LA MALDICIÓN BÍBLICA Carlos Larralde

LA MALDICIÓN BÍBLICA Carlos Larralde. “De entre los animales, todo el que tiene pezuña hendida y rumia, éste comeréis. ... pero no comeréis éstos: ..
Author:  Xavier Duarte Rico

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LA MALDICIÓN BÍBLICA Carlos Larralde.

“De entre los animales, todo el que tiene pezuña hendida y rumia, éste comeréis. ... pero no comeréis éstos: ... el cerdo, porque tiene pezuñas hendidas pero no rumia, lo tendréis por inmundo... de la carne de ellos no comeréis, ni tocaréis su cuerpo muerto ... ” (Traducción libre del Tora: Leviticus 11, 247; Deuteronomio 14, 3-21). Esta maldición quizás se justificara en los tiempos de Moisés pero ya no es válida para la mayor parte de la porcicultura moderna altamente tecnificada e higienizada, muy lejos de ser inmunda y peligrosa, y quien mucho sufre de la imputación. Es el humano el eje central de la transmisión de la cisticercosis, él es quien debiera recibir tan duros adjetivos, es él quien alimenta a sus cerdos de traspatio con excrementos y les contagia la cisticercosis y luego, además, él es quien se los come mal cocidos para que se transformen en solitarias y extiendan el riesgo a sus semejantes en tiempo y espacio.

LAS CONFUSIONES DE “HOUSE MD” Carlos Larralde.

La célebre serie de TV de Universal Studios, en su Episodio “Pilot”, presenta el caso de Rebecca, una joven profesora de niños en un ambiente privilegiado del primer mundo quien sufre un primer ataque de epilepsia, y a quien el Dr. House termina por diagnosticarle neurocisticercosis. El diagnóstico se alcanza tras una descabellada reflexión médica urdida a priori por Singer, el director del episodio. La improbable senda reflexiva hacia la neurocisticercosis se inicia con el descubrimiento de jamón en el refrigerador de Rebecca. El hallazgo es despojado de su trivialidad al propiciarse una discusión sobre el posible origen judío de Rebecca, y a cuyo termino ocurre la disparatada y reveladora sentencia “donde hay cerdos hay neurocisticercosis”. Una conjunción que soslaya lo innumerable del conjunto de otros elementos cuya existencia intersecta con la de los cerdos, y convoca un olorcillo a castigo divino por una supuesta trasgresión al veto bíblico. La reflexión pasa luego por la implicación de que la efímera respuesta positiva de Rebecca al tratamiento con esteroides es indicación adicional de neurocisticercosis y termina acudiendo a una

tesis sobre el ciclo de vida del parásito que oscuramente propone que los cisticercos pueden desarrollarse en el intestino del portador del gusano adulto a partir de huevos que no han salido por las heces. Aun concediendo todas las licencias artísticas para el caso de este melodrama, el episodio incurre en tal confusión causal que, por hastío quizás, conduce al espectador a ubicar en el cerdo la responsabilidad de la transmisión de la cisticercosis. Al menos, esto concluyeron un sofisticado médico amigo, una médico residente de primer año, una experta parasitóloga y también un taxista tras haberla visto como entretenimiento. Fue preciso examinarla con extrema atención para descargarla un poco del peso de tal falacia. Que quede claro: la cisticercosis no resulta de comer carne de cerdo sino de ingerir cualquier alimento contaminado con huevos del parásito tras haber sido expulsados en las heces de humanos que portan al parásito adulto en sus intestinos. Es pues el humano el que transfiere la cisticercosis a los cerdos, y a los humanos también, al colocar huevos del parásito en posición de ser ingeridos por humanos (preparación de alimentos) o cerdos (defecación a ras de suelo). Y es también el humano quien, comiéndose a los cerdos crudos con cisticercos vivos en sus carnes, contrae la teniasis (el parásito adulto, la solitaria intestinal) no la cisticercosis. El episodio también falla en otros aspectos importantes. No es verdad que existe una respuesta uniforme a los esteroides, ni a ningún otro medicamento: de hecho, la heterogeneidad clínica y terapéutica de la neurocisticercosis es proverbial. El conocimiento establecido sobre el ciclo de vida del parásito proclama que para su transformación en cisticercos los huevos requieren de su tránsito por el pH ácido del estómago y del estímulo de sales biliares y otros componentes de la luz intestinal del duodeno. Unas circunstancias que no prevalecen en el tracto digestivo bajo de los humanos, donde se ubican los proglótidos llenos de huevos fértiles, por lo que es difícil sostener que logren eclosionar y así liberar las oncosferas para que penetren la mucosa intestinal de esos sitios. Las imprecisiones sobre la cisticercosis en que incurre House MD, cuando insertas en tan popular serie televisiva de proyección global, pueden crear tal confusión en los televidentes que den al traste con los esfuerzos educativos por aclarar el ciclo de vida de la Taenia solium en la comunidad y por racionalizar las acciones de control liberando al cerdo de una responsabilidad que corresponde al humano. Así sea sin malicia, el episodio “Pilot” de House MD entrelaza la ligereza científica de la producción con el morbo por la tragedia y con la potencia de los medios de comunicación de la modernidad para fraguar una significada contribución a la causa del parásito. ¿Es demasiado esperar que House MD enmiende? Seguramente Singer podría crear otro episodio en el que los alumnos de House equivocan en múltiples ocasiones el diagnóstico de neurocisticercosis en el medio urbano al partir de la presencia de jamón en el refrigerador de un epiléptico, así sea o no de origen judío. Mientras que aciertan en más ocasiones partiendo de la identificación de huevos en los exámenes coproparasitoscópicos de sus empleados domésticos procedentes del medio rural, tal como si lo hicieron Schantz y colaboradores en un caso de la vida real, en Nueva York (Schantz PM, et al. 1992 El al N. Engl. J. Med. 327:692-695).

