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Las mujeres en la perspectiva mundial
La mujer como jefe de familia en el Caribe: estructura familiar y condición social de la mujer Joycelin Massiah directora adjunta del Instituto de Investigación Económica y Social, Universidad de las Indias Occidentales, Bridgetown, Barbados
Unesco
Publicado en 1984 por la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura 7 place de Fontenoy, 75700 Paris Impreso por Imprimerie des Presses Universitaires de France, Vendôme, France ISBN 92-3-302047-9 © Unesco 1984
Prefacio
Esta monografía presenta los resultados del estudio de un país, realizado dentro del programa de la División de Población sobre "Estudio de los efectos de la evolución demográfica y el desarrollo sobre la condición de la mujer". Esta investigación está constituida por el análisis del desarrollo social y económico sobre la condición de la mujer, y su objetivo principal es identificar las relaciones entre el desarrollo socioeconómico y las tendencias demográficas y analizar su impacto sobre el papel de la mujer en su familia, su participación en la fuerza del trabajo y las pautas de migración y fertilidad. Es evidente que existen enormes diferencias tanto a nivel nacional como regional en lo que respecta a la posición de la mujer en la familia y a su condición social y económica. El propósito de este tipo de estudios es precisamente aclarar la naturaleza exacta de estas diferencias y sus consecuencias para las mujeres y para el desarrollo de los países involucrados. Realizado por Joycelin Massiah, este estudio revela la existencia en el Caribe de un número relativamente alto de hogares dirigidos por mujeres (no menos de un tercio del total de familias de la región). La autora ofrece valiosos informes acerca de la composición de tales familias, de las razones de su existencia, de sus problemas y de las múltiples estrategias de supervivencia empleadas por las mujeres en esta situación. Los datos muestran una concentración de mujeres jefas del hogar relegadas a empleos subalternos y mal remunerados que no ofrecen ninguna perspectiva de progreso. El estudio confirma que las mujeres que dirigen sus hogares están en desventaja con respecto a los hombres en posición similar. Sin embargo, las medidas que se adoptaran con el fin de mejorar la situación necesitarían aumentar las oportunidades económicas de hombres y mujeres, ya que ambos tienen serias dificultades para ganarse la vida y mantener un hogar. Para los planificadores del desarrollo, este estudio será de inapreciable valor, ya que muestra con claridad que a quienes deciden la política a seguir no les queda sino elegir entre la rehabilitación y la asistencia: la asistencia
impone una pesada carga a los escasos recursos disponibles para contribuir al bienestar social de la región y perpetúa quizás una situación insatisfactoria, mientras que la rehabilitación supone el desarrollo de programas dirigidos de modo específico hacia las mujeres que implican la creación de servicios de guardería para los niños, la formación de las mujeres en áreas de ocupación no tradicionales, el aumento de las oportunidades de trabajo a tiempo parcial y la creación de programas de actividades remuneradas que permitan a las mujeres trabajar en sus casas. Así las mujeres que dirigen un hogar no tendrían necesidad de recurrir a la asistencia pública y se podría incluso frenar el aumento de la incidencia de este fenómeno. Las opiniones expresadas son las del autor y no reflejan necesariamente los puntos de vista de la Unesco.
índice
I.
Introducción 9 Antecedentes históricos 9 Un problema de definición 13
II. Perfil demográfico de los hogares dirigidos por mujeres 17 Educación 19 Empleo 20 Actividad 22 III. Estrategias de supervivencia 31 IV. Los más pobres entre los pobres 41 Prestaciones de la seguridad social 42 Desgravación impositiva 43 Créditos sobre impuestos 44 Otras prestaciones 44 Asistencia pública 44 Perfiles 47 V.
Conclusión 53
Anexo 59 Referencias 63
I.
Introducción
Antecedentes históricos Los resultados de encuestas y censos recientes sobre la posición de las mujeres en distintas sociedades señalan el aumento de los hogares a cargo de mujeres especialmente en los países en desarrollo [37]1. Este aumento parece estar estrechamente relacionado con procesos de modernización asociados a ciertas estrategias de desarrollo económico. Un informe reciente ilustra de manera elocuente los efectos negativos de tales estrategias en las mujeres en general y en particular en aquellas que dirigen sus hogares [9], Este informe, basado en datos globales obtenidos en censos, contiene un capítulo significativo sobre los países del Caribe que pertenecen al Commonwealth en el que se utiliza material del censo de población de 1970 y se realiza una revisión general de la literatura antropológica dedicada a la familia en el Caribe. De acuerdo con el informe, los datos sobre el Caribe proporcionan pruebas "concluyentes con respecto a la posición desventajosa de las mujeres jefas de familia cuando se la compara con la población femenina en general y con los hombres jefes de familia en particular" [9, p. ii]. Sin la intención de iniciar una larga discusión sobre los orígenes de este fenómeno, es importante notar que ésa es una característica de la vida de las familias de las Indias Occidentales desde los primeros días de su historia. Bajo el régimen esclavista, las condiciones más elementales que exige una pareja legalmente casada para mantener y compartir un hogar común eran inaccesibles para los esclavos. El matrimonio cristiano era incompatible con el régimen esclavista, ya que cada miembro de la pareja podía ser trasladado o vendido en cualquier momento. El hijo de una esclava heredaba la misma condición legal de su madre, volviéndose así, automáticamente, propiedad del dueño de ella. Los esfuerzos para estimular la procreación tomaron con frecuencia 1. Los números entre corchetes remiten a la lista de obras de referencia al final del volumen.
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la forma de dispensas especiales para la madre y para los capataces o los administradores de la plantación, pero nunca para los padres. Se legitimaba así la función central de la madre, noción firmemente arraigada en el sistema parental de las tribus del África occidental transportadas al nuevo mundo. Datos recientes sugieren que tales prácticas no contribuyeron necesariamente a introducir y perpetuar la noción de marginalidad masculina. Fundándose en datos de Jamaica, Trinidad y Tabago y Barbados, Higman demostró que las esclavas jóvenes tendían a vivir en concubinato infecundo o en un grupo familiar amplio. Durante el periodo de fecundidad la mayoría de las esclavas vivían con su pareja y sus hijos. Cuando los hijos fundaban hogares independientes las mujeres continuaban viviendo con su compañero 0, si él moría, con sus hijos en el seno de un grupo familiar amplio [22]. Los datos de que se dispone sobre los índices de mortalidad de los esclavos sugieren que la esperanza de vida era de sólo veintitrés años hacia el final del régimen esclavista [41], por lo que el caso de hogares con abuelas establecidos por las mujeres sobrevivientes debía ser muy raro. Los datos de Higman indican que las unidades familiares formadas por una mujer y sus hijos variaban desde un 14% en Jamaica hasta un 29% en Trinidad y Tabago, lo que sugiere que si la existencia de mujeres jefas de familia era un fenómeno firmemente establecido durante la esclavitud, quizás no fue tan vasto como la opinión generalizada querría hacérnoslo creer. 1 El segundo conjunto de factores que quizás contribuyó a la existencia de jefas de familia en la región está relacionado con la migración. Se ha mencionado ya la importancia de la migración respecto de otras sociedades, pero se trataba sobre todo de migraciones internas. En el Caribe, aunque la migración rural-urbana es sin duda importante, el tipo de migración más decisivo desde el punto de vista de este estudio es el de la migración externa. Éste fue un rasgo de las sociedades del Caribe desde los primeros días de su historia y cobró particular importancia alrededor del tercer cuarto del siglo xix. En realidad, a excepción de un corto periodo que va desde los últimos años veinte hasta los primeros de la década del cuarenta, la región del Caribe ha sido a lo largo de los últimos cien años el escenario de un éxodo incesante donde la dirección y el volumen del movimiento variaban según la idea que se hiciera la gente sobre las oportunidades que se les ofrecían. Puede decirse que la ética de la migración se ha convirtido hoy en día en un aspecto que forma parte de la cultura, en el sentido de que la emigración se acepta ahora como una opción válida de vida. Hasta hace muy poco tiempo era un fenómeno esencialmente masculino, con importantes consecuencias para la población femenina. Las sucesivas corrientes migratorias atrajeron cada vez mayor número de hombres, provocando así marcados desequilibrios entre los sexos dentro de las edades productivas y de procreación. En 1. Inversamente, entre 36 y 54% de unidades eran familias simples o concubinatos infecundos, lo que implica que el hogar caracterizado por la ausencia de un hombre no representaba necesariamente la norma.
