LA MUJER EN EL MERCADO LABORAL COLOMBIANO EN LA DECADA DE LOS 90

LA MUJER EN EL MERCADO LABORAL COLOMBIANO EN LA DECADA DE LOS 90 Autor ANA MILENA YOSHIOKA PONTIFICIA UNIVERSIDAD JAVERIANA CALI COLOMBIA ayoshiok@

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LA MUJER EN EL MERCADO LABORAL COLOMBIANO EN LA DECADA DE LOS 90

Autor

ANA MILENA YOSHIOKA PONTIFICIA UNIVERSIDAD JAVERIANA CALI COLOMBIA

[email protected]

Preparado para su distribución en el XXI Congreso Internacional de Latin American Studies Association (LASA) 2000, Hyatt Regency Hotel, Miami, Florida, Marzo 16 – 18, 2000

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LA MUJER EN EL MERCADO LABORAL COLOMBIANO EN LA DECADA DE LOS 90 A partir de la segunda mitad de la década del 90, el mercado de trabajo en Colombia ha venido presentando un creciente y progresivo deterioro. La causa predominante de ese fenómeno es atribuible a los complejos procesos inherentes a la modalidad de desarrollo “neoliberal” de la economía colombiana, en un contexto mundial en el cual prima una nueva forma de integración o de interdependencia de las economías nacionales. Globalización, ajuste estructural y mercado laboral Tanto en los países pobres como en los ricos son evidentes las alteraciones provocadas por la reestructuración económica y empresarial sobre los mercados laborales. La estructura y la composición del mercado laboral han cambiado rápidamente, sí bien con velocidades, ritmos y características diferenciadas según el tipo de sociedad. Esto ha significado en términos generales, la pérdida de muchos empleos y el deterioro de las condiciones de trabajo. Lo que se ha identificado en los países de América Latina como la precarización de los mercados de trabajo. En América Latina la recuperación moderada del crecimiento no ha incidido en una vigorosa generación de empleo productivo. La creación de nuevos puestos de trabajo se ha concentrado en gran parte en ocupaciones de baja productividad media y se ha reducido la participación en actividades formales en la estructura de empleo. El crecimiento global alcanzó el 2.3% en 1998, se produjo un importante descenso en la inflación y un aumento de los salarios reales en varios países (El salario real creció en un 4.1% en 1998 respecto a 1997), y el desempleo de la región aumentó hasta alcanzar el 7.9% continuando con su tendencia a subir observada en los años anteriores. Esta tasa de desempleo abierto regional se ha ubicado en niveles elevados, no vistos desde la crisis de los años 80. En otras palabras, no se ha dado el crecimiento necesario para la generación de empleos productivos que reemplacen aquellos que se perdieron durante la época de ajuste, y en algunos casos para restaurar los salarios a los niveles anteriores a la crisis. El desempeño laboral de la región latinoamericana durante la primera mitad de los años 90 ha sido considerado como una de las principales debilidades de la modalidad de crecimiento emergente bajo la aplicación de las reformas estructurales de los últimos quince años.1 En términos generales, las crisis económicas sucedidas a lo largo de más de un decenio se presentan como momentos agudos de contracción del mercado formal de trabajo, 1

CEPAL” La brecha de la equidad. América Latina, el caribe y la cumbre social”. Santiago de Chile, 1997.

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baja en los ingresos y restricción del consumo. Las políticas de ajuste implican, sobre todo un debilitamiento del estado y contracción del gasto social, y para ciertos grupos sociales asumir elevados costos generados ya sea por la reestructuración económica o por la pérdida de beneficios y privilegios. “Hasta ahora los costos han recaído sobre los grupos más vulnerables tanto en los países pobres como en los países ricos – la población no calificada, carente de competencias técnicas y de conocimientos tecnológicos, con bajos niveles de educación formal, marginada de los procesos de modernización y reestructuración industrial – y sobre las actividades y espacios productivos que no logran alcanzar las normas de producción impuestas por los procesos de globalización. Por todo esto, la globalización ha adquirido un carácter excluyente y discriminador contra los más débiles”.2 Las mujeres son más vulnerables frente a los efectos sociales negativos de la reestructuración y la recesión económica. “Los principales cambios derivados de la crisis y las políticas de ajuste se manifestaron en los ámbitos domésticos y productivos y en forma diferente para hombres y mujeres”.3 Los casos estudiados por la UNICEF – Argentina, México y Brasil- pretenden mostrar cómo la crisis y las limitaciones impuestas por las medidas de ajuste han representado fuertes demandas a las mujeres y han aumentado significativamente su trabajo dentro y fuera de la casa. Así, los estudios sugieren que las mujeres se constituían en una variable de ajuste en el contexto de los esfuerzos nacionales que se estaban realizando para poder controlar la economía. La consecuencia de la crisis más estudiada es el aumento en la participación de las mujeres en el mercado de trabajo urbano. La tasa para las mujeres ha crecido entre 5 y 10 puntos porcentuales en los últimos 10 años en muchos de los países de América Latina. Como lo ha señalado la OIT, gracias al ingreso de la mujer en el mercado de trabajo, la mayoría de los hogares han podido hacer frente a la reducción de los ingresos reales provocada por la crisis económica. La mayor parte del incremento en la participación laboral femenina ha sido una respuesta al deterioro o ausencia de los ingresos familiares, al incremento en el desempleo masculino, a la inestabilidad del empleo y a la necesidad de enfrentar el aumento de los precios de los alimentos y artículos de primera necesidad. Esto significa que en épocas difíciles, es más probable que la mujer y no el hombre 2

