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LA FOTOGRAFÍA SOCIAL EN LA BÚSQUEDA DE LA IDENTIDAD NACIONAL. LA EXPERIENCIA DE TAFOS Febrero 1989. Puno. Coliseo Cerrado. La FDCP está realizando su plenaria en el tercer día del Congreso, después de haberse trasladado en camiones con sus 1,300 delegados desde la Comunidad de Ccoata. Bajo la lluvia, cansados y hambrientos, los campesinos marcharon por las calles de Puno y aquí están, para debatir las conclusiones. Los gritos de los oradores retumban, amplificados por la acústica del coliseo. (Minutos antes la mesa directiva había insistido, compañeros de las rondas, por favor no dejar que ningún compañero más se ponga en la fila para ver las fotos, y los compañeros que están viendo las fotos por favor tomar asiento si no no podemos empezar la plenaria). El orador continúa su discurso en quechua. Está terminando: «Kausachun FDCP», «Kausachun» replican infinidad de puños, «Kausachun tomas de tierras», «Kausachun» asienten los puños. Un campesino se levanta en medio de los gritos, da varios pasos hacia la parte plana, mete la mano al bolsillo de su casaca, levanta la cámara con solemnidad, apunta, «Kausachun» se iluminan los puños, y los rostros giran: es el compañero fotógrafo de Orurillo. Comunidad de Ausangate, anexo de Pacchanta, distrito de Ocongate, provincia Quispicanchis, Cusco. Sabino Quispe, su esposa y su pequeña niña recogen la papa moraya que estuvo soleándose frente a su casa. Tres gringos, dos hombres y una mujer, con mochilas al hombro, se acercan esgrimiendo una sonrisa así, de gringo. El más grandazo coge su cámara y la comienza a manipular para su encuadre. Levanta el visor a la altura de los ojos y se detiene. En el cuadro, Sabino ha metido la mano a su quepi, ha sacado una cámara y rapidamente ha disparado. El gringo desiste de tomar la foto, mira a su esposa y los dos se van, ahora muy serios. ¿Tiene la fotografía, ese medio tan joven y tan moderno, que cumplir alguna función en la encrucijada del Perú actual? Esa es la pregunta que queremos resolver con esta intervención que ustedes nos han permitido tener, aunque para no abusar de su buena fe tenemos que decir que sólo podemos señalar algunas pistas porque estamos seguros que esa pregunta no se puede resolver aquí, y mucho menos con palabras. La pregunta la resolverán los fotógrafos, y con fotografías. El Perú se debate hoy en una de las peores, si no la peor, crisis de su historia. Eso es algo que nadie discute y no necesitamos exhibir cuadros ni guarismos para demostrarlo. La gran discusión consiste en definir por dónde se encuentra la salida de esta encrucijada, y en esta discusión estamos juntos los que no quieren irse y los que no pueden irse, porque ciertamente hay quienes salen del debate a través del recurso del avión a Miami. Suponiendo que no estamos en esa categoría, discutamos entonces. ¿Cómo definir el problema si por donde miremos hay crisis? Si hablamos de subdesarrollo, de falta de inversión, de la inexistencia de un mercado, de fuga de talentos, de falta de educación, de deterioro de valores, de violencia, siempre tenemos la sensación de tener respuestas parciales. Pero ese puede ser justamente un buen punto de partida: somos un país fragmentado, a todos los niveles, no pertenecemos a un sistema económico articulado de la misma manera como no somos una nación, somos una colonia devaluada en el sistema económico internacional de la misma manera como no tenemos una identidad que unifique nuestras diferencias. No es nuestra intención aburrirlos con un discurso sociológico ni deprimirlos anunciando el apocalipsis. Lo único que nos interesa resaltar por ahora es una de las más graves consecuencias de esta situación: no tenemos un lenguaje común, si entendemos por lenguaje algo que va más allá del idioma, que
