La Palabra de Dios en la formación de los candidatos al sacerdocio

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La Palabra de Dios en la formación de los candidatos al sacerdocio Jesucristo, Palabra de Dios hecha carne, sale al encuentro de los hombres para llamarlos a la salvación, formando un pueblo que colabora con su Señor en la construcción del Reino de Dios en medio de las realidades presentes y anticipa desde ya el banquete eterno. Sin duda, la Iglesia, convocada por la Palabra, es ―en Cristo como un sacramento o signo e instrumento de la unión íntima con Dios y de la unidad de todo el género humano‖ (LG 1). Esta realidad salvífica constitutiva del pueblo de Dios pone de manifiesto el lugar primordial de la Palabra de Dios en el ministerio de los sacerdotes. El Papa Benedicto XVI lo ha enseñado en variadas ocasiones: La tarea primaria del sacerdote es la de anunciar a Cristo, la Palabra de Dios hecha carne, y comunicar la multiforme gracia divina que nos salva mediante los Sacramentos. La Iglesia, convocada por la Palabra, es signo e instrumento de la comunión que Dios establece con el hombre y que cada sacerdote está llamado a edificar en Él y con Él. (de la carta Iglesia y Medios de Comunicación Social: El sacerdote y la pastoral en el mundo digital, enero 2010)

En la presente intervención mostraré el lugar que ocupa la Palabra de Dios en la formación de los candidatos al sacerdocio. Para ello, en primer lugar expondré brevemente la enseñanza del Magisterio eclesial al respecto comenzando por el Concilio Vaticano II, deteniéndome algo más en la Exhortación postsinodal Pastores Dabo Vobis, pasando por la reciente carta del Papa a los seminaristas en 2010, para arribar finalmente a la última Exhortación postsinodal Verbum Domini. Después describiré sucintamente el lugar asignado a la Palabra de Dios en el ―Plan de estudios para los seminarios mayores‖ aprobado por la Conferencia Episcopal de Chile en 2009, como un intento reciente para dar operatividad práctica a las directrices eclesiales. Finalmente, propondré algunas preguntas que puedan abrir la reflexión en algunas perspectivas actuales. 1. El lugar de la Palabra de Dios en la formación sacerdotal según el Magisterio eclesial El decreto conciliar Optatam totius, refiriéndose a los seminarios mayores, sitúa la Palabra de Dios en la formación sacerdotal en los siguientes términos: La educación de los alumnos debe tender a la formación de verdaderos pastores de las almas, a ejemplo de nuestro Señor Jesucristo, Maestro, Sacerdote y Pastor. Por consiguiente, deben prepararse para el ministerio de la Palabra: para comprender cada vez mejor la palabra revelada por Dios, poseerla con la meditación y expresarla con la palabra y la conducta… (OT 4; cf. PDV 57)

Casi treinta años después, la Exhortación Postsinodal Pastores Dabo Vobis (1992), sobre la formación sacerdotal, ha retomado y profundizado esta indicación conciliar, mostrando el lugar de la Palabra de Dios en la formación de los candidatos al sacerdocio. Se deja ver en la finalidad de este proceso educativo: formar al sacerdote que ―es, ante todo, ministro de la Palabra de Dios‖. Así lo señala el documento en el número 26: El sacerdote es, ante todo, ministro de la Palabra de Dios; es el ungido y enviado para anunciar a todos el Evangelio del Reino… Por eso, el sacerdote mismo debe ser el primero en tener una gran familiaridad personal con la Palabra de Dios: no le basta conocer su aspecto lingüístico o exegético, que es también necesario; necesita acercarse a la Palabra con un corazón dócil y orante, para que ella

