LAS MUJERES COMO SUJETOS DE CONOCIMIENTO EN EPICURO. Ángela Sierra González

LAS MUJERES COMO SUJETOS DE CONOCIMIENTO EN EPICURO Ángela Sierra González [email protected] RESUMEN La práctica de la filosofía epicúrea estuvo, desde

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LAS MUJERES COMO SUJETOS DE CONOCIMIENTO EN EPICURO Ángela Sierra González [email protected]

RESUMEN La práctica de la filosofía epicúrea estuvo, desde sus inicios, abierta a las mujeres, incluso a los esclavos. En este trabajo se pretende demostrar que no fue el igualitarismo sino el rechazo de lo público, la causa de la admisión de mujeres y esclavos en la filosofía epicúrea.

ABSTRACT «Women as subjects of knowledge in Epicurus». From the very beginning, Epicureism was a philosophy open to women and slaves. In this paper, we try to show that the reason for that was not its egalitarism but its rejection of the public.

Diógenes Laercio nos da noticias de que el grupo de discípulos de Epicuro estaba abierto a mujeres. Algunas de ellas eran esposas legítimas como es el caso de Temista, mujer de Leonteo de Lámpsaco y otras eran cortesanas como Leoncio, Mammarion, Hedea, Eroción, Nicidión y Demelata. El historiador muestra su extrañeza ante esta cantidad de heteras y no deja de señalar que su presencia en la escuela había dado lugar a rumores enojosos e incide en el hecho de que esas jóvenes hallaban en el Jardín un medio en que se las trataba de igual a igual, como el esclavo Mus, que había —dice— filosofado con el propio Epicuro. Asimismo, nos cuenta que impresionado por las cualidades físicas e intelectuales de una de sus díscipulas, que, además, era hetera, Epicuro le confió la presidencia temporaria de la comunidad que correspondía rotativamente a uno y otro de los discípulos: tal fue el caso de Leoncio1. Hasta aquí la anécdota, que podría no ser significativa, pero, también, podría serlo. Ciertamente, se hallan en algunas cartas de Epicuro muestras de afecto y respeto por sus discípulas, pero eso no constituye un argumento a favor de la consideración del epicureísmo como una filosofía igualitaria en relación al papel que debían jugar las mujeres. A Leoncio, una hetera como se ha dicho, le dice: «Querida y pequeña Leoncio, de que resonante alegría me he sentido henchido al leer tu

REVISTA L AGUNA, 10; enero 2002, pp. 121-131

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1. LAS DISCÍPULAS DE EPICURO

carta»2. Y las mismas muestras de afecto se encuentran en una carta dirigida a Temista a la que urge para que venga a visitarlo o de lo contrario, sin esperar más, él irá a verla. Sin embargo, si las demostraciones de afecto no constituyen una prueba, aunque para el propio Diógenes Laercio era sorpredente la intimidad afectiva del filósofo y sus discípulas, si llama la atención, desde el presente, el nivel de complicidad intelectual, que se observa, existía entre Epicuro y éstas.

