LA SANTA MISA ES TAMBIÉN UNA TEOFANÍA
Por tanto no hay en los acontecimientos humanos un acto más grande y solemne que la santa Misa: si pusieran ante nuestros ojos los grandes logros humanos juntos y hasta lo más grande imaginado, no valdrían lo que vale una sola Misa. La santa Misa es un Memorial especial, es decir, no sólo se recuerda el sacrificio redentor de la Segunda Persona de la Trinidad, sino que dicho sacrificio se actualiza, o sea, se lleva nuevamente a cabo en cada celebración, de manera incruenta: en cada Eucaristía vuelve a suceder todo el Misterio Pascual, desde el Nacimiento de Cristo, su vida, obra y enseñanza, la institución de los Sacramentos (sobre todo el del Bautismo, Eucaristía y Orden Sacerdotal), su pasión, crucifixión, muerte y resurrección.
1. Queridos hermanos que aman, respetan y admiran la Santa Misa católica. También llamada “Sacrificio de la Misa” o “Santa Eucaristía”: la santa Misa es Sacrificio, Memorial y Banquete. Sacrificio (del latín sacro: sagrado y fàcere: hacer) significa: hacer sagrado algo. En la santa Misa ese “algo” es Cristo y la humanidad que Él asume, o sea, el sacerdote, tú y yo… y todos los demás miembros del género humano, y en el hombre también toda criatura. Es decir en la santa Misa se hace sagrado, se sacraliza toda la Creación, gracias al sacrificio del Verbo Eterno, el Hijo de Dios.
En el Sacrificio de la Misa, se realiza todo el Misterio de Cristo de manera concentrada, pura y eficaz. Cada Misa es nueva, o sea, se da como si nunca hubiese existido una y como si fuera la última. En cada Misa se suspende el tiempo y se abre una dimensión sagrada donde el cielo se toca con la tierra, en donde lo finito se hace infinito, donde lo pasajero se hace eterno y donde el hombre se santifica. Quien asiste a la santa Misa de manera atenta, respetuosa y ferviente, se sacraliza, es decir, es participado de la realidad divina y eterna, en el grado en que su intención, buena voluntad, amor y entrega se lo permiten. Si una sola gota de sangre del Redentor basta y sobra para limpiar y salvar toda la Creación, entonces una santa Misa también es suficiente como para que la Creación haya tenido sentido y significado para Dios. La Misa es también Banquete, no sólo porque nos alimentamos de la palabra de Dios y del cuerpo y sangre de Cristo, si no porque ella significa la invitación y la realización del “Banquete de bodas del
Cordero”. Y quienes están preparados se integran a los Esponsales Místicos entre Jesús, el Cordero de Dios, y su Esposa María Santísima y la santa Iglesia (el Cuerpo Místico de Cristo). 2. La finalidad de la santa Misa es Alabar, Dar Gracias, Pedir Perdón y Pedir Ayuda a Dios. Y asistimos a ella para participar en el Misterio de la Obra de Dios, tanto de su Obra Creadora, como de su Obra Redentora y de su Obra Santificadora. Cuando vamos por gracia de Dios a una santa Misa, nuestra alma se llena de regocijo, pues la llevamos a nutrirse del alimento divino de la palabra, la oración y de la Eucaristía. Desde que nos disponemos y llegamos al templo nos vamos introduciendo, a la par que a una realidad objetiva a una Realidad sobrenatural, en la que hacemos comunión con el mundo celeste invisible de los ángeles, los santos y los hermanos del Purgatorio. Nos vinculamos de manera eficiente con Dios Trino, con su Reina, María Santísima y con su Reino. ¿Cuándo es que asiste más jubilosa nuestra alma? Cuando hemos cumplido la recomendación de s. Luis María Grigniòn de Monfort que decía: “Que tu día no pase sin víctima ni ofrenda”; es decir, que vayamos a Misa con la conciencia clara de las ofensas que hemos cometido contra Dios, quien siempre es la víctima, y llevemos la ofrenda de un acto de caridad hacia Dios (primeramente) y/o hacia nuestros hermanos, y también la ofrenda, la entrega total, de nosotros mismos. Los actos de caridad más agradables a Dios son aquellos en los que ayunamos de nuestros caprichos, nos quitamos del trono de nuestro ser y nos humillamos ante Él. Y le son muy agradable como ofrenda a ofrecer en la Misa aquellas obras en las que al ofendernos, humillarnos o herirnos un hermano, no respondemos, y antes bien le
