LA MUJER AGRÍCOLA Y LA EMANCIPACIÓN JUSTA DE ROSARIO DE ACUÑA: LA COLECCIÓN DE ARTÍCULOS EN EL CAMPO ( )

México, Distrito Federal I Marzo-Abril 2009 I Año 4 I Número 19 LA MUJER AGRÍCOLA Y LA “EMANCIPACIÓN JUSTA” DE ROSARIO DE ACUÑA: LA COLECCIÓN DE ARTÍ

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México, Distrito Federal I Marzo-Abril 2009 I Año 4 I Número 19

LA MUJER AGRÍCOLA Y LA “EMANCIPACIÓN JUSTA” DE ROSARIO DE ACUÑA: LA COLECCIÓN DE ARTÍCULOS EN EL CAMPO (1882-1885) Ana María Díaz Marcos University of Connecticut

L

aura Freixas ha comentado la excepcional visibilidad de algunas mujeres escritoras a lo largo de su vida y su posterior desaparición de la historia literaria y de la lista de obras canonizadas

por la crítica. La práctica cultural de las mujeres ha sido considerada marginal y en el proceso de canonización ha prevalecido históricamente un punto de vista “exclusivamente masculino y académico”

(Urioste 527).

Esta amnesia selectiva que afecta a muchas autoras y sus obras ha sido un fenómeno generalizado hasta que en décadas recientes se empieza a recuperar ese “continente perdido”, la sumergida Atlántida de una tradición literaria de textos escritos por mujeres (Showalter 10). Ese olvido que barre los nombres y las obras del discurso oficial afecta a un buen número de escritoras del siglo

XIX.

Es precisamente el

caso de Rosario de Acuña (Madrid 1851-Gijón 1923), la primera mujer que leyó en una velada poética en el Ateneo de Madrid, librepensadora, masona,

dramaturga,

poeta

y

articulista

que

gozó

de

una fama

considerable a lo largo su vida, despertando también todo tipo de controversias. Su obra de teatro Rienzi el tribuno, fue estrenada en 1876 con gran éxito y el drama El padre Juan, ambientado en Asturias y

(Simón-Palmer 32). Acuña publicó al menos otras tres obras teatrales tituladas Amor a la patria (1877), Tribunales de venganza (1880) y La voz Mujeres en la literatura. Escritoras

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prohibido por una orden verbal del gobernador la misma noche del estreno

168

poderosamente anticlerical, se estrenó el 3 de abril de 1891 siendo

México, Distrito Federal I Marzo-Abril 2009 I Año 4 I Número 19 de la patria (1893) y también poemarios, numerosos cuentos, artículos y discursos. A excepción de la edición de Rienzi el Tribuno y El padre Juan, del ensayo La casa de muñecas y de algunas antologías que recogen selecciones y fragmentos de su obra (Bolado Gijón, Correa, Sánchez Llama), es preciso admitir que Rosario de Acuña ejemplifica perfectamente la transitoriedad de la fama literaria femenina pues hasta ahora su obra seguía siendo mayormente desconocida e inaccesible por no existir apenas ediciones modernas. En este sentido la aparición en los años 2007 y 2008 de tres volúmenes de sus Obras reunidas resulta, como mínimo, un acto de justicia y un síntoma de que “el Tiempo, por fin, comienza a ser favorable” a esta escritora (Bolado “Preámbulo” 16). En los dos primeros volúmenes de estas Obras reunidas se incluye una serie de doce artículos que, bajo el título “En el campo”, aparecieron publicados en la revista El correo de la moda entre 1882 y 1885, siendo reeditados posteriormente en la publicación madrileña Las dominicales del librepensamiento y la barcelonesa Luz del Porvenir. Esta colección de artículos resulta de sumo interés por los planteamientos de Acuña sobre el papel de la mujer en la familia y la sociedad y por su formulación de una identidad femenina pensante y compleja que transciende la esfera doméstica al tiempo que se mantiene estrechamente ligada a ella. La serie de artículos En el campo representa, sin duda, un ejemplo de “escritura paradójica”

(Ugarte

56)

que

responde

al

momento

de

cambio

y

transformación en el que la autora escribe y publica. Acuña ejecuta la difícil pirueta de conciliar la imagen del “ángel del hogar” con la propuesta de una emancipación justa y posible, estableciendo un prototipo femenino que es tradicional pero nuevo al mismo tiempo: el de la mujer agrícola, hogareña

que

prepara

el

camino

para

la

verdadera

emancipación. En estos artículos Acuña era perfectamente consciente de los límites y de hasta dónde podía llegar con su discurso que, no obstante, se irá radicalizando con los años. En un artículo de 1888 titulado “A las mujeres del siglo

XIX”

la autora proclama que “esta hora nuestra es la hora

Mujeres en la literatura. Escritoras

169

y

Página

científica

México, Distrito Federal I Marzo-Abril 2009 I Año 4 I Número 19 del sufrimiento; la hora de nuestras descendientes será la hora de la emancipación”

(Obras

2:

