LA NINA ACU~DA I OTROS CUADROS

BIBLIOTECA ALDEANA DE COLOMBIA LA NINA ACU~DA I OTROS CUADROS POR MANUEL POMBO BANCO DE LA R~~U3~.!CA a¡¡¡l.iOY¡:CA LU1S-ANC!:t, ARANGO SELECC

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DE COLOMBIA

LA NINA ACU~DA I OTROS CUADROS POR

MANUEL

POMBO

BANCO DE LA R~~U3~.!CA a¡¡¡l.iOY¡:CA LU1S-ANC!:t, ARANGO

SELECCION SAMPER ORTEGA D~

LITERATURA

COLOMBIANA

PUBLICACIONES DEL

MINISTERIO

DE EDUCACION

Editorial Minerva. S. A 1.a sus faenas, los llenaron los guitarristas afamados, ejecl1tando las útlimas composiciones del negro Londoño, de Pepe Caicedo, o Valentín Pranco. Por dos o tres veces los trovadores de simpática reputación, entonaron en dúo o trío el "Prisionero", de cuya letra he tomado el mote de este articulejo, algunos de tos versos apasionados de Caro, o la "Barbarita" de Ma-

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diedo, en donde se halla la octava que nos hería la fibra más romántica del corazón: No exijo, no, de tu sin par ternura Soberbia tumba, ni inscripción, ni flores, Ni que mi suerte desgraciada llores, .Pues no con eso volveré a la IUl; Pero si quieres complacer mis manes .y hacer por ellos la última fineza, Ven a adornar mi solitaria huesa Con una rústica y humilde crm. A la madrugada todo fue franqueza v cordialidad. Se obtuvo de algunas señoras que luciesen su especial habili' dad en el "Bambuco"; Valerio Andrade cantó los galerones llaneros; y el turbulento Torbellino a misa con sus gracia' sísimas figuras, entretuvo deliciosamente los últimos y fu, gaces momentos. Era hora ya de hacer un esfuerzo para poner punto al goce y escapar al día que se anunciaba por el horizonte: algunas familias empezaron a introducir el desorden pre' sentándose en el salón con sus atavíos de marcha, y fue forzoso seguir su ejemplo y resignarnm, a abandonar el campo. La reconducción de nuestras compañerar a su amado ho' gar, de esas dos soberanas bellezas que por los incidentes del baile nos tenían más amartelados que nunca, fue nues' tro deber postrero. El trayecto dio ocasión para sufrir lu dulces reconvenciones: celillos que rebatíamos por infun' dados; indiscrecioncillas, que disculpábamos con la general franqueza, venialidades todas. Cuando llegámos al portón tocaban a misa de cinco en la iglesia vecina.

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-¿Hasta cuándo?, me interrogó por lo bajo Hada. -Hasta la tarde, la repuse. -No falte: ¡tengo tánto qué decirle! y luégo la despedida final, ellas dentro del 2;aguány en la calle nosotros, según el ceremonial. Con las cabe2;a8descubiertas y profundamente inclinadas, mt compañero y yo dimos a nuestra voz la modulación más cortesana, y como prendiendo a todas, pero dirigiéndonos leverentemente a la madre, dijimos a dúo: -A los pies de ustedes, mis señoras. -Pasarlo bien, caballeros. y la puerta se cerró sobre nosotros. No es este un retrato personal: lo es de la época, y más o menos se hallarán bosquejados en él los cachacos de aque· llos afortunados días. ¡Hada, Hada! hoy nadie te conocerá en este cuadro: las dulzuras de entonces las hemos pagado ('on usura con los pesares de hoy. Nuestra suerte se dividió: la dicha pasó para los dos con la juventuj; pero el desengañ(}y el hastío hoy nos asemej~n qui2;ámás que el amor entonces.

POR EL BARRIO DE LAS NIEVES A José María Vergara y Vergara Sonidos que se pscaparon· Para perderse en el viento, De bocas que. ya están mudas, De. pechos que ya. están yertos.

Las costumbres españolas, desalojadas de casi todas sus posiciones por la progresiva invasión de las afrancesadas, conservaban en Bogotá, en los tiempos de mi relato, dos baluartes, batidos en brecha y desmantelados ya, pero en los que se porfiaba aún por las fuerzas de la tradición: eran la devoci6n y la galantería. Sentímiento& exaltados por el carácter imaginativo y apasionado de noestra raza, y no tan heterogéneos en su origen como puede creérseles juz, gándolos por sus resultados, venían de los siglos caballe' rescos, en los que, la cruz sobre el pecho y la espada pen' diente al cinto, eran en el sarao, o en la liza, la gala de 108 donceles y caballeros; siglos rudos pero románticos, de monjes y paladines, de peregrinos y trovadores, de monas' terios y fortalezas, de hazañas y de amoríos, en los que, al