penetre a fondo en sus pensamientos y sentimientos y engendre dentro de sí una mentalidad nueva: «la mente de Cristo» (1 Cor 2, 16), de modo que sus palabras, sus opciones y sus actitudes sean cada vez más una transparencia, un anuncio y un testimonio del Evangelio. Solamente «permaneciendo» en la Palabra, el sacerdote será perfecto discípulo del Señor; conocerá la verdad y será verdaderamente libre, superando todo condicionamiento contrario o extraño al Evangelio (cf. Jn 8,31-32). El sacerdote debe ser el primer «creyente» de la Palabra, con la plena conciencia de que las palabras de su ministerio no son «suyas», sino de Aquel que lo ha enviado. Él no es el dueño de esta Palabra: es su servidor. Él no es el único poseedor de esta Palabra: es deudor ante el Pueblo de Dios. Precisamente porque evangeliza y para poder evangelizar, el sacerdote, como la Iglesia, debe crecer en la conciencia de su permanente necesidad de ser evangelizado. (Cf. EN 15) Él anuncia la Palabra en su calidad de ministro, partícipe de la autoridad profética de Cristo y de la Iglesia. Por esto, por tener en sí mismo y ofrecer a los fieles la garantía de que transmite el Evangelio en su integridad, el sacerdote ha de cultivar una sensibilidad, un amor y una disponibilidad particulares hacia la Tradición viva de la Iglesia y de su Magisterio, que no son extraños a la Palabra, sino que sirven para su recta interpretación y para custodiar su sentido auténtico. (cf. DV 8; 10)

La riqueza de esta enseñanza es muy amplia. Por eso, parece necesario explicitar algunas facetas importantes: a) Para ser ministro de la Palabra, ante todo el sacerdote debe tener una gran familiaridad con la Palabra de Dios, no solo en el plano intelectual, sino principalmente vivencial-orante. Solo así el candidato al sacerdocio se irá transformando paulatinamente en un habitante de la Palabra de Dios, de modo que ella alimente y sostenga su vida y ministerio y sea el criterio con el que juzgue el mundo y actúa en él. b) La familiaridad con la Palabra de Dios dispone al futuro sacerdote cada vez con mayor lucidez a recibir de Dios la ―mente de Cristo‖. Este don comporta un continuo cambio de mentalidad (conversión) que se debe expresar siempre más en toda su vida. Así será verdadero discípulo del Señor y, por consiguiente, proclamará con su existencia el mensaje de la salvación que él mismo ha recibido con profunda fe. c) Permaneciendo en la Palabra de Dios, el candidato al sacerdocio se hace también cada vez más consciente de que se está preparando para ser ministro y, por lo mismo, servidor de la Palabra, no su dueño. Y, en consecuencia, va asumiendo libremente que le competirá la administración y/o transmisión íntegra de ella. d) La asiduidad con la Palabra permitirá que el futuro sacerdote vaya madurando una gran sensibilidad eclesial para ejercer el servicio al que está llamado. Cada día más comprenderá que transmitir el Evangelio al pueblo de Dios de modo íntegro requiere hacerlo con plena fidelidad a la Tradición viva de toda la Iglesia y a su Magisterio. La Exhortación PDV precisa con toda claridad el lugar que ocupa la Palabra de Dios en las dimensiones espiritual, intelectual y pastoral de la formación de los candidatos al sacerdocio, que unidas a su formación humana son cuatro aspectos de un único y mismo proceso educativo que tiene por finalidad precisamente formar al sacerdote. a) Respecto de la formación humana de los candidatos al sacerdocio, la exhortación pontificia no aborda directamente el lugar que tiene la Palabra de Dios en ella, pero al mostrar una y otra vez que este aspecto formativo se refiere al orden impreso por Dios en

su creación, particularmente en el corazón humano, pone de manifiesto que subentiende que él ha sido explicitado y complementado por la Palabra revelada y redimido por la gracia. Este principio matriz se puede percibir, por ejemplo, en PDV 44 cuando el documento aborda la educación de la conciencia moral: …«La madurez humana del sacerdote —afirman los Padres sinodales— debe incluir especialmente la formación de su conciencia. En efecto, el candidato, para poder cumplir sus obligaciones con Dios y con la Iglesia y guiar con sabiduría las conciencias de los fieles, debe habituarse a escuchar la voz de Dios, que le habla en su corazón, y adherirse con amor y firmeza a su voluntad». (Proposición 22)