es ese registro de códigos y gramáticas que nos permiten entendernos y comunicarnos, que nos da identidad, que nos permite convivir sin destruirnos. Si queremos pruebas vayamos a aquellos lugares privilegiados para producir mensajes colectivos (televisión, radio, prensa, publicidad y periodismo) y sólo encontraremos una mazamorra de códigos que en su mezcla incoherente produce monstruos que agravan el problema antes que solucionarlo, que alimentan la parcelación y la disolución. Importamos insumos para una industria enclenque que siempre necesita más insumos que no puede producir, de la misma manera como importamos códigos de comunicación que no expresan la realidad social y cultural de los sujetos de la comunicación. En un país de cholos vendemos chicles con niños rubios. La realidad se pone de cabeza. De esta manera, el efecto alienante que producen las técnicas de marketing por sí mismas (que consiste en reducir a la población a un mercado, a los hombres en consumidores) en nuestro país produce un doble efecto alienante: el mensaje no expresa el mercado, compramos para ser lo que no somos, en una especie de mecanismo subconciente de fuga del país a través del consumo. ¿Cómo generar entonces mensajes de «vuelta hacia nosotros mismos»? Definitivamente, si estamos de acuerdo con el diagnóstico de que nuestra realidad es fragmentada, parcelada tenemos que partir del lado inverso de donde parte la búsqueda de uniformización artificial del marketing: debemos buscar la generación o, para decirlo más adecuadamente, la recuperación de mensajes locales, sectoriales, que puedan producir «unidades de codificación», lenguajes, que correspondan con unidades sociales reales, para desde allí pensar en los medios adecuados para un diálogo nacional. Y aquí permítannos hacer un pequeño alto, porque necesitamos definir lo que entendemos por unidades sociales, que no coinciden necesariamente con las fronteras políticas trazadas en el país. En los últimos 40 años el Perú ha cambiado su rostro de una manera tan repentina que todavía no podemos evaluar adecuadamente las dimensiones de este fenómeno. Consideremos, por ejemplo, el hecho de que aproximadamente el 50% de la población ha, literalmente, bajado de los cerros. El Perú de los años ’40 vivía alrededor de los 3,500 m.s.n.m. y hoy vive alrededor de los 500 metros. Esto trae severas consecuencias económicas y culturales: esta población «invade» no sólo los terrenos de las ciudades, sino también los espacios económicos y sociales tradicionalmente «blancos» y occidentales y los marca con su impronta cultural pero de una manera muy particular. La incapacidad del sistema de incorporar a esta población al circuito económico a través del mercado de trabajo y de servicios ha producido en las ciudades la proliferación de «economías de subsistencia», como estrategias de supervivencia de una población que mayoritariamente procede también de economías de subsistencia, que como los economistas definen a la organización social campesina. Esto, en un país que, bajo el ritmo de la revolución tecnológica, ha introducido rápidamente los medios masivos de comunicación, ha producido un ingreso muy particular del país a la «modernidad». Las culturas andinas, que han demostrado a lo largo de siglos un gran poder de adaptación, se modernizan en las ciudades sin perder rasgos significativos de identidad. De esta manera, el poblador peruano de hoy, a pesar de vivir mayoritariamente en las ciudades y conectado de alguna manera a mercados, no es un «ciudadano» común y corriente, consumidor anónimo. Para empezar, es un «ciudadano de segunda clase», lo que contradice el concepto de ciudadanía tal como fué concebido en las sociedades modernas, capitalistas. Y para terminar, sus principales formas de identificación no pasan por el mercado. Lo que queremos decir es que si de unidades sociales podemos hablar, el país real está asentado en estas unidades de supervivencia (llámese comunidades campesinas, barrios, sindicatos, etc), las llamadas organizaciones populares que, acicateadas por la lucha por su supervivencia, ocupan crecientemente espacios de la cultura y la política y se enfrentan así al Perú «oficial» el que, por razón de haber sido constituído al margen de esta población (dejemos por ahora de lado las razones) las niega, busca
desaparecerlas, y para eso las enfrenta con violencia o, a través de sus aparatos de comunicación, las distorsiona. De esta manera, una de las formas de poner de pie lo que está de cabeza, es recuperando para los sectores populares, su imagen, su rostro, su palabra. Pero aún más importante es que esta tarea sea realizada por los sectores populares, y que sea asumida como parte indispensable de su lucha por la supervivencia y, más aún, por su derecho a ser protagonistas y rectores de la vida del país. Los mensajes culturales están tan cargados de subjetividad que es muy difícil pensar que se puedan generar mensajes de identificación por medio de sujetos que no sean parte intrinseca de la experiencia colectiva de tales unidades sociales, mucho más si hablamos de una país fragmentado. Bueno, pidiendo disculpas por este