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Barbados, por ejemplo, la tasa de masculinidad para este grupo de edad pasó, entre 1891 y 1921, periodo marcado por una fuerte emigración predominantemente masculina, de 715 a 526%0- Entre 1921 y 1946, periodo de emigración mínima, el déficit de hombres en la población se redujo en forma considerable y la tasa ascendió a 845°/0o- Nuevamente se produjo un resurgimiento de la emigración durante la década del cincuenta, con la consecuente disminución en la tasa de masculinidad que hacia 1960 descendió a 809°/OoDespués de 1960 la tendencia se invirtió y la relación de masculinidad aumentó a 903°/Oo para el grupo de edad considerado. Esta característica es especialmente interesante ya que la emigración durante este periodo involucró un número considerable de mujeres, atenuando así en una cierta medida el desequilibrio tradicional en favor de las mujeres. La continua ausencia de hombres en esta edad crucial significó que un número considerable de mujeres se vieran obligadas a dirigir sus hogares sin ayuda. Podría afirmarse que fue en este periodo que el fenómeno de las mujeres jefas de familia se arraigó en la región. Sin embargo, esta situación se explica también por otras razones, ligadas sobre todo al hecho de que el mejoramiento de las condiciones socioeconómicas de la mujer la ha vuelto más independiente. Es así que la unión temporaria sin cohabitación ha sido mejor aceptada por la sociedad, que ha dejado de considerarla como un descarrío. Un estudio reciente concluye sobre el tema en estos términos:1 "Si examinamos atentamente las opiniones de las mujeres interrogadas, se comprueba que consideran que esta forma de familia les da un grado de libertad e independencia que estiman ampliamente beneficioso. Aun desde el punto de vista del sostén de los niños y la familia en su conjunto, ellas afirman que la ausencia de un miembro de la pareja no significa un desastre. Tampoco consideran su situación económica como excesivamente difícil: no tienen que gastar una parte de la ayuda financiera que reciben de sus compañeros en mantenerlos también a ellos, como sería el caso si vivieran bajo el mismo techo. Así este dinero sirve sólo a su propio sostén y al de sus niños" [43, p. 249]. En efecto, las mujeres interrogadas en el estudio llevado a cabo en Jamaica insisten en las ventajas manifiestas de este tipo de relación a las que se agrega el hecho de dirigir sus propios hogares: la garantía de su libertad y una cierta independencia, ventajas a las que parecen otorgar mucho valor. La mayoría de los estudios consagrados a las familias negras de bajos ingresos en la región del Caribe señalan que los hogares dirigidos por mujeres son numerosos e insisten sobre todo en la noción de "matrifocalidad". 2 1. En contraste con la definición adoptada por el censo, nosotros caracterizamos este tipo de unión de la siguiente manera: relación sexual regular de una pareja, que vive en casas separadas y cuya unión no está sancionada legalmente. La mayoría de estas mujeres vivían en sus hogares solas con sus niños, es decir como jefas de familia [43]. 2. Véanse especialmente los números 12, 23, 39, 47 y 57 de la bibliografía, donde se aborda específicamente el tema de las mujeres jefas de familia de una manera diferente de la de la matrifocalidad. Para una lista detallada de estudios sobre la familia en las Indias Occidentales, véase la referencia 32.
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No nos proponemos entrar en una controversia sobre el término "matrifocalidad" usado aquí para indicar el carácter central de la función de la madre, desde el triple punto de vista estructural, cultural y afectivo [52]. "Hogares dirigidos por mujeres" se emplea aquí para describir una amplia diversidad de situaciones domésticas tipificadas en su mayoría por la ausencia de un hombre adulto como esposo o compañero de la mujer jefa del hogar, así como la ausencia de una estructura esencialmente constituida por el vínculo conyugal entre los miembros. Tales hogares pueden ser unidades de dos o tres generaciones, análogas a las que Laslett define como "familias simples" o "familias amplias" respectivamente [27, p. 29-30]. La característica distintiva más importante es que la mujer no sólo asume la responsabilidad de los problemas de la familia formada por ella, sus hijos y/o sus nietos, sino también que su posición como jefa del hogar es reconocida y admitida como tal por todos los miembros de la familia. Algunos autores se valen de argumentos demográficos para explicar la elevada frecuencia de este fenómeno en el Caribe: la proporción relativa de tales hogares será tanto más elevada cuanto más baja sea la tasa de masculinidad [39]; otros usan argumentos económicos, según los cuales cuando un gran número de hombres no pueden obtener trabajo suficientemente remunerado como para permitirles mantener sus hogares las mujeres se convierten en jefas de familia [19]. Sin embargo, uno de los primeros trabajos sobre la estructura de la familia de las Indias Occidentales insiste en la importancia de considerar este fenómeno en el contexto del ciclo de vida de las mujeres [47]. Smith atribuye esta situación a la inseguridad económica y a la marginalidad de los grupos de bajos ingresos en el sistema económico general. A pesar de que diversos estudios sobre el tema sugieren que las mujeres jefas del hogar constituyen un rasgo característico de la vida familiar de la población más desfavorecida, aparentemente ningún análisis consideró esta estructura particular desde el punto de vista de la mujer. Este trabajo no trata de las causas que producen este tipo de situación familiar, sino de las características de las mujeres que dirigen sus hogares, de los problemas que deben resolver y de las estrategias que desarrollan para hacer frente a sus circunstancias. Se utilizaron tres fuentes de datos: el censo de población de 1970 para desarrollar un perfil demográfico de las mujeres que dirigen sus hogares en el Caribe; un pequeño estudio piloto sobre el papel de la mujer en el Caribe, que permitió definir los problemas y las estrategias de supervivencia adoptadas por estas mujeres en tres países —Barbados, Jamaica, Trinidad y Tabago 1 — y los registros de la Asistencia Pública de Barbados
1. Este estudio piloto tomó la forma de una prueba preliminar en la que un grupo de veintiocho personas fueron sometidas a un cuestionario sobre temas como el sostén afectivo, los medios de vida, el poder y la autoridad. El centro del trabajo no fue la mujer específicamente como jefe de familia sino el papel de la mujer en general. En el presente estudio se utilizan los datos correspondientes a las diez mujeres que se declararon formalmente jefas de familia.
