LA SANTIFICACION DEL TRABAJO

José Luis Illanes LA SANTIFICACION DEL TRABAJO EL TRABAJO EN LA HISTORIA DE LA ESPIRITUALIDAD Décima Edición revisada y actualizada * INDICE PRÓLOG

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José Luis Illanes

LA SANTIFICACION DEL TRABAJO EL TRABAJO EN LA HISTORIA DE LA ESPIRITUALIDAD Décima Edición revisada y actualizada

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INDICE PRÓLOGO Capítulo I EL TRABAJO, UN TEMA RECUPERADO POR LA TEOLOGÍA ESPIRITUAL Capítulo II EL OPUS DEI Y LA VALORACIÓN DEL TRABAJO Releyendo las Escrituras Trabajo y trabajo profesional Apuntes para un análisis de la actitud ante el trabajo en la historia de la espiritualidad Acercamiento al mundo y ser del mundo Capítulo III TRABAJO, SANTIDAD Y APOSTOLADO EN MEDIO DEL MUNDO Ser del mundo y llamada a la santidad Vocación divina y vocación humana Trabajar, y trabajar bien Contemplativos en medio del mundo Trabajo y apostolado Sembradores de paz y de alegría Capítulo IV A MODO DE EPÍLOGO: HACIA UNA TEOLOGíA DEL TRABAJO 1) Trabajo y construcción del cosmos 2) Trabajo y escatología 3) Trabajo y vivencia teologal del existir 4) Trabajo y esfuerzo o empeño

PRÓLOGO A mediados de 1964 trabajé en la preparación de un ensayo, que se publicó con el título La santificación del trabajo, tema de nuestro tiempo, primero en versión italiana en la revista romana „Studi cattolici“11, y poco después, en castellano -lengua en la que había sido redactado-, en Ediciones Palabra, donde inauguró la serie de los "Cuadernos Palabra"22. El Concilio Vaticano II se encontraba entonces en pleno desarrollo y acababa de ser promulgada la Constitución Lumen gentium, en la que se proclamaban, de manera solemne, la llamada universal a la santidad, la plena participación de los laicos o seglares en la misión de la Iglesia, el valor cristiano de las realidades temporales o terrenas. Al redactar aquellas páginas aspiraba a señalar la concordancia de esas enseñanzas magisteriales con el espíritu que animaba al Opus Dei desde su fundación, en 1928. Deseaba, además, ofrecer algunos datos que contribuyeran a poner de manifiesto el lugar y la trascendencia que cabe atribuir al Opus Dei en la historia de la espiritualidad cristiana, precisamente como consecuencia de su aportación en orden a la valoración de esa realidad, absolutamente capital para nuestro existir en el mundo, que es el trabajo, y más concretamente el trabajo profesional, es decir, el trabajo asumido como condición estable de vida, de la que depende la personal inserción en la sociedad de los hombres3 3. Dos años más tarde, al publicarse la tercera edición, rehíce algunas páginas, con la intención de mencionar algunos textos del Concilio Vaticano II, aprobados en noviembre y diciembre de 1965, y por tanto después del período de la primera redacción, en los que se habían hecho importantes referencias al tema del trabajo: el Decreto Apostolicam actuositatem y la Constitución Gaudium et spes. Se trató, sin embargo, de simples retoques, que no implicaron cambios importantes en el conjunto de la obra, puesto que una tal tarea me pareció entonces innecesaria. No ocurrió lo mismo en 1979, cuando realicé una revisión con vistas a la sexta edición, destinada a publicarse en 1980, ya que, en ese momento, consideré necesario proceder a una verdadera reelaboración. Me impulsaron a ello no solo el transcurso de los años, que implicaban una ampliación de las perspectivas, sino también, y especialmente, algunos acontecimientos de singular importancia en relación con el tema objeto de estudio: el fallecimiento del Fundador del Opus Dei, ocurrido el 26 de junio de 1975, y la posibilidad de disponer de fuentes nuevas, ya que, entre una y otra fecha (1965 y 1979), se habían publicado diversos escritos suyos. Cuando redacté la primera versión de este ensayo, me basé, fundamentalmente, en el más conocido de los libros del Beato Josemaría Escrivá, Camino, y en algunos textos provenientes de sus Cartas, su catequesis y su predicación, que pude consultar. Entre 1966 y 1968, el Fundador del Opus Dei concedió a diversos periodistas europeos y americanos algunas entrevistas, que luego se recogieron en un volumen: Conversaciones con Mons. Escrivá de Balaguer (1a edición, 1968). A partir también de esos años, empezó a preparar para su publicación algunas de las numerosas homilías que había predicado a lo largo de sus intensos años de actividad sacerdotal; como fruto de ese trabajo, se publicaron un total de 39 homilías, la mayoría de ellas recogidas en dos volúmenes: Es Cristo que pasa (1a edición, 1973) y Amigos de Dios (1a edición, 1977). Ese amplio material invitaba a reemprender la tarea que había realizado catorce años antes. Afrontar ese reto de forma radical, reflejando toda la multitud de ideas, datos y matices que ofrecían las nuevas publicaciones a las que acabo de hacer referencia, hubiera supuesto prescindir por entero del ensayo primitivo y lanzarse a preparar un libro totalmente nuevo. Durante algún tiempo me tentó ese pensamiento, pero acabé, no obstante, siguiendo otro camino, ya que consideré plenamente válido el ensayo de 1965 y me pareció que merecía la pena conservarlo. Me limite, pues, a completarlo y a ampliarlo, inclu-

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so con cierta extensión, pero manteniendo intactas no solo las líneas de fondo, sino el enfoque y la estructura. Así lo señalé en el prólogo, fechado el 8 de diciembre de 1979, que preparé para la sexta edición, a partir de la cual decidí modificar el título para acortarlo y subrayar más lo substantivo y menos lo cronológico, llegando así al actual: La santificación del trabajo44. En octubre de 1999 recibí una carta de Ediciones Palabra en la que se me animaba a revisar el libro, para proceder a una nueva edición revisada. Volví a experimentar los mismos sentimientos que veinte años antes, agudizados por el acumularse de los años y de los sucesos, algunos de especial significación, de entre los que destaco tres: la publicación por Juan Pablo II el 14 de septiembre de 1981 de la Encíclica Laborem exercens, sin duda alguna el documento pontificio más importante en relación con el trabajo y su significación teológica y espiritual; la erección en 1982 del Opus Dei en Prelatura personal, completando así un proceso que, situado a nivel jurídico, presuponía, no obstante, un amplio trasfondo teológico; la Beatificación el 17 de mayo de 1992 de Josemaría Escrivá de Balaguer, con cuanto desde una perspectiva eclesial y espiritual implica un acontecimiento de ese tipo. No obstante, después de pensarlo detenidamente, me volví a reiterar en la decisión tomada dos décadas antes: revisar el texto de 1965, pero respetando no solo el esquema original -un capítulo primero de carácter introductorio, seguido de otros dos, más amplios, destinados a ofrecer una descripción de las líneas básicas del mensaje del Fundador del Opus Dei respecto a la santificación del trabajo-, sino también el tenor general de la obra. Y, en consecuencia, introducir algunos retoques y ampliaciones también por lo que se refiere a la bibliografía-, pero sin pretender recoger ni la investigación de fuentes ni los desarrollos especulativos acontecidos con posterioridad. En suma, decidí proceder no a una reelaboración, sino a una revisión. Tal es, pues, el libro que ahora se publica. Al redactar el prólogo para la sexta edición, señalé que tenía la satisfacción de escribirlo en 1979, entre los cincuentenarios de dos fechas fundacionales del Opus Dei: el 2 de octubre de 1928, en el que el Beato Josemaría Escrivá vio con claridad la empresa fundacional -la promoción de la santidad en medio del mundo- a que Dios lo llamaba, y el 14 de febrero de 1930, en el que esa compresión fue completada al percibir que el fenómeno pastoral e institucional del Opus Dei debía estar abierto, en unidad de espíritu, no solo a varones, sino también a mujeres. También ahora, de cara a esta edición, me es dado evocar una efemérides que merece ser expresamente señalada: la celebración, dentro de pocos meses, el 9 de enero del 2002, del primer centenario del nacimiento del Beato Josemaría Escrivá. Sirva, pues, este libro de homenaje a su figura y de contribución -así lo espero- a la difusión del mensaje que Dios le confió. Pamplona, 19 de marzo del 2001 Festividad de San José

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Capítulo I EL TRABAJO, UN TEMA RECUPERADO POR LA TEOLOGIA ESPIRITUAL „El carácter secular es propio y peculiar de los laicos... A los fieles corrientes pertenece por propia vocación buscar el reino de Dios tratando y ordenando según el querer de Dios los asuntos temporales. Viven en el mundo, es decir, en todas y cada una de las actividades de la vida familiar y social con las que su existencia forma un único tejido“1 1. Con estas palabras, la Constitución Lumen gentium perfila, en su capítulo cuarto, las notas distintivas del laicado como elemento integrante del pueblo de Dios. Superaba así el Concilio Vaticano II una descripción puramente negativa de la condición propia de los laicos (los que no son ni clérigos ni religiosos), para dar paso a una descripción positiva en la que se subrayan, de una parte, la pertenencia al pueblo de Dios y la incorporación a Cristo, y, de otra, la realización de una misión en el mundo, en el núcleo mismo de las estructuras temporales22. El esfuerzo de penetración teológica en la comprensión y descripción del laicado, que supuso la elaboración de la Constitución Lumen gentium y que se refleja a lo largo de todo el capítulo cuarto de esa Constitución, encuentra su lógica prolongación en el capítulo quinto: la llamada universal a la santidad. „Todos los fieles -proclama el Concilio-, cualquiera que sea el estado o régimen de su vida, están llamados a la plenitud de la vida cristiana y a la perfección de la caridad... Todos los fieles, en cualquier condición de vida, de oficio o de circunstancia, y precisamente por medio de todo eso, se pueden santificar cada día más, siempre que todo sea recibido con fe de la mano del Padre celestial; siempre que se coopere con la voluntad divina al manifestar a todos, incluso en un servicio temporal, la caridad con que Cristo amó al mundo“33. Una frase resulta especialmente significativa dentro del párrafo que se acaba de citar: el inciso donde se aclara que no solo se puede aspirar a la santidad desde cualquier estado de vida, sino que debe aspirarse „precisamente por medio de ese estado de vida“. Poco antes, y aludiendo a quienes se dedican al trabajo manual, los Padres conciliares habían escrito: „los que viven entregados al trabajo, con frecuencia duro, conviene que a través de esa misma tarea humana busquen su perfección“4 4. La conexión entre esas afirmaciones de la Constitución Lumen gentium es clara: si los seglares, por vocación divina, deben estar en las estructuras temporales, ha de ser ahí donde encuentren los medios para su santificación. El trabajo, la tarea humana, se presenta así como algo que se injerta hondamente en el terreno de lo sobrenatural55. Esta formulación de la Lumen gentium encuentra su aplicación y complemento en otros documentos conciliares, en los que se nos ofrecen los elementos centrales para una reflexión sobre el valor santificador del trabajo: a) De una parte, en efecto, esos documentos recogen y glosan aquellos aspectos del dogma cristiano que fundamentan la dignidad del trabajo humano. Quizá ninguna frase más gráfica en este sentido que el siguiente párrafo de la Constitución Gaudium et spes: „Una cosa es cierta para los creyentes: que el trabajo humano, individual o colectivo, es decir el conjunto ingente de los esfuerzos realizados por el hombre a lo largo de los siglos para lograr mejores condiciones de vida, considerado en sí mismo, responde a la voluntad de Dios... Esta enseñanza vale igualmente para los quehaceres más ordinarios. Porque los hombres y mujeres que, mientras procuran el sustento para si y su familia, realizan su trabajo de forma que resulte provechoso y en servicio de la sociedad, con razón pueden pensar que con su trabajo desarrollan la obra del Creador, sirven al bien de sus hermanos y contribuyen de modo personal a que se cumplan los designios de Dios en la historia“66. En suma, la actividad humana, el trabajo, forma parte del orden querido por

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Dios, que no es un orden estático, sino dinámico; un orden, pues, que refleja la perfección de Dios no solo por el mero hecho de ser, es decir, por su simple estar hecho, sino por su obrar77. b) De otra, esos mismos documentos prolongan esas perspectivas dogmáticas y cósmicas, que se acaban de señalar, para, ya a un nivel más inmediatamente antropológico, poner de manifiesto la importancia del trabajo para la perfección del hombre, también para su perfección sobrenatural. El documento del Vaticano II donde este aspecto se encuentra más desarrollado es el Decreto Apostolicam actuositatem, en los párrafos destinados a perfilar algunos de los rasgos generales de la vida espiritual de los seglares: „Los laicos deben servirse de estos auxilios (las diversas prácticas espirituales y la liturgia), de tal modo que, al cumplir como es debido las funciones propias del mundo en las circunstancias ordinarias de la vida, no separen la unión con Dios de su vida personal, sino que crezcan en esa unión realizando su trabajo según la voluntad de Dios... La vida espiritual de los laicos debe tomar su nota peculiar a partir del estado de matrimonio y familia, de celibato o viudedad, de la situación de enfermedad, de la actividad profesional y social. No dejen, pues, de cultivar con asiduidad las cualidades y dotes que, adecuadas a esas situaciones, les han sido dadas, y hagan uso de los dones recibidos en propiedad del Espíritu Santo“88. El magisterio pontificio de los años transcurridos desde la celebración del Concilio Vaticano II ha reiterado y prolongado esas enseñanzas99. No es necesario proceder ahora a documentar ese hecho; nos limitaremos, pues, simplemente a algunas citas significativas de los dos pontífices que, junto con el breve pontificado de Juan Pablo I, cubren el lapso de tiempo que va desde la década de los sesenta hasta nuestros días, Pablo VI y Juan Pablo II. En palabras breves e incisivas, Pablo VI en la Encíclica Populorum progressio publicada, como se recordara, poco mas de un año después de la terminación del Vaticano II- ponía en relación trabajo y obra creadora: „Dios, habiendo adornado al hombre con el intelecto, el pensamiento y los sentidos, le ha dado los instrumentos necesarios para que, la obra que Él había incoado, en cierto modo la completara y perfeccionara“10 10. Y, en otro momento, desde una perspectiva no ya dogmática sino espiritual, comentaba: „no solo hay que convertir la profesión en algo bueno, no solo se la debe santificar, sino que la misma profesión ha de ser considerada como santificante, como algo que perfecciona. No es necesario salirse del propio camino para mejorar, para ser digno del Evangelio y de Cristo. Basta quedarse allí, permanecer allí. Es decir: basta dedicar a los propios deberes esa atencion y fidelidad que convierten al hombre en una persona buena, honesta, justa, ejemplar“1111. Juan Pablo II ha desarrollado esas perspectivas, tanto las dogmáticas como las espirituales, en diversos momentos, y especialmente en uno de los documentos más emblemáticos de su pontificado, la Encíclica Laborem exercens. La densidad del documento -el más amplio de los dedicados al trabajo por el magisterio eclesiástico- nos exime de un comentario detenido. Limitémonos a recordar que toda la Encíclica quiere ser como una glosa del „evangelio“, es decir, de la buena nueva sobre el trabajo que implica la fe cristiana, en referencia a dos ejes fundamentales: la narración del Génesis sobre la creación del hombre como ser llamado a dominar la tierra y el testimonio de Jesucristo y la realidad concreta de su trabajo en Nazaret. De ahí la intensidad de muchas de sus frases sintéticas, de entre las que reproducimos una: „Si la Iglesia considera como deber suyo pronunciarse sobre el trabajo desde el punto de vista de su valor humano y del orden moral en el cual se encuadra (...), contemporáneamente ve como un deber suyo particular la formación de una espiritualidad del trabajo, que ayude a todos los hombres a acercarse a través de él a Dios, Creador y Redentor“1212.

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El alcance doctrinal y la trascendencia histórica de afirmaciones como las que acabamos de citar se advertirá más claramente si recordamos que, apenas unos años antes, un lenguaje semejante hubiera resultado inconcebible: la teología espiritual ignoraba, en efecto, el tema del trabajo o, si lo mencionaba, era solo marginal o tangencialmente. Baste remitir a tres de los más conocidos manuales de teología espiritual de la época a la que aludimos. Tanquerey, en su Compendio de Teología Ascética y Mística (primera edición, 1923), apenas dedica tres páginas al tema de la santificación del trabajo, y eso dentro del capítulo titulado „Santificación de la vida de relación“. En Las tres edades de la vida interior, de Garrigou-Lagrange (primera edición, 1938), o en la Theologia spiritualis del profesor de la Gregoriana J. de Guibert (primera edición, 1937), del trabajo ni siquiera se habla; la misma suerte corre el tema de los deberes de estado. Los ejemplos podrían multiplicarse. ¿Cómo puede haberse producido ese olvido?, ¿qué factores lo explican? Aunque volveremos sobre algunos aspectos de este problema en páginas posteriores, podemos ya ahora apuntar un esbozo de respuesta, aludiendo a tres factores, entre otros que podrían mencionarse. Ese olvido parece vinculado, en primer lugar, al influjo ejercido sobre la teología espiritual por planteamientos surgidos a partir de la experiencia monástico-religiosa. Expliquémonos bien. Todas las espiritualidades que a lo largo de los siglos han ido floreciendo en la Iglesia, se justifican por si mismas en la medida de su fidelidad al Evangelio, de la que es garantía la aprobación de la Jerarquía eclesiástica. Los fallos o carencias son imputables, más bien, a la reflexión teológica posterior, que, en más de una ocasión, puede haber pecado de unilateralidad, al no abordar el problema en su conjunto, por encerrarse en perspectivas parciales. Fue eso lo que, en nuestro caso concreto, condujo, durante bastante tiempo, a considerar la espiritualidad cristiana solo -o al menos preponderantemente- desde el prisma del apartamiento del mundo y no también desde la óptica propia de quien está inserto en él, olvidando o dejando de lado, en la práctica, los valores propios de la experiencia laical y, por tanto, el trabajo en cuanto actividad u ocupación secular1313. La experiencia monástica -sea en general, sea especialmente en la tradición benedictina- implicaba, ciertamente, una valoración de la actividad manual. Y en los siglos medievales, el desarrollo de las corporaciones y de la sociedad en general apuntó en más de un momento a una valoración del trabajo profesional, que, en la época del Renacimiento y del humanismo, se amplió, incluso desde una perspectiva más formalmente especulativa. La ruptura del universo cristiano que se produjo a raíz de la reforma protestante, y la crispación de posturas en que esa ruptura desembocó, trajo consigo -y este es el segundo de los factores a los que deseábamos aludir- una paralización de esos gérmenes. La teología postridentina y barroca, que supo advertir y valorar otras realidades temporales, ignoró en cambio el trabajo e incluso, en más de un momento, se dejó condicionar por un aristocratismo que lo excluía o lo minusvaloraba. Todo ello se vio agravado -tercer factor- por la fractura que, como consecuencia de un complejo proceso histórico, se produjo, a partir del siglo XVIII, entre mundo civil y mundo eclesiástico, entre filosofía y teología, entre vivir humano y espiritualidad cristiana. En la génesis y desarrollo de ese proceso influyeron realidades y planteamientos muy diversos, tanto positivos, como neutros o ambivalentes e incluso negativos. Sin entrar ahora en mayores precisiones1414, digamos solo, y de forma muy esquemática, que ese proceso desembocó en fractura como consecuencia de la presencia y la acción de ideologías, de cuño deísta o ateo, que conciben la vida humana como una realidad cerrada en sí misma, relegando, por tanto, la religión, y todo lo relacionado con ella, al orden de lo insignificante o, incluso, de lo perjudicial.

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La realidad fue que, de hecho, se llegó no solo -lo que resulta de por sí suficientemente grave- a actitudes que se limitaban a yuxtaponer entre vida de trabajo y vida cristiana, sino, peor aún, a planteamientos que presuponían que entre ambas dimensiones reina una verdadera oposición, como lo denunciaba Pablo VI, en un artículo publicado en 1960, cuando era todavía el Cardenal Montini: „Religión y trabajo. Existe hoy algo que no solo distingue, sino que separa estas dos expresiones de la vida humana: a veces se ignoran, en ocasiones se miran con suspicacia, otras se oponen mutuamente. Con frecuencia conviven sin ayudarse, sin fundirse en una espiritualidad homogénea, sin entrecruzarse en una equilibrada armonía. Cuando son impulsadas a un acercamiento, lo hacen con temor. Si se les obliga a estar juntas, una obstaculiza la segunda; y la segunda profana a la primera. Se diría que no están hechas para ir de acuerdo. Se diría, incluso, que la oposición surgida en la mentalidad trabajadora contra la religión supone algo profundo, irreductible“1515. Ningún desarrollo, ninguna realización le son dados al hombre de una vez para todas, puesto que la historia implica el actualizarse incesante de nuestra libertad, pero el reconocimiento de la posibilidad de una síntesis armónica entre trabajo y espiritualidad es ya una adquisición a nivel de la conciencia cristiana, como testimonian los textos del Concilio Vaticano II antes citados, encuadrados como están en ese esfuerzo de la Iglesia por „dar una más plena definición de sí misma“16 16. Podemos hablar así de una nueva situación teológica, de una recuperación por parte de la teología y, concretamente, por parte de la teología espiritual del valor específicamente cristiano y teologal del trabajo. Si antes nos interrogábamos acerca de las causas que pueden explicar el olvido del tema del trabajo por parte de la teología espiritual que nos ha precedido, podemos ahora preguntarnos: ¿qué hechos concretos han provocado esa recuperación?, ¿qué factores han motivado esa mayor profundización en el mensaje de Cristo que ha llevado a reconocer el valor santificador del trabajo? Todo intento de explicación o reconstrucción histórica es empresa arriesgada ya que los elementos en juego son múltiples y variados y resulta difícil reducirlos de algún modo a unidad. Esa dificultad aumenta si se trata de explicar procesos de vida cristiana en los que -así lo reconoce todo pensador creyente- está presente, aunque sea de modo imperceptible, la acción de Dios. „El Espíritu Santo es quien da su espiritualidad al nuevo pueblo de Dios“, escribe Schmaus en su tratado sobre la Iglesia17 17. El Espíritu Santo es quien anima y hace crecer el Cuerpo de Cristo, que es la Iglesia; los grandes cambios, los grandes movimientos no se producen en la Iglesia por el mero juego de fuerzas naturales, ni tan siquiera por el simple esfuerzo humano en meditar sobre la palabra de Dios, sino que es la acción soberana del Espíritu la que mueve los hilos de una trama que va encaminando a la Iglesia hacia esa medida de la plenitud de Cristo en la que tiene su meta. La toma de conciencia a la que nos hemos referido presupone esa realidad, constituye uno de esos pasos por los que la Iglesia, asumiendo todos y cada uno de los momentos de su pasado, los integra en un deseo de mayor fidelidad a Cristo y a la palabra que Él nos ha transmitido, manifestando así, con su propio vivir, la presencia viva del Espíritu. Porque -digámoslo con palabras del Beato Josemaría Escrivá- „la Iglesia, que es un organismo vivo, demuestra su vitalidad con el movimiento inmanente que la anima. Este movimiento es, muchas veces, algo más que una mera adaptación al ambiente: es una intromisión en él, con ánimo positivo y señorial. La Iglesia, conducida por el Espíritu Santo, no transita por este mundo como a través de una carrera de obstáculos, para ver cómo puede esquivarlos o para seguir los meandros abiertos según la línea de menor resistencia, sino que, por el contrario, camina sobre la tierra con paso firme y seguro, abriendo Ella camino“1818.

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No es, pues, mediante una investigación puramente erudita, y menos aún, con una consideración meramente conceptual como conseguiremos explicarnos la historia de la Iglesia. Es necesario saber mirar con ojos penetrantes, con ojos de fe, esa historia, estando atentos tanto a los grandes acontecimientos como al desenvolverse concreto del existir. Newman ha mostrado ya suficientemente la importancia de la práctica, de la experiencia, de la vida, en el desarrollo de la doctrina católica19 19. Y si esto es verdad en todos los terrenos, lo es de modo muy especial en el terreno de la doctrina espiritual. Toda pretensión de ofrecer una explicación acabada pecaría, por eso, inevitablemente, de unilateral. Pero una vez dicho todo eso, y teniéndolo presente, nada impide que, sin pretensiones de exhaustividad, apuntemos algunos de los acontecimientos y realidades que han estado en juego en el proceso de toma de conciencia sobre el valor cristiano y, más concretamente, santificador del trabajo. Recordemos, por ejemplo, los movimientos culturales y sociales de inspiración cristiana surgidos como respuesta ante los problemas planteados por la revolución industrial y por la descristianización de amplias masas de población, ya que condujeron, aunque en ocasiones por vía indirecta, a interrogarse sobre la vida espiritual como fundamento de la acción. Evoquemos también a los estudios teológicos, bíblicos y patrísticos, nacidos, en más de una ocasión, como apoyo o contribución a experiencias apostólicas o pastorales. Mencionemos además, aunque su perspectiva sea diversa, diversos intentos de reflexión filosófica, de inspiración cristiana, en diálogo crítico con las filosofías del trabajo surgidas a partir de los inicios de la revolución industrial. Y finalmente, aunque en más de un caso entrecruzándose con todo lo anterior, las realidades e iniciativas espirituales, fruto de esa acción por la que el Espíritu Santo, que sopla donde quiere y como quiere2020, continúa haciendo resonar a lo largo de la historia, con acentos a la vez perennes y nuevos, la palabra de Cristo. En esta última línea se sitúan el acontecimiento y la realidad en la que vamos a centrar la atención en este libro: el nacimiento del Opus Dei en 1928 y su posterior desarrollo y difusión, y, más concretamente, su espíritu. El mensaje proclamado y la labor realizada por su Fundador, el Beato Josemaría Escrivá, han sido, en efecto, uno de los caminos elegidos por el Espíritu Santo para promover la renovación de la vida cristiana en y a través de las tareas seculares e impulsar el reconocimiento tanto intelectual como vital del valor santificador del trabajar humano. Juan Pablo II quiso dejar constancia de ello en la homilía que pronunció el 17 de mayo de 1992, con ocasión de la Beatificación del Fundador del Opus Dei. „Con sobrenatural intuición -fueron sus palabras-, el Beato Josemaría predicó incansablemente la llamada universal a la santidad y al apostolado. Cristo convoca a todos a santificarse en la realidad de la vida cotidiana; por ello, el trabajo es también medio de santificación personal y de apostolado cuando se vive en unión con Jesucristo, pues el Hijo de Dios, al encarnarse, se ha unido en cierto modo a toda la realidad del hombre y a toda la creación“. En una sociedad en la que la fuerza técnica y la riqueza material corren el riesgo de convertirse en un ídolo, „el nuevo Beato -continuó diciendo- nos recuerda que estas mismas realidades, criaturas de Dios y del ingenio humano, si se usan rectamente para gloria del Creador y al servicio de los hermanos, pueden ser camino para el encuentro de los hombres con Cristo. „Todas las cosas de la tierra -enseñaba-, también las actividades terrenas y temporales de los hombres, han de ser llevadas a Dios“2121. Toda beatificación constituye un reconocimiento de la santidad de vida de la persona a la que se refiere. Las palabras pronunciadas por Juan Pablo II indican que, en el caso de Josemaría Escrivá, ese acto eclesial y litúrgico implicaba, a la vez, el reconocimiento de la trascendencia histórica y pastoral de un mensaje. Mejor dicho, la confirmación de esa

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trascendencia, puesto que, en realidad, había sido ya amplia y reiteradamente reconocida en años anteriores, en especial desde que, en las décadas de 1940 y 1950, el Opus Dei recibiera las oportunas aprobaciones pontificias. Las declaraciones públicas en ese sentido fueron particularmente numerosas en la segunda parte de la década de 1970, a raíz del fallecimiento de Beato Josemaría, acaecido en junio de 1975. De entre los diversos testimonios de ese período, resultará útil citar dos, especialmente significativos desde una perspectiva espiritual. El primero proviene de un artículo que el Cardenal Albino Luciani, poco después Juan Pablo I, publicó el 25 de junio de 1978 y en el que, bajo el título „Buscando a Dios en el trabajo cotidiano“, glosaba algunos rasgos de la espiritualidad del Opus Dei, acudiendo, para mostrar su relevancia histórica, a la comparación con uno de los grandes santos de la época moderna: San Francisco de Sales, bien conocido por su preocupación por promover la vida espiritual de los cristianos corrientes, entregados a las tareas seculares. „Escrivá de Balaguer -escribía el entonces Patriarca de Venecia- supera en muchos aspectos a Francisco de Sales. Este también propugna la santidad para todos, pero parece enseñar solamente una espiritualidad de los laicos, mientras Escrivá quiere una espiritualidad laical. Es decir, Francisco sugiere casi siempre a los laicos los mismos medios practicados por los religiosos con las adaptaciones oportunas. Escrivá es más radical: habla de materializar -en buen sentido- la santificación. Para él, es el mismo trabajo material lo que debe transformarse en oración y santidad“2222. El segundo está tomado de un texto, aparecido un mes después del fallecimiento del Beato Josemaría, que tiene por autor al Cardenal Sebastiano Baggio, en aquel momento Prefecto de la Congregación para los Obispos, y conocedor del Fundador del Opus Dei desde el año mismo en que este fijó su residencia en Roma, es decir, desde 1946. „Es evidente -escribe- que la vida, la obra y el mensaje del Fundador del Opus Dei constituyen en la historia de la espiritualidad cristiana un viraje, o, más exactamente, un capítulo nuevo y original, si consideramos esa historia -y así debe ser- como un camino rectilíneo bajo la guía del Espíritu Santo“. A lo largo de la historia de la Iglesia -comenta-, no han faltado predicadores o directores de almas que han invitado a todos los hombres, cualquiera que fuera su situación en la vida, a seguir a fondo el camino de Cristo, pero añade- „lo que continúa siendo revolucionario en el mensaje espiritual de Mons. Escrivá de Balaguer es la manera práctica de orientar hacia la santidad cristiana a hombres y mujeres de toda condición, en una palabra: al hombre de la calle (...)“. Ese modo de concretar, en la práctica, el mensaje al que acabamos de referirnos se basa -continúa- „en tres novedades características de la espiritualidad del Opus Dei: 1) los seglares no deben abandonar ni despreciar el mundo, sino quedarse dentro, amando y compartiendo la vida de sus conciudadanos; 2) quedándose en el mundo, deben saber descubrir el valor sobrenatural de todas las normales circunstancias de su vida, incluidas las más prosaicas y materiales; 3) en consecuencia, el trabajo cotidiano -es decir, el que ocupa la mayor parte del tiempo y caracteriza la personalidad de la mayoría de las personas- es lo primero que han de santificar y el primer instrumento de su apostolado“2323. Con relativa frecuencia en testimonios como los mencionados, o en otros de la misma época, al glosar la figura del Beato Josemaría y de su mensaje, se hace alusión a la importancia de su contribución al proceso de renovación eclesial que había terminado por confluir en el Concilio Vaticano II y, especialmente, en su proclamación de la llamada a la santidad y al apostolado en y a través de las ocupaciones seculares24 24. En el momento del fallecimiento del Beato Josemaría Escrivá habían transcurrido solo diez años desde la conclusión del Concilio, y era lógico que acudiera espontáneamente a la memoria el recuerdo del gran acontecimiento conciliar para situar con relación a él hechos, acontecimientos y doctrinas. Ahora, casi treinta años después y en el momento del tránsito del

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segundo al tercer milenio de la era cristiana, el horizonte se ha hecho más complejo, aunque el Concilio sigue siendo un punto decisivo de referencia25 25. En todo caso, nuestra intención no es tanto buscar antecedentes de acontecimientos concretos, cuanto situarnos ante un gran ideal, la santificación del trabajo humano, considerando la luz y el impulso que, a ese efecto, implica el mensaje proclamado por el Fundador del Opus Dei. Vamos, pues, a lo largo de este ensayo, a exponer algunos de los rasgos fundamentales de ese espíritu, considerándolo, primero, en términos generales -lo que implicará aportar algunos datos que ayuden a situarlo en el contexto de la historia de la espiritualidad cristiana2626- y analizándolo, después, de forma más detallada.

Capítulo II EL OPUS DEI Y LA VALORACIÓN DEL TRABAJO „El Opus Dei, tanto en la formación de sus miembros como en la práctica de sus apostolados, tiene como fundamento la santificación del trabajo profesional de cada uno“, afirmaba Mons. Josemaría Escrivá de Balaguer el 21 de noviembre de 1965, en presencia de Pablo VI y de una nutrida representación de obispos y cardenales, con motivo de la inauguración oficial del Centro Elis, una obra de formación para una amplia gama de profesiones encomendada por la Santa Sede al Opus Dei11. Unos meses más tarde, declaraba a un periodista francés: „Desde 1928, mi predicación ha sido que la santidad no es cosa para privilegiados, que pueden ser divinos todos los caminos de la tierra, porque el quicio de la espiritualidad específica del Opus Dei es la santificación del trabajo ordinario“22. En años anteriores y posteriores, el Fundador del Opus Dei ha pronunciado, millares de veces, palabras parecidas. „Hemos venido a decir, con la humildad de quien se sabe pecador y poca cosa -homo peccator sum (Lc 5,8), decimos con Pedro-, pero con la fe de quien se deja guiar por la mano de Dios, que la santidad no es cosa para privilegiados: que a todos nos llama el Señor, que de todos espera Amor: de todos, estén donde estén; de todos, cualquiera que sea su estado, su profesión o su oficio. Porque esa vida corriente, ordinaria, sin apariencia, puede ser medio de santidad“33. RELEYENDO LAS ESCRITURAS ¿De dónde le venía esa certeza, ese convencimiento profundo del valor santificable y santificador del trabajo? El propio Beato Josemaría Escrivá lo ha dicho con claridad: de la luz o inspiración, recibida el 2 de octubre de 1928, en virtud de la cual vio que debía dedicar su vida entera a promover, entre personas de todas las condiciones sociales, la búsqueda de la santidad en medio del mundo, en el desempeño de la propia tarea u ocupación humana44. Desde ese instante, la proclamación del sentido cristiano del trabajo fue constante en sus labios55. Esa proclamación, por lo demás, estuvo siempre acompañada de una referencia enormemente viva a los textos de la Sagrada Escritura, que constituyen, por eso, una fuente privilegiada de sus enseñanzas sobre el trabajo. „Viejo como el Evangelio, y como el Evangelio nuevo“: así calificó su Fundador el mensaje que el Opus Dei venía a traer al mundo. La lectura del texto sagrado, hecha siguiendo la inspiración que le movió desde 1928, le permitió, en efecto, al Beato Josemaría descubrir riquezas nuevas, y toda una gama de pasajes del Viejo y del Nuevo Testamento cobraron especial relieve, atrayendo fuertemente la atención66. „Persuadidos de que el hombre ha sido creado ut operaretur (Gn 2,15), para que trabajara, sabemos bien -afirmaba, por ejemplo, en una de sus cartas- que el trabajo ordinario es el quicio de nuestra santidad y el medio humano y sobrenatural apto, para que llevemos con nosotros a Cristo y hagamos el bien a todos“77. De hecho, el mandato dado por Dios en los comienzos mismos de la historia fue uno de los puntos de referencia preferidos en la predicación del Fundador del Opus Dei: Dios creó al hombre ut operaretur, para que trabajara; tal es la voluntad divina desde el inicio, desde antes del pecado; el trabajo no es maldición ni castigo, sino medio y ocasión de participar en el plan de Dios88. El cristiano debe asimilar esa verdad, superar planteamientos restrictivos, aunque hayan alcanzado amplia difusión, al menos en algunos períodos históricos, y adquirir, más allá de experiencias en ocasiones duras, un sentido positivo del trabajo, aprender a redescubrir en él una ley que, siendo divina, eleva y enaltece. „A la vuelta de dos mil años -podía así añadir, aludiendo a ese contexto-, hemos recordado a la humanidad entera

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que el hombre ha sido creado para trabajar: homo nascitur ad laborem, et avis ad volatum (Jb 5,7), nace el hombre para el trabajo y el ave para volar“99. Las referencias bíblicas podrían multiplicarse. No vamos, como es lógico, a recogerlas todas1010. Hay, no obstante, algunas de las que no podemos prescindir: las que nos recuerdan que la ley divina del trabajo se cumplió plenamente en Cristo, que pasó treinta años viviendo como uno más en Nazaret, conocido precisamente por su trabajo, siendo sencillamente „el artesano“ y „el hijo del artesano“1111. Porque esos treinta años de trabajo de Cristo encuentran eco, dan contenido a la vida ordinaria del cristiano. „No me explico que te llames cristiano y tengas esa vida de vago inútil. -¿Olvidas la vida de trabajo de Cristo?“, leemos en Camino1212. Si los textos bíblicos que hablan del trabajo como ley querida por Dios ponen ya de manifiesto su valor santificador -¿qué es santificarse sino cumplir con el querer divino, identificarse con la voluntad de Dios, y por tanto, con Él mismo?-, los que narran la vida de trabajo de Cristo refuerzan esa enseñanza con una claridad y una fuerza superlativas. No es, pues, sorprendente que el Fundador del Opus Dei se haya referido constantemente a los años de la vida de Cristo con comentarios vibrantes y densos. Citemos uno, tomado de una meditación pronunciada el día de Navidad de 1963: „Jesús, creciendo y viviendo como uno de nosotros, nos revela que la existencía humana, el quehacer corriente y ordínario, tiene un sentido divino. Por mucho que hayamos considerado estas verdades, debemos llenarnos siempre de admiración al pensar en los treinta años de oscuridad, que constituyen la mayor parte del paso de Jesús entre sus hermanos los hombres. Años de sombra, pero para nosotros claros como la luz del sol. Mejor, resplandor que ilumina nuestros días y les da una auténtica proyección, porque somos cristianos corrientes, que llevamos una vida ordinaria, igual a la de tantos millones de personas en los más diversos lugares del mundo. Así vivió Jesús durante seis lustros: era faber filius (Mt 13,55), el hijo del carpintero. Después vendrán los tres años de vida pública, con el clamor de las muchedumbres. La gente se sorprende: ¿quién es este?, ¿dónde ha aprendido tantas cosas? Porque había sido la suya, la vida común del pueblo de su tierra. Era el faber, filius Mariae (Mc 6,3), el carpintero, hijo de María. Y era Dios, y estaba realizando la redención del género humano, Y estaba „atrayendo a sí todas las cosas“ (Jn 12,32)”1313. Desde Jesús, la mirada del Fundador del Opus Dei se dirigió con frecuencia hacia los que rodearon a Cristo: hacia San José, a cuya protección se confió, en lo humano, el Hijo de Dios; hacia los primeros cristianos, aquellos hombres y mujeres que conocieron a Cristo y convivieron con los Apóstoles, y en los que el cristiano corriente de nuestra época, y de cualquier otra, puede encontrar inspiración y modelo14 14. Y en todos ellos enseñó a descubrir un testimonio de trabajo. En San José, una vida „sencilla, normal y ordinaria“, llena de „trabajo cara a Dios“1515. En San Pedro, pescador por oficio y por afición, que, apenas tenía oportunidad, gustaba de volver a las faenas de la pesca16 16. En San Pablo que, cuando se retiró de Atenas y vino a Corinto, se hospedó en casa de Aquila, trabajando „en su compañía, pues eran ambos fabricantes de lanas“1717; y cuya vida de trabajo le dio autoridad para fustigar, con voz fuerte, la holgazanería18 18. En los cristianos de las generaciones inmediatamente sucesivas, sobre cuya actitud queda testimonio gráfico en el primero de los escritos que nos ha dejado la tradición, la Didaché, al comentar cómo debe actuarse con los peregrinos: „Si el que llega es un caminante, ayudadle con cuanto podáis; pero no permanecerá entre vosotros más que dos días, o, si hubiera necesidad, tres. Si quiere establecerse entre vosotros, teniendo un oficio, que trabaje y así se alimente. Si no tiene oficio, proveed conforme a vuestra prudencia, de modo que no viva entre vosotros ningún cristiano ocioso“1919.

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Con la misma fuerza que los primeros cristianos, el Beato Josemaría afirmaba: „El Opus Dei, operatio Dei, trabajo de Dios, exige que sus miembros trabajen - maledictus qui facit opus Domini fraudulenter (Jr 48,10)”, maldito el que hace la obra del Señor, el trabajo de Dios, fraudulentamente2020. Y en otra ocasión, esta vez en una de sus homilías: „Si alguno de vosotros no amara el trabajo, ¡el que le corresponde!, si no se sintiera auténticamente comprometido en una de las nobles ocupaciones terrenas para santificarla, si careciera de una vocación profesional, no llegaría jamás a calar en la entraña sobrenatural de la doctrina que expone este sacerdote, precisamente porque le faltaría una condición indispensable: la de ser un trabajador“2121. Los textos que hemos venido citando y, particularmente, los que traen a la memoria la vida de trabajo de Jesús, ponen de manifiesto la fuerza existencial de la predicación del Beato Josemaría Escrivá. Y sin embargo, con lo dicho aún no hemos llegado a la raíz de la doctrina específica del Opus Dei y de su aportación a la historia de la espiritualidad. Para hacerlo puede resultar útil hacer referencia a una tradición espiritual en la que el trabajo ha ocupado y ocupa un papel importante: la tradición monacal. Baste recordar el lema monástico ora et labora, que hermana trabajo y oración2222 o la descripción trazada por Juan Casiano de la vida de los monjes de Egipto, que -dice- „no dando nunca tregua a su trabajo, jamás ponen fin tampoco a la meditación... Sería prolijo averiguar si es la meditación lo que les permite consagrarse de lleno al trabajo o si, por el contrario, es el trabajo incesante lo que les depara el progreso en los caminos del espíritu“2323. Pero ¿qué papel desempeña el trabajo en la espiritualidad monástica? San Atanasio, al narrar la vida de San Antonio Abad, el primer anacoreta, nos ofrece una primera explicación: el abad Antonio -dice- „trabajaba con sus manos, pues había oído: el que no trabaja, que no coma. Con parte del fruto de su trabajo compraba su alimento; el resto lo entregaba a los pobres“2424. Junto a ese primer motivo -doble en realidad: sustentarse y practicar la caridad- los escritores monásticos señalan otro de carácter no ético-social sino ascético, al que atribuyen también gran importancia: la superación de la ociosidad y sus consecuencias negativas. Así Juan Casiano, en la obra ya citada, comenta que los monjes se dedican a la tarea que implica el trabajar, de forma que, „además de practicarla con toda su alma para ofrecerla a Dios como sacrificio de sus manos, la ejecutan también escrupulosamente por dos motivos (...). En primer lugar, porque la purificación adquirida en la recitación de los salmos y oraciones no sea contaminada por el enemigo entre sueños (...). La segunda razón es que, aun cuando no haya habido ninguna ilusión vergonzosa por parte del enemigo, el dormir de nuevo, aunque sea con puridad, causa al monje una inercia natural al desvelarse después, sumerge la mente en un sopor indolente que paraliza o, por lo menos, neutraliza sus fuerzas durante el día“2525. Casiano vuelve sobre estas ideas para completarlas y desarrollarlas cuando describe, en un capítulo posterior -concretamente el décimo-, el vicio de la pereza o acedia: la ausencia de trabajo provoca el descontento, permite que el cuerpo esté dominado por la laxitud, da origen a la impaciencia, al deseo de vagar de un lado para otro, a la inconstancia, al disgusto. En gran parte de los escritos monásticos de la época, el trabajo es visto fundamentalmente como un medio de combatir esa ociosidad, que es madre de todos los vicios. Y, en consecuencia, como una actividad que se estima no tanto como algo que posee bondad en sí mismo, cuanto, mas bien, como medio ascético. Esta consideración predominantemente instrumental del trabajo -algo que se hace porque es útil, pero sin parar mientes en su propia bondad-, aparece de modo patente en la conocida historia de Pablo el Ermitaño que, aunque no necesitaba del trabajo ni para el alimento ni para la limosna -se sustentaba con una pequeña huerta y vivía demasiado lejos de cualquier lugar habitado-, se im-

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ponía, para no estar ocioso, la tarea de construir cestos. Al final del año, con los cestos formaba un gran montón y los quemaba, reduciéndolos a ceniza26 26. Ciertamente no conviene exagerar esa anécdota ya que, por lo general, la actividad monástica estuvo siempre ligada -tanto en la tradición oriental como en la occidental, especialmente en los contextos benedictino y cisterciense al ambiente que le rodeaba, cumpliendo, también con su trabajo, una función no solo ascética, sino social. Pero el que narraciones como esa, y otras parecidas, se puedan referir a acontecimentos reales y, lo que es más, hayan sido transmitidas atribuyéndoles valor y categoría de ejemplo, no deja de ser significativo. Recuerdan, en todo caso, que el monje es esencialmente el hombre que sale de su sociedad y de su tierra, abandonando todo aquello entre lo que había vivido antes: en suma, que el ideal de la fuga a mundo -del apartamiento del mundo, es decir, del vivir social ordinario- para buscar a Dios y entregarse a Él, domina su espiritualidad, con todo lo que de ahí deriva. Podemos, teniendo presentes estos datos, recuperar el hilo de nuestro discurso. La espiritualidad del Opus Dei lleva a santificar el trabajo, pero -podemos añadir ahora, terminando así de perfilar lo que esa afirmación implica al emplear aquí la palabra trabajo, no se hace referencia a la mera ocupación de las facultades humanas en una tarea concreta, sino al trabajo como modo de entronque con el mundo y con la sociedad. Entre otros muchos textos de su Fundador, quizá ninguno tan significativo como el siguiente, tomado de una de sus Cartas: „El trabajo para nosotros es dignidad de la vida y un deber impuesto por el Creador, ya que el hombre fue creado ut operaretur. El trabajo es un medio con el que el hombre se hace participante de la Creación y, por tanto, no solo es digno, sea el que sea, sino que es un instrumento para conseguir la perfección humana -terrena- y la perfección sobrenatural. Humanamente el trabajo es fuente de progreso, de civilización y de bienestar. Y los cristianos tenemos el deber de construir la ciudad temporal, tanto por un motivo de caridad con todos los hombres como por la propia perfección personal“; y eso -añade- vale para todo trabajo, ya que „no hay en la tierra una labor humana noble que no se pueda divinizar, que no se pueda santificar“27 27. En términos análogos se expresa en otros textos, como en este, proveniente de una homilía: „El trabajo, todo trabajo, es testimonio de la dignidad del hombre, de su dominio sobre la creación. Es ocasión de desarrollo de la propia personalidad. Es vínculo de unión con los demás seres, fuente de recursos para sostener a la propia familia; medio de contribuir a la mejora de la sociedad, en la que se vive, y al progreso de toda la humanidad. Para un cristiano, esas perspectivas se alargan y se amplían. Porque el trabajo aparece como participación en la obra creadora de Dios, que, al crear al hombre, lo bendijo diciéndole: „Procread y multiplicaos y henchid la tierra y sojuzgadla, y dominad en los peces del mar, y en las aves del cielo, y en todo animal que se mueve sobre la tierra‟ (Gn 1,28). Porque, además, al haber sido asumido por Cristo, el trabajo se nos presenta como realidad redimida y redentora: no solo es el ámbito en el que el hombre vive, sino medio y camino de santidad, realidad santificable y santificadora“2828. En suma, cuando el Fundador del Opus Dei habla del trabajo para señalar sus perspectivas sobrenaturales, se refiere siempre al „trabajo profesional, con todo lo que trae consigo de deberes de estado, de obligaciones y de relaciones sociales“29 29. De ahí que, con gran frecuencia, no emplee solo la palabra trabajo, sino que la acompañe de algún calificativo que precisa su pensamiento. Habla así de „trabajo profesional“, de „trabajo ordinario“, „trabajo en medio del mundo“, etc. Y por trabajo profesional entiende el trabajo visto como forma estable de vida, como aquello que nos procura el sustento, como prolongación de la propia personalidad y concreción de las ilusiones y aptitudes de cada uno, como modo de realizar la solidaridad que une entre sí a los hombres, como entronque

