La Iglesia que queremos: una Iglesia samaritana

La Iglesia que queremos: una Iglesia samaritana Érika Zárate Baca Danilo Barragán Galarza MAGIS III – ensayo de eclesiología CVX – Ecuador 1.- Introd

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LA IGLESIA QUE JESUS EDIFICO Por ROY MASON Traducido por W. S. GOULDING CLAUDE KING, SR. 1249 W. Summer Avenue Indianapolis, Indiana 46217 E. U. A.

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La Iglesia que queremos: una Iglesia samaritana Érika Zárate Baca Danilo Barragán Galarza MAGIS III – ensayo de eclesiología CVX – Ecuador

1.- Introducción Alguna vez, un buen amigo, con un comprometido caminar dentro de la CVX, nos comentaba que así como la espiritualidad franciscana podría resumirse en la pobreza como característica fundamental y, a su vez, el carisma de la comunidad salesiana lo podía hacer en la formación de los y las jóvenes, nuestra espiritualidad ignaciana encontraba en «el servicio» la expresión que sintetiza su propia razón de ser. De hecho, frases como «hombres y mujeres para los y las demás», «ser más para servir mejor» o «en todo amar y servir», entre algunas otras que aparecen con frecuencia en la literatura o en las conversaciones de medios ignacianos, no hacen más que confirmar el carácter esencial que tiene «el servir», como actitud de vida para nuestro seguimiento de Jesucristo a la manera de Ignacio de Loyola. El servicio es, sin embargo, una de esas palabras tan ricas como diversas en su significado, que pueden abarcar una gran cantidad de prácticas concretas: de la evangelización a la docencia universitaria, de la participación en entidades de gobierno al trabajo con comunidades marginadas. Ignacio conoció bien esta amplitud, por lo que en su obra de los Ejercicios Espirituales (EE) ordenó una secuencia de herramientas que faciliten encontrar las mediaciones para el servicio, opción natural a la que nos conduce la degustación de tanto amor recibido durante esa experiencia. Estas reflexiones de seguro no son nada novedoso para la persona de vocación ignaciana, pero su breve revisión nos ayuda a centrarnos en nuestro tema: la Iglesia samaritana. Hace un tiempo, un obispo del sur de Ecuador, en ese entonces presidente de la Pastoral Social de la Conferencia Episcopal, dio un discurso a un grupo de gente que trabajaba en organizaciones eclesiales de acción social, en el cual subrayaba la vocación de la Iglesia católica a ser una Iglesia samaritana, que se caracteriza por posar su mirada en los márgenes del camino, dispuesta a servir a quienes allí se encuentran. Desde nuestra experiencia, esta imagen encaja muy bien con la CVX: con nuestros Principios Generales, con Nuestro Carisma y en especial con el testimonio de hermanos y hermanas que viven esta vocación con un profundo y motivador compromiso. El llamado a ser una Comunidad al servicio de la humanidad ha sido ratificado en las últimas asambleas mundiales. No obstante, el camino de fidelidad que debemos transitar en este sentido aún presenta muchos desafíos, tareas e incoherencias. Es desde esta perspectiva que hemos querido mirar nuestra CVX, la del aquí y ahora, para conocer mejor cómo ve y comprende a la Iglesia universal, cuál es el sentido que da

a su papel dentro de la Iglesia contemporánea y quiénes la interpelan, la cuestionan y le exigen cercanía y diálogo. Con este fin, hemos conversado con hermanas y hermanos de la CVX Ecuador, de distintas edades y experiencias dentro de nuestra vocación ignaciana, pero que nos permiten tener una comprensión todavía muy general de cuán alineada está nuestra Comunidad con aquel ideal samaritano que acoge y acompaña a quienes el resto ha despreciado.