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decir del narrador del dramático Macías, entre las aclama' ciones del torneo y sobre la arena del palenque rendía la. vida el enamorado batallador "invocando a un tiempo por una inexplicable contradicción, el nombre santo de Dios y el nombre profano de la dama por quien moría". Los vestigios aUll persistentes de esos dos sentimientos. explican la escena y los caracteres que de la memoria en' sayo trasladar al papel. no tanto para sol~ de los que se resignen a seguirme en mis mal zurcidas narraciones, cuan' to para vivir un rato más en el perdido edén de los recuer' dos juveniles. Es otra facción de la fisonomía de nuestra sociedad de antaño, que agrego a las que toecamente he tra' tado de bosquejar en anteriores cuadros En una de las rondas a que mi camalada y yo éramos tan aficionados, dimos con un nido de palomas, modesta' mente abrigado por las añosas paredes de una casa baja y pequeña, situada en una calle excéntrica. Rosaura y Este' fanía arrullaban allí, candorosas y bellas, al sol naciente de su lozana edad, bajo el ala protectora de una benéfica tía. Destituídas por la muerte, desde sus primeros años, del amor materno, lo estaban también del amparo paterno por haber contraído nuevo enlace en tierras kjanas el hombre que las había lanzado a la vida. Una hermana mal casada y dos peor acondicionados hermanos formaban el resto de su familia, con la que no las unían más relacíones que las que les llevaban las crónicas acerca de los pesares de la una y de los lances y vicisitudes de los otros. Juzgo ajeno a mi propósito entrar en los pormenores de las gracias personales de nuestras dos benezas, y apenas apuntaré la circunstancia de que, modeladas en idéntico estl10, la una tenía sonrosado y rubio 10 que la otra tenía

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moreno y negro, por lo que, obedeciendo a la simpatía del contraste, a aquélla requebraba mi compaiíero mientras que yo servía a ésta. La tía era una mujer cincuentona, de estatura mediana, carnes abundantes, limpia tez y dentadura perfecta; ceñía perpetuo pañuelo de seda en la cabeza, arreglado con cier, to esmero Y del que se desprendían, como única muestra de su cabellera, dos roscas simétricamente adheridas a sus sienes; otro pañuelo de algodón la cubrí2. desde el cuello hasta el talle, y el traje de pancho azul y las babuchas (~ .• patos) de cordobán completaban su invariable vestido ea' sero. Vástago de antigua familia santafereiía, de intermedia posición social, por deberse a la industria y no a las letras la modesta hacienda por ella granjeada, la tía Catalina (tal era su nombre) al mismo tiempo que no pretendía formar en las filas de la clase preponderante, cuidaba de mantener marcados los escalones que la separaban de la clase infe' rior. De los alquileres de algunas poco valiosas propieda' des, de los réditos de algunos censos, Y más que todo de las botillerías que tenía montadas en divereos puntos y que administraba por medio de cajeras acrisoladas por sus luengas servicios, derivaba ella su renta. Esta renta, distribuída por el carácter discreto, parco y reposado de la tía, le servía para vivir tranquilamente con sus dos sobrinas, ha' cer el bien a varias personas que formaban su corte y de' pendencias, ahorrar un fondito de reserva para cualquier eventualidad, y contribuir para la cofradías y festividades religiosas en las iglesias y comunidades de su predilección. A jU2ígar por los restos que aun conservaba, la tía Cata' lina habría sido guapa moza, y sin embargo siempre se ha'

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bía mantenido soltera , Personas que se decían bien infor, madas explicaban satisfactoriamente esta circunstancia por ser más perfecto el estado de soltería, según las doctrinas ascéticas de la tía; pero otras más cavilosas se referían a no sé qué remota conseja, en que figuraba un apuesto ga' lán, muerto en una de las batallas de la Jndependencia, y a cuya grata memoria había sido consecuente su apasio' nada dama. Daban asa a estas hipótesis las ideas ·de la tía, de acen' drado pero silencioso patriotismo, por un2 parte, y de in' transigente fervor religioso por la otra. Entraban en estas últimas ideas las tradiciones de familia: un su tío Juan An' drés, fraile franciscano de campanillas y de los últimos fa' llecidos en olor de santidad, era la honra y prez, la notabilidad o el florón diríamos ahora, de su prosapia. De ahí su apego a los religiosos en general, y en particular a los de la Orden Seráfica; de ahí el ser ellos y cuanto les era conexionado el tema favorito de sus conversaciones; y de ahí, en fin, la clave de sus costumbres un tanto monásti, cas y de las prácticas piadosas que cumplía con fé sincera e invariable regularidad. Puede figurarse el que haya seguido mi difuso relato, lo arduo de la campaña que dos mocitos tan sospechosos como nosotros tuvimos que hacer para d0mesticar y poner en nuestros intereses a las dos esquivas palomas, franquear las puertas del castillo que las guardaba, y acallar los recelos, captamos la benevolencia y conquistar las relaciones de tan sólida tía. Triunfamos, gracias a los recursos de la estrategia; y espero que nuestro buen éxito maniobrando en tan escabroso terreno y teniendo al frente a tan experto capitán, abonará lo inicuo de nuestros procedimientos en