b) Explícito es el modo en que la exhortación trata del lugar de la Palabra de Dios en la dimensión espiritual de la formación sacerdotal. En efecto, PDV 47 puntualiza que la lectio divina es esencial en ella: Elemento esencial de la formación espiritual es la lectura meditada y orante de la Palabra de Dios (lectio divina); es la escucha humilde y llena de amor que se hace elocuente. En efecto, a la luz y con la fuerza de la Palabra de Dios es como puede descubrirse, comprenderse, amarse y seguirse la propia vocación; y también cumplirse la propia misión, hasta tal punto que toda la existencia encuentra su significado unitario y radical en ser el fin de la Palabra de Dios que llama al hombre, y el principio de la palabra del hombre que responde a Dios…

En el mismo número se hace hincapié en el carácter vital de la familiaridad con la Palabra de Dios: …Pero es necesario acercarse y escuchar la Palabra de Dios tal como es, pues hace encontrar a Dios mismo, a Dios que habla al hombre; hace encontrar a Cristo, el Verbo de Dios, la Verdad que a la vez es Camino y Vida (cf. Jn 14, 6). Se trata de leer las «escrituras» escuchando las «palabras»…

c) PDV 54 precisa el lugar de la Palabra de Dios en la formación intelectual de los candidatos al sacerdocio. Se trata de una de las dos direcciones fundamentales del estudio de la teología, que son, precisamente, la Palabra de Dios y el hombre, destinatario de la revelación: En su reflexión madura sobre la fe, la teología se mueve en dos direcciones. La primera es la del estudio de la Palabra de Dios: la palabra escrita en el Libro sagrado, celebrada y transmitida en la Tradición viva de la Iglesia e interpretada auténticamente por su Magisterio. De aquí el estudio de la Sagrada Escritura, «la cual debe ser como el alma de toda la teología»:(OT 16)...

d) En el número 57 de la exhortación pontificia se puntualiza que todos los aspectos de la formación de los candidatos al sacerdocio deben ―tener un carácter esencialmente pastoral‖. Y seguidamente, al refrendar esta afirmación con la enseñanza del Concilio Vaticano II, pone de manifiesto el lugar de la Palabra de Dios en la formación pastoral: Lo afirma claramente el decreto conciliar Optatam totius, refiriéndose a los seminarios mayores: «La educación de los alumnos debe tender a la formación de verdaderos pastores de las almas, a ejemplo de nuestro Señor Jesucristo, Maestro, Sacerdote y Pastor. Por consiguiente, deben prepararse para el ministerio de la Palabra: para comprender cada vez mejor la palabra revelada por Dios, poseerla con la meditación y expresarla con la palabra y la conducta… (OT 4)

En dos documentos del año 2010, Benedicto XVI ha resumido y profundizado toda la doctrina de la PDV que hemos descrito anteriormente. Sendos escritos ratifican las dos facetas más relevantes de la relación del futuro sacerdote con la Palabra de Dios: su relación vital con quien es la Palabra a través de los textos sagrados y el estudio serio de esos textos tanto desde una perspectiva exegética como desde una perspectiva espiritual. a) Carta a los seminaristas Cito simplemente extractos de dos números de la carta: 1. Quien quiera ser sacerdote debe ser sobre todo un ―hombre de Dios‖, como lo describe san Pablo (1 Tm 6,11). Para nosotros, Dios no es una hipótesis lejana, no es un desconocido que se ha retirado después del ―big bang‖. Dios se ha manifestado en Jesucristo. En el rostro de Jesucristo vemos el rostro de Dios. En sus palabras escuchamos al mismo Dios que nos habla. Por eso, lo más importante en el camino hacia el sacerdocio, y durante toda la vida sacerdotal, es la relación personal con Dios en Jesucristo... Por esto es importante que el día se inicie y concluya con la oración. Que escuchemos a Dios en la lectura de la Escritura… 5. El tiempo en el seminario es también, y sobre todo, tiempo de estudio... Todos conocéis las palabras de san Pedro, consideradas por los teólogos medievales como justificación de una teología racional y elaborada científicamente: ―Estad siempre prontos para dar razón (logos) de vuestra esperanza a todo el que os la pidiere‖ (1P 3,15). Una de las tareas principales de los años de seminario es capacitaros para dar dichas razones. Os ruego encarecidamente: Estudiad con tesón. Aprovechad los años de estudio. No os arrepentiréis… Es importante conocer a fondo la Sagrada Escritura en su totalidad, en su unidad entre Antiguo y Nuevo Testamento: la formación de los textos, su peculiaridad literaria, la composición gradual de los mismos hasta formar el canon de los libros sagrados, la unidad de su dinámica interna que no se aprecia a primera vista, pero que es la única que da sentido pleno a cada uno de los textos…