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2. LA MUJER, COMO SUJETO DE CONOCIMIENTO Llama la atención, porque para un griego común, que tuviera la condición de ciudadano y fuese, medianamente, instruido, era impensable tener complicidad intelectual alguna con una mujer. La razón era bien sencilla . La mujer no recibía más instrucción que la que pudiera dispensarle su madre y las demás mujeres de la casa, las cuales a su vez, en la mayoría de los casos, eran analfabetas. Eurípides, que imagina siempre a las protagonistas de sus tragedias a la imagen y semejanza de las atenienses de su tiempo, nos muestra a la princesa Ifigenia en Táuride, incapaz de redactar por sí sola una carta. Asi, pues, el intercambio intelectual de Epicuro y sus discípulas tenía que engendrar asombro, cuando no directamente ser motivo de escándalo, habida cuenta que la mujer, en tanto sujeto de conocimiento, aparece siempre al margen del ejercicio filosófico, médico o literario, salvo excepciones que confirman la regla de la exclusividad masculina en el dominio intelectual. Si a ello se une el hecho de que los filosófos, tradicionalmente, habían tomado distancia respecto del mundo femenino al que miraban con ironía se comprende mejor la extrañeza de Diógenes Laercio y de algún otro como, sucede con Cicerón. La distancia de los filósofos respecto del mundo femenino y lo que él representaba se manifestaba, casi siempre, en términos de superioridad autocomplacida . El mismo Diógenes Laercio que nos da noticia de las discípulas de Epicuro nos relata, como Tales evita cuidadosamente tomar mujer, porque para un sabio, siempre es demasiado pronto o demasiado tarde tomar esa decisión. Y sus «bioi», las vidas de los filósofos, cuidodasamente reconstruidas, abundan en detalles fácticos sobre la forma de comportarse o el estilo de vida de los filósofos, incluso sobre sus manías, que no pasan idnavertidas al escrutinio al que somete su trayectoria, pero la relación de éstos con las mujeres no reviste pertinencia alguna, así que no habla de ello. De modo que, cuando nos habla de las discípulas de Epicuro y de su relación con ellas debemos de inferir, que en su caso, si era pertinente para entender su escuela o de otro modo no le habría dedicado la atención que le presta. Pero esto que he dicho debemos de entenderlo como un indicio de que la filosofía epicúrea podría ser igualitarista, pero no como una prueba de que lo fuese.

1 Diógenes Laercio: Vidas de Filósofos, Editorial Iberia, Barcelona, 1962, vol. II, p. 187 y siguientes, traducción del griego de José Ortiz Sainz. 2 Epicuro: Obras, Tecnos, Madrid, 1991, p. 92. Traducción y notas de Montserrat Jufresa.

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Por otro lado, hay, fuera de los indicios a tener en cuenta a la hora de valorar la relación de la filosofía epicúrea con las mujeres, muchas dificultades para establecer, con los textos de Epicuro en la mano, una posición definida respecto de éstas. Epicuro, como ha señalado E. Lledó es apenas un nombre en la historia3. Un nombre y una docena de páginas originales, rescatadas por Diógenes Laercio en el Libro X de su Vida de los filósofos, algunos fragmentos circuntanciales extraídos de Plutarco4, del historiador Ateneo y de unos papiro carbonizados encontrados en Herculano. Y poco más. Hacerse una idea sobre la posición de Epicuro respecto de las mujeres, puesto que en los textos conservados no hay nada expreso sobre ello, tendrá que ser siempre en base a inferencias, que están sujetas a objeciones como en cualquier interpretación. 3. ¿CUÁL ES EL SENTIDO DE LA PARTICIPACIÓN DE LAS MUJERES?

4. LAS MUJERES, DISCÍPULAS EXCEPCIONALES Para empezar a situarnos habría que decir que tener a mujeres, en calidad de discípulas, no era en sí mismo un hecho excepcional. Los pitagóricos había permitido el acceso de las mujeres a sus enseñanzas y Platón admitió también entre sus discípulos a algunas mujeres —extranjeras todas ellas, que ostentaban condiciones especiales— en la Academia. Y nos presenta, incluso, en el Banquete a la sacerdotisa Mantineo, bajo el nombre de Diotima, como una gran iniciada que enseña al propio Sócrates. Y, Sócrates mismo, aparece en los Recuerdo de Jenofonte dialogando con cortesanas, aconsejándolas como sacar mejor provecho de su oficio y como prevenirse para los tiempos en que su belleza viniera a menos y, visitándolas en sus casas, sin prejuicios. Pero, a pesar de estas excepciones y del hecho que Sócrates hiciera referencia a la igualdad entre hombres y mujeres, la enseñanza de la Academia y el Liceo sólo habían comprendido a hombres y los mismos fines que perse-

3 Lledó, Emilio: El epicureísmo. Una sabiduría del cuerpo, del gozo y de la amistad, Montesinos, Barcelona, 1983, p. 5. 4 Contra Colotes, 1117, a.

