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LA VIGENCIA DE LA DEMOCRACIA COMO FORMA DE VIDA POLÍTICA
Dalia Correa Guía RESUMEN El presente artículo examina la vigencia de la democracia como forma de vida política, partiendo del hecho de que la misma es considerada, teóricamente, el ideal político a alcanzar en cualquier sociedad. Este ideal se contrasta con aquellas prácticas democráticas que han traído como resultado profundas desigualdades sociales y una desilusión cada vez mayor con lo que la democracia occidental significa. Palabras claves: democracia, bien común, libertad, igualdad. Etimológicamente, como ya sabemos, democracia quiere decir "gobierno del pueblo"; no obstante, desde el punto de vista filosófico v teórico son muchas las concepciones que se han tenido y se tienen de la democracia. Me atrevo a aseverar que lo únicamente cierto cuando en la actualidad se habla de democracia, es el derrumbe de las bases epistemológicas postuladas por las diversas teorías que la fundamentan. Cuando hablamos de "bien común", " participación", " pueblo soberano", "opinión pública", "pluralismo", entre otros términos, pareciera que los mismos estuvieran vaciados del significado que tenían originalmente. Para D. Zolo (1994), los paradigmas epistemológicos de la teoría democrática, en cualquiera de sus manifestaciones -la económica, la empírica o las ético-políticas-, tienden a sucumbir frente a la incertidumbre relacionada con la crisis del conocimiento científico y de las ciencias sociales. No obstante los planteamientos anteriores, la democracia sigue siendo un ideal importante, aunque en ciertos contextos políticos (especialmente en el Tercer Mundo), la "democracia" represente cosas distintas, como por ejemplo "un desafío revolucionario al poder de los grupos políticos y militares" (Cf. Zolo, 1994, p.10). Para Roiz (1999) la democracia, en principio, se ha ido percibiendo como un valor objetivo en contraste con la perduración de la tiranía, para luego convertirse en un mito. El mismo autor se pregunta "¿Cómo sabemos que una democracia es más democracia o mejor que otra?" Los constructor libertad e igualdad quedan a veces hasta desdibujados, ante el mito contemporáneo de la democracia que impulsa esfuerzos colectivos, en pos de un "bien deslumbrante que atrae y se desea por sí mismo", va que teóricamente garantiza la obtención de todo tipo de bienes, de mejores prestaciones del sistema económico, de una mayor justicia distributiva, de nuevas permisividades; en fin, de una "felicidad más intensa de los que la disfrutan". Hablar de la vigencia de la democracia como forma de vida política, nos conduce a la reflexión acerca de si no estaremos cometiendo un exabrupto, ya que, a juicio de Roiz, hablar de los perjuicios de la democracia sería una contradicción en los términos. Cuando uno se pregunta por esta vigencia, pareciera que el problema no es de la democracia en sí, sino que más bien es asunto de la alusión velada a una falsa democracia o a una democracia incipiente o desvirtuada. Generalmente, cuando se intenta evaluar alguna democracia, se hace a la sombra de la democracia francesa o de la estadounidense. Sabemos que con la revolución francesa cambia la
conformación política de Occidente, los ideales de libertad, igualdad y fraternidad se constituyeron en los pilares que soportaron esa revolución. No obstante, lo cierto es que para valorar la democracia, hoy día, nos faltan criterios definidos. Sin embargo, Roiz (1999) nos plantea que la valoración de la democracia, tal como la vivimos actualmente, está íntimamente ligada a la "idea de agencia". Para una mejor comprensión de esta idea traemos textualmente a este autor: El movimiento en el escenario corpóreo de la vida, el ensanchamiento de espacios y aurificación del tiempo que mide esos traslados, estructuran una vida real en donde las identidades se anclan y la política se define como una acción en el espacio exterior:-Las acciones de los individuos pueden tener un origen interno, haber surgido en parajes más o menos retirados de la atención ciudadana, pero su impacto ambiental, su producto, será algo que acabará afectándonos a todos aquellos que compartimos, a través de unos títulos jurídicos y de unos reconocimientos visuales, la condición de ciudadanos en público. En consecuencia, hay que moverse. Ser ciudadano democrático implica la movilización. Pero, ¿cuál? A juicio de Roiz (1999), la movilidad que implica potencia de ciudadanía se refiere a la capacidad de un individuo para diseñar trayectorias en la complejidad de la vida; se necesita, por tanto, conocimiento, voluntad, libertad y medios para poder establecer gustos y ejecutar deseos. Lo sensitivo y lo pasional, que nutren los