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y preconstituirá

nuestra

justificación

para

la posteridad. Si place ahora al mismo que con tanta benignidad me ha. seguido hasta aquí, si le place, digo, y se lo permite el cansancio, acompáñenos en una de las visitas que vamos a hacer a nuestras protagonistas. Era una tarde (porque de noche las puertas se cerraban como una plaza fuerte). y gracia fue que hubiéramos conseguido relajar la disciplina hasta lograr que nuestras vi· sitas pudieran prolongarse más allá de la oración. Es cierto que las ventanas tenían régimen menos t"stricto; pero ese era negocio extraordinario en que no tomaba parte la tía, ni sería corriente que yo se la hiciese tomar a mi gracioso oyente . Trasladémonos a una sala amplia y bien esterada, amue· blada a la antigua, sin cielo raso ni empapelado, cuyos muros encalados decoraban tres cuadros de nuestro inmortal Vásquez, grande y magnífico el uno, con la figura al natural de San Francisco de Asís, y pequeños y primosos los otros representativos de la Adoración de los Pastores y la Huída a Egipto; en uno de los extremos laterales y en los espacios que en él dejaba la puerta de comunicación con la alcoba, sobre macizas mesas de nogal se ostentaban dos urnas antiguas, dentro de las cuales, en medio de centenares de dijes y baratijas, aparecía la imagen del Divino Niño, dorada la cabellera, bruñida la cutis y los ojos uules como el cielo. En esa sala, que servía también de pi~ de labor, la señora torda mechas para velas, y en dos ta.buretitos contrapuestos y sobre el mismo bastidor, Rosaura y Estefanía bordaban con lentejuelas y guF.que después de una comida entre amigos (lo tengo de un testigo presen' cial), se dejó registrar el cuerpo, que estaba lleno de cicatrices. Terminada la guerra, volvió a su Regla y fue des~ tinado cura para Quetame, en donde descubrió unas aguas medicinales que de su nombre se llamaron "Guariterma". Conocedor mi compañero de los Últimos sentimientos de la narradora, aprovechó la oportunidad para excitarlos: -Si mal no recuerdo, dijo, conocí al Padre Guarín, y aun sospecho que debió ser ibaguereño, porque allá hay una familia de ese apellido; y sin duda qu(, mereció las charreteras, y aun si hubiera servido en las filas realistas ... -¡ En las filas realistas!... interrumpió la tía con la vol; alterada y las mejillas sonrosadas ... j Jamás!... y reportándose luégo, trazó una cruz sobre sus labios y tras una larga pausa agregó: j Dios me 10 perdone ... ! los franciscanos eran patriotas, como que tuvieron por Guardián al Padre José Antonio Florido y por ProcUrador al Padre Antonio Medina, de gran talento pero locato, que murió, pero dido por la vanidad, en Guayaquil. La narradora comprendió que debía dEJamos bajo la sim· pática impresión de este último relato, y notando entonces que las sombras de la noche invadían la sala, guardó si· lencio. Nosotros nos despedimos de ella, deslizámos un piropo a sus sobrinas y nos marchámos.

, LA GUITARRA A la grata memoria de Rafae~ Ponce Para divertirse tenían el buen sentido de suprimir la etiqueta, las cuadrillas y el té, cosas todas a cual más extranje' ras y a cual más detest2bles. Emiro Kastos La e$Cenapasa en una sala con dos ventanas en el fondo hacia la calle, bastidor lateral que la comunica con la alco, ba, puerta de entrada sobre el corredor. Cuatro mesas en los cuatro ángulos con SUS correspondientes tocadores, pe' rros sentados y leones dormidos de la fábrica de lo~a, flo' reros, candeleros con su vela~y las despabiladeras en dos de ellas; canapés repartidos; silletas llenando los interme' dios; mesa redonda en el centro con carpeta, florero y ban' deja con cigarros. Uminas que representaban episodios de la Atala; retrato al óleo del dueño de casa con casaca de gran cuello, corbatín y sellos pendientes de uno de los bol, ~iIIosdel chaleco; miniatura de la señora con peinetón, bucles y mangas abombadas. Grande aseo, flores frescas, at' mósfera sahumada. Es de noche.