Misas Arango, Gabriel. “Globalización: retos y realidades para el progreso y la justicia social” Documento presentado en el “International solidarity and Globalization Seminar” Estocolo, Suecia, Octubre 1997. 3 Arraigada, Irma. “Realidades y mitos del trabajo femenino urbano en América Latina”. Santiago de Chile, CEPAL serie Mujer y Desarrollo No. 21.

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aproveche todas las posibilidades existentes de trabajos e ingresos, incluidas las actividades precarias y el trabajo mal remunerado en el hogar o en el sector informal. La participación laboral de las mujeres no garantiza mejores condiciones de vida. En esta década, este incremento, no ha sido un resultado directo del mejoramiento de la calidad de la oferta de la mano de obra femenina (nivel de escolaridad), a diferencia de la década de los 80, ni tampoco se ha debido a la diversificación de la estructura de oportunidades ocupacionales disponibles para las mujeres, o sea a una menor segmentación del mercado de trabajo. Otro factor al que la mujer debe hacer frente es a la reducción de los presupuestos de los servicios sociales. No solamente trabajan más para pagar servicios que antes estaban subvencionados, tales como la educación, la atención de la salud y la vivienda sino que también deben superar las deficiencias realizando trabajos al servicio de la comunidad. Los planteamientos hechos introducen de manera general y abreviada en el contexto general de América Latina, aspectos centrales de la problemática, que se pretende analizar sobre la situación de la mujer en el mercado laboral urbano en Colombia, en la década del 90, Para ello, el análisis se centrará en elementos constitutivos del mercado de trabajo como empleo, salarios y calidad del empleo para al final comentar algunas de las propuestas de flexibilización del mercado laboral que se proponen por estos días en Colombia. La participación laboral femenina. En Colombia, la tasa global de participación (TGP)4 sigue aumentando al mismo ritmo que en la década previa, 0.2% por año. La causa principal del aumento de la tasa de participación sigue siendo la incorporación creciente de las mujeres al mercado de trabajo. En la última década, la participación de la mujer colombiana en el mercado laboral urbano ha tenido un crecimiento altamente significativo. La tasa de participación global femenina para las siete principales áreas metropolitanas pasó de 46.7% en 1991 a 53.3% en 1999. La brecha en la tasa global de participación entre hombres y mujeres, viene disminuyendo desde 1991. En este año, la diferencia era de 27.8 puntos; de 23.6 en 1997 y 19.6 puntos en 1999. (Ver gráfico No. 1)

4

TGP: tasa global de participación, representa el porcentaje de la población en edad de trabajar que se encuentra ocupada o buscando empleo.

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Gráfico No.1

Tasa Global de Participación (TGP) 1991-1999

TGP

80

74,5

74,2

59,5

59,5

74,7

73,9

74,1

73,1

72,6

73,6

72,9

70 60,3

59

59,4

59,1

47,1

47,1

59,9

60 50

62,3

52,9 46,7

47,4

48

46,4

62,3

53,3

49

40 1991

1992

1993

1994

1995

1996

1997

1998

1999

Años Hombres

Mujeres

Total

Fuente: Encuesta Nacional de Hogares – DANE. Datos de segundo trimestre de 1999 Las fluctuaciones de la actividad económica pueden afectar la tasa de participación en dos direcciones. En primer lugar, si la economía está en auge entonces las personas que se encontraban inactivas se ven motivadas a salir en busca de empleo. En segundo lugar, si la economía se encuentra en recesión entonces la disminución ocasionada en los ingresos del hogar presiona a algunos miembros de la familia a ofrecer sus servicios con el objetivo de compensar esta pérdida. La participación de la mujer es alta en economías con relaciones salariales incipientes y con una división social y por sexo del trabajo poco diferenciada, debido a que en estas circunstancias las mujeres suelen jugar un papel importante en la generación de ingresos. A medida que esta división del trabajo se diferencia, las mujeres crecientemente se ven limitadas a labores más directamente vinculadas al hogar, consideradas no productivas, con el efecto de una reducción de su tasa de participación en el mercado de trabajo. En el contexto latinoamericano pareciera existir alguna evidencia de una relación negativa entre ingreso per cápita y TGP femenina como se observa en el gráfico No. 2. Así, en las sociedades más pobres la mujer está más presionada a buscar empleo, agudizado este fenómeno por el incremento en el desempleo masculino.