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con la sociedad temporal, como actividad cuyas características son dictadas por las estructuras humanas. En una palabra, la vocación humana -el conjunto de circunstancias que rodea la existencia y, con ellas, el carácter, la profesión, las aspiraciones nobles, y todo lo que contribuye a configurar el quehacer de cada persona30 30- es, en el espíritu del Opus Dei, asumida como parte de la vocación divina: „La vocación profesional es no sólo una parte, sino una parte principal de nuestra vocación sobrenatural“31 31. Precisamente por eso será condición indispensable para pertenecer al Opus Dei, trabajar, tener una profesión que cualifique a la persona en la sociedad. El Opus Dei declara su Fundador- exige que sus miembros trabajen, „que tengan una profesión u oficio determinado -munus publicum-, bien conocido por todos, porque el trabajo es para los miembros de la Obra medio de santificación y de apostolado“3232. No importa qué trabajo sea3333;pero debe haber trabajo, y trabajo estable, ya que, si faltara el trabajo, cualquier tipo de trabajo honrado, faltaría la misma materia que ha de ser santificada: „A cualquiera que excluya un trabajo humano honesto, importante o humilde, afirmando que no puede ser santificador y santificante, podéis decirle con seguridad -son de nuevo palabras del Beato Josemaría- que Dios no le ha llamado a su Obra“3434. Dando un paso más en este rápido intento de caracterización, resulta oportuno señalar que las exhortaciones y orientaciones del Fundador del Opus Dei sobre el valor del trabajo profesional a las que acabamos de referirnos se encuentran fundamentadas, en algunos de los textos ya mencionados y en otros que citaremos a continuación, en una honda consideración del plan divino sobre la Creación y la Salvación. „Hemos de amar el mundo -exclamaba en una homilía de 1967-, el trabajo, las realidades humanas. Porque el mundo es bueno; fue el pecado de Adán el que rompió la divina armonía de lo creado, pero Dios Padre ha enviado a su Hijo unigénito para que restableciera esa paz. Para que nosotros, hechos hijos de adopción, pudiéramos liberar a la creación del desorden, reconciliar todas las cosas con Dios“3535. Y más extensamente, en otra homilía de tres años después: „Cristo, Nuestro Señor, sigue empeñado en esta siembra de salvación de los hombres y de la creación entera, de este mundo nuestro, que es bueno, porque salió bueno de las manos de Dios. Fue la ofensa de Adán, el pecado de la soberbia humana, el que rompió la armonía divina de lo creado. Pero Dios Padre, cuando llegó la plenitud de los tiempos, envió a su Hijo Unigénito, que -por obra del Espíritu Santo- tomó carne en María siempre Virgen, para restablecer la paz, para que, redimiendo al hombre del pecado, adoptionem filiorum reciperemus (Ga 4,5), fuéramos constituidos hijos de Dios, capaces de participar en la intimidad divina: para que así fuera concedido a este hombre nuevo, a esta nueva rama de los hijos de Dios (cfr. Rm 6, 4-5), liberar el universo entero del desorden, restaurando todas las cosas en Cristo (cfr. Ef 1,9-10), que las ha reconciliado con Dios (cfr. Col 1,20)“3636. Nos encontramos, como resulta patente, muy lejos de una consideración meramente ascética (remedio contra el ocio) o simplemente moral (deber de estado) del trabajo. En la predicación del Beato Josemaría, el trabajo es contemplado teniendo como trasfondo la obra de la creación y entroncándolo con la redención operada por Cristo. De ahí que se revele como realidad santificable y santificadora. Más aún, como anticipación y esbozo de la consumación escatológica, ya que gracias a él puede restablecerse -aunque sea solo de la manera parcial que nos es accesible durante el tiempo presente- esa armonía de la creación de la que disfrutaremos con plenitud al terminar la historia, cuando avengan esos nuevos cielos y esa nueva tierra de que habla el Apocalipsis3737. APUNTES PARA UN ANÁLISIS DE LA ACTITUD ANTE EL TRABAJO EN LA HISTORIA DE LA ESPIRITUALIDAD

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Las perspectivas dogmáticas a las que se acaba de hacer referencia son hondamente evangélicas y, desde un punto de vista especulativo, han sido ampliamente comentadas y glosadas por la teología cristiana, ya desde la época de los Padres de la Iglesia, también poniendo de relieve sus implicaciones existenciales. No podía ser de otra manera, ya que a esas implicaciones -o, al menos, a algunas de ellas- se refiere explícitamente San Pablo, cuando declara que todo intento de distinción radical entre seres humanos resulta trascendido por el don supremo de la gracia -“ya no hay judío ni griego, ni esclavo ni libre, ni hombre ni mujer, ya que todos vosotros sois uno en Cristo Jesús“38 38-, de modo que en todo estado y situación pueden el hombre y la mujer acceder a Dios y llegar a la plena comunión con Él3939. Estamos ante un dato primario, de cuya recepción dan fe tanto la praxis de las primeras comunidades cristianas, integradas por personas de las más diversas condiciones y oficios, como la teología de los primeros siglos que, enfrentándose con el gnosticismo, cortó decididamente con toda tendencia a distinguir entre categorías de cristianos según sus cualidades psíquicas o intelectuales. Se da el hecho, sin embargo, de que ese conjunto de afirmaciones dogmáticas y de actitudes existenciales se vivió y transmitió sin provocar una consideración temática y detenida respecto al trabajo y, por tanto, sin dar vida a una reflexión teológico-espiritual que evidenciara el valor santificable y santificador de esa realidad humana. Ese hecho suscita la pregunta que ya formulábamos en páginas anteriores: ¿qué condicionamientos históricos, qué factores explican la ausencia de esa consideración? Como antes señalamos, una respuesta acabada a ese interrogante no es fácilmente alcanzable, no solo por la complejidad del tema, sino también por la limitación de la bibliografía al respecto. La realidad es, en efecto, que si bien el trabajo ha dado origen a numerosos estudios históricos, sociológicos, filosóficos y teológicos, algunos de los cuales prestan atención también a las perspectivas espirituales, faltan, no obstante, obras que intenten dar una visión de conjurito acerca de cómo, a lo largo de la historia, se han entendido y vivido las relaciones entre espiritualidad y trabajo. Con todos los límites con que puede formularse un juicio de este tipo, nos parece que, sin olvidar otros factores -no en último lugar la configuración de la sociedad antigua y el papel que en ella se adjudicaba al trabajo-, cabe atribuir una importancia decisiva a la orientación que tomó la teología espiritual a partir del monaquismo. Y ello por diversas razones. De una parte, porque desde esa fecha la atención teológico-espiritual se centró en cuestiones ascético-místicas de otro tipo. De otra, porque al privilegiar la consideración del trabajo ante todo como medio ascético, como ejercicio manual que mantiene despierto el ánimo, la reflexión, en la medida en que la hubo, quedó encerrada dentro de unos límites muy estrechos que impedían alcanzar resultados satisfactorios. Una consideración teológica integral del trabajo reclama, en efecto, partir de una visión completa del mismo y, por tanto, referirse no solo al trabajo manual, sino a la división de funciones que implica la estructuración social, a la razón de ser y al valor de las diversas profesiones, a la pregunta acerca del sentido del acontecer social y, en último término, de la historia, etc. La cuestión a la que aludimos, y los procesos históricos a través de los que se despliega, están dotados, sin duda alguna, de múltiples matices. No se puede olvidar, de una parte, que, a partir del monaquismo primitivo, el estado religioso que de él deriva ha experimentado una amplia evolución, enriqueciéndose con nuevas y sucesivas aportaciones, distintas en muchos aspectos del monaquismo original. Ni, de otra, que a lo largo de los siglos ha habido momentos en los cuales el tema del trabajo ha aflorado a nivel especulativo y desde diversas perspectivas, pero de modos y por caminos que no llegaron nunca a desembocar en una valoración propiamente espiritual del acto de trabajar y de cuánto implica. La realidad es que la percepción del valor cristiano, santificable y santificador del

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trabajo, está relacionada con la advertencia de la especificidad de la vocación laical y, en términos más amplios, con la superación del marco conceptual que tendía a vincular perfección cristiana con estado de perfección4040. El proceso al que acabamos de referirnos es interesante y plagado de avatares, por lo que merece la pena observarlo con cierto detalle. Considerémoslo, pues, aunque sea brevemente y con la limitación que implica el hecho, ya aludido, de encontrarnos ante una temática todavía necesitada de estudio. De acuerdo con la clave o hipótesis hermenéutica arriba apuntada, iniciemos el análisis partiendo del ideal monástico, y recordando que ese ideal tiene su punto central de referencia en la búsqueda personal de la perfeccion evangélica: la perspectiva de un apostolado directo, de una cura de almas, no fue considerada expresamente, al menos en los textos más primitivos. Se ha podido así comentar, por ejemplo, que en la Regla de San Benito no hay ninguna alusión a actividades apostólicas del monje fuera del monasterio, y señalar que, después de exponer en el capítulo IV las normas de vida que inspiran el ideal monastico, San Benito concluye tajantemente: „la oficina donde hemos de practicar con diligencia todas estas cosas es el recinto del monasterio“4141. Sería no entender lo que el monaquismo es en su origen y lo que ha supuesto en la historia de la Iglesia, pretender deducir de ahí que la dimensión apostólica y misionera está ausente de la espiritualidad monástica primitiva: está de hecho presente no solo desde un punto de vista teológico -la virtud de la caridad aúna el amor de Dios y el amor a los hombres-, sino desde un punto de vista sociológico. Solo que, en un principio, no son tanto el monje como persona individual, sino la condición monástica en cuanto tal y el monasterio quienes hacen apostolado. Las narraciones de la vida heroica de los monjes, la misma imagen de los monasterios, construidos tantas veces en las cumbres de colinas y montañas o en las cercanías de ciudades y villas, fueron, siempre, focos de irradiación espiritual que influyeron en todo el contorno y animaron a los hombres a ser más sinceros en su cristianismo. La situación a la que acabamos de aludir varió, sin embargo, con la historia, ya que monaquismo y cura de almas empezaron a estar más íntimamente relacionados. Ya desde un inicio, tanto en Oriente como en Occidente, fue común el caso de monjes elevados a la dignidad episcopal, y la acción apostólica de monjes como Agustín de Canterbury, Bonifacio, Cirilo y Metodio, etc., contribuyó poderosamente a atraer nuevos pueblos hacia la fe. En esa línea, la fecha del 2 de julio de 1096 representa un hito legislativo importante: el Concilio de Nimes, reunido por Urbano II, que deseaba encontrar en los monjes un apoyo en su tarea reformadora, proclamó de forma expresa y solemne que los monjes podían dedicarse al ministerio pastoral, puesto que están plenamente capacitados para ello4242. Una centuria más tarde, las órdenes mendicantes -franciscanos y dominicos-, continuando y ampliando la experiencia de los canónigos regulares, dieron lugar a planteamientos más radicalmente innovadores. Una concepción de la vida religiosa en la que la estabilidad local pasaba a segundo término, junto con la constitución de una jerarquía unitaria, hizo posible una figura nueva: la del fraile, cuya actividad principal -y no ya la excepción, como en los monjes- es la predicación, yendo de ciudad en ciudad y de pueblo en pueblo. En el siglo XVI se produjeron dos hechos que tuvieron una gran repercusión en la vida cristiana: la ruptura de la unidad religiosa con la escisión luterana, y la clara percepción, a la luz de los descubrimientos geográficos, de la existencia de pueblos a los que aún no había llegado la palabra de Cristo. Todo esto influyó en la aparición de los clérigos regulares: teatinos, somascos, barnabitas, jesuitas. Las nuevas religiones supusieron un ulterior

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paso en la proclamación de una vida o estado de perfección que implicaba el sacerdocio, y una organización más ágil y flexible del apostolado: régimen centralizado, abandono del hábito monacal y del coro, etc. Se aspiraba, en resumen, a impulsar la predicación estando más cerca, más en medio, de ese pueblo cristiano al que se deseaba servir, o de esos pueblos de infieles a los que se quería atraer hacia la fe. En siglos posteriores especialmente a partir de la segunda mitad del XVIII- tuvo lugar un multiplicarse de congregaciones religiosas, tanto de hombres como de mujeres, nacidas todas del deseo de permitir un apostolado cada vez más amplio y más adaptado a las necesidades del momento. Son, al mismo tiempo, cada vez más las religiones que tienen por fin no la predicación, sino obras de caridad, beneficencia o enseñanza, en cualquiera de sus variadas manifestaciones. Una realidad única está en el fondo de todo este desarrollo: la afirmación cada vez más neta de la existencia de un nexo entre la vida de perfección y las tareas apostólicas, en cualquiera de sus formas. Todo ello es muy importante, y enormemente significativo desde muchos puntos de vista, pero -y esto es lo que, desde la óptica que ahora nos ocupa, conviene resaltar- no representó de por sí un acercamiento a la afirmación del valor del trabajo profesional ni a la proclamación de la substantividad propia de la vocación laical o secular; más aún, cabe señalar que, en algún punto, supuso incluso un mayor distanciamiento con respecto a esas perspectivas. La misma estructura social de estos siglos -feudal primero y estamental después-, en la que los individuos son considerados con frecuencia no en cuanto tales, sino como miembros o componentes de uno de los estamentos de la estructura social, dificultaba una percepción del valor santificador del trabajo que cada persona concreta lleva a cabo4343. Pero, a nuestro parecer, lo dificultó sobre todo una implicación, inconsciente pero real, del desarrollo que acabamos de resumir. A nuestro juicio, el tránsito histórico que se produjo fue el siguiente. La espiritualidad monástica hablaba del trabajo manual realizado en el claustro, una tarea, pues, que, aunque estuviera vivida con un espíritu diverso, tenía semejanza material con la que se realiza en el mundo: quedaba así abierta la posibilidad de que se planteara el problema de la santificación de ese trabajo en el mundo4444. Con la evolución posterior, el mismo trabajo manual dejó de ser objeto de atención y las tareas eclesiásticas pasaron a ser consideradas como las únicas realmente santificadoras. De esa forma, el camino hacia un reconocimiento del valor santificador del trabajo profesional quedaba ulteriormente dificultado; y de hecho permaneció cerrado largo tiempo. El siglo XIII y más concretamente la polémica de los miembros de las órdenes mendicantes, recién nacidas, con los sacerdotes seculares y con representantes de algunas instituciones monásticas, fue a ese respecto un momento de importancia crucial. Ante las críticas que se les dirigían, acusándoles de no ejercitarse en tareas manuales, como era usual en la tradición monástica, los mendicantes se ocuparon en demostrar que es posible la búsqueda de la perfección evangélica sin trabajar manualmente -es decir, sin ganarse la vida con el trabajo de sus manos-, sino viviendo de la limosna. La polémica hubiera podido llevar a romper la rígida vinculación entre trabajo y ocupación manual a la que tendían las exposiciones precedentes, hasta elaborar una comprensión más completa del trabajo como elemento integrante de la vida del hombre. Pero de hecho no ocurrio asi, ya que los teólogos mendicantes, al resolver las objeciones que a su vocación se hacían, se limitaron a afirmar la no obligatoriedad del trabajo manual; de ahí que no solo no esbozaron una reflexión filosófico-teológica sobre el trabajo considerado en toda su amplitud, sino que desembocan en una presentación más bien negativa del tema del trabajo.

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Así ocurre incluso en Santo Tomás de Aquino, de quien, teniendo presente la amplia recepción del pensamiento aristotélico que manifiesta, en sus obras sistemáticas, la hondura con la que analiza el arte como virtud intelectual ordenada a la perfección de la obra que se aspira a realizar y el relieve que otorga a las virtudes de la magnanimidad y la magnificencia4545, hubiera cabido esperar un planteamiento más radical. Una lectura de los capítulos que dedica al tema en su Contra impugnantes Dei cultum et religionem, es decir, en la obra redactada para responder a quienes criticaban a los mendicantes por abandonar el trabajo manual, pone de manifiesto que, en conjunto, y aunque no falten destellos en otro sentido, su reflexión no va más allá del enfoque negativo al que acabamos de aludir4646. No deja de ser digno de nota que, al comentar en la Summa Theologiae la vida de Cristo, no hable de los años de trabajo en Nazaret, sino que salte de la presentación del templo al bautismo por mano de Juan, considerando toda esa etapa bajo el título „de la entrada de Cristo en el mundo“47 47. Solo a partir de entonces, es decir, con relación a los años de vida pública, se detiene a considerar el estilo de la vida que llevó Cristo48 48 como si el tiempo anterior no tuviera en sí valor alguno. Conclusión que se refuerza si tenemos en cuenta que, al preguntarse por qué Cristo retrasó su bautismo hasta la edad de treinta años, responde explicándolo solo a la luz de la necesidad de alcanzar la edad madura y perfecta4949. Una postura muy parecida encontramos en San Buenaventura50 50 y en los autores de inspiración buenaventuriana. Ejemplo significativo de ese ambiente lo constituye la descripción que las Meditationes vitae Christi hacen de los años transcurridos por Jesús en Nazaret: „Se apartaba el Señor Jesús de la compania y de la conversación con la gente, e iba a la sinagoga, es decir, a la iglesia, y allí estaba tiempo en oracion, y se ponia en el lugar más vil. Al volver a casa estaba con su Madre, y alguna vez los ayudaba a Ella y a José, y pasaba por entre la gente, yendo y viniendo como si no viera a nadie. Maravillábase la gente de ver un joven tan gallardo que no hacía nada de provecho, en apariencia (...). Maravillábanse mucho y hacían befa de él, y decían: Este es un caso perdido, es un idiota, no sirve para nada, es tonto, está loco, no aprenderá ni el abc”. „Considera, pues prosiguen las Meditationes-, esta familia bendita más que ninguna (...). José, viejo, ganaba lo que podía con su oficio, y la madre ganaba cosiendo e hilando, y hacía las demás labores de la casa, que eran muchas. Y preparaba la comida para su hijo y para José y realizaba otras cosas semejantes que resultaba necesario hacer, puesto que no tenía servidores. Tenle, pues, compasión viendo cómo está obligada a trabajar fatigosamente con sus manos. Ten también compasión del Señor Jesús que la ayudaba fielmente y se esforzaba en lo que podía. Y de aquí aquello que dice el Evangelio: Vine para servir, no para ser servido. La (gente) le envilecía (a Jesús) y le escarnecía y decía: ¿quién es este?, ¿no es el hijo de un artesano? Y decían de Él otras cosas de este tenor y viles“5151. Hay, ciertamente, en los escritos de los grandes medievales ideas y enfoques que resultan fecundos y positivos, también por lo que se refiere a nuestro tema, pero el conjunto de las reflexiones orienta el interés y la preocupacion espiritual por otros derroteros. De hecho, en los siglos posteriores, los autores espirituales, salvo excepciones a las que luego aludiremos, prestan escasa atención al tema del trabajo, al que se refieren con acentos más bien negativos. Así ocurre, por ejemplo, con una de las obras más representativas de fines del Medioevo y más leídas a lo largo de la historia: la Imitación de Cristo. El autor de la Imitación alude positivamente al trabajo en uno de los capítulos iniciales, en el que se refiere a la vida de los primeros monjes y ermitaños para decir que „de día trabajaban y por la noche se ocupaban en larga oración y, aunque trabajando, no cesaban en la oración mental“5252; pero, en realidad, su juicio sobre el trabajo es mucho más negativo que el de los Padres del desierto. No es este el lugar para comentar con extensión

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esa realidad; baste citar las siguientes palabras: „comer, beber, velar, dormir, reposar, trabajar y estar sujeto a las demás necesidades naturales, en verdad es grande miseria y pesadumbre al hombre devoto, el cual desea ser desatado de este cuerpo y libre de toda culpa“5353. Con ese juicio negativo sobre el trabajo puede estar relacionada una evolución a la vez teorica y semantica que se advierte en la Imitación: la contraposición entre ociosidad y trabajo, de que hablan la Escritura y las enseñanzas de los primeros monjes, tiende a convertirse en la contraposición entre ociosidad y lucha ascética; es decir, por ociosidad se entiende la falta de dedicación a la lucha interior y por trabajo, el esfuerzo que esa lucha supone5454. Observaciones parecidas pueden hacerse con relación a otros escritos representantivos de la devotio moderna y de otros movimientos espirituales de la época, sea en Flandes sea en otras áreas. Limitémonos a citar una obra en lengua castellana, el Ejercitatorio de la vida espiritual del abad García Jiménez de Cisneros, en el que, en el contexto de un elogio de las excelencias de la vida contemplativa sobre la activa, se encuentra una frase no precisamente laudatoria respecto al trabajo. Los contemplativos, dice, se dedican a lo que pertenece a la parte racional del hombre; en cambio, los activos „comen y beben, y se alegran y gozan, ríense y están en liviandades y emplean sus cuerpos, y de esta manera hacen como las bestias. ¿Por ventura estos tales dirán que ayudan a otros con sus trabajos? Eso mismo hacen los caballos y los asnos, y a las veces más“55 55. La descripción de la Edad Media y de los inicios de la Moderna quedaría incompleta, más aún, falseada, si nos limitáramos a lo dicho. Ese período presenció, en efecto, el surgir de una serie de movimientos en los que resuenan acentos muy distintos de los recién evocados, puesto que implicaron, por diversas vías, un descubrimiento o una reafirmación del valor de lo laical y de lo secular y una referencia, más o menos expresa según los casos, a la santificación en el mundo, pero el hecho es que, de ordinario no provocaron una verdadera y acabada reflexión teológica. Cabe evocar, a ese respecto, diversos sectores de la religiosidad popular de la época, así como, especialmente, al menos en algunos aspectos, las órdenes militares -aunque en ellas, como es lógico, el tema del trabajo no ocupa un lugar destacado-, y, sobre todo, las cofradías que tan unidas estuvieron a los gremios profesionales, pieza clave en la configuración de los municipios y ciudades medievales. Dejando aparte los aspectos sociales y asistenciales de la labor de las cofradías, es un hecho que connotaban una valoración cristianamente positiva del trabajo de los oficios y de las profesiones-, manifestada, entre otras cosas, en la figura del santo escogido como patrono precisamente porque algún rasgo de su personalidad o algún episodio de su vida decía relación al menester u oficio de quienes a él se encomendaban. Fundamentalmente devocionales -su actividad, aparte de las tareas asistenciales ya mencionadas, se limitaba de ordinario al culto público-, carecieron de un trasfondo espiritual acabado, sin llegar a facilitar a los cofrades, al menos directamente, una preparación ascética y doctrinal que les llevara a santificar el trabajo en cuanto tal. Por eso, como hace un momento apuntábamos, a pesar de su importancia histórica, también en orden a una valoración cristiana del trabajo, no llegaron, salvo excepciones -como, por ejemplo, la constituida por algunos sermones de Johannes Tauler-, a incidir en la teología5656. En los años del Humanismo y del Renacimiento asistimos a un renovado interés por el tema del trabajo humano. De una parte, porque la progresiva difusión de la cultura impulsaba en esa dirección y diversos humanistas -Pico della Mirandola, Erasmo y Tomás Moro, entre otros- manifestaron una acendrada preocupación por evitar que el pensar cristiano quedase confinado en los claustros, y aspiraron a promover su presencia y su influjo en los ambientes seculares entonces en plena ebullición. De otra, porque el espíritu de investigación y aventura propio de la época da lugar a una valoración de la actividad humana en cuanto encaminada al dominio del mundo, que, si bien en algunas ocasiones

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amenazaba con degenerar en un neopaganismo, en otras se insertaba en una auténtica profundización en las perspectivas abiertas por la fe cristiana. La crisis provocada por el protestantismo agostó, al menos en parte, esos desarrollos impidiendo su evolución serena y fructífera: podemos encontrar en los autores posteriores múltiples consideraciones acertadas, en uno u otro sentido, pero falta una visión de conjunto. Tanto Lutero como Calvino hablaron del sentido cristiano de las profesiones y del trabajo (al que Lutero llegó a calificar de „servicio divino“) y, recogiendo enseñanzas de los grandes maestros medievales, relacionaron el trabajo con la obra de la creación: „el Dios operante continúa su obra en el hombre operante“. Pero ni uno ni otro alcanzaron a descubrir el valor santificador del trabajo, más aún contribuyeron a hacer difícil ese descubrimiento: la concepción del pecado original como corrupción de la naturaleza humana y el empeño en negar el carácter meritorio ante Dios de toda obra humana, incluso realizada en gracia, cerraban, en efecto, las puertas a todo progreso en ese sentido. Las ideas de Lutero sobre el trabajo como servicio y sobre la actividad profesional como vocacion, y las afirmaciones de Calvino sobre la eficacia en el trabajo como signo de predestinación tuvieron un notable influjo en vastos sectores de la sociedad de su época, pero el dualismo que ambos establecieron -por un lado, la sola fides y la predestinación, y, por otro, el trabajo considerado como servicio, pero carente de valor intrínsecamente santificador- daba pie, en la evolución posterior, a una escisión entre un pietismo individualista y un humanismo sin raíces teologales, cuyos ecos han llegado hasta nuestros días57 57. La teología católica del Renacimiento y del Barroco, que se enfrentó con esos planteamientos, alcanzó, en el campo de la filosofía jurídica y en el del análisis de los problemas económicos, resultados de gran relieve, susceptibles de haber desembocado en una reflexión profunda sobre el vivir social y sobre el trabajo. Pero, al dejarse contagiar en algunos puntos por un ideal aristocrático que despreciaba la técnica y el comercio, y, en otros momentos, por un moralismo, se incapacitó para una comprensión del valor del trabajo humano. La preocupación -estamos en la época de la teología de controversias- por criticar los errores de Lutero y de Calvino y, posteriormente, por corregir los excesos de iluminados y quietistas, dio origen, por otra parte, a una actitud de recelo frente a todo brote de misticismo. No es, pues, de extrañar que se produjeran posturas como la de Melchor Cano, quien no vaciló en afirmar expresamente que los laicos no pueden alcanzar la cima de la perfección cristiana y en oponerse decididamente a que se editaran en lengua vulgar libros destinados a orientar a los seglares por caminos de oración58 58. Todo ello, incidiendo sobre factores antes señalados, desembocó en esa preterición de la reflexión sobre el valor del trabajo que venimos comentando. Los autores del siglo XVI y siguientes otorgaron gran importancia al tema de la elección de estado y a los deberes que esa elección lleva anejos, pero eso no les condujo a un estudio y valoración de la actividad que en cada estado se realiza. De hecho operaron con gran frecuencia en el interior de una teoría de los estados, inspirada en la doctrina del status propia del derecho romano, desarrollada por Santo Tomás en la Summa Theologiae y sistematizada por Suárez en su tratado De Religione5959, que trae consigo una clasificación rígida de las personas. A ella se adaptó, de forma casi universal, la consideración teológico-canónica de la llamada a la santidad, dificultando, en consecuencia, la afirmación, con todas sus implicaciones, de la vocación cristiana en el mundo. No faltaron, ciertamente, reacciones en sentido contrario ni obras escritas con el deseo de orientar a los fieles cristianos, de cualquier estado o condición, por caminos de oración y de plenitud de vida cristiana. La figura más representativa es, sin duda, la del gran obispo de Ginebra, San Francisco de Sales, que, en el prólogo a su Introducción a la vida devota, escribe unas palabras que, aun siendo muy conocidas, no podemos por menos de volver a citar: „casi todos los autores que hasta la fecha han venido estudiando la devo-

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ción, han seguido la pauta de enseñar a los que viven alejados del comercio del mundo o, por lo menos, han trazado caminos que conducen a ese total alejamiento. Mi objeto es ahora adoctrinar a los que habitan en las ciudades, viven entre sus familias o en la corte, obligándose en lo exterior a un modo de ser común“60 60. Las obras de San Francisco de Sales -y las de los autores que a continuación imitaron su ejemplo- no solo produjeron un gran impacto, sino que contribuyeron, y continúan contribuyendo, poderosamente, a la promoción del vivir cristiano en los más diversos ambientes y situaciones. No llevaron, sin embargo, a un replanteamiento teológico acerca del valor sobrenatural de las realidades terrenas. De una parte, porque la teoría de los estados se había convertido en el esquema al que se acudía para interpretar todo lo que se refiere a la aspiracion a la santidad, y los diversos movimientos espirituales tendían a revertir en la evolución del estado religioso6161. De otra parte porque, si bien el santo obispo de Ginebra advirtió la necesidad pastoral de dirigirse a los cristianos que viven en el mundo invitándoles a la santidad, no llegó a realizar una reflexión sobre esa condición en cuanto tal a fin de mostrar, desde dentro de ella misma, el dinamismo en el que la introduce el don cristiano. De ahí que, en más de un momento, no fuera más allá de una adaptación a la vida laical de consideraciones ascéticas anteriormente aplicadas a la vida religiosa6262. Algo parecido puede decirse de bastantes autores de las décadas y siglos sucesivos, casi hasta nuestros días. En términos generales se percibe, en efecto, lo que podría calificarse de incapacidad práctica para captar la virtualidad propia de la existencia secular o, al menos, para sacar conclusiones concretas y detalladas del previo reconocimiento, hecho en términos generales, de esa virtualidad. Y así la teología espiritual de todo este período apenas habla del trabajo como actividad humana realizada en medio del mundo, mientras que, en cambio, alude con frecuencia a actividades de tipo eclesiástico o de carácter religioso. Mejor dicho, habla de ambos tipos de actividades, pero de las primeras -las tareas eclesiásticas-, para mostrar su entronque con lo sobrenatural; de las segundas -las ocupaciones seculares-, para señalar, en cambio, que pueden dificultar la búsqueda efectiva de la santidad6363. El valor cristiano y, más concretamente, santificable y santificador de las realidades terrenas y, particularmente, del trabajo en cuanto profesión ejercida en medio del mundo, entrecruzándose con el tejido de la sociedad civil, es una enseñanza que, apuntada ciertamente en textos de épocas anteriores, se proclama con nitidez solo entrado el siglo XX. Y ello como fruto de unos desarrollos a los que ya aludimos en el capítulo anterior, pero que conviene evocar de nuevo para describirlos con algo más detalle. De forma esquemática cabe decir que ese desarrollo se desplegó en tres fases o momentos: se inició, en efecto, a nivel de la vida y la experiencia eclesiales, provocó luego una amplia reflexión teológica y, finalmente -aunque contemporáneamente a lo anterior-, dio lugar a declaraciones y tomas de posición magisteriales que asumían y confirmaban lo ya alcanzado. Por lo que se refiere a la primera fase, es decir, a los impulsos provenientes de la vida y la experiencia eclesiales, podemos limitarnos a tres especialmente significativos: 1) La reacción pastoral anle los problemas que trajeron consigo la primera industrialización y la subsiguiente aparición de un proletariado urbano, que se canalizó a través no solo de una nutrida gama de actividades asistenciales, sino también de iniciativas encaminadas a elevar la condición social de los necesitados, fomentando su formación profesional y, en consecuencia, la dignidad y valor de su trabajo; la figura de Don Bosco y su labor en pleno siglo XIX, pueden ser mencionadas aquí como ejemplo emblemático64 64.

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2) Los movimientos y asociaciones de inspiracion cristiana que, enfrentándose con los cambios que estaba experimentando la sociedad occidental y con la progresiva descristianización que se detectaba en diversos ambientes, acabaron por confluir en lo que terminó por denominarse Acción Católica, dando origen a una progresiva promoción de la responsabilidad y de la acción laicales; por lo que al trabajo se refiere, una personalidad puede, dentro del conjunto de ese movimiento, ser destacada: la del fundador de la JOC, Joseph Cardijn. 3) Las realidades e iniciativas surgidas con la misión de promover la vida cristiana en medio del mundo, entre las que se encuentra el Opus Dei, sobre el que versa nuestro estudio y sobre el que, por tanto, no es necesario añadir ahora ningún comentario. Sí importa destacar que, como apuntábamos hace un momento, las realidades de vida eclesial que hemos mencionado, y otras análogas que hubieran podido ser citadas, tuvieron impacto no solo en la acción y la vivencia concretas, sino también en un plano especulativo, ya que dieron lugar a un esfuerzo de reflexión, que se movió especialmente en dos direcciones. a) El análisis de la experiencia secular y laical, con el deseo de expresar adecuadamente sus rasgos propios hasta alcanzar, superando formulaciones anteriores, una caracterización positiva y teológicamente adecuada de la vocación y misión del laico o cristiano corriente6565. b) La consideración del trabajo en cuanto tal, lo que condujo a desentrañar las implicaciones del mensaje evangélico al respecto, sea partiendo de posiciones personales, sea entrando en diálogo con quienes desde Adam Smith, Hegel o Marx se habían ocupado ya del tema6666. Ese conjunto de realidades, vitales unas, intelectuales otras, constituyen la fuente y contexto de la amplia toma de conciencia respecto a la substantividad de la vocación y misión laicales y al valor santificable y santificador de las realidades terrenas -entre ellas, el trabajo-, que caracteriza la coyuntura eclesial desde mediados del siglo XX. Y de la que son reflejo, parte y confirmación las declaraciones del Concilio Vaticano II y de los Pontífices posteriores, ya mencionadas en el capítulo I, a las que remitimos, pues no parece necesario volver sobre ellas6767. En las páginas anteriores hemos esbozado una panorámica de la actitud respecto al trabajo en la historia de la espiritualidad, a fin de ofrecer no ya una visión acabada del tema -tarea, obviamente, excesiva-, sino algunos puntos de referencia que nos introdujeran a la consideración del espíritu del Opus Dei y de su aportación a este campo. En ese sentido, con cuanto precede podríamos dar por concluido el presente capítulo y pasar directamente a exponer los rasgos básicos del mensaje que difundió el Beato Josemaría Escrivá. No obstante, consideramos conveniente detenernos un poco antes de dar ese paso, ya que, a lo largo de la historia a la que hemos hecho referencia, coexisten -como puede advertirse a partir de lo ya dicho- dos procesos que conviene distinguir: la evolución de la vocación religiosa y su acercamiento a las realidades seculares, de una parte, y, de otra, la toma de conciencia de la vocación y misión del cristiano corriente, es decir, del cristiano que vive, nativamente, en las condiciones propias de la secularidad. Al referirnos en páginas anteriores al desarrollo del estado religioso nos detuvimos en las congregaciones surgidas durante los siglos XVIII a XX con el fin de atender diversas tareas educativas, asistenciales, misioneras o caritativas. Con ese paso no se agotó, sin embargo, la variedad de realizaciones a las que podía estar abierto el conjunto de experiencias espirituales que se han venido desplegando a partir del nacimiento del monaquismo. No solo eran posibles otros estadios, sino que se han realizado, en la práctica,

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entre ellos algunos caracterizados precisamente, como acabamos de apuntar, por un acercamiento a las realidades y condiciones seculares. El inicio de esa evolución puede situarse a fines del siglo XVIII, más concretamente, en la situación creada por la supresión de las órdenes religiosas que tuvo lugar a raíz de la Revolución Francesa. En ese contexto, diversas personas se sintieron movidas a constituir asociaciones con el mismo espíritu de las órdenes recien suprimidas, pero sin su apariencia externa. A la experiencia de esos años se unieron, en anos posteriores, otros factores: el deseo de extender el apostolado de los religiosos hasta lugares donde el hábito o el traje talar resultaban un impedimento o podían ser mal recibidos; el afán por recuperar para la Iglesia a las masas obreras, que llevó a nuevas iniciativas apostólicas y a reflexionar sobre las relaciones entre pobreza y trabajo; la influencia de espiritualidades -la de Charles de Foucauld, por ejemplo-, basadas sobre la idea del testimonio entendido como presencia. Fue apareciendo así una nueva figura de vida religiosa que se caracteriza precisamente por que quienes la integran asumen no ya una o varias actividades específicas (educación, beneficencia, etc.), sino las ocupaciones terrenas en cuanto tales. Tradicionalmente, el estado religioso se venía definiendo o caracterizando por la actitud que dio vida a las etapas iniciales del proceso, es decir, al movimiento monástico: la separación respecto del mundo, entendiendo por mundo no ya el pecado, las malas inclinaciones -de las que todo cristiano, por el simple hecho de serlo, debe distanciarse-, sino la sociedad terrena, el conjunto de instituciones, relaciones, ambientes, etc., en los que se desarrolla y a través de los que se articula la vida de los ciudadanos corrientes68 68. Ese planteamiento se mantuvo -no sin algunas discusiones, que no llegaron a alterarlodurante el largo proceso que desde fines de la época medieval alcanza hasta la contemporánea, incluso en aquellos casos en que se produce la asunción de tareas que, como la educación o la asistencia sanitaria, implican una presencia en las estructuras de la sociedad civil. No todos los religiosos de esas épocas hubieran estado dispuestos a hacer suya la dura expresión de San Jerónimo „la ciudad es para mí una cárcel; la soledad, un paraíso“6969, pero muchos sí lo estaban, en cambio, en afirmar que, incluso en el supuesto de una vida activa, el punto de apoyo de la vida espiritual se situaba fuera del mundo: la vida interior se alimenta del claustro, de la vida conventual, del retiro religioso o de la regla, concebidos como el lugar donde encontrar fuerzas para dar contenido a la ulterior dedicación en las tareas apostólicas7070. El Concilio Vaticano II, tanto en el capítulo dedicado a los religiosos dentro de la Constitución Lumen gentium como en el posterior Decreto Perfectae caritatis, introdujo perspectivas nuevas, pero no modificó del todo ese esquema conceptual71 71. Uno y otro documento dieron pie, durante su redacción, a discusiones encontradas72 72. En los anos posteriores, la reflexión teológica se incrementó, ampliándose en conexión con los procesos de renovación y reforma iniciados por los institutos ya existentes y la aparición de formas y experiencias nuevas. El debate se saldó, desde una perspectiva terminológica, con la generalización -consolidada por el Código de Derecho Canóníco de 19837373, el Sínodo de Obispos de 1994 y la subsiguiente Exhortación apostólica Vita consecrata7474del concepto de „vida consagrada“, como expresión encaminada a designar una realidad espiritual amplia, dentro de la que se da cabida a instituciones diversas, aunque dentro de ella continúen ocupando una posición importante, pero no exclusiva, la vida religiosa y los institutos en los que esa vida se concreta y expresa. No es este el lugar ni para describir con detalle ese proceso, ni para intentar un balance de carácter sintético. Si lo hemos evocado ha sido solo para poder retomar, contando con un horizonte histórico más detallado, alguna de las afirmaciones que antes enunciábamos. Es obvio, en efecto, que uno de los factores que ha contribuido a configurar la vida de la Iglesia ya desde el siglo XIX, pero sobre todo en los últimos decenios del XX,

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ha sido una evolución del estado religioso caracterizada, de una u otra forma, por un acercamiento al mundo. Pues bien -esto es lo que deseábamos recalcar-, la realidad del Opus Dei, y su aparición histórica, no entronca con esos desarrollos, sino más bien con el proceso por el que la Iglesia, bajo la acción del Espíritu Santo, ha ido tomando conciencia cada vez más neta de la vocación y misión propias del cristiano corriente. Las declaraciones del Fundador del Opus Dei a este respecto fueron siempre netas y tajantes. „Dios -afirmaba en una de sus Cartas- no nos ha dado la vocación de religiosos (...). Nosotros no somos religiosos, y -por decirlo de un modo gráfico, aunque se trata de una hipótesis absurda- no hay autoridad en la tierra que pueda obligarnos a serlo: lo impide el mismo derecho natural, el derecho divino positivo y, la moral cristiana y el derecho eclesiástico: porque nos hemos entregado a Dios con la condición precisa de no ser religiosos“7575. Poco después, en esa misma Carta, tras aludir a la evolución histórica del estado religioso, añadía, reforzando sus afirmaciones, que los criterios e ideas que se emplean para juzgar esa historia no pueden aplicarse en modo alguno para interpretar el nacimiento y la vida del Opus Dei, pues „en nuestro caso nos encontramos frente a un fenómeno completamente diferente, porque no somos como religiosos secularizados, sino auténticos seculares que no buscan la vida de perfección evangélica propia de los religiosos, sino la perfección cristiana en el mundo, cada uno en su propio estado“76 76. En una conferencia pronunciada en 1948, afirmaba igualmente: „Quien no sepa superar los moldes clásicos de la vida de perfección, no entenderá la estructura de la Obra“; porque, proseguía diciendo, los miembros del Opus Dei „no son unos religiosos -para poner un ejemplo- que, llenos de santo celo, ejercen de abogados, médicos, ingenieros, etc., sino que son sencillamente abogados, médicos, ingenieros, etc., con toda su ilusión profesional y sus mentalidades características, para quienes su misma profesión, y naturalmente su vida toda adquiere un pleno sentido y una más plena significación, cuando se la dirige totalmente a Dios y a la salvación de las almas“7777. De ahí que, en esa misma conferencia, al buscar precedentes históricos del fenómeno pastoral que el Opus Dei representaba, y representa, el Beato Josemaría remitiera precisamente a los inicios mismos de la Iglesia: a aquellos primeros cristianos que sintieron en sus almas el deseo de poner por obra, en cuanto es posible a la naturaleza humana elevada por la gracia, el ideal de vida trazado por el Evangelio, y eso sin alejarse del mundo7878. De hecho, como ya antes señalamos, la referencia a los primeros cristianos fue siempre constante en los labios del Fundador del Opus Dei. „Como los religiosos observantes -escribía en los años treinta- tienen afán por saber de qué manera vivían los primeros de su orden o congregacion, para acomodarse ellos a aquella conducta, así tú caballero cristiano- procura conocer e imitar la vida de los discípulos de Jesús, que trataron a Pedro y a Pablo y a Juan, y casi fueron testigos de la Muerte y Resurrección del Maestro“7979. Y en 1967, respondiendo a un periodista americano que le preguntaba con qué otras instituciones podía compararse el Opus Dei: „Si se quiere buscar alguna comparación, la manera más fácil de entender el Opus Dei es pensar en la vida de los primeros cristianos“8080. Supondría un grave error no ver en cuanto estamos diciendo mas que precisiones de tipo histórico-erudito y, menos aún, puramente circunstancial, ya que están implicadas afirmaciones muy importantes tanto de carácter juridico-canonico como teológicoespiritual, en ambos casos en relacion precisamente con la cuestión que es objeto inmediato de nuestro estudio: la percepción del lugar que el trabajo y todo el conjunto de las tareas y realidades humanas deben ocupar en la vida espiritual del cristiano corriente. Nos encontramos, de hecho, ante una encrucijada intelectual que reclamó del Fundador del Opus Dei gran atención y empeno, ya que la llamada universal a la santidad y el

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carácter santificable y santificador de las realidades terrenas estaban, en los años 1928 y siguientes, muy lejos de ser proclamados y reconocidos y, en consecuencia, la tarea fundacional a la que estaba llamado le llevó a abrir caminos nuevos tanto a nivel juridicoinstitucional como teológico-espiritual8181. Desde una perspectiva jurídico-institucional resultaba, en efecto, necesario encontrar un cauce canónico adecuado para una realidad como la que implica el Opus Dei, es decir, una institución integrada por laicos y sacerdotes seculares en orden a la promoción de la vida cristiana en medio del mundo precisamente a través del testimonio y la palabra de quienes, siendo cristianos corrientes, dan a conocer con sus vidas la posibilidad de santificar la vida ordinaria. El ordenamiento canónico de la primera mitad del siglo XX no incluía entre las figuras en él previstas ninguna que correspondiera a esa realidad pastoral y espiritual. De ahí un largo proceso, que culminó en 1982, cuando el Opus Dei, ya fallecido el Fundador pero ejecutando y aplicando lo previsto y preparado por él, fue erigido como Prelatura personal, es decir, como una institución jurisdiccional y jerárquica, integrada por sacerdotes seculares y fieles laicos, que, bajo la jurisdicción de un Prelado, promueven con su propia vida la busca de la santidad y el ejercicio del apostolado en las circunstancias propias del ordinario existir de los hombres8282. Desde una perspectiva teológico-espiritual se trataba de expresar la riqueza que implica la vivencia cristiana de la secularidad o, lo que es lo mismo, aunque dicho con otras palabras, de concretar y articular lo que reclama el ideal cristiano cuando se inserta, vivificándola desde dentro, en la realidad secular. De ahí una neta proclamación de la radicalidad y hondura de ese ideal y, a la vez e inseparablemente, una decidida exclusión de todo planteamiento y de toda forma de hablar que implicara o connotara una actitud de distanciamiento respecto de la realidad secular, aunque fuera remotamente y con la intención de volver después a ella. Reconociendo, ciertamente, la posibilidad de que Dios llame a dirigirse a Él por otros caminos y según otras experiencias, lo que caracteriza al mensaje del Beato Josemaría, y al Opus Dei en cuanto tal, es la proclamación de que el cristiano corriente está llamado a santificarse en el lugar donde estaba cuando percibió lo que implica la vocación cristiana y en el que debe continuar estando, es decir, en medio del mundo. En coherencia con ese planteamiento, el Beato Josemaría no usó expresiones como „acercamiento al mundo“, „hacerse presente en el mundo” y otras análogas que, al menos, semánticamente, connotan una previa exterioridad o apartamiento con respecto a ese mundo al que uno se acerca o en el que se hace presente. Y habló, en cambio, de „ser del mundo“, de „santificar el mundo desde dentro“, de „estar en el mundo y sentirse del mundo“, excluyendo de raíz todo apartamiento y toda lejanía, aunque fueran meramente temporales o psicológicas. „Nuestra vocación -afirmaba en una de sus Cartas- hace precisamente que nuestra condición secular, nuestro trabajo ordinario, nuestra situación en el mundo, sea nuestro único camino para la santificación y el apostolado. No es que tengamos esa ocupación secular para encubrir una labor apostólica, sino que es la ocupación que tendríamos si no hubiésemos venido al Opus Dei; y la que tendríamos si tuviéramos la desgracia de abandonar nuestra vocación (...). Nosotros, hijos, somos gente de la calle. Y cuando trabajamos en las cosas temporales, lo hacemos porque ese es nuestro sitio, ese es el lugar en el que encontraremos a Jesucristo, en el que nuestra vocación nos ha dejado“8383. Y en una de las entrevistas incluidas en Conversaciones: los miembros del Opus Dei „son personas que viven en el mundo, en el que ejercen su profesión u oficio. Al acudir al Opus Dei no lo hacen para abandonar ese trabajo, sino al contrario buscando una ayuda espiritual con el fin de santificar su trabajo ordinario, convirtiéndolo también en medio para santificarse o para ayudar a los demás a santificarse. No cambian de estado -siguen siendo

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solteros, casados, viudos o sacerdotes-, sino que procuran servir a Dios y a los demás hombres dentro de su propio estado“8484. „Espero que llegue un momento -declaraba en otra entrevista- en el que la frase los católicos penetran en los ambientes sociales se deje de decir, y que todos se den cuenta de que es una expresión clerical. En cualquier caso, no se aplica para nada al apostolado del Opus Dei. Los socios de la Obra no tienen necesidad de penetrar en las estructuras temporales, por el simple hecho de que son ciudadanos corrientes, iguales a los demás, y por tanto ya estaban allí“8585. Y, poco antes, en esa misma entrevista: „No cabe en modo alguno hablar de adaptación al mundo, o a la sociedad moderna: nadie se adapta a lo que tiene como propio; en lo que se tiene como propio se está“8686. Los términos empleados son, sin duda, tajantes, pero estamos ante una realidad, la secularidad, que resulta nuclear en orden a la comprensión de la realidad del Opus Dei87 87. Las perspectivas dogmáticas sobre las relaciones entre creación y redención que apuntábamos en un apartado anterior repercuten también aqui, ya que, al subrayar la eficacia soberana de la redención, ponen de manifiesto que el cristianismo no es algo que se yuxtaponga a la creación, adaptándose a ella como desde fuera, y, por tanto, sin alcanzar a establecer con las realidades que lo integran relaciones íntimas y vitales, sino que, al contrario, la vivifica desde dentro. La gracia es, ciertamente, vida nueva, donación libre y gratuita de Dios, pero, precisamente por eso, por ser vida comunicada por Aquel que es la fuente de nuestro ser, informa desde la raíz toda nuestra persona y afecta a todas las dimensiones de nuestro vivir. El dogma cristiano implica la llamada del hombre a una participación en la intimidad divina prometida en plenitud para el más allá de la historia, pero anticipada ya ahora en la gracia. Y, al hacerlo, funda la posibilidad de una santificación en el interior de ese mundo en virtud de la gracia y, a la vez, la posibilidad de un apartamiento del mundo para testimoniar así la tensión escatológica, la ordenación al Reino de los cielos88 88. Esto segundo da vida al estado religioso en sus diversas manifestaciones. Lo primero, que es lo que ahora nos interesa, manifiesta que el cristiano corriente, querido por Dios en el mundo, no se encuentra en él como un extraño, sino como alguien que vive en lo que le es propio, no solo como hombre, sino también como cristiano. La vivencia secular del cristianismo nace del núcleo de la fe católica: en su raíz están la afirmación de la bondad original del mundo y la proclamación de la eficacia sanante y divinizadora de la gracia, y, en consecuencia, la del valor santificable y santificador de la propia realidad mundana -y del trabajo, como parte fundamental de ella-, en cuanto asumida en el interior del dinamismo del existir cristiano.