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A las ocho golpeámos nosotros en el portón. "¡Vaan!", nos gritó de adentro la criada, e inmediatamente descorrió el pasador de madera que juntaba las d(\~ hojas, y entrá' mos. Estaban acabando de cenar, por 10 que apenas hallá' mos en la sala a la señora Sinforosa (la madre) que encen' día dos de las velas de las cuatro mesas. -Felices noches, doña Sinforosa. -¡Hola, caballeros! ¿cómo están ustedes? -Bien, mi señora, mil gracias, ¿y el s~ñor don Pedro Pascual? -El pobre, así ... así. .. con su ahogo. Se presentó de descubierta Isabelita, la menor de las se· ñoritas de la casa, fresca y púdica con sus quince abriles, como un botón de rosa, vestida de muselina y peinada de dos hermosas tren~as. La siguieron en ruidoso grupo Rosa y Dolores, sus guapas hermanas mayores, y Adelaida y Pe, pita Contreras; atrás la señora madre de estas, doña Ro' mualda, entre su consorte, coronel Contr('ras, y el casero, don Pedro Pascual; y cerraba la march't Cartitos, el cuba de la familia, portador de las dos velas que faltaban en las mesas y habían servido en el comedor. A medida que fueron presentándose f'n la escena, nos saludaron, más o menos así: Las de la easa con jovial íranq~: -Ya temíamos que no vinieran ... ¡ah ustede8!

Las CXmtreras, más ceremoni08ll.!l: -Caballeros, buenas noches; ¿están l..'stedes .in nave' c1l.d? Doña Romualda con desenfado:

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ustedes ya no se les ve la cara. ,. por casa a lo

menos. El coronel, entre risa y risa: -Aquí tenemos a los mozos de 'buen humor. siempre tras de las muchachas como las mariposas tras de la llama. Don Pedro Pascua!, apretándonos la mano con efusión: Mis amigos, ¡siéntense ustedes! ¡cuánto me alegro de ver' los! Respondimos a todos congruentemente' y tomamos prime' ras posiciones en los taburetes, formando corro con las per, sanas graves que ocuparon el canapé: las muchachas en' tre tanto andaban revoloteando, dando tiempo para que pa, sase el prólogo con sus papás. Se conversó del aguacer6n que había caído por la tarde; de ahí se pasó al frío de la noche; el coronel refirió los pormenores de su úitima visi .. ta a don Anac1eto, de los que dedujo que la enfermedad de que adolecía era sumamente grave; doña Romualda pintó a 10 vivo un caso idéntico al de don Anacleto, en que vio sanar a un su tío nada más que cOn las flores del meloco, tón, el nitro dulce y cierto parche cuya rce.ta guarda como reliquia. Don Pedro Pascual aceptaba }i ratificaba cuanto decían todos; y doña Sinforosa se sentaba y se levantaba para comunicar órdenes a las hijas, avivar las luces o po' ner a raya al turbulento Cartitas. Llamaron de nuevo en el port6n. Era un refuerzo que nos venía, formado por Rafael Ponce, Gabino Gutierrez y Celestina París. Por de pronto con ellos se ensanchó la prosaica rueda, pero las muchachas, con su natural estra' tegia, comprendieron que era la ocasión dt" empe~r a rom' per filas. Rosa, con una seña de sus lindos dedos y un "venga acá",

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de su argentina vot, me requiri6 que fuese a su lado. No me lo dejé repetir, y me instalé entre ella y Adelaida, en el canapé, que habían tomado por su cuenta. -Ya casi sé el valse; pero la cejuela me cuesta trabajo y me hace perder el compás: repasémoslo ... y me dio la guitarra para que la transportase. Pero estaba muy alta; y mientras la bajaba y as~~raba las clavijas para que no se volviesen, y templaba, registraba, etc., mi compañero se había acomodado en el "'anapé del frente y reía con Dolores y Pepita. Los tres recién llegados estaban pasando entonces por su exordio. De nuevo llamaron a la puerta, y se presentaron las Po' lancos: tres pimpollos entre los diez y siete y los veintitrés, convoyadas por Héctor, su hermano, enlffiorado novicio de Adelaida; por el negro Rovira y por un rapa%íueloadicional que nos emancipó de Cartitos. Como había ya quórum de mamás, entre ellas se trabó la conversación, y las mu' chachas y los tres prisioneros desertaron, y buscó cada cual su centro natural. La tertulia se dividió en secciones o grupos, cuyo con' junto empe%íóa tomar la fisonomía franca y festiva de las reuniones de su clase. Aquí Rosa repasaba su valse, acom' pañada por una segunda guitarra, con intermedies de diá, logO! picantel!l;allá, en bullici0611contienda, Dolores y dos de las Pola.nc08,com~ en chistes y agudezas con sus acompañantes. El atortolado Héctor por un lado representaba cerca. de Adelaida el papel de amantp corto de genio; mientras que por otro, Pt-pits, con do!!adlateres aprendía pruebas en la baraja. El casero y el, coronel fumaban, y leían El Día en el cuarto de estudio, y las mamás moralizaban a SUS anchas sobre la crónica de la ciudad.