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para mostrar un ejemplo de respuesta gubernamental frente al desamparo de las más pobres de esas mujeres. En la última sección se discuten los aspectos políticos de este problema.
Un problema de definición Tal vez no sea inútil examinar ante todo las diversas modalidades que pueden adoptar los hogares dirigidos por mujeres. En las sociedades occidentales se las caracteriza habitualmente desde el punto de vista de su estado civil y en consecuencia se las identifica como viudas, divorciadas o separadas. La viudez no se considera aquí como uno de los elementos esenciales del fenómeno. El factor determinante es la inestabilidad conyugal. De acuerdo con Sawhill, en los Estados Unidos de América por ejemplo, el hecho de que las mujeres puedan ser cada vez más independientes desde el punto de vista financiero y el cambio de actitud de la sociedad ante el papel de la mujer han dado como resultado que las mujeres opten simplemente por no casarse o por separarse de sus cónyuges en el caso de matrimonios no satisfactorios [45]. Existen indicios de la aparición inminente de esta tendencia en el Caribe, tendencia ya evidente en Barbados, donde entre 1948 y 1975 el número anual de demandas de divorcio y el de divorcios acordados se triplicaron, mientras el índice anual de matrimonios aumentaba solamente en un 20%. Simultáneamente el porcentaje de divorcios, que era del 1,4% en 1948, pasó a 6,2% en 1960 y a 12,9% hacia 1975. Es interesante observar en dichas cifras que si hasta los años sesenta la mayoría de las demandas de divorcio eran presentadas por los maridos, la tendencia se invierte totalmente a partir de 1970: en 1975 más de dos tercios de las demandas de divorcio fueron presentadas por mujeres [16]. No se puede establecer con claridad el incremento de la inestabilidad conyugal sin datos similares de otras partes de la región. En verdad, los datos censales indican que entre las jefas de familia sólo un 2% puede clasificarse en la categoría de divorciadas o legalmente separadas.1 Una categoría mucho más importante de mujeres que dirigen sus hogares en el Caribe es la de las viudas, con porcentajes que varían entre 34,1% en Guyana y 11,4% en San Vicente. En sociedades en las que la esperanza de vida aumenta en forma continua —siempre en favor de las mujeres— y donde la diferencia entre la edad promedio de los esposos al casarse no es mayor de cinco años, no es sorprendente que el número de viudas sea elevado. En Jamaica, por ejemplo, la esperanza de vida de los hombres aumentó de 35,9 años en 1921 a 62,2 años en 1960, mientras que durante el mismo periodo el de las mujeres pasó de 38,2 a 66,3 años. En 1960, para jamaiquinas de 15 a 49 años la edad promedio al casarse era de 30,9 años, y de 35,2 años para los hombres de 15 a 59 años de edad. Si una mujer de 15 años se casaba con un hombre cinco años mayor, la probabilidad de que él sobreviviese cuando ella 1. Los valores son de 6% en las islas Turcas y Caicos y de 0,5% en Santa Lucía.
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alcanzara los 50 años era de 0,88%, mientras que la probabilidad de que ella le sobreviviese cuando él alcanzara los 50 años era de 0,93%. En resumen, es más probable que las mujeres y no los hombres sobrevivan a sus cónyuges. Además, como en muchas sociedades, a pesar de la ausencia de tabúes culturales respecto de las viudas que se vuelven a casar y pese a la falta de un sostén institucional en su favor, las viudas muestran una marcada tendencia a no volver a contraer matrimonio. Estas mujeres se ven forzadas a mantener hogares independientes para ellas y sus hijos. En el Caribe, la mayoría de las mujeres que dirigen sus hogares no estuvieron nunca casadas legalmente, pero han mantenido previamente una relación hombre-mujer de algún tipo, ya sea una unión temporaria o de concubinato. En algunos hogares dirigidos por mujeres puede haber un residente masculino en relación de marido o compañero, pero incapaz de asumir la dirección del hogar por razones económicas o de salud. En tales casos, la incapacidad de desempeñar su papel económico de modo efectivo deteriora su condición en el seno de la familia y surge de hecho un hogar dirigido por una mujer que ejerce el control de los ingresos y los bienes así como la autoridad sobre sus hijos. Haya o no la presencia de un hombre, no hay que olvidar que en los hogares dirigidos por mujeres no necesariamente hay niños, aunque éste sea el caso más frecuente. El punto es importante en una región en la que la tasa y las curvas de mortalidad se acercan mucho a las que prevalecen en el mundo desarrollado. Las mujeres gozan de una longevidad mayor y un número considerable de ancianas eligen vivir solas —"solitarias", según la terminología de Laslett—, lo cual implica consecuencias específicas desde el punto de vista de la asistencia social. La definición de aquello que constituye un hogar donde el jefe es una mujer está ligada íntegramente a lo que se entiende por "hogar" y "jefe del hogar". De acuerdo con procedimientos aconsejados por las Naciones Unidas, los tres últimos censos de los países del Caribe que pertenecen al Commonwealth adoptaron las siguientes definiciones: "Un 'hogar privado' {private household) se define como una casa donde una o más personas viven juntas voluntariamente y comparten al menos una comida diaria. En general, este hogar incluye un padre, una madre, niños, otros parientes, y también toda persona que comparta su organización (...). Sin embargo, es importante observar que un miembro del hogar no es necesariamente un miembro de la familia, y que no todos los miembros de la familia serán miembros del hogar. También es importante notar que un hogar puede incluir más de una familia." [53] Por lo tanto, se hace una distinción clara entre el "hogar" que se concibe en términos de organización doméstica y la "familia" que se define en términos de relación parental. Es una distinción importante que los trabajos actuales sobre los hogares dirigidos por mujeres tienden a descuidar. Otra definición que vale la pena repetir es la de la expresión "jefe del hogar", que figura en los censos regionales recientes: "El jefe del hogar es en general la persona responsable del cuidado y mantenimiento del hogar —habitualmente