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Pero aclarada esta cuestión quedan abiertas otras relacionadas con aquella ¿Cómo debemos de tomar esas noticias proporcionadas por Diógenes Laercio? Debemos de tomarlas como expresión de un compromiso de Epicuro con la igualdad de las mujeres, al menos, como sujeto de conocimiento o, por el contrario, debemos de tomarla como muestra de que, en su tiempo, se había operado un cambio de actitudes y valores que hacía posible la práctica de la filosofía por las mujeres, o bien, se trataba de una nueva filosofía que rompía con la exclusión de las mujeres, porque ésta exclusión en la época de Epicuro había dejado de tener sentido?

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guía, formar para la política, excluía a las mujeres que no tenían derechos políticos reconocidos. La mujer no aparece, en ningún momento, en esos textos, como sujeto de conocimiento y suele ser frecuente que los diálogos en los que ellas, fugazmente, aparecen tengan que ver con los sentimientos, en particular, con los amorosos, como sucede en el Banquete, o con hechos de la vida cotidiana, como ocurre con los Recuerdos de Sócrates de Jenofonte. El hecho de ser mujer contradecía la posibilidad de que fuera un sujeto cognoscente. Así, vemos que Diógenes de Sinope, a un muchacho afeminado que le había planteado una cuestión, se negó a responderle si antes no se despojaba de su ropa y mostraba si era hombre o mujer5. Por otro lado en la detalles anedócticos que hemos referido al principio, Diógenes Laercio subraya la abundancia de «hetairas» (las amigas) entre el grupo de discípulos de Epicuro, pero, a la hora de juzgar la relevancia de esa observación para hacer una interpretación igualitarista de esta circunstancia, hay que tener en cuenta que la hetairas recibían entonces una educación intelectual, una verdadera cultura en una época en que las hijas de los ciudadanos estaban aún privadas de ello. «Se ocupaban en instruirse y aprendían las ciencias», como esa Glikera que, segùn se nos recuerda, cuando el filósofo Estilpón le reprochó corromper a la juventud respondió: «Caes en la misma acusación que yo, pues, se dice que corrompes a tus discípulos enseñándoles inútiles sofismas de la erística, al igual que yo enseñándoles la erótica». Pero, si bien, la mujer no alcanza, en general, la dignidad de sujeto de conocimiento, sin embargo, su posición cambia, cuando el saber se concibe en términos de receptividad y de búsqueda espiritual, mas que de manifestación de la voluntad de adquirir una compentencia reconocida. Asi, se entiende la participación de las mujeres en las comunidades pitagóricas y la presencia de la sacerdotisa Mantineo en la Academia. El propio Diógenes Laercio nos habla, con admiración de las virtudes espirituales de algunas mujeres, en particular, de la probidad de Damo, hija y discípula de Pitágoras a la que éste hizo depositaria de sus Comentarios, otorgándole más confianza a ella que a otros discípulos, subrayando el historiador este gesto, como particularmente significativo, en la medida en que las mujeres, para él, como para el común de los griegos, eran poco fiables. 5. EL CONTENIDO DE LA DOCTRINA EPICÚREA A la hora de valorar, el papel de las mujeres en el epicureísmo se debe de tomar en cuenta cómo se concibe la doctrina por su propio autor. Su doctrina la concibe Epicuro, como una respuesta a una búsqueda espiritual. Habla de ella como terapia para el alma, no como un instrumento para alcanzar una competencia reco-

5 Los cínicos (antología de referencia sobre los cínicos, nota extraída de Diógenes Laercio), Ed. Alhambra, Madrid, p. 98.

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Festugière, A.: Epicure et ses dieux, 1946. Usener 221, fragmento extraído de Los Filósofos y sus filosofías, dirigido por J.M. Bermudo, E. Vicens Vives, Barcelona, 1983, Volumen I, p. 114. 7