propulsores de la vida diaria, son también importantes, pero difíciles de valorar en la vida pública de la democracia; se hace imprescindible, por tanto, la intermediación de otros que logren traducir esa fuerza al lenguaje de lo público. Al evaluar al ciudadano democrático debemos encontrar, entonces, elementos tales como salud física, carácter para mantener las rutas establecidas, tenacidad, fortaleza, capacidad de lucha, habilidad para acumular poderes y para reducir el caos de la naturaleza. Yo me pregunto ¿qué de esto tenemos los ciudadanos de hoy? ¿Será que, como venezolana y a pesar de tener cuarenta años viviendo en un "régimen democrático" no hallamos elementos que nos den indicios de tener una democracia? O será, más bien como dice Roiz (1998) que a pesar de que la democracia, hoy día, es un régimen político de aceptación universal, comienza a observarse una "desilusión cada vez mayor con lo que la democracia occidental significa y un distanciamiento creciente de sectores importantes de la sociedad democrática con respecto a la forma de vida democrática"? Para Roiz (1998) la paradoja de la democracia: éxito y desilusión al mismo tiempo, es producto de las dudas sobre las posibilidades y prestaciones reales de la democracia misma. La democracia moderna se ha sostenido mediante el desarrollo del Estado como instancia política separada de los poderes religiosos y económicos. Un Estado constituido, a juicio de Salazar (1993), por tres momentos esenciales: un primer momento relativo a su afirmación como poder soberano, en donde se da la concentración de los medios de violencia legítima; un segundo momento donde se afirma como poder legal, donde para ello se apega a su constitucionalización, que supone la división de poderes y el reconocimiento de la sociedad civil; y, un tercer momento, donde el Estado afirma su poder legítimo, mediante la sujeción de los poderes legislativo y ejecutivo al mandato del sufragio universal. Este proceso constitutivo del Estado moderno es interminable, proclive siempre a desafíos y riesgos. Para Salazar no existen garantías dadas de ser una vez y para siempre. Se hace necesario, por tanto, que la soberanía, la legalidad y la legitimidad, se reafirmen y se recompongan ininterrumpidamente. No obstante, cuando lanzamos una mirada hacia el Estado, bien sea en Venezuela o en el mundo en general, se evidencia que éste ha sido incapaz, en la mayoría de los casos, de resolver
problemas en el funcionamiento de la democracia, v.gr la manipulación de los mecanismos electorales y de decisión, la inoperancia de las instituciones, el excesivo poderío de sectores económicos dominantes, la sublimación de la moral pública. Estos rasgos de inoperancia en el funcionamiento democrático nos hacen sentir una democracia degradada, que no posibilita una mínima calidad de vida a los ciudadanos y que, en última instancia, lesiona profundamente la ciudadanía. Pero el problema pareciera más grave aún, y no se limita al mero funcionamiento de la democracia representativa, el cual pudiera ser manejado con medios de ingeniería social. De lo que se trata es de preguntarnos si realmente el problema democrático va más allá de lo funcional y anida realmente en fallos de la teoría democrática. R. Dahl, citado por Zolo (1994), ha planteado que cualquier intento por evaluar los problemas de la democracia debe comenzarse con un enfrentamiento de los "supuestos semiocultos que subyacen a la teoría democrática". Zolo, por su parte, apunta que los problemas para evaluar la democracia pasan por la "tragedia de las ciencias políticas": hipnotizados por los criterios de la revolución behaviorista, los científicos políticos desarrollaron una teoría empírica de la democracia, que lo que permitió fue un entrampamiento en la manera de estudiar la democracia. Uno de los objetivos, quizá no manifiesto, de la ciencia política que se delineó hace cuarenta años fue demostrar las bondades, en grado superlativo, de las instituciones democráticas americanas. Para ello, los "científicos políticos" se adhirieron a los supuestos básicos del método científico, especialmente grave, el referido a la neutralidad valorativa. Sin embargo, según G. Almond, E. Lindblom, D. Easton y D. Ricci, científicos políticos de renombre, ninguno de los requisitos ha sido cumplido por la ciencia política. En efecto, el inalcanzable deseo (auto impuesto) de obtener un "conocimiento científico" de la política, generó lastimosamente en que la disciplina no produjera una forma efectiva de conocimiento político (Cf. Zolo, p.45). Ante la crisis de la ciencia política, Zolo plantea una "epistemología reflexiva" como vía para reafirmar de manera efectiva, el requerimiento de una investigación política