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el esposo o el concubino. Allí donde el esposo o concubino no figura como jefe o allí donde ningún hombre vive en la casa, se considera como jefe la persona que reclama dicha posición [el subrayado es nuestro] o cuando los otros miembros de la casa la consideran como tal." [53]1 Este enfoque sirvió en los últimos censos de la región para tres fines básicos. Primero, suministró al empadronador un punto de contacto para reunir información acerca del hogar, en el sentido de que el jefe del hogar podía siempre proveer la mayor parte de la información requerida acerca de todos los miembros del hogar. Segundo, las características del hogar están ligadas a las de la persona designada como jefe. Esto facilita las tabulaciones cruzadas entre las características del hogar y las características demográficas y sociales del jefe. Tercero, los dos últimos censos utilizan las actividades del jefe del hogar para obtener informaciones sobre las condiciones y las características de la unidad habitacional. Aunque estos datos no se tabularon por tipo de jefe del hogar, la realización simultánea de un censo de población y de vivienda significó una economía considerable. A pesar de estas ventajas obvias, es evidente que se introduce un elemento cultural en los datos al someter la cuestión a la apreciación del interrogado, en vez de que el empadronador sea quien determine la categoría según un criterio preciso, probablemente el de la responsabilidad del cuidado y mantenimiento del hogar. En el Caribe, donde se enfatiza la matrifocalidad de la familia pero se idealiza el autoritarismo masculino, puede haber una tendencia a exagerar la autoridad masculina. En cambio, si el criterio que se sigue es el de la "persona que reclama la posición" de cabeza de familia, es posible que una mujer reivindique ese título si su esposo/compañero está ausente en el momento del censo. Es imposible decir si estas tendencias opuestas se equilibran mutuamente. Sin embargo, en una región en la que las mujeres han asumido tradicionalmente papeles importantes, los datos relativos al sexo del jefe del hogar son considerados como un importante aporte de información en el planeamiento nacional. Así, en contraste con otras regiones tales como los países de la Comunidad Económica Europea (CEE) que optaron por suspender la compilación de tabulaciones basadas en las características de los jefes de familia, en el Caribe la tendencia es desarrollar y mejorar la fiabilidad de esas tabulaciones. A pesar de nuestra insatisfacción con respecto a las definiciones que nos proponen los censos, sería ilusorio pretender un excesivo refinamiento conceptual en una operación que involucra a miles e incluso millones de personas. Además, muy pocas investigaciones metodológicas han intentado encontrar un substituto válido a la noción de jefe del hogar, y la experiencia muestra que en las investigaciones que lo hicieron, los resultados difieren poco de los censos anteriores que adoptaron aquella noción. Esta fue, por ejemplo, la experiencia del censo de población y vivienda de los Estados Unidos en 1980 que adoptó la noción de "persona de referencia", definida 1. Estas definiciones se conservaron en los censos de 1970 y 1980.
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como "la persona a cuyo nombre la casa está alquilada o que es propietaria de la casa" [54]. En efecto, todos los datos que el censo puede ofrecer son indicadores generales y aproximativos de las características del jefe del hogar, cualquiera sea la definición que se adopte. Indicadores más precisos se obtienen de datos más detallados y, entonces, se vuelve posible tratar cuestiones tales como la diversidad de las estructuras del hogar, los determinantes de los diferentes tipos de hogar, la naturaleza y la asignación de la autoridad según los tipos de hogar y el vínculo entre estos últimos y las estructuras politicoeconómicas en las que están insertados.
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Los datos del censo de 1970 permiten, por primera vez, un análisis comparativo detallado de las características de los jefes del hogar. Las tablas sumarias publicadas sobre la población adoptan el sexo del jefe de la familia como una variable de control, la que a su vez es objeto de una tabulación por edad, nivel de instrucción, estado civil, situación familiar, ocupación e ingreso anual. Otra tabulación muestra las jefas de familia según el tipo de relación de pareja. Algunas de las tabulaciones son cuadros de tres entradas que muestran la variable considerada, el tamaño del hogar y el número de habitaciones. Otras son cuadros de dos entradas que muestran la variable pertinente y el tipo de alojamiento. Todas las tabulaciones se presentan en forma separada según el sexo del jefe del hogar. Todas las tabulaciones se han establecido a nivel nacional, pero algunos casos lo han sido en la división mayor (es decir en una unidad geográfica/administrativa bien definida) y otras a nivel de la división mayor y de la menor (es decir, subdivisiones dentro de cada división mayor), pero ninguna aparece al nivel de los distritos censales. El único material comparable de un censo reciente fue el cuadro de los distritos censales publicado en 1960 que indicaba el número de familias por tamaño y por sexo del jefe de familia. La tarea de reconstrucción de unidades familiares fue demasiado grande como para repetirla en 1970 y 1980, de ahí el enfoque centrado en datos sobre la variable "jefe de familia". Dos estudios, al menos, usaron algunos de los datos de hogares en I970.1 Nosotros intentamos llevar aquí ambos análisis un paso más adelante. El cuadro 1 muestra que en la región cerca de 32% de los jefes de familia son mujeres, con la proporción más alta registrada en San Cristóbal (47%) 1. Las cifras presentadas en estos dos estudios difieren un poco porque el estudio de Buvinic [9] excluye los hogares formados por una sola persona. Tales hogares están compuestos en su gran mayoría por mujeres de más de 65 años, las cuales representan un problema social particular, y nuestro estudio [30] los incluye.
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y la más baja en Guyana (22%). De los catorce territorios, ocho registran porcentajes superiores al 40% y tres inferiores o iguales a 25%. En general en los países con una población negra importante se registra un alto porcentaje de jefas de familia, lo contrario sucede en los países cuya población cuenta con un porcentaje significativo de originarios de las Indias Orientales (Trinidad, Guyana) o de indios autóctonos (Belize). Las Islas Vírgenes Británicas, territorio conocido por tener una muy alta tasa de migración de ambos sexos, presenta también porcentajes relativamente bajos. La edad promedio para ambos sexos es muy superior a 40 años para todos los países; la edad promedio de las mujeres es superior a la de los hombres en todos los casos excepto en dos. En dos territorios —Guyana y las Islas Caimán— la edad promedio de las mujeres es de alrededor de ocho años superior a la de los hombres. Probablemente, esto puede deberse en gran parte a la curva de mortalidad (las mujeres sobreviven a los hombres en el extremo más alto de la escala de edad). En realidad mucho más de un tercio de hogares constituidos por una sola persona se compone de mujeres de más de 65 años de edad. La proporción llega incluso al 54% en las Islas Turcas. Las mujeres y los hombres jefes de familia en el Caribe mantienen familias de un tamaño casi similar. En general, las dirigidas por hombres tienden a ser un poco más grandes que las dirigidas por mujeres; el promedio para catorce territorios es de 4,8 personas para los