LA PROBLEMÁTICA DE LA IGLESIA COMO INSTITUCIÓN

WALTER WEYMANN-WEYHE LA PROBLEMÁTICA DE LA IGLESIA COMO INSTITUCIÓN La crisis progresiva de la vida religiosa es nuestra sociedad, según se observa,

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WALTER WEYMANN-WEYHE

LA PROBLEMÁTICA DE LA IGLESIA COMO INSTITUCIÓN La crisis progresiva de la vida religiosa es nuestra sociedad, según se observa, aparece sobre todo como crisis de la conciencia eclesial. El blanco de las críticas procedentes de todos los grupos sociales es la Iglesia como institución. Jesús y su mensaje no sólo no han perdido interés, sino que encuentran un eco asombroso en el mundo moderno. En cambio cada vez hay menos cristianos vinculados a la Iglesia y sus prácticas. Die Problematik der Institucion Kirche, Frankfurter Hefte, 31 (1976) 33-40

Institución y contenidos La realidad es que con el distanciamiento creciente de la praxis eclesial, de ordinario se va desvaneciendo también la conciencia cristiana de los individuos. Naturalmente los criterios para juzgar esos procesos personales vienen marcados por una perspectiva intraeclesial. Pero, en todo caso, parece claro que la relación entre tradición de fe y contenido de la fe no es arbitraria. Quien. se distancia de la institución eclesial, no se refiere tan sólo a la Iglesia en su representación organizativa, sino necesariamente también a aquello que representa. De aquí que los cambios en la conciencia eclesial signifiquen también, al mismo tiempo, cambios en la conciencia religiosa. Las medidas de tipo administrativo con que suele reaccionar la Iglesia, repercuten de nuevo en la conciencia religiosa; las "soluciones" administrativas sólo sirven para agudizar la crisis, al enmascarar sus raíces, en vez de ponerlas al descubierto. Queda así patente el trasfondo de la problemática institucional. La Iglesia se entiende a sí misma como una institución que conserva y comunica sentido en este mundo, de forma que institución, sentido y vida aparecen en unidad indisoluble. Y esta unidad precisamente es lo que va estando cada vez más sometido a duda y crítica. Lo cual pone nuevamente de manifiesto que la crítica, aparentemente superficial, que se hace a la Iglesia como institución, en realidad le alcanza en su función primaria y en lo que ella fundamentalmente pretende y entiende de sí misma. Para caer en la cuenta del alcance de estas críticas, hemos de pensar que la palabra "sentido" hace referencia a posibilidades de actuación que encierran una significación vital: hablamos de si tiene o no sentido aprender un oficio, comprometerse políticamente, llevar a cabo una planificación familiar, etc; con ello se hace referencia implícita a un entramado de significación del mundo en que vivimos. Desde ese entramado, desde la estructura de sentido de nuestro mundo, es como juzgamos cada actuación vital concreta, indagando sus posibilidades con respecto a nosotros. Y por tanto, esa referencia a una estructura de sentido tiene que ver con lo que llamamos "fe": creemos que tiene sentido comprometerse políticamente. No se puede pens ar la fe ni el sentido como independientes de nuestra vida concreta. Sólo aparece como pleno de sentido lo que experimentamos como provechoso para nuestra vida, cualquiera que sea el modo de entender el "provecho".