aburrido rollo bien poco fotográfico, queremos señalar que es sobre este drama, esta confrontación, y esta búsqueda por dibujar el propio rostro, que se levanta el proyecto de Talleres de Fotografía Social. Es lo que le da sentido y dirección. Y esta ubicación tampoco es caprichosa, no corresponde exclusivamente a nuestra voluntad: creemos que en la definición de esta confrontación se está jugando hoy el futuro del país. Bajo este enfoque entonces la fotografía no es un fin en sí mismo sino un medio. Medio de identificación local, sectorial y nacional en ese orden, por un lado: y medio de denuncia, arma de confrontación ideológica, por otro. Uno íntimamente ligado al otro, alimentándose mutuamente. De la misma manera, a pesar que quien lleva la cámara y, solo frente al objetivo, registra su realidad, es un individuo, bajo este enfoque el sujeto de la fotografía no es el fotógrafo sino la organización. No sólo porque los fotógrafos de los talleres tienen un explícito interés socio político y buscan que sus fotografías tengan tal efecto, sino que el fotógrafo es tal por la organización. Esta lo elige, lo fiscaliza, lo orienta, y decide si debe continuar o ser cambiado. Esto es posible también porque el Taller se asume no sólo como un lugar de aprendizaje técnico sino principalmente como un espacio de análisis, debate y discernimiento colectivo, de donde el fotógrafo se nutre de algo mucho más importante que una buena técnica: ideas, objetivos, proyectos. Fotógrafo, Taller, Organización y Proyecto Popular son entonces indesligables. Sin uno de estos elementos la fotografía pierde su carga subversiva y, justamente por ello, su belleza. Y hablando de belleza, queremos plantear la pregunta de por qué escoger la fotografía como medio, porque se nos podría objetar que se puede pensar en medios más «sencillos», que exigen menos tecnología, para trabajar comunicación en sectores populares. En primer lugar, por el medio en sí. La fotografía tiene pocas virtudes que envidiarle a otras expresiones artísticas. Y al mismo tiempo, siendo arte, es decir un medio a través del cual puede expresarse condensadamente, de una forma abstracta, la totalidad de la experiencia humana el drama de la condición humana diría Graham Greene, puede ser también un extraordinario vehículo de registro de la vida aparentemente más prosaica, cotidiana. Como señala Edmundo Desnoes «La fotografía, no es la realidad, pero tiene una especial relación con la realidad». «No hay arte con los pies más puestos sobre la tierra que la fotografía... La fotografía siempre está a la misma temperatura del planeta». «La fotografía está tan íntimamente atada a los intereses políticos y económicos como a los sueños y al arte». Esta facilidad de la fotografía para la combinación entre abstracción y concreción, entre cabeza y corazón, entre arte y política, la convierte en un medio muy adecuado a las tareas de la organización popular
hoy: generación de identidad, de un espacio de autodefinición y autoreconocimiento, y al mismo tiempo arma de lucha, denuncia, herramienta de confrontación ideológica. Los fotógrafos populares han resuelto sin saberlo, o tal vez justamente por no saberlo el tan viejo e inútil debate entre arte «puro» y arte «social». En segundo lugar, escogemos la fotografía porque es la tecnología moderna la que justamente ha democratizado el medio. Las fotografías de los talleres demuestran que con una cámara completamente automática, que nos permite manejar la técnica sin necesidad de manejar conceptos tecnológicos (lo que brinda grandes facilidades para su uso en contextos culturales donde las formas de conceptualización son muy diferentes a las occidentales, como las comunidades campesinas, por ejemplo), podemos obtener resultados técnicamente impecables. De esta manera, podemos aplicar plenamente la idea de Taller a la experiencia (es decir, el aprendizaje a través de la práctica) y podemos asumir el conocimiento técnico como consecuencia antes que como causa. Así, la cámara fotográfica puede ser desde el comienzo un instrumento al servicio del fotógrafo no al revés y, por tanto, la profundidad y calidad de la fotografía dependerá principalmente del fotógrafo. Pero, para no dar la impresión de querer faltar el respeto a tantos fotógrafos calificados que nos acompañan hoy, queremos decir que al hablar de fotógrafos en los talleres estamos pensando en un tipo muy particular de fotógrafo. El fotógrafo profesional es un técnico que maneja los