LA NUEVA FRANCIA EN ESCRITOS MEXICANOS DEL SIGLO XVIII

LA NUEVA FRANCIA EN ESCRITOS MEXICANOS DEL SIGLO XVIII U N A SANTA IROQUESA EN EL PLEITO DE LA CAPACIDAD ESPIRITUAL DE LAS INDIAS NOBLES DE MÉXICO DUR

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LA NUEVA FRANCIA EN ESCRITOS MEXICANOS DEL SIGLO XVIII U N A SANTA IROQUESA EN EL PLEITO DE LA CAPACIDAD ESPIRITUAL DE LAS INDIAS NOBLES DE MÉXICO DURANTE LOS AÑOS que mediaron entre la fundación y la capitulación de Québec, 1608-1759, no se trabaron relaciones directas de ninguna índole entre el virreinato mexicano y la Nueva Francia. La historia, sin embargo, hace mención de la aventura singular, a la vez romántica y mercantil, de Louis Juchereau de Saint-Denis por tierras de la Nueva España. Natural de Québec, ciudad en que nació el 18 de septiembre de 1676, militaba Saint-Denis, capitán de un destacamento de soldados canadienses, con las tropas francesas que llegaron con Pierre Le Moyne d'Iberville a la desembocadura del río Misisipí en 1699, P a r a fundar y ocupar la nueva colonia de la Luisiana. Ésa fue la época en que empezaron desde Biloxí, Mobila y más tarde Nueva Orleáns, los primeros contactos en la América del Norte entre la colonización española y la francesa. Efectivamente, durante las dos décadas que corren de 1700 a 1720, Louis Juchereau de Saint-Denis capitaneó varias expediciones hacia las fronteras de Texas y Nuevo México. En sus primeros momentos La Luisiana fue más bien un emporio mercantil que una empresa colonizadora. Bajo el impulso del financiero Antoine Crozat, concesionario del monopolio económico en el territorio, el gobernador La Mothe Cadillac se empeñó en el fomento del comercio con las provincias fronterizas de la Nueva España: Texas, Coahuila y Nuevo León. Así pues, en los últimos días de septiembre de 1713, Saint-Denis salió del fuerte de Mobila con una tropa de aventureros franceses y canadienses, algunos guerreros indios y mucha mercancía. Los indígenas, salvo uno o dos casos, acogieron bien a los expedicionarios y éstos alcanzaron sin mayor dificultad el presidio de San Juan Bautista a orillas del Río Grande del Norte. Saint-Denis enseñó su pasaporte y explicó el motivo de su misión al comandante del lugar, el capitán Diego Ramón. El virrey de la Nueva España duque de Linares (1711-16), informado de la expedición de Saint-Denis por D. Gregorio de Salinas Varona, jefe de la guarnición de Panzacola en la costa de la Florida, había mandado órdenes a los administradores de las Provincias Internas del Norte

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para que impidiesen la entrada de los extranjeros. El capitán Ramón arrestó a Saint-Denis, pero lo hizo con toda clase de atenciones, hasta hospedarle en su propia casa donde el brillante militar enamoró a la nieta de su amable carcelero, doña María Ramón. Llegó por fin la escolta enviada por el gobernador de Coahuila para que acompañase a Saint-Denis a la ciudad de México, donde el oficial canadiense tuvo varias entrevistas con el virrey en junio de 1715. El duque de Linares comprendió la urgencia de ocupar cuanto antes la provincia de Texas. Saint-Denis regresó a San Juan Bautista del Río Grande para casarse con doña María y conducir después en calidad de guía e intérprete, pues era muy baquiano por aquellas partes y muy querido de los indios, a toda una caravana de colonos y de misioneros a través de las vastas soledades que lindaban con el territorio francés. Entre los fundadores de las primeras aldeas y doctrinas tejanas, debemos apuntar la presencia del célebre "peregrino americano septentrional" y apóstol, fray Antonio Margil de Jesús, y la del ilustre cronista de los Colegios de Propaganda Fide de la Nueva España, fray Isidro Félix de Espinosa. Al término de varias actividades comerciales que no cabe relatar en estas páginas, Saint-Denis, detenido otra vez en la frontera con una enorme carga de mercaderías, emprendió para quejarse, un segundo viaje a la capital del virreinato, donde fue encarcelado el 12 de julio de 1717, por contrabandista. El dictamen del oidor don Juan de Olivan y Rebolledo, encargado de la indagación judicial, fue un fervoroso encomio del oficial canadiense. Libertado por la Real Audiencia, mediante quizás la discreta intervención del virrey marqués de Valero (1716-22), vivió Saint-Denis casi un año en México del producto de su contrabando; pero amenazado de prisión a causa de sus jactancias, huyó en septiembre de 1718 hacia la Luisiana, donde fue nombrado comandante del fuerte de Natchitoches. Bien hizo Saint-Denis de marcharse de la Nueva España, pues pocos meses más tarde, el virrey recibía de Madrid órdenes de mandarle con su familia a Guatemala.1 Louis Juchereau de Saint-Denis fue el primer quebecense que visitó la ciudad de México. Con todo, a pesar de aquellas andanzas mercantiles por los lejanos confines de Luisiana y Texas, no se puede hablar de relaciones directas