WALTER WEYMANN-WEYHE Malestar ante la institución Hay que tener en cuenta, pues, dos elementos importantes del problema: la ineludible implicación mutua de sentido y vida, y la referencia del sentido a contextos de actuación. El sentido no es un hecho en sí, sino que viene realizado o frustrado por la existencia humana. Y la existencia humana lo realiza en una doble dimensión. Por una parte, en relación con el entorno de la naturaleza material, que antaño tenía una gran preponderancia. El creciente dominio de la naturaleza y la progresiva estructuración social ha ido inclinando la balanza hacia la segunda dimensión, la relación con los demás hombres y con la sociedad en su conjunto. Pero ahora vamos entrando en una nueva fase en que vuelve a cobrar una importancia inestimable la relación con el medio ambiente, mientras sigue también en aumento la problematización de nuestra existencia sociopolítica. Y en esta situación crítica es cuando se dirige a la Iglesia, cada vez con mayor frecuencia, el reproche de que ya no significa nada para nuestra vida, de que ya no tiene sentido comprometerse en y para ella. Quizá con esto se expresa sólo vagamente un malestar muy difundido, que las mismas personas distanciadas serían incapaces de precisar. Una comparación puede aclararnos los motivos de esa crítica: toda la estructura educativa, desde la guardería a la universidad, es sin duda una institución de nuestra sociedad muy problematizada y sacudida por las crisis. Pero no podemos imaginarla lejos de nuestra vida. Tanto la vida individual como el funcionamiento de la sociedad están íntimamente vinculadas a esa institución. No se puede afirmar lo mismo de la institución eclesial. No siempre ha ocurrido así. Hasta finales de la Edad Media, la Iglesia fue una institución vital para la sociedad, sobre todo en orden a dar sentido a sus sistemas sociales, económicos y políticos, y a legitimar sus estructuras de dominio. Resultaría demasiado fácil explicarlo recurriendo al poder que tenía entonces la Iglesia. El poder sólo puede mantenerse a la larga como una fuerza, por todos reconocida, que proporciona y conserva el sentido. Ello plantea pues la posibilidad de conservación o pérdida de esa fuerza, manantial de sentido; una fuerza que históricamente ha ido cada vez menguando más en la Iglesia. Responsable de esta dinámica es un proceso evolutivo de diferenciación en las sociedades europeas. El dominio científico-técnico de la naturaleza, la especialización del trabajo, la diferenciación de las estructuras profesionales y sociales han llevado inevitablemente a un cambio decisivo de las estruc turas de sentido de nuestra vida. Las condiciones concretas de la existencia cotidiana actual no se pueden comparar a las de hace un milenio. Por ejemplo, a la hora de elegir pareja, de plantearse el matrimonio, la sexualidad y la familia, se parte de estructuras de sentido previamente dadas, que llevan a comportamientos y expectativas completamente distintos.

Procesos de la conciencia Esto significa que en los procesos históricos aludidos ha cambiado la conciencia del hombre, es decir, la relación activa de un ser inteligente, que se sabe y se quiere como un "yo", con la realidad fuera de él; la forma en que la realidad nos aparece como ordenada, se nos vuelve perceptible y cognoscible. Todo lo que sea percibir, conocer y ordenar está sometido ya siempre a unos determinados criterios selectivos, basados en

WALTER WEYMANN-WEYHE una estructura válida de sentido. Es difícil pensar en hacer creer hoy a una persona de nuestra civilización que la luna es una diosa, la tierra un disco plano y la serpiente un animal sagrado. Nuestra conciencia opera con un modelo racional, para el que no tienen ya sentido alguno esos símbolos míticos arcaicos dentro de una perspectiva científica; por eso han perdido su valor informativo.

Criterios de enjuiciamiento La conciencia no es cuestión meramente subjetiva, sino producto de largos y complejos procesos. Ese lento crecimiento le proporciona núcleos naturales de estabilización, en forma de estructuras mentales y lingüísticas, valoraciones y esquemas de enjuiciamiento. Para cuando llegamos a tomar conciencia de nosotros mismos y de la realidad en torno nuestro, hemos mamado ya determinadas formas de comportamiento, de diferenciar y valorar. Por de pronto estamos abocados a aprender la lengua de nuestros padres y las estructuras mentales explícitas en ella; sólo más tarde toparemos con otras formas de vida, otros métodos de conocimiento y criterios de valoración. Nuestra conciencia irá cambiando con tales encuentros, se irá ampliando y diferenciando; pero será muy raro que llegue a saltar el marco de la concreta tradición cultural en que hunde sus raíces. Esto tiene gran importancia a la hora de plantearse los criterios válidos para enjuiciar hechos y normas. Si los hombres pueden juzgar el mismo objeto de modo tan distinto, que unas veces consideran a la luna como una diosa y otras como un satélite de la tierra, es que tiene que haber algún motivo. Los métodos de conocimiento que hemos desarrollado han llevado a unos criterios de conocimiento distintos. Si alguien pretende hoy hablarnos de cosas de la na turaleza, ha de contar de antemano con que le exijamos una fundamentación empírica; en caso contrario, le tomaremos por un loco o un poeta. Y si es un poeta, ya no esperamos de él datos empíricos sobre la naturaleza, sino, por ejemplo, modelos vitales de tipo estético, moral o político. Esperamos, por tanto, que se diferencien determinados aspectos temáticos y se observen los correspondientes criterios de enjuiciamiento. A ello va unido un modo de hablar adecuado, que a su vez repercute en las leyes del pensamiento y del juicio vigentes en cada circunstancia. De ordinario, tenemos hoy nuestra conciencia dispuesta de manera que en la cuestión decisiva de la verdad no abandonamos el ámbito del pensamiento y del lenguaje para remitirnos a cierto plano previo del ser. El foro de la verdad no se halla para nosotros antes del mundo y de la historia, en un orden primordial mítico, sino que está en este mundo. Por eso las personas de nuestra sociedad suelen esperar para las afirmaciones científicas una fundamentación suficiente, y para las exigencias normativas una justificación comprensible; en caso contrario, se niegan a reconocerles vigencia. Este requisito de fundamentación y justificación está ya tan asimilado por nuestra conciencia, que podemos hablar de su institucionalización.