verdaderamente teórica o filosófica. ¿Pero en qué consiste esta propuesta? Veamos... El significado que asigno a la epistemología reflexiva puede transmitirse de la manera más directa haciendo referencia a la metáfora que usó, hace cuarenta años, Otto Neurath para describir la posición del filósofo de la ciencia en el período posteinsteiniano...Los filósofos, según Neuraht, son como marinos a los que la tormenta les impide regresar a puerto, por lo que están obligados a reparar su nave en desintegración en me-dio del océano, apoyándose, mientras llevan a cabo la reparación, en las mismas estructuras que están amenazadas de destrucción por las olas. (p.22) Esta metáfora implica, a nuestro modo de ver, dos situaciones: una, que alude al hecho de que cualquier posibilidad de certeza está excluida porque los mismos agentes o actores están comprendidos dentro del medio que se pretende interpretar y comprender; y otra, que niega la alternativa de colocar de lado todo el aparato conceptual del momento que les toca vivir a los agentes. Esta posición última se reafirma en S. Wolin (1993) cuando plantea que en el acto de filosofar, el teórico participa en un debate cuyos términos ya han sido establecidos, en gran medida, previamente. Esta tradición del discurso ha sido tan fuerte que incluso rebeldes como Hobbes y Marx llegaron a aceptarla. No todo lo viejo es malo, ni todo lo nuevo es bueno para el discurso político. A
juicio de Wolin, esta tradición del discurso en el pensamiento político tiene ventajas tanto para el pensador político como para el actor político: les brinda la sensación de transitar por un mundo familiar, les permite la comunicación entre contemporáneos sobre la base de un lenguaje común, contribuyendo a adaptar la nueva experiencia política al ordenamiento de cosas vigentes, y por último, ofrece un vínculo de continuidad entre pasado y presente. Con esta argumentación pretendemos señalar nuestra posición en cuanto a que para evaluar una teoría o un hecho político, no queremos partir del fin de todo. No tenemos pretensiones Adanistas, ya que suponemos que algunos términos servirán de base para una reconfiguración o reinterpretación de la democracia como valor vigente en nuestra sociedad actual, tan compleja y llena de incertidumbres. Ciertamente que en Venezuela y en el mundo globalizado en el que vivimos, se observan rasgos de un cambio epocal: la caída del muro de Berlín, la globalización de las comunicaciones, la cultura, los mercados, las investigaciones nucleares, la revolución e incorporación de la mujer. Pareciera que cada vez se hace más ingente la necesidad de dar un giro a los conceptos nacidos a la luz de la teoría democrática y de sus variantes. No resolver este conflicto significaría quedarnos girando en torno al problema práctico del funcionamiento democrático de cualquier nación democrática del planeta, sin tener una visión de lo político que abra espacio a otras formas de ciudadanía, a un ser humano que no tiemble delante de ninguna religión, dogma o ideología, a la posibilidad de la cooperación como articulación creativa de las singularidades. Es fundamental como dice X. Martínez (2000) replantear la democracia en términos de una nueva socialidad. Ahora bien, pretender dar una nueva visión sobre la mejor manera de interaccionar políticamente en esta nueva época en la que pareciera estamos entrando, es una tarea harto difícil. Hay quienes creen como Roiz (1998) que el punto de partida para dar respuesta a incógnitas tales como: ¿es adecuada la democracia para la vida del siglo veintiuno? ¿Cómo podemos mantener una vida democrática tras los nuevos conocimientos y experiencias al alcance? ¿Merece la pena conservar la democracia como forma de organizar la vida en común y de experimentar la política? ¿Es aplicable un concepto de origen tan remoto, surgido en un ámbito particular, a la sociedad global? ¿No hará falta una visión nueva más acorde con nuestros tiempos y nuestras necesidades? ¿No estaremos limitándonos demasiado con una democracia innecesariamente sacralizada?; debe convertirse en una reflexión sobre dónde estamos. Un poco ese "dónde estamos" en la democracia como forma de vida política y la vigencia de la misma es lo que intentamos desarrollar en este texto. Cabe preguntarnos, entonces, ¿dónde estamos en la democracia de hoy? Desde nuestra perspectiva se ha avanzado en el terreno de lo democrático desde el mismo momento en que la mayoría de las dictaduras, especialmente las del continente latinoamericano, han caído como régimen de gobierno, pero es menester reconocer que el sistema en el que vivimos hoy no es el ideal. Esta no es una opinión apasionada dada al azar, sino que argumentamos basados en ciertos elementos de nuestra vida socio-política y económica actual. Dentro de estos elementos podemos mencionar algunos que por la crudeza con la que los estamos viviendo, irrumpen en nuestro diario acontecer, haciéndonos sentir pesimistas ante la vida misma. Uno de estos aspectos es el económico. Indudablemente este factor nos está acarreando grandes dificultades en el área social. Hoy asistimos con estupor al espectáculo de un "capitalismo salvaje" que produce la división de la población (en el caso venezolano) en dos clases sociales: una, conformada por un 80% de la población que no tiene mayores posibilidades de ver mejorar su calidad de vida, y otra, constituida por el 20% restante, que de alguna manera