1236),

poniendo

en

evidencia

su

lúcida

conciencia de la lucha y el sacrificio de la mujer en un momento que todavía no es el de la emancipación sino el de la creación de una mujer fuerte y consciente que podrá reclamar los derechos del sexo y reivindicar la igualdad. La colección de artículos En el campo establece una especie de utopía rural en la que la casa de campo donde vive una familia ilustrada encarna el modelo a seguir para lograr la regeneración social y avanzar hacia el porvenir. El texto incide especialmente en el papel central que la mujer desempeña en esa familia y ofrece a modo de lección un retrato de ésta ocupada en sus tareas incesantes en la cocina, la huerta, los corrales, la sala de costura o la biblioteca mostrando el dinamismo, la fortaleza y la actividad de esta mujer que ejecuta a la perfección múltiples tareas domésticas pero también intelectuales. Esta serie de artículos se publicó en primer lugar en una revista de moda orientada básicamente a un público femenino y Acuña no sólo se dirige a las lectoras sino que retrata a la receptora por excelencia de su discurso: aunque escribo para todas, dedico estas páginas a las que tienen costumbre de leer con sana intención y con el pensamiento libre de nebulosidades nacidas al calor de las supersticiones y del amor propio… hay entre vosotras una parte sensata, prudente, dócil a la educación… que leerá con avidez todo cuanto se relacione con vosotras y esté escrito para vosotras; esa mayoría, porque afortunadamente es la mayoría, cogerá este periódico y recorrerá por igual lo mismo su sección de modas que de literatura… A vosotras dedico estos apuntes, leedlos, meditadlos. (Obras 1: 633-635)

En definitiva, Acuña propone su texto no como “lecciones” sino como

construcción de una sociedad futura en la que los sexos están llamados a trabajar y vivir como iguales. Estos apuntes, en definitiva, pretenden preparar a esa “mujer del porvenir, radiosa mitad humana” (Casa 72) Mujeres en la literatura. Escritoras

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de la mujer en tanto que ella constituye el pilar fundamental para la

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“apuntes” (ibid. 632-633) que puedan ayudar al perfeccionamiento moral

México, Distrito Federal I Marzo-Abril 2009 I Año 4 I Número 19 porque la tarea de perfeccionar la especie y de regenerar a la humanidad es la misión inmediata de la mujer. Los artículos En el campo se dirigen a una lectora que debe utilizar el texto como guía para desempeñar mejor su función social: “Excluyo al hombre de su lectura; más adelante escribiré extensamente sobre vosotras… hoy escribo sólo para el género femenino” (Obras 1: 636). Acuña, de esta forma, establece una marca de género indeleble en su texto: una autora se dirige a esas mujeres en quienes está depositada toda la esperanza de progreso, las únicas que saben y deben interpretar ese mensaje y las que prepararán el camino del porvenir: “sólo en vosotras consiste esa regeneración, ese acomodamiento hacia el progreso en que habrán de crecer los hombres de lo futuro” (ibid. 824).

1. EL ÁNGEL DEL HOGAR Y EL ÁMBITO DOMÉSTICO

Es bien conocido el discurso de la domesticidad femenina y de las esferas separadas predominante en el siglo

XIX

según el cual “la mujer ideal no es

sólo modesta, industriosa, frugal y, en el siglo diecinueve, ilustrada (educada), sino que debe representar todas esas virtudes únicamente en la casa, de forma que la mujer ideal se define no ontológicamente sino territorialmente, por el espacio que ocupa” (Aldaraca 27, mi traducción). Esta mujer angelical era la lectora por excelencia de publicaciones como la revista El ángel del hogar, editada por Pilar Sinués, o de El correo de la moda donde se publicó originalmente la serie de artículos En el campo. Acuña adapta esa imagen angelical a sus propios fines vinculando a la mujer al hogar con el convencimiento de que la familia alberga el germen de la regeneración social que propicia a su vez la emancipación de la

vinculado a su representación angelical pero esa imagen tradicional constituye el punto de partida para promover un cambio porque la unidad

Mujeres en la literatura. Escritoras

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se dan la mano y se proyectan hacia el futuro. El bello sexo sigue

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mujer, de esta forma la regeneración (social) y la emancipación (femenina)

México, Distrito Federal I Marzo-Abril 2009 I Año 4 I Número 19 familiar que dibuja Acuña no se presenta como estructura inamovible sino que es el motor por excelencia del progreso. La familia es un “arca sagrada” y un “recinto completamente puro” (Obras 1: 750) basado en principios de libertad y respeto al individuo ya que la sociedad no tiene derecho a dictar leyes en el recinto familiar donde “cada cual puede ser, y es, como quiere y puede ser, sin que haya derecho en nadie para dictar reglas o imponer costumbres” (ibid. 751). En definitiva, en lugar de un espacio de tradición inmovilista la familia humana se convierte en motor propicio para el cambio social y en ejemplo de libertad del individuo y, por tanto, es en ese espacio de utopía rural donde la mujer también puede llegar a ser ella misma, desarrollando una identidad que la prepara para exigir la igualdad de sexos. En los artículos En el campo se incita a las mujeres a llevar a cabo su misión en el hogar concebido como “paraíso de la tierra donde los ángeles de la vida han establecido su santuario” (ibid. 643) y se las exhorta a dejar a los hombres el imperio de las ciencias y las artes mientras que ella establece su campo de influencia en la casa concebida como piedra angular de la sociedad: “esa casa es vuestro Estado; ese recinto es vuestra Nación y vuestro Pueblo, vuestro santuario, vuestra Religión, vuestro pasado y vuestro porvenir” (ibid. 825). Hasta aquí, sin duda, Acuña se acomoda al ideal de domesticidad y de reinado omnipotente de la mujer en el hogar, dejando al hombre las tareas mundanas y sociales, lo que ella llama “la batalla de la vida” (ibid. 673). Hasta aquí, también, se podría interpretar el discurso de la autora como convencional y acatador de lo establecido, pero lo relevante en este caso no es que la mujer sea la sacerdotisa de su casa (ibid. 646) sino el tipo de hogar y de familia que se