perdonamos y le devolvemos un bien; y, aquellas en las que fuimos con Él a socorrer a un prójimo en sus necesidades materiales y espirituales. Pues “La primera misericordia es para con Dios”… y la segunda es para con nuestros hermanos: para con Dios en ellos, y para su alma y sus necesidades materiales. Si llegamos a Misa con el corazón contrito y humillado por saber que hemos pecado y que constantemente pecamos y pedimos perdón a Dios, y llevamos como ofrenda un acto de caridad para con Dios y con nuestros hermanos, entonces nuestro angelito de la guarda radiante de felicidad presenta las ofrendas a Dios con reverencia, a la hora de de ofrecerlos en el transcurso de la santa Misa. 3. Pero, ¿a qué otra cosa debemos ir a la santa Misa? Junto con ir a escuchar la palabra de Dios en la Sagrada Escritura, la cual nutre, limpia y purifica el alma; y junto con escuchar la enseñanza de Cristo a través del sacerdote en la homilía, debemos también preparar todo nuestro ser para que contemple el Misterio Pascual, pidiéndole a Dios que nos despierte los sentidos espirituales para contemplarlo teniendo como fundamento la fe de la santa Iglesia. También debemos aprender a ser testigos de la Resurrección de Cristo, y partícipes de la realización del “Mundo Futuro” en el “Segundo Advenimiento de Cristo” que vendrá para someter todas las cosas al Padre, y surjan “Cielos Nuevos y Tierra Nueva”; y partícipes en el surgimiento de la Jerusalén celestial en la tierra; y, en la participación de “Las Bodas del Cordero”; pues todo esto se hace presente en la santa Misa como un anticipo, debido a la caridad de Dios, para fortalecer nuestra fe y nuestra esperanza. Hablemos un poco de “Ser testigos de la Resurrección de Cristo”, lo cual no sólo es
creer que Él resucitó hace dos milenios y comunicarlo con entusiasmo a los hermanos; sino también contemplar en la Consagración, en la cual por medio de la transubstanciación, que convierte el pan y el vino en el cuerpo y la sangre del Señor, también se produce la Resurrección de manera real y evidente en la fe. Y además, y esto es muy importante, debemos ser testigos de cómo va adquiriendo realidad la Resurrección en nosotros mismos, y cómo se perfecciona en cada santa Misa a la que asistimos: somos testigos de la Resurrección en nosotros y en los demás hermanos en el presente. También debemos ser testigos en nosotros mismos de cómo se va haciendo más y más realidad el asentamiento del Reino de Dios en nuestro interior; cuando vamos siendo más capaces para optar por el bien y para realizarlo, pues con dicho Reino y la presencia del Rey y la Reina, nos vamos asemejando más a Dios. Cada vez somos más hijos de Dios por gracia de su Hijo. Cada vez más el nutriente divino, el Pan bajado del Cielo, que nos nutre en cuerpo y alma, hace que nuestro ser tome las características de su Creador, y de esto debemos ser testigos en el silencio interior, para dar testimonio de ello en la actividad exterior. De aquí que “dar testimonio” no sólo consiste en referir milagros de Dios, sino también ser testigos modestos y discretos de la maravilla de cambio y conversión que hace el Buen Dios en nuestro ser, para que nuestro testimonio externo tenga fundamento. Porque si bien “La palabra mueve y conmueve, pero el ejemplo arrastra”, los actos de caridad hacia Dios y los hermanos transforman. 4. Y ahora mencionamos otro aspecto muy importante de la santa Misa del cual debemos ser copartícipes. Dice Su Santidad Benedicto XVI, en la vigilia de la clausura del Año Sacerdotal:
“El centro de nuestra vida debe ser realmente la celebración cotidiana de la Santa Eucaristía; y aquí son centrales las palabras de la consagración: “Esto es mi cuerpo, esta es mi Sangre”; es decir, hablamos [los sacerdotes] in persona Christi. “Cristo nos permite usar su “yo”, hablamos en el “yo” de Cristo, Cristo nos “atrae hacia sí” y nos permite unirnos, nos une con su “yo”. Y así, a través de esta acción, este hecho de que Él nos “atrae” a sí mismo, de forma que nuestro “yo” queda unido al suyo, realiza la permanencia, la unicidad de su Sacerdocio; así Él es realmente siempre el único Sacerdote, y aún muy presente en el mundo, porque nos “atrae” en sí mismo y así hace presente su misión sacerdotal. “Esto quiere decir que somos atraídos al Dios de Cristo: es esta unión con su “yo” que