hombres y de 4 para las mujeres. Los registros más altos de familias más amplias son las de los hombres en Guyana: 5,7 y los de las mujeres en San Vicente: 4,9. Las cifras más bajas para los dos sexos se registran en Montserrat: 3,5 personas en los hogares dirigidos por hombres y 3,4 para las mujeres. Aproximadamente un cuarto de los hombres jefes de familia en el Caribe nunca se casaron. Esta proporción va de 45,4% en Jamaica a 10,7% en las islas Caimán. El cuadro 2 muestra en cambio que casi un 50% de jefas de familia nunca se casaron. La proporción varía desde un porcentaje de 67,3% en San Vicente a 29,8% en Guyana. Las diferencias de porcentaje entre hombres y mujeres son relativamente grandes: la diferencia máxima se registra en Montserrat, con 30 puntos y la mínima en Trinidad y Tabago con 12,2 puntos. Los censos realizados en el Caribe distinguen el estado civil, definido en términos legales, del tipo de unión, indicando la relación existente en el momento del censo en el caso de mujeres de menos de 45 años o a la edad de 45 años en el caso de mujeres de 45 años o más. Se reconocen tres tipos de unión: matrimonio legal, que implica sanción legal y cohabitación; uniones consensúales (concubinato), que implican sólo cohabitación, y unión temporaria, para indicar el nacimiento de un niño durante el año que precede al censo, en el caso de que la mujer no estuviera casada o no viviera en concubinato en el momento del censo. Aquellas mujeres que no mantenían ninguna relación de pareja en el momento del censo o a los 45 años de edad fueron subdivididas en varias categorías: aquéllas que ya no vivían con el esposo,
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aquéllas que ya no vivían en concubinato y aquéllas que nunca tuvieron un esposo o que nunca vivieron en concubinato. Este enfoque parece mostrar de manera más precisa la situación real de la mujer que el enfoque basado en el estado civil. Basándonos en este enfoque, el cuadro 3 indica que en el Caribe, en 1970, 32,9% de todas las jefas de familia estaban casadas; ésta es la mayor proporción registrada. En orden numérico de importancia siguen las mujeres que no viven con sus esposos (21,6%), las mujeres que no viven con sus concubinos (19,9%) y las mujeres que viven en concubinato (14,8%). Mucho más lejos vienen las mujeres con una relación temporaria {visit union) (4,8%) y aquellas que nunca vivieron en concubinato ni estuvieron casadas (1,5%).1 Las variaciones de un territorio a otro son amplias pero este orden general se mantiene en toda la región. No hay ninguna referencia que indique hasta qué punto las mujeres, según el tipo de unión que mantengan, dependen para su subsistencia de sus propios recursos financieros o de los de sus compañeros. De acuerdo con la definición del censo, el título "jefe de familia" indica que el hogar depende de la persona reconocida como la que dirige su manejo, incluyendo el aspecto económico. Así, el tipo de unión en la que las jefas de familia están involucradas indica la existencia posible de una fuente suplementaria o alternativa de ingresos en la casa. De acuerdo con las definiciones indicadas más arriba, más de la mitad de estas mujeres no disponen del ingreso suplementario que procuraría la presencia de un hombre en la casa. Desgraciadamente, no se dispone a nivel regional de datos sobre el tipo de relación, cruzados con la actividad principal y el sexo del jefe. Sin embargo, datos de Barbados, sin publicar, revelan el alto grado de correlación entre el tipo de relación de las jefas de familia y la proporción de trabajadoras del total de la población de mujeres que trabajan, según ese tipo de relación (rho = + 0,9; Spearman) [31]. Esto parece indicar que las mujeres que no viven con su pareja presentan una tasa más alta de actividad que las mujeres que viven con su compañero. El grado en que se supone que los jefes de familia desempeñan sus responsabilidades puede determinarse con referencia al nivel de instrucción alcanzado, la participación en empleos remunerados y en ocupaciones no agrícolas. Es interesante examinar estas características.
Educación Los hombres jefes de familia tienden a poseer un nivel de instrucción superior al de las mujeres jefas de familia, ya que hay una mayor proporción de hombres que
1. Estas proporciones se basan en mujeres que dirigen hogares, excluyendo un 23,9% para quienes no fue precisado el estado de unión. S¡ este grupo se incluye, disminuyen las proporciones en las categorías de unión, pero se mantiene el mismo orden.
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Perfil demográfico de los hogares dirigidos por mujeres
siguen estudios secundarios y universitarios, pero las diferencias entre los sexos son mínimas. En la región, de acuerdo con el cuadro 4, 87,7% de los hombres jefes de familia y 88,3% de las mujeres jefas de familia no han superado el nivel de instrucción primaria. Entre los hombres esta proporción va desde un máximo de 92,5% en Santa Lucía hasta un mínimo de 36,5% en Barbados. Entre las mujeres, hay una variación que va de 96,8% en San Vicente a 47,5% en Barbados. Las diferencias entre hombres y mujeres en este nivel varían en favor de los hombres entre 16,8 puntos en las Islas Caimán hasta 1,2 puntos en Jamaica. En todos los territorios el porcentaje de aquellos que no han superado el nivel de instrucción primaria es más alto entre las mujeres que entre los hombres. Aun en Barbados, que presenta la situación educativa más favorable, la diferencia es de 11 puntos en favor de los hombres. A nivel de educación secundaria no existe una diferencia evidente. Para los catorce territorios, 9,5% de los jefes de familia y 8,6% de las jefas de familia terminaron los estudios secundarios. A este nivel, la variación territorial es más grande: en Barbados, 58,9% de los hombres jefes de familia poseen un nivel de educación secundaria comparados con 3,3% en Santa Lucía. Para las mujeres, el porcentaje es de 51,0% en Barbados y 1,9% en Santa Lucía y Montserrat. Si el nivel de instrucción guarda alguna relación con la capacidad para desempeñar las responsabilidades familiares, parecería que los jefes de familia en Barbados, hombres y mujeres, son los mejor preparados. Para la región en su totalidad, sólo 2,4% de los jefes de familia y 0,6% de las jefas de familia alcanzaron un nivel universitario. La situación en los cuatro territorios más importantes presenta un interés particular. Barbados presenta la proporción más alta de hombres jefes de familia con diplomas y grados universitarios (3,6%); le sigue Trinidad con 3%. Entre las jefas de familia, Trinidad muestra la proporción más alta (1,1%), Jamaica viene después con 1,0%. Guyana ocupa el último puesto en los dos casos. Entre los territorios más pequeños, la proporción de jefas de familia con grado universitario es siempre inferior a 1%, excepto en aquellos territorios conocidos por tener un número significativo de residentes extranjeros, muchos de los cuales ejercen profesiones liberales.
