las mujeres en el desarrollo cultural y lingüístico infantil en la prosa didáctica española. Cuando las instituciones educativas imponen su control sobre la instrucción de los niños con el fin de formar hombres que puedan servir al estado moderno, la familia pierde su autoridad «natural» en esta esfera.1 En la segunda mitad del siglo xvi desaparece virtualmente de la prosa didáctica el papel de las madres en la iniciación de los niños en la lengua y la cultura mientras que las madres desaparecen casi totalmente de la representación literaria de la familia. El análisis de este proceso es necesario pero arriesgado: arriesgado por la relativa carencia de información histórica sobre la mujer en los siglos xvi y xvn y por la dificultad que supone poner en correlación el material histórico y literario. No obstante, este análisis es necesario para examinar las interrelaciones entre mujer, lenguaje y cultura en un período en que predomina el analfabetismo femenino. Las mujeres —con pocas excepciones— carecían de acceso a la cultura impresa y los estudios humanísticos, y a medida que éstos adquirían importancia, lo femenino se iba separando de la autoridad social y política. Al mismo tiempo, en el siglo xvn pueden oírse voces de protesta: en la alocución de Marcela en defensa de su libertad en Don Quijote, en la Respuesta a Sor Filotea de Sor Juana Inés de la Cruz, en La vengadora de las mujeres de Lope y en las novelas de María de Zayas. Lope y María de Zayas crean protagonistas y 1. Philippe ARIES, Centuries of Childhood: a Social History of Family Life, New York, Vinlage, 1962, pp. 411-415; Ruth EL SAFFAR, «The Evolulion of Psyche under Empire: Literary Reflections of Spain in the 16th Cenlury», de próxima aparición en Híspanle Issues, Minneapolis, Minnesota, Prisma Instilute.

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narradoras femeninas que intentan corregir la historia escrita por los hombres, ateniéndose tanto a la historia contemporánea y a la experiencia vivida como a la autoridad tradicional de la antigüedad clásica y la Biblia. En el siglo xvi, el concepto de «autoridad» se transforma, junto con la valorización del individuo, y por consiguiente la experiencia vivida, representada en los géneros literarios de autobiografía y la seudo-autobiografía picaresca. El papel femenino que me propongo examinar en este breve ensayo es el de la madre, pero esto no quiere decir que la maternidad sea el núcleo de la prosa didáctica o de otros géneros literarios del período. Por razones sociales y económicas las mujeres solteras y las viudas ocupan un vasto espacio en los tratados sobre mujeres. Me he limitado al análisis de ciertos textos claves por razones de concentración y síntesis. En el Diálogo de la lengua (¿1535?) el reconocimiento de Juan Valdés al papel de las madres (y quizá también de las nodrizas) en la enseñanza de la lengua materna a los niños es metafórico pero significativo: ...todos los hombres somos más obligados a ilustrar y enriquecer la lengua que nos es natural y que mamamos en las tetas de nuestras madres, que no la que nos es pegadiza y que aprendemos en libros.2

Si se tiene en cuenta que dicha autoridad cultural le fue otorgada a las madres en el origen de la conciencia lingüística castellana ¿por qué no se exilió a las mujeres del lenguaje y del discurso cultural? El humanista Valdés, con una sólida instrucción en la lengua patriarcal, el latín, defiende sin embargo la «lengua materna». Hacia mediados del siglo xvn, en El Criticón de Baltasar Gracián la autoridad femenina sobre la lengua y la cultura desaparece en la ficción del «hombre natural», Andrenio, criado por las bestias salvajes e instruido en la lengua, el pensamiento y la doctrina religiosa por el europeo y urbano Critilo. El estado, la corte, las instituciones educativas se han hecho cargo del proceso de iniciación del niño en las estructuras simbólicas, y la lengua vulgar, ahora lenguaje de la burocracia, ya no es la lengua «que mamamos en las tetas de nuestras madres». Nuestro trabajo se concentrará en Institutio Foeminae Christiance {Formación de la mujer cristiana) (1523). Pese a que este tratado sobre la educación de las mujeres fue escrito en latín en Oxford, para Catalina de Aragón, por un humanista valenciano educado en París y Lovaina, la obra está arraigada en la realidad española y se convierte en «autoridad» y modelo para otros tratados españoles sobre éste y otros temas afines. Los especialistas del Siglo de Oro conocen muy bien la prohibición de Vives dirigida a las lecturas frivolas, de «libros de entretenimiento» como la novela pastoril o caballeresca, pero intento 2. Juan DE VALDÉS, Diálogo de la lengua (ed. Juan M. Lope Blanch), Madrid, Castalia, 1969; p. 44.