conocimientos, los recursos y los mecanismos adecuados para traducir cualquier mensaje en imágenes. Con un mínimo de información un fotógrafo profesional puede conseguir el máximo efecto. Un fotógrafo popular, mientras tanto, es una persona que con un mínimo de recursos técnicos maneja un mensaje sobre el cual tiene muchísimo conocimiento. El fotógrafo en el taller sabe cuál es su problemática y tiene muy claro qué soluciones propone. Para entender esto debemos reparar entonces en el hecho de que el fotógrafo está retratando su vida, está registrando algo que conoce muy bien, su contexto social, porque lo lleva consigo como lleva la piel. El fotógrafo popular «siente» lo que está fotografiando porque es su vida lo que registra. Y aquí está la clave del inmenso potencial movilizador que puede tener la fotografía en sectores populares. El fotógrafo registra con la cámara una realidad que conoce, registro que se produce a través de un mecanismo que tiene mucho de instintivo, impulsivo, y al registrar esa realidad en un producto, la fotografía, se reconoce en ella. La realidad deja de ser cotidiana, «natural», y se convierte en objeto de contemplación, de análisis, de reflexión, de crítica. La más importante función del taller estará entonces en convertirse en espacio para colectivizar esta reflexión y para lanzar este mensaje a la comunidad local. De la foto pasamos al mensaje, al discurso, a la propuesta ideológica. Así, la fotografía, conectada a sujetos sociales y aún mucho más importante a proyectos colectivos, deja de ser objeto de contemplación para convertirse en impulso para la acción. A estas alturas de nuestra exposición podemos entonces reflexionar sobre la fuerza visual de las fotografías de los talleres. Como decíamos momentos antes, la identidad en sectores populares tiene poco que ver con conceptos como ciudadano o mercado y mucho que ver con elementos como tradición y sobrevivencia. De esta manera, mucho de lo que entendemos como conocimiento colectivo, como cultura, está asentado en ritos y mitologías, de tal manera que las formas como se transmiten conocimientos en sociedades tradicionales como las andinas (y que hoy siguen muy presentes en las ciudades), más que en conceptos se basan en narraciones, sueños, mitos, es decir en imágenes. La conciencia popular está plagada de imágenes, y hoy que tanto se habla de utopía podemos coincidir en que ésta no es más que una imagen del futuro construída con elementos del pasado.
Esta idea está plenamente confirmada con la experiencia de los talleres: cuando un fotógrafo popular recibe por primera vez una cámara sin más indicaciones que «por aquí se mira y aquí se aprieta» se produce una avalancha de imágenes que en muchos de los casos son tan sugestivas y potentes que al fotógrafo le costará mucho recuperar después ese nivel. Lo que sucede es que la cámara inicialmente permite el «vaciamiento» de una experiencia visual acumulada en muchos años. Los que hemos sido educados en un ambiente más occidentalizado necesitamos mucho tiempo y mucho entrenamiento para «aprender a ver»: los fotógrafos populares, especialmente los campesinos, han «aprendido viendo» y cuando tienen la posibilidad de manejar un instrumento que produce imágenes, como la cámara fotográfica, toda esa carga visual acumulada se desborda espontáneamente. Por otro lado, los sectores populares son muy conscientes de la imagen como poder. Gentes pertenecientes a «culturas de silencio» impedidas de hablar, arrinconadas y despreciadas como culturas «atrasadas», deformadas por turistas, periodistas, sociólogos, antropólogos y comunicadores, que hablamos por ellos desde otras perspectivas culturales son mucho más sensibles al poder de la imagen, justamente porque no lo tienen. En TAFOS nunca hemos tenido problemas para explicar a los sectores populares la potencialidad de la fotografía; al contrario, la demanda es imposible de absorber y esto es así no tanto por nuestro poder de convicción sino porque los sectores populares captan rápidamente el potencial universalizador del medio, la gran posibilidad de manejar un medio donde no haya observador que no esté atento, que no reciba el mensaje. Esta ha sido la revancha de Sabino, tanto o más efectiva pero mucho menos sangrienta que la de Sendero: colocarse detrás de la cámara y poner al gringo como objeto de galería, denunciar ridiculizando a aquel poderoso que siempre los congeló en sus paredes, en sus libros y en sus postales pero nunca se