Empleo No es nuestra intención iniciar la conocida discusión acerca de si las definiciones utilizadas en los censos permiten apreciar de manera adecuada la importancia del trabajo en la vida de las mujeres. El descontento al respecto ha sido ampliamente confirmado por la vasta literatura acerca del papel de la mujer en el proceso de desarrollo. Nuestra intención es aceptar simplemente que las limitaciones existen, trabajar sobre la base del material existente y describir los esfuerzos preliminares para completar el material disponible con otros tipos de material. Se puede intentar seguir los movimientos de los elementos económicamente activos de estas poblaciones sobre la base de datos acerca de la actividad
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Perfil demográfico de los hogares dirigidos por mujeres
principal de la población durante el año que precedió al censo. 1 Se identificaron siete categorías: Trabajadores. Personas empleadas en la producción de bienes y servicios durante la mayor parte del año —incluye empleadores, asalariados, trabajadores independientes y trabajadores no remunerados. Aquellos que buscaron un primer empleo. Personas que pasaron la mayor parte del año buscando su primer empleo. Otros que buscaron trabajo. Personas que han trabajado previamente, pero que pasaron la mayor parte del año buscando un empleo. Aquellos que desean trabajar y están disponibles. Personas que necesitan trabajar pero que no pasaron la mayor parte del año buscando empleo. Trabajadores domésticos. Personas que realizan tareas domésticas no remuneradas. Estudiantes. Personas que pasaron la mayor parte del año en un establecimiento escolar, pero que lo habían abandonado en el momento del censo. Jubilados/incapacitados: Personas jubiladas desde hacía un año o menos en el momento del censo. A partir de estas categorías es posible establecer una estimación de la fuerza de trabajo. Ello puede hacerse siguiendo el procedimiento convencional de sumar a los trabajadores en actividad aquellos que buscan trabajo; o bien puede incluirse a los estudiantes y/o aquellos que desean trabajar y están disponibles. Cualquiera que sea el procedimiento adoptado, el componente más importante de la fuerza de trabajo es sin duda la categoría "trabajadores". Sin embargo, en términos de cantidad de jefes de familia, más de 80% de los hombres contra sólo 37,9% de las mujeres se registraron en esa categoría. Los porcentajes varían entre 45,5% en Barbados y 28,4% en Belize. Aquí se oculta una distinción importante que es necesario hacer con respecto a los integrantes de la fuerza de trabajo. Si se tiene en cuenta la definición convencional, 89,2% de los hombres jefes de familia forman parte de la fuerza de trabajo contra 42,4% de mujeres jefas de familia (cuadro 5). Sin embargo, esta gran diferencia desaparece si se tiene en cuenta la fuerza de trabajo. La categoría más amplia dentro del grupo, la de los "trabajadores", cuenta con 93,2% de hombres y 89,3% de mujeres (cuadros 6 y 7). La variación territorial es limitada. Entre los hombres los valores extremos son 98,9% en las Islas Caimán y las Islas Vírgenes Británicas y 91,1% en Trinidad. Entre las mujeres la variación va de 98,5% en Belize a 84,3% en Jamaica. En realidad, la proporción de trabajadores es aproximadamente la misma entre los hombres jefes y las mujeres jefas de familia. La segunda categoría numéricamente más importante es la de "otros que buscaron trabajo", que representa 40% del total para cada sexo. La de los que ,'desean trabajar y están disponibles" cuenta con 2,4% de hombres y 5% 1. Véase Roberts [42] para discutir la aplicación del concepto de fuerza de trabajo en el Caribe.
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Perfil demográfico de los hogares dirigidos por mujeres
de mujeres, mientras que porcentajes menores de 1% se registran como "estudiantes" y entre "aquellos que buscan un primer empleo". Esto refleja la distribución por edad de los jefes de familia, pues las dos últimas categorías están constituidas por personas jóvenes que acaban de dejar la escuela y de las cuales muy pocas podrían ser consideradas como jefes de familia. Las categorías "otros que buscaron trabajo" y "aquellos que desean trabajar y están disponibles" son interesantes pues proporcionan datos relativos a niveles de desocupación entre personas que ya han trabajado, lo que es importante en los casos de aquellos que son responsables del sostén de un hogar. Para calcular la desocupación total pueden añadirse a estas dos categorías las de "aquellos que buscaron un primer empleo" y "estudiantes". De acuerdo con cálculos estimativos establecidos a partir de esas fuentes, la desocupación total entre los jefes de familia en la región afecta a 48.000 personas, de las cuales 37.600, o sea 76,9%, son hombres y 13.300, o sea 23,1%, mujeres, lo que sugiere en principio una amplia desocupación entre los hombres. Sin embargo, en términos de tasas de desocupación, es decir de proporción de desocupados con relación a la fuerza de trabajo, estas cifras reflejan porcentajes de desocupación de 6,8 para los hombres y de 10,7 para las mujeres. En todas las categorías de desempleados, los porcentajes femeninos exceden los masculinos. Entre los hombres, la categoría "otros que buscaron trabajo" es la que más contribuye a aumentar el porcentaje de desocupación; la proporción de Trinidad y Tabago para este grupo es de 6,9%. En cambio, entre las mujeres, la categoría más importante es la de "aquellos que desean trabajar y están disponibles", con porcentajes que van de 8,3% en Jamaica hasta menos de 1% en Belize y en las Islas Caimán Es interesante notar que son los territorios más grandes los que presentan las tasas más altas de desocupación. Entre los jefes de familia, Trinidad y Tabago presenta la tasa más alta (8,9%) y la más baja (1,1%) se registra en las Islas Caimán. Entre las jefas de familia, Jamaica revela una tasa de desocupación sensiblemente alta, 15,7%, seguida por Trinidad y Tabago con 7,5%.
Actividad Desde el punto de vista de una clasificación por actividad, las jefas de familia son más numerosas que los hombres en las actividades no agrícolas, a excepción de Barbados, Montserrat y las Islas Turcas. De acuerdo con el cuadro 8, encontramos la mayor proporción de jefas de familia, un tercio del total, ocupando puestos en el sector terciario; sólo 8,2% desempeñan puestos profesionales y administrativos, 20,9% están empleadas en oficinas y en el comercio y 18,5% en producción y otras ocupaciones. Las actividades agrícolas cuentan con 17,4% pero la variación es amplia, yendo de 45,0% en Granada hasta 0,3% en las Islas Caimán. El cuadro 9 muestra una marcada diferencia de distribución para los
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Perfil demográfico de los hogares dirigidos por mujeres
hombres. De los 64,7% que ejercen actividades no agrícolas, cerca de un tercio trabaja en la producción, un décimo en el comercio, en empleos de oficina y en diversas actividades no agrícolas; y 7% ejercen profesiones liberales o trabajan en la administración. En cambio, la agricultura cuenta con 35,3% de hombres jefes de familia. Esta tendencia prevalece en casi todos los territorios. De estos datos pueden deducirse dos índices. El primero, presentado en el cuadro 10, muestra la proporción de jefas de familia en cada tipo de actividad. Esta proporción, análoga al "índice de femineidad" de Boulding [5], indica con claridad el grado en el que las mujeres predominan en las industrias de servicios, el comercio, los empleos de oficina y en las profesiones liberales, mientras que están notablemente ausentes en las tareas agrícolas, la producción y las actividades administrativas. A pesar de algunas variaciones territoriales, esta pauta rige en toda la región y es probable que los cuatro territorios más grandes sean los que mejor la demuestren. Entre éstos, la proporción de mujeres en tareas de servicio llega a 0,64 en Jamaica y Barbados, territorios con sectores significativos de su economía dedicados al turismo. Pero aun en Guyana, que registra el índice más bajo (0,36) de los cuatro territorios y de toda la región, ésta es la ocupación que registra el índice más alto de todas las categorías consideradas. El segundo índice —el "índice de disimilitud"— usa el enfoque de Duncan y Duncan [15] y el de Gross [20] para medir el grado en que la distribución proporcional de hombres (o mujeres) debería cambiar para que la distribución proporcional de los dos grupos fuera idéntica.1 Para la región, el índice es de 42, lo que indica un grado relativamente alto de disimilitud ocupacional entre los sexos. Los índices van de un máximo de 66 para las Islas Vírgenes Británicas a un mínimo de 22 en Granada. Los índices más altos se registran en aquellos territorios, como las Islas Vírgenes Británicas y las Islas Caimán, en los que más de la mitad de la mano de obra femenina ejerce actividades de servicios. Aquellas poblaciones en las que sólo alrededor de un quinto de la mano de obra femenina se dedica a estas actividades, por ejemplo Granada y San Vicente, registran los índices más bajos. En los territorios restantes, los índices varían entre 30 y 49, indicando una marcada diferenciación sexual en la repartición por actividad de la mano de obra de la región. En resumen, las mujeres constituyen alrededor de un tercio del número total de jefes de familia de la región. Viven hasta una edad más avanzada y tienden a vivir solas en mayor grado que los hombres. Sus hogares son más o menos de la misma dimensión que los de los hombres. Aproximadamente la mitad vive con sus parejas y el resto (46%) ya no vive con su pareja o bien mantiene una relación temporaria sin cohabitación (4,8%). El nivel de instrucción de las mujeres es por lo general inferior al de los hombres y su