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nocida, de manera que la presencia de mujeres en un medio en el se procuraba dar respuesta a inquietudes espirituales, no necesariamente implicaba una ruptura con la idea tradicional existente sobre la mujer como sujeto congnoscente y permitía su incorporación a la práctica de esa filosofía que pretendía ser curativa. Festugière dice que, la admisión de las mujeres en el grupo de discípulos no es más que un signo exterior que manifestaba la esencia misma de la amistad epicúrea. Lo que caracteriza el fondo de esta amistad es el no constituir sólo un medio, como en la Academia, para establecer vínculos entre quiénes perseguían el conocimiento como un fin más alto, sino que la amistad epicúrea es un fin en sí mismo6. Así, podría inferirse que el Jardín no era un lugar de investigación, como el Liceo, ni una escuela de preparación en la política, como la Academia. Ni la ciencia ni el poder eran sus objetivos. Era, sobre todo, un lugar para vivir entre amigos unidos por la philía, por ello, parece creer Festugière, está abierto a las mujeres. Pero, si se admite esa idea, que puede ser buena, habría que decir a continuación que ya ese hecho era expresivo de un cambio sustancial en la actitud hacia las mujeres, puesto que la amistad epicúrea no es un intermedio para la sabiduría, como en Platón, sino la sabiduría misma, como el propio Festugiére reconoce. No hay que perder de vista que Epicuro cuestiona el saber establecido, que era a su juicio un saber vacío, porque no respondía a las necesidades de la vida, «vana es la palabra del filósofo —decía— que no remedia ningún sufrimiento...»7. El pretendía responder a esas necesidades, mediante cuatro principios fundamentales: a) no hay ningún motivo para temer a los diose, porque no pueden llegar a nosotros, b) no hay tampoco motivo para temer a la muerte, porque no es nada para nosotros, mientras vivimos no está presente y cuando está presente nosotros ya no estamos, c) el dolor y el mal son fáciles de evitar. Ningún sufrimiento dura mucho tiempo y cuanto más agudo menos tiempo permanece, d) el placer y el bien son fáciles de conseguir. Donde hay placer no hay sufrimiento ni pesar. La simplicidad de este mensaje chocaba con los complejos discursos teóricos de la Academia y del Liceo quiénes, en cierto sentido, determinaban las orientaciones de la cultura griega, en el momento en que Epicuro funda el Jardín. Pero, si cuestionaba el discurso de académicos y liceístas y el contenido de éstos lo calificaba de vano, no es descabellado pensar que, también, lo hacía con el sujeto de conocimiento de este discurso de hombres dirigido, a su vez, a hombres. El mensaje filosófico de Epicuro es ecuménico parece consistir en un esfuerzo por establecer una nueva forma de diálogo del individuo con su propia conciencia y una nueva forma de inteligencia del sentido de la felicidad. Concebida como una teoría sobre el destino humano en el mundo, los textos de Epicuro nos habla fundamentalmente de aquellos presupuestos imprescindibles para construir, en las circunstancias históricas de la época helenística, una nueva sabiduría sobre la

vida, que sobrepasa los supuestos ideológicos del platonismo o del aristotelismo y que, por consiguiente, obviava las ideas de aquéllos sobre quiénes eran aptos o no para practicar la filosofía.