2.- ¿Cómo es una Iglesia samaritana? (marco teórico) En la introducción que la Biblia de América1 hace al Evangelio de Lucas, llama a este libro «...el evangelio de la misericordia...», pues su autor busca dar a conocer que la Buena Nueva está dirigida especialmente a quienes se sienten indignos «...de tan magnífico don». Ese espíritu es el que se desarrolla en todo el texto, cuyo autor era propio de la segunda generación cristiana, la cual empezaba a enfrentarse con nuevos desafíos en su fe, entre los que se destacaba la tentación a «acomodarse» en la rutina de la vida diaria, en las comodidades de la civilización grecorromana y en la incertidumbre de la vuelta del Señor que empezaba a comprenderse distinta y lejana. La parábola del «Buen samaritano» (Lc 10 25-37), una de las más citadas por su claridad pedagógica y su mensaje tan crítico y cuestionador como lleno del Amor de Dios, se inicia en el contexto de una discusión, entre Jesús y maestros de la Ley, que empezaban a oponerse a su enseñanza. Este hecho no debe pasar desapercibido, pues es importante resaltar que los interlocutores a quienes Jesucristo presenta esta imagen de la misericordia del Padre son radicales en cuanto a la interpretación de la ley, contando incluso con la potestad de juzgar al resto de la población en función de su buen cumplimiento. Según la ley judía, el prójimo era quien pertenecía al pueblo de Dios: esta afirmación excluía, temporal o permanentemente, a un gran porcentaje de la población, por distintos motivos: género, edad, procedencia, profesión, entre muchos más. Resulta obvio que esta norma era bien conocida por los maestros de la Ley, quienes sin embargo preguntaron a Jesús de Nazareth quien era el prójimo para Él y su «novedosa» visión del mundo. Puede afirmarse que era una pregunta con doble intención, que buscaba debilitar la posición del carpintero ante sus seguidores poniéndolo en aprietos frente a la institución que los judíos respetaban tanto: La ley religiosa. A pesar de ello, Jesús responde fiel a su estilo, con una parábola que dentro de su sencillez guarda un mensaje provocativo y transformador, abiertamente desafiante a la posición institucional que los maestros representaban en ese momento, y con un samaritano -extranjero enemigo de los judíos- como protagonista. A partir de este personaje podemos extraer dos elementos importantes para la comprensión de la historia: el contraste con la actitud de los caminantes que se dirigen a Jericó y su reacción desde que encuentra al herido en su camino.

1 Biblia de América, La Casa de la Biblia, 6ª edición, Madrid, 1994.

Los dos primeros personajes, el sacerdote y el levita, de idéntico comportamiento frente al hombre herido, tienen una clara identificación con el oficialismo religioso judío: aquellos que manejaban el poder del templo y de cierta manera tenían la capacidad de disponer sobre la vida del resto del pueblo, eran para la visión de Jesús, las personas con menor capacidad de respuesta generosa frente a la desgracia ajena. El reconocimiento que su linaje religioso les producía ante los hombres, lamentablemente no les «capacitaba» para el servicio sincero a quien lo necesita. A esta imagen, se contrapone la inmediatez del samaritano. El pertenecía, como se mencionó ya, a uno de los grupos abiertamente discriminados por la ley judía, pero para el sentido de la parábola representa a todas las personas que eran marginadas por esta institución. El efecto de la comparación en la conducta de los tres caminantes da a entender, como lo hacen muchos otros pasajes de la Escritura, que los referentes o modelos humanos no coinciden con los divinos e, incluso, pueden contraponerse. El centro no está en la ley, sino en la dignificación de la persona humana a la que esa ley conduce y cuyo sentido había sido desvirtuado paulatinamente por los encargados de interpretarla y promoverla. En todo caso, el sentido principal de esta historia se da, además, por el hacer del samaritano, por su conducta para con el herido del camino. Esta conducta a su vez se componen de facetas interesantes que ayudan a comprender mejor el sentido de la parábola. En primer lugar, está la actitud referencia hacia los márgenes. La atención de los dos primeros caminantes es tal vez casual o inclusive nula hacia ellos, en cambio la actitud samaritana tiene su vista sobre ellos, predisponiendo la actitud de servicio. En efecto, la actitud samaritana es una reacción ante una realidad. Aún cuando la casualidad permitió que el sacerdote y el levita hayan alcanzado a ver al hombre herido, ese hecho no produjo nada en ellos, ni siquiera se dice algo acerca de un movimiento interno. Por el contrario, el samaritano reacciona en función de la vida de la persona, a partir de un cuestionamiento interno que le produce lo que ve. Eso delata un talante crítico ante la realidad. El valor de la cercanía, de estar con, que es algo que Jesús repetiría en muchos de sus otros mensajes. Por último, la respuesta samaritana no es solamente momentánea ni de consuelo. Es una profunda y comprometida acción en defensa de la vida del herido, que incluye su tiempo, su bienestar, su dinero, pues incluso llega a disponer algo extra para cuidar de él mientras no está. Ese el sentido final de la respuesta reflexionada pero oportuna del samaritano.