1. Este índice figura en la última columna del cuadro 1.
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Perfil demográfico de los hogares dirigidos por mujeres
participación en empleos remunerados es menor (incluyendo trabajadores independientes). Integran la fuerza de trabajo en la misma proporción que los hombres, pero su distribución por tipo de actividad es sensiblemente diferente.1
CUADRO 1. Características de jefes de familia
—
Territorio Jamaica Trinidad y Tabago Guyana Barbados Belize Santa Lucía Granada San Vicente Dominica San Cristóbal/ Nieves Montserrat Islas Vírgenes Británicas Islas Caimán Islas Turcas y Caicos Promedio Alto Bajo
Porce:ntaje de mujeres jefas de familia sólo con educación primaria
de mujeres jefas de familia en la población activa
índice de disimilitud profesional
Porcentaje de familias dirigidas por mujeres
Tamaño de medio mujeres Edad de jefas de de profamilias familia mujeres medio dirique jefas de de jefas gidas nunca familia de por se han sin familia mujeres casado pareja
33,8
48,9
3,9
62,4
47,9
92,4
40,0
48,4
27,0 22,4 42,9 24,8 40,9 45,3 45,4 42,4
51,0 49,7 54,9 48,4 48,7 52,4 49,3 50,3
4,1 4,5 3,7 4,7 4,1 4,5 4,9 4,1
34,9 29,8 54,3 44,1 56,3 58,3 67,3 57,1
48,1 55,9 41,9 43,2 38,7 46,8 36,1 48,2
89,2 90,7 47,5 93,8 96,6 95,5 96,8 96,0
30,6 31,1 45,5 28,4 39,8 45,4 38,7 44,1
39,0 47,1 43,2 54,1 31,3 22,0 24,9 30,7
46,6 43,7
51,4 58,6
4,1 3,4
59,7 59,9
44,3 44,8
93,8 96,1
40,8 34,5
33,5 40,7
24,3 35,5
46,3 52,2
4,0 4,7
47,4 32,2
41,4 30,4
88,6 89,9
44,2 34,8
66,3 62,3
40,3 32,0 46,6 22,4
44,6
4,0 4,0 4,9 3,4
32,1
33,9 47,5 55,9 30,4
93,2 88,3 96,8 47,5
35,2 37,9 45,5 30,6
33,5 41,8 66,3 22,0
54,9 44,6
67,3 29,8
Fuente: Los cuadros 1 a 10 provienen de la Universidad de las Indias Occidentales, Programa de Investigaciones Censales, 1970 Population Census of the Commonwealth Caribbean, vol. 9: "Housing and Households", Kingston, 1975.
N o hay datos disponibles para la industria, condiciones de empleo y horarios de trabajo. Hay datos disponibles para analizar las diferencias de ingresos para la población general y los jefes de familia. Sin embargo, las tabulaciones publicadas combinan la categoría " n o declarado" y " n i n g u n o " las que sumadas representan más de la mitad de todos los trabajadores, en algunos casos más del 60%. Por lo tanto, se estima que estos datos no son fiables y no han sido analizados.
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CUADRO 2. Distribución proporcional de mujeres jefas de familia según estado civil, 1970
Territorio
Nunca casadas
Casadas
Viudas
Divorciadas o separadas
Jamaica Trinidad y Tabago Guyana Barbados Belize Santa Lucía Granada San Vicente Dominica San Cristóbal/Nieves Montserrat Islas Vírgenes Británicas Islas Caimán Islas Turcas y Caicos Máximo Mínimo
62,4 34,9 29,8 54,3 44,1 56,3 58,3 67,3 57,1 59,7 59,9 47,4 32,2 32,1 67,3 29,8
18,9 32,3 30,4 24,3 33,7 24,1 19,3 20,3 21,4 22,7 20,5 28,1 36,4 33,3 66,5 18,9
16,5 29,7 34,1 19,4 20,7 19,3 20,0 11,4 19,6 16,1 17,6 20,7 25,5 28,6 34,1 11,4
2,2 3,1 5,8 2,0 1,5 0,5 2,5 1,0 1,8 1,5 2,0 3,9 5,9 6,6 6,0 0,5
Total 142.000 52.000 28.900 25.100 5.700 8.900 8.900 7.700 6.400 5.200 1.400 600 900 500 294.200
CUADRO 3. Distribución proporcional de mujeres jefas de familia según el tipo de unión, 1970 No viven No viven más con más con su su concuesposo bino
Nunca han tenido esposo o concubino Total
Territorio
Casadas
Unión consensual Unión (concubi- temponato) raria
Jamaica Trinidad y Tabago Guyana Barbados Belize Santa Lucía Granada San Vicente Dominica San Cristóbal/ Nieves Montserrat Islas Vírgenes Británicas Islas Caimán Islas Turcas y Caicos Media Máximo Mínimo
28,8
17,0
6,3
20,2
26,2
1,6
104.100
38,2 33,1 39,4 37,7 37,6 29,1 34,4 31,0
11,9 8,8 16,1 15,5 16,2 19,1 21,1 10,5
1,8 2,3 2,6 3,6 7,5 5,0 8,4 10,4
35,4 44,4 22,3 24,5 20,7 25,1 10,7 24,5
11,2 10,8 17,0 18,1 17,3 20,0 23,0 23,2
1,5 0,7 2,6 0,6 0,7 1,8 2,4 0,4
43.200 24.800 17.900 4.700 6.400 6.700 5.500 4.800
37,5 37,8
11,1 13,7
7,1 3,7
18,6 26,3
23,8 16,7
1,9 1,7
3.600 900
43,2 59,5
9,7 9,3
5,8 0,7
18,9 24,5
21,2 4,5
1,2 1,6
500 700
56,1 32,9 59,5 28,8
5,0 14,8 21,1 5,0
5,0 4,8 10,4 0,7
28,9 26,1 35,4 10,7
4,0 19,9 26,2 4,0
1,0 1,5 2,6 0,4
400 224.200
Nota: Las diferencias entre los totales de este cuadro y los del precedente se deben a un gran número de casos cuyos t:ipos de unión no estaban indicados.