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6. LA RELACIÓN DEL PENSAMIENTO DE EPICURO CON SU TIEMPO

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¿Respondía esa filosofía a nuevas necesidades históricas que no encontraban eco en el platonismo y en el aristotelismo? ¿Puede pensarse que las ideas epicúreas iban al encuentro de la evolución general de la sensibilidad y las costumbres que tendían a ver en la mujer, no sólo una reproductora o un instrumento de placer, sino un ser igual al hombre, digno de respeto? No es fácil contestar a ese tipo de preguntas. Antístenes, discípulo de Sócrates, había afirmado que era «idénticas la virtud natural del hombre y de la mujer», lo que equivalía a decir que moralmente eran iguales, pero esas ideas estaban encerradas en círculos ilustrados muy pequeños y, socialmente, poco influyentes. Pero, por otro lado, muchas cosas habían cambiado en materia de costumbres, cuando Epicuro escribe la Epístola a Meneceo, aquella en la que invita a todos, sin excepción, a filosofar, porque para alcanzar la salud del alma —decía—, nunca se es ni demasiado viejo ni demasiado joven. La escribe, ciertamente, en un mundo de profundos y pertubadores cambios en el cual ya no podía hablarse de la unidad y de la homogeneidad de la cultura griega sujeta a tantas influencias que afectaban a sus instituciones, a su religiosidad, e, incluso, a su clase gobernante, a la que Alejandro había incorporado medos y persas, iniciando una política de fusión racial que ponía en entredicho el principio de superioridad de los griegos sobre otras razas, principio que había defendido encarnizadamente Aristóteles y que constituía una de las piedras angulares de su concepción de la ciudad-estado, como ideal político. Aristóteles había dicho que los bárbaros habían nacido para obedecer y ser esclavos y el griego para la libertad. De hecho, la ciudad-estado había dejado de ser un ideal. El meteco Zenón de Citium, fundador de la Stoa, había formulado un nuevo ideal político, la ciudad del mundo, las kosmopolis, cuyos fundamentos consistían en la igualdad de los seres humanos y la unidad del Estado. Y, esa igualdad podía alcanzar no sólo a bárbaros y a griegos, sino, también, a mujeres y hombres. Pero, cuando Epicuro escribe la Carta a Meneceo esas ideas igualitarias no han adquirido carta de naturaleza en el mundo griego y hay que señalar que las propugna un meteco, un hombre sin ciudadanía y, por consiguiente, sin derechos políticos. Asi, que, si bien nada tiene que ver el universo político en el que vive Epicuro, el reinado de los diadocos, sobrevenido después de la muerte de Alejandro, que había puesto fin a la ciudad-estado, aquella en la que los ciudadanos encontraban inmediatamente dadas sus señas de identidad y las posibilidades de su realización vital, con el universo político en el que vive Aristóteles, sin embargo, los cambios no habían sido tan profundos como para dar lugar al reconocimiento de la mujer como sujeto de conocimiento, si lo hace Epicuro — y hay razones fundadas para creerlo—, ello se debe al propio contenido de su doctrinas y la coherencia de sus acciones con éstas.

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7. ALGUNOS ASPECTOS DE LA DOCTRINA DE EPICURO Y SU RELACIÓN CON LAS MUJERES En el contenido de la doctrina de Epicuro hay algunas cuestiones singulares, que pueden explicar sin violentarlas, el por qué de la presencia de las mujeres en el Jardín, el respeto y la afectividad de Epicuro para con ellas y la complicidad intelectual que sostenía con algunas. Cuestiones tales, a) como la tendencia a la horizontalidad, en la comunidades epicúreas, donde se disociaciba la idea de poder del ejercicio de la jerarquía, que era, además, rotativa, c) el rechazo a la explicación de la naturaleza, mediante el recurso a la polaridad, d) el empleo de un discurso sintentizador, ajeno a la prescripción, e) la recusación de la emulación, comforma de relación humana, así como, f ) de la política, como ámbito de realización, y, por último, g) la impugnación de la cultura de su tiempo. EL DISCURSO

Lo primero que hay que decir sobre estas cuestiones es que no plantean, para su inmediata inteligencia, grandes problemas de interpretación. Epicuro fue muy explícito en estos aspectos, en alguno de ellos, por ejemplo, en la impugnación de la cultura y de la política, incluso fue reiterativo. Así que no cabe ningún equívoco. Pero, veamos, algunas de esas cuestiones, las que me parecen más representativas, como expresión de un cambio producido hacia las mujeres, por separado, empezando por una de las últimas cuestiones, del discurso de Epicuro. La sencillez de sus sus exhortaciones morales constituye ya una manifiesta diferencia respecto de Platón y de Aristóteles. Precisamente esa sencillez se debe, en parte, a haberse producido un cambio de perspectiva. Por ello, Epicuro escribe cartas dirigidas a amigos concretos, a personajes reales a los que intenta ayudar en la edificación de su propia intimidad. «Sobre todo —decía—, retírate dentro de tí mismo cuando te veas obligado a estar entre la muchedumbre»8. El compendio de nociones filosóficas que Epicuro resume en sus cartas constituye los principiuos que han de tenerse presentes, para que nuestra vida consiga una adecuada relación entre la teoría y la praxis, entre lo que pensamos que es la naturaleza que nos rodea y las relaciones de nuestra propia naturaleza con ella. El equlibrio de la vida humana es el mayor bien, que pretende. Todo aquello que colabora a distorsionar ese equilibrio distorsiona, a su juicio, no sólo nuestro mundo interior, sino, también, nuestro conocimiento de las cosas y nuestra relación con la naturaleza. Y para cumplir esos propósitos hace un uso particular de un género expresivo, las «máximas».

