La historia del matrimonio

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La historia del matrimonio

El autor cristiano Thomas Gary escribió un libro titulado Sacred Marriage (Matrimonio sagrado). En este libro el autor reta al lector con la siguiente pregunta: ¿Podría ser que Dios instituyera el matrimonio para hacernos santos/bendecirnos más que para hacernos felices? Esta es una pregunta interesante, pues si observamos el índice de divorcios que aumenta cada vez más en nuestra sociedad actual, da la sensación de que las razones de estos divorcios son la falta de felicidad sobre todo. En la mayoría de los casos el matrimonio no ha respondido a sus expectativas, por lo tanto se abandona. El matrimonio en nuestra sociedad está en cuestión. Bien sea por el gran número de divorcios, o por el escaso número de personas que eligen casarse, o incluso por quienes buscan una redefinición del matrimonio, éste parece estar en cuestión. Esto nos tiene que alarmar porque la historia demuestra que la fuerza o la debilidad del matrimonio ha hecho que algunos países se hayan levantado o se hayan hundido. Si pensamos sobre el matrimonio lo primero que debemos entender es su historia. En Génesis 1:26-27 se nos dice que solo nosotros, los seres humanos ,fuimos creados a imagen y semejanza de Dios. El Génesis nos cuenta que Adán, el primer hombre, fue creado por Dios, pero aún cuando tenía toda clase de animales a su alrededor le faltaba una compañera que le ayudase. Dios, tras crear cada cosa, dijo y repitió que era buena, excepto cuando llegó a la creación de Adán. En Génesis 2:18 Dios dijo: “No es bueno que el hombre esté sólo, voy a hacerle una ayuda adecuada.” Dios, entonces, creó a la mujer a partir de la costilla de Adán y en ese momento dijo estas palabras del Génesis 2:24: “Por eso el hombre dejará a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer, y los dos se fundirán en un solo ser”. Dios creó al hombre y a la mujer a su imagen y los unió como esposo y esposa. Dios creó e instituyó el matrimonio como la piedra angular de la sociedad. Tenemos otras relaciones 1

familiares y de conocidos, pero Dios puso juntos al hombre y a la mujer para ser el fundamento de la familia, que es la clave para formar una sociedad sana. Algunas personas argumentan que el matrimonio es una idea del ser humano nacida de la necesidad de sobrevivir. Y que tomó la forma de un hombre y una mujer por la necesidad de reproducirse y de tener niños que proporcionaran mano de obra. Otros miran a la historia y nos cuentan que el matrimonio es una estructura social hecha por el hombre que sigue evolucionando, hablan de que no ha sido hasta los dos últimos siglos que los matrimonios se han casado por amor, pues estos matrimonios solían estar amañados, y que hasta los judíos solían practicar la poligamia. Se habla de estos cambios para demostrar que la sociedad puede cambiar el matrimonio según su evolución e intereses. Pero Dios creó el matrimonio y es Él quien lo define. El pecado ha contaminado los planes de Dios para el matrimonio. Las culturas han influenciado las relaciones entre marido y mujer, pero fue Dios quien creó e instituyó el matrimonio en su forma original. Para poder comprender el papel del matrimonio, miremos en Hebreos 8:5, donde se nos habla de “lo que es copia y sombra de las cosas celestiales”. Y es verdad que Dios ha creado ciertas realidades en esta vida para ayudarnos a entender la realidad del cielo y nuestra relación eterna con Cristo. Un ejemplo es cuando Dios dio a Moisés las instrucciones para construir el tabernáculo, pues le dijo que las siguiera al pie de la letra para construirlo como una copia de un lugar sagrado que existe en el cielo. El matrimonio es también una copia terrenal de una realidad espiritual y eterna. El matrimonio es un ejemplo de nuestra relación con Cristo. Aquí tenemos algunos versículos que hacen alusión a este tipo de relación con Dios y Cristo. ▪ Isaías 54:5 - “Porque el que te hizo es tu esposo; su nombre es el SEÑOR Todopoderoso. Tu Redentor es el Santo de Israel; ¡Dios de toda la tierra es su nombre!” ▪ Isaías 62:5 - “Como un novio que se regocija por su novia, así tu Dios se regocijará por ti.” ▪ Efesios 5:25 - “ Esposos, amad a vuestras esposas, así como Cristo amó a la iglesia y se entregó por ella.” El matrimonio es un reflejo de la relación espiritual de Cristo con su iglesia, el pueblo de Dios. Es una relación íntima, permanente, sacrificada, comprometida y basada en el amor incondicional. Un ejemplo que aclara esto es la ceremonia del matrimonio judío. Los matrimonios judíos estaban amañados. Comenzaban con una conversación entre los padres. La primera parte de la ceremonia era el periodo de compromiso, que consistía en que el novio daba a su futura novia algo de valor, un anillo, dinero o un documento en donde figuraban sus intenciones. Tras el compromiso la novia se quedaba en la casa de su padre preparándose para la boda. Durante este tiempo ella permanecería pura y prepararía su ajuar, también se prepararía para dejar a su familia y compartir la vida con su nuevo esposo. Ella pondría sus intereses de lado y no se prestaría a tener relación con otros hombres, pues su corazón estaría siempre dirigido hacia