1 Vito Alessio Robles, Coahuila y Texas en la época colonial. México, 1938; Herbert E. Bolton, The Spanish Borderlands. New Haven, 1921; Enrique Ríos, Fray Antonio Margil de Jesús. México, 1955; Rubio Mané, Introducción al estudio de los virreyes de la Nueva España, tomo III. México, 1961.

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entre la Nueva Francia y la Nueva España, ya que los viajes de SaintDenis originaron de la colonización de la cuenca del bajo Misisipí y orillas del Seno Mexicano por los franceses. Desde luego causa cierto asombro leer en los "Prólogos a la Biblioteca Mexicana", obra impresa en latín "ex nova Typographiá in Aedibus Authoris" en México, 1755, por el bibliógrafo novohispano don Juan José de Eguiara y Eguren, obispo electo que fue de la Santa Iglesia de Yucatán y Canónigo Magistral de la Metropolitana de México, estos párrafos: La razón de haber llamado mexicana a esta Biblioteca, está declarada en su mismo título y refrendada por la costumbre geográfica.. .y habiendo de tratar a los autores que florecieron en la América Boreal, intentaremos abarcarlos bajo el indicado título. En cambio, dejaremos casi de lado la Carolina, la Virginia, la Nueva Inglaterra, la Luisiana y el Canadá o Nueva Francia, regiones dominadas por reyes extranjeros, con las cuales tenemos muy raro o ningún trato, y cuyos libros desconocemos. . .No se nos oculta, sin embargo, en modo alguno, que así sus naturales como los que en ella han venido a morar, han cultivado activamente las letras. Poseemos, en efecto, la Vida de Santa Catalina Tekakobita, india iroquesa, publicada en francés por el padre jesuita Francisco Colonec y traducida al español e impresa en México por el padre Juan de Urtassum de la misma Compañía.2

La joven Catalina Tekakovita a quien Eguiara y Eguren otorga erróneamente el rango de santa, pues todavía no ha sido canonizada ni siquiera beatificada, está conocida en el Canadá bajo su nombre indígena de Kateri Tekakwitha y, en la época colonial, el apellido afrancesado de Catherine Tegakouita. Hija de padre iroqués y madre algonquina cristiana, nació Kateri en 1656, y creció entre los salvajes y feroces íncolas de los bosques del Río Mohawk, única vía de penetración a una comarca que fue la meta de una rivalidad tenaz entre Francia e Inglaterra, pero hoy está anexada al estado de Nueva York. Perseguida por sus congéneres paganos, la indiecita fue llevada por uno de los evangelizadores franceses de la Iroquesía a una reducción jesuítica canadiense. Sobre su vida y sus méritos celestiales se ha publicado toda una literatura en francés y en inglés, tanto en Francia y el Canadá como en los Estados Unidos. ¿Cómo pudo cundir hasta el valle de Anáhuac, y sobre todo provocar la impresión de un libro, la fama de una virgencita iroquesa, muerta