se mantiene er1 el sistema, bien sea porque concentra la mayoría del capital o porque son afectas al poder político. Este marco de profunda desigualdad se vuelve más grave aún con el caso de los excluidos sociales, quienes día a día sienten, si es que aún pueden sentir, el incremento de la miseria, ya no solamente económica sino humana. En este panorama económico los "ciudadanos" han perdido mucho de su poder adquisitivo, lo cual no les permite satisfacer las necesidades mínimas de existencia. Es indudable, entonces, que bajo esta vivencia diaria no podamos seguir hablando de igualdad y libertad. Estos conceptos dejan de tener sentido y pasan a convertirse en palabras de un lenguaje político clásico, que nada dicen a los individuos de hoy. Para reafirmar nuestra posición pongamos como ejemplo la salud de los ciudadanos: la salud, que debe ser igual para todos, depende, en esta "democracia", del factor económico; es impresionante ver la diferencia entre la atención prestada en un hospital público con relación a la dada en una clínica privada. Es in-comprensible que males ya erradicados (la tuberculosis, por ejemplo) y otros como el cólera y enfermedades endémicas que tienen fácil curación, estén presentes en nuestro país y afecten a gran parte de la población. La salud está relacionada con la vida y por tal es fundamental y primordial ante cualquier otro problema; por ello, es imprescindible garantizar este derecho a todo el pueblo. Si tomamos en consideración el problema de la salud y a la vez, retomamos a Roiz, cabría preguntarnos: si ser ciudadano democrático implica la movilización, y a su vez para movilizarse, el ciudadano debe tener salud, ¿cómo valorar a una democracia que no proporciona una de las condiciones básicas para potenciar la idea de agencia en los individuos? Muchos autores afirman qué en las democracias actuales son pocos los individuos que se involucran en la vida política. A juicio de G. Lipovetsky (1993) existe una indiferencia de los individuos de las naciones democráticas por lo político, no creen ya en las soluciones globales y en muchos casos no asisten a votar. Es lo que él llama "la nueva indiferencia posideológica", que se traduce en poca movilización. Más grave aún, Lipovetsky afirma que la política comienza a ser ganada por la lógica del autoservicio individualista. Pero, ¿por qué asombrarnos ante esta situación? ¿No es fácil suponer que unos "ciudadanos democráticos" sin salud siquiera, defraudados por el "sistema ideal" tengan deseos de buscar su propio beneficio a titulo individual, sin importarle lo que le pase o deje de pasar a sus conciudadanos, o en lenguaje venezolano, a sus compatriotas? ¿Por qué tendrían que movilizarse esos individuos, en función del bien colectivo? ¿Qué imperativo se los impone, si los valores que se supone genera la democracia no están presentes en su diario vivir? Por el contrario, vivimos en sociedades democráticas cuyo modo de vida ideal se fundamenta en una aspiración consumista, autónoma y hedonista. Este nuevo ideal es perseguido no sólo por pequeños grupos, sino por la mayoría de los grupos sociales, lo cual a juicio de Lipovetsky es "seguramente una de las fuentes de frustración de determinados grupos y de las tensiones que se observan". Estamos presenciando una nueva cultura democrática: la individualista, que "exacerba el deseo de reconocimiento y de valoración del individuo". En este nueva forma democrática, el elemento económico juega papel estelar. No importa cómo, los individuos tienen que procurar riquezas. "Tanto tienes, tanto vales" es el nuevo valor que se transmite. Si tienes dinero, tienes salud; si no, recorres todos los hospitales para ver si en alguno te prestan servicio o, finalmente, te mueres por no tener los medios económicos para pagar un servicio de salud privado. ¿Entonces, puede tener sentido, así, una democracia? Concebimos la democracia no solamente como un sistema político, sino como una forma de vida, un compromiso en torno a los valores morales que le dan consistencia.
