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La ruta de la casbas MARRUECOS
Al Sur del Atlas
la ruta de las casbas
Al sur del Gran Atlas marroquí, en la región presahárica, algunas corrientes de agua procedentes de las nevadas cumbres se adentran en lo que sin ellas sería un desierto absoluto y dan lugar a un considerable número de oasis, en los que hallamos abundantes cultivos, población sedentaria y un rico patrimonio arquitectónico de tierra cruda. Esta zona, de un extraordinario interés para el viajero, se conoce popularmente como la Ruta de las Casbas.
Dejando atrás la planicie donde se asienta la mítica y bulliciosa Marrakech, la carretera del Tizi n’tichka penetra en los contrafuertes del Gran Atlas y los bosques de coníferas que vemos al principio dejan paso bien pronto a un terreno árido, rocoso, imponente. La escasa vegetación, compuesta básicamente por cultivos de gramíneas y árboles frutales, se concentra ahora en el fondo de los profundos valles, que parecen serpientes verdes reptando por un descomunal terrario gris. Este tipo de paisaje, cada vez mejor definida a medida que nos adentramos en las montañas y especialmente cuando pasamos a su vertiente sur, constituye la característica primordial de la Ruta de las Casbas. Es en los flancos de estos valles, justo en los límites de la franja verde, donde se concentran la vida humana, las poblaciones y, por consiguiente, las impresionantes fortalezas de tierra cruda que nos recuerdan la turbulenta historia de la región.
Apenas hemos atravesado el puerto de Tichka, una línea de asfalto estrecha y llena de curvas nos permite desviarnos hacia Telouet, donde se alza la mayor y más ostentosa de todas las alcazabas, cuna de la poderosa familia El Glaui que llegó a dominar prácticamente todo el sur durante la primera mitad del siglo XX. - Ésta es la mejor casba –nos asegura el vigilante, mientras nos muestra la única sala que se conserva más o menos en pie entre el amasijo de ruinas en que se ha convertido el conjunto-. Habiendo visto ésta, es como si ustedes las hubiesen visitado todas. Pero no es cierto. Los palacetes de la familia el Glaui son sólo una variante moderna de la arquitectura tradicional de los valles presaháricos, una adaptación de las construcciones locales a los cánones artísticos de Marrakech. Los mosaicos de pequeños azulejos artesanales y los mocárabes de yeso esculpido que hemos observado enccse repetirán en muy pocos edificios a lo largo de la ruta. Nuestra segunda parada, de vuelta ya a la carretera principal, tiene por objeto visitar un granero colectivo fortificado en el que los habitantes de varias aldeas depositaban sus cosechas: Ighrem n’Ougoudal. Parcialmente destruido por las lluvias y el abandono en 1993, fue restaurado con fondos
del Ministerio de Cultura y ahora los viajeros podemos acceder a su interior si lo solicitamos en el caidat. Vale la pena: los departamentos donde las diferentes familias almacenaban el grano se distribuyen a varios niveles en torno a un pequeño patio, con el techo sostenido por cuatro robustos troncos de tuya que dan al conjunto un aire fantástico. Su austeridad y su carácter absolutamente rústico nos ofrecen un radical contraste con la finura de Telouet.
Granero colectivo fortificado - Ighrem n’Ougoudal
Foto Roger Mimó
Bastante más lejos, un nuevo desvío asfaltado nos conduce al famoso Ait Ben Haddou, pueblecito de tierra cruda clasificado Patrimonio Mundial por la UNESCO y utilizado con frecuencia como escenario por el séptimo arte.
Ait Ben Haddou
Vistas Ait Ben Hddou
Lo llaman también “la casba”, si bien el uso de dicho término es abusivo. En el sur de Marruecos la palabra “casba” se aplica con propiedad a un solo edificio fortificado, con torres en los cuatro ángulos, mientras una localidad entera rodeada por una muralla, como es Ait Ben Haddou, se llama concretamente ksar. De hecho, en el interior de este ksar se levantan media docena de casbas, algunas de ellas muy bien conservadas gracias a la intervención pública internacional, mientras el resto de los habitáculos está mayoritariamente en ruinas: ni la clasificación de la UNESCO, ni el cine, ni la gran afluencia cotidiana de turistas han servido para salvaguardar el monumento ante el abandono por parte de sus habitantes, quienes se han trasladado al otro lado del río buscando la comodidad de vivir junto a la carretera.
Interiores del Ksar
En el centro de la moderna Ouarzazate visitamos la casba de Taourirt, otro palacete fortificado de la familia El Glaui, con la misma influencia urbana que habíamos observado en Telouet pero algo más discreto. Es enorme y en la planta baja incluye una sala donde se hacen exposiciones temporales. Así mismo, la parte de atrás, lo que era el antiguo palacio de justicia, está ocupada por un organismo dependiente del Ministerio de Cultura y dedicado precisamente a la protección del patrimonio arquitectónico del Sur, el CERKAS.