2 Prólogos a la Biblioteca Mexicana. 2* ed., México, 1944, p. 207.

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en olor de santidad el 17 de abril de 1680, en un pueblo de indios cercano a Montreal? Tal es la incógnita que deseamos esclarecer. La portada del impreso novohispano ostenta un título que así reza: LA GRACIA TRIUNFANTE EN LA VIDA DE CATHARINA TEGAKOVITA. India Iroquesa, Y EN LAS DE OTRAS, assi de su Nación, como de esta NuevaEspaña. PARTE TRADUCIDO de Francés en Español, de lo que escrive el P. Francisco Colonec, parte sacado de los Authores de primera nota, y autoridad, como se verá en sus citas. Por el P. JUAN DE URTASSUM, Professo de la Compañía de Jesús, y Calificador del S. Tribunal, CON LICENCIA EN MÉXICO. Por Joseph Bernardo de Hogal, en el Puente del Espíritu Santo. Año de 1724.

Era español el autor de este libro. El padre Juan de Urtassum, nacido en Zabalica, aldea de Navarra, el 25 de diciembre de 1666, debía haber llegado bastante joven a la Nueva España, ya que ingresó, el 23 de abril de i6go, al noviciado de Tepotzotlán. Fue profesor de gramática, ministro y rector. Murió en México, el 2 de noviembre de 1732. Consta la obra del padre Urtassum, como anuncia exactamente la portada, de una traducción del padre Colonec y una compilación de datos edificantes sacados de la conducta ejemplar y del martirio de algunos indios del Canadá y de México. Debemos señalar luego, antes de ahondar el tema, que el presunto autor de la Vida de Catharina Tegakovita, el padre Francisco Colonec, no existe. No comprendemos por qué motivo el padre Urtassum quiso ocultar, deformándolo, el verdadero apellido del narrador francés, el jesuíta Pierre Cholenec, misionero de la Nueva Francia y primer biógrafo de la "Azucena de los Mohawks", como suelen llamar a Kateri los hagiógrafos modernos. Su relato de las heroicas virtudes de Catharina apareció en París bajo el título de "Lettres au Pére Le Blanc" en la edición de las Lettres Edificantes de 1717.3 Que la biografía de una humilde muchacha mohawk, impresa en París en 1717, se tradujera al castellano y saliera de las prensas en México, siete años más tarde, esto me parece un hecho digno de atención. Es necesario además hacer hincapié en esta novedad: que la traducción novohispana de la vida de Kateri Tekakwitha por el padre Pierre Cholenec fue la primera en cualquier idioma extranjero, puesto que la única versión que se dio a luz en todo el siglo xvm, se imprimió en alemán, en Augsburgo, en 1728.