6

Gráfico No. 2.

Fuente: CEPAL, Banco Mundial En un estudio sobre los cambios en la tasa de ocupación, en las variaciones de la tasa de participación y de la tasa de desempleo para varios grupos demográficos, generados por cambios en la demanda agregada en Colombia se concluye que la respuesta de la tasa de participación a variaciones en la demanda agregada no parece ser muy alta. En el caso de los hombres, un incremento de un punto porcentual en la demanda agregada está asociado con un incremento de 0.4% en la tasa de participación masculina. La participación femenina, por su parte, parece tener una sensibilidad muy baja a fluctuaciones de la demanda agregada tan solo del 0.02%. 5 DESEMPLEO Uno de los grandes problemas que enfrenta la economía colombiana es la alta tasa de desempleo que a Junio de 1999, para el conjunto de las siete principales áreas metropolitanas fue de 19.5%. En Colombia, de una tasa de desempleo del 10.7 % en Marzo de 1991, se descendió a 7,6% en Septiembre de 1994 y de se pasó a 19,5 % en Junio de 1999. Los tres puntos que se ganaron en tres años, se perdieron con creces – más de 12 puntos- en cinco años.

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Nuñez M., Jairo y Bernal S, Raquel. “El desempleo en Colombia: tasa natural,desempleo cíclico y estructural y la duración del desempleo, (1976-1998)En Ensayos sobre política económica, revista No. 32, Santafé de Bogotá, Diciembre de 1997.

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Este incremento reciente de la tasa de desempleo se ha asociado con el incremento paulatino de los costos salariales, la apreciación de la tasa de cambio y la brecha entre la oferta y la demanda de mano de obra no calificada, por algunos investigadores. (Cárdenas M. y C. Gutiérrez, 1998) En 1997 la tasa de desempleo femenino alcanzó el 15.1% mientras que la tasa masculina fue del 9.8%; en lo corrido de 1999 la tasa de desempleo es 23.2% para las mujeres y 16.4% para los hombres. El diferencial de desempleo entre hombres y mujeres ha tendido en los últimos 20 años a ser cada vez más negativo para las mujeres y constituye uno de los diferenciales más altos de América Latina (5.3 puntos para 1997 y 6.8 puntos para 1999). (Ver gráfico No. 3) Tanto en el caso de los hombres como en el de las mujeres los más afectados por el desempleo femenino son los jóvenes de 12 a 29 años de edad. Las tasas de desempleo de hombres y mujeres fueron muy similares durante los años 70, las diferencias entre unas y otras se hacen considerablemente notorias a partir de la segunda mitad de los años 80. En otras palabras, la varianza del desempleo entre hombres y mujeres era nula en los años 70, pero creció de forma importante desde entonces. En 1994 la diferencia entre la tasa de desempleo de los hombres y las mujeres fue la más alta al alcanzar una varianza del 35%. A partir de entonces ha disminuido significativamente hasta localizarse de nuevo en 9% durante 1997. En el gráfico No. 3, se aprecia una disminución de la brecha en las tasas de desempleo por sexo en la década de los noventa debida al aumento de la participación laboral femenina y a que el empleo femenino ha crecido más que el masculino, en consecuencia la tasa de desempleo masculina creció más que la femenina.

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Gráfico No. 3

Tasa de Desempleo 1991-1999 Tasa de Desempleo

28 23,2

24 20 16 12

15,1 13,1

12,6 11

9,8

9,2

7,8

8 4

19,5

18

7,4

11,2 7,6

11,3

5,3

4,9

1993

1994

14,4

16,4

11,9 12,1

8,7 8,8

6,5

15,1

11,3 9,6

9,8

0 1991

1992

Hombres

1995

1996

Años Mujeres

1997

1998

1999

Total

Fuente: Encuesta Nacional de Hogares. DANE. Datos del segundo trimestre de 1999 Frente a la idea de que con mayores niveles de educación se superan las deficiencias estructurales del mercado laboral, es necesario tener en cuenta en el análisis la relación entre la tasa de desempleo y los niveles de escolaridad. El grupo de mujeres más afectadas por el desempleo son las jóvenes con educación secundaria completa e incompleta. Para el año 1999, se calculó una tasa de desempleo del 51.1% para el grupo entre 15 – 19 años y del 29.3% de 20 – 29 años. La población femenina desempleada en la coyuntura reciente, exhibe en promedio niveles educativos más altos que los hombres. Por ejemplo, en el año 1997, la tasa de desempleo para mujeres con estudios superiores completos era de 9.3% y para los hombres de 4.1%; con estudios superiores incompletos de 14.6% para las mujeres y 11.0 % para los hombres y con secundaria completa 20.1% para las mujeres y 10.3% para los hombres. (Ver cuadro No. 1)