WALTER WEYMANN-WEYHE Dos modelos de legitimación Naturalmente una conciencia así institucionalizada se hará una idea precisa de lo que son y han de ser las instituciones de nuestra sociedad. Y aquí aparece el punto crítico en que se manifiesta una diferencia irreconciliable en cómo se entienden a sí mismas la institución Iglesia y las restantes instituciones de nuestra sociedad. Esta diferencia la vemos plasmada en las definiciones del concepto "institución" que dan dos léxicos diversos. En un famoso léxico teológico parece darse una precisa descripción jurídico-canónica de la institución como "trasmisión de un ministerio eclesial por un superior eclesiástico". Pero el problema de fondo aparece un poco más adelante, al intentar rechazar la acusación de que la Iglesia ha caído en un institucionalismo que mata el espíritu: se concede que en la práctica quizá se repita este caso, pero en definitiva se considera como un reproche injustificado. Pues la voluntad salvífica de Dios hace "que las instituciones por él fundadas sean realmente lo que por sí solas no podrían ser a la larga: poderes al servicio de la salvación humana, la cual no es ya institución, sino inmediatez con Dios". Esta alusión a la voluntad salvífica de Dios no supone fundamentación alguna para la actual teoría de la ciencia, sino simplemente una fórmula de legitimación, que sólo significa algo para los hombres que ya de antemano la han aceptado en la fe. Y una vez aceptada, queda legitimada en cualquier caso por derecho divino la "sucesión en el ministerio", que no por casualidad juega un papel tan central en la Iglesia. Todos los problemas subsiguientes son totalmente secundarios, al quedar insertos en el plano de lo puramente humano. Se pone así de manifiesto una estructura de sentido que legitima de antemano la actuación de la institución eclesial, pese a todas las debilidades humanas. El motivo de legitimación se halla fundamentalmente al margen de toda posible interpelación crítica, al no encontrarse dentro de la institución, sino fuera de ella. Pero este tipo de legitimación colisiona con toda la conciencia social de hoy. Muy distinta es la manera de describir la función de las instituciones en un léxico de sociología. Según él, las instituciones primero ordenan "el entramado de relaciones y roles sociales"; segunda regulan "la coordinación de las posiciones de poder y el reparto de las recompensas sociales"; tercero representan "el contexto de sentido del sistema social". Esta tercera función es importante para nuestro tema: las instituciones representan, y representan no algo así como una totalidad de sentido fuera del sistema social, sino el contexto de sentido del sistema social, producto -como el propio sistemade procesos sociales. Por tanto una institución no puede buscar fuera de sí misma la legitimación de su actuar. El comunicar y conservar sentido es una de sus tareas centrales; de su cumplimiento depende exclusivamente su legitimación. En resumen: todas las instituciones sociales han de legitimarse por su provecho para la sociedad. Este es el criterio principal con que la sociedad juzga a las instituciones, incluida la Iglesia. Simplificando, a la mayoría de los hombres no les interesa tanto si la voluntad salvífica de Dios cuidará al final de que la institución eclesial no caiga en un institucionalismo. Sí les interesa lo que hace realmente, el sentido que trata de comunicar y conservar en nuestra vida cotidiana, su comportamiento en las luchas políticas y económicas, su manera de tratar los conflictos sociales y sus propios

WALTER WEYMANN-WEYHE conflictos internos. No se acepta sin más una pretensión de legitimidad, sino que hay que fundamentarla y justificarla en la práctica.