preocupó por ellos como personas, como seres humanos. A estas alturas de nuestra exposición ustedes estarán pensando: «muy bonito, pero ¿cómo funciona?». Este es el tema que ahora quisiéramos abordar, con la esperanza de que lo que hemos dicho hasta ahora facilite la comprensión de nuestro trabajo. Como decíamos anteriormente, los fotógrafos son elegidos por sus organizaciones locales: comunidades campesinas, organizaciones barriales, sindicatos. Allí, los delegados elegidos asumen un compromiso directo con las tareas de la organización. El taller, compuesto de un promedio de diez fotógrafos, abarca de esta manera una gran amplitud de territorio con problemáticas afines. A partir de allí el taller necesita constituirse como organización, con una estructura propia. Eligen su directiva y sus delegados internos, buscando que todas las decisiones sobre la vida y el funcionamiento del Taller correspondan al Taller mismo, y que TAFOS sea una instancia de capacitación y apoyo, y que no decida por los fotógrafos. Esto es así porque es muy importante que el taller asuma la tarea de fotografía como una necesidad interna más que como una demanda externa, y también porque en este nivel la relación de TAFOS con los talleres es de una o máximo dos reuniones al mes, y en todo el resto del tiempo el taller debe tener la capacidad de tomar decisiones por su cuenta, desde el uso del material como por ejemplo la distribución de cámaras y rollos hasta la selección de temas o actividades donde deben estar presentes los fotógrafos. ¿Cómo se capacita a los fotógrafos en los talleres? La metodología de capacitación en los talleres es muy sencilla. En cada reunión se tocan dos aspectos: la capacitación técnica y las tareas de comunicación. Como señalábamos anteriormente, todo el aprendizaje técnico es a través de la práctica. Cuando el fotógrafo se incorpora al taller, recibe una cámara completamente automática (una YashicaT3 o una Nikon L35AF), con las mínimas indicaciones sobre encuadre, luz y cambio de película. Con dos o tres rollos, el fotógrafo se va a su comunidad de base a realizar un registro completamente libre, primer registro que, como decíamos, siempre es fascinante. Entregados los rollos, revelados y puestos en
contactos, el taller se reunirá para evaluar los resultados. Allí se discute sobre lo buscado por el fotógrafo y lo efectivamente conseguido en la fotografía. De esta manera, se puede iniciar una discusión sobre el funcionamiento mismo de la cámara y las condiciones para manejarla más diestramente; y en segundo lugar, ya se pueden ir abordando los contenidos temáticos de las fotos. Conversando sobre el por qué de las tomas, el taller comienza a extraer temas sobre su mundo y su realidad. Es muy importante que culminada esta discusión los fotógrafos hagan un uso social de sus fotografías. Se discute entonces la manera de difundir el material, lo que en cada uno de los talleres será diferente porque se buscará definir cuáles son los espacios de comunicación de la comunidad local para allí presentar el trabajo. Calles, parroquias, asambleas, marchas y muchos otros espacios de encuentro colectivo serán así espacios de exposición, y los fotógrafos irán ganando, de una manera natural, la función de comunicadores en sus zonas. La continuación de esta tarea hará que los temas, técnicos y de comunicación, se vayan complejizando en los talleres. Llegarán así a manejar técnicas de revelado y ampliación junto con técnicas de difusión no sólo local sino también distrital, regional e incluso nacional, al mismo tiempo que los fotógrafos se irán enriqueciendo temáticamente. Volvemos a resaltar que en este proceso los protagonistas son los fotógrafos y sus experiencias, y la función de TAFOS será motivar y dinamizar la generación de sus propios contenidos y técnicas. Tomando en cuenta el trabajo local es fácil entonces pensar en otro nivel; el regional. Las organizaciones locales con un mínimo de experiencia y madurez siempre están conectadas a circuitos más amplios de reivindicación. La experiencia lleva a las organizaciones a una conciencia de que los problemas, efectivamente, no tendrán solución, mediata ni inmediata, si es que no se plantean reivindicaciones más amplias, que unifiquen fuerzas que permitan interpelar con mayor eficacia al Estado y al sistema. Esto las ha llevado a conformar organizaciones de mayor nivel, que paulatinamente se han venido convirtiendo en poderes regionales o en algunos casos nacionales. Así, los