3.- La vocación eclesial de la CVX, una Iglesia Samaritana Esta espiritualidad de Lucas nos ha marcado el camino de la “Iglesia que queremos”, una iglesia samaritana que incluya y vivifique cada uno de los detalles antes mencionados. Sin embargo juzgamos conveniente comparar estos ideales máximos de una Iglesia, en Misión de Cristo, con una realidad local, es por ello que plantemos un análisis de la Iglesia

vista desde nuestros hermanos y hermanas de CVX Ecuador, que nos proporcione una noción general del cuán cerca o cuán lejos estamos de este ideal y a través de qué elementos nos acercamos o alejamos. El análisis se llevó a cabo con hermanos y hermanas de varias comunidades de nuestro país: hombres, mujeres, jóvenes, adultos, con otras experiencias de CVX internacionales, entre otros. Cada miembro respondió a preguntas que marcaban la ruta de una Iglesia y empezaban por presentar una noción general de lglesia cristiana hasta una presentación de lo que existe en nuestra comunidad local, en un paralelismo con la parábola del samaritano. La intención en cada una de las encuestas no fue la de presentar un ideal personal de CVX en la Iglesia, sino la de compartir una realidad comunitaria, con sus aciertos y desaciertos.

3.1 La CVX entiende a la Iglesia como una comunidad que camina La parábola del Samaritano nos muestra a una humanidad que camina: un levita, un sacerdote, un samaritano: hombres y mujeres que caminan de un sitio a otro, esa es la imagen y la concepción de la Iglesia desde la CVX: Una comunidad, pueblo de Dios, de laicos, laicas, religiosas y religiosos animados y sustentados en la fe de Cristo. Podemos reconocer a la Iglesia como cuerpo místico de Cristo, caracterizado por la unidad en la diversidad. En donde hay diversidad de dones, carismas y donde la vocación laical tiene un llamado y una responsabilidad para participar activamente desde su ser laico en el mundo. En este apartado podemos reconocer elementos claves en la idea que tenemos y sobre todo vivimos como Iglesia: •

Pueblo de Dios: tomado desde las definiciones de Boff,2 sabemos que el Pueblo de Dios, no es una “masa de gente” sino la asociación o comunidad en la que viven y se organizan los fieles que se conciencian de la realidad en la que viven y en esa realidad se dejan evangelizar y plantear acciones concretas a futuro. La CVX se reconoce como parte de esa comunidad. No la totaliza ni es insignificante a ella y vive su fe, y se hacen parte de la misión de Cristo en la tierra.



Sustentada en la Fe de Cristo: este Pueblo de Dios se centra en sí mismo, ni recae solamente en el análisis de su realidad sino que nace, se fundamenta y se nutre de la Fe en Jesucristo, del reconocimiento del amor de Dios y el llamado a la construcción del Reino.



Unidad en la dispersión: la dimensión comunitaria que surge de nuestra definición de Iglesia, no resulta en una homogenización de quienes hacemos parte de ella; es decir, con el centro en Cristo y la misión de Dios en nuestro horizonte, estamos llamados desde nuestra diversidad (no solo en la CVX sino en la Iglesia en

2 BOFF, Leonardo. Eclesiogénesis. Y la Iglesia se hizo pueblo...

general), con carismas, dones, fortalezas y debilidades sumamente diferentes y sumamente enriquecedoras si se juntan y complementan entre sí. •