la mujer ocupa un lugar central está también haciendo un notable esfuerzo de redefinición del orden social, de modo que su escritura se convierte en una forma de “trabajo cultural” que alimenta y promueve el Mujeres en la literatura. Escritoras

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Acuña, al establecer los parámetros de ese hogar campesino donde

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propone en estos artículos.

México, Distrito Federal I Marzo-Abril 2009 I Año 4 I Número 19 cambio (Tompkins

XVI-XVII).

La escritora es consciente de que su visión de

un hogar rural, de una vida ilustrada en el campo y de una familia que es modelo de virtudes contrasta poderosamente con una sociedad urbana entumecida y llena de miembros enfermos, una sociedad que necesita desesperadamente regenerarse: “hay muchos miembros enfermos en el cuerpo social; se cercenan, se cortan, pero el mal tiene sus raíces en el mismo cuerpo, y va infiltrando constantemente la gangrena” (Obras 1: 754). La metáfora naturalista es aquí evidente y el cuerpo enfermo se constituye en símbolo poderoso de la falta de salud del organismo social puesto que para la escritora la ciudad representa el “caos social” (ibid. 835) y la única posibilidad de purificación requiere la vuelta a la tierra y las raíces: “hablo en el campo y por el campo, así es que se me debe permitir que hable a lo campesino” (ibid. 738). No obstante, Acuña sabe que esa propuesta del modélico hogar campesino es transgresora para con el statu quo igual que lo es su lenguaje llano y su estilo, como ella misma reconoce en el prólogo de la serie: “se aviene mal lo tosco de mi estilo, la aridez de mi palabra, lo intransigente de mi pensamiento, con las delicadezas que estáis acostumbradas” (ibid. 632). La escritora intuye que su voluntad de cambio y su esfuerzo intelectual le valdrán numerosas críticas “por antisocial y descentralizadora, y perturbadora, y qué se yo cuántas cosas más” (ibid. 738). Acuña, por tanto, se reconoce subversiva en sus planteamientos

porque,

en

realidad,

la

píldora

endulzada

de

la

domesticidad y el reinado hogareño encerraba un poderoso llamamiento al cambio social y de los papeles de género. La casa de campo que propone Acuña es un espacio utópico y la mujer que domina en ella es el engranaje central en un movimiento imparable hacia un porvenir distinto porque “la

En este sentido la misión y el destino de la mujer que se propone en estos artículos tienen que ver con su responsabilidad sobre la familia que está bajo su control y potestad. Pero Acuña renuncia a presentar ese Mujeres en la literatura. Escritoras

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familia; y de la familia sois vosotras el único motor” (ibid.785).

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regeneración social vendrá del individuo, y el individuo se regenerará en la

México, Distrito Federal I Marzo-Abril 2009 I Año 4 I Número 19 modelo femenino, angelical y abnegado, como ejemplo de pasividad, servilismo e ignorancia. El texto sugiere más bien la idea de que la mujer debe empezar por el hogar como zona primaria de influencia para ir logrando paulatinamente la transformación social: vosotras podéis mantener el fuego sagrado de la libertad en el tabernáculo de la familia, y disipar la noche de la ignorancia en las profundidades del hogar; fuera de él nada podéis y a nada llegaréis; y sin ser en él las reinas absolutas, las dictadoras responsables, las árbitras ilimitadas; sin ejercer en el hogar un gobierno eminentemente racional noble y precavido; sin dominarlo con vuestra inteligencia, guiarlo con vuestro sentimiento y adornarlo con vuestras bellezas. (ibid. 957, mi énfasis)

Resultan de sumo interés los términos con los que se describe la experiencia y actividad femenina hogareña, encuadrados dentro de un campo semántico ligado a la libertad, el poder, la autoridad y la inteligencia. La figura del ángel del hogar se diluye un tanto al asociarse a imágenes tradicionalmente masculinas que subrayan más bien la idea de control, sabiduría y autoridad de la mujer y en ese hogar campesino propuesto por Acuña se establece un matriarcado en toda regla. Además de esto es preciso señalar que el “hogar” no es sólo sinónimo del placer asociado a las dulzuras maritales o al goce de la crianza de los hijos sino que esa casa se presenta como un espacio regenerador y no convencional que impulsa dinámicas de cambio y se asocia a la búsqueda intelectual y a

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un hogar que posea atractivos, serios, científicos, dignos, amenos; un hogar donde haya elementos de observación, de salud, de alegría, de sosiego y recreamiento, pero elementos positivos no convencionales... Hogar donde arda la luz de la sabiduría, donde brille el fuego de la caridad, donde se acumulen los reflejos del arte… Tal pude ser el hogar en el campo… El libro, el cuadro, la partitura, la estatua, el artefacto, todo esto podéis mandarlo al concurso general de la vida sin abandonar un punto vuestros hogares. (Obras 958959, mi énfasis)