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Cuadro No. 1 TASA DE DESEMPLEO EN SIETE ÁREAS METROPOLITANAS SEGÚN NIVEL EDUCATIVO Y SEXO Primaria Primaria Secundar Secundar Superior Superior Año Ninguna Incomple- Completa ia ia incompleta completa ta Incom- Complepleta ta h m h m h m H m h m h m h m 199 7.2 5.1 9.0 10.1 8.4 13,.5 9. 20.0 8.2 15.5 7. 14.3 4. 7.1 0 6 7 6 199 10.1 7.6 8.4 13.6 6.6 11.5 9. 22.0 8.7 14.8 7. 12.7 2. 6.5 1 6 0 6 199 8.0 11.1 7.9 12.3 7.6 11.7 9. 20.6 8.4 17.4 8. 13.3 3. 5.8 2 9 7 7 199 6.7 6.7 4.8 11.3 5.0 10.2 8. 18.9 6.9 13.0 7. 10.9 3. 5.5 3 7 4 0 199 6.9 8.7 5.8 9.5 5.1 11.3 8. 20.2 7.5 15.0 9. 12.3 3. 6.0 4 0 1 9 199 6.9 92 6.3 8.4 5.3 10.5 9. 15.8 6.4 14.0 9. 12.2 3. 4.8 5 0 6 1 199 9.8 12.8 10.2 11.5 7.7 12.4 11. 19.7 9.2 16.3 10 13.9 4. 6.6 6 0 .6 5 199 12.7 11.3 12.2 12.6 9.9 12.9 13. 23.3 10.3 20.1 11. 14.6 4. 9.3 7 3 0 1 Fuente: Procesamiento realizado por la División de Empleo e Ingresos – UDS-DNP, a partir de la Encuesta Nacional de Hogares del DANE.

En cuanto a la duración del desempleo, tomando como referencia los individuos con mayor educación, se puede afirmar que tienen una probabilidad más alta de encontrar empleo, Sin embargo, mientras que para los hombres esta probabilidad ha disminuido con el tiempo, para las mujeres ha aumentado. Por ejemplo, durante 1998 los hombres con 16 años o más de educación tenían una probabilidad del 33.1% más alta que los menos educados de encontrar empleo, mientras que en 1996 esta diferencia era de sólo 13.3%. En el caso de las mujeres para los mismos años el cambio fue de 18.8% a 21.5%. Esta misma situación se presentó en el grupo entre 12 y 15 años de educación. La verdadera tasa de desempleo es en realidad más alta, debido a la tendencia de sustituir trabajos de tiempo completo por subempleos y trabajos de tiempo parcial: los subempleados son, con frecuencia, trabajadores independientes, por cuenta propia o trabajadores flexibles con vínculos con el sector formal, incluyendo trabajadores

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eventuales y trabajadores a domicilio; categorías todas estas con alta presencia femenina. Es necesario tener en cuenta que en la medida en que han aumentado los niveles de escolaridad, la tasa de subempleo es menor (17%), sin embargo el 71% de los subempleados tienen estudios superiores o al menos de secundaria. Sin embargo, el carácter estructural del desempleo no depende sólo de la insuficiente calificación de la mano de obra, dado que eso sería considerar el problema desde el punto de vista de la oferta, cuando desde el lado de la demanda se tiene que la economía pierde cada vez más la capacidad para generar empleo en razón del proceso de desmonte de su aparato productivo por cuenta de una dinámica especulativa que ha generado las condiciones de su propia crisis. Como lo plantea FEDESARROLLO “si bien algunos factores como el aumento de la tasa de participación laboral por encima del aumento de la tasa de ocupación permite explicar la elevada tasa de desempleo reciente, ésta también se debe a problemas en la demanda de trabajo, unos de tipo coyuntural y otros más estructurales”.6 De hecho la situación registrada en los últimos trimestres muestra que es muy probable que el nivel del componente estructural de la tasa natural de desempleo sea mayor en razón de la persistencia de las elevadas tasas de desempleo. En los últimos tres años se incrementó el denominado desempleo friccional, es decir el número de semanas que demora un trabajador vacante en ubicarse en un puesto de trabajo. La duración promedio del desempleo de acuerdo con el género del desocupado es mayor en el caso de las mujeres que en el de los hombres. Entre 1984 y 1994 la diferencia promedio de duración del desempleo fue alrededor de dos semanas. Sin embargo, se incrementó a tres semanas en 1995 y ya en 1997 era de cuatro semanas. Esto significa que mientras un hombre desempleado permaneció en promedio 33 semanas desocupado en 1997, una mujer desempleada lo estuvo 37 semanas. Existen entonces, diferencias sustanciales entre las tasas de desempleo de diferentes grupos de individuos clasificados según género, edad y educación. Estas diferencias, como hemos visto, son en la mayoría de los casos persistentes. Sin embargo, en los casos de edad y género las diferencias se han acentuado en la última década Asimismo, las tasas de subempleo para las mujeres ha aumentado en la presente década, pasando de 14.1 % en 1991 a 15.6% en 1997.