b) Exhortación Postsinodal Verbum Domini: La reciente exhortación postsinodal recoge la reflexión de pastores venidos de todo el mundo, asesorados por no pocos de los mejores teólogos y pastoralistas del momento. Al inicio documento, Benedicto XVI hace explícita su finalidad: ―Deseo indicar algunas líneas fundamentales para revalorizar la Palabra divina en la vida de la Iglesia, fuente de constante renovación, deseando al mismo tiempo que ella sea cada vez más el corazón de toda actividad eclesial‖ (VD 1). La segunda parte del documento, Verbum in Ecclesia, trata de la Palabra de Dios en la vida de la comunidad de los creyentes. Desarrolla el tema en dos perspectivas, que corresponden a sus dos acápites: ―La palabra de Dios y la Iglesia‖ y ―La Palabra de Dios en la vida eclesial‖. En esta segunda sección reflexiona principalmente acerca de la Palabra de Dios en algunas instancias de formación y en las distintas vocaciones cristianas. Y una de las instancias formativas que aborda expresamente es el acápite ―Palabra de Dios y candidatos al Orden sagrado‖ que transcribo íntegramente: 82. El Sínodo ha dado particular importancia al papel decisivo de la Palabra de Dios en la vida espiritual de los candidatos al sacerdocio ministerial: «Los candidatos al sacerdocio deben aprender a amar la Palabra de Dios. Por tanto, la Escritura ha de ser el alma de su formación teológica, subrayando la indispensable circularidad entre exegesis, teología, espiritualidad y

misión».(Proposición 32) Los aspirantes al sacerdocio ministerial están llamados a una profunda relación personal con la Palabra de Dios, especialmente en la lectio divina, porque de dicha relación se alimenta la propia vocación: con la luz y la fuerza de la Palabra de Dios, la propia vocación puede descubrirse, entenderse, amarse, seguirse, así como cumplir la propia misión, guardando en el corazón el designio de Dios, de modo que la fe, como respuesta a la Palabra, se convierta en el nuevo criterio de juicio y apreciación de los hombres y las cosas, de los acontecimientos y los problemas. (PDV 47) Esta atención a la lectura orante de la Escritura en modo alguno debe significar una dicotomía respecto al estudio exegético requerido en el tiempo de la formación. El Sínodo ha encomendado que se ayude concretamente a los seminaristas a ver la relación entre el estudio bíblico y el orar con la Escritura. El estudio de las Escrituras les ha de hacer más conscientes del misterio de la revelación divina, alimentando una actitud de respuesta orante a Dios que habla. Por otro lado, una auténtica vida de oración hará también crecer necesariamente en el alma del candidato el deseo de conocer cada vez más al Dios que se ha revelado en su Palabra como amor infinito. Por tanto, se deberá poner el máximo cuidado para que en la vida de los seminaristas se cultive esta reciprocidad entre estudio y oración. Para esto, hace falta que se oriente a los candidatos a un estudio de la Sagrada Escritura mediante métodos que favorezcan este enfoque integral.