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la trascendencia:

Mujeres en la literatura. Escritoras

México, Distrito Federal I Marzo-Abril 2009 I Año 4 I Número 19 El retrato de Acuña de ese hogar matriarcal ―que constituye la célula primigenia para lograr el cambio radical― difiere notablemente del discurso sentimental al uso, caricaturizando la imagen empalagosa de felicidad conyugal característica de muchas novelas. La escritora es consciente de la misión trascendental de la pareja humana y opta por ofrecer una imagen “racional” del matrimonio y llega a burlarse del retrato dulzón que “hace de la tierra una inmensa colmena, del hombre un zángano y de la mujer una fabricante de la empalagosa miel del amor imbécil” (ibid. 967). Acuña pone de manifiesto la existencia de un imaginario cultural que convierte a la mujer en ídolo al tiempo que perpetúa estructuras de desigualdad y centra su crítica en una mujer-flor a cuyo alrededor no sólo mariposean los galanteadores sino que se inserta dentro de una escenografía que habla de ensueños amorosos de gusto rococó: ellas siempre están viendo con su imaginación la apoteosis del amor, tal y como nos lo ofrecen los bailes de espectáculo, llenos de perlas, corales, gasas, perfumes, angelitos, ondinas, silfos y lluvia de oro; poblado de mariposas, que son hombres, siempre revoloteando en torno de la flor-mujer. (ibid. 968)

Frente a esta representación de un imaginario de filigrana y cursilería, la mujer que habita el modélico hogar campesino dibujado en estos artículos se presenta como un ser racional e intelectual, poco dada a la ensoñación calenturienta, absorta en el aprendizaje y el ejercicio de la curiosidad científica, en el trabajo y en la actividad cotidiana. No es ya la mujer-flor, sino la mujer agrícola y científica y las flores que la adornan (convertida ya en sujeto en vez de objeto) son las ideas que anidan en su cerebro: “¿Habrá, para el adorno de vuestras frentes, flores más bellas que

Estamos por tanto ante un ser intelectual que reflexiona y analiza, no ante el objeto masculino idolatrado. Mujeres en la literatura. Escritoras

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vuestro cerebro por el trabajo indagador que habéis realizado?” (ibid. 715).

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esas luminosísimas ideas que, como cerco de preciosas piedras, brillan en

México, Distrito Federal I Marzo-Abril 2009 I Año 4 I Número 19

2. LA ACTIVIDAD FÍSICA Y MENTAL DE LA MUJER

Para Acuña la función de la mujer en el hogar agrícola implica dar un paso más en la senda hacia la elevación intelectual ya que en el seno de esa casa la mujer lleva a cabo una actividad física e intelectual incansable como sujeto activo, trabajador y pensante: esa mujer supervisa y hace las tareas, dirige la actividad agrícola, cría animales, enseña a sus hijos y criados, lleva la contabilidad, estudia e investiga constantemente. La narrativa presente en esta serie de artículos se articula cronológicamente en torno a un día normal en la vida de esa mujer dinámica e ilustrada representa un modelo de feminidad muy distinto del que se consideraba elegante entre mujeres de buena posición. Acuña retrata a una mujer que no adereza en exceso su belleza “natural”, que no lleva ropa apretada ni calzado incómodo para poder ser dinámica y ágil, una trabajadora que no teme estropearse las manos y, además de ello, sabe educar a sus hijos, administrar la casa y es un modelo intachable ante sus criados. La escritora insiste en esa idea de laboriosidad continua y sin tregua, esa actividad infatigable es concebida como una aportación a la armonía universal pues el trabajo se considera una ley eterna y las arrugas de las manos que trabajan constituyen un “sello de la grandeza humana” (ibid. 653). Esta apología del trabajo y del ejercicio físico frente a la molicie y la inmovilidad se relacionan con el concepto de vigor, una idea vinculada a ideales burgueses que oponen la idea de frugalidad y energía a la de delicadeza, afeminamiento y debilidad. Como subraya Vigarello “una nueva clase inventa una nueva fuerza frente a los modelos aristocráticos”

naturaleza, hacer ejercicio y mantener continuamente ocupados el cuerpo y la mente. Al mismo tiempo la fortaleza no es contraria a la sensibilidad y Acuña rebate la creencia de que la mujer es inferior o imperfecta a causa Mujeres en la literatura. Escritoras

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austera y laboriosa: madrugar, trabajar mucho, estar en contacto con la

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(155). Frente al lujo, la laxitud y la inactividad, Acuña propone una vida