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Nos faltaba un personaje obligado, que a poco ingresó en la sala, retocado y aliñado y perfumado cotl).Ouna novia. Era el añoso y acaudalado solterón don Gualberto Clavija, que había acertado a fijar sus ojos y sus anhelos matrimoniales en la tierna e inofensiva lsabelita. 108 padres de ésta le dejaban correr los azares de la descabellada pretensión, seducidos por el porvenir de oro, alhajas y casas propias que podía tener su hija. Nosotros guardábamos aparente neutralidad y sacábamos del consocio varias ventajas. Amén de hacerlo interlocutor de oficio de los dueños de .~ca~a y de ser de su cargo el palco en el teatro y el tablado !y las banderillas en los toros, y sin perjuicio de una que otra tertulia de cumpleaños con que le hacíamos sorprender agradablemente a sus futuros suegfos, nos resignábamos a ganar1ebuenas pesetas apostando ambos y ternos con su pichona, cuando Bernardo Pardo, con la sal. del mundo yen connivencia con nosotros, cantaba la lotería. En cuanto a las cenas con que el muy zorro estimulaba nuestra neultralidad, eran golpes de estrategia suyos. en los que no de· bíamos dejar deslucidas sus combinaciones. Los caseros desplegaron toda su obsequiosidad con el ~Narciso cincuentón: no sabían colocarlo para que quedase ~cómodamente; prodigaban los elogios más entusiastas a la ~cadena de su reloj, a la abotonadura de su camisa y, sobre ~todo, al solitario que brillaba como asCU:l.en su dedo. Y ¡para obrar sobre la pobre lsabe1ita y ponerla al alcance del ~vejancón, le hicieron traer el ramo que para él estaba dibujando, y sentarse a su lado con pretexto de explicárselo. Nosotros hacíamos de la vista gorda a tan grotesco sainete , y seguíamos en 10 que estábamos con las muchachas . .~ El discorde bullicio de los diferentes grupos formaba un

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conjunto animado: don Gualberto había aislado a su inde' fensa palomita, llevándola a la mesa redonda para cortejar' la con el soporífero oficio de consultar el oráculo, cuando de improviso apareció en la escena y se interpuso entre las cabez;asde los dos la burlona del chato Pepe Matiz;, el chus' co de la partida, que acababa de llegar, y con voz; gutural requintada soltó su chiste de entrada: -¿Qué indica mi sueño, es de bueno o de mal agúero? -Indica que nel1es ganas de dormir. Carcajada general. El chato continuó, y dirigiéndose a todos nos apostrofó con aire de formaHcWd: -Ustedes aquí muy tranquilos, y no saben lo que está pasando por el puente de San Francisco. -¡Qué, hombre! -Pues ... no es precisamente por el puente por donde pasa, sino por debajo de él. .. -¡El río! jet río,! se apresuró a decir Héctor candorosa, mente . -¿Lo oyeron ustedes? .. ¡Qué adivino!. .. no me cabe duda de que este chico es brujo. Hilaridad. El chato siguió en su cuerda. unas veces con chiste y no pocas sin él, pero contnouye11do con su contin, gente a revolver y animar la reunión. -No desairen el valse de Rosa, prorrumpi6 "U acompañante; báilenlo, que está que provoca. -jA bailar! jA bailar!, apoyaron galantemente otros. La mesa redonda se relegó al hueco de una ventana, del!' embaraz;ósela sala de tapetes y esteras de chingaté y la lle, naron de parejas bailando a estilo de confianza, sin dejar de dialogar y de reír. Se distinguía entre todos, por sus ca' , briolas desacompasadas, el traído don Gualberto, quien des'"

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pués de distribuir pisotones por todos lados, consignó su pareja en un canapé, mareada, como si hubiera atravesado el canal de La Mancha. ' Como el acompañante de la tañedora estaba al corriente de los diálogos íntimos y demás ventajas a que se presta' ba el valse para los dan2;antes, 10 prolongó cuanto jU2;g6 oportuno. En cuanto al efecto higiénico y diaforético del largo ejercicio, fácil era notarIo por los pañuelos que se echaron al aire cuando terminó el valse, para enjugar los rostros abrillantados por el sudor. La coronela Contreras dejó transcurrir el tiempo preciso para que los pechos tomasen a su respiración normal, y, abandonando sus posiciones de mera espectadora, tomó la ofensiva exigiendo que se hiciese cantar a sus niñas para que se ejercitasen y se desencogiesen. Ellas se exCusaron, los concurrentes les suplicaron, la mamá las acosó, hasta que al fin cedieron con la condición de que Ponce las acom' pañase. Obtuvo la preferencia la canción del "sr', que estaba en boga, y después de ensayada en falsete para to' marle el aire y haltarle en la guitarra el tono, que ni fuera muy alto ni tuviera la transición trabajosa, las dos canto' ras prorrumpieron con vo2; pura Y rica, y en bien concer' tado dúo: ·Un si prometi6me . Tu lafdo adorado, . .Mas Ioégo enojado . ,Un 116 prommd6. ·Cualquiera que sea, ·Prcm6nda mi suerte, ·Mas tay! que es la muerte •. Si dices que 116.