La estructura organizativa Todas las instituciones de tipo corporativo surgen de un proceso de fundación: un grupo de personas, con una idea común de crear una obra o realizar un objetivo humano, se reúnen a fin de actuar en común. Esta actuación común requiere una organización adecuada, en que estén reguladas las competencias, atribuciones y responsabilidades. Aunque no todos los miembros puedan haber participado en el proceso de la formación, son ellos los que legitiman el acto de fundación con una cierta declaración de pertenencia común. Pero esta legitimación no sucede de una vez por todas, sino que es también algo a institucionalizar corno un requisito permanente. Por ello, las instituciones sólo están legitimadas en tanto no dejen romper su conexión con la base. Esta exigencia pone a la larga a toda institución en una situación crítica. Por su propia naturaleza, la institución está enfocada a un orden duradero, a la estabilización de las condiciones sociales. Pero esa intención de permanencia viene continuamente perturbada por la conexión con los procesos de conciencia y de voluntad de la base. Perturbación inevitable, pues los procesos concretos de la vida cotidiana se manifiestan inestables y cambiantes, pero a la vez en su inestabilidad se patentizan como realidades sociales ineludibles. Esta es la paradójica tarea de las instituciones: construir en esa base inestable núcleos estables, que posibiliten a la larga ordenamientos seguros; pero teniendo, al mismo tiempo, que buscar la legitimación de su actuación y de su vigencia en su conexión con la base. De aquí que ante esta dificultad las instituciones tiendan a no basar su legitimidad en las realidades sociales primarias, sino a prescindir de ellas, idealizándolas de algún modo. Surgen así modelos de legitimación ideológica de diverso cuño, todos ellos orientados a reducir o incluso impedir el cuestionamiento crítico de su vigencia. A este modelo ha recurrido la Iglesia- institución en largas etapas de su historia, y a él parece querer retornar actualmente.

Necesidad vital de información Todo sistema cerrado está abocado a la muerte. Si son capaces de pervivir es porque de hecho nunca se logra cerrar por completo un sistema social. Para indagar, pues, los procesos de vida y de mutación de ese sistema, habrá que buscar sus zonas permeables. Así, por ejemplo, la vida de las Iglesias cristianas no sería pensable sin la historia de los "herejes", que han actuado y actúan como catalizadores importantes de los procesos vitales religiosos, al hacer saltar continuamente la cerrazón del sistema. Pues los sistemas cerrados se desconectan de toda información. Y ello significa estar desconectados de la vida, ya que la vida en forma de conciencia está ligada a informaciones, es decir, a determinados modos de elaborar conscientemente la realidad exterior a nosotros. Igual que la asimilación de alimentos sigue ciertos mecanismos selectivos del organismo, en la conciencia las noticias del mundo exterior son distinguidas, interpretadas y valoradas según ciertas reglas de selección, quedando asimiladas como informaciones importantes. Las informaciones son pues producto de procesos vitales elementales de la sociedad. Surgen en las zonas de contacto con el

WALTER WEYMANN-WEYHE mundo exterior, en las que la vida humana está expuesta de modo inmediato a las condiciones de su existencia. Ni la forma de asimilar, ni las reglas de selección, ni la fuerza y matización con que se elabora esa información son magnitudes estables. De aquí la necesidad de estructuras y reglas de procedimiento para que los procesos vitales no se vuelvan caóticos; para toda sociedad son indispensables unos ordenamientos institucionalizados. Pero su capacidad de vida sólo persistirá si hay un continuo flujo de información desde la base, desde la existencia cotidiana, a la cúspide organizativa de una institución, sin que se vea perturbado, interrumpido o incluso bloqueado por las directrices que circulan en dirección opuesta. Tales directrices son sin duda tan necesarias en una sociedad como las informaciones, pero sólo cumplirán una función plena de sentido en tanto sean producto de la elaboración plástica de informaciones. A muchas instituciones, y en especial a la institución Iglesia, se les hace difícil caer en la cuenta adecuadamente de este trasfondo. Fuertemente lastrada por una herencia histórica de tradición cultural, la Iglesia ha caído hoy en una crisis difícilmente exagerable. Su intento de salir al paso de esa crisis, a base de medidas administrativas, revela todo el abismo de su perplejidad. Pese a la importancia instrumental que tienen, hay una única función decisiva que tanto organizaciones como administraciones no pueden llevar a cabo: la de proporcionar y conservar el sentido. Tradujo y condens ó: ÁLVARO ALEMANY

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