México, Distrito Federal I Marzo-Abril 2009 I Año 4 I Número 19 de unas cualidades sensitivas que ella considera imprescindibles para poder llevar a cabo una misión trascendente (Obras 1: 792). Así, esta mujer vigorosa se afana constantemente para cumplir sus tareas y para llevar a cabo su destino. En el texto aparece una exhortación constante a completar tareas que se multiplican y a no permanecer mucho tiempo en la cama ni sentada en una silla. Acuña proclama, por ejemplo, las bondades de lavar la ropa, actividad concebida como un ejercicio que proporciona energía y oxigena la sangre. Este ejercicio de agilidad y esfuerzo contrasta con la “inapetencia anémica que caracteriza a los tipos femeninos llamados “elegantes” (ibid. 724) y, según esto, la escritora está minando el estereotipo de la mujer enfermiza, enclenque y nerviosa proponiendo el de una mujer fuerte, ágil, vital pero también sensible. El elogio del ejercicio físico no es exclusivo de Acuña y Concepción Arenal en 1892 ponía de manifiesto esa falta de actividad física en la mujer de cierta posición: La educación física del hombre está descuidada, la de la mujer ha de estarlo más, y tanto, que respecto a ella no hay sólo descuido, sino dirección torcida. Las mujeres del pueblo se debilitan por exceso de trabajo, las señoras por exceso de inacción (…) Con la inacción física e intelectual se quiere tener buenas madres, y se tienen mujeres que no pueden criar a sus débiles hijos ni saben educarlos. (“Educación” 7779)

En una conferencia de 1888 titulada “Consecuencias de la degeneración

femenina”

Acuña

subrayaba

que

la

incitación

a

la

inmovilidad de la mujer era una perversa estrategia de control cultural que impedía el desarrollo pleno de las facultades físicas e intelectuales de la

Mujeres en la literatura. Escritoras

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En efecto, contemplemos a la niña desde el momento en que, según una frase gráfica, comienza a ser una mujercita. Todo lo que se la impone es la inmovilidad de cuerpo y alma ¡Ay de aquellas que se muestran rebeldes a la doma! La expansión, el movimiento, el raciocinio, los diversos modos de que la naturaleza dispone para

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mujer:

México, Distrito Federal I Marzo-Abril 2009 I Año 4 I Número 19 evolucionar el desarrollo humano, son cruelmente fustigados en la niña como crímenes de leso impudor del sexo. (1)

Esta cita deja entrever un aspecto clave para interpretar las ideas de Acuña en la serie En el campo pues subraya la estrecha relación entre el cultivo del cuerpo y del espíritu. Así, la actividad física de esta mujer agrícola es paralela a una continua actividad intelectual. Numerosos discursos médicos, fisiológicos o literarios transmitían la imagen una mujer enfermiza, nerviosa y sin energía, cuyo cerebro tampoco era dado a pensar con mucha claridad por no haber sido educado ni entrenado para ello. Acuña denuncia esta educación de la mujer para la inercia que trunca la trayectoria femenina, condenándola a degenerarse: “Todo lo que se la impone [a la mujer] es inmovilidad de cuerpo y alma […] La impasibilidad de la estatua comienza a extenderse primero sobre las exterioridades, más tarde llegará al cerebro” (“Consecuencias” 2). Por el contrario, la mujer agrícola

simboliza

la

“regeneración”

y

constituye

un

ejemplo

de

sincronización del cuerpo y el intelecto: “como carne, es decir, como materia

transformable,

como

perecedera

y

servidora

máquina,

se

encuentra vuestro cuerpo entre materiales y servidores elementos, en tanto que vuestro espíritu, como infinito y libre, busca incansable por los ámbitos del universo las fuentes de la vitalidad” (Obras 1: 707). Acuña se hace eco aquí de la separación cartesiana entre el cuerpo y el espíritu y contrapone la “máquina” carnal a la inteligencia que trasciende lo material y puede elevarse a las más altas esferas del pensamiento. La mente de esta mujer activa vuela constantemente mientras su cuerpo trabaja y esas actividades físicas y mentales se benefician recíprocamente “pues a la par que el alma llegaría a desarrollarse su cuerpo con el ejercicio de la fuerza y

que es capaz de ascender a la cumbre y bajar al abismo: “como el águila, con rápido y firme vuelo, poderoso, desde las cumbres del pensamiento hasta la cumbre de los deberes, salvando el abismo de las debilidades y el Mujeres en la literatura. Escritoras

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el texto a través de la comparación de esta mujer agrícola con un águila

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de la agilidad” (ibid. 678). La idea de dinamismo y energía se representa en

México, Distrito Federal I Marzo-Abril 2009 I Año 4 I Número 19 mar de las presunciones” (ibid. 786). Esta misma idea aparece varias veces en los artículos donde se subraya la perfecta compatibilidad entre la tarea intelectual más elevada y la práctica de las labores cotidianas. En definitiva, Acuña no desdeña el trabajo sencillo del ama de casa pero la ocupa también en actividades agrícolas o ganaderas fuera del hogar y, al mismo tiempo, deja claro que esta actividad no tiene por objeto alienar ni enajenar a la mujer sino que el hogar es también un “laboratorio” para la investigación. Así, cuando la autora comenta que la cocina, en vez de “un recinto nauseabundo y antielegante, puede transformarse en el laboratorio cósmico donde actúe vuestro raciocinio” (706) recuerda el argumento de Sor Juana Inés de la Cruz en la Respuesta a Sor Filotea y su énfasis en ver los procesos de la física y la química en el arte culinario (74). Lo mismo ocurre durante el lavado de la ropa, que puede dar pie a toda una digresión sobre la física y la química al hilo del proceso de circulación y caída del agua. Se trata, en definitiva, de un proceso incesante de conocimiento ligado a las tareas prácticas a través de la observación y el análisis. La casa se presenta como “laboratorio” y la ciencia y la filosofía no son ajenas al cumplimiento de las tareas cotidianas, como demuestra la actividad mental que tiene lugar en el lavadero: retorciendo aquella ropa, viendo saltar aquella agua cristalina y corriente, podréis ganar un grado más en el título de inteligentes. Seguid el agua en sentido inverso; mientras ella sale por el caño, que vaya vuestro pensamiento por él hasta el mismo fondo de la noria; ¿es agua cogada? ¿es agua viva? En ambos casos tendréis ancho campo donde extenderos: todas las leyes de la química pueden ser revisadas, mientras se termina vuestro humilde y regenerador trabajo. (724)