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¡Bien!... ¡Muy bien! ... ¡Sigan! ¡Adelante! ... -Si es que estoy medio ronca . -Con ra~ón que yo oyera una cosa.:omo tambora. (Chiste del chato Ma~) . -Qué más tambora que su cabe=a.. (Réplica de Adelaida). Las dos hermanas siguieron y terminaron su canci6n con el sincero aplauso de los oyentes. HéctoT tenía preparado su piropo y, haciendo un esfuerzo, cumpHment6 a Adelaida tartamudeando: -Señorita, puedo aplicar a usted lo que dijo Bretón: Baila como peon~a, Canta como un ruiseñor. -Gracias, Héctor, le replic6 Adelaida con ~alamería, bastante para postrar hasta al Héctor troyano, es usted tan galante ... -Ya nosotros hicimos 10 que pudimos, continu6 é,ta: toca ahora ser complacientes a Ponce y a Gutiérre~. --Con mucho gusto lo seremos, contestaron ellos, pero antes le debemos un valse a Rosa, que es justo pagárselo. -Por supuesto, exlamó Rosa; mi compañero y yo tenemos los pies dormidos de estar sentados .. Un valse a dos guitarras, llevada la una por Rafael Ponce con todos los· adornos y arabescos, con todos los trinados, apoyaturas y trémolos, con toda la expresión cachaca peculiar del vatse redondo bogotano, y la otra por Gabino Gutiérrez, en caprichosos arpegios o en saleroso rasgueo, era'rcapaz de hacer salir de !'lUS casillas no a no~otros, que estábamos en la época venturosa en que la maga de la ale-

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gría era nuestra compañera, sino hasta los caracteres re' fractarios, a los oídos sordos, a los cora2:onesendurecidos por el desengaño o el hastío. La guitarra, desdeñada hoy como tode lo que no es os' tentoso, era el alma de las tertulías de entonces; y aquí en agradecido recuerdo de ella, cederé la palabra al señor José Caicedo Rojas, autoridad irrecusab1e, porque la tañía a las mil maravillas. "¿Por qué se está acabando el uso de la guitarra? ¿Ni con qué .se reempl~ará ese instrumento apacible y sim, pático, que tan bien expresa los sentimimtos del alma, ya de alegría, ya de dolor, ya de ternura; que llora, o rie, o se queja, que. no fastidia con su ruido, y que es dócil y aco' modado a todas las situaciones; dulce corupañero en las pe, nas como en los placeres, que jamás hace estorbu; que tan bien suena en manos varoniles como entre los sedosos dedos de una mujer? Hay guitarras comunes que sólo sirven para acompañar cantos vulgares; instrumentos de baja con' dición, alma de la parranda y de la orgía; pero la guita' rraaristocrática, educada enlos salones y gabinetes, la guitarra artística, que posee los misterios de la música hasta donde lo permite su modesta ca:pacidad que se presta a las melodías más delicadas y a las modu1guntarse a sí mis' mos: "¡Cómo estarán en Antioquia!" Antiguamente reinaba en el día 28 y sus siguientes una absoluta democracia. El pueblo se reunía en la plaza y aclamaba todos sus mandatarios; las autoridades constituí, das se declaraban en receso, de tal manera que el goberna' dor hacía solemne entrega del bastón, SIgno de su catego' ría, al que para tal destinaba el pueblo. En las misas de Pascua ocupaban los funcionarios aclamados los asientos de honor, y el beso de la paz (que ent~Lces era una cere' monia importantísima), se les daba a ellos Aquellos man' datarios, bien que fueran de fiesta, tomab"n por lo serio