3 Sommervogel, Bibliothéque de la Compagnie de Jésus, Bruselas-París, 1891.

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En ninguna obra reciente escrita en francés o en inglés sobre Kateri Tekakwitha, desde la primera que se publicó en el siglo xix (Buffalo, 1890) hasta la fecha, hemos encontrado una sola referencia al libro del padre Urtassum excepto en la bibliografía de la parte documental del informe presentado en Roma para la causa de beatificación ante la Sacra Congregación de Ritos, tal como aparece en la traducción inglesa de la Fordham University Press, Nueva York, 1940. Ahora bien, ha llegado el momento de hacernos esta pregunta: En un continente que había conocido las hazañas místicas de Santa Rosa de Lima y Santa Mariana de Quito, de San Francisco Solano y de San Martín de Porres, de tantos santos y santas encumbrados por la Iglesia Católica, ¿qué importancia especial revestía para la Nueva España la casta vida de la desconocida hija de una tribu bárbara de pieles rojas? La contestación está llena de interés histórico por su aporte a las polémicas coloniales sobre la capacidad religiosa de los naturales americanos y sus consecuencias prácticas en el caso concreto de una fundación monástica en la ciudad de México. El padre Pierre Cholenec, director espiritual de Kateri, falleció en Québec, el 30 de octubre de 1723. Ese mismo año empezaba en México la construcción del primer cenobio para monjas indígenas, iniciativa de aquel virrey que imperaba en la Nueva España, durante la segunda estancia de Louis Juchereau de Saint-Denis, el excelente marqués de Valero, fundador del Convento de Corpus Christi de religiosas indias caciques. Esta decisión la había tomado don Baltasar de Zúñiga al final de su gobierno, en 1722, antes de volver a Madrid. Según la historiadora mexicana Josefina Muriel: No se había autorizado aún la fundación, cuando el marqués de Valero fue trasladado a España, con el cargo de presidente del Consejo de Indias. Su presencia allí acabó de decidir el asunto. El Rey don Luis I, convencido de que las indias "eran tan proporcionadas al estado religioso que casi por inclinación lo profesaban en el siglo", dio su aprobación en la Real Cédula del 5 de marzo de 1724. El convento fue inaugurado el jueves de Corpus del mismo año de 1724, y tomaron la clausura, según la regla de Santa Clara, las primeras indias nobles entre las cuales vemos aparecer a doña Theodora Antonia de Salazar y Moctezuma, hija legítima de don Thomas de Salazar y de doña María de la Encarnación Moctezuma, caciques del barrio de San Juan, en México. En la misma nómina surgen los nombres de sor Juana María Cortés Chimalpopoca y de sor María Teresa de los Reyes Valeriano y Moctezuma; la primera, hija de don José

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María Cortés Chimalpopoca, quinto nieto del rey de Tacuba Chimalpopoca; la segunda, sexta nieta del emperador Moctezuma II Xocoyotzin. Pertenecía esta última dama al tronco de los descendientes del soberano azteca que se quedaron en México y no a la rama de los que se radicaron en España donde obtuvieron con la grandeza los títulos de condes de Moctezuma y de Tula.4 Bien sabemos que la Iglesia, durante el siglo xvn, adoptó reglas contrarias a las de los albores de la colonización, y se opuso a favorecer el reclutamiento de indios para el clero y las órdenes religiosas. El siglo XVIII, convencido de que ya los indígenas poseían un conocimiento suficiente del cristianismo, a prueba de que hubo en el Perú clérigos deseosos de someterlos al control de la Inquisición, se mostró favorable a su acceso al sacerdocio y a la vida monástica.5 Claro está que la carrera eclesiástica exigía un nivel de educación y de cultura que no era común en la clase popular. Por eso la aprobación pontificia de S. S. Benedicto XIII, del 12 de junio de 1727, estipulaba que la admisión al convento de Corpus Christi fuese reservada exclusivamente a las indias nobles, hijas de caciques. Afirma, en su Historia de la Iglesia en México, el padre Mariano Cuevas: La fundación más digna de considerarse en toda la Historia Mexicana, es la del convento de Corpus Christi, destinado exclusivamente a religiosas indígenas. Esta fundación es el índice de un importantísimo momento histórico: el de la dignificación muy justa y muy debida de la psicología indígena, hasta entonces víctima de un lamentable prejuicio.6 No obstante, la creación del convento de Corpus Christi suscitó algunas protestas de parte de los conservadores empedernidos y partidarios de la ineptitud de los aborígenes americanos para la vida religiosa y conventual. Allí reside el enigma del libro del padre Juan de Urtassum sobre Kateri Tekakwitha y máxime del notabilísimo "parecer" que lo precede, a modo de prólogo, y cuyo autor fue nadie menos que el doctor don Juan Ignacio de Castoreña y Ursúa, rector de la Universidad

4 Josefina Muriel, Conventos de monjas en la Nueva España. México, 1946; Las indias caciques de Corpus Christi. México, 1961; Fernández de Recas, Cacicazgos y nobiliario indígena de la Nueva España. México, 1961. 5 Lopetegui, Historia de la Iglesia en América, a t., Madrid, 1965-66; Ybot León, La Iglesia y los eclesiásticos españoles en la empresa de Indias. 3 t., Barcelona, 1954-63. 6 Rubén Vargas Ugarte, Historia de la Iglesia en el Perú. T. III, Burgos, 1960; Mariano Cuevas, Historia de la Iglesia en México. T. IV, México, 1947.