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su futuro esposo. Se dice que durante todo este tiempo la novia está “consagrada”, “santificada” o reservada. El novio volvía a la casa de su padre a preparar un lugar para vivir con su esposa. Normalmente construiría una vivienda adosada a la casa paterna y una vez acabados los preparativos y contando con la aprobación de su padre, éste iría a buscar a la novia para traerla a la casa que había preparado. La novia nunca sabía cuándo él iba a volver. Podría regresar al cabo de un año, de un mes, o de dos semanas. Su responsabilidad consistía en estar preparada en todo momento para su regreso. En esta descripción de la ceremonia del matrimonio judío, vemos su significado espiritual en múltiples aspectos. El futuro novio invita a la joven a ser su amor para siempre, al igual que Cristo nos invita a nosotros. El futuro novio da algo a la novia como prueba de que volverá, al igual que Cristo nos da al Espíritu Santo como prueba de su regreso. El novio va a preparar un lugar para la novia, como Cristo ha vuelto al cielo a preparar allí un lugar para nosotros. Cuando el futuro novio se va, la novia se mantiene fiel a él, al margen de las insinuaciones de otros hombres. Al igual que un seguidor de Cristo mantiene su corazón apartado del pecado y de otros ídolos mientras espera la venida del Señor. Finalmente el novio vuelve a buscar a su novia, como Cristo volverá a buscar a su iglesia al final de los tiempos. Juan 14: 1-3 comparte estas palabras de Jesús: “No os angustiéis. Confiad en Dios, y confiad también en mí. En el hogar de mi Padre hay muchas viviendas; si no fuera así, ya os lo habría dicho a vosotros. Voy a prepararos un lugar. Y si me voy y os lo preparo, vendré para llevaros conmigo. Así vosotros estaréis donde yo esté”. No es que Jesús estuviera un día enseñando a sus discípulos y de pronto se le ocurriera utilizar el matrimonio como ejemplo para que comprendieran su enseñanza. El matrimonio no es una ocurrencia humana, ni un constructo antropológico. Es algo creado por Dios y proyectado antes de que el mundo existiese. Dios sabía que como resultado de nuestro egoísmo y depravación nos rebelaríamos y nos volveríamos contra Él. Sabía que enviaría a su hijo como novio de honor para que pudiésemos reconciliarnos con Él. Él nos invita a tener una relación exclusiva, comprometida y permanente, basada en el amor incondicional. Él sabe que si nosotros le seguimos nos envía al Espíritu Santo como promesa de que volverá, y que el Espíritu Santo actúa en nuestras vidas para bendecirnos y prepararnos para la llegada de Cristo. Dios sabía que Cristo volvería al cielo a preparar un lugar para nosotros y cuando ese lugar estuviese preparado, Dios Padre permitiría que Cristo volviese a buscar a su novia. Dios creó el matrimonio. Por lo tanto nosotros esperamos a Cristo, nuestro novio. Este es el tiempo del compromiso y del cortejo en el que nosotros estamos consagrados y dedicados a ello, sometidos a la voluntad y bendición del Espíritu Santo. Durante este tiempo busquemos conocer a Cristo lo mejor que 3