Dentro de esos valores éticos de la democracia está la defensa y garantía de los derechos humanos, aspecto vinculado a fondo con la propia institucionalidad de la democracia, ya que ésta su-pone un gobierno de personas humanas y requiere que esas personas tengan garantizada la integridad de sus derechos fundamentales. La administración de justicia es otros de los valores de la democracia, ya que los pueblos tienen derecho a una justicia accesible, recta y eficiente, para que puedan ser juzgados en igualdad de condiciones. Esa lucha por la justicia social está como uno de los valores éticos fundamentales en la vida de las democracias y, dentro de este concepto, la justicia social en la esfera internacional, ya que así como dentro de cada país la justicia social exige de todos y cada uno lo necesario para poder encontrar el bien común, así la comunidad internacional reclama a todos los países, especialmente a los más ricos y poderosos, el reconocimiento de los más pobres y menos desarrollados para encontrar el camino de un desarrollo humano, económico y social. Hablemos ahora de la justicia, en términos de su praxis, como "uno de los pilares de la democracia". Cuando evaluamos la aplicación de la justicia en nuestro país y en muchos otros de Latinoamérica con gobiernos democráticos, podemos afirmar que la misma está devastada. Hoy nos encontramos ante un poder judicial absolutamente dependiente de los otros dos poderes (en Venezuela son cinco), así como del poder económico. En el caso de Venezuela, donde es difícil en la actualidad hacer cualquier evaluación, dado los rápidos cambios y el cuadro político tan atípico que estamos viviendo, la justicia tiene sentido sólo para algunos pocos. Durante las últimas cuatro décadas la inmensa mayoría de los venezolanos ha sufrido, cada vez más con mayor desesperanza, las aberraciones de un sistema judicial corrompido, deficiente y dependiente de grupos políticos y económicos, al punto de que sólo se pena (aun sin que se hubiera cometido delito) al que no tiene los medios económicos para defenderse. La defensa pública prácticamente se ha convertido en una burla. Uno observa como casos de corrupción en las altas esferas de los "gobiernos democráticos" han prescrito sin que se impusiera pena alguna, cuando por otro lado, en las famosas "redadas" se aprehenden a jóvenes porque en una riña callejera fomentaron un "desorden público," y en consecuencia se les arresta y van a parar a unas cárceles en donde lo único que sobra es el hacinamiento y la oportunidad para volverse un verdadero delincuente. ¿Es así como debería aplicarse justicia en un sistema democrático? ¿Dónde está la igualdad entre un político en funciones de gobierno y un joven trabajador? ¿Y la seguridad, dónde la dejamos? Ésta atraviesa una crisis importante. La policía que es la institución encargada de ella, esta siendo hoy criticada e investigada, en todas las instancias. Esta institución ya no da garantías de seguridad al pueblo, muchas veces no se sabe quién es peor si el que delinque o la policía. Pero, ¿de quién es la culpa? ¿Del sistema democrático? ¿O de los sistemas pseudodemocráticos? ¿Será como dice Roiz que el problema no es de la democracia sino de la desvirtuación de la democracia? En la VII Cumbre Iberoamericana de Jefes de Estado y de Gobierno celebrada en la Isla de Margarita, Venezuela, en noviembre del año 1997, se tuvo como tema central "Los Valores Éticos de la Democracia". En el marco de los eventos preparatorios de esta VII Cumbre Iberoamericana, se realizó en Caracas (junio de 1997) El Foro Iberoamericano sobre justicia Social: Desarrollo Integral con Equidad. Este foro tuvo por objeto "crear un espacio de reflexión en torno a las vinculaciones entre los conceptos de justicia social y democracia a la luz de los factores económicos, sociales y culturales, presentes en el proceso de globalización".