EL RIESGO QUE MIGRA Carlos Larralde

El informe de varios casos simultáneos de neuropatía en una comunidad de judíos ortodoxos de la ciudad de Nueva York condujo a su diagnóstico como casos de neurocisticercosis. Tras una penetrante indagación por parte del CDC de Atlante, se concluyó que probablemente fueron causados por la ingestión de huevos de la Taenia solium expulsados por una empleada doméstica de esa familia procedente de Puebla, México (Schantz PM, et al. 1992 El al N. Engl. J. Med. 327:692695). Este dramático evento presagiaba la emergencia de la teniasis/cisticercosis en los EEUU asociada con el incesante incremento de emigrantes legales e ilegales originarios de México, y en menor grado de Centroamérica y Sudamérica. Subrayaba también el riesgo de la contratación sin remilgos higiénicos de empleados procedentes del medio rural para servicio doméstico y restorantero en las ciudades de los mismos países endémicos. La migración de teniasicos del campo a la ciudad posiblemente participa y explica la extensión del riesgo de cisticercosis a sectores socioeconómicos privilegiados de México (Larralde C. et al. 1992)

EL MITO DE SU FÁCIL SOLUCIÓN Carlos Larralde

Suele proferirse en diversos escenarios, y aun escribirse por autores expertos en cisticercosis, lo sencillo que es contener la transmisión de cisticercosis: higiene personal y disposición sanitaria de los excrementos humanos. “Manos limpias y letrinas”. “No coma caca”. A manera de demostración suele argüirse que esas medidas lograron reducir la transmisión de la Taenia solium en Europa Occidental, al final del siglo XIX. Y en efecto, así fue, pero no fue fácil ni mucho menos sencillo y menos aun inmediato. Se ignora o no se reconoce que el control de la transmisión fue el desenlace de un proceso histórico, el cual duró siglos e involucró a factores culturales, sociales y económicos. La dificultad estriba en que la sociedad afectada, gobierno y comunidad, lleven a cabo las medidas de control. De hecho, la larga lucha que libró Europa Occidental durante seis siglos en contra la cisticercosis es más un ejemplo de las dificultades que encuentran los esfuerzos por contenerla que la historia de un triunfo fácil. Europa no se deshizo de la cisticercosis en un santiamén. El más antiguo edicto oficial prohibiendo la venta de “carne de cerdo granujiento” fue emitido por el Conde Raoul de Neuchatel en 1261 y fue seguido por numerosos otros igualmente infructuosos en lo que ahora es Alemania, Francia, Países Bajos, Inglaterra, etcétera. Los edictos eran acompañados de severos castigos a los criadores, carniceros y comerciantes de cerdos cisticercosos y su cumplimiento vigilado por complicadas burocracias y medidas institucionales de inspección y decomiso, pero sin lograrlo plenamente sino hasta 600 años después, cuando se relacionó a los cisticercos con la solitaria y a otras enfermedades gastrointestinales con la contaminación fecal del ambiente y se profundizó y extendió la ingeniería sanitaria en Europa y América del Norte (Viljoen NF.1937. Onderstepoort J Vet Sci and Animal Industry 9(2):337-571). Ni tampoco requirió solo de edictos y reprimendas en los tiempos de feudos y reinos, la actitud de una comunidad emancipada fue decisiva. En el siglo XIX Europa transitaban por la estela del Siglo de las Luces, tras el triunfo de la razón sobre el oscurantismo y sus consecuentes transformaciones sociales, la teoría microbiana de las infecciones, la revolución industrial, las repúblicas, la revolución tecnológica, las profundas conmociones filosóficas que prendieron la voluntad y el entusiasmo ciudadano por transformar su entorno, su estilo de vida y su aprecio por la salud.