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sus encargos y mantenían el orden, oíar. d.emandas, impo' nían castigos, y ejercían, en fin, todas las funciones de los que subrogaban, teniendo sus actos entero valor. Tal es la fuerza de la costumbre, que a nadie oCJrrió prohibir esa suspensión de las leyes, y que sin embarr:o de ella, los ex' cesos eran raros y el alborozo popular nc pasaba los lími' tes de 10 honesto y permitido. En esos días todos los antioqueños formaban una sola familia, todos se disfrazaban para represpntar sainetes cal, cados sobre los acontecimientos del año, para bailtL en to' das las casas, para cantar canciones m.evas y atrevido:: bundes, para -correr toros por las calles. y, en una palabra, para divertirse en una perfecta fusión y de todos los mo' dos posibles.- Como naturalmente debía mortificarse en los sainetes a algunas personas, se les tomlba previamente su venia, y casi nunca se vio que la negaran, y el público se divertía a Su cargo y en sus barba~, sin que ellos tu-

vieran otro recurso que aguantar como estoicos. Pasados los días terribles, el puehlo volvía a sus ocupaciones ordinarias y todo marchaba con el acostumbrado arreglo. Si se examina concienzudamente esta diversión antio' queña, no puede menos de aprobarse: onrque es muy jus' to dar al pueblo pobre y laborioso, tras de un año de su' dar y fatiga, unos días de. descanso yfú!-lilo; porque de la reunión de las clases sociales nacen positivas ventajas mo' rales y políticas; porque en esa clase de regocijos, por el niero hecho de ser públicos y universal.:" no puede haber abusos, ni temerse malas consecuencias. y sí hay todo esto cuando por carencia de pasatiempo amplie y libre tienen los trabajadores que buscarlós en los garitas o en los en' tretenimientos clandestinos; porque se estimula la econo,ii

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mía y la buena conducta en todo el año, supuesto que tie' nen los individuos que trabajar y ganat y ahorrar para poder, en ¡os días públicos, gozar con todos y como todos; porque dejando al pu~blo solazarse a su sabor por algunos días, se s;¡tisface y descansa, y vuelve g-ustoso a sus fae' nas. Además de estas razones, la CrítiC3 que en los men' cionados sainetes se hace de los suceso$: del año es' una sanción fuerte que impide o castiga la.' malas acciones. Todos 105 pueblos, y en todas las époCas. han tenido pe' riódicamente días de desahogo y alegría frenética; y sin ir muy lejos ni remontamos a siglos pasados, los Carnavales báquicos y tormentosos de Italia y Francia nos lo demues' tran. En nuestra república, Bogotá tiene sus Octavas y sus Matachines; Neiva y el Cauca, su San Juan; Popayán, sus Negritos; las provincias de la Costa, sus Carnavales, y así de las demás, casi sin excepción. Pero coloquémonos en la ciudad de Antioquia el día 28 de diciembre de 1851. Veamos Diablitos. :¡;:mpezósepor publicar un bando permitiéndolcs por tres días, y poniendo algunas restricciones. Desde la víspera una gran concurrend¡¡ llena las calles: los huéspedes de diferentes clases van tomando posesión de las casas de sús amigos, y por todas partes se tropieza con sus sirvientes, sus cabalgaduras y equipajes. Las tiendas ostentan sus telas escogidas, sus licores y colaciones más provocativas: muchas se improvisari para esos días y mu' chas se injertan de fonda, 'botica y ropas Esa noche ya se oyen cantos moderados, los tiples y bandolas trinan mo' de~tamente, algún baile como de ensayo bombonea a lo lejos, uno que otro pleitecillo y alguna corta aventura

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pasan sin consecuencia en la oscuridad de la noche. Al fin amanece, y el esperado sol del 28 luce con toda su pompa tórrida en el cielo azul de la hija del Cauca y la arrullada del Tonuzco. Es un día de verano, diáfano y suavlsimo. Todos ma' drugan, tod.os esperan, todos están de fi('sta Una doble hilera de asientos de toda clase y edad. sillas, taburetes, bancas, esteras ocupan las aceras de la larga línea de ea' lles, desde la de la entrada hasta la de la Glorieta: poco a poco las mujeres, vestidas con lo mejor de su ':!.Víoy el fruto de su trabajo y economía en todo el año, peinadas con 10 más selecto de su tocador, y estando en su concien' cia lo mejor que les es posible, van tomando posesión de sus respectivos asientos, y junto con ellas vienen sus pe' queños hijos, orondos y huecos porque en ese día están estrenando. A las diez de la mañana, todos los que han venido a ver DiabUtos están presentes y los esperan. -¿Qué invenciones saldrán hoy? ¡Hiio del diantre, que este año sí es que va a estar la cosa calier.te!Mi compadre Pedro sale de Don Manuel, y ñuá Sinforiana de Doña Clara. ¡Qué fea está aquella del peinetón! ¡Ah lindo traje el que tiene la niña Carmelita! ¡Déjate de eso!. .. ¡Jesús! ¡Campo y anchura! Licencia Sres. etc.; son las pláticas que se oyen entrecortadas y las voces que Sp mezclan y con' funden . í Ahí viene un sainete! Realmente: una comparsa de hom"res, todos con anteojos verdes, enormes bigotes y pintu· reados de colores vivos, llevando a gui~a de capotillo pa' ñolones doblados a lb ancho, se entraron en medio del bullicio universal a una casa. Allí en verso octosflabo y en redondilIas declamaron un rato, se equivocaron otro, pi'