Y es claro que ese enfoque lo da la hermenéutica bíblica conciliar, que es ―una indicación que se ha de seguir‖ (VD 34; cf. DV 12) que integra exégesis científica y lectura de la Escritura en el mismo Espíritu en que fue escrita, interpretación científica, especialmente histórico-crítica, y hermenéutica de la fe. La exégesis científica, con sus métodos y operaciones sincrónicas y diacrónicas, intenta captar siempre mejor lo que el autor humano quería decir en un determinado pasaje bíblico. La hermenéutica de la fe intenta develar lo que Dios quería dar a conocer a través de lo que el hagiógrafo quería decir en ese mismo pasaje. Para esto es necesario recurrir a los tres criterios básicos que permiten dilucidar ―la dimensión divina de la Biblia: 1) Interpretar el texto considerando la unidad de toda la Escritura; esto se llama hoy exégesis canónica; 2) tener presente la Tradición viva de toda la Iglesia; y, finalmente, 3) observar la analogía de la fe. «Sólo donde se aplican los dos niveles metodológicos, el histórico-crítico y el teológico, se puede hablar de una exegesis teológica, de una exegesis adecuada a este libro». [Intervención papal en la XIV Congregación General del Sínodo]‖ (VD 34; cf. VD 47). En mi opinión, esta puntualización más explícita de la hermenéutica de la fe constituye una de las mayores profundizaciones que la exhortación pontificia hace de la doctrina conciliar. Me parece que es un magnífico avance. En relación al tema que nos ocupa, además, el documento del Santo Padre expone con gran claridad las consecuencias que se siguen de la hermenéutica de la fe en los estudios teológicos, particularmente en los de los futuros sacerdotes. En el número 47 del documento el Papa lo dice sin ambages: Otra consecuencia que se desprende de una adecuada hermenéutica de la fe se refiere a la necesidad de tener en cuenta sus implicaciones en la formación exegética y teológica, particularmente de los candidatos al sacerdocio. Se ha de encontrar la manera de que el estudio de la Sagrada Escritura sea verdaderamente el alma de la teología, por cuanto en ella se reconoce la Palabra de Dios, que se dirige hoy al mundo, a la Iglesia y a cada uno personalmente. Es importante que los criterios indicados en el número 12 de la Constitución dogmática Dei Verbum se tomen efectivamente en consideración, y que se profundice en ellos. Evítese fomentar un concepto de investigación científica que se considere neutral respecto a la Escritura. Por eso, junto al estudio de las lenguas en que ha sido escrita la Biblia y de los métodos interpretativos adecuados, es necesario que los estudiantes

tengan una profunda vida espiritual, de manera que comprendan que sólo se puede entender la Escritura viviéndola. En esta perspectiva, recomiendo que el estudio de la Palabra de Dios, escrita y transmitida, se haga siempre con un profundo espíritu eclesial, teniendo debidamente en cuenta en la formación académica las intervenciones del Magisterio sobre estos temas, «que no está por encima de la Palabra de Dios, sino a su servicio, para enseñar puramente lo transmitido, pues por mandato divino, y con la asistencia del Espíritu Santo, lo escucha devotamente, lo custodia celosamente, lo explica fielmente». (DV 10) Por tanto, se ponga cuidado en que los estudios se desarrollen reconociendo que «la Tradición, la Escritura y el Magisterio de la Iglesia, según el plan prudente de Dios, están unidos y ligados, de modo que ninguno puede subsistir sin los otros».(DV 10) Deseo, pues, que, según la enseñanza del Concilio Vaticano II, el estudio de la Sagrada Escritura, leída en la comunión de la Iglesia universal, sea realmente el alma del estudio teológico. (cf. DV 24)