Esa mujer-águila, por tanto, es capaz de alzarse hasta las cimas más

actividad femenina destinada a perpetuar su ignorancia y domesticidad fue comentada también por Pardo Bazán en un artículo de 1889 titulado

Mujeres en la literatura. Escritoras

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Acuña no concibe las tareas domésticas como degradantes. La visión de la

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elevadas del pensamiento y de desarrollar las tareas más humildes porque

México, Distrito Federal I Marzo-Abril 2009 I Año 4 I Número 19 La mujer española: “ocupaba esta mujer las horas en labores manuales, repasando, calcetando, aplanchando, bordando al bastidor o haciendo dulce de conserva… ni sabía de lectura, no conocía más libros que el de Misa, el Año cristiano y el Catecismo” (86). Al mismo tiempo, muchos textos de esta época destinados a un público femenino insisten en la laboriosidad y la crítica de la ociosidad pero la actividad se centra en tareas menores y tiene por objeto mantener a la mujer ocupada en labores tediosas que la enajenan, anclándola al espacio doméstico porque no suponen ningún esfuerzo intelectual: Un hombre puede justificar algunas horas de inacción, después de un trabajo ímprobo, o de una de aquellas grandes pesadumbres y desengaños, que suelen ocurrir en el desempeño de los deberes públicos; mas una mujer no tiene nunca razón para estar parada […] Si no trabajas, no tienes derecho al descanso, y debes avergonzarte al disfrutarlo. (Mora 152-154)

Frente a este ideario de vigilancia y control ―que pretende entretener a la mujer y tenerla ocupada exclusivamente en labores manuales menores― la actividad que propone Acuña es siempre paralela, las manos trabajan al mismo tiempo que el pensamiento y, de hecho, cuando se habla de tareas como la costura la autora alaba las bondades de la máquina de coser que permite hacer el trabajo con rapidez. Se trata de que ese trabajo sea útil y no un mero pasatiempo ni una excusa para mantener a la mujer esclavizada a la aguja, como ponía de manifiesto también Concepción Arenal al considerar que el tiempo desperdiciado por las mujeres en actividades como bordar o zurcir estaría mucho mejor empleado en beneficio del bien público, por ejemplo en tareas relacionadas

Mujeres en la literatura. Escritoras

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la costura llevaba antes mucho tiempo, malgastando en ella no poco las mujeres hacendosas. No era, ni es raro, ver cómo se malgastan muchas horas o muchos días en coser una pieza de ropa vieja, que se rompe a la primera lavadura, cuando el valor del tiempo, tan mal pagado como se paga el de las mujeres, bastaba para comprar nueva aquella prenda. (Arenal, Mujer 175)

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con la caridad:

México, Distrito Federal I Marzo-Abril 2009 I Año 4 I Número 19

Acuña parece estar plenamente de acuerdo con esta idea de que ciertas labores son una completa pérdida de tiempo y por eso propone que la máquina de coser es un excelente instrumento que permite conciliar la idea de utilidad con la de eficacia: delante está la máquina, dispuesta, limpia, lustrosa; si hubiera otro artefacto que con más rapidez terminara la obra, sería menester comprarlo enseguida, porque toda labor impuesta por las necesidades de la familia debe hacerse lo más rápidamente posible, y la máquina de coser, manejada con habilidad… produce milagros de prontitud (Obras 1: 743).

No se trata, en definitiva, de entretener a la mujer con tareas tediosas para ocupar su tiempo sino de poner a su alcance todos los instrumentos para que esas labores se realicen con la máxima eficacia y en el menor tiempo posible, sin robarle el tiempo necesario para otras actividades que pueden ser también de naturaleza agrícola, intelectual o ganadera. La imagen de la rápida máquina de coser se presenta como un símbolo de domesticidad “moderna”, igual que el canastillo de labores de la mujer agrícola y científica que dibuja Acuña es mucho más variado que el tradicional costurero lleno de agujas e hilos para el bordado: “la canastilla de labor, donde se vean en amigable consorcio la última obra de literatura, los sencillos trajes de sus hijos, el manual más completo de química y la fina media ceñida todavía con las brillantes agujas que la están tejiendo” (ibid. 673). Esa canastilla de labor nos presenta un original e inusual revoltijo donde las “labores manuales” se unen a la literatura, la química o el gusto por la elegancia, en alusión a la variedad de papeles que desempeña esa mujer doméstica y agrícola que también disfruta de la

del ángel o desdeñar el trabajo doméstico pero añade las tareas literarias y la reflexión filosófica contribuyendo a representar una feminidad mucho más compleja. Así, la actividad intelectual de esa protagonista se comMujeres en la literatura. Escritoras