Este no es el caso en México ni en el Tercer Mundo de la actualidad, tan pobres en buenos gobiernos, educación, credibilidad y actitudes constructivas de personas e instituciones. Y tampoco es ahora políticamente viable en Latinoamérica la estrategia seguida por la Unión Soviética, quien dominó a la cisticercosis hasta mediados de los 1900’s a través de tratamientos masivos compulsivos en los habitantes de sus zonas endémicas (Gemmell M. et al. 1983. VPH/83.49 World Health Organization Geneva, Switzerland).

Las precarias economías del Tercer Mundo, agobiadas por múltiples necesidades financieras en salud pública y otros sectores, no pueden solventar los imposibles costos de proveer letrinas y drenajes a todas las casas de la multitud de poblaciones rurales instaladas en las intrincadas geografías de sus áreas endémicas. Ni tampoco hay indicios de intención de usar las letrinas por parte de los desesperanzados ciudadanos de las zonas afectadas, mas preocupados por comer, beber, entretenerse y cobijarse que por reducir sus riesgos de enfermedad: un beneficio inconcreto, un malabarismo probabilístico. Y las esperanzas de soluciones tecnológicas, tipo vacunas y fármacos, aun siendo baratas y efectivas en el laboratorio y en algunas laboriosas pruebas de campo, resultan un tanto ingenuas pues se encuentran con la dificultad logística de hacerlas llegar y administrarlas a los millones de feroces cerdos deambulantes que se renuevan cada año. En la cisticercosis porcina, seria la cuadrilla de vacunadores quien tendría que acercarse hacia los más de cinco millones de cerdos rústicos distribuidos sin ton ni son en un territorio enorme, y tendría que atraparlos, sujetarlos e inyectar a cada uno. El medio rural de los países con cisticercosis no consiste en pequeños territorios adornados de atildados bosquecillos y de prados y llanuritas que parecen jardines, y no están poblados por confiados y alegres campesinos que sonrientes reciben a los visitantes, sino que los territorios son inmensos, variados, desprolijas víctimas centenarias de la devastación perpetrada por propios y extraños, y el talante de sus habitantes, falazmente caricaturizado como alegre y simpático, muestra ya el recelo, cuando no el enojo, en respuesta al centenario e injusto abuso que han sufrido : “Here, there be monsters”. La nueva esperanza de control coloca a la acción en cada persona y consiste en prevenir enfermedades por cambios voluntarios en las conductas de riesgo, inducidos en la comunidad por los medios y métodos modernos de comunicación persuasiva. El poder de los medios es irrefutable en cuanto a labrar la conducta social en asuntos triviales y profundos, como son los detergentes y la ideología, respectivamente. De hacerse con ahínco y creatividad similares, la nueva esperanza quizá fortalezca y extienda el impacto de los edictos, sermones, lavabos, letrinas, vacunas, fármacos e insuficiente inspección sanitaria. Sin embargo, aun el uso creativo y sanitarista de los medios contra la Taenia solium encontrará dificultades, como las han encontrado las campañas publicitarias para reducir el consumo de tabaco, drogas y alcohol, la obesidad, la hipertensión, el SIDA, el carcinoma cervicouterino, las infecciones intestinales y sus secuelas plagadas de morbilidad y mortalidad, sobre todo en países en vías de desarrollo sociocultural. La indolencia de un sector numeroso de la población ante los riesgos de una enfermedad cualquiera, quizás sea el enemigo principal del éxito de las medidas de control basadas en cambios de conducta, y muy especialmente en el caso de las infecto-contagiosas pues bastan unos cuantos indolentes para dar al traste con los esfuerzos de muchos.