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examinar otros aspectos de la obra: las técnicas de representación de la mujer ideal, la función de la autoridad en el discurso de Vives y la inestabilidad del público al que se dirige este discurso. En la representación del ideal femenino de Vives se encuentran los mecanismos del subsiguiente exilio de la mujer del discurso cultural y de la responsabilidad pedagógica, un exilio que será definido con mayor claridad después del Concilio de Trento y el posterior desarrollo de las instituciones educativas. La limitación de la lectura femenina a los libros de devoción es mecanismo de control de la imaginación. Pero la forma en que se representa la función social de la maternidad marca una profunda transformación en el papel «natural» de la mujer. Para que la maternidad sirva a los propósitos de la Iglesia y el Estado debe inscribirse en el orden simbólico. La voz de Vives es la del saber autorizado que describe a la mujer y prescribe su comportamiento. ¿Cómo podemos poner en tela de juicio esta autoridad? Gran parte de la Mujer cristiana se apoya sólidamente en la autoridad de los textos canónicos: la Biblia, las fuentes clásicas y patrísticas. Sin embargo, cuando Vives trata la maternidad utiliza materiales autobiográficos. Se refiere a su madre como ejemplo. Esta práctica se ajusta al contexto histórico e ideológico de la nueva valorización de los géneros autobiográficos y la ficción autobiográfica de la picaresca que se produce más tarde en el siglo xvi, pero constituye sin embargo una contradicción interna en el discurso de Vives. Propongo «deconstruir» la propuesta de Vives sobre la maternidad demostrando cómo su discurso sobre la mujer se funda en el silencio y la ausencia, el silencio y la ausencia de las propias mujeres. Vives declara que los hombres deben poseer numerosas virtudes pero que la mujer sólo tiene que tener una: la castidad. Esta virtud se define por ausencia: la casi total ausencia de actividad autónoma. Vives llega a negar a las mujeres la opción de imitar el suicidio heroico de Lucrecia en caso de deshonor. La mujer virtuosa debe ser casi invisible y debe mostrarse lo menos posible en la calle. No sólo debe evitar hablar sino también evitar ser objeto de la conversación de otros. Vives le enseña que nunca debe quitarse la ropa, ni siquiera en presencia de su marido: si la vestimenta define la posición social, ella no debe ser más que un papel social a los ojos de los demás. Debe evitar el renombre, aún la fama de ser virtuosa. Celia Amorós ha señalado que la ausencia de la mujer en el discurso filosófico ha sido siempre aquello que no es visible, la ausencia de una ausencia: Es la ausencia que ni siquiera puede ser detectada como ausencia porque ni siquiera su lugar vacío se encuentra en ninguna parte; la ausencia de la ausencia... es el logos femenino o la mujer como logos; emerge a veces en el discurso masculino, como una isla en el océano...3 3. Celia AMORÓS, Hacia una crítica de la razón patriarcal, Madrid, Anthropos, 1985, p. 27.

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Una de estas «islas» es la representación que crea Vives de su propia madre, pero es interesante observar cómo su carencia de acceso al logos y su renuncia al mismo la convierten en una protagonista cultural a Ja vez que garantizan su autoridad en el tratado didáctico de su hijo. Cuando Blanca Vives habla, lo hace sólo para renunciar a su acceso a la palabra y otorgárselo a su marido: Blanca, mi madre... [t]enía dos a manera de refranes, que con frecuencia se le caían de la boca. Cuando quería dar a entender que daba mucho crédito a alguna cosa, decía: ¡Vaya si lo creo! ¡Como si Luis Vives me lo afirmase! Y cuando pretendía dar a entender que quería una cosa, solía añadir: Como si la quisiera Luis Vives.4