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unas medias bonitas. Acuña no trata, por tanto, de inhabilitar la imagen

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literatura, de las ciencias y no desdeña coser los trajes de sus hijos o llevar

México, Distrito Federal I Marzo-Abril 2009 I Año 4 I Número 19 plementa por las tardes con un tiempo dedicado al estudio, al uso de artefactos como el telescopio y el microscopio, a la lectura y a una reflexión que tiene que ver con el pensamiento crítico y no con la dócil aceptación de los principios de autoridad: “no elijáis, ni os apasionéis, ni os poseáis de la idea, y del pensar de los demás; buscad, buscad siempre; conoced y penetrad a los sabios, no para imitar” (ibid. 778-79). Con esa imagen de la mujer que busca penetrar la ciencia y la sabiduría, con su ciencia agrícola, su máquina de coser y su formación intelectual Acuña logra conciliar intelectualidad y maternidad, hogar y cientificismo, oponiendo la actividad frívola de la mujer del mundo urbano a la compleja misión que desempeña en la esfera doméstica la mujer agrícola que abre paso a la mujer emancipada.

3. LA BELLEZA “NATURAL” Y LA EMANCIPACIÓN POSIBLE

El tercer artículo de la serie “En el campo” lleva por título “En el tocador” y resulta clave para comprender el prototipo de belleza y el canon estético que propone Acuña para quien la mujer-modelo agrícola imita a la naturaleza: “Toda la naturaleza se torna pura hacia la faz del día… ¡Imitadla! Como ella, engalanaos, pura y sencillamente, para cumplimentar el deber de la vida” (Obras 1: 651). Esta relación de la mujer con la naturaleza es clave en el texto pues, por un lado, esa mujer debe buscar la belleza natural sin aderezo (el pelo trenzado, el color natural de la piel, los vestidos holgados y las manos tostadas por el sol) y, por otro, la mujer agrícola vive intensamente vinculada a la naturaleza y la tierra, busca su conocimiento científico en ellas e intenta comprender “la ciencia de la

pues presenta un canon físico basado en ideas de salud y sencillez. Frente a la “mujer elegante” Acuña coloca a la mujer agrícola, fuerte y vigorosa,

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de Acuña en la “naturaleza” tiene, lógicamente, toda una carga ideológica

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tierra, de las estaciones, de los vientos, de las semillas” (666). Este énfasis

México, Distrito Federal I Marzo-Abril 2009 I Año 4 I Número 19 que no teme la luz del sol ni a la vida activa. Ese ideal de mujer enérgica y útil a la familia y la sociedad se relaciona también con el fuerte vínculo que Acuña establece entre el hogar y la agricultura en tanto que ambos se hacen indispensables y esto le permite articular su utopía rural de una familia agrícola que, con la mujer a la cabeza, pueda contribuir al bien común. La alusión a la belleza “natural” de la mujer campesina puede interpretarse a la luz del esfuerzo de Acuña por proponer un nuevo canon físico que no sea tan restrictivo para la mujer. El rostro sin afeites, las sencillas trenzas, la ropa holgada, la ausencia de corsé o los zapatos cómodos que propugna la escritora indican un ideario estético que recuerda los movimientos a favor de la reforma del vestido que ya a mediados del siglo

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se habían convertido en símbolos externos de las

primeras sufragistas que utilizaban los cómodos “bloomers” o pantalones turcos (Wilson 209). Acuña, al tiempo que “libera” ese cuerpo para poder hacerlo ágil y dinámico ―permitiendo que circule libremente en ese hogar rural y en el campo― está haciendo posible el advenimiento de una subjetividad femenina emancipada. El espejo y la vanidad no limitan a esas mujeres agrícolas porque al ponerse frente a él verán “a la par que vuestro rostro, la inmensidad de los espacios” (651), es decir, que la cara no llena el espejo, lo que supone asumir que el mundo es más amplio y precisa de observación y reflexión científica, actividades más complejas que el mero acicalamiento ante el tocador. Si ese espejo esclavizaba a la mujer al vincularla a una vanidad absorbente (la de la madrastra que pregunta al espejo quién es la más bella del reino) el nuevo espejo de la mujer agrícola refleja ese rostro como una parte más del universo cuyas

como proponía Pilar Sinués en estos mismos años al sugerir que era una herramienta indispensable para la “felicidad” femenina:

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la idea de que la coquetería sea la única forma de definir la feminidad, tal y

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fronteras son infinitas frente al estrecho recinto del tocador. Se anula así

México, Distrito Federal I Marzo-Abril 2009 I Año 4 I Número 19 La mujer necesita conservar la coquetería para su felicidad. Porque la coquetería es una especie de conocimiento de su propio mérito, que la induce a realzarlo cuando puede, y a aumentarlo con mil graciosos e inocentes recursos. Puede decirse que la coquetería es un deseo constante de agradar. La mujer virtuosa desea agradar y ser simpática, primero a sus padres y a su esposo, y después, por amor a ellos, a la sociedad en general. (182)