podamos, esperando un día conocerlo de lleno como Él nos conoce a nosotros. Esta vida es sobre todo la preparación para la próxima. Es en el cielo donde la verdadera vida empieza. En la Sabiduría de Dios, una de las mejores formas de ir madurando y limando asperezas en nuestras vidas para imitar a Cristo es por medio del matrimonio. La relación matrimonial es difícil, pues un hombre y una mujer se comprometen mutuamente para toda la vida, eligen compartir espacios personales, se conocen más allá de las apariencias, sufren momentos de enfado a causa de su egoísmo, pereza, y desacuerdos relativos a las finanzas, al futuro, a las formas de entender la paternidad, al sentido del orden y limpieza, a la relación con otros miembros de la familia y a muchas otras cosas que podríamos mencionar. Pero es en estas situaciones donde los esposos encuentran el potencial para imitar a Cristo, es en medio de sus luchas donde aprenden a depender más y más de Cristo. Quienes tienen ojos para ver y oídos para oír aprenden a reconocer su egoísmo, sus mezquindades, su afán de controlar, su falta de gratitud. Aprenden también a comprometerse, a perdonar, a pedir perdón, a saber cuándo hablar y cuándo mantenerse callados, experimentan la alegría del perdón y la seguridad del amor para siempre. Así pues, empiezan a ver la belleza que sale del corazón y no la apariencia externa, empiezan a entender el amor como acciones fruto del compromiso y no como un simple sentimiento. Pasan de las luchas superficiales a emerger en otros aspectos con un amor más profundo de lo que esperaban. Si tener un hijo nos ayuda a entender mejor lo que dice Juan en 3:16, el estar casados nos ayuda a comprender el eterno amor que Cristo nos tiene. Nos ayuda a experimentar con mayor profundidad el perdón, la paciencia, la humildad y la confianza. Cuando dos personas imperfectas aprenden a amarse bien, la gente de su alrededor mirará a Cristo y Dios será glorificado. Hasta aquí hemos visto la idea del matrimonio según las Sagradas Escrituras; ahora vamos a ver lo que Jesús nos enseña sobre el divorcio. En Mateo 5:31-32 leemos: “Se ha dicho: ‘El que repudia a su esposa debe darle un certificado de divorcio.’ Pero yo os digo que, excepto en caso de infidelidad conyugal, todo el que se divorcia de su esposa, la induce a cometer adulterio, y el que se casa con la divorciada comete adulterio también”. Jesús no dijo esto fuera de contexto. Para entenderlo mejor, vamos a verlo. El hombre de la época de Jesús tenía la posición de dominio. Podía divorciarse cuando quería. En Deuteronomio 24:1 se dice que si una mujer no placía a un hombre porque él encontraba algo indecente en ella, éste podía entregarle un certificado de divorcio. El origen de la palabra “indecente” literalmente era “desnudez de una cosa”. Su significado no está totalmente claro, pero de alguna manera estaba conectado con inmoralidad o con indecencia sexual. Dado que el significado de la palabra no quedaba claro, muchos judíos de los tiempos de Jesús aprovechaban la ambigüedad del término para tomarse el derecho de divorciarse de sus mujeres por cualquier razón, aunque fuera insignificante. En la muy liberal escuela rabínica de Hillel se enseñaba que un 4