Capítulo III TRABAJO, SANTIDAD Y APOSTOLADO EN MEDIO DEL MUNDO Abandonando la perspectiva histórica que ha predominado en páginas anteriores, pasemos a exponer algunos de los rasgos fundamentales del espíritu del Opus Dei en conexión con ese eje crucial que es el trabajo. Para ello desarrollaremos algunos temas ya apuntados y añadiremos otros nuevos, porque la predicación del Fundador del Opus Dei no solo incluye -lo que ya hubiera sido de gran importancia- la afirmación y la llamada a una santificación en medio del mundo y en referencia al trabajo profesional, sino también una amplia descripción de lo que ese ideal, en su plasmación vital, supone e implica. Para una exposición o análisis del espíritu del Beato Josemaría y del Opus Dei en cuanto tal, cabe elegir entre dos esquemas: sistemático el uno, genético el otro. Entendemos por esquema sistemático aquel que parte en su exposición de los principios y afirmaciones dogmáticas en las que un espíritu se fundamenta, para pasar luego a considerar las implicaciones ascéticas, espirituales, etc.; lo que, en el caso del Fundador del Opus Dei, equivaldría a comenzar analizando su honda comprensión del misterio de Cristo y sus afirmaciones sobre el sentido de la filiación divina, para poner luego de manifiesto cómo de ahí nace una valoración cristiana del mundo y de las realidades humanas, y terminar exponiendo el panorama de una vida de santidad y apostolado con entraña y características seculares11. Entendemos por esquema genético aquel que aspira, bien a mostrar cómo fue creciendo y desarrollándose la predicación del Beato Josemaría, bien a exponer su espíritu siguiendo de algún modo el orden o forma en que se presentaba a aquellos hombres y mujeres, cristianos corrientes, a quienes el Fundador de la Obra se dirigía para darles a conocer el sentido cristiano de la realidad en la que viven. Este último es el orden que hemos adoptado ya que es el que mejor se adecua al intento que nos ocupa. Téngase en cuenta, además, que estamos hablando de manifestaciones de vida espiritual y apostólica y, en este orden de realidades, como lo ha señalado el propio Beato Josemaría Escrivá, „primero es la vida, el fenómeno pastoral vivido. Después, la norma, que suele nacer de la costumbre. Finalmente, la teoría teológica, que se desarrolla con el fenómeno vivido. Y, desde el primer momento, siempre la vigilancia de la doctrina y de las costumbres; para que ni la vida, ni la norma, ni la teoría se aparten de la fe y de la moral de Jesucristo“22. El espíritu del Opus Dei no ha nacido como fruto de una reflexión separada de la vida, sino como una realidad plasmada a impulsos del Espíritu, que es vida, de la que luego brotan la reflexión y el análisis. Es lógico por eso que, en los primeros escritos del Fundador del Opus Dei, el aspecto que se encuentra más claramente perfilado sea precisamente el de una vida de oración, de santidad y de apostolado en medio del mundo, en el trabajo ordinario de cada uno, presuponiendo siempre un hondo trasfondo dogmático que el Beato Josemaría fue glosando cada vez con más profundidad. SER DEL MUNDO Y LLAMADA A LA SANTIDAD Pero dejemos ya los prolegómenos y abordemos la exposición del espíritu del Opus Dei, de acuerdo con la metodología genética recién indicada. Preguntémonos, pues: ¿cómo se inicia la predicación del Fundador de la Obra?, ¿a quiénes se dirige? Ya lo hemos dicho: a cristianos corrientes ocupados en las tareas normales de los hombres, en el trabajo profesional, en los afanes sociales o universitarios, en las incidencias de la vida de familia... El ser del mundo no es -recordémoslo de nuevo- un objetivo, una finalidad, sino un presupuesto. No hay en la espiritualidad del Opus Dei nada que hable de alejamiento del mundo, de separación del mundo: es una espiritualidad que mira derechamente al cristiano que vive en las estructuras temporales, cuya ocupación es el trabajo profesional, cuya existencia transcurre en el marco normal del vivir del común de los hombres;

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una espiritualidad que mira a ese cristiano precisamente para hacerle descubrir el sentido divino de la realidad que le circunda y en la que está inmerso. A eso aspiro siempre, en efecto, la acción sacerdotal del Beato Josemaría: a provocar en sus oyentes, precisamente mientras se encontraban insertos en las más diversas tareas y ocupaciones seculares, la conciencia de lo que implica ser cristiano, la conciencia de que Dios llama, de que Dios espera una respuesta, y una respuesta que, en su caso, había de ser dada a través de esas realidades que integraban, y debían continuar integrando, su vida. „Lo que a ti te maravilla a mí me parece razonable. -¿Que te ha ido a buscar Dios en el ejercicio de tu profesión? -Así buscó a los primeros: a Pedro, a Andrés, a Juan y a Santiago, junto a las redes; a Mateo, sentado en el banco de los recaudadores... Y, ¡asómbrate!, a Pablo, en su afán de acabar con la semilla de los cristianos“, se afirma en Camino33. Y ahí te ha ido a buscar, podríamos añadir completando ese punto de Camino con otros textos del Beato Josemaría, para darte a conocer el verdadero valor de ese mundo en el que vivías. Desde los inicios de su apostolado, el Fundador de la Obra proclamó, en efecto, que „todos los caminos de la tierra pueden ser ocasión de un encuentro con Cristo“44. „Con el comienzo de la Obra en 1928 -podía comentar, con plena verdad, años más tarde, en una entrevista de prensa-, mi predicación ha sido que la santidad no es cosa para privilegiados, sino que pueden ser divinos todos los caminos de la tierra, todos los estados, todas las profesiones, todas las tareas honestas“55. Al hablar de vocación, de llamada, de ese momento en el que el hombre reconoce el querer de Dios para con él, el Beato Josemaría, sin desconocer las características de invitación e impulso que tal realidad supone, ha subrayado especialmente lo que implica de luminosidad de luz. Probablemente, entre otras cosas, porque desde una perspectiva secular, ese rasgo es determinante: vocación, en este caso, no es llamada a dejar el lugar en que se está, sino invitación a vivir de forma nueva la existencia, que ya se posee, y ello como consecuencia de una luz que permite advertir en esa existencia dimensiones divinas que antes permanecían ocultas66. La vocación, afirma en una de sus Cartas, „es una visión nueva de la vida. Es como si se encendiera una luz dentro de nosotros“7 7. „La vocación -reitera en una homilía- enciende una luz que nos hace reconocer el sentido de nuestra existencia. Es convencerse, con el resplandor de la fe, del porqué de nuestra realidad terrena. Nuestra vida, la presente, la pasada y la que vendrá, cobra un relieve nuevo, una profundidad que antes no sospechábamos. Todos los sucesos y acontecimientos ocupan ahora su verdadero sitio: entendemos a dónde quiere conducirnos el Señor, y nos sentimos como arrollados por ese encargo que se nos confía. Dios nos saca de las tinieblas de nuestra ignorancia, de nuestro caminar incierto entre las incidencias de la historia, y nos llama con voz fuerte, como un día lo hizo con Pedro y con Andrés: Venite post me, et faciam vos fieri piscatores hominum (Mt 4,19), seguidme y yo os haré pescadores de hombres, cualquiera que sea el puesto que en el mundo ocupemos“8 8. Esa luz divina trae consigo, si es acogida por el corazón humano, un fuerte cambio interior: una conversión de la mente y de la voluntad centrándolas en Dios. Pero, en el laico, en el seglar, en el cristiano corriente, todo eso tiene lugar allá donde esa persona estaba, sin abandonar la propia profesión u oficio, sin separarse del propio vivir ordinario, antes, al contrario, sintiéndose más radicalmente ligado a él como consecuencia de las riquezas nuevas que la luz vocacional ha revelado. Toda una amplia gama de textos del Fundador del Opus Dei glosa esa realidad. Varios se remontan a los años iniciales de su predicación, cuando debía corregir la tendencia, dominante en diversos ambientes, a identificar vocación con vocación religiosa y, por tanto, con invitación a apartarse del mundo. Asi ocurre, por ejemplo, en todos aquellos textos en los que, haciéndose eco de unas palabras paulinas que cada uno, hermanos, permanezca ante Dios en el estado en que fue llamado“9 9-, previene contra lo que llama „la lo-

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cura de salirse de su sitio“. „No sacamos a nadie de su sitio -afirmaba, por ejemplo, en una de sus Instrucciones1010-. Cada uno de vosotros continúa en el lugar y en la posición social que en el mundo le corresponde. Y, desde allí, sin la locura de cambiar de ambiente, ¡a cuántos daréis luz y energía!.... sin perder vuestra energía y vuestra luz: por la fe y por la gracia de Jesucristo, in qua stamus et gloriamur in spe gloriae filiorum Dei, en la que nos sentimos firmes esperando la gloria de los hijos de Dios (Rm 5,2)“11 11. Y en una de las Cartas: „Sin sacar a nadie de su sitio, hemos venido a dignificar todas las ocupaciones humanas“1212. De ahí que en Camino añada: „Alégrate, si ves que otros trabajan en buenos apostolados. -Y pide, para ellos, gracia de Dios abundante y correspondencia a esa gracia. Después, tú, a tu camino: persuádete de que no tienes otro“1313. En esa línea se sitúan también aquellos textos en los que, frente a novelerías ilusorias e irreales, invita a centrarse en la vida corriente. „Misionero. -Sueñas con ser misionero. Tienes vibraciones a lo Xavier: y quieres conquistar para Cristo un imperio. -¿El Japón, China, la India, Rusia.... los pueblos fríos del norte de Europa, o América, o África, o Australia? -Fomenta esos incendios en tu corazón, esas hambres de almas. Pero no me olvides que eres más misionero „obedeciendo“. Lejos geográficamente de esos campos de apostolado, trabajas „aquí“ y „allí“: ¿no sientes -¡como Xavier!- el brazo cansado después de administrar a tantos el bautismo?“1414; „Me hablas de morir „heroicamente“. -¿No crees que es más „heroico“ morir inadvertido en una buena cama, como un burgués... pero de mal de Amor?“1515. En ocasiones, esa llamada a lo real, a lo concreto, a lo que libera de ensueños vanos e ilusorios, se expresa mediante una expresión castiza, fruto de un juego de palabras no exento de ironía: „mística ojalatera“, mística del ojalá, del posponer esfuerzos haciendo depender toda decision y todo empeño de un eventual futuro por cuyo advenimiento no se lucha, ya que, en el fondo del alma, se piensa que nunca tendrá lugar. „Dejaos exclamaba en una homilía-, pues, de sueños, de falsos idealismos, de fantasías, de eso que suelo llamar mística ojalatera -¡ojalá me hubiera casado, ojalá no tuviera esta profesión, ojalá tuviera más salud, ojalá fuera joven, ojalá fuera viejo!...-, y ateneos, en cambio, sobriamente, a la realidad más material e inmediata, que es donde está el Señor: „mirad mis manos y mis pies“, dijo Jesús resucitado: „soy yo mismo. Palpadme y ved que un espíritu no tiene carne y huesos, como veis que yo tengo“ (Lc 24,39)“16 16. La expresión „mística ojalatera“ tiene, en verdad, doble filo: de una parte, denuncia escapismos y evasiones que llevan a eludir los auténticos requerimientos de la vocación cristiana; de otra, afirma que esa vocación cristiana puede vivirse en medio del mundo y, en consecuencia, compromete. Recuperamos así el hilo del discurso, dando un paso más que subraya el alcance de las palabras del Fundador del Opus Dei. Si su predicación presupone el ser en el mundo y del mundo de aquellos a quienes se dirige, lo hace para dibujar con plenitud, ante cada uno de ellos, el panorama de las promesas y exigencias propias del mensaje evangélico. Los cristianos corrientes, viviendo en el mundo, siendo del mundo, amando al mundo, han de saberse a la vez elegidos por Dios, llamados a formar parte de la familia de los santos, sacados no del mundo, pero sí del pecado, según las palabras de Cristo en su oración sacerdotal: „no pido que los saques del mundo, sino que los libres del mal“1717. „Sed hombres y mujeres del mundo, pero no seáis hombres o mujeres mundanos“, afirmaba el Beato Josemaría con frase que sintetiza lo que aspiramos a decir18 18. De hecho, en su predicación oral y escrita se reflejan, y con enorme fuerza, todas y cada una de las perspectivas y exigencias características del ideal que proclama el Evangelio: la vida sacramental como fuente de la existencia cristiana; la confianza en la omnipotencia de la gracia que sana la debilidad de la criatura; la llamada a la humildad; la conciencia de la centralidad de la Cruz; la invitación a una entrega sin condiciones -“Jesús no se sa-

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tisface „compartiendo‟: lo quiere todo“1919-; la importancia de la oración entendida como diálogo íntimo y constante con Dios, etc., etc. Y, dando a todo lo anterior su sentido último, la afirmación de la absoluta perfección divina, bien supremo ante lo que todo resulta pequeño y al que debe tender por entero el corazón: „¡Qué poco es una vida para ofrecerla a Dios!...“20 20. „Considera lo más hermoso y grande de la tierra .... lo que place al entendimiento y a las otras potencias .... y lo que es recreo de la carne y de los sentidos... Y el mundo, y los otros mundos, que brillan en la noche: el Universo entero. -Y eso, junto con todas las locuras del corazón satisfechas.... nada vale, es nada y menos que nada, al lado de ¡este Dios mío! -¡tuyo!-, tesoro infinito, margarita preciosísima, humillado, hecho esclavo, anonadado con forma de siervo en el portal donde quiso nacer, en el taller de José, en la Pasión y en la muerte ignominiosa... y en la locura de Amor de la Sagrada Eucaristía“2121. Dios es, y el Beato Josemaría no dejó nunca de recordarlo, el fin último del ser humano -el único, si tomamos la palabra fin en su sentido más profundo-, al que deben dirigirse y encaminarse todas las acciones. „Si la vida no tuviera por fin dar gloria a Dios, sería despreciable, más aún: aborrecible“, leemos en Camino2222. Y en la misma obra, a continuación: „Da „toda‟ la gloria a Dios, -‟Exprime‟ con tu voluntad, ayudado por la gracia, cada una de tus acciones, para que en ellas no quede nada que huela a humana soberbia, a complacencia de tu „yo‟“2323. O también, con palabras que nos sitúan en los antípodas de todo naturalismo, „Si pierdes el sentido sobrenatural de tu vida, tu caridad será filantropía; tu pureza, decencia, tu mortificación, simpleza; tu disciplina, látigo, y todas tus obras, estériles“2424. En plena coherencia con ese amplio y vibrante panorama sobrenatural, la predicación del Fundador del Opus Dei se corona con la afirmación de que todo cristiano, y por tanto también el seglar, el laico, ha de aspirar no a una santidad limitada, adaptada a su situacion, sino, al contrario, a una santidad plena, excelsa, heroica: „Tienes obligación de santificarte. -Tú también. -¿Quién piensa que esta es labor exclusiva de sacerdotes y religiosos? A todos, sin excepción, dijo el Señor: Sed perfectos, como mi Padre Celestial es perfecto“„2525. Todo cristiano, también el que trabaja en las ocupaciones seculares, el que vive en lo que se ha dado en denominar mundo de lo profano, debe sentirse urgido por Dios, llamado a la plenitud de la caridad, hasta exclamar, en la intimidad de su oración: „Señor: que tenga peso y medida en todo... menos en el Amor“26 26. Todo ello, reiterémoslo, siendo y sabiéndose plenamente del mundo, sin apartarse de las tareas terrenas, antes al contrario dándose plenamente a ellas. Ser del mundo y ser cristiano, ser del mundo y estar llamado a la plena intimidad con Dios, no son realidades antitéticas, sino susceptibles de fundirse en unidad. Los miembros del Opus Dei, podía así afirmar su Fundador, están llamados a vivir „la vida corriente, la misma vida que sus compañeros de ambiente y de profesión. Pero en el trabajo ordinario hemos de manifestar siempre la caridad ordenada, el deseo y la realidad de hacer perfecta por amor nuestra tarea; la convivencia con todos, para llevarlos opportune et importune (2 Tm 4,2), con la ayuda del Señor y con garbo humano, a la vida cristiana, y aun a la perfección cristiana en el mundo; el desprendimiento de las cosas de la tierra, la pobreza personal amada y vivida. Hemos de tener presente la importancia santificante y santificadora del trabajo y sentir la necesidad de comprender a todos para servir a todos, sabiéndonos hijos del Padre Nuestro que está en los cielos, y uniendo -de un modo que acaba por ser connaturalla vida contemplativa con la activa: porque así lo exige el espíritu de la Obra y así lo facilita la gracia de Dios a quienes generosamente le sirven en esta divina llamada“27 27. En suma, el miembro del Opus Dei, cristiano corriente entre cristianos corrientes, no está llamado a una santidad mediocre, empobrecida -valga la frase, verdadero monstruo

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teológico, para expresar de manera gráfica lo que venimos diciendo-, sino -como todo cristiano- a la única santidad existente: la que deriva de la identificación con Cristo. Proclamarlo, testificarlo con las obras, es precisamente la razón de ser del Opus Dei. „Queremos -decía el Beato Josemaría en una de sus Cartas- la santidad, la perfección cristiana que está al alcance de todos: somos gente del mundo, gente de la calle, cristianos corrientes, que ya es suficiente título: agnosce, o christiane, dignitatem tuam; conoce, oh cristiano, tu dignidad“2828. „No hay -afirmaba en otro momento, en una homilía- cristianos de segunda categoría, obligados a poner en práctica solo una versión rebajada del Evangelio: todos hemos recibido el mismo Bautismo y, si bien existe una amplia diversidad de carismas y de situaciones humanas, uno mismo es el Espíritu que distribuye los dones divinos, una misma la fe, una misma la esperanza, una misma la caridad (Cfr. 1 Co 12,46, y 13,1-13)“2929. Textos ambos que son el eco de otro especialmente expresivo: „No es nunca la santidad cosa mediocre, y no nos ha llamado el Señor para hacer más fácil, menos heroico, el caminar hacia Él. Nos ha llamado para que recordemos a todos, que en cualquier estado y condición, en medio de los afanes nobles de la tierra, pueden ser santos: que la santidad es cosa asequible. Y a la vez, para que proclamemos que la meta es bien alta: „sed perfectos, como vuestro Padre celestial es perfecto“ (Mt 5,48)“30 30. Asequible, pues, pero exigente y, por tanto, enaltecedora. Porque, como formula la paradoja que se lee en Camino, „es más asequible ser santo que sabio, pero es más fácil ser sabio que santo“3131. VOCACIÓN DIVINA Y VOCACIÓN HUMANA Hay que ser „fieles a la vocación de cristianos y a la vocación profesional“, afirma el Fundador del Opus Dei en una de sus Cartas3232. Y en otra, con más amplitud: „El Señor nos ha dado a cada uno cualidades y aptitudes concretas, unas determinadas aficiones; a través de los diversos sucesos de vuestra vida se ha ido perfilando vuestra personalidad y habéis visto, como más propio, un cierto campo de actividades. Al trabajar después en ese campo concreto, se ha configurado progresivamente vuestra mentalidad, adquiriendo las características peculiares de ese oficio o profesión. Todo eso -vuestra vocación profesional- habéis de conservarlo, puesto que es cosa que pertenece también a vuestra vocación a la santidad. Os he dicho mil veces que la vocación humana es una parte, y una parte importante, de nuestra vocación divina“3333. Esos textos, que resumen y presuponen lo dicho hasta ahora, nos abren al mismo tiempo perspectivas teológicas que merece la pena considerar despacio, procurando ir al fondo de lo que en ellos se afirma. No entendería, en efecto, las frases que preceden quien viera en ellas una mera yuxtaposición de fidelidades, porque se trata de compenetración entre dos elementos en síntesis unitaria y armónica. Lo que el Fundador del Opus Dei afirma es que vocación humana y vocación divina se hermanan y entrecruzan, hasta formar una sola cosa en unidad de vida. En otras palabras, el trabajo, y todo lo que acompaña, no son un simple ámbito en el que el cristiano corriente vive y se santifica, sino medio y camino, más aún materia de su santidad3434. En octubre de 1967, en una homilía pronunciada en la Universidad de Navarra, de la que era Gran Canciller, el Beato Josemaría glosó esas ideas con especial riqueza. Celebró en esa ocasión la Santa Misa al aire libre, ante una muchedumbre de cerca de 40.000 personas que llenaban una de las explanadas del campus universitario. Ese hecho sirvió de punto de partida para su predicación. „Reflexionad por un momento fueron sus palabras- en el marco de nuestra Eucaristía, de nuestra Acción de Gracias: nos encontramos en un templo singular; podría decirse que la nave es el campus universitario; el retablo, la Biblioteca de la Universidad; allá, la maquinaria que levanta nuevos edificios; y arriba, el cielo de Navarra... ¿No os confirma esta enumeración, de una forma

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plástica e inolvidable, que es la vida ordinaria el verdadero lugar de vuestra existencia cristiana? Hijos míos, allí donde están vuestros hermanos los hombres, allí donde están vuestras aspiraciones, vuestro trabajo, vuestros amores, allí está el sitio de vuestro encuentro cotidiano con Cristo. Es, en medio de las cosas más materiales de la tierra, donde debemos santificarnos, sirviendo a Dios y a todos los hombres (...). Debéis comprender ahora -con una nueva claridad- que Dios os llama a servirle en y desde las tareas civiles, materiales, seculares de la vida humana: en un laboratorio, en el quirófano de un hospital, en el cuartel, en la cátedra universitaria, en la fábrica, en el taller, en el campo, en el hogar de familia y en todo el inmenso panorama del trabajo, Dios nos espera cada día. Sabedlo bien: hay un algo santo, divino, escondido en las situaciones más comunes, que toca a cada uno de vosotros descubrir“3535. La cita ha sido larga, pero llena de substancia. Merece incluso la pena proseguirla, ya que, inmediatamente después, se amplía y completa el pensamiento. „Yo solía decir a aquellos universitarios y a aquellos obreros que venían junto a mí por los años treinta, que tenían que saber materializar la vida espiritual. Quería apartarlos así de la tentación, tan frecuente entonces y ahora, de llevar como una doble vida: la vida interior, la vida de relación con Dios, de una parte; y de otra, distinta y separada, la vida familiar, profesional y social, plena de pequeñas realidades terrenas. ¡Que no, hijos míos! Que no puede haber una doble vida, que no podemos ser como esquizofrénicos, si queremos ser cristianos: que hay una única vida, hecha de carne y espíritu, y esa es la que tiene que ser en el alma y en el cuerpo- santa y llena de Dios: a ese Dios invisible, lo encontramos en las cosas más visibles y materiales (...). En la línea del horizonte, hijos míos, parecen unirse el cielo y la tierra. Pero no, donde de verdad se juntan es en vuestros corazones, cuando vivís santamente la vida ordinaria...“36 36. La vocación humana no es algo ajeno a las perspectivas sobrenaturales, sino que entronca con ellas, se integra en ellas. La vocación divina, esa luz por la que Dios conduce al hombre hasta la raíz de su existencia dándole a conocer que reclama de él una respuesta plena, no solo ilumina la situación presente, sino que se proyecta sobre el pasado entendiéndolo y valorándolo desde ese sortido de la vida y esa conciencia de misión que la fe y la vocación traen consigo. Y ello, en todo caso y especialmente en el del cristiano que advierte que Dios lo quiere en el mundo, implica darse cuenta de que el conjunto de aptitudes personales e incidencias históricas que integran y determinan la vocación humana son mucho más que una simple preparación a la vocación divina: son un elemento integrante de esa vocación. En otras palabras, la historia pasada y la situación personal a la que, como consecuencia de esa historia pueda haberse llegado, no son, en el cristiano corriente, un trampolín que, al percibir la vocación sobrenatural, se abandona para pasar a un mundo psicológico y sociológico distinto, sino una realidad que permanece plenamente, penetrada, es cierto, por una fuerza nueva, pero por una fuerza que no la niega ni la destruye sino que manifiesta el profundo e íntimo sentido al que la ordena el querer de Dios. Como ya apuntábamos en páginas anteriores, todas esas afirmaciones se fundamentan en una profundización en los dogmas cristianos de la creación y de la redención que lleva a poner de manifiesto la bondad del mundo y la íntima armonía existente en el interior del plan creador y redentor divino: la vida ordinaria, las realidades familiares, el trabajo profesional, todo el conjunto del existir humano, participa, vivificado por la gracia, en la realización de los planes salvadores de Dios. En palabras del Beato Josemaría: „todas las cosas de la tierra son buenas, no solo de una manera natural, sino por el orden sobrenatural al que han sido destinadas“3737; destino al que deben llegar por mano del hombre, en el que actúa la gracia de Dios: „somos instrumentos de Dios, para cooperar en la verdadera consecratio mundi; o, más exactamente, en la santificación del mundo ab intra,

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desde las mismas entrañas de la sociedad civil“3838. „Todas las cosas de la tierra, también las criaturas materiales, también las actividades terrenas y temporales de los hombres, han de ser llevadas a Dios -y ahora, después del pecado, redimidas, reconciliadas-, cada una según su propia naturaleza, según el fin inmediato que Dios le ha dado, pero sabiendo ver su último destino sobrenatural en Jesucristo: „porque quiso el Padre poner en Él la plenitud de todo ser y reconciliar por Él todas las cosas consigo, restableciendo la paz entre el cielo y la tierra, por medio de la sangre que derramó en la cruz‟ (Col 1,19-20). Hemos de poner a Cristo en la cumbre de todas las actividades humanas“39 39. Una consecuencia de orden existencial brota inmediatamente de esa realidad de fondo: el amor al mundo. Si algunas espiritualidades, insistiendo en la tensión escatológica propia del caminar cristiano, pueden desembocar en una actitud de despego frente al mundo -e incluso de contemptus mundi, si se quiere acudir a una expresión clásica, aunque ya caída en desuso-, la espiritualidad del Opus Dei, sin olvidar la tensión hacia la condición metahistórica y definitiva, pone de manifiesto que el cristiano corriente tiende hacia lo eterno asumiendo las realidades terrenas, y engendra, en consecuencia, una actitud de amor al mundo, que se fundamenta en las enseñanzas de la fe cristiana acerca tanto de la bondad de la creación como de la sobreabundancia de la gracia y su victoria sobre el pecado. „Amamos el mundo porque Dios lo hizo bueno, porque salió perfecto de sus manos, y porque -si algunos hombres lo hacen a veces feo y malo, por el pecadonosotros tenemos el deber de consagrarlo, de llevarlo, de devolverlo a Dios: „de restaurar en Cristo todas las cosas de los cielos y las de la tierra‟ (Ef 1,10)“4040. Las citas pueden multiplicarse. „Hemos de amar el mundo, el trabajo, las realidades humanas“4141. „Un hombre sabedor de que el mundo -y no solo el templo- es el lugar de su encuentro con Cristo, ama ese mundo“42 42. „Hemos de amar el mundo, porque en el mundo encontramos a Dios, porque en los sucesos y acontecimientos del mundo Dios se nos manifiesta y se nos revela. El mal y el bien se mezclan en la historia humana, y el cristiano deberá ser, por eso, una criatura que sepa discernir, pero jamás ese discernimiento le debe llevar a negar la bondad de las obras de Dios, sino, al contrario, a reconocer lo divino que se manifiesta en lo humano, incluso detrás de nuestras propias flaquezas. Un buen lema para la vida cristiana puede encontrarse en aquellas palabras del Apóstol: „Todas las cosas son vuestras, y vosotros de Cristo, y Cristo de Dios‟ (1 Co 3,2223), para realizar así los designios de ese Dios que quiere salvar al mundo“43 43. La simple lectura de los textos que acabamos de citar pone de manifiesto que ese amor al mundo del que venimos hablando es un amor fundado en Cristo, es decir, un amor que se refiere al mundo no aislado de las perspectivas sobrenaturales, sino considerado desde ellas. Más aún, que es un amor no ingenuo sino realista, consciente de la entidad del pecado y de la amplitud de sus consecuencias y, por tanto, de la necesidad de purificación. Pero ni uno ni otro aspecto implican menoscabo o disminución de ese amor, sino su reafirmación, ya que hablar de la gracia equivale a hablar del poder redentor de un Dios que no reniega de lo creado, sino que se excede en sus dones a fin de librar a la creación de la caducidad y conducirla a su perfección última. Y recordar la realidad del pecado no es invitar a apartarse del mundo, sino a asumirlo desde la vocación divina, infundiendo en las realidades creadas la capacidad redentora y sanante de los dones divinos. Se trata, en resumen, de amar el mundo, y de amarlo apasionadamente, y ello, no al margen de Dios, a un nivel puramente terreno sin integrar esa pasión en las perspectivas teologales, sino de amarlo precisamente porque se lo ama en Dios y desde Dios, fuente de todo amor verdadero, y juzgándolo desde la plenitud y la misión a que Dios lo destina4444. En suma, el cristiano „no puede esperar pasivamente el fin de la historia“4545, no puede limitarse a contemplar los acontecimientos, acogiéndolos con alegría

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o con resignación, según los casos, sino que debe enfrentarse con ellos, buscando y promoviendo el bien. Unos párrafos de una homilía pronunciada por el Beato Josemaría con ocasión del Viernes Santo de 1960 pueden ayudarnos a dar un paso adelante en la exposicion del alcance de esa fidelidad del cristiano a su vocación humana y del amor cristiano al mundo, que de esa fidelidad deriva. „Ser cristiano -comenzó diciendo el Fundador del Opus Dei- no es algo accidental, es una divina realidad que se inserta en las entrañas de nuestra vida, dándonos una visión limpia y una voluntad decidida para actuar como quiere Dios“4646. Por eso, quien vive de fe tiene clara conciencia de que el peregrinar del hombre en el mundo debe ser afrontado con la actitud propia de quien reconoce sin ambages la radicalidad „del amor que Jesucristo ha manifestado al morir por nosotros“47 47. Al llegar a este punto de su homilía, el Fundador del Opus Dei se detuvo para describir, en trazos sintéticos, la actitud que el cristiano debe adoptar ante la historia. Acudió para ello a un método expositivo de reconocida eficacia: contraponer la actitud auténticamente cristiana a otras que la deforman, ya que son producto de no saber penetrar en ese misterio de Jesús. „Por ejemplo -fue esta deformación la que mencionó en primer lugar-, la mentalidad de quienes ven el cristianismo como un conjunto de prácticas o actos de piedad, sin percibir su relación con las situaciones de la vida corriente, con la urgencia de atender a las necesidades de los demás y de esforzarse por remediar las injusticias. Diría que quien tiene esa mentalidad no ha comprendido todavía lo que significa que el Hijo de Dios se haya encarnado, que haya tomado cuerpo, alma y voz de hombre, que haya participado en nuestro destino hasta experimentar el desgarramiento supremo de la muerte. Quizá, sin querer, algunas personas consideran a Cristo como un extraño en el ambiente de los hombres“4848. Pero no es esa la única deformación posible. „Otros, en cambio, tienden a imaginar que, para poder ser humanos, hay que poner en sordina algunos aspectos centrales del dogma cristiano, y actúan como si la vida de oración, el trato continuo con Dios, constituyeran una huida ante las propias responsabilidades y un abandono del mundo. Olvidan que, precisamente Jesús, nos ha dado a conocer hasta qué extremo deben llevarse el amor y el servicio (...). Es la fe en Cristo, muerto y resucitado, presente en todos y cada uno de los momentos de la vida, la que ilumina nuestras conciencias, incitándonos a participar con todas las fuerzas en las vicisitudes y en los problemas de la historia humana. En esa historia, que se inició con la creación del mundo y que terminará con la consumación de los siglos, el cristiano no es un apátrida. Es un ciudadano de la ciudad de los hombres, con el alma llena del deseo de Dios, cuyo amor empieza a entrever ya en esta etapa temporal, y en el que reconoce el fin al que estamos llamados todos los que vivimos en la tierra“4949. Es difícil ser más neto en la afirmación del valor del mundo y, a la vez, en la proclamación de la perspectiva teologal desde la que se afirma ese valor. Estamos así ahora en mejores condiciones para comprender el alcance y la hondura de la frase que venimos comentando: „la vocación humana es parte, y parte importante, de la vocación divina“. Hay entre ambas vocaciones una íntima armonía y la hay precisamente porque la vocación divina, revelando el origen, la fuente y el destino último de todos los seres y de todas las acciones -Dios y su designio salvador-, pone de manifiesto el sentido profundo de la entera realidad, y, por tanto, de la vocación humana. Vocación divina y vocación humana se relacionan en cierto modo como la forma y la materia, como lo que da sentido último y lo que resulta vivificado. Por eso, la fortísima afirmación del mundo, del trabajo, de la historia, no fundamenta, en la enseñanza del Beato Josemaría, ni un activismo ni una mística de horizontes meramente intraterrenos, sino que se abre a una viva percepción de las dimensiones trascendentes, eternas, de todas y cada una de nuestras acciones, hasta las

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más menudas, vistas como ocasiones de encuentro con Dios y como participación en esos planes redentores que, iniciándose en el tiempo, culminan en la eternidad. En suma, la espiritualidad del Opus Dei se nos revela como una espiritualidad de la unidad entre lo secular y lo teologal, o, en otras palabras, de la vivencia teologal de las actividades seculares. Podemos por eso concluir el presente apartado citando las palabras, fuertemente sintéticas, de una de las Instrucciones escritas por el Beato Josemaría: „Unir el trabajo profesional con la lucha ascética y con la contemplación -cosa que puede parecer imposible, pero que es necesaria para contribuir a reconciliar el mundo con Dios-, y convertir ese trabajo ordinario en instrumento de santificación personal y de apostolado. ¿No es este un ideal noble y grande, por el que vale la pena dar la vida?“5050. TRABAJAR, Y TRABAJAR BIEN En el contexto de la unidad de vida, la vocación divina, la luz sobrenatural de la fe, la gracia son, por así decir, el espíritu, el alma, la fuerza que dan sentido último, informan y sostienen; la vocación humana, la personal situación en el mundo, es, en cambio, el cuerpo que ese espíritu anima, otorgando la vida y adquiriendo consistencia fáctica. La vida del cristiano no nace de él mismo sino de Dios, pero esa vida -vida de gracia- transforma su ser desde dentro, desde el núcleo mismo de la libertad, y afectando a todas las facetas de su existencia, mas aun, creciendo a través de la libre cooperación humana. Con ese trasfondo se manifiesta, con toda claridad, la importancia que el trabajo, en cuanto realidad humana básica, tiene en la dinámica de la vida espiritual del cristiano corriente: si la gracia debe informar la vida humana y, en ella, el trabajo ocupa un lugar decisivo, se comprende enseguida que sea no la fuente -que es Dios y su gracia-, pero sí el eje en torno al que se desarrolla la obra de la santificación, „el quicio sobre el que se fundamenta y gira nuestra llamada a la santidad“5151. Esas palabras, estrictamente paralelas a las que afirman la armonía e interconexión entre vocación divina y vocación humana, responden a la misma verdad de fondo: la afirmación del valor de las realidades terrenas no solo desde una perspectiva intrahistorica y social sino también desde una perspectiva teologal, es decir, desde una fe que pone de manifiesto el sentido divino de la creación. Pero no insistamos más en estas consideraciones, tal vez ya suficientemente subrayadas, y pongamos el acento en la otra vertiente de la frase: la presentación del trabajo como quicio de la santificación. Analicemos, pues, de qué forma y con qué consecuencias, en la vida de un cristiano corriente, el caminar según Dios y hacia Dios se estructura en torno al trabajo. La tarea no es difícil porque el propio Fundador del Opus Dei ha expresado, en frase sintética, las exigencias o implicaciones que ese ideal trae consigo: „hay que santificar la profesión, santificarse en la profesión y santificar con la profesión“52 52. Comentémosla, no sin antes recordar que las palabras trabajo o trabajo profesional han de ser entendidas con la amplitud que les otorga el Fundador del Opus Dei, es decir, incluyendo en ellas no solo el trabajo en cuanto mera realización material de una tarea, sino la acción de trabajar con todas las relaciones interpersonales, sociales, etc., que nuestro actuar implica o que de él derivan, es decir, el conjunto de la vida ordinaria en cuanto que marcado por el trabajo5353. Iniciemos este comentario señalando que la mayoría de las veces que el Beato Josemaría pronunció o escribió esa frase lo hizo siguiendo el orden con el que acabamos de citarla, es decir, hablando en primer lugar de santificar el trabajo y, solo después, de santificarse en el trabajo y de santificar a los demás con el trabajo. Ese hecho no es, a nuestro juicio, fruto del acaso, sino expresión de la convicción profunda que sostiene todo su mensaje espiritual: la santidad personal (santificarse en el trabajo) y el apostolado (santificar con el trabajo) no son realidades que se alcancen con ocasión del trabajo, como si

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este fuera, en resumidas cuentas, externo a ellas, sino precisamente a través del trabajo, que queda así injertado en la dinámica del vivir cristiano y, por tanto, llamado a ser santificado en sí mismo 54. Dicho con otras palabras: los tres miembros de la frase se implican y reclaman. ¿Qué significa „santificar el trabajo“ en la enseñanza del Fundador del Opus Dei? Como tendremos ocasión de mostrar en paginas sucesivas, santificar el trabajo implica poner en ejercicio la totalidad del ideal cristiano en y a través del trabajar. Solo, pues, con el desarrollo de la exposición se irá poniendo de manifiesto el alcance de la expresión, ya que las perspectivas se entrecruzan5555. En todo caso, quizá lo más acertado sea comenzar señalando un dato que puede parecer obvio, pero que no está exento de implicaciones: santificar el trabajo reclama que esa realidad a la que designamos con la palabra „trabajo“ se dé con plenitud. El cristiano que vive en el mundo debe asumir en su vocación divina su vocación humana, y esa asunción ha de realizarse sin merma alguna -antes al contrario- de la perfección que las realidades humanas están llamadas a tener en conformidad con su dinámica constitutiva: las criaturas han de ser llevadas a Dios, pero „cada una segun su propia naturaleza, según el fin inmediato que Dios le ha dado“5656. Se trata de un imperativo válido para todo cristiano, que en el caso del laico reviste especial importancia. No es lícito maltratar cuanto nos rodea. Es lícito, ciertamente, usar de las cosas, pero sin olvidar la naturaleza peculiar de cada una, actuando en consecuencia con respeto a la autonomía que, en su orden, tienen las realidades temporales. Le va en ello al cristiano, y muy especialmente al laico, la sinceridad de su vida humana, insertado como está en las estructuras temporales, y la de su misión divina que le vincula precisamente a esas estructuras: la seriedad en lo humano, en lo profesional, es, en suma, importante tanto desde el punto de vista de la fidelidad a la ciudad terrena, como del de la fidelidad a la llamada sobrenatural. Vivir la personal vocación humana como parte de la vocación divina implica, pues, en primer lugar, esforzarse por alcanzar una adecuada madurez y perfección en lo estrictamente profesional, humano, técnico de la actividad laboral que se realiza y de la obra a la que esa actividad se ordena. „Para santificar la profesión, hace falta ante todo trabajar bien, con seriedad humana y sobrenatural“, se lee en una de las homilías del Fundador del Opus Dei5757. Y en Camino: „Oras, te mortificas, trabajas en mil cosas de apostolado.... pero no estudias. -No sirves entonces si no cambias. El estudio, la formación profesional que sea, es obligación grave entre nosotros“5858. En una entrevista de prensa, concedida en 1967, explicaba: „Lo que he enseñado siempre -desde hace cuarenta añoses que todo trabajo humano honesto, intelectual o manual, debe ser realizado por el cristiano con la mayor perfección posible: con perfección humana (competencia profesional) y con perfección cristiana (por amor a la voluntad de Dios y en servicio de los hombres). Porque, hecho así, ese trabajo humano, por humilde e insignificante que parezca la tarea, contribuye a ordenar cristianamente las realidades temporales -a manifestar su dimensión divina- y es asumido e integrado en la obra prodigiosa de la Creacion y de la Redención del mundo: se eleva así el trabajo al orden de la gracia, se santifica, se convierte en obra de Dios, operatio Dei, opus Dei“5959. Son muchas, en verdad, las razones que, en los escritos del Beato Josemaría, fundan esa exigencia de la perfección humana, del trabajar bien. Enunciémoslas exponiéndolas de forma concatenada: a) En primer término, la madurez en cuanto hombres: la fidelidad a la vocación humana impulsa a trabajar no solo esforzada y perseverantemente6060, sino también eficazmente, es decir, con competencia profesional. „Como lema para vuestro trabajo -comentaba el

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Beato Josemaría Escrivá en una homilía-, os puedo indicar este: para servir, servir. Porque, en primer lugar, para realizar las cosas, hay que saber terminarlas (...). No basta querer hacer el bien, sino que hay que saber hacerlo. Y, si realmente queremos, ese deseo se traducirá en el empeño por poner los medios adecuados para dejar las cosas acabadas, con humana perfección“6161. Y en una Carta ya varias veces citada, recalca: „Parte esencial de esa obra -la santificación del trabajo ordinario- que Dios nos ha encomendado es la buena realización del trabajo mismo, la perfección también humana, el buen cumplimiento de todas las obligaciones profesionales y sociales. La Obra exige que todos trabajen a conciencia, con sentido de responsabilidad, con amor y perseverancia, sin abandonos ni ligerezas; noli propter escam destruere Opus Dei (Rm 14,20), no quieras por la comida destruir la obra de Dios“6262. b) Pero, como la frase final del texto recién citado pone de manifiesto, no solo la autenticidad humana lleva a trabajar bien, sino también, e inseparablemente, la fe cristiana: el reconocimiento de que nuestro trabajo se realiza en presencia de Dios y en cumplimiento de su divina voluntad. „No podemos ofrecer al Señor algo que, dentro de las pobres limitaciones humanas, no sea perfecto, sin tacha, efectuado atentamente también en los mínimos detalles. Dios no acepta las chapuzas. „No presentaréis nada defectuoso, nos amonesta la Escritura Santa, pues no sería digno de Él‟ (Lv 22,20). Por eso, el trabajo de cada uno, esa labor que ocupa nuestras jornadas y energias, ha de ser una ofrenda digna para el Creador, operatio Dei, trabajo de Dios y para Dios: en una palabra, un quehacer cumplido, impecable“6363. c) Seriedad humana y conciencia de la presencia de Dios fundamentan una tercera razón para trabajar bien: el espíritu de servicio. Amor a Dios y amor a los hombres se unen en el existir cristiano, ya que Dios nos ama y nos enseña a amar. Vivir el trabajo cara a Dios, procurar realizarlo de manera perfecta como ofrenda agradable a Él, exige, por eso, vivirlo en actitud de amor y, por tanto, de servicio a quienes nos rodean. En suma, asumir y potenciar esa dimensión social que el trabajo de por sí tiene. El trabajo profesional, la tarea u oficio que todo hombre desempeña es, en cuanto tal, realidad comunitaria, quehacer que presupone la sociedad humana y se articula con ella y en ella contribuyendo al progreso histórico, al mejoramiento de las condiciones de vida, al bienestar y a la cultura6464. Todo ello se refuerza, se hace más profundo y más exigente, cuando la profesión o tarea es vivificada por la caridad, que impulsa a trascender toda tendencia a la autosatisfacción y al egoísmo y a trabajar de forma que la labor realizada contribuya, de hecho, al bien de los demas. „Si el cristiano no ama con obras, ha fracasado como cristiano, que es fracasar tambien como persona. No puedes pensar en los demás como si fuesen números o escalones, para que tú puedas subir; o masa, para ser exaltada o humillada, adulada o despreciada, según los casos. Piensa en los demás (...) como en lo que son: hijos de Dios, con toda la dignidad de ese título maravilloso“65 65. d) Servir a los demás es no solo contribuir a su bienestar terreno, a su desarrollo económico, social y cultural, sino también, y ante todo, acercarles a Dios, fuente de todo bien. El cristiano, todo cristiano, debe, por amor a los demás y por imperativo del propio bautismo, dar a conocer a Cristo, con clara conciencia de que al hacerlo revela a los demás hombres la raíz de su dignidad y la grandeza de su destino. Pues bien, también desde esta perspectiva, resulta exigido el trabajar bien, la perfección en el trabajo, ya que el cristiano corriente, que vive de su profesión u oficio, ha de apoyar sus palabras en la autoridad que le otorga el testimonio de una vida auténticamente humana y profesionalmente seria. Así, lo subraya el Fundador del Opus Dei en una homilía, en la que, después de citar las palabras de Cristo sobre el cristiano como luz del mundo66 66 prosigue: el „trabajo profesional -sea el que sea- se convierte en un candelero que ilumina a vuestros colegas y amigos. Por eso suelo repetir a los que se incorporan al Opus Dei, y mi afirmación vale

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para todos los que me escucháis: ¡qué me importa que me digan que fulanito es buen hijo mío -un buen cristiano-, pero un mal zapatero! Si no se esfuerza en aprender bien su oficio, o en ejecutarlo con esmero, no podrá santificarlo ni ofrecérselo al Señor; y la santificacion del trabajo ordinario constituye como el quicio de la verdadera espiritualidad para los que -inmersos en las realidades temporales- estamos decididos a tratar a Dios“6767. Las cuatro razones para trabajar bien que nos ha parecido encontrar repasando los textos del Beato Josemaría Escrivá, además de lo que significan por sí mismas, ponen de manifiesto dos consideraciones en parte ya apuntadas, pero que consideramos oportuno subrayar. En primer lugar, que „santificar el trabajo, santificarse en el trabajo y santificar con el trabajo“ no son tres realidades yuxtapuestas, sino tres dimensiones de un fenomeno unitario: el vivir secular cristiano, en el que la unión con Dios y el servicio a los demás, la santidad y el apostolado presuponen la cumplida realización del trabajo y revierten sobre él. En segundo lugar que, al hablar de perfección en el trabajo, el Fundador del Opus Dei no se refiere solo a su perfección técnica, aunque la supone y exige, sino a algo mas: a la asunción según el espíritu cristiano, y por tanto según el mandamiento de la caridad, de todo el conjunto de deberes y relaciones que del trabajo derivan. La profesion -afirmaba en 1948- „adquiere un pleno sentido y una más plena significación, cuando se la dirige totalmente a Dios y a la salvación de las almas“68 68. „Esta dignidad del trabajo proclamaba en una homilía pronunciada precisamente el 19 de marzo de 1963, festividad de San José- está fundada en el Amor. El gran privilegio del hombre es poder amar, trascendiendo así lo efímero y lo transitorio (...). Por eso el hombre no debe limitarse a hacer cosas, a construir objetos. El trabajo nace del amor, manifiesta el amor, se ordena al amor“6969. La „capacidad que podríamos llamar técnica -continuaba diciendo-, ese saber realizar el propio oficio, ha de estar informado por un rasgo que fue fundamental en el trabajo de San José y debería ser fundamental en todo cristiano: el espíritu de servicio, el deseo de trabajar para contribuir al bien de los demás hombres. El trabajo de José no fue una labor que mirase hacia la autoafirmación, aunque la dedicación a una vida operativa haya forjado en él una personalidad madura, bien dibujada. El Patriarca trabajaba con la conciencia de cumplir la voluntad de Dios, pensando en el bien de los suyos, Jesús y María, y teniendo presente el bien de todos los habitantes de la pequeña Nazaret (...). Era su labor profesional una ocupacion orientada hacia el servicio, para hacer agradable la vida a las demás familias de la aldea, y acompañada de una sonrisa, de una palabra amable, de un comentario dicho como de pasada, pero que devuelve la fe y la alegría a quien está a punto de perderlas“7070. El horizonte de la perfección humana y cristiana del trabajo incluye las relaciones interpersonales, y, junto a ellas, las dimensiones sociales de nuestro vivir. El trabajo profesional es manifestación y realización de la solidaridad entre los hombres, participación en la común aspiración hacia el progreso, camino para solucionar las preocupaciones y problemas de la sociedad; y el cristiano, que vive en medio del mundo, miembro a la vez de la sociedad de Dios y de la sociedad de los hombres, ha de ser consciente de los deberes que tiene para con la sociedad a la que su trabajo le une: debe, en la medida de sus posibilidades personales, esforzarse por hacer más justa la sociedad en la que viven sus conciudadanos. El trabajo, tomado en su integridad en cuanto tarea humana y social, resultaría, en consecuencia, desnaturalizado si se aislase de todo el conjunto de relaciones sociales con las que se entremezcla. Vivir con minuciosidad el propio trabajo encerrándose en un

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afán de autoperfección individual, o preocupándose, a lo más, solo por las necesidades de la propia familia, supone un desconocimiento del verdadero espíritu cristiano. „Un hombre o una sociedad que no reaccione ante las tribulaciones o las injusticias, y que no se esfuerce por aliviarlas, no son un hombre o una sociedad a la medida del amor del Corazón de Cristo. Los cristianos -conservando siempre la más amplia libertad a la hora de estudiar y de llevar a la práctica las diversas soluciones y, por tanto, con un lógico pluralismo- han de coincidir en el idéntico afán de servir a la humanidad. De otro modo, su cristianismo no será la Palabra y la Vida de Jesús: será un disfraz, un engano de cara a Dios y de cara a los hombres“7171. Ciertamente la responsabilidad de los problemas colectivos no incide del mismo modo en todos los miembros de la sociedad, y una dedicación preponderante al quehacer político es tarea que supone una especial vocación, una particular aptitud para asumir, de una manera refleja, la misión de encauzar los afanes colectivos en orden a modificar y orientar el mundo que nos rodea. Pero, aun siendo eso cierto, se debe reconocer que, en cuanto tal, esa vocación no es sino una concreción peculiar de algo más amplio, que sí se aplica a todos: el deber de reconocerse solidario con los demás hombres en todas las ocasiones y situaciones que se nos presenten y de sentir la responsabilidad, también política, que esa realidad implica7272. De ahí que pueda a todos pedirse: „Amad la justicia. Practicad la caridad. Defended siempre la libertad personal, y el derecho que todos los hombres tienen a vivir, y a trabajar, y a estar cuidados durante la enfermedad y cuando llega la vejez, y a constituir un hogar, y a traer hijos al mundo, y a educar esos hijos en proporción al talento de cada uno, y a recibir un trato digno de hombres y de ciudadanos“73 73. Y que a todos se les pueda recordar que „el trabajo ordinario, en medio del mundo, os pone en contacto con todos los problemas y preocupaciones de los hombres, puesto que son vuestras mismas preocupaciones y vuestros mismos problemas: sois cristianos corrientes, ciudadanos como los demás. Vuestra fe os tiene que guiar, al juzgar sobre los hechos y las situaciones contingentes de la tierra. Con plena libertad obraréis, porque la doctrina católica no impone soluciones concretas, técnicas, a los problemas temporales; pero sí os pide que tengais sensibilidad ante esos problemas humanos, y sentido de responsabilidad para hacerles frente y darles un desenlace cristiano“7474. Este ha de ser el afán y la ilusión del cristiano: „servir a Dios y, por amor a Dios, servir con amor a todas las criaturas de la tierra, sin distinción de lenguas, de razas, de naciones o de creencias; sin hacer ninguna de esas diferencias que los hombres, con más o menos falsía, señalan en la vida de la sociedad“7575. Y, de esta forma, reconocerse ordenado a los demás, administrador, en beneficio de todos, de bienes divinos y, a la vez, necesitado de los otros a quienes Dios ha encomendado bienes diversos, en un entrecruzarse de vocaciones que llama a cada uno a santificar la propia tarea. Tal es el panorama de una santificación del trabajo que atienda a todas las dimensiones propias de la actividad humana, desde las espirituales hasta las materiales, desde las técnicas hasta las sociales y colectivas. El ideal de la santificación del trabajo nos sitúa, en suma, e inseparablemente, ante perspectivas teologales, es decir, de trato y comunión con Dios, y ético-morales, o sea, de realización de las acciones en conformidad con las exigencias propias de cada acción. Todo lo cual, desde una perspectiva subjetiva, reclama sea un sentido de la referencia a Dios que reverbera sobre lo concreto, sea un espíritu de servicio que aúne competencia técnica y preocupación por formar adecuadamente la propia conciencia7676. No es este el momento de detenernos a fin de comentar cómo esos principios generales se concretan y encarnan en cada vocación humana, según las circunstancias de cada