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de México, Provisor y Vicario General de los Naturales, futuro obispo de Yucatán. Este espíritu curioso fue el fundador del primer papel periódico de la Nueva España, la Gaceta de México (1722) y el editor del tercer tomo de las obras de la "dézima musa y poetisa americana" sor Juana Inés de la Cruz. La tesis del catedrático mexicano, oriundo de Zacatecas, documento importante en la historia del indigenismo y de la reivindicación del indio en el siglo xvm, parece ser desconocida de la mayoría de los especialistas. Los principales argumentos salen expuestos en la segunda parte así titulada: PUNTO APOLOGÉTICO SOBRE LA UTILIDAD PÚBLICA de esta buena obra,

para el provecho espiritual de las Indias, y ser idóneas, y capaces de professar en Religión, la autoridad lo persuade, la razón lo convence, y la experiencia lo manifiesta. Desde los primeros párrafos, Castoreña y Ursúa pasa a explicitar los motivos que determinaron la fundación virreinal de Corpus Christi: Esta fundación hizo su Exá. con el título de Corpus Christi... con el piadoso motivo que las pobrecitas miserables virtuosas Indias, de que abundan mucho los crecidos Pueblos de estos Reynos, y más en este Arzobispado, y en esta Corte por ser su Capital, y de las innumerables que todos saben han vivido gustosas hasta morir, y viven sirviendo en los más de estos Conventos por muchos años muy inclinadas a la Clausura, puedan tomar el hábito, y professar de Religiosas... Como cabalmente lo explica en lenguaje moderno doña Josefina Muriel, "las jóvenes indias no podían ser monjas". Sólo entraban a los conventos "las españolas e inclusive las mestizas, ejemplo de ello fueron desde el siglo xvi doña Isabel y doña Catalina, hijas de Isabel Moctezuma y Juan Cano, que llegaron a ser monjas en el convento de la Concepción . . . En el siglo xvn, en el mismo convento, profesó doña María de Mendoza Austria y Moctezuma, bisnieta de Cuauhtémoc y tataranieta de Moctezuma II, puesto que era hija de la cacique y principal doña Juana de Mendoza Austria y Moctezuma", propietaria del cacicazgo del mismo nombre. Las "jóvenes indias que deseaban llevar una vida retirada del mundo, se conformaban con entrar de criadas en los conventos de españolas, o con llevar en sus casas una vida de tipo monjil. Fue por esto que el prudente virrey don Baltasar de Zúñiga, marqués de Valero, se propuso fundar un convento exclusivo para mujeres indias". Ya hemos visto que la restricción pontificia decretada en favor de las indias nobles resolvía el problema cultural del monacato femenil, es

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decir, el conocimiento dé la escritura, la aritmética y un mínimo de latín para mantener la contabilidad, redactar la crónica del monasterio y recitar los oficios divinos. Se planteaba además la tan discutida cuestión de la observancia de la castidad y de la continencia, de suma importancia en un cenobio de mujeres, y que muchos afirmaban imposible entre las indígenas de América. Todas estas objeciones se esforzó a refutar el doctor Castoreña y Ursúa apoyándose en las mejores autoridades y en su experiencia personal de provisor y vicario general de los indios del arzobispado de México. Sería demasiado prolijo resumir toda la tesis y nos limitaremos a algunas citas breves. En estos términos rechaza primero el clérigo mexicano la teoría de la ineptitud básica de los aborígenes para la vida monacal: Sea de la nación que fuere, Hebreo, Griego, Romano, Español, ó Indio, hombre, ó muger, solo Dios puede hazer que guarde con perfección castidad, y aviendo Religiosos, y Religiosas en todas las principales naciones del mundo, no avrá racional fundamento para que se les niegue esta posibilidad a las Indias, y de negársela alguno (lo que no creo) no desacredita tanto la naturaleza humilde de las Indias, quanto desluce el poder infinito de la gracia. Es imposible rehusar la igualdad religiosa a los indios civilizados de México, porque, añade el protector de los naturales: . . . hé oído verbalmente a los RR. PP. Missioneros Jesuítas, y a los Appostolicos Seraphicos, que recientemente con el Rmo.P.Fr. Antonio Marjil, Guardián actual de su Collegio Appostolico de Zacatecas en las varias vezes, que ha venido a hazer Missiones a esta Corte, y de sus compañeros que han hecho sus entradas en las espirituales conquistas modernas en las Provincias de los Texas y Adais, poco distantes de la patria y Provincia de la buena India Catharina Tegakovita, argumento precioso de este pequeño libro.. .que la parte de criaturas que tenía menos indisposición para convertirse.. .eran los Gentiles del Nuevo México y otros Reynos de ázia aquella parte... Pues bien, la gente culta del virreinato sabía que los Pieles Rojas de la América Boreal eran salvajes errantes que en nada podían equipararse con las poblaciones sedentarias y civilizadas del país azteca y maya, aunque la barbarie septentrional se extendiese hacia el sur hasta los lindes de la Nueva España, ya que la cultura de los Apaches y Comanches se situaba aproximadamente al nivel de los Iroqueses. A propósito agregó el padre Urtassum a la Vida de Catharina Tega-