hombre se podía divorciar de una mujer por cocinar mal, llevar el pelo suelto, hablar con otro hombre o faltar al respeto a su marido. La esposa, como mujer, no tenía derechos y no podía divorciarse de su marido por ninguna razón, pero el hombre sí podía divorciarse de su mujer por cualquier razón. Lo único que tenía que hacer el marido para divorciarse era entregar el certificado de divorcio en presencia de dos testigos y echar a la mujer fuera de casa. La vida de las esposas era tan insegura que algunas mujeres elegían no casarse. Debemos recordar que los judíos eran parte del imperio romano. En la antigüedad los romanos estaban muy comprometidos con la salud de la familia y el matrimonio, pero poco a poco la influencia del mundo griego cambió esto. En tiempos de Jesús los romanos no tenían ningún prejuicio respecto al adulterio; según la cultura el tener amantes fuera de casa se tomaba como normal en un hombre con estatus. Las palabras de Jesús habrían parecido estrictas o rígidas para la mayoría de sus oyentes. Lo único que pretendía era llevarles de vuelta a la idea del matrimonio y la pureza tal y como Dios lo instituyó al principio. Jesús llama a sus seguidores a permanecer en el matrimonio a pesar de las dificultades que encontrasen. No toméis el camino fácil. Confiad en Dios para que os ayude en todo lo que necesitéis para vivir con éxito la vida en el matrimonio. En Mateo 5:31-32 Jesús no manda divorciarse después de un adulterio. Está dando un permiso. Algunas personas, cuando sus parejas han sido infieles, inmediatamente aprovechan la oportunidad para pedir el divorcio, pero el proyecto de Dios con respecto al matrimonio no es el divorcio. Dios quiere el arrepentimiento y la reconciliación. Él nos amó y nos mostró ese amor enviando a su hijo, que murió por nosotros, los pecadores. Al igual que la imagen del matrimonio nos ayuda a ver la gloria de Dios, la reconciliación en el matrimonio nos lleva a Cristo. Si el compañero infiel continúa en el pecado y deja a su esposa, ésta es libre para divorciarse y para volverse a casar si Dios lo quiere. Pero si el compañero infiel se arrepiente y ruega el perdón y la reconciliación, entonces la pareja debería perdonar y deberían reconciliarse. Esa situación puede conllevar la necesidad de terapia, formar parte de un grupo de rendición de cuentas, y cambios domésticos hasta que se restablezca la confianza. Lo que empezó como traición y ruptura puede resultar en testimonio de la misericordia y gracia de Jesucristo. El matrimonio es difícil, aún cuando los dos cónyuges sean seguidores de Cristo. Ambos son seres caídos que han sido redimidos y que están en proceso de seguir a Cristo. Esta gran dificultad nos puede llevar a un amor e intimidad que supere la prueba del tiempo, o puede conducirnos a una desesperanza en la que finalmente elegimos divorciarnos. Jesús nunca nos llama a la mediocridad. Él nos creó. Él conoce el potencial de la vida y del matrimonio si dependemos de Él y permanecemos fieles a los compromisos que hicimos con Él y nuestro cónyuge. 5

Como en los versículos anteriores, Cristo nos llama de nuevo a vivir unos valores que nos parecen imposibles. Y francamente, lo son. La clase de abnegación y amor incondicional en el matrimonio que refleje el amor de Cristo por su pueblo es imposible. Pero esa es la idea. Para experimentar esta vida tal como fue planeada debemos depender de los recursos de Cristo. Si dos personas se acercan con humildad a un Dios lleno de amor y capaz de obrar milagros, cualquier matrimonio puede reconciliarse. Si estás divorciado, acepta la gracia de Dios, toma estas verdades y aplícalas de aquí en adelante. Si estás separado o planeando un divorcio, apela a la misericordia y gracia de Dios, y busca la reconciliación. Puede parecer imposible, pero ora y haz lo que puedas para ser utilizado por Dios como agente de reconciliación. Si estás casado con una persona creyente, sigue poniendo tu matrimonio ante Dios. Confía en que Él cambiará vuestros corazones y el de vuestro matrimonio. Permite que Dios os traiga sanación, humildad y una actitud de servicio. Acercándoos ambos diariamente a Dios, que Él haga que cada uno sea una bendición para el otro. Si estás casado con una persona no creyente, ora y persevera en los caminos de Dios. Para que, a través de tu fe y obediencia, tu cónyuge encuentre la plenitud en Cristo. Asimismo, aquellos que observan tu vida y compromiso se verán afectados y atraídos hacia Cristo. Si estás soltero, tómate este tiempo para fortalecer tu lealtad a Cristo, lo cual tendrá enormes efectos en cómo respondes desde tu soltería. Deja a Dios que ponga deleite por él en tu corazón. De este modo tus ideas de matrimonio ya no serán desesperadas, egoístas o impuras. Cuando llegue el momento, estarás preparado para buscar a Dios en medio del compromiso hacia un amor para siempre. Dios creó el matrimonio. Confiemos en Él y seamos fieles hasta que la muerte nos separe.

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