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vida individual; sobre ellos, por lo demás, volveremos en páginas sucesivas. Sí puede ser, en cambio, oportuno recordar que el espíritu cristiano se abre paso en el corazón del hombre a través de la ascesis personal bajo la acción de la gracia. La disposición de servicio no se adquiere sin esfuerzo: en todo momento -y, quizá de modo especial, con el desarrollo de la personalidad y el crecimiento de las responsabilidades- puede surgir la tentación, oscurecerse la disponibilidad, brotar un afán poco recto de poder, una ambición desordenada de mando, un deseo egoísta de medro personal. Por eso, para mantener despierto el sentido de servicio es necesario que estén afincados en el alma „el espíritu de pobreza, desprendimiento verdadero de los bienes temporales; y el espíritu de humildad, desprendimiento de las glorias humanas, del poder: que son los frutos sabrosos del alma contemplativa en la acción profesional“7777. De esta forma, presuponiendo y poniendo en ejercicio esa honda actitud espiritual, se hará posible „actuar profesionalmente, con sabiduría de artista, con felicidad de poeta, con seguridad de maestro y con un pudor más persuasivo que la elocuencia, buscando -al buscar la perfección cristiana en su profesión y en su estado en el mundo- el bien de toda la humanidad“7878. CONTEMPLATIVOS EN MEDIO DEL MUNDO Santificar el trabajo es, acabamos de verlo, tarea amplia, pero no agota la frase del Beato Josemaría antes citada: en ella se habla no solo de santificar el trabajo, sino también de santificarse en el trabajo y de santificar con el trabajo. Prosigamos, pues, el análisis considerando las otras dos tablas de ese tríptico; concretamente, ahora, la segunda: santificarse en el trabajo. Para ello, y aunque sea adelantar conceptos, tal vez convenga insistir, ante todo, en un dato fundamental: con la expresión „santificarse en el trabajo“ el Fundador del Opus Dei se refiere no simplemente a santificarse mientras se trabaja, sino a santificarse precisamente por medio del trabajo, gracias al trabajo; el trabajo, repitámoslo, no es solo ámbito u ocasión, sino medio y materia de santidad. En otros términos, y como ya hemos señalado, santificarse en el trabajo no se yuxtapone a santificar el trabajo, sino que se entremezcla con esa santificación. Algo resulta evidente, incluso para una mirada superficial y ligera: santificar el trabajo, realizarlo con la seriedad que la vocación profesional y divina exigen, presupone perfección humana y trae consigo un crecimiento en esa perfección. Es imposible, en efecto, asumir cumplidamente una tarea profesional sin poner en práctica la laboriosidad, la reciedumbre, la justicia, la fortaleza, la perseverancia, la prudencia, la afabilidad, la veracidad... No es, pues, sorprendente que en los textos del Beato Josemaría Escrivá encontremos un profundo aprecio y una decidida valoración de lo que suele llamar „virtudes humanas“, es decir, el conjunto de cualidades que hacen del ser humano un hombre en el sentido acabado del término y le permiten afrontar cabal y honradamente la función que le corresponde en la sociedad. En la experiencia secular y, concretamente, en un planteamiento existencial como el que el espíritu del Opus Dei reclama, la gracia, la vida sobrenatural, no puede ser indiferente ante el desarrollo de la personalidad humana en todas sus dimensiones. „No pensemos que valdrá de algo nuestra aparente virtud de santos, si no va unida a las corrientes virtudes de cristianos“, leemos en Camino7979, esbozando un criterio que glosó ampliamente en otras ocasiones. Entre ellas, una homilía que, al ser publicada en Amigos de Dios, recibió precisamente ese título, es decir, „virtudes humanas“. „Cierta mentalidad laicista y otras maneras de pensar que podríamos llamar pietistas leemos en ese texto-, coinciden en no considerar al cristiano como hombre entero y pleno. Para los primeros, las exigencias del Evangelio sofocarían las cualidades humanas; para los otros, la naturaleza caída pondría en peligro la pureza de la fe. El resultado es el

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mismo: desconocer la hondura de la Encarnación de Cristo, ignorar que „el Verbo se hizo carne‟, hombre, „y habitó en medio de nosotros‟ (Jn 1,14). Mi experiencia de hombre, de cristiano y de sacerdote me enseña todo lo contrario: no existe corazón, por metido que esté en el pecado, que no esconda, como el rescoldo entre las cenizas, una lumbre de nobleza. Y cuando he golpeado en esos corazones, a solas y con la palabra de Cristo, han respondido siempre“. „Las virtudes humanas -proseguía más adelante- componen el fundamento de las sobrenaturales“. La rectitud humana constituye, en efecto, una realidad que, bajo la acción de la gracia, en unos casos, allana el camino para la conversión y, en otros, facilita el desplegarse del vivir cristiano. „Si aceptamos -concluye el texto que estamos citando- nuestra responsabilidad de hijos suyos, Dios nos quiere muy humanos. Que la cabeza toque el cielo, pero que las plantas pisen bien seguras en la tierra. El precio de vivir en cristiano no es dejar de ser hombres o abdicar del esfuerzo por adquirir esas virtudes que algunos tienen, aun sin conocer a Cristo. El precio de cada cristiano es la Sangre redentora de Nuestro Señor, que nos quiere –insisto- muy humanos y muy divinos, con el empeño diario de imitarle a Él, que es perfectus Deus, perfectus homo“8080. De forma más sintética, pero no menos decidida, se expresó en otros lugares y en otras homilías: „No me cansaré de repetirlo: tenemos que ser muy humanos; porque, de otro modo, tampoco podremos ser divinos“8181; „Servir a los demás, por Cristo, exige ser muy humanos. Si nuestra vida es deshumana, Dios no edificará nada en ella, porque ordinariamente no construye sobre el desorden, sobre el egoísmo, sobre la prepotencia“8282. La afirmación del valor de las virtudes humanas como parte integrante de la tarea de santificación personal es, a nivel subjetivo, estrictamente paralela a la afirmación, glosada en páginas anteriores, respecto a la importancia de la perfección técnica, profesional, como parte de la santificación del trabajo. En ambos casos, por lo demás, presuponiendo la primacía ontológica de la gracia se subraya su asumir, vivificándola desde dentro, la realidad creatural. La empresa de santificar el trabajo y de santificarse en él, la invitación a integrar la responsabilidad humana en el interior de la vocación divina, presupone, por su propia naturaleza, la llamada al encuentro personal con Dios en Cristo y bajo la acción del Espíritu Santo, y se abre a un progresivo desarrollo de ese encuentro. Llevar adelante la obra de la creación, conducirla hacia Dios, es tarea que ha de realizar el hombre en virtud del auxilio de la gracia y en diálogo con el Creador. Estas consideraciones, importantes desde muchos puntos de vista -marcan la diferencia entre la concepción cristiana del cosmos y los planteamientos inspirados en el panteísmo o en el naturalismo-, deben ser especialmente subrayadas aquí, precisamente en el momento en que estamos pasando desde la santificación del trabajo al santificarse en el trabajo, es decir, desde la consideración de la obra realizada a la del sujeto que la realiza, y por tanto abriéndonos a perspectivas de orden tanto ético, como ascético y místico, en el sentido profundamente teologal de esas expresiones. En ese paso se juega, además, la plena percepción de cuanto implica la afirmación de la llamada universal a la santidad, viendo en ella no una formulación genérica, sino la formulación de un ideal plenamente reconocido como tal, es decir, como ideal que puede ser hecho vida hasta sus últimas consecuencias. Estamos, en efecto, ante una encrucijada decisiva en orden a percibir con todas sus implicaciones la llamada universal a la santidad. Una falta de radicalidad en este punto conduce bien a negar, al menos en la práctica, esa llamada, considerando que, de hecho, no todo cristiano puede alcanzar la plena intimidad con Dios; bien, lo que sería aun mas grave, a difuminar el horizonte teologal del existir cristiano, oscureciendo esa concepción cristiana del cosmos a la que acabamos de aludir y desembocando, por tanto, en un humanismo empobrecido. Esta segunda desviación constituye, ciertamente, una tenta-

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ción que reaparece con frecuencia a lo largo de la historia, también en nuestros días. En el contexto espiritual en que estamos situados, no parece, sin embargo, necesario detenerse en ella. Sí, en cambio, conviene hacerlo en la primera, ya que al hacerlo se contribuye -o, al menos, se puede contribuir- a poner de manifiesto aspectos importantes de la vivencia cristiana de lo secular. Digamos por eso claramente que, durante demasiado tiempo y con demasiado énfasis, se ha insistido -en epocas anteriores a la nuestra, pero, en algunos casos, no muy alejadas- en las dificultades que las ocupaciones terrenas, seculares, pueden representar para la vida de oración. Frases como „los afanes de la vida“, „las tentaciones del siglo“, son otros tantos tópicos que una apología superficial del estado religioso -superficial, porque no partía de la raíz evangélica del fenómeno que trataba de explicar-, y una contraposición tajante, intelectualista en exceso, entre vida activa y vida contemplativa, han contribuido a popularizar8383. Se fomentaba así una espiritualidad secular -si espiritualidad puede llamarse- basada en la división, en la contraposición interior: habéis de santificaros -se venía a decir a quienes vivían entre las tareas seculares- a pesar de estar en el mundo, a pesar de vuestro trabajo. El medio ambiente en que se vivía, el trabajo que ocupaba las horas del día, eran vistos como una situación en la que no se puede por menos de permanecer, pero que ata y cohíbe; más aún, como una cadena que impide acercarse del todo a Dios, pero a la que -extraña paradoja- se ha de continuar ligado precisamente por voluntad de Dios, que no se ha dignado llamar a caminos más fácilmente transitables. Las consecuencias ascéticas y psicológicas de una tal manera de enfocar las cosas son fáciles de adivinar8484. Frente a todo ello, es necesario proclamar con claridad que no es a pesar del trabajo, contra el trabajo, como los laicos, los cristianos corrientes, deben conseguir su santificación, ordenarse a Dios, sino precisamente con el trabajo, a través del trabajo. Así lo han proclamado tanto el Concilio Vaticano II como el magisterio posterior8585 y así lo afirma, con especial nitidez, el Fundador del Opus Dei: „Donde quiera que estemos -afirmaba, por ejemplo, en una de sus Cartas-, en medio del rumor de la calle y de los afanes humanos -en la fábrica, en la universidad, en el campo, en la oficina o en el hogar-, nos encontraremos en sencilla contemplación filial, en un constante diálogo con Dios. Porque todo personas, cosas, tareas- nos ofrece la ocasión y el tema de una continua conversación con el Señor: lo mismo que a otras almas, con vocación diversa, les facilita la contemplación el abandono del mundo -el contemptus mundi- y el silencio de la celda o del desierto. A nosotros, hijos míos, el Señor nos pide solo el silencio interior -acallar las voces del egoísmo del hombre viejo-, no el silencio del mundo: porque el mundo no puede ni debe callar para nosotros“8686. Y en la ya citada homilía en la festividad de San José: „Reconocemos a Dios no solo en el espectáculo de la naturaleza, sino también en la experiencia de nuestra propia labor, de nuestro esfuerzo. El trabajo es así oración, acción de gracias, porque nos sabemos colocados por Dios en la tierra, amados por Él, herederos de sus promesas“8787. La profunda unidad que, desde la perspectiva de la vocación o llamada, encontrábamos más arriba en los textos en los que se habla de vocación humana y de vocación cristiana, la reencontramos ahora, a nivel de experiencia espiritual, en los destinados a tratar de vida de trabajo y de trato con Dios. El ideal que propone el Beato Josemaria no es, en efecto, el de una compaginacion, mas o menos conseguida, entre ocupaciones temporales y vida teologal, entre trabajo y oración, sino el de la plena unión entre ambas realidades, de forma que el trabajo alimente la oración y la oración impregne el trabajo, más aún, que el trabajo se convierta en oración, y eso manteniéndose como tal trabajo, sin derogar en modo alguno sus exigencias humanas.

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Las declaraciones en este sentido son muchas, constantes y netas. „Una hora de estudio, para un apóstol moderno, es una hora de oración“, leemos en Camino8888. „Estando plenamente metido en su trabajo ordinario, entre los demás hombres, sus iguales, atareado, ocupado, en tensión, el cristiano -se insiste en una homilía- ha de estar al mismo tiempo metido totalmente en Dios“8989. Y en una de las Cartas: „Debéis procurar que, en medio de las ocupaciones ordinarias, vuestra vida entera se convierta en una continua alabanza a Dios“9090. Finalmente, para no alargar la lista, en una homilía de 1967: „La vida cristiana debe ser vida de oración constante, procurando estar en la presencia del Señor de la mañana a la noche y de la noche a la mañana. El cristiano no es nunca un hombre solitario, puesto que vive en un trato continuo con Dios, que está junto a nosotros y en los cielos“9191. En la enseñanza del Fundador del Opus Dei, trabajo y oración se unen, y se unen hasta tal punto que desembocan en esa cúspide que es la vida contemplativa. Sobre este punto -la compatibilidad de la vida contemplativa con las ocupaciones temporales-, las palabras del Beato Josemaría Escrivá son explícitas: el camino que traza el Opus Dei es „camino de almas contemplativas en medio del mundo“, como escribe en una de sus Cartas9292 recogiendo una predicacion ampliamente reiterada. „En Él (en Dios) vivimos, nos movemos y existimos”, ha dicho el Apóstol9393. Para conseguir esta vida en Dios, los iniciadores del monaquismo se apartaron del mundo y se retiraron a la soledad de la celda. El Fundador del Opus Dei invita a quienes siguen su espíritu a realizarla en medio del mundo: „Nosotros vivimos en la calle -escribe-, ahí tenemos la celda: somos contemplativos en medio del mundo“9494. „Hemos de convertir -añade en otra ocasión- el trabajo en oración y tener alma contemplativa“9595 y ello con necesidad ineludible ya que, „si no fuéramos realmente contemplativos, sería difícil que pudiéramos perseverar en el Opus Dei“9696. La interconexión entre las dimensiones teologales y las seculares del vivir cristiano tiene aquí una de sus mayores realizaciones, como lo manifiesta un texto que merece la pena citar entero: „El trabajo, que ha de acompañar la vida del hombre sobre la tierra (Cfr. Gn 2,15), es para nosotros a la vez y en grado máximo, porque a las exigencias naturales se unen otras claramente de orden sobrenatural- el punto de encuentro de nuestra voluntad con la voluntad salvadora de nuestro Padre celestial. Os digo una vez más, hijos míos: el Señor nos ha llamado para que, permaneciendo cada uno en su propio estado de vida y en el ejercicio de su propia profesión u oficio, nos santifiquemos todos en el trabajo, santifiquemos el trabajo y santifiquemos con el trabajo. Es así como ese trabajo humano que realizamos puede, con sobrada razon, considerarse opus Dei, operatio Dei, trabajo de Dios. El Señor da al trabajo de la inteligencia y de las manos del hombre, al trabajo de sus hijos, un valor inmenso. Actuando así, de cara a Dios, por razones de amor y de servicio, con alma sacerdotal, toda la acción del hombre cobra un genuino sentido sobrenatural, que mantiene unida nuestra vida a la fuente de todas las gracias (...). Almas contemplativas en medio del mundo: eso son los hijos míos en el Opus Dei, eso habéis de ser siempre para asegurar vuestra perseverancia, vuestra fidelidad a la vocación recibida. Y en cada instante de nuestra jornada, podremos exclamar sinceramente: loquere, Domine, quia audit servus tuus (1 S 3,9); habla, Señor, que tu siervo escucha. Dondequiera que estemos, en medio del rumor de la calle y de los afanes humanos -en la fábrica, en la universidad, en el campo, en la oficina o en el hogar-, nos encontraremos en sencilla contemplación filial, en un constante diálogo con Dios“97 97. Una de las características más acusadas de la personalidad del Beato Josemaría Escrivá fue el realismo. Aspiró, en su predicación y en su trato personal, a encender los ánimos, a provocar ilusiones y afanes de cosas grandes, pero no olvidó nunca que los mejores deseos acaban en la nada a no ser que engendren decisiones, tal vez menudas,

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pero concretas, exigentes, reales. Por eso su palabra, siempre vibrante y no exenta de acentos poéticos, abría grandes horizontes, panoramas inmensos, pero señalando a la vez el camino por el que, paso a paso, se llegaba a las alturas. „Recomendar esa unión continua con Dios -se preguntaba en una de sus homilías-, ¿no es presentar un ideal, tan sublime, que se revela inasequible para la mayoría de los cristianos? Verdaderamente es alta la meta -respondía-, pero no inasequible. El sendero, que conduce a la santidad, es sendero de oración; y la oración debe prender poco a poco en el alma, como la pequeña semilla que se convertirá más tarde en árbol frondoso“9898. La realidad de Dios no nos es evidente ni tenemos de Él una experiencia inmediata. Nuestra inteligencia, limitada y débil, es susceptible de distracción y de olvido. Para crecer en la fe, para connaturalizar nuestra alma con Dios tenemos, por eso, necesidad de actualizar su presencia, incluso dedicándole a Él en exclusiva, prescindiendo de toda otra ocupación, algunos momentos del día. „Procura lograr diariamente unos minutos de esa bendita soledad que tanta falta hace para tener en marcha la vida interior“; „Me has escrito, y te entiendo: „Hago todos los días mi ratito de oración. ¡Si no fuera por eso!‟“, nos dicen unos puntos de Camino9999, que reflejan la experiencia personal del Fundador del Opus Dei y la de millones de almas. No es, pues, extraño ni sorprendente sino lógico, que en su predicación y en su catequesis encontremos constantes referencias a la liturgia, a la oración vocal, a la meditación... más aún, a un entero plan de vida, es decir, a un conjunto de medios ascéticos y normas de piedad que constituyen como un armazón que facilita la memoria de Dios y el trato con Él100 100. Las normas de piedad que el Fundador del Opus Dei recomienda están tomadas de la tradición ascética y espiritual cristiana. Al revivirlas, vierte en ellas acentos nuevos y, sobre todo -punto decisivo desde la perspectiva en la que estamos situados-, las encuadra siempre en un contexto secular. En otras palabras, no las concibe como momentos en ruptura con un precedente existir profano, como si implicaran un dejar el mundo en que hasta entonces se ha vivido para ir a otro más divino, sino como realizaciones más intensas de una actitud que permanece siempre, como algo que está en continuidad con lo anterior y con lo que sigue, ya que la vida de oración pertenece a la esencia del existir cristiano: se ha iniciado con la fe, incluso entre los primeros balbuceos de la infancia, y debe continuar creciendo con ella101101. „Me has escrito: „orar es hablar con Dios. Pero ¿de qué?‟ -¿De qué? De Él, de ti: alegrías, tristezas, éxitos y fracasos, ambiciones nobles, preocupaciones diarias... ¡flaquezas!: y hacimientos de gracia y peticiones: y Amor y desagravio. En dos palabras: conocerle y conocerte: „¡tratarse!‟“, escribió en Camino102102. „Oración -repitió años más tarde en una de sus homilías-, lo sabemos todos, es hablar con Dios; pero quizá alguno pregunte: hablar, ¿de qué? ¿De qué va a ser, sino de las cosas de Dios y de las que llenan nuestra jornada? Del nacimiento de Jesús, de su caminar en este mundo, de su ocultamiento y de su predicación, de sus milagros, de su Pasión Redentora y de su Cruz y de su Resurrección. Y en la presencia del Dios Trino y Uno (...) hablaremos del trabajo nuestro de todos los días, de la familia, de las relaciones de amistad, de los grandes proyectos y de las pequeñas mezquindades“103103. „El tema de mi oración -añade en esa misma homilía, con frase que lo resume todo- es el tema de mi vida“104104. El cristiano vive de Dios y lo encuentra y ama en el existir diario. La oración del cristiano corriente no se edifica de espaldas a la vida ordinaria, al margen de ella, sino en ella y desde ella, a fin de descubrir su más profundo sentido -aquel que tiene a los ojos de Dios- y vivirla de acuerdo con la luz que de esa profundización dimana. Por eso los ratos de oración giran inseparablemente en torno a Dios y en torno a la propia vida, reconocida como recibida de Dios y ordenada a Él. Y, a su vez, el diálogo iniciado, o reforzado, en los ratos dedicados especialmente a la oración se prolonga des-

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pués a lo largo de la jornada entre las múltiples incidencias del vivir de cada día. „Me has dicho alguna vez -escribe en Camino- que pareces un reloj descompuesto, que suena a destiempo: estás frío, seco y árido a la hora de tu oración, y, en cambio, cuando menos era de esperar, en la calle, entre los afanes de cada día, en medio del barullo y alboroto de la ciudad, o en la quietud laboriosa de tu trabajo profesional, te sorprendes orando... ¿A destiempo? Bueno, pero no desaproveches esas campanadas de tu reloj. -El espíritu sopla donde quiere“105105. Los ratos de oración, las prácticas de piedad -precisa en otro momento-, „te llevarán, casi sin darte cuenta a la oración contemplativa. Brotarán de tu alma más actos de amor, jaculatorias, acciones de gracias, actos de desagravio, comuniones espirituales. Y esto, mientras atiendes tus obligaciones, al descolgar el teléfono, al subir a un medio de transporte, al cerrar o abrir una puerta, al pasar ante una iglesia, al comenzar una nueva tarea, al realizarla y al concluirla; todo lo referirás a tu Padre Dios“106106. La palabra „contemplación“ y la expresión „vida contemplativa“ se cuentan, sin duda alguna, entre las más usadas, desde hace siglos, por el vocabulario de la teología espiritual, y han sido objeto de interpretaciones diversas, Para algunos, hacen referencia a un conocimiento experimental, intuitivo y directo de la presencia de Dios, acompañado, en ocasiones, por éxtasis o fenómenos psicológicamente extraordinarios; para otros, a un sentido vivo, profundo y afectivo de la presencia de Dios, fruto del desarrollo de la fe, sin percepciones ni sensaciones especiales, pero con profundas resonancias existenciales; para unos implica, en quien la vive, una actitud puramente pasiva; para otros no excluye una preparación y una acción por parte del hombre107 107. El Beato Josemaría Escrivá evitó expresamente entrar en esos pormenores y distinciones. Y así, en una de sus homilías, después de haber descrito el itinerario que lleva a vivir en trato con Dios en medio de las más diversas ocupaciones terrenas, se pregunta: „¿Ascética? ¿Mística? No me preocupa. Sea lo que fuere, ascética o mística, ¿qué importa?: es merced de Dios. Si tú procuras meditar, el Señor no te negará su asistencia“108108. Pero, aunque rehusara entrar en dilucidaciones especulativas, hay algo que señaló siempre con claridad y firmeza: que la oración debe prender en el alma del cristiano hasta darle una tan viva conciencia de la presencia de Dios que llegue a impregnar por entero la vida dando sentido a las más diversas incidencias del existir diario. Así lo manifestó, por lo demás, con su propia vida, como pudieron percibir, y posteriormente testimoniar, muchos de cuantos le conocieron; tal es el caso de las dos personas que más intensa y largamente -bastantes décadas- le trataron: sus dos primeros sucesores al frente del Opus Dei, Mons. Álvaro del Portillo109109 y Mons. Javier Echevarría110110; y, junto a ellos, el de otras muchas personas111111. Esa es, en efecto, la cuestión central: la oración, diálogo con Dios que versa sobre Dios mismo y sobre los sucesos de la propia y personal existencia, „no nos aparta del mundo, no nos transforma en seres extraños, ajenos al discurrir de los tiempos“112112. Al contrario, nos lleva a advertir su valor de cara a Dios y de cara a los hombres, a reconocer el sucederse de los acontecimientos como momento propicio para vivir la fe, la esperanza y la caridad113113 para plasmar en obras el espíritu de servicio y, cuando la ocasión llega, para unir la propia vida, en lo pequeño y en lo grande, a la Cruz de Cristo114114. Unos diez años después de la fundación del Opus Dei, el Beato Josemaría Escrivá residió varios meses en Burgos. Allí, al visitar la magnífica catedral gótica, se le ocurrió una comparación que usó en su trato con los universitarios a los que entonces atendía espiritualmente, y otras muchas veces después. „Me gustaba -comenta en una homilía de 1960- subir a una torre, para que contemplaran de cerca la crestería, un auténtico encaje de piedra, fruto de una labor paciente, costosa. En esas charlas les hacía notar que aque-

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lla maravilla no se veía desde abajo. Y, para materializar lo que con repetida frecuencia les había explicado, les comentaba: ¡Esto es el trabajo de Dios, la obra de Dios!: acabar la tarea personal con perfección, con belleza, con el primor de estas delicadas blondas de piedra. Comprendían, ante esa realidad que entraba por los ojos, que todo eso era oración, un diálogo hermoso con el Señor“115115. „Pon un motivo sobrenatural a tu ordinaria labor profesional, y habrás santificado el trabajo“116116. Quien lea ese punto de Camino fuera del contexto que presupone en quien lo escribió, tal vez no vea en él más que un consejo piadoso, la simple invitación a levantar el corazón a Dios ofreciéndole la tarea que se tiene entre manos. Proyectado sobre cuanto venimos exponiendo, se advierte que es, ciertamente, una invitación a levantar el corazón a Dios, pero uniendo a ese recuerdo la decisión de vivificar desde dentro la actividad a la que se refiere, a fin de realizarla de modo humano y cristianamente acabado; en suma, una invitación a santificarla. Reencontramos así esa circularidad que existe entre los diversos aspectos de la enseñanza del Fundador del Opus Dei a la que ya hemos hecho referencia: santificarse en el trabajo, unirse a Dios en el trabajo, nos remite al trabajo mismo, a su reafizacion cumplida; la santificación del trabajo es, desde esta perspectiva, un momento constitutivo del proceso de santificarse en él y de santificar con él. Cuando el cristiano reconoce, con su inteligencia, la bondad de Dios que se transparenta a través de la realidad creada y cuando, con su voluntad, se entrega al cumplimiento de la tarea que le corresponde ofreciéndola, y ofreciéndose a sí mismo en ella, como „hostia viva, santa, agradable a Dios“117117, entonces se constituye en sacerdote de la propia existencia y de la entera creación, llevándolas, una y otra, hacia Dios. Y así, resume el Beato Josemaría, „con alma verdaderamente sacerdotal y con mentalidad plenamente laical, todos nosotros, unidos en Cristo, nos convertimos en ese Iinaje escogido, sacerdocio real, nación santa, pueblo del patrimonio de Dios, para que proclamemos las grandezas del que nos sacó de las tinieblas a su luz admirable“ (1 P 2,5)“118118. SENTIDO DE LA FILIACIÓN DIVINA EN LA VIDA DIARIA „Es preciso convencerse de que Dios está junto a nosotros de continuo. -Vivimos como si el Señor estuviera allá lejos, donde brillan las estrellas, y no consideramos que también está siempre a nuestro lado. Y está como un Padre amoroso -a cada uno de nosotros nos quiere más que todas las madres del mundo pueden querer a sus hijos-, ayudándonos, inspirándonos, bendiciendo... y perdonando (...). Preciso es que nos empapemos, que nos saturemos de que Padre y muy Padre nuestro es el Señor que está junto a nosotros y en los cielos“119119. Este punto de Consideraciones espirituales y de Camino prolonga las consideraciones anteriores al par que nos sitúa ante una realidad a la que es imprescindible hacer referencia si se aspira a comprender el talante espiritual del cristiano tal y como lo vivió y predicó el Fundador del Opus Dei. En ese punto, en efecto, aparece formulado con toda claridad, lo que podemos calificar de „nervio central“120120, de piedra angular, de auténtica chiave di volta sobre la que reposa toda la espiritualidad del Opus Dei: el sentido de la filiación divina. En la Instrucción de 19 de marzo de 1934, el Beato Josemaría afirmaba: „Formamos parte (del Opus Dei) por elección divina -ego elegi vos (Jn 16,16)- con el fin de que seamos en el mundo imitadores de Jesucristo Señor Nuestro, sicut filii carissimi, como hijos queridísimos (Ef 6,1)“121121. Y años después, en una de sus Cartas: „El fundamento de su vida espiritual (la de los fieles del Opus Dei) es el sentido de su filiación divina: Dios es mi Padre, y es el Autor de todo bien y es toda la Bondad“122 122. „El Dios de nuestra fe comenta en una homilía pronunciada en una festividad del Jueves Santo- no es un ser lejano, que contempla indiferente la suerte de los hombres: sus afanes, sus luchas, sus

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angustias. Es un Padre que ama a sus hijos hasta el extremo de enviar al Verbo, Segunda Persona de la Trinidad Santísima, para que, encarnándose, muera por nosotros y nos redima. El mismo Padre amoroso que ahora nos atrae suavemente hacia Él, mediante la acción del Espíritu Santo que habita en nuestros corazones“123 123. „El Creador -añadese ha desbordado en cariño por sus criaturas“, de modo que la historia entera está regida por una „corriente trinitaria de amor por los hombres“124 124. El sentido de la filiación divina, la honda penetración en lo que la fe nos dice acerca del amor paternal de Dios hacia los hombres tiene, en la oración y en la enseñanza del Fundador del Opus Dei, muchas consecuencias: la filiación divina da un tono íntimo, filial, confiado, a la oración125125; crea en el alma una actitud alegre, optimista, audaz, capaz de enfrentarse con empresas y tareas sin dejarse amilanar ante eventuales sinsabores y dificultades, ni aherrojar por afanes y preocupaciones126126; fundamenta la fraternidad y el espíritu de servicio127127... Y provoca -punto que interesa ahora subrayar- ese reconocimiento del valor cristiano del mundo que, como veíamos, permite amarlo y recorrerlo con la alegría y la naturalidad de quien se sabe en casa propia: „La filiación divina es una verdad gozosa, un misterio consolador. La filiación divina llena toda nuestra vida espiritual (...). Más aún: precisamente porque somos hijos de Dios, esa realidad nos lleva también a contemplar con amor y con admiración todas las cosas que han salido de las manos de Dios Padre Creador. Y de este modo somos contemplativos en medio del mundo, amando al mundo“128128. Cuando el cristiano habla de filiación divina presupone una realidad de orden ontológico: el hecho fundamental de que Dios, amando a los hombres, los eleva hacia Él hasta hacerlos, por la gracia, partícipes, consortes de la naturaleza divina, según la densa expresión de la segunda carta de San Pedro129129. El Beato Josemaría recoge esa realidad profunda, situándola en un contexto de oración. De ahí que, de ordinario, habla no solo de filiación divina, sino de „sentido de la filiación divina“. Y por „sentido“ entiende una conciencia viva y profunda de la cercanía de Aquel que sabemos que nos ama130 130. O también -y quizá mejor- esa capacidad para advertir como instintivamente la presencia de la persona amada y reaccionar de acuerdo con cuanto le agrada, que brota en el alma cuando el corazón está connaturalizado con esa persona, hecho una sola cosa con ella. En otras palabras, la filiación divina, en la predicación del Fundador del Opus Dei, es considerada como una realidad de la que el hombre debe tomar conciencia cada vez más clara y neta, hasta que acabe „por informar la existencia entera“, por estar „presente en todos los pensamientos, en todos los deseos, en todos los afectos“131 131. Es entonces, en efecto, y solo entonces, cuando produce todos sus frutos espirituales132 132. Sentido de la filiación divina y vida contemplativa forman así, en cierto modo, una sola cosa, de modo que -y este modo de expresar tal vez sea el más exacto- el sentido de la filiación divina da su matiz definitivo y último a la vida contemplativa, ya que, si esta -la vida contemplativa- implica vivir en presencia de Dios, el sentido de la filiación divina lleva a recordar que ese Dios presente en el mundo y en nuestro propio corazón nos ama con corazón de padre y quiere que se le trate como tal133133. Quien nos haya seguido hasta este punto habrá advertido que aquí confluyen varias de las líneas de pensamiento que hemos esbozado en páginas anteriores, ya que el Beato Josemaría, al hablar de filiación divina, no hace sino invitar a procurar que la luz de la fe penetre hasta lo más hondo de la realidad, de toda la realidad, también de la vida ordinaria, también del trabajo, también del existir normal en medio del mundo. „Todos los hombres -escribe- son hijos de Dios. Pero un hijo puede reaccionar, frente a su padre, de muchas maneras. Hay que esforzarse por ser hijos que procuran darse cuenta de que el Señor, al querernos como hijos, ha hecho que vivamos en su casa, en medio de este mundo, que seamos de su familia, que lo suyo sea nuestro y lo nuestro suyo“134 134. „Cuando

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la fe flojea, el hombre tiende a figurarse a Dios como si estuviera lejano, sin que apenas se preocupe de sus hijos. Piensa en la religión como en algo yuxtapuesto, para cuando no queda otro remedio; espera, no se explica con qué fundamento, manifestaciones aparatosas, sucesos insólitos. Cuando la fe vibra en el alma, se descubre, en cambio, que los pasos del cristiano no se separan de la misma vida humana corriente y habitual. Y que esta santidad grande, que Dios nos reclama, se encierra aquí y ahora, en las cosas pequeñas de cada jornada“135135. Para quien vive de fe, las cosas que le rodean, los sucesos que acaecen a su alrededor no son acontecimientos sin sentido, mostrencos, opacos, velos que impiden mirar más allá, sino, al contrario, llamadas, invitaciones de Dios, porque -como leemos en una de sus Cartas- „el Señor nos está hablando constantemente en mil pequeños detalles de cada día“136136, ya que -como añade en una homilía- „hay un algo santo, divino, escondido en las situaciones más comunes, que toca a cada uno de vosotros descubrir“137137. „Asentado en tu alma en gracia, el Espíritu Santo -Dios contigo- va dando tono sobrenatural a todos tus pensamientos, deseos y obras“138138 y así „aunque vivimos en el mundo y participamos de todos los afanes y trabajos de la sociedad, nuestra vocación es necesariamente contemplativa: estamos en continua, sencilla y filial unión con Dios, nuestro Padre“139139. La vida contemplativa, la conciencia de la paternidad de Dios amplían el horizonte del existir y crean en el alma la conciencia de que la vida y la historia están dotadas de un sentido en el que cabe confiar, lanzándose audaz y esforzadamente en el cumplimiento de los designios divinos. „Ser pequeño: las grandes audacias son siempre de los niños. ¿Quién pide... la luna? -¿Quién no repara en peligros para conseguir su deseo? „Poned‟ en un niño „así‟, mucha gracia de Dios, el deseo de hacer su Voluntad (de Dios), mucho amor a Jesús , toda la ciencia humana que su capacidad le permita adquirir... y tendréis retratado el carácter de los apóstoles de ahora, tal como indudablemente Dios los quiere“140140. Esa confianza, esa audacia, nacida de la conciencia de la cercanía paternal de Dios de que nos habla el punto de Camino recién citado constituirá, en ocasiones, cuando así lo requieran o aconsejen las circunstancias, impulso para acciones grandiosas, singulares, extraordinarias, incluso excepcionales141141. Pero no se limita ahí su efectividad. Más aún, si alguien llegara solo hasta ese punto, no habría captado todavía algunas de las implicaciones capitales de la fe cristiana, ya que esa fe invita a ver, buscar y encontrar a Dios también en la vida de cada día: en las incidencias, incluso menudas, del trabajo profesional, en la convivencia sencilla y natural con la familia, los colegas y los amigos; en suma, en las pequeñas cosas de la vida corriente. Conviene leer todo el capítulo que Camino dedica a este tema -“cosas pequeñas“- para percibir la extraordinaria importancia que el Fundador del Opus Dei les atribuye como elemento clave de la actitud espiritual del cristiano y específicamente de la espiritualidad secular142142. Son, en efecto, sendero ofrecido al cristiano para llegar a Dios: „Has errado el camino si desprecias las cosas pequeñas“, „¿Quieres de verdad ser santo? -Cumple el pequeño deber de cada momento: haz lo que debes y está en lo que haces“, afirma en Camino143143. „Alguno -comentaba en una Carta- puede tal vez imaginar que en la vida ordinaria hay poco que ofrecer a Dios: pequeñeces, naderías. Un niño pequeño, queriendo agradar a su padre, le ofrece lo que tiene: un soldadito de plomo descabezado, un carrete sin hilo, unas piedrecitas, dos botones: todo lo que tiene de valor en sus bolsillos, sus tesoros. Y el padre no considera la puerilidad del regalo. Lo agradece y estrecha al hijo contra su corazón, con inmensa ternura. Obremos así con Dios, que esas niñerías esas pequeñeces- se hacen cosas grandes, porque es grande el amor: eso es lo nuestro, hacer heroicos por Amor los pequeños detalles de cada día, de cada instante“144144.

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Si analizamos los textos en los que el Fundador de la Obra emplea la expresión „cosas pequeñas“ advertiremos que, a veces, lo hace para poner de manifiesto que el cristiano corriente está llamado a santificarse en la vida ordinaria o para combatir la tendencia a evadirse de la realidad refugiándose en ensueños ilusorios, es decir, para expresar ideas que ya hemos encontrado, formuladas en otros términos, en apartados anteriores. Pero percibirá también que, en otras ocasiones, el sentido de la expresión, presuponiendo ese trasfondo, es distinto: con ella, en esos momentos, se aspira a recordar que al amor incesante de Dios hacia nosotros, debemos corresponder con un amor también incesante que no se conforme con manifestarse de tanto en tanto, en momentos especiales, sino que aspire a informar todos los momentos del día. La doctrina del Beato Josemaría Escrivá sobre las cosas pequeñas connota, en efecto, ante todo, una fe viva que lleva a descubrir a Dios en todas las personas y en todos los sucesos. Pero también, y sobre la base de lo anterior, una caridad, un amor, igualmente vivo, que aspire a impregnar todas y cada una de las acciones, aun las más pequeñas, aun las más menudas, aun aquellas que vistas con ojos humanos podrían parecer insignificantes y hasta despreciables, pero que, contempladas con los ojos de la fe, se revelan, al igual que todas las demás, llenas de sentido, susceptibles de encarnar el amor de Dios. „Hacedlo todo por Amor. -Así no hay cosas pequeñas: todo es grande“145145. La vida, toda vida, cualquier vida, se presenta, en consecuencia, como itinerario a través del cual el ideal cristiano puede y debe alcanzar su máxima expansión. Quien, siendo fiel a la gracia, procure vivir con esa actitud de espíritu, llegará a pregustar de algún modo la realidad que anunció el Apóstol, es decir, que Dios comienza a ser todo en todas las cosas146146. Desde esta perspectiva, trascendiendo distinciones más o menos válidas a otros niveles, se hace patente que todas las actividades humanas, excepto aquellas marcadas por el pecado, son valiosas, más aun, importantes, decisivas, cruciales, en cuanto lugar de encuentro con Dios y momento para manifestar el amor en la entrega a Él y en el servicio a los hombres. „Es hora de que los cristianos digamos muy alto -afirmaba el Fundador del Opus Dei en una homilía en la festividad de San José- que el trabajo es un don de Dios, y que no tiene ningún sentido dividir a los hombres en diversas categorías según los tipos de trabajo, considerando unas tareas más nobles que otras. El trabajo, todo trabajo, es testimonio de la dignidad del hombre, de su dominio sobre la creación“147147. „Cristo -proclamaba en otra meditación, esta vez en la fiesta de la Asunción de la Virgen- quiere encarnarse en nuestro quehacer, animar desde dentro hasta las acciones más humildes“, y, como saliendo al paso de una objeción inexpresada, añadía enseguida: „Este pensamiento es una realidad sobrenatural, neta, inequívoca; no es una consideracion para consuelo, que conforte a los que no lograremos inscribir nuestros nombres en el libro de oro de la historia. A Cristo le interesa ese trabajo que debemos realizar -una y mil veces- en la oficina, en la fábrica, en el taller, en la escuela, en el campo, en el ejercicio de la profesión manual o intelectual“148148. Porque la historia que con nuestras vidas se construye no es solo la historia de los pueblos, de las civilizaciones y de las culturas, sino también, y más profundamente, la historia de la salvacion, una historia cuyo desenlace no es meramente intraterreno, puesto que, más allá de todo el acontecer temporal, está llamada a desembocar en la plenitud del Reino de los cielos. Resulta claro, por lo demás, que hablar de sentido de filiación divina y de valor de las cosas pequeñas es ciertamente hablar de alegría, de confianza, de serenidad y paz interiores, pero, a la vez, de exigencia y de entrega. El panorama ante el que se encuentra situado el cristiano, también el cristiano corriente, llamado a santificarse en medio del mundo y en las actividades seculares, no es un panorama hecho de superficialidad y de facilonería, sino de compromiso y de hondura. El Fundador del Opus Dei, al referirse a las

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cosas pequeñas, pide una actitud de espíritu no de mediocridad, sino de plenitud; no de dejadez, sino de vitalidad, ya que „la perseverancia en las cosas pequeñas, por Amor, es heroísmo“149149. Un amor que llegue a los detalles, a todos los detalles, solo puede ser vivido, en efecto, mediante una decisión constantemente renovada, mediante un deseo que se actualiza en cada instante. „En la vida interior -pregunta Camino-, ¿has considerado despacio la hermosura de „servir‟ con voluntariedad actual?“150 150. Porque, como recuerda en otro momento, „Jesús no se satisface „compartiendo‟: lo quiere todo“151151. Estas consideraciones nos remiten, de nuevo, al amor, ya que solo el amor puede fomentar y sostener una actitud de atención y de entrega vivida hasta los más pequeños detalles. De ahí que en uno de los puntos de Camino exclame: „Jesús, que sea yo el último en todo... y el primero en el Amor“152152. Y que el libro concluya, precisamente, con las siguientes palabras: „¿Que cuál es el secreto de la perseverancia? El Amor. Enamórate, y no Le dejarás“153153. Fe viva, voluntariedad actual, amor son los pilares de la actitud interior que permite al cristiano, también al que vive en medio del mundo, encontrar a Dios en esos sucesos y deberes diarios que entretejen su vida y su trabajo y dotar así a lo ordinario de valor pleno, más aún, divino y, en consecuencia, infinito154154. TRABAJO Y APOSTOLADO „Santificar el trabajo“, procurando hacer de él obra perfecta en lo humano y llena de savia divina; „santificarse en el trabajo“, viviéndolo de manera que desemboque en vida contemplativa: dos puntos del lema en que el Fundador del Opus Dei compendia su espíritu, que ya hemos considerado. Para llevar a término nuestro comentario debemos ahora analizar el tercero: „santificar con el trabajo“. Se ha afirmado a veces que la búsqueda de la santidad, de la unión amorosa con Dios, es una actividad absorbente que impide otras ocupaciones y que, por tanto, aleja de los hombres. Hablar así es presentar una caricatura del cristianismo, ajena por entero a la realidad, pues olvida que la caridad, el amor que nace de la fe cristiana es uno: amar a Dios, identificarse con Él, es participar del amor con que Dios ama y, en consecuencia digámoslo con palabras del Beato Josemaría- endiosarse „con un endiosamiento que, al acercarte a tu Padre, te hará más hermano de tus hermanos los hombres“155 155. Búsqueda de la santidad personal, y amor y servicio a los demás hombres son como dos caras de una misma moneda, dos facetas de un mismo proceso, en suma, dos actitudes simultáneas e inseparables. A lo largo de toda su vida, el Beato Josemaría Escrivá defendió esta doctrina y rechazó toda forma de pensar, o incluso meramente de hablar, que separara búsqueda de Dios y servicio a los hombres y, en consecuencia, santidad y apostolado. Vio con claridad que todo intento, no ya de oponer, sino incluso de aislar esas dos realidades, nace o de una vida interior falsa, es decir, de una piedad no auténtica sino meramente verbal, bajo la que puede esconderse, y suele esconderse de hecho, el egoísmo; o de un planteamiento naturalista en el que el servicio a los hombres es entendido desde un horizonte exclusivamente intramundano, excluyendo de él lo que es, en verdad, el servicio más profundo que puede prestárseles: anunciarles a Dios y contribuir a que se acerquen a Él. Si lo primero hace que el hombre se encierre en sí mismo y caiga en un individualismo egocéntrico; lo segundo lleva a empobrecer lo humano, privando al hombre del supremo bien del que tiene necesidad absoluta. En uno y otro caso, el espíritu cristiano queda negado o enervado, destruido o privado de efectividad. Son esas perspectivas de fondo las que le llevaron, de una parte, a poner de manifiesto que la perfección humana del trabajar trasciende lo técnico, para incluir lo ético y lo espiritual, como ya tuvimos ocasión de comentar al explicar el primer tablero del tríptico que nos está sirviendo de guía, es decir, „santificar el trabajo“. Y, de otra, a subrayar la

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posición determinante e imprescindible que la dimensión apostólica tiene en el existir cristiano, cuestión de la que debemos ocuparnos ahora. Todo cristiano, en efecto, debe escuchar como dirigidas a él las palabras que Jesucristo pronunció al enviar a los Apóstoles, es decir, al constituirlos en tales, ya que apóstol no es otra cosa que enviado. Así lo recuerda Camino: „„Id, predicad el Evangelio... Yo estaré con vosotros...‟. -Esto ha dicho Jesús... y te lo ha dicho a ti“156156. „No es posible -glosa en una de las Cartas- disociar en Cristo su ser de Dios-Hombre y su función de Redentor. El Verbo se hizo carne para salvar a los hombres, para hacerlos con Él una sola cosa: esa es la razón de su venida al mundo. Somos nosotros otros Cristos, llamados a corredimir, y tampoco se puede seccionar nuestra vida de hijos de Dios en su Obra, separándola de nuestro celo apostólico“157157. „Apóstol -reitera en otro lugar- es el cristiano que se siente injertado en Cristo, identificado con Cristo, por el Bautismo; habilitado para luchar por Cristo, por la Confirmación; llamado a servir a Dios con su acción en el mundo, por el sacerdocio común de los fieles, que (...) capacita para tomar parte en el culto de la Iglesia, y para ayudar a los hombres en su camino hacia Dios, con el testimonio de la palabra y del ejemplo, con la oración y con la expiación“158158. Esa realidad, que se predica de toda condición cristiana, se aplica también, como es obvio, a la condición laical, impregnándola y asumiendo, por tanto, las resonancias propias de esa vocación. El cristiano que vive en medio del mundo, en contacto diario con los demás hombres, con sus alegrías y sus afanes, con sus ilusiones humanas y sus ansias -tal vez ocultas pero reales- de unión con Dios, debe manifestar, de modo espontáneo y vital, en coherencia con su forma concreta de vivir, la fe y el espiritu que animan su alma. „Con este afán de contemplación en medio del mundo -en medio de la calle: al aire, al sol, bajo la lluvia-, no solo os dominará el deseo de permanecer en la tarea temporal, de no alejaros de las realidades terrenas, sino que os arrastrará el afán apostólico de penetrar valientemente en todas esas realidades seculares, para desentrañar las exigencias divinas que contienen; para enseñar que la fraternidad de los hijos de Dios -la fraternidad humana tiene sentido sobrenatural- es la gran solución que se ofrece a los problemas del mundo; para sacar a los hombres de su caparazón de egoísmo; para asegurar, a la vez, la necesaria personalidad y la verdadera libertad, qua libertate Christus nos liberavit (Ga 4,31), a los que están disueltos en la masa, para; en una palabra, abrir a los hombres los caminos divinos de la tierra“159159. „El apostolado -comentaba en otra ocasión, esta vez en una de sus homilías-, esa ansia que come las entrañas del cristiano corriente no es algo diverso de la tarea de todos los días: se confunde con ese mismo trabajo, convertido en ocasión de un encuentro personal con Cristo. En esa labor, al esforzarnos codo con codo en los mismos afanes con nuestros compañeros, con nuestros amigos, con nuestros parientes, podremos ayudarles a llegar a Cristo“160160. Nada varía -añade- en la condición secular y profesional del cristiano cuando advierte la dimensión apostólica de su vocación divina: „¿Qué cambia entonces?“, se pregunta. Y enseguida responde: „Cambia que en el alma -porque en ella ha entrado Cristo, como subió a la barca de Pedro- se presentan horizontes más amplios, más ambición de servicio, y un deseo irreprimible de anunciar a todas las criaturas las magnalia Dei (Hch 2,11), las cosas maravillosas que hace el Señor, si le dejamos hacer“161161. ¿Cómo se concretan, en la práctica, las perspectivas a las que venimos haciendo referencia?, ¿cómo se unen trabajo en medio del mundo y apostolado? Para contestar estas preguntas recordemos que con la palabra „apostolado“ se hace referencia a una amplia gama de realidades que van desde la palabra que anuncia a Cristo hasta la acción humana encaminada a informar cristianamente ambientes e instituciones. Apostolado es, afirma el Concilio Vaticano II, toda actividad que, „extendiendo por toda la tierra el reino