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FEDESARROLLO, Revista prospectiva Julio/Diciembre de 1998.

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Una política de empleo debe proponer un crecimiento sustancial de la economía y reformas estructurales en los mercados. En el estudio hecho por Jairo Nuñez M y Raquel Bernal sobre el desempleo en Colombia, se estableció que para el primer trimestre de 1998 cuando la tasa de desempleo llegó al 14.5%, el 3% se debió al componente cíclico y el 11.5% al componente natural. A su vez este último puede dividirse en 5% y 6.5% entre sus componentes estructurales y friccionales, respectivamente. Una tasa natural de desempleo tan alta revela las grandes imperfecciones y los problemas estructurales del mercado laboral colombiano. EL EMPLEO FEMENINO Durante la década del 90 se dio un avance importante de las mujeres en el empleo urbano. Los aumentos que se dieron en la tasa de ocupación urbana se deben al aumento de la tasa de ocupación de las mujeres. La población ocupada para las siete principales áreas metropolitanas ascendía a Diciembre de 1998 a 5.843.804, de los cuales 3.278.370 eran hombres y 2.565.434 mujeres, o sea el 43.9% del total de la población ocupada. El número de ocupados para el total de las siete áreas metropolitanas disminuyó en 2.2.% que equivale a una pérdida de 123.717 empleos entre Junio de 1998 y Junio de 1999. En el primer trimestre de 1999, el 44,13% de la población ocupada son mujeres y el 55.87% hombres. En el Gráfico No. 6 puede observarse la tendencia y a cuanto ascienden las cifras de población ocupada por sexo entre 1990 y 1998, cifras del segundo trimestre del año. Al dividir la población ocupada por ramas de actividad económica se observa un deterioro entre el primer trimestre de 1998 y el primero de 1999 en todos los sectores con excepción de los servicios.

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Gráfico No. 6

EMPLEO URBANO POR SEXO

6.500.000 6.000.000 5.500.000 5.000.000 4.500.000 4.000.000 3.500.000 3.000.000 2.500.000 2.000.000 1.500.000 1.000.000

90-II 91-II 92-II 93-II 94-II 95-II 96-II 97-II 98-II 98-III 98-IV HOMBRES

MUJERES

TOTAL

Fuente: Encuesta Nacional de Hogares – DANE. Datos de segundo trimestre de 1999 En la evolución de la población ocupada según el tipo de ocupación a Marzo de 1999 se aprecia un fuerte deterioro en los obreros o empleados particulares, en los obreros o empleados del gobierno y en el rango de patrón o empleador. Entre el primer trimestre de 1998 y el mismo de 1999, en el caso de las mujeres decrecieron las posiciones ocupacionales de obreras o empleadas particulares en un 9%, patrón o empleador en un 13% y trabajadora familiar en un 7%. Sobre la tendencia a disminuir el número de ocupados según posición ocupacional en el obrero o empleado del gobierno, en países como Colombia sujetos al reajuste estructural, la reducción del sector público supone una reducción global de estas fuentes de trabajo estable y protegido, en el que las mujeres en los países de América Latina están altamente representadas, entre un 35% y un 45%. Es así como, en Colombia entre el primer trimestre de 1998 y el mismo trimestre de 1999, el número de mujeres ocupadas en esta posición se redujo en un 16.02% mientras el número de hombres ocupados tuvo una disminución muy leve, casi inapreciable.