LOS PRESIDIARIOS Y EL CICLO DE LA Taenia solium. Carlos Larralde

Cuenta Viljoen (Viljoen NF.1937. Onderstepoort J Vet Sci and Animal Industry . 9(2):337-571) que Kuchenmeister en los 1850’s, en Alemania, hizo arreglos con las autoridades de la prisión (!?) para dar de comer a una mujer condenada a muerte 75 cisticercos en los tres días consecutivos anteriores a su ejecución*. En la autopsia, efectuada 48 horas después de la muerte, se le encontraron 10 tenias jóvenes en sus intestinos. Kuchenmeister repitió el experimento con otro condenado a muerte y obtuvo resultados similares. Otros más hicieron lo mismo. Acababa de demostrarse la transformación de los cisticercos en tenias. Leuckart cerraría el ciclo (así fuera en otra especie de ténido) al observar que la alimentación de becerros con una yarda (!) de proglótidos procedentes de la Taenia saginata resultaba en cisticercosis masiva en los órganos de los becerros. Los huevos contenidos en los proglótidos se habían convertido en cisticercos. Estos experimentos, si bien adolecen en su diseño en cuanto a asumir que los presidiarios y los becerros no tenían a las tenias o a los cisticercos antes de ser alimentados con cisticercos y proglótidos, respectivamente, son considerados suficientes para establecer la secuencia tenia-huevocisticerco-tenia entre las etapas de diferenciación de los ténidos. Son la demostración científica de lo que ya sospechaba Antimus en 511-534 DC al escribir a Teodorico, Rey de los Francos, que en su opinión los humanos desarrollaban a las tenias tras comer carne de cerdo gordo. * La Dra. Elisa Speckman (Instituto Investigaciones Históricas, UNAM) me informó que estos experimentos con presidiarios no podrían realizarse en el México actual por ser la salud un derecho irrenunciable de los mexicanos.

EL FANTASMA DE LA SOLITARIA Carlos Larralde

Poco hay tan asombroso en la epidemiología de la cisticercosis en México, que el enigma de cisticercosis sin tenia visible en los alrededores. En efecto, no es difícil encontrar a la cisticercosis porcina y humana en el medio rural pero casi nunca a la solitaria que puso los huevos al alcance de cerdos y humanos (Chavarría A. Sciutto E. 2006. Cap. V en “La cisticercosis, guía para profesionales de la salud”. Biblioteca de la Salud. Secretaría de Salud & Fondo de Cultura Económica. México). Así lo atestiguan numerosos grupos que han buscado a la tenia aquí, ahora y antes. Esto no parece ser el caso en otras regiones, como Perú, en donde el grupo de Hugo H García logró encontrar 68 teniásicos en 6 años (Jeri C et al. Lancet 2004; 363: 949-50). Tampoco se expresa mayor preocupación por la invisibilidad de la tenia en las publicaciones procedentes de otras partes del mundo. ¿Dónde están las solitarias de México? Esta es quizá la mas intrigante pregunta que plantea la Taenia solium a la investigación mexicana (Flisser A. Cap. III en “La cisticercosis, guía para profesionales de la salud”. Biblioteca de la Salud. Secretaría de Salud & Fondo de Cultura Económica. México). Los supuestos mas comunes que restarían visibilidad a la solitaria involucran a factores biológicos, tales como: el potencial reproductivo del parásito adulto, que le permite producir millones de huevos en el transcurso de un año y potencialmente infectar a muchísimos cerdos; el formidable escudo proteico que rodea al huevo y lo protege contra la desecación, la luz UV y varios agentes químicos y su invisible pequeñez permitiéndole ubicarse sin ser visto y transportarse fácilmente por vehículos tales como el agua, la basura, las polvaredas, las manos y las ropas a regiones