Finalmente como miembros de la Comunidad de Vida Cristiana reconocemos que dentro de la diversidad vivimos nuestra vocación desde el laicado, que en colaboración con los y las religiosas de la Iglesia somos parte del cuerpo Místico de Cristo. En ello aparece el llamado a ser reflejo de la vida de Cristo en medio de las circunstancias de la vida ordinaria. La CVX se asume sobre todo en esta tónica de pertenencia a una comunidad mayor, universal, mundial, pero sustentada sobre todo en los lazos que se tejen en la experiencia comunitaria específica del pequeño grupo, del compartir la vida, y de hacer que la fe sea signo de esperanza en todos nuestros ámbitos, personales y comunitarios. Nuestro rol desde nuestra vida en CVX nos llama a ser activos o ser caminantes, como en la parábola, no podemos quedarnos estáticos en el camino. Sino que buscamos ser parte activa de la Iglesia, vivir un compromiso desde una experiencia de Dios personal y luego comunitaria, de sentirse amados por Dios y llamados a a cumplir su misión en este mundo.

3.2 La CVX busca caminar por los márgenes de nuestro mundo La Iglesia es un Pueblo que camina hacia la misión de Cristo, pero podemos ubicarnos en distintas partes de este camino, esto determinará desde donde y hacia donde vivamos nuestra relación con Dios, a quien nos acerquemos y cómo actuemos. Dentro de la CVX estamos conscientes de nuestra espiritualidad y de los llamados que parten de ella para nuestra adhesión a la Misión de Cristo, específicamente reconocemos que a lo largo del recorrido necesitamos mantener actitud apostólica con los ojos y el corazón puestos en el servicio. Es decir el llamado para CVX como cuerpo apostólico esta claramente en los «márgenes» de nuestro mundo, que se concretizan en los pobres, excluidos, marginados e «indignos». En muchos casos, la CVX ha demostrado su vocación de caminar en medio de las circunstancias más dolorosas de este mundo; es decir, en medio de los más necesitados, pero no solamente “asistiéndolos” sino sobre todo construyendo comunidad ahí, con ellos, entre ellos, y desde ellos. La opción preferencial por los más pobres es todavía un llamado que debe concretarse a la realidad y vocación de cada uno de nuestros miembros y debe ser discernido, enviado, acompañado y evaluado en comunidad. En este punto, sin embargo, es necesario mencionar que aunque nuestro lugar en el camino deben ser los márgenes, no podemos aislarnos de quienes se encuentran en los otros sitios del camino, así como el samaritano camina junto al sacerdote y al levita nosotros también sentimos que caminamos junto a otros carismas, los hermanos

religiosos y a la jerarquía de la Iglesia. Nuestro caminar junto con todos ellos debe mantenerse con la misma actitud del samaritano que no se detiene a juzgar porque ellos no hacen lo mismo que él, no los reclama con palabras sino que denuncia su actitud de indiferencia desde su acción misericordiosa con el herido. Caminar en los márgenes centra nuestra mirada en una parte del camino pero al mismo tiempo no nos limita a una sola forma de vivir en misión, el campo es totalmente amplio y se debe estar atento a los signos de los tiempos, esa es la riqueza de nuestra espiritualidad porque no está limitada ni encasillada sino que al poder ser vivida a profundidad en cualquier ámbito permite que el Espíritu Santo sople, guíe y de vida en espacios muy variados. 3.3 La realidad del mundo interpela a la CVX y empujan su caminar Hemos ya analizado como Jesús, a través de la parábola, nos invita no solamente analizar la realidad de dolor de los hombres, sino a actuar sobre ella; el samaritano no solo se da cuenta de la intensidad del dolor del hombre, sino que se deja afectar y hace vivo el sentimiento de “compasión” se compromete a cambiar la situación del hombre que ha visto. Esta compasión e interpelación es un llamado a los cristianos y las cristianas. Como CVX somos parte de esta Misión, que uniéndolo al tema anterior de caminar en los márgenes obtenemos el punto de partida para nuestra acción que no está en reconocer los dolores del mundo solamente, sino a dejarse afectar por ellos y dar el corazón en ello. En concreto la comunidad ecuatoriana reconoce que la realidad de nuestro mundo nos afecta, y se deja tocar de ella; pero esta interpelación no sobrepasa la dimensión personal y no llega a ser realmente comunitaria, lo que dificulta la concreción de un elemento muy importante para seguir la Misión de Cristo, que permita no solo la acción sino el discernimiento, envío, acompañamiento y evaluación de los procesos y de esa manera podamos hablar de una CVX como “cuerpo apostólico”. Una segunda limitación en esta dimensión apostólica de nuestra comunidad es la poca profundidad del análisis que hacemos a nuestra realidad, los trabajos realizados casi nunca se llevan a la par de las ciencias sociales que nos permitan mirar no solo la superficie de las problemáticas, sino sus raíces y origen, de ahí se desprende que las acciones que tomemos no siempre apunten a los cambios de estructuras. Dentro de la misma línea pocas veces llevamos nuestros discernimientos de la misión a la luz de documentos teológicos que iluminen nuestra intervención y garanticen no solo la solución de una problemática social, sino también el cambio de las estructuras de pecado e injusticia. Sin embargo, también podemos mencionar como la interpelación a la realidad de nuestro mundo ha movido a la CVX hacia la concreción de iniciativas y obras apostólicas que le han permitido vincularse a la Misión de Cristo. Y como un complemento a todo eso se