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La mayor contribución al crecimiento del empleo durante la década de los noventa ha estado en manos de la categoría de los trabajadores por cuenta propia, de los cuales el 89% pertenecen al sector informal. La otra categoría más dinámica de la década es la de patrones o empleadores, de los cuales el 83% son informales. La tasa de informalidad de las mujeres descendió mucho más rápidamente que la masculina: la de las mujeres pasó de 58.8% en 1988 a 52.18% en 1996, mientras que la de los hombres pasó de 54.38% a 52% en los mismos años. Lo que significa que el sector formal ha absorbido durante estos años una parte de esta mano de obra informal. (Ver cuadro No. 2) En Abril de 1999 el empleo informal representaba el 54.7% del total. Cuadro No. 2 TASA DE INFORMALIDAD DE LA POBLACIÓN OCUPADA SEGÚN SEXO SIETE ÁREAS METROPOLITANAS 1984 - 1996 Año Total Hombres Mujeres 1984 53.69 51.37 57.50 1986 54.43 52.08 58.23 1988 56.15 54.38 58.81 1992 54.16 52.65 56.33 1994 52.42 51.25 54.11 1996 52.07 52.00 52.18 Fuente: Procesamiento realizado por la División de Empleo e Ingresos UDS-DNP a partir de la Encuesta Nacional de Hogares, DANE CALIDAD DEL EMPLEO Respecto al tipo de empleo La información disponible sobre la población ocupada según sexo denota una concentración ocupacional de las mujeres en un conjunto reducido de ocupaciones que se definen como típicamente femeninas en términos culturales (segmentación horizontal). A ello se suma una segmentación vertical como consecuencia de la concentración de las mujeres en los niveles de menor jerarquía de cada ocupación. A partir del estudio hecho por Lía Guterman, “La Mujer en la industria manufacturera” se puede afirmar el rápido crecimiento que ha tenido el empleo femenino en esta industria en el período 1985 - 1994, logrando una tasa de crecimiento promedio cercana al 4% anual frente a un escaso 1.8% del empleo masculino. Se encuentra que grupo de empleados ha tenido un mayor dinamismo que el de obreros, especialmente al

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analizar el caso de las mujeres, quienes son ocupadas en las tradicionales áreas administrativas y de ventas mientras las actividades de producción continúan siendo mayoritariamente masculinas. El empleo en la industria manufacturera constituye tan sólo el 10% del empleo total nacional y el empleo industrial en empresas con más de 10 trabajadores tan sólo representa el 5% del empleo total del país, lo que indica que prácticamente la mitad del empleo industrial se localiza en microempresas con menos de 10 trabajadores. (Información a partir de la Encuesta Anual Manufacturera). Es la pequeña y mediana empresa la más intensiva en el uso de la mano de obra femenina, alcanza al 41.3% del personal ocupado, especialmente en el renglón de empleados 51% pues en obreros asciende al 37.6%. Se sabe que la remuneración promedio en estas empresas es menor y se reproduce en ellas la diferencia de salarios entre hombres y mujeres, lo que implica que la mujer recibe un salario aún más inferior. De otra parte, según el estudio del CEDE 7, el 47% de las 850 microempresas encuestadas es propiedad de mujeres, 39% de hombres y un 14% de propiedad conjunta de hombre y mujer. Volviendo al 10% del total de empleo nacional en el sector industrial, es importante destacar la desfavorable situación de la mujer en términos de estabilidad del empleo. Durante el período 1992 – 1994 es mayor la participación promedio de la mujer en el empleo temporal (43.3%) que en el empleo permanente (33.8%). Es así como, resulta ser la más afectada cuando en épocas de crisis se recorta el personal de estas empresas. Los procesos de globalización y apertura económica, si bien han introducido nuevas diferenciaciones entre los trabajadores, no han transformado la tradicional segregación horizontal que concentra a las mujeres en los servicios. La información disponible denota un proceso creciente de terciarización , ya que las mujeres continúan concentrándose en el sector servicios, pasaron del 54% del empleo en el año 1982, 57.6% en 1997 a 55% en 1999. Y dentro del sector servicios, la mayor ocupación femenina se da en el renglón de servicios comunales, sociales y personales que alcanza un 45% del total de la población ocupada en servicios.

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CEDE, Diseño de un sistema de evaluación de impacto de los servicios de apoyo a las microempresas en Colombia, DNP – Fundación Corona, Marzo 1996.

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En el sector financiero hubo un aumento importante de la participación femenina entre 1991 y 1999. La proporción de empleo femenino en el sector financiero subió de 7.33 a 9.13%. La proporción del empleo masculino en dicho sector también aumentó, pero menos rápido que la femenina. Como resultado de este proceso, el sector financiero pasó de ser un sector con mayoría masculina a uno con mayoría femenina. La proporción de mujeres en el empleo del sector aumentó de 43.8% en 1991 a 52.4% en 1999.8 Sin embargo persiste una fuerte exclusión por sexo en cuanto lo que atañe al acceso de mujeres a puestos ejecutivos y gerenciales en el sector privado. A pesar de que las mujeres incrementan su participación en el empleo asalariado, disminuye su participación en el servicio doméstico o como ayudantes familiares, persiste la segmentación por sectores económicos, ramas productivas y categorías ocupacionales, concentrándose en áreas de empleo de menor jerarquía, productividad e ingreso. Respecto a los salarios El nivel de remuneración no sólo es indicador de discriminación o de inequidad sino que refleja también las mejoras en la calidad del empleo. Es innegable que el nivel de remuneración de la mujer no puede compararse con su contribución, retribuida o no a la economía. Las mayores desigualdades entre hombres y mujeres en el mercado de trabajo corresponden a los ingresos. En todo el mundo las mujeres reciben menor remuneración que los hombres por trabajos iguales. La mayoría de las mujeres sigue ganando en promedio, sólo del 50 al 80% de lo que ganan los hombres. En Colombia, sin embargo, la brecha salarial no se ha ampliado, ha ido decreciendo poco a poco desde 1986 en las siete principales áreas metropolitanas. En ese año, y en promedio, las mujeres ocupadas devengaban un 30.6% menos que los hombres. Para 1992 la brecha seguía siendo del 31.1%., para 1996, 26.9% y descendió para el cuarto trimestre de 1998 a 25.7%. En el gráfico No. 7 es posible apreciar el comportamiento de los salarios reales en la década del noventa. La disminución de la brecha salarial se le puede atribuir al aumento en el nivel educativo de las mujeres. 8