posiblemente remotas al teniásico. Los factores médicos tampoco son irrelevantes: la solitaria no causa mayor sintomatología gastrointestinal en su portador, aunque si le signifique un riesgo personal de ingerir sus huevos, y no es, por tanto, mayor motivo de consulta; y su diagnóstico coproparasitoscópico no es trivial y menos aun lo es su identificación visual por el propio afectado al arrojar proglótidos entre sus heces. No ayudan a la transparencia factores sociales como: la reticencia a revelar que en la familia haya miembros afectados por gusanos, el rechazo a la inclusión de letrinas en el domicilio o pozos en el traspatio que les significa convivir con olores y labores detestables, el temor a la confiscación de sus cerdos y la franca desconfianza a las acciones, así sean sanitaristas, de gobiernos ya desprestigiados. Por si aquellos tapujos no bastaran hay quienes especulan escondites menos ortodoxos para la solitaria. La dieta del mexicano, cuando rica en pepitas de calabaza, epazote y alcohol - dos ingredientes con reputación antihelmíntica y el otro un toxico reconocido- bien pudiera definir un ambiente intraintestinal inhóspito para que la solitaria adopte su forma larga, grande, longeva y fácilmente identificable, tradicionalmente europea, y la cambie por una menos exuberante, efímera y de insignificada presencia tercer-mundista, aunque si esté capacitada para producir huevos fértiles. El enorme nicho ecológico que se le ha abierto a la Taenia solium al multiplicarse en millones el número de hospederos humanos y porcinos, puede haber propiciado su diversificación y encontrado versiones compatibles con la ocupación de especies alternativas de hospederos, ahora más cercanas al estilo de vida de los humanos, tales como el perro y quizás los gatos, de donde presumiblemente nos viene la solitaria desde la prehistoria, cuando los grandes carnívoros (Hoberg EP. 2001. Proc. Biol. Sci 268 (1469):781-787.) Otro evento que escondería su presencia, de corte más moderno, involucra a la emigración de grandes masas de personas del campo a la ciudad, con visitas ocasionales a los poblados de origen, y a la más efectiva comercialización de la redituable carne del cerdo rústico, confabuladas para disminuir la prevalencia de portadores de la solitaria en el medio rural, por exportación de teniásicos sin producción de nuevos casos, bastando las ocasionales visitas de los portadores a sus lugares de origen para mantener la alta prevalencia de la cisticercosis porcina. Con tantos escondites pareciera imposible eliminar a la Taenia solium del planeta. Sin embargo, su punto débil es la confesión del portador y éste es sujeto de persuasión. Teniendo por cierto quien la trae consigo y habiéndose desarrollado fármacos efectivos e innocuos, la contienda no está decidida a favor del parásito.

LA DUDA ETERNA Y EL GENOMA: ¿SERÁ UN CISTICERCO? ...¿SERÁ DE Taenia solium? Carlos Larralde

No siempre se está absolutamente seguro de estar ante un cisticerco, sobre todo en caso de neurocisticercosis humana. Una o varias radio-opacidades nodulares en las radiografías o tomografías de cráneo pueden no corresponder a cisticercos calcificados de la Taenia solium, así tengan o no los pacientes alguna sintomatología neurológica y sean o no serológicamente positivos. Pudieran tratarse de las secuelas de otra patología, como la tuberculosis, o de otra parasitosis, como la triquinosis, y hasta de metastasis neoplásicas. “No - replican los radiólogos expertos – hay sus diferencias... por lo general los cisticercos... etcétera... y además estamos en México... una zona de alta endemia desde hace siglos”, reforzando con argumentos de subdesarrollo social, historia y epidemiologia la caprichosidad de algunas imágenes. Pero ¿seguro, seguro... y en todos los casos...

esta imagen, es de neurociticercosis? “Casi siempre”, replican aun sin forma de verificarlo en un paciente vivo y, en ocasiones, ni muerto y autopsiado. Pero, ¿como verificar, cuando ni siquiera con el examen microscópico se pueden siempre identificar las estructuras del parásito en la lesión, por estar a veces totalmente destruidos o porque no se localizan la totalidad de sus elementos, ni se pueden contar con certeza el número y morfología de los seis pares de ganchos del rostelo. La dilucidación del genoma de la Taenia solium, entre otras cosas, podrá aportar con secuencias de DNA especificas que ayuden a fortalecer la identificación del parásito.