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kovita del padre Cholenec unas narraciones de martirios en las que se esboza un cuadro espeluznante de la ferocidad de las Cinco Naciones. Los relatores describen las interminables horas de dolor que padecían las víctimas atadas al palo de torturas, los collares de hachas candentes que se les ponía alrededor del pescuezo, los ojos sacados de cuajo para echar ascuas en las órbitas; pintan el sadismo de las viejas ebrias que les arrancaban el pelo y la barba o les arañaban las partes con sus uñas clavándoselas por todo el cuerpo tumefacto y ennegrecido por las quemaduras de tizones. El salvajismo iroqués sobrepasaba en crueldad la fiereza de los pueblos circundantes e infundía el terror entre los Algonquinos acostumbrados a ulular, desde milenios, en la larga agonía de la noche canadiense su canto de muerte. Estos tormentos los Mohawks solían infligirlos a los guerreros de tribus enemigas cautivados en el combate y más tarde ellos brutalizaron en suplicios horrorosos a sus congéneres cristianos y a varios misioneros franceses, los jesuítas Jogues, Lallemand y Brébeuf. No obstante, a pesar de los vicios del mundo primitivo y bárbaro que la rodeaba desde la infancia, una joven iroquesa pudo alzarse hasta las alturas del fervor religioso más sencillo y más puro. A mayor abundamiento, concluía el rector de la Universidad de México: ... es decir que en tantos millares de Indias Christianas, que se veen en esta Ciudad, y en este Arzobispado, y muchas de ellas de gente principal, como Caciques, y otros de conocida nobleza entre ellos, y que sobresalen en los exercicios de piedad, y devoción, no se puedan hallar algunas idóneas para la Profession Religiosa, es cosa dura, y que milita contra la misma experiencia. El doctor don Juan Ignacio de Castoreña y Ursúa remataba su demostración citando el ejemplo de la ciudad de Guatemala donde, en dos beateríos consagrados a Santa Rosa de Lima, vivían en uno "virtuosas donzellas Españolas" y en otro "Indias naturales, cuyo número llega a cinquenta, empleadas unas, y otras, en la práctica de excelentes virtudes". Cuando, a últimos de agosto de 1715, el padre Pierre Cholenec terminaba su tercer manuscrito de la vida lilial de Kateri Tekakwitha para publicación en París, el viejo misionero no sospechaba que estaba haciendo una contribución a la historia del indigenismo en la América hispana. Menos todavía podía prever que un año después de su defunción, acaecida en Québec, el 30 de octubre de 1723, este relato abreviado, traducido al castellano por un jesuita desconocido de Tepotzotlán,

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prologado por un futuro obispo de Yucatán, saldría en letras de molde de una imprenta mexicana para justificar la fundación de un convento de monjas indígenas en la remota y antiquísima urbe de los Aztecas. Así llegó la fama de santidad de una humilde iroquesa lejos de Montreal hasta México, en auxilio espiritual y racial de las indias caciques nobles de lá Nueva España. PAUL BOUGHARD

Universidad Laval Québec

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