Frente a esa visión de la coquetería como una obligación femenina ―igual que el hacerse agradable a los otros― el rostro de Acuña ya no cubre completamente el espejo ni agota la esencia de una mujer que ya no es objeto sino sujeto y las agricultoras salen del tocador “castas, ágiles, naturales como la imagen prototípica de la hermosura femenina; risueñas… libres de la tiranía de las puerilidades vanidosas, del coquetismo irrisorio, de la afección presumida y antipática” (Obras 654). La autora de En el campo sugiere que en ese nuevo cuerpo se está forjando la mente emancipada de una mujer que ya no está esclavizada a la apariencia, se ha liberado de la frivolidad, y ya no es sólo un cuerpo destinado a la reproducción de la especie sino que se prepara para convertirse en la digna compañera del hombre y el modelo para sus hijos. Acuña opone la superficialidad

y la ociosidad del mundo urbano

decadente frente a una existencia modélica en el campo que permite a la mujer la trascendencia, desligándola de la valoración exclusiva de su belleza corporal para mostrarle que existe otro universo superior a los adornos y a la existencia trivial de la mujer elegante. Acuña es consciente de que la suya es la hora del sacrificio y que esa mujer agrícola es el único punto de partida posible hacia la emancipación verdadera porque la prioridad en ese momento es educar y enaltecer a la mujer. La escritora critica duramente dos modelos erróneos que no

Para la autora estas dos concepciones de la mujer son erróneas porque los primeros quieren que lleve a cabo unas funciones que todavía no puede desempeñar con la dignidad necesaria y los segundos le cierran la puerta Mujeres en la literatura. Escritoras

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encumbran a la mujer y los que la consideran un ser degradado e inferior.

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contribuyen sino a la degradación física y moral del sexo: los que

México, Distrito Federal I Marzo-Abril 2009 I Año 4 I Número 19 del progreso y la ven como un ser nervioso destinado sólo al goce sexual o la procreación (Obras 2: 954-956). Frente a estas dos visiones ―la de quienes propugnan la inferioridad femenina y la de los que insisten en emanciparla sin educarla antes― Acuña ofrece el prototipo de la mujer que se prepara para su misión desde ese hogar modélico en el campo porque “hacer que se posea bien de su misión actual es el único medio de que avance en la senda de la perfección y del engrandecimiento; hacerle cumplir escrupulosa y noblemente sus misiones actuales es prepararla para una emancipación justa y razonable, y obligar a que las leyes le otorguen los mismos derechos” (Obras 1: 661, mi énfasis). Para Acuña la mujer es un ser destinado a compartir los destinos del hombre pero antes es preciso sacarla de su inferioridad y destruir los discursos preconcebidos sobre cómo debe ser la mujer para hacer posible una nueva forma de feminidad. Cuando Acuña plantea que “la mujer es lo que se quiere que sea” (ibid. 658) es perfectamente consciente de que los papeles de género son una construcción cultural y, por ello, desde el ámbito de la cultura se deben preparar las condiciones para que la mujer pueda desempeñar la misión trascendente que le está encomendada y, en este sentido, la autora utiliza con maestría su prototipo de la mujer natural y agrícola como herramienta ideológica. Cuando Acuña proclama que la emancipación de la mujer es “un completo absurdo” (ibid. 660) no está negando que esa emancipación sea posible sino afirmando que no ha llegado aún el momento de exigirla porque la mujer del presente “todavía no sabe lo que es ser mujer” (ibid. 661), es decir, todavía no ha aprendido a representarse a sí misma como sujeto ni está educada para “marchar a la par del hombre por todos los caminos de la vida” (ibid. 660). La imagen de la

porvenir. Acuña sabe perfectamente ―y su discurso llega hasta donde sabe que puede llegar― que la victoria de sus descendientes está asegurada y

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contribuye a desbrozar el camino por el que podrá transitar esa mujer del

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mujer agrícola, madre, ganadera, intelectual, costurera, ilustrada y filósofa

México, Distrito Federal I Marzo-Abril 2009 I Año 4 I Número 19 que el suyo es el momento de la lucha y el sacrificio para hacer posible la emancipación de las hijas: Venid, ¡hermanas mías!, con vuestro pensamiento a contribuir a la gran obra de la redención de la mujer… ¡Nuestro pensamiento! ¡He aquí lo único libre, sin traba alguna que ha conquistado, Dios sabe a costa de cuántos martirios, la mujer del presente! Servíos de vuestro pensamiento por la escritura expresada para barrenar el inmenso talud que nos separa del porvenir. Luchemos en el seno de la sociedad con nuestra pluma, en el fondo de nuestro hogar con la perseverancia, y abramos el camino de la victoria a nuestras descendientes. (Obras 2: 1239)

En uno de los artículos finales de la colección En el campo Acuña retoma el mito de Eva y su vinculación con la serpiente para construir una imagen novedosa y positiva de la feminidad encarnada en la imagen del ofidio. No se trata aquí de que la culebra sea venenosa, taimada o susceptible de simbolizar la tentación sino de que este animal es ejemplo de firmeza, agilidad, flexibilidad y capacidad para adaptarse al medio. En este sentido la metáfora de la serpiente sirve muy bien para interpretar la elasticidad, la firmeza y la invulnerabilidad de la escritura de Rosario de Acuña: “la mujer posee una firmeza inapreciable y desconocida, firmeza y agilidad de culebra; se yergue, se pliega, se arrastra, se anilla, pero siempre avanza y sigue hacia su deseo con la elasticidad y dureza de un cuerpo invulnerable” (Obras 1: 966).

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