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de Cristo para gloria de Dios Padre, hace partícipes a los hombres de la redención salvadora, y, a través de ellos, ordena realmente el mundo entero hacia Cristo“162 162. En los escritos del Fundador del Opus Dei tiene también esa significación amplia: „El modo especifico de contribuir los laicos -leemos, por ejemplo, en una de sus entrevistas a la prensa- a la santidad y al apostolado de la Iglesia es la acción libre y responsable en el seno de las estructuras temporales, llevando allí el fermento del mensaje cristiano. El testimonio de vida cristiana, la palabra que ilumina en nombre de Dios, y la acción responsable, para servir a los demás contribuyendo a la resolución de los problemas comunes, son otras tantas manifestaciones de esa presencia con la que el cristiano corriente cumple su misión divina“163163. Dejando para un apartado posterior la tercera de esas realidades (la acción encaminada a ordenar el mundo hacia Dios, a la que por lo demás ya hemos hecho algunas referencias), consideremos ahora las otras dos -la palabra y el testimonio- para poner de manifiesto cómo, en la enseñanza del Fundador de Opus Dei, se unen y vinculan al trabajo. a) Apostolado y palabra cristiana „Todas las situaciones por las que atraviesa nuestra vida nos traen un mensaje divino, nos piden una respuesta de amor, de entrega a los demás (...). Hay que reconocer a Cristo, que nos sale al encuentro, en nuestros hermanos los hombres. Ninguna vida humana es una vida aislada, sino que se entrelaza con otras vidas. Ninguna persona es un verso suelto, sino que formamos todos parte de un mismo poema divino, que Dios escribe con el concurso de nuestra libertad“164164. Nacemos y vivimos entre hombres, y ese nacer y ese vivir engendran vínculos, relaciones, trato, amistad. La fe cristiana, iluminando desde dentro esas realidades, las dota de un sentido más profundo, haciendo más íntimos los lazos que de ellas derivan. Y así, como prolongación de las relaciones humanas, del sentido de la amistad, de los vínculos familiares y sociales, surge el apostolado, traducción en obras y de verdad, por nuestra parte, del gran empeno de Dios, „que quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad“ (1 Tm 2,4)“165165; “entrega a los demás hombres, para revelarles a Cristo y llevarles hacia Dios Padre“166 166. El anuncio de Cristo, la palabra sobre Dios, la referencia al sentido cristiano, divino, del vivir, la transmisión a otros de la fe que se ha recibido, se entrelazan, en el existir del cristiano corriente, con el trabajo, con las incidencias que lo jalonan, con las conversaciones que el trabajar y la vida de relación provocan: no solo surge con ocasión del trabajo, sino que tiene en el trabajo, y en el conjunto de las relaciones familiares y sociales, su punto de apoyo. „Mi alegría es vuestra alegría, porque permanecéis seguros en la certeza de que, por la vocación que hemos recibido, nuestro trabajo ordinario en el mundo -el propio de cada uno- es para nosotros el medio específico más eficaz de lograr la perfección cristiana, haciendo un apostolado fecundo“167167. „Puesto que vivimos en las mismas circunstancias que los demás, participando de todas sus preocupaciones y problemas, con nuestra convivencia, penetrada de caridad, procuramos llevarlos a Dios“; ya que „a todos hacemos ver cómo cualquier labor, por humilde que sea, si se hace bien y por un motivo sobrenatural, se enaltece. Más aún: esta espiritualización de las tareas humanas permite que, con nuestro trabajo, podamos cooperar en la obra divina de la Redención, y que nos sintamos verdaderos hermanos en la gran familia de los hijos de Dios“168168. De ahí que, naciendo de la vida corriente, el manifestar a Dios y llevar hacia Él, núcleo del empeño apostólico, se exprese, de ordinario, en palabras sencillas, naturales, cotidianas. El fiel corriente no obra en virtud de representaciones oficiales, ni de mandatos jerárquicos: no tiene más título -y ya es suficiente- que su personal condición de cristiano. La palabra que pronuncia es palabra que va de amigo a amigo, de compañero a compañero, abriendo, con sencillez y naturalidad, perspectivas cada vez más hondamente

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humanas y cristianas. Apostolado que se produce al „recorrer juntos el camino de la vida profesional y civil“169169 y que el Fundador del Opus Dei gustaba en llamar „apostolado de amistad y confidencia“. „Esas palabras, deslizadas tan a tiempo en el oído del amigo que vacila; aquella conversación orientadora, que supiste provocar oportunamente; y el consejo profesional, que mejora su labor universitaria; y la discreta indiscreción, que te hace sugerirle insospechados horizontes de celo... Todo eso -leemos en Camino- es „apostolado de la confidencia‟“170170. En una homilía pronunciada durante un mes de mayo, después de haber recordado que todo cristiano ha recibido la misión de dar a conocer a Cristo, el Beato Josemaría se explicaba ampliamente: „Quizá alguno se pregunte cómo, de qué manera puede dar este conocimiento a las gentes. Y os respondo: con naturalidad, con sencillez, viviendo como vivís en medio del mundo, entregados a vuestro trabajo profesional y al cuidado de vuestra familia, participando en los afanes nobles de los hombres, respetando la legítima libertad de cada uno (...). Actuando así daremos a quienes nos rodean el testimonio de una vida sencilla y normal, con las limitaciones y con los defectos propios de nuestra condición humana, pero coherente. Y, al vernos iguales a ellos en todas las cosas, se sentirán los demás invitados a preguntarnos: ¿cómo se explica vuestra alegría?, ¿de dónde sacáis las fuerzas para vencer el egoísmo y la comodidad?, ¿quién os enseña a vivir la comprension, la limpia convivencia y la entrega, el servicio a los demás? Es entonces el momento de descubrirles el secreto divino de la existencia cristiana: de hablarles de Dios, de Cristo, del Espíritu Santo, de María. El momento de procurar transmitir, a través de las pobres palabras nuestras, esa locura del amor de Dios que la gracia ha derramado en nuestros corazones“171171. Y enseguida concluía: „El apostolado cristiano -y me refiero ahora en concreto al de un cristiano corriente, al del hombre o la mujer que vive siendo uno más entre sus iguales- es una gran catequesis, en la que, a través del trato personal, de una amistad leal y auténtica, se despierta en los demás el hambre de Dios y se les ayuda a descubrir horizontes nuevos: con naturalidad, con sencillez he dicho, con el ejemplo de una fe bien vivida, con la palabra amable pero llena de la fuerza de la verdad divina“172172. El texto que acabamos de reproducir manifiesta muy claramente cuál es la entraña, la naturaleza, de acuerdo con la predicación del Beato Josemaría, de ese apostolado de amistad y confidencia nacido del trabajo mismo, de los avatares de la vida ordinaria. Un apostolado que es, por lo demás, prolongación del vivir de los primeros cristianos173 173 y eco fiel de unas palabras bien conocidas de San Pedro: „glorificad a Cristo en vuestros corazones, siempre dispuestos para dar, a todo el que os la pida, razón de vuestra esperanza“174174. Podrían añadirse más cosas, pero baste, por ahora, con lo dicho; pasemos, pues, al segundo punto -el testimonio-, que nos permitirá completar algunas de las perspectivas apuntadas. b) Apostolado y testimonio „No hacemos nuestro apostolado. En ese caso, ¿qué podríamos decir? Hacemos porque Dios lo quiere, porque así nos lo ha mandado: „id por todo el mundo y predicad el evangelio‟ (Mc 16,15)- el apostolado de Cristo (...). ¿Y cómo cumpliremos ese apostolado? Antes que nada, con el ejemplo, viviendo de acuerdo con la Voluntad del Padre, como Jesucristo, con su vida y sus enseñanzas, nos ha revelado“175 175. Estamos ante otra enseñanza capital del Fundador del Opus Dei, a la que hizo referencia el ya citado decreto de aprobación definitiva del Opus Dei por parte de la Santa Sede: los miembros del Opus Dei -afirma ese texto- ejercen su labor apostólica y contribuyen a la obra de la redención „por medio del ejemplo, que, al esforzarse por actuar esmeradamente siempre y en todo lugar, dan a sus conciudadanos, a sus colegas y a sus compañeros de trabajo, en la vida familiar, civil y profesional“176176.

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En Camino, esa misma realidad es expresada de forma gráfica, acudiendo a la vez a un pasaje clave del Evangelio de San Lucas: „Nonne cor nostrum ardens erat in nobis, dum loqueretur in via? -¿Acaso nuestro corazón no ardía en nosotros cuando nos hablaba en el camino? Estas palabras de los discípulos de Emaús debían salir espontáneas, si eres apóstol, de labios de tus companeros de profesión, después de encontrarte a ti en el camino de su vida“177177. En una homilía que, al ser publicada, recibió el sugestivo título de „Cristo presente en los cristianos“, después de aludir a la pluralidad de vocaciones en la Iglesia, y refiriéndose, ya en concreto, a aquellos a quienes Dios quiere en medio del mundo, en las ocupaciones terrenas, comenta, en ese mismo sentido: „Deben estos cristianos llevar a Cristo a todos los ámbitos donde se desarrollan las tareas humanas: a la fábrica, al laboratorio, al trabajo de la tierra, al taller del artesano, a las calles de las grandes ciudades y a los senderos de montaña (...). Cada cristiano debe hacer presente a Cristo entre los hombres; debe obrar de tal manera que quienes le traten perciban el bonus odor Christi (2 Co 2,15), el buen olor de Cristo; debe actuar de modo que, a través de las acciones del discípulo, pueda descubrirse el rostro del Maestro“178178. Los textos que acabamos de reproducir son suficientes para poner de manifiesto la importancia que el ejemplo y el testimonio tienen en la visión del apostolado que nos ofrece el Fundador del Opus Dei. Antes de pasar adelante y de considerar el trasfondo y el alcance de esas afirmaciones conviene que nos detengamos para subrayar algo ya implícito en los párrafos citados, pero que no podemos por menos de destacar teniendo en cuenta el tema que en esta obra nos ocupa: el lugar central que, en ese testimonio, ocupa el trabajo. Y ello tanto si entendemos el trabajo en sentido amplio, es decir, en cuanto tarea y oficio que implica todo un conjunto de relaciones y deberes que de esa tarea derivan, e identificándolo, por tanto, con un porcentaje muy elevado del vivir ordinario; como si lo tomamos en sentido más estricto, o sea, en cuanto realización de una específica tarea profesional. En todo caso, es claro que la profesión, el oficio, es definitorio para el cristiano corriente y todo comportamiento que no esté, en él, acompañado de hondura y seriedad profesionales sonará a falso y vacío. „Te apartas de tu camino de apóstol, si, con ocasión -o con excusa- de una obra de celo, dejas incumplidos los deberes del cargo. Porque me perderás el prestigio profesional, que es precisamente tu „anzuelo de pescador de hombres‟”179179. „Hemos de evitar comenta en una homilía- el error de considerar que el apostolado se reduce al testimonio de unas prácticas piadosas. Tú y yo somos cristianos, pero a la vez, y sin solución de continuidad, ciudadanos y trabajadores, con unas obligaciones claras que hemos de cumplir de un modo ejemplar, si de veras queremos santificarnos. Es Jesucristo el que nos apremia: „vosotros sois la luz del mundo (...); brille así vuestra luz delante de los hombres, de manera que vean vuestras buenas obras y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos‟ (Mt 5,14-16). El trabajo profesional -sea el que sea- se convierte en un candelero que ilumina a vuestros colegas y amigos“180180. En los dos pasajes que preceden se perciben ecos del esfuerzo que, sobre todo en los años iniciales de su trabajo sacerdotal, tuvo que realizar el Fundador del Opus Dei para conseguir que su predicación se abriera paso frente a la concepción y la praxis del apostolado laical entonces dominante, es decir, frente a quienes entendían el apostolado como dedicación a actividades caritativas, benéficas, de propaganda católica, etc., realizadas al margen -cuando no en contraposición- con la actividad secular y profesional que cada persona desarrollaba181181. Lo que el Beato Josemaría Escrivá afirmaba entonces, y continuó afirmando a lo largo de toda su vida, es que el apostolado no se reduce a esas u otras tareas tipificadas y, más radicalmente, que no se sitúa en las fronteras o límites del vivir ordinario, sino en su centro. Y lo afirmaba en virtud de esa honda percepción del

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poder unificante que la fe y la caridad poseen respecto al conjunto del existir, que caracterizó su pensamiento y su labor182182. Todo se inicia -viene a decirnos- en el núcleo mismo del alma, en el momento en que el cristiano advierte la riqueza, la hondura, la radicalidad -y, por tanto, la exigencia- del amor de Dios. „-Tu apostolado -leemos en Camino- debe ser una superabundancia de tu vida „para adentro‟“183183. De esa vida para adentro, de esa conciencia de la cercanía amorosa de Dios y del trato con Él, nace espontánea y necesariamente la llamada a refrendar la fe con las obras, la decisión de cumplir la voluntad divina, el deseo de amar por encima de la propia flaqueza, el esfuerzo por dominar y vencer los personales defectos, la perseverancia y la prontitud en recomenzar después de las eventuales caídas, la alegría, así como el impulso a dar a conocer a quienes nos rodean el amor divino, y a Dios mismo. Todo eso -el cristiano vive entre hombres- implica ejemplo, testimonio. Un testimonio no buscado, y en ocasiones ni siquiera querido, pero inseparable del vivir. Un testimonio de trabajo bien hecho, de cumplimiento de los deberes del propio estado, de amistad sincera, de sensibilidad social, de práctica de las virtudes humanas y divinas. Un testimonio de cuño secular y laical, sin ostentación, siendo, entre los otros ciudadanos, uno más, sin singularidades, sin la pretensión de ser tenido por mejor que los otros, obrando con sinceridad, con sencillez, con conciencia de los propios defectos y esforzándose por superarlos. Un testimonio, en suma, sin espectáculo, con la naturalidad propia del acontecer diario, pero real y verdadero. Y ese testimonio sencillo, que nace de la vida, provoca, como apuntan los textos ya citados, el diálogo con los otros, la conversación sobre las fuentes del vivir: en suma -y asi se cierra el círculo-, el apostolado como palabra que anuncia a Cristo. c) Complementariedad entre testimonio y palabra Entre palabra y testimonio hay, en efecto, nexos profundos: son, en verdad, dos realidades inseparables, siempre y con acentos singulares en el apostolado secular. Si toda palabra que plantea a los demás horizontes que comprometen a fondo la existencia -y tal es el caso del anuncio evangélico- resulta avalorada por el testimonio, por el compromiso personal de aquel que la pronuncia, ello tiene especial relevancia en el caso del cristiano corriente, que actúa -ya lo hemos dicho- sin mandatos ni representaciones oficiales, sin más autoridad, por así decir, que la que pueda prestarle su propio vivir. En él, la palabra no solo connota el testimonio, sino que lo presupone de una forma que cabe calificar incluso de constitutiva. El Beato Josemaría lo recordó con frecuencia, retrotrayéndose, para buscar el fundamento de esa realidad, al actuar del mismo Cristo. Así lo hacía, por ejemplo, en 1968, al responder a un periodista. La caridad, explicaba, impulsa al cristiano a vivir todas las virtudes -la justicia, la solidaridad, la alegría, la amistad, etc.-, ya que sin ellas es imposible amar con obras; „se ve enseguida -continuaba- que la práctica de estas virtudes lleva al apostolado. Es más: es ya apostolado. Porque, al procurar vivir así en medio del trabajo diario, la conducta cristiana se hace buen ejemplo, testimonio, ayuda concreta y eficaz; se aprende a seguir las huellas de Cristo que coepit facere et docere (Hch 1,1), que empezó a hacer y a enseñar, uniendo al ejemplo la palabra“184 184. Primero hacer, luego enseñar. Así actuó Cristo, que antes de hablarnos de amor, nos amó con obras, haciéndose hombre, trabajando largos años en Nazaret, entregándose con una disponibilidad absoluta. Y así debe obrar el cristiano, viviendo de amor y manifestando ese amor en sus acciones: solo entonces, refrendada por el ejemplo, su palabra será plenamente fecunda. Pero si la palabra, para ser eficaz, presupone el testimonio, este, a su vez, se ordena a la palabra, ya que la raíz de la vida del cristiano trasciende al cristiano mismo y a lo que sus obras pueden dar a conocer. Esa raíz no es, en efecto, otra cosa que el amor de

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Dios, y la verdad infinita de Dios y de su amor son realidades insondables, que solo la palabra cristiana -en cuanto eco de la palabra pronunciada por Cristo mismo- puede de algún modo desvelar. Por eso el Beato Josemaría, subrayando la centralidad del ejemplo en el apostolado cristiano, y singularmente en el del seglar o cristiano corriente, insiste a la vez en que el testimonio no puede ser mudo: debe abrirse a la palabra, ordenarse a ella. „Llenar de luz el mundo, ser sal y luz (cfr. Mt 5,13-14): así ha descrito el Señor la misión de sus discípulos. Llevar hasta los últimos confines de la tierra la buena nueva del amor de Dios. A eso debemos dedicar nuestras vidas, de una manera o de otra, todos los cristianos (...). Cada uno de vosotros ha de ser no solo apóstol, sino apóstol de apóstoles, que arrastre a otros, que mueva a los demás para que también ellos den a conocer a Jesucristo“185185. „Si admitieras la tentación de preguntarte, ¿quién me manda a mí meterme en esto?, habría de contestarte: te lo manda -te lo pide- el mismo Cristo. „La mies es mucha, y los obreros son pocos; rogad, pues, al dueño de la mies que envíe operarios a su mies‟ (Mt 9,37-38). No concluyas cómodamente: yo para esto no sirvo, para esto ya hay otros; esas tareas me resultan extrañas. No, para esto, no hay otros; si tú pudieras decir eso, todos podrían decir lo mismo. El ruego de Cristo se dirige a todos y a cada uno de los cristianos (...). O producimos frutos de apostolado, o nuestra fe será estéril“. „Además -prosigue, llegando al punto que aquí más interesa-, ¿quién ha dispuesto que para hablar de Cristo, para difundir su doctrina, sea preciso hacer cosas raras, extrañas? Vive tu vida ordinaria, trabaja donde estás, procurando cumplir los deberes de tu estado, acabar bien la labor de tu profesión o de tu oficio, creciéndote, mejorando cada jornada. Sé leal, comprensivo con los demás y exigente contigo mismo. Sé mortificado y alegre. Ese será tu apostolado. Y, sin que tú encuentres motivos, por tu pobre miseria, los que te rodean vendrán a ti, y con una conversación natural, sencilla -a la salida del trabajo, en una reunión de familia, en el autobús, en un paseo, en cualquier parte-, charlaréis de inquietudes que están en el alma de todos, aunque a veces algunos no quieran darse cuenta: las irán entendiendo más, cuando comiencen a buscar de verdad a Dios“186186. Con la coherencia de su vida y con palabras naturales y sencillas, partiendo de su trabajo y en medio de él, el cristiano -todo cristiano- podrá y deberá ser levadura que hace fermentar la masa187187; brasa encendida que caldea los caminos de la tierra con el fuego divino que lleva en el corazón188188; piedra caída en el lago, que da origen a un círculo, y este a otro y a otro, llevando así hasta los confines de la tierra el nombre de Cristo189189. Y eso no como resultado de actitudes sobreañadidas, sino como consecuencia de un desarrollo de la fe, de la esperanza y de la caridad que informa el existir diario. „Para el cristiano, el apostolado resulta connatural: no es algo añadido, yuxtapuesto, externo a su actividad a su ocupación profesional. ¡Lo he dicho sin cesar, desde que el Señor dispuso que surgiera el Opus Dei! Se trata de santificar el trabajo ordinario, de santificarse en esa tarea y de santificar a los demás con el ejercicio de la propia profesión, cada uno en su propio estado“190190. En conformidad con ese planteamiento, el Fundador de la Obra no hablaba tanto de hacer apostolado, cuanto de ser apóstoles. Porque, y es importante insistir en ello, de lo que se trata no es de dedicar unas horas al apostolado como si este fuera una tarea sectorial, ni de desempeñar una actividad apostólica con la mentalidad de quien cumple un horario, sino de algo radicalmente diverso: de vivir la profesión, y el conjunto del existir, con conciencia de la propia y personal misión cristiana. Para el cristiano, el apostolado -la entrega a los demás, la preocupación por darles a conocer a Cristo y atraerlo hacia Él- no es una mera función, sino más bien una intención, una orientación permanente del alma, de la que brotará una también permanente dedicación personal, que no tiene por qué tener manifestaciones externas singulares o llamativas, pero que impregnará de hecho toda

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la vida. Si la caridad, en la vertiente que lleva hacia Dios, hace del trabajo vida contemplativa; en la vertiente que lleva hacia los hombres, hace de ese mismo trabajo entrega, amor, servicio y, en consecuencia, vida apostólica. Quiza por eso nada mejor para cerrar este apartado que un párrafo, paralelo a otros ya citados, en el que el Beato Josemaría pone de relieve ese punto central de su mensaje que es la unidad de vida, subrayando precisamente la interpenetración de las tres dimensiones que acabamos de mencionar: contemplación, apostolado, secularidad. „El doble aspecto de nuestro fin -ascético y apostólico- está tan intrínseca y armonicamente unido y compenetrado con el carácter secular del Opus Dei, que da origen a una unidad de vida sencilla y fuerte -unidad de vida ascética, apostólica y profesional-, y hace que nuestra existencia entera sea oración, sacrificio y servicio, con un trato filial con la Trinidad Beatísima: con el Padre, con el Espíritu Santo, con Jesucristo, perfectus Deus, perfectus homo“191191. SEMBRADORES DE PAZ Y DE ALEGRÍA Es apostolado, afirma, en texto ya citado, el Decreto Apostolicam actuositatem, todo lo que „hace partícipes a los hombres de la redención salvadora, y, a través de ellos, ordena realmente el mundo entero hacia Cristo“192192. Desde los textos del Concilio Vaticano II, hasta la Exhortación apostólica Evangelii nuntiandi de Pablo VI y la Encíclica Redemptor hominis y la Exhortación apostólica Christifideles laici de Juan Pablo II, por citar solo algunos documentos especialmente significativos, tanto la teología y la praxis pastoral como el magisterio eclesiástico han subrayado reiteradamente sea la trascendencia de la misión cristiana, sea su incidencia en la historia y, en consecuencia, el lugar que la acción vivificadora de lo temporal debe ocupar en el horizonte y en la vida de todo cristiano y singularmente del fiel laico, cristiano llamado a santificarse y a santificar precisamente en y a través de las ocupaciones y estructuras temporales. Entre los muchos textos que aspiran a dar una visión sintética, cabe continuar recordando un pasaje de la Constittición Gaudium et spes, que forma parte precisamente del capítulo que esa Constitución destina a tratar de la actividad humana en el mundo, es decir, del trabajo, y en el que las diversas afirmaciones se articulan, en ocasiones contraponiéndose, para llegar a una exposición a la vez precisa y abierta. „Cristo, a quien ha sido dado todo poder en el cielo y en la tierra (Hch 2,36; Mt 28,18), proclamado Señor por su resurrección, actúa ya en el corazón de los hombres mediante la virtud del Espíritu, no solo suscitando la esperanza del mundo futuro, sino, al mismo tiempo, animando, purificando y fortaleciendo esas generosas aspiraciones que animan a la familia de los hombres y la impulsan a esforzarse por hacer más humana la vida presente y por dominar toda la tierra con vistas a esa finalidad (...). Ciertamente se nos ha recordado que de nada sirve al hombre ganar el mundo entero, si se pierde a sí mismo (cfr. Lc 9,25), pero la esperanza de una nueva tierra no debe atenuar, sino más bien excitar el afán por perfeccionar el tiempo presente, durante el que crece ese cuerpo de la nueva humanidad que constituye como una cierta prefiguración del mundo nuevo“193193. En diversos escritos del Fundador del Opus Dei encontramos amplias descripciones de la historia y del mundo realizadas desde la perspectiva de la salvación y relacionadas, con frecuencia, con un texto evangélico que estuvo, desde el 7 de agosto de 1931, hondamente unido a su oración: el versículo et ego, si exaltatus fuero a terra, omnia traham ad meipsum del Evangelio de San Juan, tal y como lo transmite el texto de la Vulgata. „Desde hace muchísimos años -declaraba a un periodista, en 1968-, desde la misma fecha fundacional del Opus Dei, he meditado y he hecho meditar unas palabras de Cristo que nos relata San Juan: Et ego, si exaltatus fuero a terra, omnia traham ad meipsum (Jn 12,32). Cristo, muriendo en la Cruz, atrae a sí la Creación entera, y, en su nombre, los

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cristianos, trabajando en medio del mundo, han de reconciliar todas las cosas con Dios, colocando a Cristo en la cumbre de todas las actividades humanas“194 194. „Cristo, Señor Nuestro -afirmaba en una homilía, en la fiesta de Cristo Rey-, fue crucificado y, desde la altura de la Cruz, redimió al mundo, restableciendo la paz entre Dios y los hombres. Jesucristo recuerda a todos: et ego, si exaltatus fuero a terra, omnia traham ad meipsum (Jn 12,32), si vosotros me colocáis en la cumbre de todas las actividades de la tierra, cumpliendo el deber de cada momento, siendo mi testimonio en lo que parece grande y en lo que parece pequeño, omnia traham ad meipsum, todo lo atraeré hacia mí. ¡Mi reino entre vosotros será una realidad!”195195. Varias de las enseñanzas expuestas en páginas anteriores giran en torno a lo afirmado en estos textos. Recordemos especialmente dos, íntimamente relacionadas entre sí: - En primer lugar, el hondo sentido de la identificación del cristiano con Cristo, o, si preferimos decirlo de otra forma, la honda conciencia de la presencia de Cristo en el cristiano para continuar, a través de sus discípulos, la obra redentora196196. - En segundo lugar, la visión de la historia de la salvación como el efecto del amor paternal de Dios Padre que hizo el mundo bueno y, dañado por el pecado, no lo abandonó, sino que envió a su Hijo Unigénito y al Espíritu para que surgiera en la tierra una „nueva raza de hijos de Dios“, a los que fuera dado restablecer la armonía de lo creado197 197. La llamada divina sitúa al hombre ante un fin que trasciende la historia y la gracia no producirá todos sus frutos hasta más allá de la muerte, pero Dios, aunque sea solo en arras y en esperanza, nos ha concedido ya sus dones, y esa divinización de nuestro ser reverbera sobre la creación: el cristiano, alter Christus, ipse Christus, atrae ya hacia Dios todas las cosas. Nada más ajeno al pensamiento del Beato Josemaría que los planteamientos de tipo reduccionista que, recortando el horizonte propio del Evangelio, se exponen a transformarlo, de una forma u otra, en un mensaje de resonancias meramente terrenas. Su rica humanidad, que le hacía sentir unas ansias de infinito que solo Dios puede saciar y, sobre todo, su fe cristiana, su conmoción ante la grandeza de un Dios que no solo ha creado a los hombres sino que eleva a la condición de hijos suyos, le hacían reaccionar decididamente frente a esas actitudes, viéndolas como lo que son: un „empequeñecer la fe“198198. La palabra del Evangelio se dirige al corazón del hombre para revelarle el amor a la vez concreto e infinito de Dios, realidad suprema que trasciende todas las realizaciones temporales, y es esa palabra la que el cristiano debe transmitir. „El apostolado cristiano -afirmó siempre con fuerza- no es un programa político, ni una alternativa cultural: supone la difusión del bien, el contagio del deseo de amar, una siembra concreta de paz y de alegría“199199. El cristiano debe, en suma, situarse ante la existencia, y situar a los demás sabiendo que „la vida en la tierra, que amamos, no es lo definitivo; „pues no tenemos aquí ciudad permanente, sino que andamos en busca de la futura“ ciudad inmutable (Hb 13,14)“200200. Pero -y así lo subraya en la misma homilía de la que proviene la cita que precede- la conciencia de estar en camino no convierte al cristiano en „un derrotista de la naturaleza humana“201201. „Cuidemos -precisa- de no interpretar la Palabra de Dios en los límites de estrechos horizontes. El Señor no nos impulsa a ser infelices mientras caminamos, esperando solo la consolación en el más allá. Dios nos quiere felices también aquí, pero anhelando el cumplimiento definitivo de esa otra felicidad, que solo Él puede colmar enteramente. En esta tierra, la contemplación de las realidades sobrenaturales, la acción de la gracia en nuestras almas, el amor al prójimo como fruto sabroso del amor a Dios, suponen ya un anticipo del Cielo, una incoación destinada a crecer día a día. No

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soportamos los cristianos una doble vida: mantenemos una unidad de vida, sencilla y fuerte en la que se fundan y compenetran todas nuestras acciones“202202. Surge así una actitud de espíritu en la que se entremezclan la vida de oración y el aprecio por los dones divinos recibidos con la valoración de las realidades terrenas, las ansias de eternidad con la amistad y el amor humanos, el esfuerzo por vivir en la tierra en diálogo amoroso con Dios con el trabajo, el sentido del compañerismo y el deseo de ayudar a los hombres haciendo amable su camino de santidad en el mundo203 203. Y todo ello estructurado en torno a la conciencia de la filiación divina y al deseo de colocar a Cristo en la cumbre de todas las actividades humanas. Porque, recalquémoslo, el si exaltatus fuero a terra, el „cuando sea levantado sobre la tierra todo lo atraeré hacia mí“ del Evangelio de San Juan, es visto por el Beato Josemaría Escrivá, a la vez, como un anuncio y como un mandato: como el anuncio del triunfo de Cristo en la Cruz y como el mandato que ese mismo Cristo dirige a los cristianos para que lo hagan presente en la entraña misma del mundo, no ya mediante meros signos exteriores, sino, mucho más radicalmente, siendo ellos personalmente Cristo: dejando que el Espíritu Santo penetre en sus corazones e infunda en ellos una vida nueva, la vida de Cristo, que, manifestándose en las obras, difunda en el mundo los frutos de la gracia. Se trata, en suma, de santificar las actividades humanas no de manera extrínseca o artificial, sino desde dentro, es decir, siéndolo personalmente cristianos y dejando que redunde en las propias acciones la savia de la que se vive204204. Las perspectivas que estamos esbozando entroncan con temas tratados sea al hablar del testimonio apostólico sea al glosar la expresión „santificar el trabajo“, ya que la santificación del trabajo implica, como dijimos, el esfuerzo por realizar de forma humanamente acabada la propia tarea y, en consecuencia, el empeño por abordar generosa y responsablemente los problemas interpersonales y sociales a los que el trabajo abre. Lo substancial está, pues, de algún modo dicho o al menos apuntado, si bien entre los apartados a los que acabamos de aludir y el presente hay claras diferencias de enfoque: allí, considerábamos, ante todo, la actitud subjetiva que la santificación del trabajo implica; aquí, en cambio, atendemos preferentemente al resultado o fruto que esas acciones producen en el contexto social concreto en el que se sitúa. Es por eso conveniente, presuponiendo lo dicho y remitiendo a ello, decir algo más. A fin de captar con precisión la perspectiva desde la que el Beato Josemaría Escrivá enfoca la consideración de los frutos del reverberar del reino de Cristo en la realidad histórico-social, resultará útil referirnos antes a una cuestión decisiva: su doctrina sobre la libertad o, por mejor decir, su amor a la libertad, ya que si la predicación del Fundador del Opus Dei estuvo siempre acompañada de participación personal en lo que decía, así ocurrió muy especialmente en el tema de la libertad205205. La lectura de los textos en los que el Fundador del Opus Dei deja constancia de su amor a la libertad y en los que glosa las dimensiones de esa realidad esencial del ser humano nos permite concluir que esa afirmación de la libertad se mueve a dos niveles, teológico y antropológico el primero, eclesiologico y social el segundo. a) La libertad es considerada por el Beato Josemaría, ante todo, como un componente básico de la historia de la salvación. Dios, que quiere a los hombres no como esclavos sino como amigos e hijos, no busca respuestas forzadas sino decisiones libres: „Dios, al crearnos, ha corrido el riesgo y la aventura de nuestra libertad. Ha querido una historia que sea una historia verdadera, hecha de auténticas decisiones, y no una ficción ni un juego“206206. „Entiendo muy bien, precisamente por eso, aquellas palabras del Obispo de Hipona, que suenan como un maravilloso canto a la libertad: „Dios, que te creó sin ti, no te salvará sin ti‟“207207, afirma en una de sus meditaciones, para poco después, tras re-

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cordar algunos pasajes del Evangelio que muestran a Dios que busca y suscita la libre respuesta humana, añadir con frase sintética: „en todos los misterios de nuestra fe católica aletea ese canto a la libertad“208208. „Cuando Dios Nuestro Señor concede a los hombres su gracia -comenta en otro lugar-, cuando les llama con una vocación específica, es como si les tendiera una mano, una mano paterna llena de fortaleza, repleta sobre todo de amor, porque nos busca uno a uno, como a hijas e hijos suyos, y porque conoce nuestra debilidad. Espera el Señor que hagamos el esfuerzo de coger su mano, esa mano que Él nos acerca. Dios nos pide un esfuerzo, prueba de nuestra libertad“209209. La libertad se nos aparece asi como propiedad del ser humano que tiene su fundamento en Dios, y, en consecuencia, captada en toda su hondura, y, a la vez, comprendida como fuerza que no se cierra sobre sí misma, sino que alcanza su sentido en la entrega, en el amor. La libertad sitúa al hombre ante una disyuntiva radical -amor o egoísmo, plenitud o caída- que dota a la historia de dramaticidad no fingida, sino real, y, sobre todo, de grandeza210210. b) Esa conciencia del valor de la libertad, que nace de la misma entraña del Evangelio, lleva a advertir -y a amar- su papel no solo en las relaciones entre la criatura y el creador, sino también en la relación de los hombres entre sí. Llegamos así al segundo de los niveles a los que antes nos referíamos, calificándolo de eclesiológico y social. Por lo que a la eclesiología se refiere, destaquemos su decidida valoración de la diversidad de vocaciones, caminos y tareas, en el contexto de la unidad de la fe y de la comunión en la caridad, cuestión de gran importancia pero que excede el marco de nuestras reflexiones211211. Sí debemos, en cambio, detenernos en lo referente a la libertad en las cuestiones temporales, punto en el que inciden, junto a una decidida afirmación de la necesidad de una adecuada formación de la conciencia, otras convicciones, también fundamentales en el Beato Josemaría: su convencimiento de que las ocupaciones temporales han de ser santificadas desde dentro de ellas mismas, respetando su naturaleza, sin instrumentalizaciones ni manipulaciones; su aguda percepción de la trascendencia de la fe, irreductible a ideología; su clara conciencia de los límites de toda inteligencia humana singular, que reclama una sana actitud crítica ante los personales pareceres y una disposición pronta al diálogo... „Si interesa mi testimonio personal -exclamaba en una de sus homilías-, puedo decir que he concebido siempre mi labor de sacerdote y de pastor de almas como una tarea encaminada a situar a cada uno frente a las exigencias completas de su vida, ayudándole a descubrir lo que Dios, en concreto, le pide, sin poner limitación alguna a esa independencia santa y a esa bendita responsabilidad individual, que son características de una conciencia cristiana. Ese modo de obrar y ese espíritu se basan en el respeto a la trascendencia de la verdad revelada, y en el amor a la libertad de la humana criatura. Podría añadir que se basa también en la certeza de la indeterminación de la historia, abierta a múltiples posibilidades, que Dios no ha querido cerrar“212212. La fe ilumina al cristiano sobre el sentido último de la vida y del acontecer, así como sobre la íntima naturaleza de su propio ser, pero no le otorga el secreto del entramado de la historia y de cuando en ella ocurre, cuya elucidación queda dejada, como suele decirse, „a las disputas de los hombres“. „No olvidemos que Dios -comenta en escrito ya citado-, que nos da la seguridad de la fe, no nos ha revelado el sentido de todos los acontecimientos humanos. Junto con las cosas que para el cristiano son totalmente ciertas y seguras, hay otras -muchísimas- en las que solo cabe la opinión: es decir, un cierto conocimiento de lo que puede ser verdadero y oportuno, pero que no se puede afirmar de un modo incontrovertible. Porque no solo es posible que yo me equivoque, sino que teniendo yo razón- es posible que la tengan también los demás. Un objeto que a uno pa-

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rece cóncavo, parecerá convexo a los que estén situados en una perspectiva distinta“213213. Poco antes, en ese mismo escrito, había afirmado: „No hay dogmas en las cosas temporales. No va de acuerdo con la dignidad de los hombres el intentar fijar unas verdades absolutas, en cuestiones donde por fuerza cada uno ha de contemplar las cosas desde su punto de vista, según sus intereses particulares, sus preferencias culturales y su propia experiencia peculiar. Pretender imponer dogmas en lo temporal conduce, inevitablemente, a forzar las conciencias de los demás, a no respetar al prójimo“214 214. „No quiero decir con eso -añadía a continuación- que la postura del cristiano, ante los asuntos temporales, deba ser indiferente o apática. En modo alguno. Pienso, sin embargo, que un cristiano ha de hacer compatible la pasión humana por el progreso cívico y social con la conciencia de la limitación de las propias opiniones, respetando, por consiguiente, las opiniones de los demás y amando el legítimo pluralismo. Quien no sepa vivir así, no ha llegado al fondo del mensaje cristiano“215215. Cerremos esta digresión sobre la libertad, algo larga pero necesaria para enfocar adecuadamente la cuestión que ahora inmediatamente nos ocupa: la reverberación de la fe sobre la vida social y cultural. Entrando ya en esa problematica, señalemos, en primer lugar, que el Beato Josemaría no se detuvo nunca para esbozar un cuadro que aspirara a ser exhaustivo de los efectos que esa refracción de la fe pudiera producir -huyó siempre del afán de esquema-, pero en sus escritos, con una u otra ocasión, hizo mención de muchas realidades que pueden y deben ser considerada como frutos temporales de un actuar humano y cristianamente recto: el progreso técnico, la mejora social y el desarrollo cultural, que fluyen del esfuerzo por trabajar bien, con competencia profesional; la asunción responsable de los propios deberes y obligaciones, parte substancial de la valoración y santificación de las tareas profesionales; la sensibilidad ante el mal y ante la injusticia, que derivan del precepto cristiano de la caridad, etc., etc. No sería, pues, difícil elaborar un elenco, siempre que, como hemos advertido, se haga sin pretensiones de exhaustividad. No parece necesario216 216. Sí conviene, en cambio, formular un interrogante: ¿debemos contentarnos, en nuestro análisis, con simples enumeraciones o podemos esbozar un cierto orden o jerarquía? A nuestro juicio cabe intentar esto último, ya que al frecuentar los escritos del Beato Josemaría Escrivá se advierte enseguida un detalle: el acento está puesto en la caridad, que lleva a amar a los demás, y, junto a ella -o, por mejor decir, dentro de ella-, en los valores de convivencia. A primera vista, este hecho puede llamar la atención: ¿no sería más lógico que, considerando al trabajo como quicio de su espiritualidad, el acento estuviera colocado en la eficacia técnica, en el dominio y aprovechamiento de la naturaleza o en otras realidades de ese tenor? Pero la extrañeza desaparece apenas se consideran las cosas un poco más despacio, se recuerda la significación que la palabra „trabajo“ tiene en sus escritos no mera ocupación de las manos, sino profesión que inserta al hombre en el vivir común-; y se recapacita en la importancia que atribuye a la libertad y en la consiguiente visión de la historia como proceso de plasmación del amor al que la libertad se ordena. Las realizaciones materiales, la eficacia técnica, no fueron, pues, nunca olvidadas por el Beato Josemaría, más aún, están constantemente presupuestas y afirmadas en sus textos, pero situadas en el interior de una visión antropológica más amplia y comprehensiva. La sociedad requiere, ciertamente, bienes económicos, estructuras organizativas, distribución de bienes, pero se constituye, en cuanto vivir social propiamente dicho, a nivel específicamente humano, y, por tanto, como fenómeno de participación, de diálogo, de cooperación, de amistad. Y, precisamente a ese nivel, el espíritu cristiano trae consigo luces radícales y definitivas. No se es auténticamente cristiano sin reconocerse deposita-

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rio de una palabra que ha de ser llevada hasta los confines de la tierra superando divisiones y barreras, más aún, sin amar con la misma hondura con que Cristo ama. La fe cristiana impulsa a „portarnos como hijos de Dios con los hijos de Dios“217 217, a vivir con „espíritu de caridad, de convivencia, de comprension“218 218; a extirpar de la propia vida „todo lo que estorba la Vida de Cristo en nosotros: el apego a nuestra comodidad, la tentación del egoísmo, la tendencia al lucimiento propio“219 219; a destruir esos ídolos que encierran a los hombres en sí mismos y los separan de los demás y, en ocasiones, les llevan a intentar dominarlos y sojuzgarlos: „el de la incomprensión, el de la injusticia, el de la ignorancia, el de la pretendida suficiencia humana que vuelve arrogante la espalda a Dios“220220; a „mostrar la caridad de Cristo y sus resultados concretos de amistad, de comprensión, de cariño humano, de paz“221221. En suma, los cristianos deben ser, en el mundo, „sembradores de paz y de alegría“222222. „A esto hemos sido llamados los cristianos, esa es nuestra tarea apostólica y el afán que nos debe comer el alma: lograr que sea realidad el reino de Cristo, que no haya más odios ni más crueldades, que extendamos en la tierra el bálsamo fuerte y pacífico del amor“223223; „conseguir, con la gracia de Dios, que los hombres se traten cristianamente, Ilevando los unos las cargas de los otros“ (Ga 6,2), viviendo el mandamiento del Amor, que es vínculo de la perfección y resumen de la ley (cfr. Col 3,14 y Rm 13,10)“224 224. „El espíritu de comprensión -nos dice en un texto amplio que puedé servir de glosa a los más breves que acabamos de reproducir- es muestra de la caridad cristiana del buen hijo de Dios: porque el Señor nos quiere por todos los caminos rectos de la tierra, para extender la semilla de la fraternidad -no de la cizaña-, de la disculpa, del perdón, de la caridad, de la paz. No os sintáis nunca enemigos de nadie. El cristiano ha de mostrarse siempre dispuesto a convivir con todos, a dar a todos -con su trato- la posibilidad de acercarse a Cristo Jesús. Ha de sacrificarse gustosamente por todos, sin distinciones, sin dividir las almas en departamentos estancos, sin ponerles etiquetas como si fueran mercancías o insectos disecados. No puede el cristiano separarse de los demás, porque su vida seria miserable y egoísta: „debe hacerse todo para todos, para salvarlos a todos“ (1 Co 9,22)“225225. „¡Si viviésemos así -concluye-, si supiésemos impregnar nuestra conducta con esta siembra de generosidad, con este deseo de convivencia, de paz! De ese modo se fomentaría la legítima independencia personal de los hombres; cada uno asumiría su responsabilidad, por los quehaceres que le competen en las labores temporales. El cristiano sabría defender antes que nada la libertad ajena, para poder después defender la propia. Tendría la caridad de aceptar a los otros como son -porque cada uno, sin excepción, arrastra miserias y comete errores-, ayudándoles con la gracia de Dios y con delicadeza humana a superar el mal, a arrancar la cizaña, a fin de que todos podamos mutuamente sostenernos y elevar con dignidad nuestra condición de hombres y de cristianos“226226. En ese ambiente de comprensión, de convivencia, más aún, de amistad y de trato, surgirá espontánea, natural, la conversacion apostólica que descubre horizontes últimos y definitivos, la palabra que, dando a conocer que „hemos sido establecidos en la Tierra para entrar en comunión con Dios mismo“227 227, eleva la mente hacia la plenitud a la que todo se ordena, de modo que la paz social y la alegría de la convivencia se fundamenten en el sentido de la filiación divina. De esa forma una y otra, la paz y la alegría, podrán impregnar la vida entera, la personal y la social, venciendo incluso esos compañeros inseparables de nuestro caminar después del pecado -la incertidumbre, la inseguridad, el dolor, el sufrimiento, la muerte-, que pueden amenazar con destruirlas o, al menos, empañarlas.

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„El optimismo cristiano -leemos en una de sus homilías- no es un optimismo dulzón, ni tampoco una confianza humana en que todo saldrá bien. Es un optimismo que hunde sus raíces en la conciencia de la libertad y en la fe en la gracia; es un optimismo que lleva a exigirnos a nosotros mismos, a esforzarnos por corresponder a la llamada de Dios“228 228. Se trata, dicho con otras palabras, de un optimismo que sabe de la hondura del drama de la historia pero que lo asume y lo vive en la fe. „Hemos de luchar sin desmayo por obrar el bien“, pero „no se nos oculta que, aunque consigamos llegar a una razonable distribución de los bienes y a una armoniosa organización de la sociedad, no desaparecerá el dolor de la enfermedad, el de la incomprensión o el de la soledad, el de la muerte de las personas que amamos, el de la experiencia de la propia limitación“229 229. Realidades, todas ellas, ante la que no caben soluciones fáciles, ante las que el hombre tiembla y en ocasiones se retrae y acongoja, y ante las que „el cristiano solo tiene una respuesta auténtica, una respuesta que es definitiva: Cristo en la Cruz, Dios que sufre y que muere, Dios que nos entrega su Corazón, que una lanza abro por amor a todos“230 230. „Jesús en la Cruz, con el corazón traspasado de Amor por los hombres -se lee, poco antes, en esa misma homilía-, es una respuesta elocuente -sobran las palabras- a la pregunta por el valor de las cosas y de las personas. Valen tanto los hombres, su vida y su felicidad, que el mismo Hijo de Dios se entrega para redimirlos, para limpiarlos, para elevarlos“231 231. El cristiano, mirando a la Cruz de Cristo, sabe reconocer en el dolor „la piedra de toque del Amor“232232: ocasión privilegiada para vivir de fe, para hacer más acendrada la esperanza, para purificar la caridad, más aún, para, uniéndose a Cristo mismo, participar de su muerte redentora y, a través de ella y en ella, de su resurrección gloriosa y, en consecuencia, de esa plenitud del Espíritu Santo que llena el alma de una alegría que nada puede quebrar. Por eso la „admisión sobrenatural del dolor supone, al mismo tiempo, la mayor conquista. Jesús, muriendo en la Cruz, ha vencido la muerte; Dios saca, de la muerte, vida. La actitud de un hijo de Dios no es la de quien se resigna a su trágica desventura, es la satisfacción de quien pregusta ya la victoria. En nombre de ese amor victorioso de Cristo, los cristianos debemos lanzarnos por todos los caminos de la tierra, para ser sembradores de paz y de alegría con nuestra palabra y con nuestras obras. Hemos de luchar -lucha de paz- contra el mal, contra la injusticia, contra el pecado, para proclamar así que la actual condición humana no es la definitiva; que el amor de Dios, manifestado en el Corazón de Cristo, alcanzará el glorioso triunfo espiritual de los hombres“233233. Los diversos hilos que configuran el vivir cristiano se han ido poniendo de manifiesto a lo largo de las páginas que preceden, adquiriendo fisonomía cada vez más acabada y entretejiéndose con la existencia secular. Podemos por eso coronar nuestra exposición con unos párrafos en los que la sustancia teologal del pensamiento del Beato Josemaría Escrivá, a la que ya hemos aludido repetidas veces, aflora con toda su potencia, y en los que el sentido de la filiación divina y la invitación a santificar el trabajo, a santificarse en el trabajo y a santificar con el trabajo reciben una última confirmación: „En la vida de Cristo, el Calvario precedió a la Resurrección y a la Pentecostés, y ese mismo proceso debe reproducirse en la vida de cada cristiano (...). El Espíritu Santo es fruto de la cruz, de la entrega total a Dios, de buscar exclusivamente su gloria y de renunciar por entero a nosotros mismos. solo cuando el hombre, siendo fiel a la gracia, se decide a colocar en el centro de su alma la Cruz, negándose a sí mismo por amor a Dios, estando realmente desprendido del egoísmo y de toda falsa seguridad humana, es decir, cuando vive verdaderamente de fe, es entonces y solo entonces cuando recibe con plenitud el gran fuego, la gran luz, la gran consolación del Espíritu Santo. Es entonces también cuando vienen al alma esa paz y esa libertad que Cristo nos ha ganado (...). En medio de las limitaciones inseparables de nuestra situación presente, porque el pecado habita to-

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davía de algún modo en nosotros, el cristiano percibe con claridad nueva toda la riqueza de su filiación divina, cuando se reconoce plenamente libre porque trabaja en las cosas de su Padre, cuando su alegría se hace constante porque nada es capaz de destruir su esperanza.“ „Es en esa hora, además y al mismo tiempo, cuando es capaz de admirar todas las bellezas y maravillas de la tierra, de apreciar toda la riqueza y toda la bondad, de amar con toda la entereza y toda la pureza para las que está hecho el corazón humano. Cuando el dolor ante el pecado no degenera nunca en un gesto amargo, desesperado o altanero, porque la compunción y el conocimiento de la humana flaqueza le encaminan a identificarse de nuevo con las ansias redentoras de Cristo, y a sentir más hondamente la solidaridad con todos los hombres. Cuando, en fin, el cristiano experimenta en sí con seguridad la fuerza del Espíritu Santo, de manera que sus propias caídas no le abaten: porque son una invitación a recomenzar, y a continuar siendo testigo fiel de Cristo en todas las encrucijadas de la tierra“234234.