Casba Taourirt
Ouarzazate
Granero colectivo fortificado - Ighrem n’Ougoudal
Interiores del palacete
Foto Roger Mimó
Foto Roger Mino
Amedrhidil
Foto Roger Mimó
Foto Roger Mimó
Ben Moro
Acabamos la etapa en el oasis de Skoura, donde la casba Ben Moro nos ofrece un alojamiento confortable y tradicional a un tiempo, lejos de los grandes complejos turísticos de Ouarzazate. El edificio puede tener unos doscientos años según su dueño y ha sido rehabilitado hace una década, evitando que se convirtiera en un cúmulo de ruinas como se han convertido tantas otras casbas esparcidas por este palmeral. Aunque también hay algunas bien conservadas, por ejemplo la de Amerhidil, que se halla a unos diez minutos andando y, además de una riquísima ornamentación, tiene una suerte de pequeño museo en un anexo.
Dejando Skoura, nos adentramos en una meseta árida y pedregosa, con el Gran Atlas a un lado y la cadena del Jebel Saghro al otro, hasta encontrar de nuevo el verdor en los valles de los ríos Mgoun y Dadès. Pero ya no hay palmeras, incapaces de sobrevivir en un clima tan frío, sino almendros, olivos y numerosos álamos, utilizados estos últimos como vigas en las construcciones de tapial. Entre las numerosas casbas que se alzan a uno y otro lado de la carretera en este tramo, nos detenemos en la de Ait Kasi, un poco más allá de Souk El Khemis, atraídos por un letrero que anuncia “museo de arte beréber”.
Interior de uno de los museos que podemos visitar a lo largo de la ruta
En realidad, el museo se limita a una sala de la planta baja donde han sido agrupados algunos objetos más o menos antiguos, parecidos a los que habíamos visto ya en Amerhidil, pero el trato amable y familiar que nos dispensa el dueño de la casa nos hace sentir tan a gusto que nos alegramos francamente de nuestra elección. Después de ofrecernos el té en un salón del segundo piso, Ahmed nos muestra el resto del edificio, construido hacia 1950 y en el que han habilitado algunas habitaciones para viajeros en plan rústico y sencillo.
Valle del Dades
Formaciones calcareas del ato Dades
Llegando a Boumalne, nos adentramos en el alto valle del Dadès para ir a visitar las gargantas del mismo nombre. Antes de alcanzar el impresionante desfiladero divisamos algunas de las casbas más hermosas de este recorrido, como las tres que hay en un pueblecito llamado Ait Larbi. Su decoración es de una extremada finura y su imagen de conjunto, con el río delante y las escarpadas montañas al fondo, resulta la mar de atractiva, si bien se hallan en un estado de conservación deplorable.
De regreso a la ruta principal, atravesamos durante cincuenta kilómetros la llanura desértica que separa las cuencas del Dadès y del Todra. En mitad de este recorrido, sin embargo, aparece un pueblo rodeado de olivos en el que también hay unas cuantas casbas: Imiter. Como ninguna de estas últimas parece abierta al público, nos limitamos a verlas por fuera, con sus variadas formas y ornamentación. Luego continuamos el camino hasta Tinghir, donde nos espera el hotel Tomboctou. En este caso se trata de una hermosa casba levantada hacia 1945 por un jefe local, el Shij Bassú, y transformada en alojamiento turístico medio siglo más tarde.
Morabito Agurram N’Tamasint (Todra)
Valle del Todra
La siguiente jornada la dedicamos por entero al valle del Todra, que ofrece los más variados puntos de interés. Empezamos con una excursión matutina a las famosas gargantas del Todra, antes de que empiecen a llegar los autocares abarrotados de turistas. Con sus trescientos metros de desnivel, este desfiladero constituye un verdadero paraíso para los amantes de la escalada y uno de los rincones más conocidos del sur marroquí para el público en general. De allí regresamos poco a poco hacia Tinghir, haciendo de paso varias incursiones en el interior del frondoso palmeral encajonado dentro de un amplio barranco, en los bordes del cual se yerguen espléndidos ksur (plural de ksar) y casbas de tierra. Lástima que las nuevas construcciones de cemento, obra de emigrantes ansiosos por demostrar con un estilo arquitectónico diferente su triunfo en el extranjero, rompan un poco la estética del paisaje.