Al referirse al matrimonio, Vives define a sus padres, tan perseguidos por la Inquisición, como la pareja ideal que nunca tuvo que reconciliarse porque nunca disputó. Asimismo, cita a Blanca como la esposa ejemplar cuando se trata de proceder a la instrucción de las mujeres en el sentido de «moderar su vehemencia», «contener su natural» y «no amar indiscretamente».5 El momento de mayor autocontradicción en la Mujer cristiana es precisamente el de su regreso al origen, el regreso a lo vivido como experiencia recreada de la infancia del autor en tanto fundamento de su representación de la mujer ideal. De forma paradójica, es la renuncia a la expresión y a cualquier tipo de manifestación de sentimiento materno la que le otorgan a Blanca Vives su autoridad como madre ejemplar. A su vez, su condición ejemplar es la que le proporciona a su hijo la autoridad para instruir a las mujeres en la institución social de la maternidad. En la retórica del capítulo sobre la maternidad, la relación entre madre e hijo es circular: ella es ejemplar por haber criado a un distinguido humanista y su carácter ejemplar ha sido creado por el humanista como fundamento autobiográfico de su autoridad en el tópico de la maternidad. Vives insiste en que las mujeres deben abandonar su tendencia a nutrir y crear con excesiva ternura a sus pequeños, pero es difícil convencer a las madres para que traten a sus hijos sin cariño. Cabe destacar que el propio Vives no tenía hijos. Utiliza un estilo retórico de persuasión dramático e íntimo para comunicar su mensaje: ¿Queréis ser amadas de veras, sobre todo en aquella edad en que ya saben qué cosa es el amor puro y santo? Haced que no os amen cuando ignoran todavía qué es amor, y más que a sus padres prefieren pasteles, miel o azúcar. Madre ninguna amó con mayor ternura a su hijo que la mía me amó a mí. Y ningún hijo más que yo se sintió menos amado de su madre. Casi nunca me sonrió; nunca se me mostró indulgente. Y con todo, en una ausencia mía de la casa por tres o cuatro días, ignorante ella de mi paradero, cayó en un gravísimo acci4. Juan Luis VIVES, Obras completas (ed. Lorenzo Riber), Madrid, Aguilar, 1947; 1.1, p. 1100. 5. Ibid.; 1.1, p. 1144.

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dente, y vuelto a casa no conocí que hubiese sentido mi soledad. Así que de ninguna otra persona huía más, de nadie sentía más aversión que de mi madre cuando yo era niño. Y ahora su memoria es para mí la más sagrada, y todas las veces que me asalta su recuerdo... la abrazo y beso en espíritu con la más dulce de las gratitudes.6

El objeto de suma gratitud del humanista es la falta de amor que se le demostró en la infancia, gratitud por una ausencia que desde entonces ha sido reemplazada por su erudición y su autoridad en la jerarquía social. Vives corroe de manera sutil el concepto de amor del niño e, implícitamente, el de la madre que responde a los deseos del niño. Ahora que él es un protagonista cultural de renombre, una autoridad en áreas que forman la base de los sistemas simbólicos del período, crea una narración del comportamiento de su madre y juzga su vida. Muerta hace mucho tiempo y enterrada lejos del lugar donde escribe su hijo, Blanca, en su ausencia, se convierte en el objeto de su discurso y de su imaginado abrazo. El poner la autoridad del hijo y la imagen que crea de su madre en tela de juicio sería disminuir el poder de su discurso sobre la mujer. En vida, la madre ideal debe ser silenciosa y desprovista de vínculos emocionales con sus hijos. Recurriendo a otro ejemplo, esta vez negativo, Vives explica cómo la madre muerta es la mejor: Un compañero tuve en París, hombre muy señalado en letras, que entre las mayores mercedes que recibiera del Cielo benigno, contaba el haber perdido a su madre, bondadosísima, porque si viviera —díjome— yo no viniera a París a estudiar, sino que me estuviera en casa de mi madre, envejeciendo en juegos, mujeres ruines, regalos y deleites, según había yo comenzado. ¿Quién amaría a su madre viva, si tenerla muerta lo agradecía como un favor del Cielo?7

Ni Vives ni su compañero explican la presunta culpa de la madre por la vida disoluta de su hijo, pero la imagen de los dos hijos, uno, que después de muerta su madre agradece al cielo el que ella nunca le haya mostrado afecto y el otro, que atribuye su éxito académico directamente a la muerte de su madre ilustra una lección escalofriante e inolvidable para las lectoras de Vives. Vives aconseja que las madres deben suprimir sus sentimientos tiernos y enfriar el corazón como lo hacían las madres espartanas que «con sus propias manos, dieron muerte a sus hijos cobardes».8 Estas anécdotas sostienen un discurso institucional que separa a las madres de sus hijos, pero también tienen un efecto contrario, el de autorizar a la madre lectora en la disciplina de sus hijos. Sin embargo, es importante destacar que la madre de Vives no habla en este 6. /tía.; 1.1, p. 1144. 7. lbid.;l. I.p. 1145. 8. Ibid.; 1.1, p. 1136.