Capítulo IV A MODO DE EPÍLOGO: HACIA UNA TEOLOGÍA DEL TRABAJO En las páginas anteriores hemos expuesto algunos de los rasgos centrales de la espiritualidad del Opus Dei. Dando por concluida esa tarea, parece oportuno, antes de cerrar estas paginas, añadir algunas consideraciones a modo de resumen, mejor dicho, como reza el título del presente capítulo, de epílogo. La diversidad de los temas de los que nos ha llevado a tratar el ideal de la santificación del trabajo tal y como lo propone el Beato Josemaría Escrivá hace, en efecto, difícil e, incluso, improcedente toda pretensión de ofrecer una síntesis. Sí cabe, en cambio, esbozar algunas reflexiones finales relacionadas con el trabajo y la espiritualidad. Para caracterizar, aunque sea solo en líneas generales, el mensaje del Fundador del Opus Dei respecto al trabajo, nos parece que cabe subrayar tres puntos: a) En primer lugar, y ante todo, que el Beato Josemaría habla no solo de trabajo, sino de trabajo ejercido en el mundo y por personas que son del mundo. En otras palabras, de trabajo profesional, de esa profesión u oficio, bien conocido por cuantos le rodean, que define la posición del hombre en la sociedad y marca su vida entera. b) En segundo lugar, que sitúa ese mensaje sobre e trabajo profesional en un contexto plena y decididamente teologal. Considera, en efecto, el trabajo no como simple medio ascético, ni como mero ámbito en el que se vive, sino como realidad, santificable y santificadora, en torno a la que gira la busca de la santidad y se desarrolla el apostolado. c) En tercer lugar, que afirma no una yuxtaposición de planos, cercanos entre sí e incluso confluyentes en algún momento, pero a fin de cuentas extraños el uno al otro, sino una auténtica y verdadera compenetración. Vida de trabajo, vida de santidad y apostolado se integran dando lugar a una auténtica y profunda unidad de vida: es a través del trabajo mismo, de la tarea humana que cada cristiano desempeña, como debe producirse el personal encuentro con Dios y el desplegarse el empeño apostólico. Se ha hablado con frecuencia, y con razón, de la aportación del Beato Josemaría a la historia de la vivencia espiritual cristiana, así como de la novedad que su mensaje representó -y, en muchos aspectos, representa todavía- en esa historia. Una y otra apreciación hacen referencia, en gran parte, aunque no exclusivamente, a la realidad a la que han estado dedicadas las paginas que preceden, y a cuanto de ellas deriva. Lo que el Fundador del Opus Dei puso de manifiesto y lo que transmitió no fueron unas nuevas prácticas ascéticas, ni unos nuevos métodos apostólicos, sino el enriquecimiento que resulta de proyectar con especial decisión y hondura la luz del Evangelio sobre la realidad del trabajo profesional y, en consecuencia, sobre el conjunto de la vida ordinaria en medio del mundo. Tal es el carisma -don de Dios- que da consistencia especulativa y práctica al Opus Dei, y al mensaje que desde 1928 difundió su Fundador. El espíritu que encarna el Opus Dei y que anima su actividad no es, ciertamente, la única espiritualidad secular posible -en el terreno de la vida sobrenatural no caben monopolios-, pero también es cierto que el Opus Dei representa algo más que una espiritualidad entre muchas. Y que, desde una perspectiva histórica, le ha correspondido un papel determinante en el proceso de profundización en algunas verdades evangélicas fundamentales; en especial, en la llamada universal a la santidad y, con ella, en la afirmación de la misión específica del laicado y en la comprensión de la posición eclesiológica y espiritual de los cristianos que viven y son del mundo, santificándolo, santificándose en él, santificando con él.

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Continuando estas reflexiones -mejor, prolongándolas-, tal vez resulte oportuno retomar una consideración que ya enunciábamos en páginas anteriores: la existencia de un nexo intrínseco entre la afirmación de la llamada universal a la santidad y el reconocimiento del valor cristiano del mundo y de las realidades y ocupaciones seculares. Solo reconociendo lo que el trabajo profesional y la entera vida ordinaria pueden aportar al existir cristiano, es posible formular con todas sus consecuencias, y con plena incidencia práctica, la llamada universal a la santidad, pues solo entonces resulta hacedero ofrecer una visión completa o, al menos, coherente de la fisonomía espiritual del cristiano corriente. Así como, a la inversa, solo contemplando la realidad del trabajo y de la vida ordinaria desde las perspectivas antropológicas y teologales que aporta el Evangelio es dado entender esas realidades humanas en toda su riqueza, ya que solo entonces se percibe la infinitud a la que están abiertas. Lo que acabamos de decir tiene obvias y profundas consecuencias respecto a la teología espiritual, como pone de manifiesto todo lo dicho en páginas anteriores. Pero no solo en ese campo. Nuestra reflexión -sea en general, sea la que aspirábamos a esbozar en este epílogo- quedaría, por eso, corta si no apuntáramos algunas consideraciones que no solo aludan -esto ya lo hemos hecho en capítulos anteriores-, sino que den formalmente entrada, aunque sea solo incoadamente, a las perspectivas teológicodogmáticas. Los autores que, a finales de la década de 1940 y principios de la de 1950. contribuyeron a difundir la expresión “teología del trabajo“ tenían conciencia de estar tratando un tema en gran parte nuevo. Afirmaciones como „estamos lejos de tener hoy una teología del trabajo“ u otras parecidas son frecuentes en sus escritos. Desde entonces se han dado pasos adelante y se han publicado diversos ensayos y monografías, algunas penetrantes, pero distamos todavía mucho de haber agotado el tema, puesto que una teología del trabajo supone analizar y valorar esa realidad humana desde las coordenadas de la fe a fin de determinar el lugar que le corresponde en el existir humano y en el devenir del cosmos, interpretados ambos de acuerdo con lo que al respecto dice la revelación cristiana. Lo que a su vez presupone y, en consecuencia, suscita una reflexión antropológica en orden a determinar la naturaleza del trabajar y la del dinamismo que el trabajar implica. Todo ello sin olvidar que el trabajo, como toda realidad histórica, evoluciona suscitando nuevas cuestiones y provocando, en más de un caso, la aparición de nuevos horizontes intelectuales. Ya hemos tenido ocasión de hacer referencia, en el capítulo II, al desarrollo de la reflexión sobre el trabajo, pero solo desde el prisma de la espiritualidad. Una reflexión más amplia que la realizada en esas páginas haría necesario acudir, en primer lugar, a los pensadores griegos, y particularmente a Aristóteles, en quienes encontramos intuiciones y análisis decisivos -la distinción entre praxis y poiesis, entre actividad inmanente y actividad transitiva- desde una perspectiva antropológica. Así como, inmediatamente después, a los escritores cristianos de las épocas patrística y medieval, que recogieron y prolongaron esas ideas, a la vez que las modificaron, repensándolas a la luz de cuanto desvela el Evangelio respecto al ser y al destino del hombre y, por tanto, respecto al valor de toda persona humana11. Fue, sin embargo -como también ya apuntamos-, a partir de la edad moderna, y sobre todo a partir del siglo XVII, cuando la reflexión sobre el trabajo recibió especial impulso, incorporando a las perspectivas antropológicas las histórico-sociales. Como factor que contribuyó a estimular ese proceso de reflexión suele mencionarse la transformación experimentada por el mundo del trabajo, a raíz del desarrollo de la ciencia físico-matemática y, con ella, de la técnica, con la consiguiente superación de toda tendencia a idealizar las

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figuras del campesino y del artesano, y la paralela percepción de las posibilidades que trae consigo el tránsito desde la herramienta a la máquina y, posteriormente, el de la sociedad industrial al de la sociedad de la información. La técnica, con cuanto implica de capacidad para dominar y orientar las fuerzas ínsitas en el cosmos, hace que el hombre pueda sentirse no solo habitante del mundo, sino responsable del mundo, con cuanto eso connota de exaltación, y también de conciencia de riesgo. Todo ello ha sido y sigue siendo un incentivo para releer el mensaje cristiano en conexión con esa nueva conciencia. Ante afirmaciones como las que acabamos de consignar, aun reconociendo su validez tanto especulativa como histórica, cabe preguntarse si el orden histórico-causal es exactamente el que esas afirmaciones dan a entender o resultaría más exacto reconocer la existencia, al menos en algunos aspectos, de un movimiento de signo distinto e incluso inverso. En otras palabras: ¿fue el auge de la técnica lo que motivó el cambio de actitud ante el trabajo o más bien fue la aparición de una nueva valoracion espiritual del trabajo lo que hizo posible y provocó el desarrollo de la técnica? Sea de ello lo que fuere desde el punto de vista estrictamente historiográfico, para el desarrollo de una reflexión de carácter teológico importa más bien poner de manifiesto las íntimas relaciones entre espiritualidad del trabajo y teología del trabajo y, concretamente, el influjo positivo que la primera puede y debe tener en la segunda. Es aquí donde resultan de especial aplicación algunas de las consideraciones expuestas en la primera parte del presente ensayo, ya que un cierto espiritualismo y una cierta mística -un espiritualismo y una mística mal entendidos- pueden ser una excusa o refugio que dificulte la reflexión teológica acerca de lo que el trabajar humano es y supone. Ese peligro de deformación no es simplemente teórico, sino real, pues -como ya quedó apuntado- tuvo amplia repercusión durante un largo período; más aún, en algunos aspectos, no está del todo superado. No es por eso inútil denunciarlo. Pero señalando, a la vez, que las raíces de esa deformación provienen no de la espiritualidad en cuanto tal, sino de una espiritualidad incompleta o, como decíamos hace un momento, mal entendida. Si eso no se advirtiera, el pensamiento estaría, en efecto, amenazado por una deformación aún mayor que la anterior: pasar de un planteamiento cristiano del trabajo a una visión naturalista del mundo y de la historia, de una afirmación de la secularidad a una posición secularista22. Si repasamos los textos del Beato Josemaría Escrivá de Balaguer que hemos ido citando a lo largo de todo este ensayo -o volvemos a ellos con la memoria- podremos advertir que hay, entre los más antiguos y los más recientes, algunas diferencias de acento, reflejo de los cambios que se estaban produciendo en el entorno que le rodeaba. Durante la primera parte de su vida, el Fundador del Opus Dei se encontró situado ante un ambiente en el que se identificaba santidad con apartamiento del mundo y apostolado con tareas eclesiásticas. Tuvo, por tanto, que proclamar y defender, y por cierto con fortaleza, el valor cristiano de las realidades humanas. De ahí que repitiera una y otra vez, incluso machaconamente, que las ocupaciones seculares, las tareas terrenas, el mundo, en una palabra, no constituyen un universo profano que distrae la mente, dificulta el acceso a Dios y obstaculiza el desarrollo de la vida espiritual, sino lugar apto para el encuentro con Cristo y para testimoniar con las obras el haberlo encontrado. Sus palabras, en aquellas ya lejanas décadas de 1930 y 1940, sonaron a algunos como herejia, y conocio dificultades e incomprensiones, pero se mantuvo firme, consciente de que cuanto predicaba no era fruto de especulaciones aventuradas, sino traducción en vida y doctrina de la expresa voluntad de Dios que conoció el 2 de octubre de 1928 y cuya luz le hizo penetrar con particular hondura en el Evangelio. Durante sus últimos años, el Fundador del Opus Dei presenció -como todos los que vivimos ese período- el surgir de planteamientos en los que se proclamaba el valor del

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mundo y de la vida secular, pero desde una perspectiva no teologal y, por tanto, dando origen a actitudes en las que lo cristiano no se manifestaba con claridad e incluso corría el riesgo de desaparecer o difuminarse. De ahí que reaccionara, en ocasiones con tono no solo decidido sino fuerte -como se refleja en alguno de los textos que hemos citado-, y que iniciara una nueva tarea intelectual y espiritual. Mejor dicho, que prosiguiera la antigua, aunque en un nuevo contexto. Porque -y este es el punto que nos interesaba subrayar-, si reconocemos la verdad de la fe cristiana, y, por tanto, la realidad de un Dios que crea y ama, una conclusión se impone: o afirmamos desde ese Dios el valor de lo secular o no lo afirmamos debidamente. En otras palabras, una vivencia hondamente cristiana y teologal del trabajo no es obstáculo para una teología del trabajo, sino, al contrario, luz que la impulsa y, en su caso, la hace nacer, contribuyendo a garantizar su acierto o rectitud. Impulso, porque una espiritualidad que se despliegue en referencia al trabajo, con todas sus implicaciones antropológicas y sociales, pide y reclama una visión teológica honda, que no se contente con alegar alguna que otra cita evangélica hecha más o menos a propósito, sino que se esfuerce por ir hasta el núcleo mismo de los problemas, poniendo de relieve lo que es el obrar humano de cara a la edificación de un universo regido por el designio salvador de Dios. Garantía, a la vez, porque una vida cristiana auténtica, un buscar a Dios, y buscarlo a través del trabajo mismo, mantiene anclado el corazón en ese nucleo teologal del que debe partir la inteligencia y constituye, en consecuencia, un antídoto frente a todo naturalismo y, más importante y positivamente, una luz que orienta la reflexión33. Ni qué decir tiene, de otra parte, que la vivencia espiritual, suscitando e iluminando el trabajo teológico, y paralelamente el filosófico, no los sustituye. Abre perspectivas y descubre horizontes, que luego la inteligencia humana y, en consecuencia, la teología y la filosofía deberán explorar. Apuntemos, pues, solo a modo de ejemplo y con lenguaje sintético, cuatro líneas de reflexión que, a nuestro juicio, contribuyen a encuadrar toda posible teología del trabajo44. 1) Trabajo y construcción del cosmos El hombre existe en el mundo, forma parte de un universo con el que está íntimamente unido y con cuyo destino es solidario, aunque lo trascienda. La narración del Génesis, que revela la razón de ser última de ese universo y pone de manifiesto el lugar central que en él ocupa el hombre, es, sin duda, el punto de partida adecuado para la consideración e interpretación del trabajo5 5. La visión del cosmos que ofrece Tomás de Aquino constituye un buen apoyo en orden a una profundización en esa realidad: lo que da su unidad a lo creado es precisamente -afirma el Aquinate- la interconexión de los seres en cuanto causas, es decir, en cuanto dotados de capacidad de acción: la unidad del cosmos es una unidad de actividad66. La evolución moderna del trabajo, con su tránsito de la artesanía a la técnica, contribuye -como ya señalamos- a poner este aspecto de relieve, no solo desde una perspectiva empírica y sociológica, sino también antropológica y existencial. Pero si las reflexiones apuntadas ayudan a situar al hombre en el cosmos y contribuyen a superar planteamientos de signo individualista, por sí solas son insuficientes en orden a una compresión teológicamente acabada del trabajar. Podrían ser, tal vez, consideradas suficientes en una concepción inmanentista, que coloque en la socialización -o en su reiteración cíclica- el sentido de la historia; no lo son para quien, como cristiano, sabe que hay un fin absoluto de los tiempos, y que ese fin será el resultado de la intervención libre de Dios en la historia77. Por lo demás, el mismo análisis de la evolución de la sociedad moderna evidencia que la organización del trabajo, con algunos de los fenómenos que de hecho la acompañan -automatismo, concentración de poder, riesgo de burocrati-

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zación, etc.-, no garantiza una plena humanización y puede ser incluso una ocasión de alienación de la persona. La reflexión sobre el trabajo obliga, en suma, a plantear netamente la pregunta acerca del fin o meta del existir humano, y ello no como cuestión sectorial, sino como piedra de toque y criterio inspirador. 2) Trabajo y escatología El ansia de absoluto que caracteriza a la persona hace que solo en Dios encuentre el hombre la plena satisfacción de sus aspiraciones. El irrumpir de la acción divina en la historia revela al hombre la radicalidad y plenitud de su destino y, a la vez e inseparablemente, la provisionalidad de todas sus realizaciones intrahistóricas, y, por tanto, la necesidad de confiarse al gratuito y liberal amor de Dios. La meta del existir, tanto del individual como del colectivo, no tiene lugar en el tiempo sino en la eternidad, en el más allá de la historia. El presente no resulta así desvalorizado, sino al contrario potenciado en cuanto momento en el que lo eterno se hace presente y a través del cual la consumación final se anticipa y prepara: la sucesión de los tiempos no se precipita en la nada, ni en un futuro siempre móvil que se afirma negando el pasado, sino que se abre a una situación de plenitud, en la que la totalidad del acontecer, con cuanto contiene de positividad, se conserva. Las afirmaciones que acabamos de hacer, al relacionar lo temporal con lo eterno, y por tanto con Dios, fundamentan y reclaman una vivencia teologal de la existencia, de la que a continuación nos ocuparemos. Antes de dar ese paso, conviene, sin embargo, formular una pregunta que nos permitirá completar lo dicho y, en consecuencia, situar más acabadamente el trabajo en el contexto del devenir humano: si la existencia terrena se encamina hacia un fin que la trasciende, ¿qué permanece, una vez llegado el fin de los tiempos, del resultado del esfuerzo humano? Una respuesta que ha aflorado repetidas veces a lo largo de la historia es la que cabe calificar como dualista, entendiendo por dualismo el planteamiento según el cual entre la construcción del mundo y el advenimiento de la plenitud no habría conexión o continuidad alguna: el advenimiento pleno del Reino de Dios, la consumación escatológica, acontecería al margen de la precedente historia humana, como fruto de la libre y omnímoda potencia de Dios. Esa respuesta quiere encontrar su justificación intelectual en el deseo de salvar la trascendencia de Dios y de sus dones. No es ese, sin embargo, el único camino para afirmar la soberanía de Dios. Más aún, no es el camino adecuado. En efecto, reconociendo que el Reino de los cielos es esencialmente don, y don al que se llega a través de la muerte y, por tanto, de la transformación, se debe afirmar que, al fin de los tiempos, lo transformado será no un mundo cualquiera, sino este mundo, es decir, el mundo que ha conocido la aventura y el esfuerzo humanos. Los nuevos cielos y la nueva tierra en los que, de acuerdo con el lenguaje bíblico, se manifestará la plenitud escatológica están siendo preparados, aunque oscura e imperfectamente, por la historia y el trabajo humano. Por eso como afirma la Constitución Gaudium et spes -precisamente después de precisar que „hay que distinguir cuidadosamente progreso temporal y crecimiento del Reino de Cristo“-, „todos los frutos excelentes de la naturaleza y de nuestro esfuerzo, después de haberlos propagado por la tierra en el Espíritu del Señor y de acuerdo con su mandato, volveremos a encontrarlos limpios de toda mancha, iluminados y transfigurados cuando Cristo entregue al Padre el reino eterno y universal”88. 3) Trabajo y vivencia teologal del existir Las verdades, centrales en la fe cristiana, a las que acabamos de hacer referencia, han de iluminar una teología del trabajo que será eso, teología, en la medida en que muestre la referencia a Dios que el trabajo implica. Y por trabajo entendemos ahora, ante todo, el acto de trabajar. De ahí la radical insuficiencia de una reflexión sobre el trabajo que no

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haga referencia a las dimensiones teologales, que no dé entrada a la oración y a la vida contemplativa. Y ello no de modo forzado, yuxtaponiendo la oración al trabajo, sino integrando una y otra realidad en una vision unitaria de la vida humana, lo que reclama plantear en toda su hondura la cuestión, ya varias veces aludida, de las relaciones entre creación y redención y, más radicalmente aún, entre naturaleza y destino. Sin intentar hacerlo ahora -baste con haberlo apuntado-, digamos solo que el hombre no tiende hacia Dios al modo como lo haría una mónada en el vacío, sino como lo que realmente es: un ser en el cosmos. La situación terrena, con todo lo que la configura, ha de integrarse en el proceso del caminar hacia Dios. De ahí que el Concilio Vaticano II, en el parágrafo destinado a hablar de la llamada universal a la santidad, pueda hacer referencia a las diversas situaciones humanas, entre ellas el trabajo, para concluir: „los fieles cristianos, precisamente por medio de todo eso, se podrán santificar de día en día, con tal de recibirlo todo con fe de la mano del Padre Celestial“99. La vivencia teologal del existir, el diálogo con Dios no abstrae de las situaciones concretas, existenciales, a través de las cuales se despliega la vida del hombre, sino que lleva a reconocerlas como momentos para la realización de la misión que el existir humano comporta y, por tanto, como ocasión de encuentro con Dios y de plasmación en las obras de cuanto ese encuentro implica. Puntos ambos de los que ya nos hemos ocupado ampliamente -constituyen el tema central de los capítulos que preceden-, y en los que por tanto no es necesario insistir. 4) Trabajo y esfuerzo o empeño El aspecto penitencial del trabajo ha sido reiteradamente puesto de relieve a lo largo de la historia, a veces en demasía. Esa unilateralidad debe ser corregida, pero sin caer en el extremo contrario. El carácter penitencial del trabajo deberá siempre tenerse en cuenta, no solo porque en la realidad de las cosas el trabajo connota, de hecho, esfuerzo e incluso, en ocasiones, sufrimiento y dolor, sino también porque, desde una perspectiva teológica, va en ello la fidelidad a la fe cristiana misma. La redención dice referencia a la cruz, y el optimismo cristiano no es la confianza ingenua de quien coloca el destino en manos de un supuesto proceso inmanente del universo, sino la serenidad alegre de quien, vivificado en Cristo y confiando en su gracia, lucha contra las fuerzas del pecado en espera de la victoria. Una reflexión sobre el trabajo que olvide estos aspectos no será íntegramente cristiana. Digamos, por ello, uniendo esta consideración con las anteriores, que el carácter penitencial acompaña al trabajo pero no lo define en sí mismo: es una dimensión que contribuye a perfilar su papel en la economía de la salvación, pero que lo supone ya injertado en ella. De ahí que no deba ser el punto de arranque de una teología del trabajo, sino una consideración que surge una vez que esa reflexión ya ha sido iniciada, análogamente a como la idea de redención no encabeza la exposición teologica, sino que viene precedida por la de Creación entendida en toda su integridad, es decir, como creación por Dios de un cosmos en el que sitúa al hombre a la par que lo eleva y lo llama a la comunión de vida con Él. Las líneas de reflexión que acabamos de glosar no solo no son exhaustivas -cabría apuntar muchas otras-, sino que están enunciadas de modo esquemático y general: aspiran no a esbozar un pensamiento, sino a sugerir horizontes. Añadamos, con esa misma intención, algunas citas tomadas del Concilio Vaticano II: - „Los creyentes tienen como cierto que la actividad humana, es decir, el esfuerzo con que los hombres de todos los tiempos procuran mejorar sus condiciones de vida, responde, considerado en sí mismo, al plan divino. Creado el hombre a imagen y semejanza de

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Dios, ha recibido el mandato de someter la tierra con todo cuanto contiene, para asi regir el mundo en justicia y santidad, reconociendo a Dios como Creador de todos los seres, ordenando a Él su propia persona y todas las cosas, de forma que el nombre de Dios sea glorificado en toda la tierra“; - „Los cristianos, lejos de pensar que las conquistas logradas por el hombre se oponen al poder de Dios y que la criatura racional pretende rivalizar con el Creador, están, por el contrario, persuadidos de que las victorias del hombre son signo de la grandeza de Dios y consecuencia de su inefable designio“; - „Ignoramos no solo el tiempo en que la tierra y la humanidad llegarán a su consumación, sino también la forma en que se transformará el universo. Pasa ciertamente la figura de este mundo, deformada por el pecado. Pero sabemos por la Revelación que Dios prepara una nueva morada y una nueva tierra donde habita la justicia, cuya bienaventuranza saciará todos los anhelos de paz que ascienden al corazón de los hombres“10 10. En estos párrafos de la Gaudium et spes -a los que podrían añadirse otros tomados sea de documentos del propio Concilio sea de documentos posteriores- se contienen, resumidos, parte de los elementos estructurales de una teología del trabajo. Tomar plena conciencia de ellos y desarrollarlos es una de las tareas que la teología está llamada no solo a emprender, sino, como antes comentábamos, a reemprender según las diversas coyunturas históricas y culturales. Siempre sin olvidar -repitámoslo a fin de volver a situarnos en continuidad con las cuestiones que hemos tratado a lo largo de estas páginasla centralidad del momento teologal, ya que una auténtica comprensión teológica del trabajo es existencialmente posible solo si el imprescindible esfuerzo de penetración analítica e intelectual está acompañado del reconocimiento de la vocación divina del hombre y, en ese contexto, del valor que el trabajo tiene en la dinámica concreta de la vida espiritual.

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Ediciones Palabra, S. A., 2001 P. de la Castellana, 210 - 28046 Madrid * Printed in Spain ISBN: 84-8239-533-5 Depósito legal: M. 12.251-2001 1 1 La santificazione del lavoro, tema del nostro tiempo, en «Studi cattolici» 57 (1965) 33-59. 2 2 Ediciones Palabra, Madrid 1966, 88 páginas. 3 3 He hecho ya referencia a la génesis de este ensayo, en el prólogo a otra de mis obras: Ante Dios y en el mundo. Apuntes para una teología del trabajo, Eunsa, Pamplona 1997, pp. 11-13. 4 4 Se publicó, siempre en Ediciones Palabra, en 1980, constando de 184 paginas. 1 1 CONC. VATICANO II, Const. Lumen gentium, n. 31. 2 2 Sobre la comprensión del laico o cristiano corriente que implican los textos del Concilio Vaticano lI, los desarrollos espirituales y los estudios que confluyeron en las declaraciones conciliares, así como los debates posteriores y la reafirmación y profundizació n en la doctrina del Vaticano II realizadas por la Asamblea del Sínodo de Obispos celebrado en 1987 y la sucesiva Exhortación apostólica Christifideles laici, puede encontrarse información y bibliografía en nuestro estudio La discusión teológica sobre la noción de laico, en „Scripta Theologica” 22 (1990) 771-789 (recogido después en J. L. ILLANES, Laicado y sacerdocio, Pamplona 2000). 3 3 CONC. VATICANO II, Const. Lumen gentium, nn. 40 y 41. 4 4 Ibid., n. 41. 5 5 Para un desarrollo de esa idea, ver nuestro estudio La llamada universal a la santidad, en „Nuestro Tiempo“ 162 (1967) 611-630, donde el tema es analizado teniendo a la vista precisamente textos tanto del Concilio Vaticano II como del Fundador del Opus Dei (recogido luego en J. L. ILLANES, Mundo y santidad, Madrid 1984, pp. 65-96). 6 6 CONC. VATICANO II, Const. Gaudium et spes, n. 34. 7 7 Cfr. SANTO TOMÁS DE AQUlNO, Summa Theologiae, 1, q. 103, a.6. 8 8 CONC. VATICANO II, Decr. Apostolicam actuositatem, n. 4. 9 9 Para un análisis más detenido de la enseñanza del Vaticano II, ver R. M. NUBIOLA, Trabajo y redención en la „Gaudium et spes“, Terrassa (Barcelona) 1993, y H. FITTE, Lavoro umano e redenzione. Riflessione teologica dalla „Gaudium et spes“ a la „Laborem exercens“, Roma 1996, en ambos casos con buena bibliografía. 10 10 PABLO VI, Enc. Populorum progressio, n. 27; ver también el n. 28 donde recuerda a la vez el carácter ambivalente que, como toda realidad temporal, intrahistórica, tiene el trabajo. La Populorum progressio fue promulgada el 26-III-1967. 11 11 ÍDEM, Discurso a la Asociación de Juristas Católicos, 15-XII-1963 (en Insegnamenti di Paolo VI, Tipografía Políglota Vaticana, I, 1963, p. 609). Como puede advertirse, el pasaje que citamos no es posterior sino contemporáneo del Vaticano II; textos posteriores del mismo pontífice, en H. FITTE, Lavoro umano e redenzione, cit., pp. 244-249. 12 12 JUAN PABLO II, Enc. Laborem exercens, n. 24. Sobre esta Encíclica, junto a nuestro ensayo Trabajo, historia y persona. Elementos para una teología del trabajo en la „Laborem exercens“, en „Scripta Theologica“ 15 (1983) 205-231 (recogido en J. L. ILLANES, Ante Dios y en el mundo. Apuntes para una teología del trabajo, Pamplona 1997, pp. 143-178), pueden consultarse, entre otros

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estudios, AA. VV., Estudios sobre la „Laborem exercens“, Madrid 1987; E. COLOM Y F. WURMSER, El trabajo en JUAN PABLO II, Madrid 1995; H. FITTE, Lavoro humano e redenzione, cit., pp. 251-273, con amplia bibliografía. 13 13 Durante largo tiempo, afirmaba Henri Sanson, „el aspecto ascético del trabajo ha ocultado su significación humana“ (Spiritualité de la vie active, Le Puy 1957, p. 212; ver también páginas 9-11). Jacques Maritain (Le paysan de la Garonne, París 1966, pp. 73-79; versión castellana: El campesino del Garona, Bilbao 1967, pp. 80-85) expresaba un juicio análogo afirmando que, por una errada interpretación del dicho de algunos grandes místicos -alude a la expresión „desprecio del mundo”- la teología espiritual ha estado afectada, en ocasiones de forma patente, otras larvada, por un maniqueísmo práctico que hacía imposible una apreciación positiva de las realidades seculares, y, por tanto, del trabajo profesional que el cristiano realiza en medio del mundo y sabiéndose part e del mundo. 14 14 De ese proceso, y más concretamente de la distinción entre secularización, secularidad y secularismo -por acudir a términos emblemáticos y usuales-, nos hemos ocupado ya con detalle en otros momentos, especialmente en Cristianismo, historia, mundo, Pamplona 1973, e Historia y sentido. Estudios de teología de la historia, Madrid 1997. 15 15 Un grande problema del giorno: Religione e lavoro, en „L‟Osservatore Romano”, 1-IV-1960, p. 3. Cinco años más tarde, ya Pontífice y en plena celebración del Concilio Vaticano II, pronunciaba unas palabras, dirigidas a los participantes en un congreso de jóvenes obreros, en las que cabe detectar un eco de ese diagnóstico de la situación, unido a la invitación a superarla: „Toca a vosot ros llevar, volver a llevar a Cristo al mundo del trabajo y, especialmente, a las nuevas promociones de trabajadores. No se trata de hacer una propaganda fanática, ni de adoptar posturas de beatos, ni mucho menos de encerrarse en círculos cerrados, o de sentirse ajeno a la participación de la vida obrera. Se trata de no privar, a esa vida del trabajo, de su dignidad espiritual, de sus derechos religiosos y morales; se trata de infundir en el trabajo el sentido cristiano y humano, que lo ennoblece, lo fortifica, lo purifica, lo conforta y lo llena de buenos sentimientos de solidaridad y amistad, y ayuda a defender los propios intereses económicos y profesionales con espíritu de justicia y de comprensión para el bien común. ¿No es vuestra fe, vuestra conciencia cristiana, vuestra certeza religiosa, la que os da el sentido más alto, más seguro, más alegre de la vida? He aquí para qué sirve la fe: ¡sirve para la vida!“ (Discurso al IX congreso nacional de la juventud de la Associazione Católica dei Lavoratori Italiani, ACLI, pronunciado el 5 de enero de 1965; en lnsegnamenti di Paolo VI, vol. III, 1965, pp. 16-17). 16 16 PABLO VI, Discurso de apertura a la Segunda Sesión del Concilio Vaticano II, AAS, 54 (1963), p. 847. 17 17 Katholische Dogmatik, párr. 170 (edición castellana, tomo IV, Madrid 1960, p. 315). 18 18 BEATO JOSEMARÍA ESCRIVÁ, La Constitución apostólica „Provida Mater Ecclesia“ y el Opus Dei, Madrid 1949, p. 7 (se trata de una conferencia pronunciada en 1948 en la sede madrileña de la Asociación Católica de Propagandistas, y luego publicada en ed ición aparte). 19 19 Véase su Essay on the Development of Christian Doctrine, a lo largo de toda la obra y quizá especialmente las páginas que, al principio de la obra, dedica a poner de manifiesto la conexión entre desarrollo dogmático y fe auténticamente vivida. 20 20 Cfr. Jn 3,8. 21 21 JUAN PABLO II, Homilia en la Misa de Beatificación del Siervo de Dios Josemaría Escrivá de Balaguer, 17-V-1992; expresiones parecidas en el Breve pontificio de Beatificación. Ambos textos pueden consultarse en „Romana. Bollettino della Prelatura del la Santa Croce e Opus Dei“ 8 (1992) 18-20 y 11-15. 22 22 A. LUCIANI, Cercando Dio nel lavoro quotidiano, en „II Gazzettino“, Venecia, 25-VII-1978. 23 23 S. BAGGIO, Opus Dei: una svolta nella spiritualitá, en „Avvenire“, Milán, 26-VII-1975. Declaraciones análogas se encuentran en escritos publicados por otras muchas personalidades eclesiásticas; remitamos, a modo de ejemplo, a los testimonios, dados en esas mismas fechas, de diversos cardenales: SERGIO PIGNEDOLI, Mons. Escrivá de Balaguer: un esemplaritá spirituale, en „Il Veltro“, Roma 19 (1975) 275-282; MARCELO GONZÁLEZ MARTÍN, ¿Cuál sería su secreto?, en „ABC” suplemento dominical, Madrid, 24-VIII1975; JULlUS ROSALES, Msgr. Escrivá: Profile of a saint, en „Philippines Evening Express“, Manila, 26-VI-1976; AGNELO ROSSI, Mensagem universal de Mons. Escrivá, en „O Estado de S. Paulo“, Sao Paulo, 27-VI y 4-VII-1976; FRANZ KÖNIG, Il significato dell’Opus Dei, en „Corriere della Sera“, Milán, 9-XI-1975; JOHN CARBERRY, The Work of God, en „The Priest“, Huntington (Indiana), VI1979; LUIS APONTE, La santidad del pueblo de Dios, una pasión de Mons. Escrivá de Balaguer, en „El Visitante de Puerto Rico“, San Juan de Puerto Rico, 11-II-1979; PIETRO PARENTE, Le radici della spiritualitá del fondatore dell’Opus Dei, en „L‟Osservatore Rornano“, 24-VI-1979. 24 24 Así lo hizo, entre otros, el propio JUAN PABLO II, por ejemplo, en una homilía pronunciada durante una Misa celebrada el 1 9 de agosto de 1979, en la que participaba un numeroso grupo de fieles del Opus Dei: „Vuestra institución -afirmó- tiene como finalidad la santificación de la vida permaneciendo en el mundo, en el propio puesto de trabajo y de profesión: vivir el Evangelio en el mundo, viviendo ciertamente inmersos en el mundo, pero para transformarlo y redimirlo con el propio amor a Cristo . Realmente es un gran ideal el vuestro, que desde los comienzos se ha anticipado a esa teología del laicado, que caracterizó después a la Iglesia d el Concilio y del postconcilio” (el original italiano de esa homilía se encuentra en „L‟Osservatore Romano“, 20/ 21-VIII-1979; su traducción castellana, en „L‟Osservatore Romano“, edición en español, 26-VIII-1979). Unos años antes, siendo todavía el Cardenal Karol Wojtvla, había tenido ocasión de aludir al Opus Dei en relación precisamente al tema que nos ocupa: el trabajo. Fue en una conferencia pronunciada en 1974, sobre el tema La evangelización y el hombre interior, y en la que, después de haber puesto de manifiesto que el crecimiento del hombre pasa a través del crecimiento interior, se preguntaba cómo se entrelaza el desarrollo humano con el progreso de la técnica y de la praxis que de ella deriva: „¿De qué manera, en definitiva, dominando la faz de la Tierra, podrá el hombre plasmar en ella su rostro espiritual?“. Acto seguido continuó: „Podremos responder a esta pregunta con la expresión -tan feliz y ya tan familiar a gentes de todo el mundo- que Mons. Escrivá de Balaguer ha difundido desde hace tantos años: „santificando cada uno el propio trabajo, santificándose en el trabajo y santificando a los otros con el trabajo“.“ Una versión castellana de esta conferencia está recogida en el libro La fe de la Iglesia. Textos del Card. Karol WojiyIa, Pamplona 1979; las frases citadas están en pp. 94-95. 25 25 A él remite expresamente JUAN PABLO II en los documentos que destinó a enmarcar el Gran Jubileo del año 2000: el destinado a orientar su preparacion y celebración y el encaminado a glosar su clausura, es decir, la Carta apost. Tertio millennio adveniente y la Carta. apost. Novo millennio ineunte. En ambos documentos (cfr., especialmente, nn. 18-20 del primero y n. 3 y 57 del segundo), lo presenta, en efecto, como acontecimiento decisivo en la historia de la Iglesia del siglo XX y como impulso y orientación para la actividad apostólica futura. 26 26 A lo largo de las páginas que siguen emplearemos varias veces las expresiones „espíritu“, „espiritualidad“ y „espiritualidades“. No es nuestra intención entrar en discusiones sobre la significación estricta de tales vocablos, baste aclarar que el punto de p artida de toda reflexión sobre estos temas es la unidad esencial de la espiritualidad cristiana: no hay cristianismo fuera de la identificación con Cristo. Por lo demás, el significado con que en cada lugar empleamos esas voces se deduce claramente del contexto. Sobre este punto, ver lo que hemos escrito en Mundo y santidad, cit., pp. 194-208. 1 1 Una amplia reseña de ese acto en „L‟Osservatore Romano“, 22/23-XI-1965; el texto completo de la intervención del Beato Josemaría puede encontrarse también en AA.VV, Josernaría Escrivá de Balaguer y la Universidad, Pamplona 1993, pp. 81-84. 2 2 Esta entrevista, publicada en „Le Figaro“ del 16-V-1966, se encuentra recogida en Conversaciones con Mons. Josemaría Escrivá de Balaguer. Tanto este libro como otras obras del Beato Josemaría -Camino, Es Cristo que pasa, Amigos de Dios, etc- cuentan, además de la paginación, con números marginales que no varían con las diversas ediciones; citaremos, por tanto, remitiendo a ellos;

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la frase que hemos reproducido en el texto está en Conversaciones, n. 34. Una presentación de las obras del Beato Josemaría publicadas hasta la fecha de ese boletín en L. F. MATEO-SECO, Obras de Mons. Escrivá de Balaguery estudios sobre el Opus Dei, en Mons. Josemaría Escrivá de Balaguer y el Opus Dei, Pamplona 1982, pp. 469-501. 3 3 Carta 24-III-1930, n. 2. Sobre esta Carta, y en general sobre las Cartas e Instrucciones que redactó el Beato Josemaría en orden a la formación de los fieles del Opus Dei, ver los datos sobre su naturaleza, composición, etc. que da A. VAZQUEZ D E PRADA, El Fundador del Opus Dei, vol. I, Madrid 1997, pp. 566-568 y 575-577. 4 4 Sobre esta fecha de 1928, ver A. VÁZQUEZ DE PRADA, El Fundador del Opus Dei. cit., pp. 288-305, v J. L. ILLANES, Dos de octubre de 1928; alcance y significado de una fecha, en AAVV., Mons. Josemaría Escrivá de Balaguer y el Opus Dei, cit., pp. 59-99; una amplia reflexión teológica en A. ARANDA, „El bullir de la sangre de Cristo“. Estudio sobre el cristocentrismo del beato Josemaría Escrivá, Madrid 2000, pp. 17 ss. y 81 ss. En relación con esa fecha y, en general, respecto a otros momentos de la vida del Beato Josemaría Escrivá de Balaguer, ver también las diversas semblanzas y biografías publicadas hasta la fecha, como, entre otras, las de A. DEL PORTILLO, Mons. Escrivá de Balaguer, instrumento de Dios, en AAVV., En memoria de Mons. Josema ría Escrivá de Balaguer, Pamplona 1976, pp. 15-60; S. BERNAL, Apuntes sobre la vida del Fundador del Opus Dei, Madrid 1976; F. GONDRAND, Al paso de Dios. Josemaría Escrivá de Balaguer, fundador del Opus Dei, Madrid 1984; A. SASTRE, Tiempo de caminar. Semblanza de Mons. Josenzaría Escrivá de Balaguer, Madrid 1989, y sobre todo -es la más completa de las publicadas hasta ahora- la recién citada de A. Vázquez de Prada. 5 5 Entre otros posibles ejemplos, citemos un párrafo de sus Apuntes intimos, que data de junio de 1930, y en el que con frases breves, pero incisivas, describe de forma neta y precisa -esculpe, por así decir- los rasgos que definen la realidad espiritual y apostólica que se sabía llamado a promover y a la que, precisamente por esas mismas fechas, había comenzado a designar como Opus Dei, Obra de Dios: „Simples cristianos. Masa en fermento. Lo nuestro es lo ordinario, con naturalidad. Medio: el trabajo profesion al. iTodos santos!”, (Apuntes íntimos, n. 35). 6 6 En las páginas que siguen no aspiramos a exponer una síntesis de la doctrina bíblica sobre el trabajo, sino a reseñar algun os textos que evidencian la honda raigambre evangélica de la enseñanza del Beato Josemaría. Una breve síntesis de la doctrina bíblica, con remisión a algunos de los numerosos estudios exegéticos sobre el tema, en J. L. ILLANES, Ante Dios y en el mundo. Apuntes para una teología del trabajo, Pamplona 1997, pp. 16-20. 7 7 Carta 14-II-1950, n. 4. 8 8 Pueden verse comentarios o referencias a ese texto del Génesis en Conversaciones, n. 24, y en Amigos de Dios, nn. 57, 81, 169. 9 9 Carta 31-V-1954, n. 17; el texto de Job está citado por la versión de la Vulgata. 10 10 En uno de sus comentarios a escritos del Fundador del Opus Dei, Mons. Álvaro del Portillo ha presentado un florilegio de textos a los que el Beato Josemaría Escrivá de Balaguer solía acudir en su predicación oral o escrita, para mostrar el hondo sentido p ositivo de las enseñanzas bíblicas sobre el trabajo: „(...) las palabras del Salmo 103, en el que de un modo maravilloso se da gloria a Dios por la creación y se le alaba por el orden y la armonía que ha dispuesto en el universo, y por el modo en que todas las criaturas -los montes, los valles, las aguas, los animales- le obedecen: exibit homo ad opus situm et ad operationem suam, usque ad vesperum, saldrá el hombre a trabajar, a sus tareas, hasta la tarde (Sal 103, 23). El hombre debe trabajar, porque este es el querer divino, el orden establecido por el Creador (cfr. Gn 2, 15; 3, 23) repetidas veces: sex diebus operaberis, septimo cessabis, trabajarás seis días a la semana, y el séptimo descansarás (Ex 23, 12); quodcumque lacere potest manus tua, instanter operare, cuanto puedas trabajar, hazlo alegremente (Si 9, 10). Nuestro Señor Jesucristo nos dio ejemplo de laboriosidad con sus treinta años de vida oculta, dedicado a su trabajo de carpintero (Me 6, 3). Y siguió trabajando siempre: a los que le perseguían porque también los sábados trabajaba -hacía milagros- replicó: Pater meus usque modo operatur, et ego operor, mi Padre trabaja, y por eso trabajo yo también (Jn 5, 17). Jesús condena al que no hace fructificar el talento recibido: serve rnale et piger, siervo malo y perezoso, le apostrofa (Mt 25, 26). Maldice la higuera que no da fruto: iam non amplius in aeternum ex te fructum quisquam manducet... Et, cum mane transirent, viderunt ficum aridam a radicibus. Et recordatus Petrus dixit ei: Rabbi, ecce ficus, cui maledixisti, aruit: nunca jamás coma ya nadie de ti... Y a la mañana siguiente vieron los discípulos, al pasar, que la higuera se había secado de raíz. Con lo cual, acordándose Pedro de l o sucedido, le dijo: Maestro, mira cómo la higuera que maldijiste se ha secado (Mc 11,14-21). San Lucas recuerda el mandato del Creador: sex dies sunt in quibus oportet operari (13, 14). San Pablo insiste una y, otra vez en la necesidad de trabajar con rectitud de intención: operamini sicut Domino, et non hominibus, trabajad como para el Señor, y no para los hombres (Col 3, 23); y exhorta a llevar una vida quieta, laboriosa, de trabajo (cfr. 1 Ts 4, 11, 2 Ts, 3, 10; 2 Ts 3, 12), dando a sus discípulos un ejemplo constante, que le hace exclamar con santo orgullo: quae mihi opus erant, et his, qui mecum sunt, ministraverunt manus istae, he trabajado con mis manos, para lograr lo que era necesario para mí y para los que estaban conmigo (Hch 20, 34). Y así, con su trabajo profesional, (Hch 18, 3), mantiene a sus companeros, les da doctrina, ejercita su apostolado, y puede decir lleno de gozo: nonne opus meum vos estis in Domino? ¿Acaso no sois mi trabajo en el Señor? (1 Co 9,1)“. „Son muchas -añade Mons. Del Portillo, encuadrando su enumeración con unas reflexiones encaminadas a poner de manifiesto el sentido y alcance de esas referencias- las citas de la Sagrada Escritura que se pueden aducir en sufragio de la afirmación de que el hombre tiene que trabajar, porque -así lo manda Dios. Y nuestro Fundador sacó la consecuencia: Si cumpliendo la Voluntad de Dios nos hacemos santos, trabajando -en nuestro trabajo ordinario, en el lugar en que nos puso Dios- nos haremos santos también, y podremos llevar a otros por caminos de santidad (...). La doctrina de nuestro Fundador devuelve al trabajo ordinario su puesto específico en la economía de la creación, y deduce la consecuencia lógica: el trabajo ordinario, hecho con perfección, porque lo quiere Dios, elevado al orden sobrenatural, es medio de santificación -de perfección cristiana- y, por tanto, de apostolado“ (Instrucción V-1935/14-IX-1950, comentario al n. 59). 11 11 Mc 6, 1-3; Mt 13, 14-56. 12 12 Camino, n. 356. 13 13 Es Cristo que pasa, n. 14. Otros comentarios a los años de trabajo de Jesús en Conversaciones, nn. 24 y 70; Es Cristo que pasa, nn. 20 y 22, Amigos de Dios, nn. 56, 81 y 121. Sobre el texto de Jn 12, 32 y su importancia en la experiencia espiritual y la predicación del Beato Josemaría, volveremos más adelante, en el capítulo III. Sobre los presupuestos teológicos de la ejemplaridad de la totalidad de la vida de Cristo, ver G. TANZELLANITTI, „Perfectus Deus, perfectus homo“. Reflexiones sobre la ejemplaridad del misterio de la Encarnación en las enseñanzas del Beato Josemaría, en „Romana“ 13 (1997) 359-381. 14 14 De la función que la referencia a los primeros cristianos tiene en el espíritu del Fundador del Opus Dei nos ocuparemos de nuevo en páginas posteriores. 15 15 Es Cristo que pasa, n. 44. 16 16 Cfr. Jn 21,3; un comentario a este texto en Amigos de Dios, n. 264. 17 17 Hch 18, 1-3. 18 18 Véase, por ejemplo: Hch 20,34; 1 Co 4,12; 2 Co 11,12; 12,13; Ef 4,28; 1 Ts 4,11; 2 Ts 3,8-10. 19 19 Didaché o Doctrina de los Doce Apóstoles, 12, 2-4; versión castellana de Daniel Ruiz Bueno en Los Padres Apostólicos, Madrid 1956, p. 90. 20 20 Carta 31-V-1954, n. 18; en párrafo inmediamente anterior, escribe „íntimamente ligado a la misma esencia de la espiritualidad propia de los miembros del Opus Dei, está para nosotros el trabajo, el ejercicio de la propia profesión u oficio, elevado o humilde según criterios humanos, porque para Dios la categoría del oficio depende de la categoría sobrenatural del que lo ejercita“.