Gargantas del Todra Foto Roger Mimó
Mezquita Ikelane
De nuevo en Tinghir, un agradable paseo entre los campos de cultivo nos conduce al ksar Afanour, en la orilla opuesta del río. Allí descubrimos la mezquita Ikelane, abierta a la visita tras la restauración de que ha sido objeto en 2007 con la ayuda de un grupo de arquitectos catalanes. No sólo es una de las pocas mezquitas marroquíes a las que puede acceder el no musulmán, sino también una de las más espectaculares del sur por su estructura y su decoración. El vigilante nos muestra la sala de abluciones con su pozo y su caldero para calentar el agua; la sala de oración con su mihrab que indica la dirección de La Meca; una azote con fantásticas vistas sobre el palmeral, y los cuartos donde se alojaban los estudiantes, ya que el edificio hacía también funciones de universidad coránica. Finalmente subimos a la colina donde se hallan las ruinas de la casba de El Glaui, auténtico laberinto de salas y corredores con techos hundidos en que se ha convertido, en medio siglo de abandono, la inexpugnable fortaleza. Se nos encoge el corazón al comprobar cual es el fatal destino de tan altivo edificio, pero la vista que obtenemos desde allí a la puesta de sol, con todo el valle a nuestros pies, sigue siendo principesca. Foto Roger Mimó
A la mañana siguiente salimos hacia el este, pero no por la carretera de Errachidia sino por una secundaria que da un rodeo por diferentes pueblos del oasis, entre ellos El Hart n’Iaamine, donde un breve desvío por pista nos permite visitar los talleres de los alfareros, muy activos aún hoy en día. Luego salimos de nuevo a la ruta principal, que nos conduce a Tinejdad y más concretamente al ksar El Khorbat, final de esta etapa que ha sido breve pero intensa.
Alfarero de El Hart n’Iaamine Foto Roger Mimó
Ksar El Khorbat
Dentro del ksar El Khorbat se han transformado cuatro viviendas del siglo XIX en alojamiento de viajeros, ofreciendo un confort absoluto y manteniendo al mismo tiempo tanto la estructura como los materiales de origen. Además, el pueblo ha sido recientemente dotado de una red de saneamiento gracias a la colaboración del Colegio de Aparejadores de Barcelona y se han enlosado sus oscuras y misteriosas callejuelas, con lo cual se trata de facilitar la permanencia de la población local y, en consecuencia, el mantenimiento del conjunto arquitectónico, pues casi la mitad de sus ciento cincuenta casas están aún habitadas. Dedicamos la tarde a visitar el propio ksar, de curiosa estructura rectilínea; el palmeral que lo rodea; los locales de la asociación AEDI, en los que las mujeres del pueblo llevan a cabo diferentes labores artesanales, y, por último, el Museo de los Oasis, que ocupa otras tres moradas decimonónicas dentro de la muralla. Éste sí que es un verdadero museo, con una veintena de salas en las que se explican de una forma muy didáctica los diferentes aspectos de la vida tradicional en la región, desde las labores agrícolas que constituían la base de su economía hasta las prácticas religiosas de musulmanes y judíos. Interiores El Khorbat
Merzouga
Otra jornada con más detenciones que kilómetros nos conduce a las dunas de Merzouga, que materializan la idea típica del desierto y conservan su belleza y su encanto a pesar de la incipiente masificación turística de que son objeto. Pero antes de llegar allí paramos a ver las jetaras o canales subterráneos de Jorf; el bullicioso y colorido zoco de Rissani; el palacio de El Fida, construido por los Alauitas en el siglo XIX y ahora transformado en museo, y algunos otros ksur –ya que aquí no hay verdaderas casbas- esparcidos por el inmenso palmeral del y mayoritariamente habitados todavía.
A partir de aquí el viaje se acelera un poco, pues la carretera que nos conduce al valle del Draâ por Alnif y Tazzarine atraviesa un paisaje desértico, muy pintoresco pero en el que hay pocos puntos donde pararse. Siendo la población del área mayoritariamente nómada, sólo encontramos una gran concentración de casbas en Nkob, donde una de ellas, transformada en hotel, nos servirá para pasar la noche. Durante la jornada, sin embargo, nuestra atención se concentra en los diferentes yacimientos de grabados rupestres y sobre todo en el de Ait Ouazik, al que nos conduce una breve pista pedregosa. Estos grabados representan animales y escenas de caza, lo que los sitúa en una época muy antigua, probablemente a principios del neolítico.
Grabados rupestres en Ait Ouazik
Foto Roger Mimó
Tamnougalt
Foto Roger Mimó
A primera hora de la mañana alcanzamos el valle del Draâ, una explosión de verdor y de vida que merecería por sí sola un viaje específico, para descubrir sus múltiples casbas y ksur, para contemplar a la puesta de sol sus maravillosos paisajes o para efectuar alguno de los recorridos en dromedario que proponen todos los hoteles por la zona de Mhamid. Lamentablemente, nuestro tiempo disponible toca a su fin, por lo que nos contentamos con un bello recorrido de treinta kilómetros remontando el valle hasta Agdz; con una visita del ksar Tamnougalt, sin duda uno de los más interesantes tanto por su historia como por su arquitectura, y con una excursión a Tasla para ver una casa señorial transformada en museo, excelente iniciativa con la que ponemos fin a nuestro itinerario por la Ruta de las Casbas, antes de emprender el regreso hacia el norte.
Nuestro especial agradecimiento al Museo de los Oasis y alojamiento en el interior del ksar El Khorbat, en el bajo valle del Todra, sur de Marruecos. www.elkhorbat.com
Fotografia:
Jesus Lopez
Texto:
Roger Mimó
Diseño:
Pedro Laguna