se realiza en las palabras de la consagración. También en el “yo te absuelvo” –porque ninguno de nosotros podría absolver de los pecados– es el “yo” de Cristo, de Dios, el único que puede absolver.” Queridos hermanos me asombra tanto esta expresión sabia y sintética, mostrada por nuestro Papa de lo que es el sacerdocio y lo que implica, que me parece que no lograría en muchos escritos comunicar aquello que Dios permite intuir. Pero el propósito de esta reflexión es resaltar algo muy importante que de aquí se desprende. ¿Quiénes en la Historia de la Salvación escucharon directamente la Voz de Dios y experimentaron su Presencia? Nuestros primeros padres, Adán y Eva, los cuales le
escucharon en el Jardín del Edén; los santos Patriarcas como Noé y Abraham; los santos Profetas como Moisés y Elías; varios personajes escucharon a Dios a través de su Ángel. Resalta entre todos la relación viva y estrecha de Nuestro Señor con el Padre Eterno. Y también el vínculo de María Santísima y de san José con Él. En los Evangelios se mencionan tres Teofanías, es decir, tres manifestaciones directas de la Santísima Trinidad en las cuales el Padre Eterno es la Voz que muestra a su Hijo. En el Bautismo del Jordán, cuando dice: “Éste es mi Hijo amado en el que tengo mis complacencias” (Mt 3, 17), en el monte Tabor en el episodio de la Transfiguración donde exclama: “Este es mi Hijo amado, en quien me complazco; escuchadle” (Mt 17, 5); y, en Jerusalén poco antes de su Pasión: “Lo he glorificado y de nuevo lo glorificaré” (Jn 12, 28). La primera y la última manifestación fueron ante mucha gente y la de en medio, la del Transfiguración, ante sólo tres discípulos. 5. Pero, ¿qué significa escuchar directamente, sensible y evidentemente al Padre Bueno? ¿Qué significa para cada uno de nosotros que Él nos dijera claramente al oído “te perdono”? Pues dicho acontecimiento sucede efectivamente en la santa Misa y en el sacramento de la Confesión. Nos hace ver Su Santidad Benedicto XVI que es “el Dios de Cristo” con Cristo, con el Espíritu Santo y con el sacerdote quien dice “Éste es mi cuerpo, Ésta es mi Sangre”, pues sólo Dios puede hacer el milagro de cambiar las especies en el cuerpo y la sangre de Cristo. Y en la Confesión también es la Trinidad con el sacerdote quien absuelve, pues sólo Dios puede perdonar los pecados. ¿Qué significa esto? Quiere decir que en la Consagración, cuando el sacerdote dice
“Éste es mi cuerpo…” y “Ésta es mi sangre…”, in persona Christi, o sea, en persona de Cristo, es la Santísima Trinidad unida al Sacerdote quien lo dice y hace, pues tiene el poder de hacer el milagro de la transubstanciación: es Dios Trino presente quien habla de manera sensible, con la voz del sacerdote, y se manifiesta su Presencia ante la Asamblea. Y esto en cada santa Misa: es una Teofanía. 6. ¿Nos gustaría haber estado con Moisés en el monte Sinaí, y en el Jordán con Juan Bautista en el Bautismo de Jesús, y en el monte Tabor con los tres Apóstoles en la Transfiguración, y haber escuchado la Voz poderosa, pero dulce y amorosa de nuestro Dios? Pues algo tanto o más importante sucede en la Consagración, pues ahí además de que se manifiesta la Santísima Trinidad, se hace real y sensible el milagro de que toda la Obra de Dios, con todas sus Misterios, se hace patente. Al presentarse Jesús Eucarístico, Él resume toda la Obra de la Creación, de la Redención y de la Santificación, pues Él es la Revelación y quien revela. Él es el Misterio de Dios. Si se convocara a todo el mundo a un lugar en el cual de manera cierta y sensible Dios se mostrará y hablará, seguramente hasta los medios de comunicación estarían presentes. Tal cosa sucede en la santa Misa, sólo que en el seno de la fe. Las palabras de la Consagración en la Misa, son manifestación real de Dios Trino, por tanto no hay otro evento y momento en toda la historia del hombre que se le pueda comparar, pues engloba todo. ¡Oh!, cuánto nosotros los católicos debemos ir con devoción, expectación e interés a la Misa, y al momento de la Consagración poner tanta atención como si de ello dependiera nuestra vida… Y lo mismo cuando nos confesamos y escuchamos el “Yo te absuelvo”. Pues quien encuentra y escucha a Dios con amor lo hace suyo y se une a Él.