Los jefes de gobierno y funcionarios comprometidos con es-tos encuentros, evidenciaron (aunque sea externamente) un cierto sentido de la necesidad de discutir políticamente lo relativo a las democracias de nuestros países. Nadie está satisfecho con los resultados de la democracia. Todos hablan y pregonan la importancia de hacerla perfectible. En ese orden de ideas la visión común y oficial del Desarrollo Social, presentada en estos foros, tuvo, entre otros objetivos, "la promoción de la Justicia Social como instrumento determinante para la satisfacción equitativa de las necesidades del hombre, como centro y sujeto de la visión antropocéntrica de todo desarrollo económico, con pleno respeto de los derechos humanos y libertades fundamentales". Todos los presentes, responsables de los gobiernos dé sus propios países se asombraron ante el hecho de que una quinta parte de la población mundial viva en la pobres el hambre, la enfermedad y el analfabetismo. Todos se comprometieron a "crear un entorno económico, político, social, cultural y jurídico favorable para promover el acceso más equitativo le codos a los ingresos, los recursos y los servicios sociales". Y yo me pregunto ¿en un mundo democrático donde la exclusión social representa una de las más perniciosas manifestaciones del actual sistema internacional, basta con declaratorias, diplomacia y encuentros? ¿No será preciso, más bien, reorientar, con acciones concretas y verdadera participación, los valores, objetivos y prioridades de nuestras democracias hacia el bienestar de todas y cada una de las personas que las constituimos? Lamentablemente, existe una devaluación de la clase política dirigente, la misma, en su gran mayoría, no representa a la sociedad. Está más ocupada en sus intereses personales que en darle al pueblo lo que le pertenece. Ya no sólo eso clase política tradicional, también en los nuevos partidos (va el caso venezolano) existe una lucha por el poder. Ya no podemos entender siquiera lo que está pasando. Lo único medio claro en este asunto es la falta de representatividad. La política se ha convertido en un espectáculo, pues los partidos ya no responden a las deseos de la gente. Los cambios se van produciendo violentamente en nuestras realidades democráticas, en tanto que los representantes políticos permanecen inermes, ocupándose tan sólo de reprocharse mutuamente sus acciones políticas y mirando hacia el poder y no hacia el pueblo. La educación que es otro factor a cumplir un rol fundamental en la democracia, no termina de llegar a todos. Rawls, citado por Colom (1997), plantea que en las democracias, ¿sociedades justas?, la educación es un elemento de desarrollo personal y social y tiene una función de compensación ante los fallos de tipo económico, de marginación y otros que se generan en el propio sistema democrático. La educación, para Rawls, ocupa una posición básica en la construcción de las subjetividades. Sin embargo, a pesar de la planteado por Rawls, observamos que hay ciertos grupos en las sociedades democráticas que pretenden "privatizar" la educación, restringiendo de esta manera cada día más el derecho que tiene la gran mayoría a educarse. De esta forma la educación se dirigirá a un determinado sector social (aquel que tenga los medios económicos para pagarla), el cual obviamente será portador del poder, ya que en las nuevas sociedades de la información, el conocimiento será el valor más preciado. Los factores mencionados, son sólo algunos de los posibles referentes para evidenciar de manera practica lo que está aconteciendo en nuestra democracia. Lo cierto es que la realidad es mucho más compleja. Estos factores que presentamos en forma separada, en la realidad no se presentan así. Son todos causas y efecto de todo, aunque deberíamos aceptar que el factor económico está influyendo de manera inmediata sobre los otros, pues para pensar y actuar es imperativo satisfacer aunque sea el nivel mínimo de vida de los ciudadanos democráticos.