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Séneca, Cartas, 25, 6.

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A)

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Habitualmente las utiliza para sus sencillas exhortaciones. Con ellas intenta orientar no prescribir . Como género expresivo, las las «máximas» imponen unas condiciones. Una de ellas consiste en que no se dialoga ya con un posible interlocutor. No se le pregunta sobre lo que sabe o lo que cree, ni se pretende discutir con él sobre nada, sino que con ellas se pretende responder a las dudas y temores de un interlocutor abstracto que parece reclamar ayuda para atender a necesidades personales y despejar temores íntimos. Las «máximas» no prescriben conductas, sirven para guiar al individuo en la intimidad de su conciencia. Epicuro, las mira como un recurso para la vida, y dirá de ellas: «Los principios que siempre te he ido repitiendo, practícalos y medítalos aceptándolos como máximas necesarias para llevar una vida feliz»9. Pero, además, las máximas hablan a un individuo solitario, separado de la colectividad. O, al menos, del ámbito político. Ese individuo, desarraigado de los complejos ideales de una polis apenas ya existente, necesitado de un nuevo espacio convivencial en el cual definirse. Desorientado, en una ciudad-estado que ha perdido su capacidad de conexión entre los individuos, que, como fórmula de vida comunitaria está agotada, porque no da sentido político al quehacer de los ciudadanos. En ese contexto, la aceptación y el cumplimiento de la «máxima» supone identificarse con un universo ideal, como una nueva comunidad de sujetos cómodos en los límites de su propia y exclusiva individualidad, y relacionados entre sí por vínculos afectivos. Practicantes de una nueva filía. Estos vínculos reclaman la identificación con el maestro y la concordia entre iguales. El uso de las «máximas», como vehículo expresivo no era privativo de Epicuro. En la tradición griega hay múltiples ejemplos de ello. Mediante máximas se sintetizaba una cierta experiencia popular, una sabiduría cotidiana, asequible por cierto a las mujeres. Pero, la prosa de los aforismos de Epicuro tiene distinto origen. Epicuro representa, al menos en los escritos que nos transmite Diógenes Laercio, una peculiar idea de comunicación intelectual. Se trata de orientar y para ello es necesario hacerse entender. Los resúmenes de obras más amplias, como son los tres cartas, insisten en el carácter de escritos para ser asimilados y convertidos, a través de la memorización, en guías de conducta, en módulos de comportamiento, que ayuden a conseguir lo que constituye, para él, el principio esencial de todo el saber: la tranquilidad de ánimo y la vida feliz. El fin que se propone y la forma de expresión utilizada no excluye a las mujeres. Ser feliz no les estaba prohibido y entender máximas sencillas, como las que, a veces, se hallaban escritas en los templos para la edificación de hombres y mujeres tampoco, así que la forma de comunicar el pensamiento ya era un instrumento de apertura hacia las mujeres, se lo propusiera a o no Epicuro. Pero, ese estilo de comunicación filosófica tenía otras implicaciones, con él. Epicuro rechazaba la duda socrática como instrumento de reflexión. Por el contrario, Epicuro, preocupado por ofrecer al individuo un camino seguro hacia la felicidad, rechazaba la dialéctica y, para sustraerse a la duda que pertubaría la serenidad

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Epicuro: Obras, Ed. Tecnos, Madrid, 1991, p. 58. Traducción y notas Montserrat Jufresa.

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indispensable para alcanzar la sabiduría, establece un sistema dogmático aunque racionalista. La fidelidad a unos principio mantuvo de modo casi inamovible durante siglos, al epicureísmo EL RECHAZO DE LA COMPETICIÓN