7. Dice el Espíritu Santo a través de nuestro Papa que el sacerdote en la Misa y en la Confesión “usa” el Yo de Cristo, en el cual se manifiestan sus dos naturalezas, la humana y la divina. Este hecho es inconcebible, ¿cómo una criatura puede hacer tal cosa, de tal manera que hasta “obliga” a Dios a hacer el milagro de milagros? Jesús, el Hijo de Dios así lo quiso y dejó tal potestad a su sacerdocio. Por esto es insustituible el sacerdote. Dios puede hablar a través de un ángel o de un hombre, puede hasta hacer milagros por medio de la criatura. Pero que se haga presente por medio de una criatura para ser Él mismo quien realice el milagro, y sea Él mismo el milagro resultante; tal acontecimiento sólo se da en la Consagración en la santa Misa: Dios se recrea a sí mismo en las especies del pan y el vino, a través de un sacerdote. Esto en cada Misa se realiza, a la vista de todos… pero sólo apreciado por quienes tienen fe y aman por sobre todo a Dios. Por lo anterior, y así como le dijo el Profeta Elías a su discípulo Eliseo, cuando iba a ser arrebatado al cielo, que si lo veía se cumpliría la petición de participar de su espíritu; de la misma manera se puede asemejar: quien en la santa Misa pueda ver y escuchar el milagro de milagros que es la Transubstanciación y a Quien lo lleva a cabo en el sacerdote, se convierte en testigo fiel del Misterio Pascual (y por ende de la Resurrección) y de la Teofanía de Dios. Lo cual se debe a que ha sido transformado por dentro y por fuera, por el Brazo Fuerte y amoroso de Dios. Quien percibe el Misterio de la santa Misa de manera sincera es porque contiene en sí mismo al Misterio, porque ver es ser. Pidamos y supliquemos Fe al Señor, pues dice el Magisterio que la fe abre los ojos del corazón. No sólo pidamos que aumente nuestra fe, pues nuestra fe es siempre imperfecta y limitada; pidamos más bien
que aumente la fe que surge de la presencia del Yo de Cristo en nosotros. Pues como dice san Pablo, “la fe es la forma de poseer, ya desde ahora, lo que se espera y de conocer las realidades que no se ven” (Hb 11, 1). La fe lleva al ver, y el ver aumenta la fe que es confianza plena. La transfiguración y la resurrección están al alcance de todos siendo atentos en la santa Misa. ¡Bendito sea Dios!, pues se pone el Misterio al alcance de todos; pero recordemos que Él rechaza al soberbio… Quiera Dios que veamos su paso, su Pascua, al participar de la Misa. Lo cual indica que se acrecienta su presencia y su fe en nosotros, y más se abren los ojos espirituales por gracia, es decir gratuitamente, como regalo. Cada Misa es una oportunidad para que el Señor haga de nosotros su Templo, su Morada Estable y su Sagrario. Cada Misa es una sesión intensiva de restauración y renovación en la cual el Señor esculpe y perfecciona su Imagen en nosotros, si somos “arcilla en su Manos”. La santa Misa es un Misterio. Es la Síntesis de las síntesis, pues engloba todo el Misterio cristiano. Todo el Pueblo de Dios tiene vida por medio de la Misa, lo cual se hace posible al intervenir Dios unido a un sacerdote. Una Misa contiene la Obra completa de Dios, de principio a fin. Hermanos hemos sido convocados a través de la Iglesia para participar de la Santa Eucaristía. Hemos sido invitados a ver y a escuchar a Dios de manera directa en la Consagración y en la Absolución en el seno de la fe de la Iglesia. Pidamos al Padre Bueno la gracia de creer para ver y de ver para creer, para participar siempre de su vida divina creciendo en su seno. Cordialmente JJyM. (
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