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21 Amigos de Dios, n. 58. 22 Sobre el trabajo en la tradición monástica ver R. SORG, Towards a benedictine Theology of Manual Labor, Lisle (Illinois, USA) 1951; D. SAVRAMIS, „Ora et labora“ bei Basileos dem Grossen, en „Mittelalterliches Jahrbuch” 2 (1965) 22-37; A. BENITO, Los monacatos de San Basilio y San Agustin, su coincidencia en el pensamiento sobre el trabajo corporal, en „Augustinus“ 17 (1972) 357-396; AA.VV., El trabajo monastico, „Yermo“, 13 (1975), pp. 3-352 (se trata de las actas de la XII Semana de Estudios Monásticos dedicada a ese tema, celebrada en septiembre de 1971); P. MINARD, El trabajo en el monacato de vida simple, en „Yermo“, 14 (1976), pp. 161175; A. QUACQUARELLI, Travail. Au temps des Péres (1er-7e siècles), en Dictionaire de Spiritualité, t. 15, París 1991, cols. 11901207, especialmente cols. 1204-1206. 23 23 JUAN CASIANO, De institutis coenobiorum, 2, 14 (ed. M. Petschening en „Corpus Scriptorum Ecclesiasticorum Latinorum“, vol. XVII, Viena 1888, p. 29; versión castellana: Instituciones Cenobíticas, Ed. Rialp, Colección Neblí, Madrid 1957, p. 7). 24 24 SAN ATANASIO, Vida de San Antonio, 3 (PG 26, 844); en términos análogos se expresan San Agustín, sobre el que remito a mi estudio Trabajo y vida cristiana en San Agustín, en „Revista Agustiniana“ 38 (1997) 339-377 (recogido iuego en J. L. ILLANES, Ante Dios y en el mundo, cit., pp. 63-91), Y San Benito, Regula Monasteriorum, 48, 8 (ed, R. Hanslik, en „Corpus Scriptorum Ecclesiasticorum Latinorum“, vol. 7-5, Viena 1950, p. 116; texto latino y versión castellana en San Benito. Su vida y su regla, edición dirigida por García M. Colombas, Madrid 1968, pp. 588-589). Sobre las cuestiones histórico-críticas respecto al origen de la Regla de San Benito pueden encontrarse resúmenes en P. SCHMITZ, Benoit, Saint, en Dictionnaire de Spiritualité, t. 1, París 1937, cols. 1372-1388, y L. BOUYER, La spiritualità dei Padri, Bolonia 1986, 260-271 (es la edición italiana, actualizada por otros autores, de la segunda parte del original francés La spiritualité du Nouveau Testament et des Péres, París 1961), así como en I. M. GÓMEZ, Regla del maestro-Regla de San Benito, Zamora 1988, que ofrece el texto comparado de ambas reglas. 25 25 De institutis coenobiorum, 2, 12 (ed. Hanslik, pp. 28-29; versión castellana, pp. 73-74); véase SAN BENITO, Regula, 48, 1 (ed. cit., p. 114; pp. 586-587). 26 26 Casiano recoge esta historia al final del tratado sobre la pereza (De institutis coenobiorum, 10, 24 (ed. citada, pp. 192-219; versión castellana, pp. 370-380). 27 27 Carta 31-V-1954, n. 17. 28 28 Es Cristo que pasa, n. 47; ver también Conversaciones, n. 10. 29 29 Carta 31-V-1954, n. 18. 30 30 Cfr. A. DEL PORTILLO, Monseñor Escrivá de Balaguer, instrumento de Dios, cit., p. 48. Ver también, del mismo autor, y para una determinación del concepto de trabajo profesional, Les professions, en „La Vie Spirituelle. Supplément”, 51 (1959) 440-449. 31 31 Carta 31-V-1954, n. 18. 32 32 Ibídem. 33 33 „Vais -decía en una de sus Instrucciones más antiguas- a hacer vuestro apostolado desde los cargos más modestos hasta los más importantes de la sociedad (Instrucción 1-IV-1934, n. 24), esbozando un criterio que luego reiteró ampliamente: la posibilidad de encontrar a Cristo y servir a los demás hombres en y desde todas las nobles tareas y profesiones humanas. Ver, entre otros muchos textos, Conversaciones, nn. 18, 26, 40, 49 y 56, donde se reafirma a la vez que el impulso a vivir cristianamente la propia profesión constituye el único objetivo de la actividad del Opus Dei, ya que „los fines del Opus Dei son exclusivamente espirituales. A tod os sus miembros, tanto si ejercen una especial influencia social como si no, les pide solo que luchen por vivir una vida plenamente cristiana“ (Conversaciones, n. 49). 34 34 Carta 9-I-1932, n. 3. 35 35 Es Cristo que pasa, n. 112. 36 36 Ibíd., n. 183; ver también Conversaciones, n. 70. 37 37 Cfr. Ap 21,1. 38 38 Ga 3,28; cfr. Col 3,11. 39 39 Cfr. 1 Co 7,21-22. 40 40 No deja de ser significativo que ambas temáticas -reflexión sobre el trabajo y reflexión sobre la condición laical- tiendan a aflorar contemporáneamente. Así ocurre, de forma muy clara, en la literatura teológica de mediados del siglo XX. Y así ocurrió también en otros momentos históricos; es frecuente, en efecto, que los escritores antiguos que dedican una mayor atención al tema del trabajo valga el ejemplo de San Juan Crisóstomo- estén también especialmente preocupados por la vida del cristiano corriente en su globalidad y se esfuercen por evitar que se identifique vida cristiana radical con vida monástica, produciendo así la impresión de que el cristiano medio no está llamado a vivir con plenitud el Evangelio. Sobre la doctrina del Crisóstomo acerca del trabajo, el mejor estudio sigue siendo el de L. DALOZ, La travail selon saint Jean Crysostome, París 1939. 41 41 Regla, 4, 78 (ed. Hanslik, p. 35; versión castellana, ed. cit., pp. 382-383). Para un comentario sobre este punto, ver GARCÍA M. COLOMBAS, La tradición benedictina, t. 2, Zamora 1990, pp. 82-87 y 94-99. 42 42 Cánones 2 y 3. Cfr. MANSI, Concilia, XX, col. 933. 43 43 Cabe señalar que la sociedad tenía en esa época una estructura eminentemente jerárquica, basada en la herencia, de tal mod o que el acceso a unos u otros oficios y más aún a las funciones rectoras dependía primariamente no tanto de la competencia personal, sino de la pertenencia a unas u otras familias. De ahí, en algunos sectores, una actitud que llevaba a considerar el trabajo como un deshonor o al menos como algo propio de estamentos menos nobles. Desde esta perspectiva, cabe pensar -aunque sin dar a esta observación valor de axioma- que el mensaje sobre la santificación del trabajo resulta más fácilmente inteligible en una época como la contemporánea, en la que el principal elemento de diversificación y estructuración social es la competencia profesional de cada individuo. 44 44 Ciertamente, era necesario para ello dar un paso que ninguno de los autores anteriores a la época que comentamos había int entado y, tal vez, ni siquiera intuido. Y dar un paso grande, también desde una perspectiva dogmático-especulativa, lo que explica, al menos en parte, la evolución posterior. Aun sin compartirlas del todo, cabe evocar en este contexto las observaciones de Cong ar sobre el ideal monástico como signo de la sustitución de la actitud escatológica propia de la primera comunidad cristiana (tendencia de toda la Iglesia hacia una santidad que se propone como fin o meta), por otra actitud de cuño platónico para la cual es esenci al distinguir entre los perfectos y los imperfectos o menos perfectos (Y. M. CONGAR, Vocabulaire et histoire du laicat, en AAVV., Les laics et la mission de l’Église, París 1962, pp. 13-17). Otros autores (como, por ejemplo, I. HAUSER, Vocation chrétienne et vocation monastique selon les Péres, en AA.VV, Laics et vie chrétienne parfaite, Roma 1963, pp. 33-116), ofrecen datos que llevan a matizar esas observaciones, aunque no deja de haber en ellas algo de cierto. Por lo demás, el punto clave no está ahí, a nuestro juicio, sino más bien en la profundización en las perspectivas dogmáticas sobre la relación entre creación y redención evocadas al final del apartado ant erior. 45 45 Sobre su recepción de la distinción entre praxis y poiesis, ver, entre otros muchos textos, Summa Theologiae 1-2. q. 57, aa. 3-4, donde trata también sobre el arte como virtud intelectual; sobre la magnificencia y la magnanimidad, 2-2, qq. 129 y 134. Sobre el conjunto de su doctrina, G. CENACCIE, Il lavoro nel pensiero di Tommaso d’Aquino, Roma 1977, y V. TRANQUILLI, Il concetto di lavoro da Aristotele a Calvino, Milán-Nápoles 1979. 46 46 Leer todo el Contra impugnantes Dei cultum et religionem, especialmente los capítulos IV (si los religiosos están obligados a trabajar con las propias manos) y VI (si los religiosos pueden vivir de limosnas). Ver también Quaestio disputata de caritate, art. 10, 22

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donde describe las ocupaciones seculares como obstáculo a la vida contemplativa; un lenguaje similar en Summa Theologiae, 2-2, q. 122, a. 4, ad 3. 47 47 Summa Theologiae, 3, q. 27, introducción. 48 48 Ibíd., 3, q. 40. 49 49 Ibid., 3, q. 39, a. 3. 50 50 SAN BUENAVENTURA, Questiones disputatae de perfectione evangelica, q. 2, art. 2 (de la pobreza en cuanto a pedir limosna, en especial, la solución a la objeción 9a y el núm. 5 de la réplica final) y art. 3 (de si los pobres que por sus fuerzas físicas podrían hacerlo, y principalmente los regulares, están obligados universalmente a los trabajos manuales). Conviene advertir que su po stura está matizada por la distinción que introduce entre trabajo manual, propio de los labriegos y artesanos, trabajo civil, propio de los gobernantes, militares y comerciantes; y, trabajo espiritual, propio de los que se ocupan de las cosas divinas. No deja, por lo demás, de ser interesante que el orden seguido por San Buenaventura sea el inverso al de Santo Tomás: primero, la licitud de la limosna y, solo luego, la no obligación del trabajo. Pero todo ello queda en el aire, sin llegar a planteamientos radicales. 51 51 En Opere ascetiche di S. Bonaventura volgarizzate nel trecento, cap. XV: „Ora veggiamo come Gesú fece da dodici anni infino ai trenta anni“ (Verona, Bartolomeo Sorio, 1851, 22 y 23). Las Meditationes vitae Christi, uno de los libros espirituales más leídos en el Medioevo, fueron antiguamente atribuidas a San Buenaventura; la crítica moderna ha demostrado la falsedad de tal atribución: su autor es probablemente el franciscano Jacobo de Cordone. Cfr. C. FISCHER, Die „Meditationes vitae Christi“. Ihre handschriftliche Überlieferung und die Verfasserfrage, en „Archivium Franciscanum Historicum“ XXV (1923), pp. 3-35, 175-209, 30-5-348, 449-483. 52 52 De imitatione Christi, 1. 1, c. 18 (ed. crítica de T. Lupo, Libreria Editrice Vaticana, 1982, p. 59; para la versión castellana seguimos la de J. E. Nieremberg, Ed. Luz y Vida, Madrid 1941, p. 35). 53 53 Ibíd. 1.1, e. 22 (ed. cit., p. 67; versión castellana, p. 49); frases similares en 1.1, c. 25; 1.3, c. 26. En esta actitud respecto al trabajo, junto a planteamientos ascéticos, puede haber influido también el antiintelectualismo tan marcado en la Imitación; cfr., en ese sentido, 1.3, c. 3 1. 54 54 Ibíd., 1.1, c. 19; 1.3, c. 30; 1.3, c. 54; ver también 1.4, c. 1, donde comenta, presuponiendo ese sentido, el dicho en Jesús en Mt 11,28. 55 55 Ejercitatorio de la vida espiritual, parte 4a, c. 43, Ed. Rialp, Colección Neblí, Madrid 1957, p. 217 (el texto en el castellano original puede verse en la ed. crítica de C. Baraut: García Jiménez de Cisneros, Obras completas, t. 2, Montserrat 1965, pp. 306-308). Al margen del parecer del abad Cisneros, y desde una perspectiva estrictamente histórico-lingúística, cabe señalar que, en el castellano de la época, la palabra „trabajo“, aunque empiece a aproximarse al significado moderno, no ha adquirido todavía estabilidad en su uso. Así, por ejemplo, en los Ejercicios de San Ignacio de Loyola -y a parecida conclusión se llegaría en otros autores del momento- el vocablo „trabajo“ no es usado para indicar una actividad profesional humana, sino, en singular, „el trabajo“, para significar la lucha ascética, la entrega a Cristo: y en plural, „los trabajos“, para designar las dificultades, pesadumbres o impedimentos: a) para el uso en plural, como equivalente a dificultades: Ejercicios, 9a anotación (obras completas de San Ignacio, ed. a cargo de especialistas del Instituto Histórico de la Compañía de Jesús en Roma, Madrid 1952, p. 155): oración sobre el primero, segund o y tercer pecados, 2 punto (o. c., p. 170); oracion sobre el nacimiento de Cristo, 3 punto (o. e., p. 199); b) para el uso en singular, como equivalente a lucha ascética: Ejercicios, 2 semana, oración del rey temporal, 2a parte, 1, 2 y 3 puntos (o. c.. p. 179). Con la significación de actividad humana, no la hemos encontrado en los Ejercicios; aparece, en cambio, aunque pocas veces, en las Constituciones y Reglas de la Compañía para indicar una cualidad que deben tener los Superiores en su gobierno, o para aludir a tareas muy concretas al hablar del oficio de los novicios (Reglas del maestro de novicios, 2,1 parte, n. 13; o. c., p. 614) o del enfermero (Reglas del oficio de enfermato acerca de sí mismo, n. 3; o. c., p. 62 1 ). 56 56 Son muy numerosos los estudios sobre los gremios y corporaciones, y sobre la actitud vital de artesanos y mercaderes, real izados desde la perspectiva de la historia social, jurídica y económica y, más recientemente, de la historia de las mentalidades . Son más escasos, en cambio, los propia y directamente espirituales, aunque tienden a aumentar; y de hecho pueden encontrarse ya referencias y datos, aunque todavía fragmentarios, en la historia de la espiritualidad; ver, por ejemplo, E. PERETTO, Movimenti spirituali laicali de Medioveo, Roma 1985, y E VANDEBROUCK, La spiritualitá del medioevo (s. XII-XVI), Bolonia 1991 (es la versión actualizada y completada por otros autores del original La spiritualité du Moyen Áge, Publicado originalmente en 1966). 57 57 Para un análisis más concreto y detenido del pensamiento de ambos reformadores, ver especialmente G. WINGREN, Luthers Lehre vom Beruf, Munich 1952; H. J. PRIEN, Luthers Wirtschaftsethik, Gotinga 1992; A. BIELER, L’humanisme social de Calvin, Ginebra 1969; V. TRANQUILLI, Il concetto di lavoro da Aristolele a Calvino, cit., pp. 25 1 ss. 58 58 Cfr. Censura del „Catecismo“ de Carranza, en F. CABALLERO, Conquenses ilustres, t. 2: Vida del Ilmo. Sr. D. Fr. Melchor Cano, Madrid 1871, p. 597. Para un estudio más acabado de esta época en general, pueden verse las obras de M. ANDRÉS, Los recogidos. Nueva visión de la mística española (1500-1700), Madrid 1975, y La teología española en el siglo XVI, 2 tomos, Madrid 1976 y 1977; sobre las disputas en torno al Catecismo de Carranza, ver J. I. TELLECHEA, El Arzobispo Carranza y su tiempo, 2 vols., Madrid 1968; a Tellechea se debe también una edición del Catecismo de Carranza (Madrid 1976). 59 59 SANTO TOMÁS DE AQUINO, Summa Theologiae, 2-2, q. 183; E SUÁREZ, De virtute et statu religionis (llamado abreviadamente De Religione), trac. VII, 1 y VIII a X, en Opera omnia, ed. Vives, París 1856-1878; véase también la exposición de PASSERINI, De hominum statibus et officiis, Roma 1669, e. 1. Para un ulterior estudio histórico puede consultarse J. FORNÉS, La noción de „status“ en Derecho canónico, Pamplona 1975. 60 60 Introduction a la vie dévote, prefacio (en la ed. las Oeuvres complétes, t. 3, Annecy, 1893, t. 3, p. 6; versión castellana en Obras selectas de San Francisco de Sales, Madrid 1953, t. 1, p. 41). Recordemos que la Introducción a la vida devota data de 1609, y remitamos, como reconocimiento oficial de la importancia de la figura de San Francisco de Sales en la historia de la espiritualidad, a la Carta apostólica Sabaudiae gemma, de Pablo VI, 29-I-1967 (AAS, 59, 1967, 113-123). Para una introducción al estudio de su doctrina, ver P. SEROUET, Francois de Sales, Saint, en Dictionnaire de Spiritualité, t. 5, París 1964, cols. 1057-1097, y A. PEDRINI, Francesco di Sales, Santo, en Dizionario Enciclopedico di Spiritualitá, t. 2, Rorna 1990, pp. 1047-1058. 61 61 De hecho, San Francisco de Sales no solo fue personalmente fundador del Instituto de la Visitación, sino que en él se inspiraron diversas congregaciones y sociedades religiosas; puede verse un intento de lista en R. PERRINI, Saint Francois de Sales, en Dictionnaire de Théologie Catholique, t. 6, col. 761. 62 62 Tal es, como se recordará, el juicio que formulaba el Cardenal Albino Luciani, futuro Papa Juan Pablo I, en artículo que c itábamos en el capítulo anterior. 63 63 No deja de ser significativo, pues muestra lo arraigado de la actitud a la que nos referimos, el que se detecte incluso en autores que, llevados por un hondo celo apostólico, realizaron una amplia labor pastoral entre fieles de las más diversas condiciones . Tal es, por ejemplo, el caso de San Alfonso María de Ligorio. Así, de una parte, en la Práctica del amor a Jesucristo escribe: „En gravisímo error están quienes sostienen que Dios no exige que todos seamos santos, y cada uno según su estado, el religioso como religi oso, el seglar como seglar, el sacerdote como sacerdote, el casado como casado, el mercader como mercader, el soldado como soldado, y así de los demás estados y, condiciones” (Pratica da Amore di Gesú Cristo, c. 8, en Opere ascetiche, ed. Marietti, Torino 1845, vol. 1, p. 703: Versión castellana en Obras asceticas de San Alfonso Maria de Liguorio, vol. 1, Madrid 1952, p. 392). Sin embargo, en Las

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gIorias de María, al comentar la presentación de la Virgen al templo, nos dice: „María conocia que el mundo esta lleno de peligros y que quien antes lo abandona antes se ve libre de sus lazos; por eso se apresuro a abandonarlo todo desde su más tierna edad, y acudio a encerrarse en el sagrado recinto del templo“ (parte II. DICURSO III, punto I; versión castellana, o. c., p. 774). 64 64 Respecto a la bibliografía sobre San Juan Bosco y su obra, la mejor fuente de información la constituye la revista „Ricerche storiche salesiane“, con sede en Roma, cuya publicación comenzó en 1982. 65 65 A modo de ejemplo señalemos algunos de esos estudios: P. DABIN, Le sacerdoce royal des fidéles, 2 vols., París 1945 y 1950; R. SPIAZZI, La missione dei laici, Roma 1952; Y. M. CONGAR, Jalons pour une théologie du laicat, París 1953; G. PHILIPS, Le róle di laicat dans l’Église, París-Tournai 1954, y a partir de ahí una amplísima bibliografía sobre la que puede encontrarse información en el balance realizado por R. GOLDIE, Laici, laicato, laicitá. Bilancio di trent’anni di bibliografia, Roma 1986, y en la obra colectiva, coordinada por A. SCOLA, Il laicato. Rassegna bibliografica, Cittá del Vaticano 1987. 66 66 Entre las diversas obras filosóficas o teológicas que se publicaron en las primeras décadas, seleccionamos algunas a modo de ejemplo: E. BORNE y F. HENRY, Le travail et l’homme, París 1937; G. THILS, Théologie des réalités terrestres, Lovaina 1946; J. VIALATOUX, Signification humaine du travail, París 1953; la obra colectiva Cristo lavoratore, Roma 1955; M. D. CHENU, Pour une théologie du travail, París 1955. Intentos de una visión panorámica, abarcando también obras posteriores, se pueden ver en J. DAVID, Teología de las realidades terrenas, en J. FEINER, J. TRUSCH y F. BÜCKLE, (dirs.), Panorama de la Teología actual, Madrid 1961, pp. 675-706; AA.VV., Il lavoro nella vita spirituale, Milán 1965; K. V. TRUHLAR, Il lavoro cristiano, Roma 1966 (traducción del original redactado en latín y publicado en 1961); M. D. CHENU, Trabajo, en Conceptos fundamentales de la teología, Madrid 1967, t. IV pp. 368-382; ID., Trabajo, en Sacramentum mundi. Enciclopedia teológica, Barcelona 1978, t. 6, pp. 671-683; G. ANGELINI, La teologia cattolica e il lavoro, en „Teologia“ 8 (1983) 3-29 (este artículo, que incluye también referencias a épocas anteriores, coincide, con pequeñas diferencias, con la voz Lavoro, del Nuovo dizionario di teologia, Roma 1982, pp. 702-725); H. FITTE, Lavoro umano e redenzione. Riflessione teologica dalla „Gaudium et spes“ a la „Laborem exercens“, Roma 1996, capítulos segundo y octavo (pp. 45 ss. y 211 ss.). 67 67 Con anterioridad al Concilio, el Magisterio eclesiástico y concretamente el pontificio, se habían hecho eco de la dimensión espiritual del trabajo, aunque, ciertamente, con menos hondura que en los documentos conciliares. Manifestaciones de ese eco a que nos referimos son, a partir de la Rerum novarum de León XIII, diversos pasajes de las sucesivas encíclicas sociales, cuya perspectiva es predominantemente teológico-moral, pero en las que no faltan incursiones en la temática espiritual (ver, por ejemplo, las referencias que ofrece H. FITTE, Lavoro humano e redenzione, cit., pp. 2 1 ss.), así como algunas intervenciones situadas más directamente en este plano. Tal es el caso, por ejemplo, de la institución de fiestas litúrgicas, como la de San José Obrero, por Pío XII (AA S, 47, 1955, 402-407; 48, 1956, 226-237 y 287-292) y, antes, la de la Sagrada Familia por León XIII (AAS, ed. de Victorío Piazzesi, 25, 1892, 8-10); o de la colación de indulgencias, como la realizada por Pío XII que, refiriéndose en concreto a los miembros del Opus Dei, me diante dos Breves -el Cum Societatis, del 28 de junio de 1946, y Mirifice de EccIesia, del 20 de junio de 1947-, otorgó indulgencias por las jaculatorias que se dijeran durante el ejercicio del trabajo, tanto manual como intelectual. Uno y otro breve constituyen pro bablemente, por lo demás, el precedente del Decreto del 25 de noviembre de 1961 por el que la Sagrada Penitenciaría concedía indulgencias a quienes ofrecieran a Dios su trabaio, concesión recogida después, con alguna variante, en el Enchírídion indulgentiarum, promulgado el 29 de junio de 1968, así como en las ediciones posteriores. 68 68 Aunque ya hemos aludido a esta cuestión en páginas anteriores, quizá resulta oportuno reiterar al llegar a este punto que la palabra „mundo“ recibe en la tradición teológica cristiana -y conviene recordarlo para evitar equívocos- diversas significaciones, de las cuales dos resultan en nuestro contexto, de particular interés: la socio-antropológica, o el mundo como conjunto de realidades y afanes entre los que el hombre vive, y la bíblico-soteriológica, o el mundo como situación en la que reina el pecado, necesitada, por tanto, de redención. Es obvio, y así lo indicamos en el texto, que todo cristiano tiene que salir del mundo en el segundo sentido de la palabra, pero no en el primero -a no ser aquellos a quienes Dios, en virtud de una vocación peculiar, se lo indique-, ya que ese mundo no es expresión del mal o fruto del pecado, sino realidad conforme a la naturaleza humana y santificable por la acción de la gracia . Para una profundización en la noción cristiana de mundo, ver lo que hemos escrito en Cristianismo, historia, mundo, Pamplona 1973. 69 69 Epist. CXXV ad Rusticum monachum, n. 8 (PL 22, 937). 70 70 En 1963, Mons. Philippe, entonces Secretario de la Congregación de Religiosos, en una conferencia dirigida a religiosos y religiosas se expresaba en los siguientes términos: „Para responder a la finalidad esencialmente teologal de toda la vida religiosa, los mismos Institutos de vida activa crean en cada una de sus casas un ambiente tranquilo, destinado a proteger, a estimular y a perfeccionar la vida interior de los propios religiosos. De ahí salen para servir al prójimo, ahí vuelven para dedicarse a Dios”. La conferencia, pronunciada en Canadá fue luego incluida por el Centro Studi della Unione Superiori Maggiori d‟Italia en u n volumen titulado Rinnovamento e adattamento degli Istituti Religiosi, Milán 1965; la frase citada está en p. 59. 71 71 Véase a modo de ejemplo este texto del Decr. Perfectae caritatis: „Piensen los miembros de los diversos institutos (religiosos) que por la profesión de los consejos evangélicos han respondido a la vocación divina, de suerte que vivan para Dios, no ya solo por haber muerto al pecado (cfr. Rm 6,11), sino también por su renuncia al mundo“ (n. 5). Y, en el trasfondo, los dos siguientes de la Lumen gentium: „Los religiosos, por su estado, dan un preclaro y, eximio testimonio de que el mundo no puede transfigurarse ni ofrecerse a Dios fuera del espíritu de las bienaventuranzas“ (n. 31); „Al no tener el Pueblo de Dios una ciudad permanente aquí, en este mundo, puesto que busca la futura, el estado religioso, que deja más libres a sus seguidores frente a las ocupaciones terrenales, manifiesta claramente a todos los fieles la presencia de los bienes celestiales ya en esta vida, a la vez que da un tes timonio de la vida nueva y eterna conseguida por la redención de Cristo y preanuncia la futura resurrección y la gloria del Reino Celestial“ (n. 42). 72 72 Para un comentario sobre esos documentos y la historia de su redacción, ver G. PHILIPS, La Iglesia y su misterio en el Concilio Vaticano Il. Historia, texto y comentario de la constitución „Lumen gentium“, Barcelona 1968, t. 2, pp. 155 ss.; M. J. SCHOENMAECKERS, Genése du chapitre VI „De Religiosis“ de la Constitution dogmatique sur l’Église „Lumen gentium, Roma 1983; P. MOLINARI y P. GUMPEL, Il capitolo VI „De Religiosis“ della Costituzione dogmatica sulla Chiesa, Milán 1985; R. LATOURELLE (dir.), Vaticano II. Balance y perspectivas, Salamanca 1990 (capítulo VII, dedicado a la vida consagrada, con colaboraciones de M. Ruiz Jurado, A. Queralt, J. Beyer y otros). 73 73 CIC 83, parte III, cánones 573ss. Para un comentario al Códilgo, ver T. RINCÓN y otros, Los institutos de vida consagrada, en AA.VV., Comentario exegético al Código de Derecho Canónico, vol. 2, Pamplona 1996, pp. 1381 ss. 74 74 La asamblea del Sínodo tuvo lugar en octubre de 1994 y versó sobre „La vida consagrada y su función en la Iglesia y en el mundo“. La Exhortación apostólica postsinodal Vita consecrata fue promulgada por JUAN PABLO II el 25 de marzo de 1996. 75 75 Carta 19-III-1954, nn. 29 y 34. En términos parecidos en una entrevista concedida en 1968: „El camino de la vocación religiosa me parece bendito y necesario en la Iglesia, y no tendría el espíritu de la Obra el que no lo estimara. P ero ese camino no es el mío, ni el de los socios del Opus Dei. Se puede decir que, al venir al Opus Dei, todos y cada uno de sus socios lo han hecho con la c ondición explícita de no cambiar de estado. La característica específica nuestra es santificar el propio estado en el mundo, y santificarse cada uno de los socios en el lugar de su encuentro con Cristo: este es el compromiso que asume cada socio, para realizar los fines del Opus Dei“ (Conversaciones, n. 62). 76 76 Carta 19-III-1954, n. 36.

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77 La Constitución apostólica „Provida Mater Ecclesia” y el Opus Dei, Madrid 1949, p. 20; textos parecidos en diversos lugares de Conversaciones (ver, por ejemplo, n. 62). 78 78 Cfr. La Constitución apostólica „Provida Mater Ecclesia“ y el Opus Dei, cit., p. 3. 79 79 Camino, n. 925. Camino, cuya primera edición apareció en 1939, es la reclaboración y ampliación de otra obra anterior, Consideraciones espirituales, comenzada a escribir por el Fundador del Opus Dei a principios de la década de 1930 -en 1932 la publicó en parte a multicopista- y editada por primera vez en 1934. Cuando alguno de los puntos de Camino que citemos esté ya en Consideraciones espirituales, lo señalaremos indicando la página de este libro en que aparece; el punto sobre los primeros cristianos que ac abamos de mencionar se encuentra concretamente en p. 99. Para un estudio específico sobre Camino, ver P. RODRIGUEZ, „Camino“ y la espiritualidad del Opus Dei, en „Teología Espiritual“ 9 (1965) 213-245 (recogido en P. RODRÍGUEZ, Vocación, trabajo, contemplación, Pamplona 1986, pp. 85-122) y AAVV., Estudios sobre „Camino“, Madrid 1988. 80 80 Conversaciones, n. 24. No está fuera de lugar añadir que el Fundador del Opus Dei remitió, a los primeros cristianos no solo en referencia al trabajo -punto que ya hicimos notar en páginas anteriores-, sino también con otros muchos motivos; por ejemplo, para hablar de afán de santidad (Es Cristo que pasa, n. 96), de vibración apostólica (Amigos de Dios, nn. 63 N 269), de oración (Es Cristo que pasa, nn. 134 y 153; Amigos de Dios, n. 242), de fraternidad (Amigos de Dios, n. 225), de santificación de la vida matrimonial (Conversaciones, n. 89; Es Cristo que pasa, n. 30), etc. La lectura de los textos a los que remitimos y otros paralelos, muestra además que, sin excluir, como es lógico, a los integrantes de la primera comunidad apostólica, el Beato Josemaría dirige su atención, cuando habla de los primeros cristianos, a cuantos, sea en Palestina, sea en otros lugares, se convirtieron a la fe cristiana y proc uraron plasmarla en las situaciones en que a cada uno le era dado vivir. Sobre esta temática pueden encontrarse más datos en D. RAMOS LISSON, El ejemplo de los primeros cristianos en las enseñanzas del Beato Josemaría, en „Rornana“, 15 (1999) 292-307. 81 81 El Beato Josemaría dejó constancia de ello en diversos momentos, como, por ejemplo, en unas palabras pronunciadas el día en que se celebraba el treinta y cuatro aniversario de la fundación del Opus Dei: „¿Realmente comenzó la Obra el 2 de octubre de 1928?“, se preguntó a sí mismo. Y continuó inmediatamente después: „Sí, hijo mío, se comenzó el día 2 de octubre de 1928. Desde ese momento no tuve ya tranquilidad alguna (...) Tenía yo veintiséis años, la gracia de Dios y buen humor: nada más. Pero, as i como los hombres escribimos con la pluma, el Señor escribe con la pata de la mesa, para que se vea que es Él el que escribe: eso es lo increíble, eso es lo maravilloso. Había que crear toda la doctrina teológica y ascética, y toda la doctrina jurídica. Me encontré con una solución de continuidad de siglos: no había nada. La Obra entera, a los ojos humanos, era un disparatón“ (apuntes tomados durante una meditación que predicó el 2-X-1962). Fue su fidelidad a la luz y la misión recibidas en octubre de 1928 lo que hizo que ese „disp aratón“ dejara de serlo para convertirse en realidad y sus enseñanzas en doctrina universalmente aceptada. 82 82 Sobre el proceso histórico-jurídico gracias al cual el Opus Dei alcanzó la configuración jurídica adecuada a su carisma fundaci onal, ver lo que hemos escrito, en colaboración con A. de Fuenmayor y V. Gómez Iglesias, en El itinerario jurídico del Opus Dei. Historia y defensa de un carisma, Pamplona 1989, así como V. GÓMEZ-IGLESIAS, A. VIANA yJ. MIRAS, El Opus Dei, Prelatura personal. La Constitución apostólica „Ut sit“, Pamplona 2000. Sobre la figura de las Prelaturas personales, ver P. RODRíGUEZ. Iglesias particulares y prelaturas personales, Pamplona 1985; J. MARTÍNEZ TORRÓN, La configuración jurídica de las prelaturas personales en el Concilio Vaticano II, Pamplona 1986; A. DE FUENMAYOR, Escritos sobre prelaturas personales, Pamplona 1988; G. LO CASTRO. Le prelature personali. Profili giuridici, Milán 1999. 83 83 Carta 19-III-1954, nn. 26 y 29. 84 84 Conversaciones, n. 24. „El Opus Dei -afirmaba en términos muy parecidos en la conferencia de 1948 ya varias veces citadaagrupa en su seno a cristianos de todas clases, hombres y mujeres, célibes y casados, que estando en medio del mundo, mejor d icho, que siendo del mundo -pues son seglares corrientes- aspiran, por vocación divina, a la perfección cristiana“ (La Constitución apostólica „Provida Mater Ecclesia“ y el Opus Dei, cit., p. 19). 85 85 Conversaciones, n. 66. El Cardenal Sergio Pignedoli, en aquellos años Presidente del Secretariado para los No Cristianos, se hizo eco de esas expresiones en un artículo destinado a glosar el espíritu del Opus Dei a raíz del fallecimiento de su Fundad or: „El cristiano consciente de sí está en el mundo sin complejos y sin ficciones. No tiene que penetrar -como a veces se dice- donde ya se encuentra por derecho propio, puesto que el creyente no es ni puede ser -ni siquiera psicológicamente- alguien extraño al mundo; es plenamente ciudadano del mundo, al igual que cualquier otro hombre“ (Mons. Escrivá de Balaguer. Un esemplaritá spirituale, en „II Veltro“, 19, 1975, 277). 86 86 Conversaciones, n. 62; ver también n. 72. Como puede advertirse en esta entrevista, concedida en 1968, el Fundador del Opus Dei empleó, como en otros de sus escritos, la palabra „socios“ para referirse a los fieles del Opus Dei. Era la terminología que resultaba necesario usar en aquel momento. Una vez erigido el Opus Dei en Prelatura personal se habla, con propiedad, de „miembros“ o de „fieles“. 87 87 La referencia a la secularidad como realidad no meramente sociológica sino teológica y, paralelamente, a las virtudes de la sencillez y de la naturalidad, ocuparon siempre un lugar de primer plano en la predicación del Beato Josemaría; textos especialmen te significativos pueden encontrarse en Amigos de Dios, nn. 90 y 121. Para un comentario sobre esta temática ver, entre otros, A. GARCÍA SUÁREZ, Existencia secular cristiana, en „Scripta Theologica“, 2 (1970), pp. 154-164 (recogido en A. GARCÍA SUÁREZ, Eclesiología, catequesis, espiritualidad, Pamplona 1998, pp. 643-665); J.-M. PERO-SANZ, Una secularidad con estilo apostólico, en „Iglesia viva“, 35-36 (1971), pp. 429-444; J. ORLANDIS, Una espiritualidad laical y secular, en AA.VV., Cristianos corrientes, Madrid 1970, pp. 29-65; J. L. ILLANES, Iglesia en el mundo: la secularidad de los miembros del Opus Dei, en P. RODRíGUEZ, F. OCÁRIZ y J. L. ILLANES, El Opus Dei en la Iglesia. Introducción eclesiológica a la vida y apostolado del Opus Dei, Madrid 1993, pp. 199-303; A. ARANDA, „El bullir de la sangre de Cristo“. Estudio sobre el cristocentrismo del beato Josemaría Escrivá, cit., pp. 255ss. 88 88 Respecto a una fundamentación de la diversidad de posiciones eclesiales, remitimos a nuestra obra Laicado y sacerdocio, Pamplona 2000. 1 1 Un ejemplo de este método es el seguido por Pedro Rodríguez en el ensayo sobre La economía de la salvación y de la secularidad cristiana, en „Scripta Theologica, 9 (1977) 9-128 (recogido en P. RODRÍGUEZ, Vocación, trabajo, contemplación, Pamplona 1986, pp. 124-218). 2 2 Carta 19-III-1954, n. 9. 3 3 Camino, n. 799. 4 4 Carta 24-III-1930, n. 2. 5 5 Conversaciones, n. 26. 6 6 Sobre este tema puede verse lo que hemos escrito en la voz Vocación en la Gran Enciclopedia Rialp, t. 23, pp. 658-662 (recogido después en J. L. ILLANES, Mundo y santidad, Madrid 1984, pp. 97-120), así como F. OCÁRIZ, Vocación a la santidad en Cristo y en la Iglesia, en F. OCÁRIZ, Naturaleza, gracia y gloria, Pamplona 2000, pp. 224-239, y, del mismo autor, La vocación al Opus Dei como vocación en la Iglesia, en R RODRÍGUEZ, F. OCARIZ y J. L. ILLANES, El Opus Dei en la Iglesia. Introducción eclesiológica a la vida y apostolado del Opus Dei, Madrid 1993, pp. 135-198. 7 7 Carta 9-I-1932, n. 9. 8 8 Es Cristo que pasa, n. 45; ver también nn. 1 y 31-33. 9 9 1 Co 7,24.

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10 Instrucción 1-IV-1934, n. 23. 11 Ver también Camino, nn. 832 y 837 (Consideraciones espirituales, pp. 78 y 79). 12 12 Carta 31-V-1954, n. 18. 13 13 Camino, n. 965. Aunque sea obvio, tal vez no resulte inútil señalar que sea el texto paulino, sean los del B eato Josemaría, han de ser leídos en clave teológica. En otras palabras, cuando se habla de no salir de su sitio, de permanecer en la vocación en la que Dios llamó, no se hace con la intención de excluir los cambios que son producto del desarrollo profesional, social, etcétera, sino con la de afirmar que la vocación cristiana no implica, de por sí, cambio alguno, ya que invita a santificar la situación humana en que se vive, sea esta estable o cambiante según lo que el dinamismo histórico haga posible o traiga consigo. Sobre este punto, ver P. RODRIGUEZ, Sobre la espiritualidad del trabajo, en „Nuestro Tiempo“, 35 (1971), p. 379. 14 14 Camino, n. 315. 15 15 Ibíd., n. 743. 16 16 Conversaciones, n. 116. Ver también: Camino, nn. 776 (Consideraciones espirituales, p. 72) y 822 (Consideraciones, n. 88), y Amigos de Dios, n. 8: en este último texto acude a una comparación usual en sus labios: la de Tartarín de Tarascón, que soñaba con encontrar leones en los pasillos de su casa y, naturalmente, no los hallaba, quedándose así con las manos vacías. 17 17 Jn 17,15. 18 18 Camino, n. 939 (Consideraciones espirituales, p. 97). „La vocación cristiana no nos saca de nuestro sitio, pero exige que abandonemos todo lo que estorba al querer de Dios“ (Es Cristo que pasa, n. 33). „El cristiano ha de encontrarse siempre dispuesto a santificar la sociedad desde dentro, estando plenamente en el mundo, pero no siendo del mundo, en lo que tiene -no por característica real, sino por defecto voluntario, por el pecado- de negación de Dios, de oposición a su amable Voluntad salvífica“ (Es Cristo que pasa, n. 125). 19 19 Camino, n. 155; ver Es Cristo que pasa, n. 58. 20 20 Camino, n. 420 (Consideraciones espirituales, p. 43). 21 21 Ibid. n. 432 (Consideraciones espirituales, p. 45). 22 22 Ibid., n. 783 (Consideraciones espirituales, p. 73). 23 23 Ibíd., n. 784 (Consideraciones espirituales, p. 74), 24 24 Ibid., n. 280 (Consideraciones espirituales, p. 44). 25 25 Ibíd., n. 291. 26 26 Ibid., n. 427 (Consideraciones espirituales, p. 44). 27 27 Carta 24-III-1930, n. 10. La Santa Sede, en uno de los decretos de aprobación otorgados al Opus Dei, Decreto Primum inter, del 16-VI-1950, se hizo eco de esas afirmaciones dejando constancia de que sus miembros „ejercen, con el mayor empeño, todas las profesiones civiles honradas; y, por profanas que sean, procuran siempre santificarlas mediante una pureza de intención constant emente renovada, con el afán de crecer en vida interior, con una abnegación continua y alegre, con el sacrificio de un trabajo duro y tenaz que debe ser perfecto en todas sus dimensiones“ („Omnes civiles honestas professiones maxima sollertia exercent: et quamivis profanae sint, socii, saepius renovata intentione, fervido interioris vitae cultu, continua atque hilari sui abnegatione, paenitentia duri tenacisque laboris qui sub omni respectu perfectus evadat, eas sanctificare iugiter satagunt“). 28 28 19-III-1954, n. 32; la cita latina es de San León Magno, Sermon de Nativitatis Christi, 21, 3 (PL 54, 192). 29 29 Es Cristo que pasa, n. 134; Ver tambén Amigos de Dios, nn. 2-3. 30 30 Carta 24-III-1930, n. 19. 31 31 Camino, n. 282 (Consideraciones espiritidales, p. 31 ). 32 32 Carta 15-VIII-1953. n. 17. 33 33 Carta 15-X-1948, n. 6; ver también Amigos de Dios, n. 60, Es Cristo que pasa, n. 46. 34 34 Cfr. Es Cristo que pasa, n. 47; Conversaciones, n. 60. 35 35 Conversaciones, nn. 113 y 114. 36 36 Ibid., nn. 114 y 116. La importancia de esta homilía ha sido señalada por diversas personalidades, entre otras, por el Cardenal Franz König (II significato dell’Opus Dei, en „Corriere della sera“, Milán, 26-VII-1975); una introducción histórica y un comentario detenido de su texto, en P. RODRÍGUEZ, Vivir santamente la vida ordinaria, en AA.VV., JosemarÍa Escrivá de Balaguer y la universidad, Pamplona 1993, pp. 225-258. 37 37 Carta 19-III-1954, n. 6. 38 38 Carta 14-II-1950, n. 20. 39 39 Carta 19-III-1954, n. 7; encontramos, en la frase final del texto citado, un eco del pasaje de Jn 12, 32, del que nos ocuparemos más ampliamente en páginas posteriores. Por lo demás, y más allá de ese texto -aunque incluyendolo- quizá sea este el momento adecuado para señalar que el espíritu que vivió y transmitió el Beato Josemaría es hondamente cristológico y, por consiguient e, sacramental: toda su enseñanza respecto al vivir cristiano en el mundo presupone siempre la afirmación de la gracia bautismal, enriquecida por la ulterior vida sacramental y en especial por la Eucaristía. Sobre la radicación teológico-dogmática de la enseñanza del Beato Josemaría pueden encontrarse intentos de aproximaciones de carácter sintético en el estudio de Pedro Rodríguez ya citado en la nota 1, y en J. M. CASCIARO, La santificación del cristiano en medio del mundo, en AA.VV., Mons. Josemaría Escrivá de Balaguer y el Opus Dei, Pamplona 1985, pp. 109-171, así como en estudios que citaremos en notas posteriores en relación con la filiación divina, la participación en el sacerdocio de Cristo, etc. 40 40 Ibid., n. 6. 41 41 Es Cristo que pasa, n. 112. 42 42 Conversaciones, n. 116. 43 43 Ibid., n. 70. 44 44 Ver R. GARCÍA DE HARO, Homilías: „Es Cristo que pasa“, en „Scripta Theologica“, 5 (1973), 397, así como, para una exposición más amplia, lo que hemos escrito en la voz Mundo, en la Gran Encielopedia Rialp, t. 16, pp. 450 ss. (recogida en Cristianismo, historia, mundo, Pamplona 1973, pp. 171 ss.). 45 45. J. ECHEVARRIA, Il cristiano non puó attendere passivamente la fine della storia, en „II Tempo“ (Roma), 12-IV-1998 (recogido en „Romana” 14, 1998, 97-99). 46 46 Es Cristo que pasa, n. 98. 47 47 Ibídem. 48 48 Ibídem. 49 49 Ibid., nn. 98 y 99. 50 50 Instrucción 19-III-1934, n. 33. Evoquemos también un pasaje del ya citado decreto pontificio Primum inter del 16-VI-1950, por el que la Santa Sede confirmó de modo definitivo la aprobación del Opus Dei, concretamente el momento en el que ese dec reto, recogiendo palabras textuales del Fundador, subraya que de la profunda unidad de vida que inculca el espíritu del Opus Dei nace „ la necesidad y como el instinto sobrenatural de purificar todas las acciones, elevándolas al orden de la gracia, de santificarlas y de convertirlas en instrumento de apostolado“ („...nascitur necessitas et veluti instinctus supernaturalis omnia purificandi, elevandi ad ordinem gratiae, sanctificandi et convertendi in instrumentum apostolatus“). 11

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51 Amigos de Dios, n. 62. La centralidad del trabajo en el espíritu del Opus Dei y en la vida de sus fieles se encuentra ampliamente recogida y subrayada en el Codex iuris particularis Operis Dei, es decir, en los Estatutos del Opus Dei, promulgados en el momento mismo de su erección como Prelatura personal; ver, por ejemplo, nn. 2, && 1 y 2; 3, & 1, 79, & 1; 82; 86, && 1 y 2; 90; 93; 112; 113; 117; 119. Los Estatutos pueden consultarse en varios de los estudios sobre Opus Dei ya citados, concretamente: A. DE FUENMAYOR, V. GóMEZ IGLESIAS y J. L. ILLANES, El itinerario jurídico del Opus Dei. Historia y defensa de un carisma, Pamplona 1989, pp. 628-657; P. RODRíGUEZ, F. OCÁRIZ y J. L. ILLANES, El Opus Dei en la Iglesia. Introducción eclesiológica a la vida y apostolado del Opus Dei, Madrid 1993, pp. 309-346; V. GÓMEZ IGLESIAS, A. VIANA y J. MIRAS, El Opus Dei, Prelatura personal. La Constitución apostólica „ Ut sit“, Pamplona 2000, pp. 131-165. En las remisiones que hagamos posteriormente, los citaremos sencillamente como Estatutos. 52 52 Carta 31-V-1954, n. 18; textos paralelos en Es Cristo que pasa, n. 46; Amigos de Dios, n. 9, y Conversaciones, n. 70; cfr. también Estatutos, n. 86, & 2. 53 53 De hecho en los escritos del Beato Josemaría se pasa con frecuencia de la expresión „santificar el trabajo“ a „santificar la vida ordinaria“, ya que una y otra realidad son vistas en íntima relación: el trabajo es trabajo profesional, tarea u oficio que i ntegra en la sociedad, y la vida ordinaria, teniendo otras facetas (entre ellas la vida familiar, a la que también aplicó el Beato Josemaría la frase trimembre citada en el texto: cfr., por ejemplo, Es Cristo que pasa, n. 23) connota de modo muy particular el trabajo, elemento decisivo e imprescindible del vivir en el mundo: otros elementos (el matrimonio o la militancia política especializada, por ejemplo) pueden faltar sin merma de la secularidad; el trabajo, no. Sobre este último punto, ver J. SALINAS, Matrimonio, celibato y laicado, en „Palabra”, 8 (1966) 7-10. Sobre la conexión entre trabajo y vida ordinaria, puede consultarse además lo que hemos escrito en Trabajo, caridad, justicia. La santificación del trabajo según las enseñanzas del Beato Josernaría Escrivá, en AA.VV., Santidad y mundo. Estudios en torno a las enseñanzas del Beato Josernaria Escriva, Pamplona 1996, pp. 218-220 (también en J. L. ILLANES, Ante Dios y en el mundo. Apuntes para una teología del trabajo, Pamplona 1997, pp. 113-115). 54 54 En esa misma dirección apunta el hecho de que, en diversos textos del Beato Josemaría, la referencia a santificar el trabajo, santificarse en el trabajo y santificar con el trabajo venga precedida de declaraciones que subrayan ese nexo profundo, más aún, esa compenetración, ese pasar de la santidad -valga la expresión- por el trabajo en cuanto tal. Así ocurre, por ejemplo, en el n. 18 de la Carta 31-V-1954 en el que la neta declaración que antes citábamos („sin sacar a nadie de su sitio“: Cfr. nota 12) viene precedida por la siguiente: „El trabajo profesional (...) es no solo el ámbito en que los miembros del Opus Dei deben buscar la perfección cristiana, sino el medio y el camino de que se sirven para conseguirla“. 55 55 Las consideraciones que exponemos pueden completarse con F. OCÁRIZ, El concepto de santificación del trabajo, en AA.VV., La misión del laico en la Iglesia y en el mundo, Pamplona 1987, pp. 881-891 (recogido en F. OCÁRIZ, Naturaleza, gracia y gloria, cit., pp. 263-27 l); P. RODRIGUEZ, Vocación, trabajo, contemplación, pp. 73-84; W MAY, Santidad y vida ordinaria, en Santidad y mundo, cit., pp. 55-87, y G. FARO, Il lavoro nell’insegnamento del Beato Josemaría Escrivá, Roma 2000; así como, desde otra perspectiva, P. P. DONATI, El significado del trabajo en la investigación sociológica actual y en el espiritu del Opus Dei, en „Romana” 12 (1996) 122134. 56 56 Carta 19-III-1954, n. 7. 57 57 Es Cristo que pasa, n. 50. 58 58 Camino, n. 334 (Consideraciones espirituales, p. 34); ver también Camino, nn. 332 y 336 (ambos en Consideraciones espirituales, p. 34). 59 59 Conversaciones, n. 10; ver también n. 70. 60 60 „Tenemos -afirmaba gráficamente el Fundador del Opus Dei en una de sus Cartas- una enfermedad crónica en el Opus Dei, que es el trabajo; una enfermedad contagiosa, incurable y progresiva: no sabemos estar sin hacer nada“ (Carta 15-X-1948, n. 14). Ver también Camino, nn. 356 y 358 (el segundo punto en Consideraciones espirituales, p. 34). 61 61 Es Cristo que pasa, n. 50; ver al respecto J. ECHEVARRÍA, Itinerarios de vida cristiana, Madrid 2001, pp. 209 ss. 62 62 Carta 31-V-1954, n. 18. 63 63 Amigos de Dios, n. 55; ver también nn. 58 y 62. Mons. Alvaro del Portillo, comentando este aspecto de la enseñanza del Fund ador del Opus Dei, ha escrito: „No se puede contentar con ser mediocre quien aspira a la santidad. y para no ser mediocre, hem os de esforzarnos siempre, en todos los terrenos, utilizando el medio específico que nos propone y nos exige la Obra: la santificación del trabajo ordinario, convertido en palestra en la que se lleva a cabo, día a día, nuestra lucha ascética. Trabajo hecho sin des mayos, con deseo de aquilatar cada día más el valor de nuestras acciones, siguiendo también en esto los impulsos del Espíritu Santificad or que habita dentro de nosotros, y que ha querido promover una nueva forma vocacional y organizada para buscar la perfección cr istiana precisamente -y ahí está la gran novedad- por medio de la santificación del trabajo ordinario, profesional, cada uno en su estado, y todos en medio del mundo. Por eso escribe nuestro Fundador: `El trabajo es para nosotros el eje, alrededor del cual ha de girar todo nuestro empeño por lograr la perfección cristiana. Y, al buscar en medio del mundo la perfección cristiana, cada uno de nosot ros ha de buscar también necesariamente la perfección humana, en su propia labor profesional. De ahí que no nos puedan entender jamás los que no quieren hacer lo posible para dejar de ser chapuceros´. Es evidente que los chapuceros ni mejoran su conducta humana, ni pueden ser fieles a la acción continua y específica en nosotros del Espíritu Santo, que nos quiere generosos también en la perfección con la que procuramos hacer nuestra tarea humana, ni nos pueden comprender” (Instrucción V-1935/14-IX-1950, comentario al n. 53). 64 64 „Mediante el ejercicio de nuestra propia profesión en medio del mundo, perseguimos también el bien temporal de la humanidad entera“, se recuerda sintéticamente en Carta 14-II-1950, n. 19. 65 65 Es Cristo que pasa, n. 36. Y en Camino se lee: „Egoísta. -Tú, siempre a „lo tuyo‟. -Pareces incapaz de sentir la fraternidad de Cristo: en los demás, no ves hermanos: ves peldaños“ (n. 31; ver también n. 32). La ordenación de la labor profesional al servicio, la encontramos formulada por el Beato Josemaría tanto en textos en los que habla del trabajo en general como en referencia a esa dimensión básica del existir humano que es la cultura. Ver en esta línea Camino, n. 345, y muy particularmente la entrevista que concedió a la revista „Gaceta Universitaria“ y fue luego incluida en Conversaciones (n. 73ss.), así como los discursos pronunciados con ocasión de actos universitarios y académicos (gran parte de ellos pueden verse en la obra Josemaría Escrivá de Balaguer y la Universidad, cit., pp. 45 ss.). Un comentario a este punto, en E PONZ, La educación y el quehacer educativo en las enseñanzas de Monseñor Josemarla Escrivá de Balaguer. en AA.VV., En memoria de Mons. Josemaría Escrivá de Balaguer, Pamplona 1976, pp. 61-132. 66 66 Cfr. Mt 5,14-16. 67 67 Amigos de Dios, n. 61. 68 68 La Constitución apostólica „Provida Mater Ecclesia“ y el Opus Dei, Madrid 1949, p. 20. 69 69 Es Cristo que pasa, n. 48. 70 70 Ibíd., n. 51. 71 71 Ibid., n. 167. 72 72 Ya que, leemos en Carta 9-I-1932, n. 42, „política, en el sentido noble de la palabra, no es sino un servicio para lograr el bien común de la Ciudad terrena“. 73 73 Carta 15-X-1948, n. 29.