Por lo que respecta al rechazo del concepto agonístico, de la idea de competición, que repugna a Epicuro, habría que señalar que el espíritu agonístico es un espíritu de lucha, de emulación característico de la cultura griega. El agonismo es la expresión del deseo de ser el mejor, de ser el primero . Es aristocrático por naturaleza y origen, pero se difundió por todas partes. Toda la civilización griega es una civilización del agon. Pero el agon no es solamente el concurso o la justa ritual, que, con ocasión de una fiesta religiosa, opone a diversos elementos de un mismo grupo. Es también el proceso que enfrenta al acusador y al acusado, como señala Claude Vial10, la lucha verbal que opone a dos personajes principales de una tragedia, el debate en que se enfrentan ante la asamblea dos individuos y dos políticas,las luchas de prestigio entre las ciudades, sus disputas por la hegemonía, el combate en que el ejército de hoplitas trata no de destruir al otro, sino de arrojarle fuera del campo de batalla. Pero Epicuro se posiciona en contra del agon y dirá: «Aquel que conoce los límites de la vida sabe que es fácil eliminar el dolor que produce la falta de algo, y obtener lo que hace perfecta la vida entera. Así que no necesita de nada que comporte luchar»11. Esa renuncia a la competición, a la lucha aproxima Epicuro a las mujeres que estaban excluidas de la competencia, de cualquier competencia, por supuesto de la deportiva, salvo en Esparta, pero, también, de las demás, porque para competir, se precisaba salir del ámbito privado y someterse al juicio público de los árbitros y eso era imposible para ellas, así que que este aspecto nuclear del pensamiento de Epicuro le aproxima a las mujeres. C)

EL RECHAZO A LA CULTURA

Por otro lado está el rechazo expreso a la cultura, otra de las razones que allana el camino de las mujeres para la práctica de la filosofía, habida cuenta que éstas estaban excluidas del acceso a la cultura. Es díficil determinar que entendía Epicuro por «cultura». Si los comportamientos aprendidos que influían en la conducta colectiva e individual o la simple acumulación de saber teórico impersonal, contra la que se mostró siempre crítico. Pero, en todo caso, es obvio que la oponía a la naturaleza para significar con ello lo

10

Claude Vial: Léxico de la Antigüedad, Ed. Taurus, Madrid, 1983, p. 14. Epicuro: Obras, (Máximas Capitales, XXI), Ed. Tecnos, Madrid, 1991, p. 71. Traducción y notas de Montserrat Jufresa. 11

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negativo. Para él lo que existía por naturaleza se contraponia a lo que existía por otras causas, como la tecné y ésta tendía a convencionalizar y crear falsas necesidades. La conducta «natural», que definía, simplemente, como «no artificiosa», es decir, como lo contrario al comportamiento resultante de la tecné debía ser la conducta propia del sabio. De hecho, la moral epicúrea, como, asimismo, la estoica, al postular un conocimiento y un reconocimiento de las pasiones han sido denominadas, como «naturalistas». Y, en el caso de Epicuro, esa denominación es más que merecida porque siempre consideró el primer principio de su ética el actuar conforme a la naturaleza. Era manifiesta su desconfianza ante todo aquello que no tuviera su principio de movimiento y comportamiento en la physis, que, igual que los atomistas, consideraba, como un todo, del cual nada podía ser excluido y que no se regía por polaridades. Esa desconfianza de Epicuro respecto de la cultura se expresa, en un conjunto dispersos de advertencias respecto de ésta, una de ellas, la más categórica, se dirige a Pitocles a quien dice: «Huye, oh bienaventurado, como las velas al viento, de toda cultura»12 y es, también, muy significativo, como expresión de ese rechazo, el saludo a su amigo Apeles. «Te doy la enhorabuena, Apeles, porque limpio de toda cultura, te has apoyado en la filosofía»13. Aquí podría entenderse que asimilaba el concepto de cultura al de prejuicio. Su aprehensión le ganó una fama de enemigo de la ciencia de la que Cicerón se hace eco, como, también, se hace eco de la idea de que Epicuro era un ignorante, que él se apresura a refutar. En todo caso, sea la cultura prejuicio o convención para Epicuro era causa de grandes males, como el desasosiego, la dependencia, la angustia, todas ellas engendradoras de infelicidad, pero, también, de error, por ello insistía en acudir a la naturaleza, como fuente de conocimiento. Así, decía: «El estudio de la naturaleza no forma hombres de palabras enfáticas, ni voz artificiosa, ni poseedores de la cultura que desea alcanzar la mayoría....»14. Al contrario, parecía ese estudio proporcionar el verdadero conocimiento, puesto que la naturaleza, indicaba lo que era útil a todos. ¿Qué relación tiene el «naturalismo» de Epicuro con el hecho de abrir a las mujeres las puertas de su escuela? Una muy inmediata, a saber, entre los griegos la mujer siempre había representado la naturaleza, la physis, tenía un modo de ser que le era propio, que escapaba a las convenciones culturales, en la medida, que su proceder, supuestamente, arraigaba en la naturaleza misma. Se discutió si era posible considerarla como un sujeto moral. Discusión en la que terció Antístenes, diciendo que haría falta la misma virtud a hombres y mujeres. De manera que la idea de Epicuro sobre «ser por naturaleza» estaba cerca de la noción de «tener algo propio de sí y por sí» y esa noción, a su vez, se acercaba a como entendían, en general, los griegos la naturaleza de