2. El lugar de la Palabra de Dios en el “Plan de estudios para los Seminarios Mayores” El ―Plan de Estudios para los Seminarios Mayores‖ fue aprobado por la Conferencia Episcopal de Chile en el año 2009 para cumplir lo establecido por la Ratio Fundamentalis Insitutionis Sacerdotalis (1985) respecto de los estudios que deben realizar los candidatos al sacerdocio. Se considera este Plan de Estudios parte integrante de las ―Orientaciones y Normas para la formación presbiteral‖ de la Conferencia Episcopal de Chile (ON, 1999). Este último documento está en plena consonancia con la Exhortación Pastores Dabo Vobis. He querido centrarme en el ―Plan de Estudios‖, pues si bien se atañe a la dimensión intelectual, el lugar de la Palabra de Dios queda mucho más recalcado que en el resto del documento donde se inserta. No obstante en el tratamiento de las otras dimensiones de la formación sacerdotal en ON se percibe con nitidez el lugar preeminente de la Palabra de Dios, como asimismo su conexión con las directrices de la exhortación postsinodal sobre la formación sacerdotal. En efecto, respecto de la dimensión espiritual ON 422 cita extensamente PDV 47, que hemos comentado más arriba. En ese número la exhortación postsinodal enfatiza la necesidad de que los candidatos al sacerdocio sean educados para ir alcanzando paulatinamente una grande y vital familiaridad con la Palabra de Dios en la oración. A su vez, ON 486 cita por extenso PDV 57, número sobre el cual también hemos reflexionado más arriba, precisamente para poner de relieve la necesidad de que los futuros sacerdotes se preparen a ser ministros de la Palabra con una adecuada formación pastoral. En los párrafos dedicados por ON a la formación humana se percibe el mismo supuesto al que nos referimos al tratar de esa faceta formativa en PDV, esto es, que la maduración de los candidatos al sacerdocio conforme al orden natural impreso por Dios en sus corazones es confirmada en la Palabra de Dios, la cual también abre dicho orden al perfeccionamiento por la acción de la gracia divina. Ahora, volviendo sobre el ―Plan de estudios‖, que parte de la base de la finalidad de la formación intelectual en el Seminario, en plena consonancia con PDV sitúa esta faceta formativa en el horizonte de la adhesión a Jesucristo, Palabra viva de Dios, y del servicio pastoral: La formación intelectual en los Seminarios tiene como finalidad formar a los futuros pastores del pueblo de Dios (ON 442). De aquí que esta dimensión formativa está al servicio de la adhesión a Jesucristo y tiene una explícita intencionalidad pastoral (Cfr. PDV, 51; DA, 319). ―No se trata de

preparar sólo científicos o investigadores, sino, principalmente, formar pastores que realicen con conocimiento y profundidad el ministerio eclesial‖ (ON 451).

Conforme a esta finalidad se formulan los objetivos generales y específicos para las tres etapas de la formación intelectual, a saber, propedéutica, filosófica-humanista y teológica-pastoral. La primera es la fase introductoria e incluye necesariamente una adecuada iniciación bíblica tanto desde el punto de vista científico como espiritual, precisamente para encaminar y/o consolidar a los candidatos al sacerdocio en esa familiaridad con la Palabra de Dios de la que hablábamos. Ella debe continuar madurando durante la etapa de filosofía y humanidades. Por lo mismo, el ―Plan de estudios‖ dispone que algunas asignaturas bíblicas, aún siendo teológicas, sean adelantadas a esta etapa precisamente para favorecer que los candidatos al sacerdocio prosigan creciendo en familiaridad con la Palabra de Dios. Entre los objetivos generales de la formación intelectual en la etapa teológicopastoral se percibe claramente el lugar preeminente de la Palabra de Dios, en plena sintonía con la doctrina conciliar y de la PDV: …procurar que cada estudiante consiga penetrar ―más profundamente en la doctrina deducida cuidadosamente de la Revelación con la luz de la fe y bajo la dirección de la autoridad del Magisterio convirtiéndola en el alimento de la propia vida espiritual y capacitándose para defenderla en su ministerio y para anunciarla y exponerla en utilidad de los fieles‖. (Ratio Fundamentalis 76; cf. PDV 53-56)

Lo mismo debe expresarse al leer el objetivo específico para el área bíblica de esta misma etapa de la educación inicial de los futuros sacerdotes: Procurar que los futuros sacerdotes conozcan profundamente la Sagrada Escritura como ―fundamento perenne y el principio vivificante y animador de toda la teología‖ (DV 24) para que entren en contacto con quien es la Palabra de Dios en persona, y encuentren una base sólida y coherente para todas las disciplinas teológicas, la vida espiritual y el ministerio pastoral.