TENJO, Jaime. Evolución del empleo y los salarios de hombres y mujeres en el sector fiannciero. En Estudiuos sobre Economía y género. Santafé de Bogotá, Proequidad- GTZ, Febrero de 2000

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Sin embargo, a partir del procesamiento de datos hecho por Martha Luz Henao y Aura Yaneth Parra a partir de la Encuesta Nacional de Hogares del DANE sobre la brecha salarial de los ocupados en siete áreas metropolitanas según el nivel educativo9 es posible apreciar cómo en el año 1996, la brecha salarial entre hombres y mujeres con educación superior completa (38,23%) no ha tenido un comportamiento similar al del total de las siete áreas metropolitanas cuya brecha fue de 26.9%. Las investigadoras afirman que esta brecha no se ha reducido entre 1982 y 1996. Al introducir en este análisis las edades, para el año 1996 se observa que en este nivel educativo la brecha salarial es mayor a mayor edad (49.2% para 55años y más, 38.2% para 45 – 54 años) y menor para el rango de 25 – 34 años, 23.8%. Gráfico No. 7 SALARIOS REALES (1990- 1998)

Fuente: Encuesta Nacional de Hogares – DANE. Cálculos DNP – DEE Fuente: Encuesta Nacional de Hogares- DANE. Cálculos DNP-DEE

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Henao, Martha Luz y Parra , Aura Yaneth. “Mujeres en el Mercado Laboral” en Género, Equidad y Desarrollo. Santafé de Bogotá, Departamento Nacional de Planeación, Tercer Mundo Editores, 1998.

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En cuanto al comportamiento general, los ingresos laborales reales promedio se incrementaron en un 4.9% para los hombres y un 3.4% para las mujeres en el cuarto trimestre de 1998 respecto al mismo trimestre de 1997. Precarización del empleo. En muchos países de América Latina durante los años 90 ha habido un empeoramiento de la estructura ocupacional, que puede demostrarse a través del deterioro de los indicadores de ocupación, desempleo e ingresos laborales. A partir de los datos preparados por Jürgen Weller, en su trabajo “Mercados Laborales en América Latina: su evolución en el largo plazo y sus tendencias recientes” CEPAL, 1998, es posible observar como las insuficiencias relativas al volumen de trabajo han aumentado en esta década. En Colombia, en 1990 el porcentaje de ocupados que trabajaba menos de 32 horas; ocupados por 32 horas y más, pero con ingresos insuficientes; ocupados por 32 horas y más, por debajo de su nivel de entrenamiento en siete áreas metropolitanas era de 14.6% sobre el total de personas ocupadas y pasó a 16.9% en el año 1997 (cifras preliminares). El autor considera que esta evolución se debe en parte a la expansión del peso relativo del sector informal, donde en general prevalecen condiciones laborales más desfavorables y al cambio de la legislación laboral que en algunos países ha facilitado el uso de contratos con características más precarias. Así mismo anota que en la región, durante los años 90 el empleo nuevo se generó en forma polarizada, con la creación de nuevos puestos de alto y de bajo nivel a la vez, con una preponderancia de estos últimos. Esta pauta también caracteriza la generación de empleo de mujeres en un contexto de creciente participación femenina. FLEXIBILIDAD Y EMPLEO Ante este panorama, la política de empleo planteada por el gobierno de Andrés Pastrana Arango en su plan de desarrollo “Cambio para construir la Paz” queda en entredicho. Mientras la discusión académica podría centrarse sólo en las causas de la situación actual del mercado laboral, en Colombia se vienen discutiendo diferentes propuestas por parte de grupos de economistas, empresarios, gremios y representantes del gobierno sobre la necesidad de diseñar políticas que conduzcan a la flexibilidad laboral. El plan pretende “aumentar los incentivos para la generación de empleo y una mayor estabilidad laboral”, para lo cual el gobierno estudiará “ las normas que actualmente inflexibilizan el mercado laboral”.