12 Epicuro: Obras (Diógenes Laercio, X, 6), Ed. Tecnos, Madrid, 1991, p. 96. Traducción y notas a cargo de Montserrat Jufresa. 13 Epicuro Obras, (Ateneo, XIII, 588 a), Ed. Tecnos, Madrid, 1991, p. 89. Traducción y notas a cargo de Montserrat Jufresa. 14 Epicuro: Obras, (Exhortaciones, Gnomologio Vaticana, 44), Ed. Tecnos, Madrid, 1991, p. 81. Traducción y notas a cargo de Montserrat Jufresa.

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las mujeres. Pero, si ésta escapaba de las convenciones culturales y su proceder tenía un arraigo más profundo que lo culturalmente dado, eso quería decir que escapaba, a su vez, del error del prejuicio y era un sujeto abierto al nuevo conocimiento que Epicuro propugnaba y por tanto un sujeto cognoscente apto. Por otro lado, Epicuro marca un cambio decisivo en la «utilización del saber» que no era ajena a la aceptación de las mujeres, como sujetos de conocimiento. La filosofía de Epicuro aparece radicalmente enfrentada a una buena parte del pensamiento anterior, como ya se sabe. Un saber que no contaba para Epicuro mientras no contribuyera al vivir feliz. De hecho, conocimientos caros a la Academia no constituía para Epicuro, verdadera sabiduría, sino una preparación para alcanzarla.

En otro orden de cuestiones, pero relacionado con lo estamos tratando se halla el rechazo de Epicuro de la vida política y su reclusión voluntaria en el ámbito de la privacidad, único ámbito de actuación permitido, por entonces, a las mujeres, privadas de derechos políticos. Cierto que, en el momento en que Epicuro vive, la educación filosófica no apunta ya a la formación de hombres públicos, como en la época de Platón y Aristóteles, y, que, por tanto, la filosofía se abre, como práctica de pensamiento, hacia otros espacios, en particular, aquellos que conciernen a la intimidad de la conciencia, pero, hay, en su rechazo elección, no aceptación, sin más de unas circunstancias dadas, y como muestra de ello se puede recordar lo que decía de sí mismo «Nunca he pretendido agradar a las masas, pues, lo que a ellas les gusta yo no lo conozco, y lo que yo sé esta muy lejos de su sensibilidad»15. Su rechazo al poder como fuente de desasosiego, de angustia y de turbación, le lleva a realizar un camino inverso al seguido por Zenon de Citium, que espera que la política sirva para mejorar la condición humana, mediante la ordenación del Estado, según el Logos o razón universal. Epicuro no cree en ello. Cree en el individuo autónomo y responsable de sí mismo y en que éste no tiene otra alternativa para alcanzar la tranquilidad de ánimo qur recluise en comunidades de amigos, pero esa actitud de huída de lo político y de lo público engendraba las condiciones favorables para que las mujeres pudieran practicar al menos una filosofía, la filosofía epicúrea.

15 Epicuro: Obras, (Gnomologio Cod. Parisino, 1168, f 115 r.), Ed. Tecnos, madrid, 1991, p. 99. Traducción y notas a cargo de Montserrat Jufresa.

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LAS MUJERES COMO SUJETOS DE CONOCIMIENTO EN EPICURO 131

D) EL RECHAZO DE LA POLÍTICA

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