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capítulo. Si en el discurso de la maternidad, la madre-como-ausencia es el origen de la autoridad del locutor que instruye a las mujeres en nombre del patriarcado, el poder de prescripción de Vives se funda en el silencio. Como humanista y hombre del siglo xvi, Vives utiliza la escritura autobiográfica y la autoridad de la experiencia junto con textos canónicos, pero su técnica autobiográfica es autodestructiva: posibilita la puesta en tela de juicio de su autoridad en el tema de las mujeres. La contradicción interna en el planteo de la maternidad surge asimismo de la serie de perspectivas según las cuales está estructurado el discurso. Vives abre su propuesta con una actitud rotundamente negativa, asegurando al lector en el capítulo «De los hijos y del cuidado que de ellos debe tener» que la mujer debería considerarse afortunada si no tiene hijos. «Si no parieses... gózate de [tu esterilidad], porque quedas inmune de increíble molestia y pesadumbre... ¿Quieres ser madre? ¿Para qué? Repite las creencias populares sobre las influencias prenatales y describe un cuadro lúgubre del embarazo y el parto, para llegar luego a su oposición a las nodrizas. Cuando propone en forma entusiasta que las madres deben cuidar a sus propios hijos, declara que en las tareas de la crianza «el amor todo lo hará fácil y llevadero». Vives pinta con cálidas y delicadas pinceladas el afecto entre madre e hijo recién nacido, pero este cuadro constituye un recurso retórico en favor de la lactación materna y en contra de las nodrizas: ...la madre siempre [da el pecho] a la criatura dispuesta y alegre... y se goza y ríe más cuanto con mayor avidez ve mamar al manojuelo de sus entrañas. Y si el niño comenzó a reír y a balbucir muy graciosamente, en raudales de alegría queda la madre anegada.9

Para puntualizar su ataque a las nodrizas, pone este cuadro color de rosa en el marco de otro que lo deshumaniza: la crianza de los cachorros por las perras que les gestaron y no por «ajenas ubres.» Vives reconoce la importancia de la madre en las primeras etapas de la enseñanza infantil: «Si la madre sabe letras, enséñelas ella misma a sus hijos pequeñuelos...» Después narra el proceso de adquisición del lenguaje: El niño, primero que a nadie, oye a su madre y esfuérzase por conformar su primer balbuceo al habla de ella. Como la edad infantil no hace otra cosa sino remedar, y en este punto es increíblemente hábil, su primer ejercicio y la primera formación de su pensamiento tómalos de lo que en su madre oye o ve. Por manera que las madres tienen mucha más influencia de lo que se puede pensar en la formación inicial de las costumbres de los niños. Ella puede hacer a su hijo el mejor 9. lbid.;i. I,p. 1140. 370

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y el peor... Ninguna habla aprenden los muchachos mejor ni con más tenacidad que el habla materna...10

Sin embargo, no permite olvidarse la incidencia de la madre en el desarrollo moral de los hijos: «Yo no quiero, ¡oh madres!, que ignoréis que la responsabilidad de que haya malos hombres recae en su mayor parte sobre vosotras.»11 Otra contradicción interna de la Mujer cristiana surge de los cambios de identidad del «tú»: al principio, el destinatario del discurso es Catalina de Aragón pero con mayor frecuencia, como en los capítulos citados, es una colectividad de madres o hijas. Exhorta a las madres, o se acerca el «yo» en postura íntima a las doncellas con el pretexto de revelarlas algún secreto, pero con el intento de desengañarlas: Hombre soy: mas por cuanto como con amor de padre he tomado cargo de enseñaros, ni ocultaré ni disimularé nada de lo que crea que hace a vuestra formación; y aún haré más, y será descubriros vuestros secretos. No sé cómo los otros hombres me agradecerán esta revelación. Así es que quiero que no ignoréis que nos reímos y burlamos de vosotras con aquella falsa apariencia de honra...12

«Hombre soy»: el locutor no puede negar que se está dirigiendo al «otro» sexo mientras instruye a las jóvenes que no han de fiarse de los hombres. Les ofrece algo irresistible: «vuestros secretos.» Da a entender que conoce mejor a las mujeres que ellas mismas, pero estos secretos resultan ser los que pertenecen a los hombres. Entre las varias identidades del «tú» del discurso, figura el lector masculino, localizado en la distancia entre el «yo» que habla y «ellas» de que habla. Los conceptos de la maternidad y de la niñez en la Mujer cristiana están vinculados con la formación de hombres y mujeres responsables, y la participación de los lectores y sus hijos en la vida política, social, y económica del estado. Por supuesto, el tratado se dirige a una minoría capaz de educar a sus hijos y de determinar su futuro. Pero para que la lectora crea en lo que le dice Vives, debe leer en forma contradictoria, aceptando su propia subyugación hasta el punto de creer lo que decía San Pablo: que el cuerpo de la esposa sea propiedad del marido. Entre los tratadistas que siguen e imitan a Vives, la narración del aprendizaje infantil es olvidada, y borrado el protagonismo femenino en el discurso cultural. Este proceso será el núcleo de un análisis más extenso, pero aquí se observa con nitidez el fundamento de la propuesta humanista sobre las mujeres, y las contradicciones que surgen de la transformación contemporánea de los conceptos de la niñez y la educación, tanto como el concepto de la autoridad. 10. lbid.\i. I, p. 1140. 11. lbid.; t. I,p. 1143. 12. lbid.; 1.1, p. 1126.

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