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La mayoría de las propuestas coinciden en recomendar el recorte de estabilidad, pagos extras, indemnizaciones y beneficios extrasalariales a los trabajadores y en facilitar la contratación de corto plazo en períodos picos de cosechas o de elevada producción, con contratos de días, semanas y meses que no impliquen estabilidad. Estas propuestas parten del supuesto de que el aumento del desempleo se debe a la estructura de costos laborales, y en forma destacada, a la inflexibilidad del mercado de trabajo. Es así como la discusión actual sobre la flexibilización laboral se plantea como un problema de costos, se aduce que obtener índices de competitividad que permitan sobrevivir en el mercado interno y externo implica precios de competencia Estas presiones de la competencia mundial han llevado a los países y a los empleadores a adoptar políticas laborales más flexibles y están aumentando los acuerdos laborales sin que exista un compromiso de largo plazo entre el empleador y el empleado. En América Latina, por ejemplo, las reformas de la legislación laboral aumentaron la flexibilidad del mercado laboral y se introdujeron contratos más flexibles. En 1996 el porcentaje de trabajadores sin contratos o con nuevos tipos de contratos aumentó un 30% en Chile, el 36% en Argentina, el 39% en Colombia y el 41% en el Perú10. Cifras que cuestionan las propuestas que un aumento de la flexibilidad del mercado laboral y una disminución de costos laborales traiga como consecuencia más empleo y de mejor calidad. En Colombia, para pretender justificar la Ley 50 de 199011, argumentaron que ella era necesaria para hacer más competitivo el país y elevar el nivel de las exportaciones. Conviene en este momento en que se diseña una nueva reforma laboral se estudie cuidadosamente el impacto que ha tenido la ley 50 sobre la generación de empleo. Como lo han señalado numerosos críticos, la flexibilidad remite a diferentes dimensiones. El análisis de Elson (1995) incluye las siguientes: • Flexibilidad en la forma de producción, con alteración de la división técnica del trabajo. • Flexibilidad en la estructura organizacional de las empresas, con redes de subcontratación y sociedades entre firmas. • Flexibilidad en el mercado de trabajo, con crecientes desregulaciones y alteraciones en los contratos, costumbres y prácticas que organizan el mercado de trabajo facilitando la contratación y el despido de trabajadores. 10

“El desarrollo humano en esta era de mundialización” en Informe sobre desarrollo humano, 1999. PNUD, p.37 Para lograr mejoras en el mercado laboral, que permitieran que el mismo fuera adecuado al modelo de apertura económica y modernización de la economía, se adoptó la reforma laboral contenida en la ley 50 de 1990. 11

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De acuerdo con esta autora, estos tres tipos de flexibilidad generarían un aumento de la flexibilidad funcional, obteniéndose así mayor flexibilidad en la definición de tareas; en la flexibilidad numérica (Treu,1993) tanto en número de trabajadores como en horas de trabajo (turnos y total de horas trabajadas); y en la flexibilidad financiera, es decir mayor flexibilidad en los costos del trabajo. Según Luz Gabriela Arango, la flexibilidad positiva asociada con cooperación, calificación y autonomía en el trabajo, es indisociable de la flexibilidad negativa a nivel de la contratación. Dentro de esta perspectiva crítica, se cuestionan los análisis en términos de crecimiento económico y competitividad que remiten a la categoría de costos necesarios, fenómenos como el desempleo o la precarización del empleo y se asume, al contrario que estos dos constituyen procesos centrales de la reestructuración de la economía y del trabajo. Si examinamos estos fenómenos desde la óptica de las relaciones de género, se hace evidente que las modificaciones en el proceso productivo y en el mercado de trabajo no tienen las mismas consecuencias para hombres y mujeres, como tampoco tienen efectos homogéneos para todas las categorías de trabajadores y trabajadoras. Las mujeres son más vulnerables frente a los efectos sociales negativos de la reestructuración y la recesión económica. No obstante como la situación de las mujeres, en especial de las más pobres es distinta de la de otras mujeres y de la de los hombres, no serán suficientes las medidas que se adopten en el mercado laboral para corregir su ineficiencia, pues su impacto será desigual sobre las condiciones específicas de las mismas. El aumento en la participación laboral de las mujeres no garantiza mejores condiciones de vida. A pesar de haber un mayor reconocimiento a su aporte económico, el trabajo femenino continuará siendo un amortiguador de la crisis y el empobrecimiento. En resumen, las consecuencias negativas de las reformas en el mercado laboral han afectado a las mujeres más que a los hombres. Este hecho no es sólo negativo en términos de equidad o de bienestar, sino que indudablemente pone en cuestión la eficiencia y la efectividad de las reformas. La aparente relación entre flexibilización, precarización del empleo y la creciente participación femenina en el mercado de trabajo merece un análisis más detenido.

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