Muchos pueden preguntarse: ¿de qué sirve la democracia y la libertad si se está hambriento, sin salud y se es ignorante? Realmente cuando caemos en este tipo de interrogantes, entramos al borde del precipicio. Uno escucha con estupor como personas de mayor edad comienzan a añorar las dictaduras como representación de un mejor modo de vida política. Expresiones tales como "cuando Pérez Jiménez se iba al mercado y se vivía más tranquilo", se escuchan en Venezuela como respuesta a todo lo acontecido durante la vigencia de la democracia. Y entonces cabe la pregunta: ¿cuánto de la libertad se puede ceder por tener ventajas económicas? John Rawls, Michael Sandel, Michael Oakeshott y Sheldon Wolin (cf. Roiz 1988) coincidirían en no conceder espacio a ciertas prestaciones económicas en contra de las libertades de los individuos. Creo que debería ser así, aun entendiendo que con hambre es difícil pensar y entregarse a la letargia, tal como invita Roiz (1991). Si tal como sugiere S. Wolin (1993) una teoría política no es una construcción arbitraria porque sus conceptos están vincula-dos con la experiencia política, cabe preguntarnos ¿qué ha pasado con la teoría democrática, es que su vinculación con la experiencia democrática ha sido débil o es que nunca ha existido? ¿No será más bien como dice R. Lanz (1999) que el "envilecimiento ideológico" de imágenes identitarias tan acariciadas como "libertad", "justicia", "igualdad", se devuelven implacables contra las pretensiones universales de la democracia"? De lo que se trata, argumenta Lanz, es de reconocer el rol fundante de las relaciones de poder en el aparataje de la política. Reconociendo este papel del poder, F. Fernández (1999) argumenta que la constante frustración de la ciudadanía en la democracia es producto de las peculiares relaciones que se dan entre el poder y la seguridad en las sociedades democráticas. Si la libertad es la condición previa para alcanzar la seguridad, entonces el aumento de poder de un individuo está en plena correspondencia con su propia protección. Siendo esto así, podemos decir como Fernández que "a mayor libertad, mayor poder; a mayor poder, mayor capacidad de control; a mayor control, mayor seguridad; a mayor seguridad, mayor sujeción a lo establecido; finalmente, a mayor sujeción, mayor libertad, empezando de nuevo el recorrido". Y entonces, ante este círculo, el individuo anula sus posibilidades creativas y originales, lo cual lo incapacita como ciudadano, convirtiendo la vida democrática en un simple conjunto de medios. Medios, porque en la búsqueda "sin límites" del poder, el homo democraticus se vuelve insaciable y trastoca los fines por los medios. Para Roiz (1999), la ciudadanía real que produce la política actualmente es de un nivel muy inferior al de la población del país capaz de hacerlo. Esta disociación entre pueblo y ciudadanía es justamente una de las grietas de la democracia. La democracia ha sido pervertida en ocasiones, por lo que pareciera ser obvio a primera vista: población no es igual a ciudadanía. Bajo esta consideración tenemos la tentación constante de impedir el paso de la gente a los mecanismos de control, o de no permitir que otros compañeros accesen a los lugares en donde se encuentran las riquezas que se acumulan públicamente. Esto no es más que el modo de satisfacer nuestros deseos privados más fuertes. Por ello, Roiz plantea la necesidad de recuperar la ciudadanía, aunque alega que esto no va a resultar fácil. Manifiesta que en esta búsqueda de una nueva ciudadanía es difícil aceptar la superioridad de la acción (aquélla considerada real porque se mueven cuerpos en el tiempo y en el espacio) sobre el sentimiento o el segmento de fantasía de la mente humana. Roiz pide respeto para "todo ese fragmento de la vida del self en que la letargia impera. El que funciona cuando atendemos una conferencia, oímos música ensoñados o cuando estamos en medio de un ri-tual..."
Para S. Wolin, citado por Roiz (1999), el Self es un concepto que apertura nuestra sensibilidad tanto a la naturaleza histórica del individuo en el escenario corpóreo de la vida, como a la naturaleza mito histórica del mismo. De esta forma se respetaría tanto la vida externa como la del foro interno. Bajo esta consideración, el presente deja de ser un instante fugaz y el ciudadano queda entendido de una manera menos lineal. No obstante, quedan dudas... Quedan muchas dudas, porque como dice R. Lanz (1999), el debate teórico sobre la democracia es casi improductivo, prácticamente prescindible. Se resume, en el plano académico, en discutir los análisis electorales y los de opinión. "El problema dramático es que no sabemos cómo repensar la política ... si quieres vivir en democracia échate a dormir" (p.13). Se habla del fin de la política, de la muerte de la política. De lo que se trata es del derrumbe de la política moderna, y con ella de la democracia moderna. Yo creo que la invitación es que apelemos a otras formas de pensar (o sentir) la política. ¿Será entrando en la letargia como dice Roiz? ¿Será que para