En conformidad con estos objetivos el ―Plan de estudios‖ reseña las siguientes asignaturas para la formación inicial de los futuros sacerdotes, delimitando sus contenidos esenciales: 1. Introducción a la lectura de la Biblia: ¿Qué es la Biblia? Los nombres de la Biblia. Número y división de los libros de la Biblia. La Palabra de Dios en el Antiguo Testamento. La Palabra de Dios en el Nuevo Testamento. La interpretación de la Sagrada Escritura en la Iglesia. La Biblia en la vida de la Iglesia: liturgia, teología, ministerio sacerdotal. 2. Introducción a la Sagrada Escritura: La Sagrada Escritura en la vida de la Iglesia. La formación de los libros bíblicos en la historia de Israel y de la Iglesia naciente, inspiración, verdad, santidad y unidad de la Escritura, canon, el texto de la Biblia y su transmisión; hermenéutica bíblica, exégesis científica e interpretación espiritual. 3. Pentateuco y libros históricos: Importancia y mensaje de la Ley, su formación histórica y sus temas más relevantes: el origen, las promesas patriarcales y la alianza; la historia de Israel desde la conquista a la destrucción de Jerusalén (Jos-2Re) a la luz de la fidelidad a la alianza. Libros históricos posteriores. Estudio de algunos pasajes escogidos.

4. Libros proféticos: Relevancia y mensaje de los Profetas como segunda Ley; el ministerio profético y algunos profetas más significativos: Elías y Eliseo; Isaías; Jeremías; Ezequiel y algunos profetas menores. Estudio de algunos pasajes escogidos. 5. Libros sapienciales y salmos: Importancia y mensaje de la Sabiduría de Israel. Los géneros literarios sapienciales como meditación de la Ley. Los salmos y la formación del salterio. Estudio de algunos pasajes escogidos. 6. Evangelios sinópticos y Hechos de los Apóstoles: Kerygma y Evangelio escrito; la composición de los evangelios sinópticos; estructura, formas y mensaje de cada uno de los evangelios. El libro de los Hechos como complemento de Lc. Estudio de algunos pasajes escogidos. 7. Corpus joánico: El cuarto evangelio como evangelio escrito, su composición y su originalidad. La estructura, formas y mensaje teológico del evangelio. Estudio del epistolario joánico. El Apocalipsis: género literario, estructura y mensaje. Estudio de algunos pasajes escogidos. 8. Corpus paulino: La figura, misión y mensaje paulino en las cartas y en Hechos de los Apóstoles. Estudio de las principales cartas del corpus en particular. Doctrinas paulinas más relevantes: cristología, soteriología y eclesiología paulinas. Estudio de algunos pasajes escogidos.

3. El lugar de la Palabra de Dios en el “Plan de estudios para los Seminarios Mayores” Propongo algunas preguntas, referidas más bien a la dimensión intelectual de la formación sacerdotal, que pueden abrir a una reflexión posterior: a) Si el fin pastoral de la formación sacerdotal unifica todas sus dimensiones, en el cual el ministerio del anuncio de la Palabra de Dios tiene un lugar preeminente, ¿no habría que revisar si las distintas instancias formativas intelectuales, especialmente los cursos teológicos, subrayan suficientemente este fin? b) ¿En qué medida en los cursos teológicos se siguen y profundizan las orientaciones para la interpretación bíblica de la Dei Verbum N°11 y 12? ¿Practicamos una auténtica hermenéutica de la fe en nuestros cursos? c) ¿De qué forma la hermenéutica de la fe propuesta por Verbum Domini es una ayuda para la teología que practicamos en los cursos impartidos en nuestros centros de estudio? d) ¿En qué medida la hermenéutica de la fe propuesta por Verbum Domini puede ser interpretada –en mi opinión erradamente— como una suerte de contención o barrera para acercar la teología que practicamos en los cursos impartidos a perspectivas provenientes de las ciencias humanas o de los acontecimientos de la historia en la que estamos inmersos?

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