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74 Ibídem. Un comentario al respecto, en J. ECHEVARRíA, Solidaritá, il valore del lavoro, en „ll Sole-24 Ore”, 24-V-1997 (recogido en „Romana“ 13, 1997, 99-101). 75 75 Carta 31-V-1943, n. 11. 76 76 Sobre la necesidad de una buena formación de la conciencia en orden a la actuación profesional y social, el Beato Josemaría volvió repetidas veces. Limitémonos a reenviar a Conversaciones (cfr. nn. 29, 48, 59) y a citar un párrafo, muy expresivo, de una de sus Cartas: „Es frecuente, aun entre católicos que parecen responsables y piadosos, el error de pensar que solo están obligados a cumplir sus deberes familiares y religiosos, y apenas quieren oír hablar de deberes cívicos. No se trata de egoísmo: es Sencillamente falta de formación, porque nadie les ha dicho nunca claramente que la virtud de la piedad -parte de la virtud cardinal de la justicia- y el sentido de la solidaridad cristiana se concretan también en este estar presentes, en este conocer y contribuir a resolver los problemas que interesan a toda la comunidad“ (Carta 9-I- 1932, n. 46). Remitamos también a la enseñanza de quien fue el más íntimo colabor ador del Beato Josemaría, Mons. Alvaro del Portillo, tal y como puede encontrarse, entre otros textos, en Dottrina sociale e nuova evangelizzazione. Lettura della „Centesimus annus“, en „Studi cattolici“ 367 (1991) 580-586 (recogido en Rendere amabile la veritá. Raccolta di scritti di Mons. Álvaro del Portillo, Libreria Editrice Vaticana 1995, pp. 385-397). 77 77 Carta 9-I-1932, n. 58. 78 78 Ibíd., n. 4. 79 79 Camino, n. 409 (Consideraciones espirituales, p. 41). 80 80 Amigos de Dios, nn. 74-75. 81 81 Es Cristo que pasa, n. 166. En relación con las perspectivas antropológicas que esta doctrina implica, ver J. M. YANGUAS, Amar „con todo el corazón“ (Dt 6, 5). Consideraciones sobre el amor cristiano, en las enseñanzas del Beato Josemaría Escrivá, en „Romana” 14 (1998) 144-157. 82 82 Es Cristo que pasa, n. 182. Un comentario a algunos aspectos de esta faceta de la enseñanza del Fundador del Opus Dei, puede encontrarse en J. URTEAGA, El valor divino de lo humano, Madrid 1950. Y, desde una perspectiva más concreta, la sacerdotal, en A. DEL PORTILLO, Formación humana del sacerdote, en Escritos sobre el sacerdocio, Madrid 1970, pp. 23 ss.; ver también, en referencia directa a Mons. Del Portillo, pero con abundantes citas del Beato Josemaría, J. ECHEVARRIA, La formación del sacerdote en la vida y escritos de Mons. Álvaro del Portillo, en „Scripta Theologica“ 28 (1996) pp. 13-39 ss. (en especial, pp. 14-19). 83 83 No sería difícil alegar un florilegio de citas a ese respecto en autores de centurias alejadas de nuestro presente; limitémonos, s in embargo, a un texto escrito a principios de la década de 1950, como parte de un ensayo redactado precisamente con la intenció n de criticar algunos análisis sobre la espiritualidad laical: „la vida en el mundo ha sido siempre dura y agitada, y como quiera que todos los adelantos de la civilización contribuyen a crear nuevas necesidades, cada vez lo va siendo más. Desde este punto de vista de la espiritualidad, esos afanes serán una necesidad; pero son justamente una tentación y un peligro“: BASILIO DE S. PABLO, La perfección cristiana en el laicado, en La teología del laicado y otros estudios. Actas de la XIII Semana Española de Teología, Madrid 1954, pp. 297-298. 84 84 Sobre este punto ver las frases enérgicas de G. TORELLÓ, La spiritualita dei laici, en „Studi cattolici“, n. 45 (1964) 17-25, y, del mismo autor, el capítulo „Condizione laicale e vita contemplativa“, en el libro Tentazioni del laicato, Milán 1966, pp, 5-38. 85 85 Remitamos a las citas ya incluidas en el capítulo I, que podrían ampliarse sin dificultad. 86 86 Carta 11-III- 1940, n. 15. 87 87 Es Cristo que pasa, n. 48. 88 88 Camino, n. 335 (Consideraciones espirituales, p. 34, aunque con una redacción distinta, pues culmina haciendo referencia no a la oración, sino al apostolado). 89 89 Es Cristo que pasa, n. 65. 90 90 Carta 28-III-1955, n. 4. 91 91 Es Cristo que pasa, n. 116. 92 92 Carta 19-III-1954, n. 20. 93 93 Hch 17,28. 94 94 Carta 31-V-1954, n. 7. 95 95 Carta 15-X-1948, n. 22. 96 96 Carta 2-X-1958, n. 4. „La oración -afirma en una homilía de 1951, describiendo el progresar en la vida espiritual- se hace continua, como el latir del corazón, como el pulso. Sin esa presencia de Dios no hay vida contemplativa; y sin vida contemplativa de poco vale trabajar por Cristo, porque en vano se esfuerzan los que construyen, si Dios no sostiene la casa (cfr. Sal 126,1)“ (Es Cristo que pasa, n. 8). Ver al respecto M. BELDA, Contemplativos en medio del mundo, en „Romana“ 14 (1998) 326-340. 97 97 Carta 11-III-1940, nn. 13 y 15. 98 98 Amigos de Dios, n. 295. 99 99 Camino, nn. 304 y 106. 100 100 La estructura misma de Consideraciones espirituales y Camino implica ese plan de vida; descripciones sintéticas pueden encontrarse en Es Cristo que pasa, n. 119, y en Amigos de Dios, nn. 149-152 y 248-249. Respecto a la liturgia, ver, entre otros textos, Camino, n. 86, y Es Cristo que pasa, nn. 87 ss. Faltan todavía estudios sobre la aportación del Beato Josemaría a la renovación litúrgica; una primera aproximacion en A. LIVI, L’Opus Dei e il rinnovamento liturgico, en AA. VV., Uno stile cristiano di vita, Milán 1972, pp. 78-95; ver también el testimonio del Card. Giacomo Lercaro en Significato della presenza dei cristiani nel mondo, en „Corriere della sera“, 25-VI-1976. 101 101 Sobre este tema es importante ver la homilía, con claras resonancias autobiográficas, que el Beato Josemaría pronunció en 1967 y fue luego incluida, con el título Hacia la santidad, en Amigos de Dios, nn. 294-316. Ver también, aunque la Perspectiva es otra, Estatutos, nn. 79-82. 102 102 Camino, n. 91. 103 103 Es Cristo que pasa, n. 174. 104 104 Ibidem. 105 105 Camino, n. 110 (Consideraciones espirituales, p. 15). 106 106 Amigos de Dios, n. 149. Ver, en esa misma línea, A. DEL PORTILLO, Il lavoro si trasformi in orazione, en „Il Sabato“ 7-XII-1984 (recogido en Rendere amabile la veritá. Raccolta di scritii di Mons. Álvaro del Portillo, cit., pp. 647-651; versión castellana en „Palabra“, 238, 1985). 107 107 Una amplia panorámica histórica sobre esta temática puede encontrarse, en la voz Contemplation del Dictionnaire de Spiritualité, t. 2, cols. 1643-2193. 108 108 Amigos de Dios, n. 308. 109 109 A. DEL PORTILLO, Entrevista sobre el Fundador del Opus Dei, Madrid 1992, pp. 134-135. 110 110 J. ECHEVARRíA, Memoria del Beato Josernaría Escrivá, Madrid 2000, pp. 173-179. 111 111 Limitémonos a dos citas, proveniente la primera del obispo alemán Franz Hengsbach, y la segunda del periodista español Manuel Aznar. „Vivía y pensaba -declaraba, por ejemplo- de forma totalmente sobrenatural. La realidad de Dios, la presencia de Cristo

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en el Santísimo Sacramento del Altar, la realidad del Cielo, las figuras de los santos -ante todo de la Madre de Dios y de San José-, es decir, las realidades sobrenaturales, eran para Él las realidades evidentes“ (Ging in J. Escrivá de Balaguer ein moderner Heiliger von uns?, en „Ruhrwort“, 23-VIII-1975). „No recuerdo a nadie que, con tanta espontaneidad, con naturalidad tan admirable, uniera en un solo haz lo natural y lo sobrenatural; Dios y el hombre; el hombre y Dios. Esa dificilísima empresa de tener presentes las inspira ciones sobrenaturales en medio de las más menguadas trivialidades de la humana existencia, se cumplía en el Fundador del Opus Dei sin la menor apariencia de esfuerzo, sin rechinamientos a la hora de ajustar las inquietudes del más allá con las realidades del más acá“ (Responso personal por don Josemarla Escrivá, en „La Vanguardia“, Barcelona, 6-VII-1975). 112 112 Arnigos de Dios, n. 251. 113 113 „En nuestro trabajo hecho cara a Dios -en su presencia-, oramos sin interrupción, porque, al trabajar como nuestro espíritu lo pide, ponemos en ejercicio las virtudes teologales en las que está la cumbre del vivir cristiano. Actualizamos la fe, con nuestra vida contemplativa, en ese diálogo constante con la Trinidad presente en el centro de nuestra alma. Ejercitamos la esperanza, al p erseverar en nuestro trabajo, semper scientes quod labor vester non est inanis in Domino (1 Co 15,58), sabiendo que vuestro esfuerzo no es inútil ante Dios. Vivimos la caridad, procurando informar todas nuestras acciones con el amor de Dios, dándonos en un servici o generoso a nuestros hermanos los hombres, a las almas todas“ (Carta 15-X-1948, n. 24). Ver también Es Cristo que pasa, nn. 49, 57 y 169. 114 114 „Al levantar la vista del microscopio, la mirada va a tropezar con la Cruz negra y vacía. Esta Cruz sin Crucificado es un símbolo. Tiene una significación que los demás no verán. Y el que, cansado, estaba a punto de abandonar la tarea, vuelve a acercar los ojos al ocular y sigue trabajando porque la Cruz solitaria está pidiendo unas espaldas que carguen con ella“ (Camino, n. 277; ver también n. 178). 115 115 Amigos de Dios, n. 65. 116 116 Camino, n. 359. 117 117 Rm 12,1. 118 118 Carta 28-III-1955, n. 10. Para una profundización en la doctrina del Fundador del Opus Dei sobre el sacerdocio común o real del cristiano, pueden consultarse J. L. ILLANES, El cristiano „alter Christus-ipse Christus“. Sacerdocio comun y sacerdocio ministerial en la ensenanza del beato Josemaría Escriva de Balaguer, en AA.VV, Biblia, exégesis y cultura, Pamplona 1993, pp. 605-622; A. ARANDA, El cristiano „alter Christus, ipse Christus“ en el pensamiento del beato Josernaría Escrivá de Balaguer, en AA.VV., Santidad y mundo, cit., pp, 129-187 (recogido y ampliado en „El bullir de la sangre de Cristo“. Estudio sobre el cristocentrismo del beato Josemaría Escrivá, Madrid 200, pp. 203-254), y M. M. OTERO, El „alma sacerdotal“ del cristiano, en AA.VV., Mons. Josemaría Escrivá de Balaguer y el Opus Dei, cit., pp. 293-319. Ver también, aunque el lema se enfoca desde la perspectiva del sacerdocio ministerial, J. ECHEVARRÍA, Il sacerdote ministro di santificazione, comunicación presentada al Simposio internacional organizado con ocasión del 30 aniversario del Decreto Presbyterorum ordinis en la Ciudad del Vaticano, 23 a 28-X-1995 (recogida en „Rornana“, 21, 1995, 371378). 119 119 Camino, n. 267 (Consideraciones espirituales, pp. 28-29). 120 120 A. DEL PORTILLO, prólogo a Es Cristo que pasa (puede consultarse sea en ese volumen de homilías, sea en A. DEL PORTILLO, Una vida para Dios: reflexiones en torno a la figura de Josemaría Escrivá de Balaguer, Madrid 1992, donde la expresión mencionada se encuentra en p. 114). 121 121 Instrucción 19-III-1934, n. 1. 122 122 Carta 19-III-1954, n. 19; una declaración análoga en Estatutos, n. 80, & 1. 123 123 Es Cristo que pasa, n. 84. 124 124 Ibíd., nn. 84 y 85. 125 125 „Qué buena cosa es ser niño! -Cuando un hombre solicita un favor, es menester que a la solicitud acompañe la hoja de sus méritos. Cuando el que pide es un chiquitín -como los niños no tienen méritos-, basta con que diga: soy hijo de Fulano. ¡Ah, Señor! díselo ¡con toda tu alma!- Yo soy... ¡hijo de Dios!“ (Camino, n. 892; Consideraciones espirituales, p. 90). „Somos hijos de Dios, y podemos entretenernos confiadamente con Él, como un hijo charla con su padre“ (Amigos de Dios, n. 145). „¿Cómo se explica esa oración confiada, ese saber que no pereceremos en la batalla? Es un convencimiento que arranca de una realidad que nunca me cansaré de admirar: nuestra filiación divina“ (Es Cristo que pasa, n. 64). 126 126. „Si viviéramos más confiados en la Providencia divina, seguros -¡con fe recia!- de esta protección diaria que nunca nos falta, cuántas preocupaciones o inquietudes nos ahorraríamos (...). Querría, en confidencia de amigo, de sacerdote, de padre, traeros a la memoria en cada circunstancia que nosotros, por la misericordia de Dios, somos hijos de ese Padre Nuestro, todopoderoso, que está en los cielos y a la vez en la intimidad del corazón“ (Amigos de Dios, n. 116). „El Espíritu Santo, con el don de piedad, nos ayuda a considerarnos con certeza hijos de Dios. Y los hijos de Dios, ¿por qué vamos a estar tristes? La tristeza es la escoria del egoísmo; si queremos vivir para el Señor, no nos faltará la alegría“ (Amigos de Dios, n, 92). „¿Hay mayor alegría que la del que, sabiéndose pobre y débil, se sabe también hijo de Dios? (...). Que estén tristes los que se empenan en no reconocerse hij os de Dios, vengo repitiendo desde siempre“ (Amigos de Dios, n. 108). „Padre -me decía aquel muchachote (¿qué habrá sido de él?), buen estudiante de la Central-, pensaba en lo que usted me dijo... ¡que soy hijo de Dios!, y me sorprendí por la calle, „engallado“ el cuerpo y soberbio por dentro... ¡hijo de Dios! Le aconsejé, con segura conciencia, fomentar la „soberbia‟“ (Camino, n. 274). 127 127 „No hay mas que una raza en la tierra: la raza de los hijos de Dios. Todos hemos de hablar la misma lengua, la que n os enseña nuestro Padre que está en los cielos: la lengua del diálogo de Jesús con su Padre, la lengua que se habla con el corazón y co n la cabeza, la que empleáis ahora vosotros en vuestra oración. La lengua de las almas contemplativas, la de los hombres que son espirituales, porque se han dado cuenta de su filiación divina. Una lengua que se manifiesta en mil mociones de la voluntad, en luc es claras del entendimiento, en afectos del corazón, en decisiones de vida recta, de bien, de contento, de paz“ (Es Cristo que pasa, n. 13). Ver también Es Cristo que pasa, n. 106, y Amigos de Dios, n. 233). 128 128 Es Cristo que pasa, n. 65. 129 129 2 P 1,4. 130 130 Cfr. P. RODRÍGUEZ, Vocación, trabajo, contemplación, cit., pp. 157-159. 131 131 Amigos de Dios, n. 146; en ese mismo sentido, J. ECHEVARRIA, Itinerarios de vida cristiana, cit., pp. 14-21. 132 132 No es nuestra intención, en este ensayo, exponer todas las enseñanzas del Beato Josemaría Escrivá en torno a la vida de oración, sino solo tocar aquellos puntos que nos permiten comprender el alcance de sus afirmaciones sobre la santificación del trabajo y en el trabajo. De todas formas, tal vez no esté de más insistir, completando cosas ya dichas, que ese sentido hondo, cálido, familiar podríamos decir, de la filiación divina es predicado y presentado por el Fundador del Opus Dei como fruto y meta de una vida de or ación muy centrada en el trato con Cristo, Dios y Hombre, y, más concretamente, en la consideración de su humanidad, captada a través de la contemplación de toda una vida terrena, no solo en los momentos cumbres -Muerte y Resurrección-, sino también en las situaciones ordinarias y comunes de su existencia sencilla en Nazaret, signo privilegiado del acercamiento de Dios a nuestro vivir ordinario. Por eso ocupó un lugar importantísimo en su vida interior el trato con María y José, que tan cerca estuvieron de Jesús y que pueden, por tanto, conducir hacia El, contribuir a sentirle cercano y a descubrir en su humanidad la divinidad, yendo así des de la „trinidad de la tierra“ (José, María, Jesús) hasta la „Trinidad del cielo“. Uno de los testimonios más vivos de ese estilo de oración lo const ituye una de las obras más antiguas del Fundador del Opus Dei: Santo Rosario, cuya primera edición data de 1934. Remitamos tam-

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bién a la ya citada homilía „Hacia la santidad“, en Amigos de Dios, nn. 294-316. Sobre el tránsito de la „trinidad de la tierra“ a la „Trinidad del cielo“, puede encontrarse un breve comentario en A. ARANDA, La Trinidad y la vida espiritual, en Gran Enciclopedia Rialp, t. 22, Madrid 1975, pp. 784-786. 133 133 Para una ulterior consideración de esta temática, ver F. OCÁRIZ, La filiación divina, realidad central en la vida y en la ensenanza de Mons. Escrivá de Balaguer, en Naturaleza, gracia y gloria, cit., pp. 175-221, y J. BURGGRAF, El sentido de la filiación divina, en AA.VV., Santidad y mundo, cit., pp. 109-127. 134 134 Es Cristo que pasa, n. 64. 135 135 Amigos de Dios, n. 312. 136 136 Carta 24-III-1930, n. 13. 137 137 Conversaciones, n. 114. 138 138 Camino, n. 273. 139 139 Carta 2-X-1958, n. 4. 140 140 Camino, n. 857 (Consideraciones espirituales, p. 82). 141 141 Sobre la virtud de la magnanimidad, íntimamente relacionada con esta cuestión, ver Amigos de Dios, nn. 80 y 106. 142 142 Camino, nn. 813-830 (en parte, en Consideraciones espirituales, pp. 44 y 88-89). Ver también Conversaciones, n. 116; Es Cristo que pasa, nn. 44, 77,148; Amigos de Dios, nn. 7-8, 41, 62, 221. 143 143 Camino, nn. 8 16 y 8 15; en el mismo sentido Estatutos, n. 92. 144 144 Carta 24-III-1930, n. 19. Cuanto venimos diciendo se relaciona, como se advierte fácilmente por los textos citados, con otro aspecto importante de la doctrina espiritual del Beato Josemaría: su enseñanza sobre la vida de infancia, punto en el que rec oge tradiciones espirituales que le preceden, pero reviviéndolas y dándoles una interpretación propia. Remitamos al respecto a los dos capítulos que Camino (nn. 852 a 901) y, antes, Consideraciones espirituales (pp. 81 a 93) dedican a la infancia espiritual y a la vida de infancia; exposiciones amplias de esa actitud de espíritu se encuentran también en Es Cristo que pasa, nn. 64-66, y Amigos de Dios, n. 142-148. 145 145 Camino, n. 813 (Consideraciones espirituales, p. 44); ver también Camino, nn. 418 y 429 (Consideraciones espirítuales, pp. 43 y 44). 146 146 Cfr. 1 Co 1-5, 28. 147 147 Es Cristo que pasa, n. 47. 148 148 Ibíd., n. 174; ver también Conversaciones, n. 18. A las declaraciones en este sentido en homilías y en entrevistas de prensa, pueden añadirse muchas otras hechas con ocasión de las visitas que el Fundador del Opus Dei recibió en Roma o de los viajes que realizó a diversos países de Europa y América, ya que esos encuentros le pusieron en contacto con personas de las profesiones y oficios más variados, dándole oportunidad de manifestar la profunda valoración que todos ellos le merecían. Entre otros muchos ejemplos, citemos dos tomados de un mismo viaje: el que realizó, en 1964, a la Universidad de Navarra. „Tenéis que estar -dijo en un encuentro con un grupo de mujeres encargadas de la limpieza de los edificios universitarios- orgullosas de vuestro trabajo: no sabría deciros qué es más importante en la Universidad, si vuestra labor o la de la Junta de Gobierno“. Y en otro momento, recibiend o a un grupo de mineros que habían acudido a Pamplona para saludarle: „Todos los trabajos son iguales ante el Señor; no hay oficios de más o menos categoría: la categoría depende del amor de Dios que ponen quienes los realizan. Decidles -de mi parte- a vuestros compañeros que, cuando están trabajando en las entrañas de la tierra, no están allá abajo, están muy altos, porque el trabajo los dignifica y los acerca a Dios“. De esa estancia en Pamplona, y de las reuniones que allí tuvo, se hicieron eco, con noticias y reportajes , diversos diarios y revistas de la época, en algunos de los cuales -por ejemplo , la revista madrileña „Telva“ del 15-XII-1964- se reprodujeron las frases recién citadas; una amplia selección de esas noticias y reportajes fue recogida en el libro Asamblea general de la Asociación de Amigos de la Universidad de Navarra, Pamplona 1964. Sobre esta implicación del ideal cristiano, nos permitimos remitir a nuestro ensayo Ante, Dios y en el mundo. Apuntes para una teología del trabajo, cit., pp. 206-210. 149 149 Camino, n. 813 (Consideraciones espírituales, p. 44). 150 150 Camino, n. 293. 151 151 Ibíd., n. 155; ver también n. 145. 152 152 Ibíd., n. 430 (Consideraciones espirituales, p. 45). 153 153 Camino, n. 999. 154 154 Aunque, como hemos advertido en el prólogo, no ha sido nuestra intención al preparar una nueva edición de este libro, proceder a una reelaboración que tuviera en cuenta, en la medida en que ello es posible, los diversos desarrollos científicos y es peculativos posteriores, no nos resistimos, al llegar a este punto, a dejar constancia de nuestra divergencia de parecer con Charles Taylor cuando, en su ensayo sobre las fuentes (o raíces) del yo contemporaneo, considera que la valoración de la vida ordinaria es fruto de un distanciamiento, e incluso de un abandono, del ideal clásico de la heroicidad de vida (Fuentes del yo. La construcción de la identidad moderna, Madrid 1996, toda la tercera parte, pp. 227 ss.). Sin entrar a discutir si ello es o no cierto en referencia a las fuentes históricas que tiene presentes de forma inmediata -los predicadores puritanos de la Nueva Inglaterra norteamericana-, no lo es en modo alguno ni respecto de la tradición cristiana en su conjunto ni del Beato Josemaría Escrivá, del que ahora nos ocupamos, que dedicó su vida, de forma consciente, a poner de manifiesto que la prosa de la vida ordinaria puede, vivida con actitud de amor, transformarse en poesía, más aún, en endecasílabos, es decir, en ese verso al que la poética clásica presentó como verso heroico. „Al reanudar tu tarea ordinaria, se te escapó como un grito de protesta: ¡siempre la misma cosa! y yo te dije: -sí, siempre la misma cosa. Pero esa tarea vulgar igual que la que realizan tus compañeros de oficio- ha de ser para ti una continua oración, con las mismas palabras entrañables, pero cada día con música distinta. Es misión muy nuestra transformar la prosa de esta vida en endecasílabos, en poesía heroica“ (Surco, n. 500); ver también Es Cristo que pasa, n. 50, y Conversaciones, n. 116. 155 155 Camino, n. 283 (Consideraciones espirituales, p. 32). 156 156 Ibid., n. 904 (Consideraciones espirituales, p. 94); la cita evangélica corresponde a Mt 28,19-20. 157 157 Carta 6-V-1945, n. 40; expresiones muy parecidas en Es Cristo que pasa, nn. 106 y 122. 158 158 Es Cristo que pasa, n. 120, ver también n. 106. 159 159 Carta 11-III-1940, n. 16. 160 160 Amigos de Dios, n. 264. 161 161 Ibíd., n. 265, donde está comentado el pasaje de Lc 5,1ss. Las implicaciones eclesiológicas de la doctrina sobre el apost olado expuesta en los textos citados, y otros paralelos, son variadas e importantes. No es, sin embargo, este el momento adecuado para analizarlas. Limitémonos por eso a remitir a Conversaciones, nn. 9, 20-21, 58-59, 112, así como a L. ALONSO, La vacación apostólica del cristiano en la enseñanza de Mons. Josemaría Escrivá de Balaguer, en AA.VV., Mons. Josemaría Escrivá de Balaguer y el Opus Dei, cit., pp. 229-292. Desde una perspectiva general, ver A. DEL PORTILLO, Fieles y laicos en la Iglesia, Pamplona 1969. 162 162 CONC. VATICANO II, Decr. Apostolicam actuositatem, n. 2; ecos de esa amplia descripción de la misión apostólica del fiel cristiano y, concretamente, del seglar, pueden encontrarse en numerosos documentos y escritos posteriores, de entre los que, a modo de ejemplo, podemos destacar la Exhort. apost. Christifldeles laici (ver todo el capítulo tercero, nn. 32ss.). 163 163 Conversaciones, n. 59.

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164 Es Cristo que pasa, n. 11 165 Amigos de Dios, n. 230. 166 166 Es Cristo que pasa, n. 49. 167 167 Carta 15-X-1948, n. 1. 168 168 Carta 14-II-1950, nn. 19 y 20. 169 169 Carta 15- VIII-1953, n. 11. 170 170 Camino, n. 973. 171 171 Es Cristo que pasa, n. 148. 172 172 Ibid., n. 149. Sobre el trasfondo teologal de la alegría cristiana, ver J. ECHEVARRIA, Itinerarios de vida cristiana, cit., pp. 253263. 173 173 A ellos remite expresamente, también en este punto, el Fundador del Opus Dei; ver, por ejemplo, Amigos de Dios, nn. 269-270. 174 174 1 P 3, 15. 175 175 Amigos de Dios, nn. 267-268. 176 176 Decreto Primum inter, del 16-VI-1950: „Omnes et singuli exemplo, quo semper et ubique inter cives, inter collegas, inter laboris socios, domi, in via, in officio, optimos sese exhibere conantur... Ecclesiae regnique caelestis actuosi ac indefessi operarii su nt”. 177 177 Camino, n. 917; un pasaje paralelo en Es Cristo que pasa, n. 122. 178 178 Es Cristo que pasa, n. 105. El texto en el que San Pablo describe al cristiano como bonus odor Christi fue citado con frecuencia por el Beato Josemaría; ver, además de la frase reproducida en el texto: Camino, n. 842 (Consideraciones espirituales, p. 80): Es Cristo que pasa, nn. 36 y 156; Amigos de Dios, n. 271. 179 179 Camino, n. 372; el punto inmediatamente anterior, el 371, expresa la misma idea, pero en términos no exhortati\os, sino críticos: „Cuando bullen, „haciendo cabeza“ de manifestaciones exteriores de religiosidad, personas profesionalmente mal conceptuadas, de seguro que sentís ganas de decirles al oído: ¡Por favor, tengan la bondad de ser menos católicos!“. 180 180 Amigos de Dios, n. 61. 181 181 Cfr. P. RODRIGUEZ, Vócación, trabajo, contemplación, cit., pp. 197-211; ver también L. ALONSO, La vocación apostólica del cristiano en la ensenanza de Mons. Escrivá de Balaguer, cit., pp. 251-252. 182 182 Así lo afirmó reiteradas veces no solo en referencia al trabajo, del que aquí nos ocupamos, sino también a otras realidad es humanas: la amistad, las relaciones sociales, la familia, etc. Respecto a la amistad, ver algunos de los textos que citamos a continu ación; sobre la vida familiar, ver Es Cristo que pasa, n. 27ss. y Conversaciones, nn. 89, 91, 92 y 96. 183 183 Camino, n. 961 (con una redacción algo distinta, Consideraciones espirituales, p. 98). 184 184 Conversaciones, n. 62; otras referencias al „empezar a hacer y a enseñar“ de Cristo en Camino, n. 342; Es Cri-sto que pasa, nn. 21 y 182; de Dios, nn. 115 y 163. 185 185 Es Cristo que pasa, n. 147; sobre la importancia básica del testimonio y su conexión con la palabra que descubre horizontes sobrenaturales, ver también Estatutos, nn. 113-114. 186 186 Amigos de Dios, nn. 272-273. 187 187 Cfr. Amigos de Dios, nn. 257-258. 188 188 Cfr. Camino, n. 1 (Consideraciones espirituales, p. 5). 189 189 Camino, n. 831 (Consideraciones espirituales, p. 78). 190 190 Es Cristo que pasa, n. 122. 191 191 Carta 14-II-19-50, n. 5; ver también los densos párrafos que se dedican a la unidad de vida en Estatutos, nn. 79, & 1 y 80, & 2. Un comentario teológico en I. DE CELAYA, Unidad de vida y plenitud cristiana, en F. OCÁRIZ e I. DE CELAYA, Vivir como hijos de Dios. Estudios sobre el Beato Josemaría Escrivá, Pamplona 1993, pp. 93-128. 192 192 CONC. VATICANO II, Decr. Apostolicam Actuositatem, n. 2. 193 193 CONC. VATICANO II, Const. Gaudium et spes, nn. 38-39. 194 194 Conversaciones, n. 59. 195 195 Es Cristo que pasa, n. 183; otros comentarios a ese texto del Evangelio de San Juan en Es Cristo que pasa, nn. 14, 38, 105 y 156, y en Amigos de Dios, n. 58. Para un estudio detenido al respecto ver P. RODRIGUEZ, „Omnia traham ad meipsum“. El sentido de Juan 12, 32 en la experiencia espiritual de Mons. Escrivá de Balaguer, en „Annales Theologici“ 6 (1992) 5-34. 196 196 Ver, antes, notas 118 y 121 a 123. 197 197 Ver, más arriba, capítulo II, notas 35 y 36, y, en este mismo capítulo, notas 37, 39 y 40. 198 198 Es Cristo que pasa, n. 99. Ver también las homilías El fin sobrenatural de la Iglesia y Lealtad a la Iglesia, fuertes en más de un momento, como corresponde a la situación histórica -la crisis posterior a 1968- en que fueron pronunciadas: datan, en efecto, del 28 de mayo y del 4 de junio de 1972 (están recogidas en Amar a la Iglesia, Madrid 1986). 199 199 Ibid., n. 124. „No pienso -reitera en otra homilía- en el cometido de los cristianos en la tierra como en el brotar de una corriente político-religiosa -sería una locura-, ni siquiera aunque tenga el buen propósito de infundir el espíritu de Cristo en todas las actividades de los hombres. Lo que hay que meter en Dios es el corazón de cada uno, sea quien sea“ (Es Cristo que pasa, n. 183). Ver también, en el mismo libro, n. 99. 200 200 Ibíd., n. 126. 201 201 Ibid., n. 125. 202 202 Ibíd., n. 126. 203 203 Cfr. Amigos de Dios, nn. 93 y 228. 204 204 Por eso el Fundador del Opus Dei, aunque conoció la expresión consecratio mundi y la usó alguna vez -por ejemplo, en un texto de la Carta 14-II-1950 ya citado en este mismo capítulo, nota 38-, prefiere emplear la que hemos mencionado en el texto: „santificar desde dentro“. Así ocurre en el texto recién aludido y en otros muchos lugares, como, por ejemplo, Es Cristo que pasa, n. 125, y Conversaciones, nn. 9 y 60. Sobre esta cuestión, íntimamente relacionada con la secularidad, puede, por lo demás, consultarse la bibliografía que dábamos al efecto en el capítulo II, nota 87. 205 205 Citemos algunas de las frases que testimonian esa actitud: „El espíritu del Opus Dei, que he procurado practicar y enseñar desde hace más de treinta y cinco años, me ha hecho comprender y amar la libertad personal“ (Es Cristo que pasa, n. 17); „Durante mis años de sacerdocio, no diré que predico, sino que grito mi amor a la libertad personal“ (Amigos de Dios, n. 32); „Repito y repetiré sin cesar que el Señor nos ha dado gratuitamente un gran regalo sobrenatural, la gracia divina; y otra maravillosa dádiva humana, la libertad personal“ (Es Cristo que pasa, n. 184). Ni que decir tiene que no aspiramos ahora a exponer todas las enseñanzas sobre la libertad del Fundador del Opus Dei, sino solo algunas de sus líneas básicas; para una ulterior consideración pueden verse, entre otros estudios, R. GARCIA DE HARO, Homilías: „Es Cristo que pasa“, cit., pp. 411-424; J. HERVADA, Recuerdo de Mons. Josemaría Escrivá de Balaguer, en „Persona y Derecho“, 3 (1975), pp. 30-38; C. FABRO, Un maestro di liberta cristiana: Josemaría Escrivá de Balaguer, en „L’Osservatore Romano“, 2-VII-1977 (versión castellana ampliada: El primado existencial de la libertad, en AA.VV., Mons. Josemaría Escrivá de Balaguer y el Opus Dei, cit., pp. 341-356); J. R. PÉREZ-ARANGUENA, La aventura de la libertad, en AA.VV., La personalidad del Beato Josemaría Escrivá de Balaguer, Pamplona 1994, pp. 133-144. Desde una perspectiva pedagógica, V. GARCíA 165

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HOZ, La educación en Monseñor Escrivá de Balaguer, en „Nuestro Tiempo“, 45 (1976) 683-700, y F. PONZ, La educación y el quehacer educativo en las enseñanzas de Monseñor Escrivá de Balaguer, cit., pp. 107-111. 206 206 Las riquezas de la fe, artículo publicado en el diario madrileño „ABC“, 2-XI-1969. 207 207 Amigos de Dios, n. 23; la cita de San Agustín proviene del Sermón 169, 13 (PL 38, 923). 208 208 Ibíd., n. 25. 209 209 Es Cristo que pasa, n. 17. 210 210 Este es el tema de fondo de la homilía La libertad, don de Dios incluida en Amigos de Dios, nn. 23 ss.; ver también Es Cristo que pasa, nn. 113 y 129. 211 211 Remitamos, a modo de ejemplo, a algunas de sus declaraciones en las entrevistas recogidas en Conversaciones, nn. 7-9, 12, 58-59, 98. 212 212 Es Cristo que pasa, n. 99. 213 213 Las riquezas de la fe, cit. 214 214 Ibídem. Con palabras parecidas, en una de sus Cartas: „Evitad ese abuso que parece exasperado en nuestros tiempos -está patente y se sigue manifestando de hecho en naciones de todo el mundo- que revela el deseo, contrario a la lícita libertad de los hombres, de obligar a todos a formar un solo grupo en lo que es opinable, a crear como dogmas doctrinales temporales; y a defender ese falso criterio con intentos y propagandas de naturaleza y substancia escandalosas contra los que tienen la nobleza de no suje tarse“ (Carta 9-I-1932, n. 1). 215 215 De la libertad temporal ha hablado numerosísimas veces el Fundador del Opus Dei, tanto en general -como ocurre, por ejemplo, en los párrafos citados en el texto- como recordando, en concreto, que los fieles del Opus Dei, cristianos corrientes, tienen la misma libertad que los demás ciudadanos, sus iguales, ya que su vinculación al Opus Dei no merma en modo alguno su autonomía en la actuación social, política, cultural, etc. „Gozáis -afirmaba, por ejemplo, en una de las Cartas- de una libertad completa y sois personalmente responsables de vuestros actos, no solo en el ejercicio del trabajo profesional, sino también en vuestra acción soci al, cultural o política, que son cosas que tenéis en común con los demás ciudadanos de vuestra nación“. „En las cos as temporales -proseguíanunca los Directores de la Obra pueden imponer una opinión determinada sobre aquellas materias que Dios Nuestro Señor ha deja do a la libre discusión de los hombres: cada uno de vosotros actúa siempre con plena libertad, según su c onciencia“ (Carta 2-X-1958, n. 3). La delicadeza con que vivió e hizo vivir este aspecto central del espíritu y, de la praxis del Opus Dei, le llevó de hech o a establecer que los Directores de la Obra no solo no pueden dar una opinión determinada sobre cuestiones temporales, sino que deben abstenerse, en su acción apostólica, de cuanto pueda influir sobre los que se acercan al Opus Dei: „No habléis de política, en el sentido corriente de la palabra, y evitad que en nuestras casas se hable de partidos y banderías. Hacedles ver que en la Obra caben todas las opiniones que respeten los derechos de la Santa Iglesia“ (Instrucción 9-I-1935, n. 37). Esto no significa, obviamente, que los miembros del Opus Dei no actúen en los diversos campos de la vida pública, pero sí, y con toda claridad, que lo hacen con plena libertad y responsabilidad personales, como lo recalcan los Estatutos de la Prelatura (n. 88, & 3) y otros muchos textos del Beato Josemaría en el mismo sentido, en Amigos de Dios, nn. 11 y 170, en Conversaciones, nn. 27-30, 38-39, 48-50, 64-65, 98, 117-119, en la entrevista concedida al corresponsal en Roma del diario madrileño „ABC“ y publicada en ese periódico el 24-III-1971, etc. Entre los comentarios y glosas a esta doctrina, pueden consultarse: J. HERRANZ, El Opus Dei y la política, en „Nuestro Tiempo” 6 (1957) 385-402; ID., Natura dell’Opus Del: e attivitá temporali dei suoi membri, en „Studi cattolici“ 6-51 (1962) 73-90; W. BLANK, Das Opus Dei: sein Standort in der Weltkirche, y O. B. ROEGELE, Das Opus Dei. Legende und Wirklichkeit, en AA. VV., Opus Dei. Für und wider, Osnabrück 1967, pp. 45-64 y 170-177; J. J. THIERRY, L’Opus Dei, Mythe et réalité, Paris 1973, pp. 103-118; L. I. SECO, La herencia de Mons. Escrivá de Balaguer, Madrid 1976, pp. 57-64; J. L. CHABOT, Responsabilidad frente al mundo y libertad, en AA.VV., Santidad y mundo, cit., pp. 249-275; A. RODRÍGUEZ LUÑO, La formación de la conciencia en materia social y política según las enseñanzas del Beato Josemaría Escrivá, en „Romana“, 13 (1997) 162-181; J. L. ILLANES, Fe cristiana y libertad personal en la actuación social y política. Consideraciones sobre algunas ensenanzas del Beato Josemaría Escrivá de Balaguer , en „Romana“, 17 (2001). 216 216 De hecho el propio Beato Josemaría ofreció, en ocasiones, algunos elencos, siempre a modo de ejemplo. Remitamos a ellos, reproduciendo, en primer lugar, un texto proveniente de una de sus homilías: „Pensad lo que prefiráis en todo lo que la Provi dencia ha dejado a la libre y legítima discusión de los hombres. Pero mi condición de sacerdote de Cristo me impone la necesidad de remontarme más alto, y de recordaros que, en todo caso, no podemos jamás dejar de ejercitar la justicia, con heroísmo si es preciso. Estamos obligados a defender la libertad personal de todos, sabiendo que Jesucristo es el que nos ha adquirido esa libertad (Ga 4,31); si no actuamos así, ¿con qué derecho reclamaremos la nuestra? Debemos difundir también la verdad, porque veritas liberabit vos (Jn 8,32), la verdad nos libera, mientras que la ignorancia esclaviza. Hemos de sostener el derecho de todos los hombres a vivir, a poseer lo necesario para llevar una existencia digna, a trabajar y, a descansar, a elegir estado, a formar un hogar, a traer hijos al mundo dentro del matrimonio y poder educarlos, a pasar serenamente el tiempo de la enfermedad o de la vejez, a acceder a la cultura, a asociarse con los demás ciudadanos para alcanzar fines lícitos, y, en primer término, a conocer y amar a Dios con plena libertad, porqu e la conciencia -si es recta- descubrirá las huellas del Creador en todas las cosas“ (Amigos de Dios, nn. 170-171). Y en segundo lugar, otro tomado de una de las Cartas, con un enfoque en el que lo social y lo espiritual se entrecruzan: „la legítima libertad personal de los hombres; el deber que cada hombre tiene de asumir la responsabilidad que le corresponde en los quehaceres terrenos; la obligación de defender también la libertad de los demás, como la suya propia, y de convivir con todos; la caridad de aceptar a los demás como son -porque cada uno de nosotros tiene culpas y errores-, ayudándoles con la gracia de Dios y con garbo humano a superar esos defectos, para que todos podamos sostenernos a fin de llevar con dignidad el nombre de cristianos“ (Carta 24-III-1931, n. 56). 217 217 Es Cristo que pasa, n. 36. 218 218 Conversaciones, n. 35. 219 219 Es Cristo que pasa, n. 158. 220 220 Amigos de Dios, n. 105. 221 221 Es Cristo que pasa, n. 166. 222 222 Ibid., n. 168; ver Amigos de Dios, n. 105. 223 221 Es Cristo que pasa, n. 183. 224 224 Ibid., n. 157. 225 225 Ibíd., n. 124. 226 226 Ibidem. Quizá se haya advertido que, por dos veces, en ese texto se hace referencia a la cizaña: todo él es, en efecto, u n comentario a la parábola del trigo y la cizaña (Mt 13,24-30). Esa parábola, junto al paulino „vence el mal con el bien“ (Rm 12,21), han sido citados muchas veces por el Fundador del Opus Dei; en ellos se inspira una de sus máximas más repetidas: „ahogar el mal en abundancia de bien“ (cfr. Es Cristo que pasa, nn. 72 y 182). Ante la realidad del mal, el cristiano no debe desanimarse, ni encerrarse en sí mismo, ni caer en un celo amargo y violento, sino sentirse urgido a crecer en fe, en esperanza y en caridad y a obrar en consecuencia, con la ilusión de que el bien que pueda producir contribuya, con la gracia de Dios, a superar, a ahogar el mal. 227 227 Ibíd., n. 100. 228 228 Ibid., n. 114; ver también n. 177.

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229 Ibíd., n. 168. 230 Ibídem. 231 Ibid., n. 165. 232 232 Camino, n. 439. 233 233 Es Cristo que pasa, n. 168. 234 234 Ibíd., nn. 137-138; ver también Amigos de Dios, nn. 132 y 141. 1 1 La literatura y la bibliografía sobre el trabajo es amplísima, lo que nos exime de todo intento de aportación de datos, sea respecto a los períodos y autores recién aludidos, sea respecto a los posteriores. Para una primera orientación bibliográfica remitamos a los datos ya incluidos en el capítulo II, así como a los ofrecidos en el capítulo „Introducción a la teología del trabajo” en nuestra obra Ante Dios y en el mundo. Apuntes para una teología del trabajo, Pamplona 1997, pp. 15 ss. 2 2 La distinción entre secularidad y secularismo es bien conocida, por lo que -aunque no esté exenta de discusiones- no necesita ahora especial elucidación. Para un mejor conocimiento de nuestra personal posición a ese respecto nos permitimos r emitir a cuanto ya hemos dicho en Hablar de Dios, Madrid 1969, Cristianisrno, Historia, Mundo, Pamplona 1973, e Historia y sentido. Estudios de Teología de la historia, Madrid 1997. 3 3 Se puede recordar aquí, con Pablo VI, que „no hay verdadero humanismo si no tiende hacia el Absoluto“ (Populorum progressio, n. 42), lo que, como es obvio, se aplica también a un humanismo del trabajo al que esa misma encíclica había aludido poco antes (nn. 27 y 28). Y, con JUAN PABLO II, en texto ya en parte citado en el capítulo I, que la espiritualidad del trabajo juega un papel decisivo, también en el plan histórico social, ya que la percepción de cuanto el Evangelio implica respecto a la dignidad del hombre y de su trabajo solo se alcanza desde una adecuada asimilación de sus contenidos“, lo que reclama a su vez „el esfuerzo interior del espíritu humano (...) con el fin de dar al trabajo del hombre concreto (...) el significado que tiene el trabajo ante los ojos de Dios “ (Laborem exercens, n. 24). 4 4 Nos basamos en lo que sigue, aunque retocándolas y ampliándolas, en consideraciones ya expuestas en la voz Trabajo humano, en Gran Enciclopedia Rialp, t. 22, Madrid 1975, pp. 657 ss. Señalemos, de otra parte -aunque sea a modo de anotación marginal y retomando una consideración ya esbozada en Ante Dios y en el mundo, cit., pp. 126ss, que la reflexión teológica sobre el trabajo ha conocido diversas oscilaciones: tuvo un momento de auge en las décadas de 1940 y 1950, dando origen a una reflexión, muy en conexión con la teología de la historia, que llega hasta el Concilio Vaticano II; después queda en gran parte en olvido pues la atención del mundo teológico es atraída por las cuestiones relacionadas con la secularización, con la teología política y la teología de la liberación; resurge en la primera parte de la década de 1980 a raíz de la publicación de la Laborem exercens, con un enfoque más antropológico que histórico-social; luego decae de nuevo, aunque no del todo, pues continúa presente en conexión con la reflexión sea sobre la ecología sea sobre la evolución de la sociedad industrial. 5 5 Nos referimos, claro está, a los relatos bíblicos sobre la creación y, en especial, al texto de Gn 2,15: „Tomó el Señor al hombre y lo puso en el jardín del Edén para que trabajara“. 6 6 Cfr. Summa Theologiae, 1, q. 104, a. 2, ad 1. 7 7 Para una exposición sintética de las visiones o planteamientos acerca de la historia permítasenos remitir a nuestra obra Historia y sentido. Estudios de Teología de la historia, Madrid 1997. 8 8 CONC. VATICANO II, Const. Gaudium et spes, n. 39. 9 9 IDEM, Const. Lumen gentium, n. 41; ver también la Ex. ap. Christifideles laici, nn. 16 y 17, que presupone y prolonga esa enseñanza. 10 IDEM, Constitución Gaudium et spes, nn. 34 y 39. 230 231

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