darle un giro a esa democracia liberal moderna hay que inventar un pueblo que falta, tal como propone Larrosa? Jorge Larrosa (2000), un español con pinta de poeta, nos enfrenta con la cruda realidad de asistir a la desaparición del concepto pueblo de todo horizonte y fundamento político. Esa des-aparición del pueblo es el resultado de una democracia que Larrosa llama burlonamente: "razonable, adulta y madura". Es una crítica a la democracia liberal-capitalista, que se ha liberado del "mito del pueblo". Es una democracia sin Demos. A juicio de Larrosa esta situación es consecuencia de reducir lo político al enfrentamiento de los partidos por el poder, a la gestión y negociación de los intereses, a la "fabricación" de consensos, a la legitimación de las élites y al cálculo económico y electoral, entre otros factores. Coincide esta apreciación con nuestra argumentación sobre la crisis democrática plasmada anteriormente en este artículo. Coincidimos de nuevo con Larrosa cuando expresa que en la democracia moderna el pueblo no posee existencia reconocida en la polis. Lo que existe es un grupo de individuos que persiguen sus propios intereses, unas turbas vociferantes que a veces osan romper la "normalidad" y el "orden", y por último una masa silenciosa de excluidos, definidos sólo por su vida desnuda necesitada... A1gúnas de las ideas expuestas en este texto podrían llegar a parecer desesperanzadoras o que fomentaran la inactividad, ya que hay muchas cosas de la vida democrática que están mal. Pero nosotros no lo vemos así, y en este tiempo tan complejo que nos toca vivir, nos sentimos con la ilusión de intentar siquiera producir una visión, nuestra visión de la democracia. Para ello, debemos reafirmar que la democracia es un proceso sin término, que cada avance da lugar a nuevos problemas, a nuevas restricciones y posibilidades. Que en cada fase, la cultura política tiene fundamental importancia, como su raíz y alimento, como su base y columna vertebral, favorable al proceso y al sistema democrático. La cultura política le permite a la democracia autogenerarse y autoreproducirse, extenderse y defenderse. Siendo así, la cultura política de la democracia supone y requiere actores sociales, prácticas políticas, soluciones institucionales de naturaleza democrática, la tolerancia de las diferencias y las divergencias; supone la aceptación de la legitimidad de los conflictos y la necesidad de procedimientos legales para dirimirlos; obligar a buscar instrumentos y mecanismos de diálogo, negociación y concertación. Al igual que Gramajo y Biset (2000), reiteramos nuestro convencimiento acerca de la importancia del perfeccionamiento de la democracia y la necesidad de fortalecer los mecanismos de participación ciudadana para que los partidos y las instituciones políticas recobren la credibilidad y el espacio perdido; para que reencuentren su papel de articulador de intereses y
aspiraciones de la sociedad; para que cumplan su misión fundamental guiada por postulados ideológicos y éticos, y no por consideraciones pragmáticas casuísticas. Reivindicamos lo político. Como acotación final, por ahora, podemos decir que sabemos que en la democracia se hurtan los bienes públicos, se controla la información, se discrimina en nombre de algún tipo de identidad requerida, se priva de bienes a la población; pero también podemos afirmar que la democracia es el único régimen que nos permite dentro del propio sistema hacer la crítica sobre el mismo. Por eso, apostamos a su vigencia como la mejor forma de vida política actual. La ilusión: agenciar para lograr su reconfiguración, evitando la pequeñez democrática. Quizá en la idea de Larrosa, inventando un pueblo que falta, entendido este pueblo como "una palabra vacía que se llena de una forma cada vez singular y contingente con una voluntad de vivir en común resistiendo al presente, es decir, con ese movimiento imprevisible que no nace de nada sino de la fabulación colectiva e imposible de la libertad..." THE VALIDITY OF DEMOCRACY AS A FORM OF POLITICAL LIFE By Dalia Correa Guía SUMMARY It examines the validity of democracy as a form of political life, considering it, theoretically, as the politic ideal to be achieved by any society. This ideal is contrasted with those democratic practices which have resulted in deep inequalities and in a growing disappointment concerning western democracy. KEY WORDS: democracy, common good, freedom, equality, citizen. LA PERTINENCE DE LA DÉMOCRATIE COMME UNE FORME DE VIE POLITIQUE Par Dalia Correa Guía RÉSUMÉ L'article est une analyse de la pertinence de la démocratie en tant que forme de vie politique. L'auteur part du jugement théorique qui considére la démocratie comme 1'idéal politique á atteindre par toute société. Cet idéal s'oppose aux conduites démocratiques qui ont entramé des inégalités sociales profondes ainsi qu'une déception accrue quant au sens de la démocratie occidentale. MOTS CLÉ: démocratie, bien commun, participation, liberté, égalité.
BIBLIOGRAFIA
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