encuentra el llamado a unirnos como CVX, como iglesia y como humanidad.

3.4 La cercanía es garantía del compromiso para la CXV y su acción misericordiosa Uno de los principales aportes de la parábola del samaritano es la noción de que para llegar a un verdadero compromiso con el otro, es necesario estar cerca de él. El samaritano no podía realmente salvar la vida del hombre herido si solo le tiraba una moneda, fue necesario que se acercara y al mirar su condición, decida curarlo y llevarlo a la posada. Con toda esa atención nos dice que “la cercanía es la garantía del compromiso” y si queremos vivir un verdadero compromiso con alguien, debemos estar cerca a él, conocerlo, y llegar a sentir con él. Jesús vuelve a decirnos casi imperceptible pero vehementemente el valor de la vida humana, y su defensa hasta el último instante. No solo nos pide mirar al margen y darse cuenta de la realidad que nos rodea, sino que nos invita acercarnos, rompiendo esquemas de división y si es necesario dejar el camino que teníamos previsto, hasta salvar al ser humano. Es entonces que nos preguntamos a quiénes es cercana la CVX para la vivir la Misión de Cristo y salta evidente la cercanía a compañeros de camino para la misión: nuestros hermanos de espiritualidad ignaciana en especial la Compañía de Jesús y CVX Mundial. Es evidente la necesidad de volvernos más cercanos a las comunidades y poblaciones con quienes vivimos nuestros apostolados, aunque los tenemos presentes, solo los mencionamos en el momento de presentar nuestros compartires e informes de actividades. La comunidad en la Lucha de los Pobres, las comunidades indígenas, y muchos más han sido hermanos de este camino de encuentro pero aún no podemos decir que hemos alcanzado una verdadera cercanía que genere un compromiso como el de la Iglesia que queremos. El samaritano es un icono de la misericordia que Jesús propone, no es actuar desde la lástima, y pide dar la vida para que el otro viva. En ese sentido ¿cómo vive esa actitud misericordiosa nuestra CVX? es una pregunta difícil de responder porque con seguridad son muchos los testimonios personales de misericordia de los miembros de CVX. De todos modos, la CVX Ecuador ha demostrado ser misericordiosa y abierta a las necesidades de los más pobres a lo largo de su historia. Ha habido una preocupación apostólica importante que se ha visto reflejada en la existencia de los distintos apostolados organizados que han dado fruto a través de los años (ASME-CX, Fundación Misión y Servicio, SIGVOL, La Lucha de los Pobres, etc.) cada una con una misión específica pero con un sentido general de vivir el llamado de Cristo con los demás. Ahora nos queda seguir fortaleciendo las respuestas que el Señor nos ha permitido encontrar y, sobre todo, mantenernos en actitud despierta y alerta para no acomodarnos ni terminar justificándonos en ellas. Nuestra espiritualidad y nuestra misión continúa realizándose en la apertura total a la voluntad del Padre que busca siempre nuevas y mejores maneras de servir y construir el Reino.

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