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~ dieron el perdón de ordenanza al concluir, tomaron un corto trago, y se marcharon a repetir en cien otras casas 8U composición y sus sudores. Tras de este vino otro mejor; otro malísimo; otro sobre el justo medio en política, excelente; otro de militares; otro de gallinas y zorros; otro de clérigos; otro de un baile que duró ml~cho; otro de barbaridades; otro ídem; otro de archi-barbaridades; otro de sal y crítica, cte., cte., ete., hasta las siete de la noche. Al mismo tiempo otros disfrazados ~on plumas en el sombrero a la española o escocesa (y con anteojos por su' puesto), preIudiaban con gusto una guitarra y cantaban en otras casas, en acordado trío, los siguientes versos de la bellísima "Canción" del señor Germm Gutiérre:z, Piñe· res: Tiñen tu frente y tus mejilla •• cándidas Desvanecidas sombras de carmin. y asi contrastan tus miradas lánguidas Con tu limpio color de serañn. Guardan tus labios purpurinos, bellos, Cuanto en deleites envolvió el amu; y excelsa gracia se percibe en ello&, y de tos cielos el fragante olor. Aquel que mira de tu linda boca Un leve movimiento, un sonretr Por ti concibe la pasi6n más toca, Por tí en amores sentiráse hervir Otra sala daba amplio espacio para un Fuga que tocaba un negro canudo, y bailaba con entusiasme una negra de iguales pormenores, disfrazada con una mochila en la cara El negro cantaba, entre otros, los siguientes versos:

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BIBLIOTECA ALDEANA DE COLOMBIA Zatnbita, si a otro querrs Desde ora sábete vos, Que así que me la pegués También te los pego yo. Ay. ay, ay. Juana María. T enés un encaderaje Más blandito y compasado Ay. que un colchón de plumaje. Tus dientes que cortan hilo Cortan también corazones, y después querés coserlos A surjete y a tirones.

En otras partes otros disfrazados (se sobreentiende que con anteojos), decían en falsete cuatro o seis chuscadas que habían repetido veinticinco veces en otras tintas casas, y que tenían propósito firme de seguir gastándolas en las sucesivas. Por allá unas mujeres querían ser hombres. Por acá unos chicue10s querían ser grandes Los sainetes, cantos y bailes, iban acompañados de contorsiones y meneos, que aunque quitaban parte de la gracia que se proponían hacer, creían sus autores que eran de rigurosa retórica. Las calles, mientras tanto, eran un totis de revultis; en todas había constante distracción, de tal manera que las espectadoras hacían maldito -caso del sol vertical que las tostaba. Bien que, debe advertirse en su justificación, muchos sainetes se terminaban con bailes en los cuales tocaba su manita a las susodichas espectadoras . L~s muchachos por de contado que estaban en sus ¡;rlorias, y las señoras y los hombres graves tenían el oficio de recibir y

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tributar aplausos a los que entraban a sus casas sin intermisión con sus diferentes embajadas. El día concluyó. La estrellada noche cobijó con su manto de sombras las lucubraciones de los Diablitos. No vi un solo desorden: la moralidad (que Dios conserve) del pueblo antioqueño, está a prueba de diver¡:ión y licor. Uno que otro baile de candil y garrote fue scrprendido por el sol del 29. Como el anterior, el día 29 fue hermosísimo. Las mismas espectadoras, en los mismos asientos y en la misma viviente linea de las aceras. Los mismos curiosos vagantes. Todas las casas abiertas. Toda' la gente de buen humor. Continuaron los sainetes. Ya un jesuita pidiendo limosna, jorobado, con una cruz en la mano y un puñal en el seno. Ya un enfermo hidrópico de conserva, recetado por un médico liberal en píldoras. Ora un par de enamorad, que se desenamoran por cuatro frescas que un viejo dice contra las mujeres. Ora un soldado que no es soldado, y que queda de soldado sin serio, y yuelve a no quedar y a no volver. Siguen las canciones: Continúan los bailes. Los anteojos se adoptan con furor. El licor se bebe y se suda prodigiosarep.nte. Anochece. En esta, como en la noche anterior, el pueblo no duerme: baila, canta, camina y bebe La última aurora que ha de alumbrar a los Diablitos luce el 30. Día espléndido. Gente incansable: todo vuelve al lugar y oficio de los dos días anteriores Pero demos un paseo. jSanto CielQ! ... ¡qué negra!, esponjada como un globo, y con las piernas flacas como las

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de un venado parece una inmensa bomba descansando sobre dos alambres mohosos! Vea usted, en esa estera, otra negra que se asienta descuidada, y a su lado reto~an alguno::> chicos: parece lámina de

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