CISTICERCOSIS Y CONQUISTA DE MÉXICO Carlos Larralde

Si había “puercos” (posiblemente jabalís) en Yucatán en 1566. Tal cual lo registró Fray Diego de Landa*: “...Hay puercos, animales pequeños y muy diferentes de los nuestros, que tienen el ombligo en el lomo y hieden mucho...”. Y también había “... los perros (escuintles), los cuales no saben ladrar ni hacer mal a los hombres, y a la caza si, ...eran buenos rastreadores. Son pequeños y comíanlos los indios por fiesta... Dicen que tenían muy buen sabor” . Y aun más, también había humanos que comer:“A estos (esclavos) sacrificados solían enterrar en el patio del templo, o si no, comíanselos repartiendo entre los señores y los que alcanzaban; y las manos y los pies y cabeza eran del sacerdote y oficiales ...”. Así que la Taenia solium disponía, en Yucatán al menos, con un hospedero definitivo en el humano y cuando menos tres hospederos intermediarios bien reconocidos ahora, el cerdo, el perro y el propio humano (Landa no menciona a los monos). Tampoco faltaban las costumbres adecuadas para su transmisión: carnivorismo y canibalismo. Por cierto, con este último habría bastado para que la transmisión se completara en una sola especie. Aunque falten testimonios de que los indios de América defecaran gusanos planos o adolecieran de “carnes granujientas” sus viandas o ellos mismos, no puede descartarse la posibilidad de cisticercosis por Taenia solium antes de 1492, así haya sido de baja prevalencia, pues los indios no domesticaron a sus cerdos, aunque si convivían estrechamente con sus perros, ni comían mayormente jabalís “ ...el mantenimiento principal es el maíz, ... el cacao molido ... a manera de espuma muy sabrosa y pan de muchas maneras ... guisados de legumbres y carne de venados y aves monteses y domésticas, que hay muchas, y de pescados, que hay muchos, y que así tienen buenos mantenimientos, principalmente después de que crían puercos y aves de Castilla ... y comen bien cuando tienen, y cuando no, sufren muy bien el hambre y pasan con muy poco. Se lavan las manos y la boca después de comer”. Mas adelante, en su Conclusión, Landa implica haber, los conquistadores, traído al cerdo ibérico a Yucatán “No han los indios perdido sino ganado mucho con la ida de la nación española... Hay (ahora, al momento de escribir su obra) muchas hermosas vacas, puercos muchos, ...”. En consecuencia, los conquistadores trajeron junto consigo a sus cerdos, a su domesticación y a la forma de porcicultura imperante en la Europa de esos tiempos, tan proclive a la transmisión de la Taenia solium. Formas de crianza que aun se acostumbran en el medio rural del México, donde los descendientes de los cerdos ibéricos y de nuevas razas se crían prácticamente en libertad y se multiplican hasta contarse por millones. Un nicho ecológico óptimo para el firme arraigo de la Taenia solium.

*Relación De Las Cosas De Yucatán (Editorial San Fernando S.A., México, 2005); Relation de Choses deYucatan de Diego de Landa, Trad. B. de Bourgbour (Paris, Mme Ve Belin, 1864) LAS PERLITAS DEL CERDO Rafael Moreno Bello

“Anécdota, Durante la reconstrucción de un edificio de Biomédicas, tras la explosión de un laboratorio en la madrugada de Julio, 1998 – sin daño a persona alguna – el más esforzado de los arquitectos a cargo de la obra, me contaba escenas de su niñez. “Póngamela por escrito y la subo a la pagina web que estamos construyendo”, le pedí casi 20 años después en algún encuentro de corredores en Biomédicas, cuyos viejos edificios aun cuida amorosamente. La anécdota que sigue es de su vida real y de su puño y letra. Lugar... un pueblo de 2500 habitantes, ubicado en la montaña de la Sierra Madre del Sur, en el estado de Guerrero de la República Mexicana. Tiempo: aproximadamente por los años de 1941 Situación: tres niños campesinos de 5, 6, y 7 años, comiendo de una cazuela de barro común, un platillo muy sabroso, con carne de cerdo frito con jitomate y frijoles apozontlis y a manera de cuchara, tortilla y memela de maíz morado. ¡Mira! dice Beto, el menor de ellos, mi carne tiene unos ojitos como perlitas, ¡Híjole, de veras!, mi carne también, observaron Rodolfo y Rafai ¡son muchas!. Todos ellos les metieron el diente intentando tronar su consistencia, en algunos casos lograron que saliera un chisguete amarillento de sabor agrio salado; en otros, las escupieron. En general y después de un rato de mordisquearlas, perdieron la expectación y continuaron comiendo tragándolas, sin prestarles la menor atención... Hoy Beto, Rodolfo y Rafai, cada uno por su lado y después de los años, saben que el nombre correcto de las perlitas del cerdo es cisticerco y como que ya no se les antoja tanto, comer carne de cerdo,....aunque no tengan perlitas.” * Notar que los hermanos desplazaron la culpa de la cisticercosis al cerdo en lugar del humano que lo infectó, una injusta transferencia de responsabilidades que lesiona a la porcicultura nacional tecnológicamente desarrollada y prácticamente libre de cisticercosis.

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