fotógrafos también despliegan un trabajo, y muchas veces muy intenso, en este nivel. Por ejemplo, en Ayaviri, Puno, los fotógrafos son reconocidos por la Federación Unitaria de Campesinos de Melgar (FUCAM), y la Federación Unitaria de Campesinos de Carabaya (FUCA), bases de la FDCP (Federación Departamental de Campesinos de Puno);en Ocongate, los fotógrafos son miembros e impulsores del Frente de Defensa; en El Agustino, los fotógrafos han sido reconocidos como parte integrante de la Unión de Pueblos de la Margen Izquierda del Rio Rímac (UPMIRR); en la Oroya son parte de la Federación de Trabajadores de CENTROMIN-PERU y en Morococha del Frente de Defensa de los Trabajadores de Morococha. Este nivel es muy importante porque obliga a trabajar mensajes que rompan el localismo y el aislamiento y porque lleva a articular la fotografía con un mensaje más político. Finalmente, es necesario señalar que, al afirmar la importancia de articular mensajes locales y sectoriales, si éstos no logran articularse entre sí, la mayor virtud de los talleres será el localismo, el exotismo, y estaríamos reproduciendo la parcelación y desarticulación que posibilitan la explotación y opresión en el país. Creemos que es muy importante que los Talleres intercambien sus mensajes y sus imágenes, y que esto permita que el movimiento popular desarrolle una conciencia de movimiento nacional, aún sobre sus diferencias. De igual manera es necesario que estas imágenes puedan saltar las grandes barreras étnicas y culturales que existen en el Perú y que puedan llegar a diferentes sectores en el país, la llamada opinión pública para denunciar la terrible injusticia de la vida del pueblo y también para anunciar el proyecto de su transformación. Otra vez, en esta tarea la fotografía tiene ventajas considerables sobre otros medios, puesto que, por ejemplo, permite entablar un diálogo muy directo y horizontal entre dos personas culturalmente tan distantes como un comunero quechua-hablante cusqueño y un intelectual limeño.
Ahora, para ser fieles a la verdad, queremos decir que en este tercer nivel de difusión de los trabajos de los fotógrafos, a diferencia de los anteriores, todavía el equipo de TAFOS tiene una intervención protagónica, aunque siempre procuramos ser fieles al enfoque y perspectiva de los Talleres. Nuestra esperanza consiste en pensar que los Talleres van a desarrollarse rápidamente hasta el nivel de tener sus propios medios y canales de difusión, y trabajamos arduamente en esa dirección. Hemos abusado de su paciencia para abordar algunos temas que, más que en un gratuito afán de teorizar, han nacido a partir de esta apasionante y gratificante tarea y trabajar con los sectores populares en la búsqueda de recuperar su imagen a través de la fotografía. Pero creemos que todas estas reflexiones son pertinentes no sólo por la fotografía en sí, sino por las pistas que nos pueden dar para pensar otras dimensiones del problema nacional. Creemos que cada día somos más los que pensamos que la solución a la aguda crisis que vivimos no pasa por hacer, o volver a hacer, el camino de Occidente, del primer mundo, y que mas bien la crisis se debe al terco e interesado afán que han tenido las clases dominantes y dirigentes en este país por transitar esa vía. Como dice Flores Galindo, tenemos que pensar un modelo de desarrollo que no sea necesariamente sinónimo de industrialización, de capitalismo o de modernización. Pero, como dice Desnoes en el texto que citamos al empezar esta exposición, «Sin conocimiento, intuitivo o consciente, de la estructura del mundo alrededor nuestro, estamos perdidos.» Entonces, «...debemos desarrollar la fotografía (y no sólo la fotografía) como una actitud crítica revelando y dirigiendo un mundo que pueda ofrecer una alternativa posible, otra realidad, a la visión y concepciones culturales Euro (o Norteameri) céntricas». La fotografía es un excelente medio para nombrar las cosas de nuestro mundo, para demostrar que hay otra clase de belleza, que los rostros del Primer Mundo no son los únicos. Los fotógrafos populares, retratando su realidad, también nos anuncian que es posible pensar en otra realidad, que podemos pensar el mundo de otra manera. Es una denuncia y un anuncio. Miremos, escuchemos. Universidad de Lima, noviembre, 1989 * Ponencia presentada en el Primer Coloquio Peruano de Fotografía, Lima 6-8 noviembre 1989. TAFOS. Taller de Fotografía Social. Dirección: Almagro 116, Pueblo Libre, Lima, Perú.