25
CUADRO 4. Distribución proporcional de mujeres y hombres jefes de familia según el nivel de instrucción, 1970 Hombres
Territorio Jamaica Trinidad y Tabago Guyana Barbados Belize Santa Lucía Granada San Vicente Dominica San Cristóbal/ Nieves Montserrat Islas Vírgenes Británicas Islas Caimán Islas Turcas y Caicos Media Máximo Mínimo Nota: Las diferencias
Universitario
4,6
83,4 87,0 36,5 91,3 92,5 90,5 91,2 92,2
Mujeres Universitario
Total
4,1
1,0
139.800
89,2 90,7 47,5 93,8 96,6 95,5 96,8 96,0
7,4 5,2 51,0 4,1 1,9 3,1 2,2 2,6
1,1 0,5 0,7 1,1 0,4 0,3 0,4 0,5
50.900 28.700 24.800 5.700 8.900 8.600 7.500 6.400
5.900 1.800
93,8 96,1
3,1 1,9
0,8 1,3
5.100 1.400
1.800 1.600
88,6 89,9
5,9 2,6
3,3 1,7
600 900
93,2 2,0 82,2 700 3,5 6,4 9,4 88,3 8,6 0,6 85,7 9,5 2,4 612.800 92,5 58,9 9,7 96,8 51,0 3,3 47,5 0,3 36,5 3,3 1,9 1,9 en los totales se deben a la omisión del pequeño grupo "Otros".
500
Primario
Secundario
Total
Primario
Secundario
91,2
2,1
272.300
92,4
11,0 7,7 58,9 4,9 3,3 5,6 5,2 4,1
3,0 1,9 3,6 2,7 2,4 2,5 2,6 2,5
138.100 99.400 32.900 17.200 12.800 10.400 9.000 8.700
89,0 86,5
4,2 5,9
3,5 6,0
75,8 73,2
10,3 9,8
9,7 7,4
289.800
CUADRO 5. Proporción de jefes de familia dentro y fuera de la fuerza de trabajo, según el sexo, 1973 Proporción de jefes de familia que integran la fuerza de trabajo
Proporción de jefes de familia que no integran la fuerza de trabajo
Territorio
Hombres
Mujeres
Hombres
Mujeres
Jamaica Trinidad y Tabago Guyana Barbados Belize Santa Lucía Granada San Vicente Dominica San Cristóbal/Nieves Montserrat Islas Vírgenes Británicas Islas Caimán Islas Turcas y Caicos Media Máximo Mínimo
90,2 88,5 88,7 85,0 93,3 88,2 89,5 88,6 88,0 86,8 83,4 92,7 86,8 87,4 89,2 93,3 83,4
47,5 33,1 32,6 46,8 28,9 42,2 46,9 40,2 45,5 42,4 36,6 46,4 35,5 35,9 42,4 47,5 32,6
9,8 11,6 11,3 15,0 6,7 11,8 10,5 11,4 12,0 13,2 16,6 7,3 13,2 12,6 10,8 16,6 6,7
52,6 66,9 67,4 53,2 71,1 57,8 53,2 60,0 54,6 57,6 63,4 53,6 64,6 64,1 57,6 71,1 52,6
26
CUADRO 6. Composición de la fuerza de trabajo estimada de hombres jefes de familia, 1970
Territorio Jamaica Trinidad y Tabago Guyana Barbados Belize Santa Lucía Granada San Vicente Dominica San Cristóbal/Nieves Montserrat Islas Vírgenes Británicas Islas Caimán Islas Turcas y Caicos Media Máximo Mínimo
Trabajadores
Buscaron un primer empleo
Otros que buscaron trabajo
Desean trabajar y están disponibles
Estudiantes
Total de la fuerza de trabajo
91,4 91,1 96,5 98,4 98,2 96,6 98,2 96,3 98,6 97,7 96,2
0,3 1,1 0,3 0,1 0,2 0,2 0,3 0,3 0,2 0,5 0,0
3,9 6,9 1,5 0,7 0,8 2,3 0,9 1,5 0,7 0,8 1,2
4,1 0,7 1,5 0,6 0,6 0,6 0,5 0,9 0,3 0,7 2,3
0,2 0,2 0,2 0,1 0,1 0,3 0,1 1,2 0,2 0,4 0,4
249.700 124.400 88.800 28.300 16.200 11.300 9.500 8.100 7.700 5.100 1.500
98,9 98,9 95,8 93,2 98,9 91,1
0,2 0,2 0,6 0,5 1,1 0,0
0,5 0,2 2,9 3,7 6,9 0,2
0,4 0,6 0,3 2,4 4,1 0,3
0,1 0,1 0,5 0,2 1,2 0,1
1.700 1.400 700 554 400
CUADRO 7. Composición de la fuerza de trabajo estimada de mujeres jefas de familia, 1970
Territorio Jamaica Trinidad y Tabago Guyana Barbados Belize Santa Lucía Granada San Vicente Dominica San Cristóbal/Nieves Montserrat Islas Vírgenes Británicas Islas Caimán Islas Turcas y Caicos Media Máximo Mínimo
Trabajadoras
Buscaron un primer empleo
Otras que buscaron trabajo
Desean trabajar y están disponibles
Estudiantes
84,3 92,5 95,2 97,3 98,5 94,5 96,8 96,5 97,1 96,3 94,3
1,0 1,3 1,0 0,2 0,4 0,7 0,8 0,5 0,4 1,0 0,0
5,4 5,1 1,3 1,0 0,4 3,5 1,6 1,7 1,4 1,1 2,3
8,3 0,8 1,5 1,3 0,2 0,7 0,8 1,2 0,8 0,7 3,1
0,9 0,4 0,9 0,2 0,5 0,7 0,1 0,1 0,3 1,0 0,4
67.100 17.200 9.400 11.700 1.600 3.700 4.100 3.100 2.900 2.200 500
95,3 98,1 97,8
0,7 1,0 0,5
0,4 0,0 1,6
2,9 0,3 0,0
300 300 200
89,3 98,5 84,3
0,9 1,3 0,0
4,1 5,4 0,0
5,0 8,3 0,0
0,7 0,7 0,0 0,7 1,0 0,0
27
Total de la fuerza de trabajo
124 300
CUADRO 8. Distribución de mujeres jefas de familia por tipos de actividad, 1970 Personai administrativo y Tareas ejecu- de y técnicas tivo oficina Profesiones liberales Territorio Jamaica Trinidad y Tabago Guyana Barbados Belize Santa Lucía Granada San Vicente Dominica San Cristobal/ Nieves Montserrat Islas Vírgenes Británicas Islas Caimán Islas Turcas y Caicos Media Máximo Mínimo
Comer- Servicio cios
Agricultura
Producción Otros
Total
7,6
0,2
7,3
15,3
36,0
12,1
15,4
6,1
58.500
10,3 13,2
8,7 6,2
36,3 36,6 40,2 45,8 20,0 20,2 22,7 22 5
13,9 16,8 22,0
12,4
4,1 4,9 5,1 3,4 3,5 3,5
12,2 15,5 16,3 10,2 15,3
8,1
4,1 5,1 5,2
0,5 0,3 0,4 0,3 0,4 0,3 0,1 0,2
38,9 45,0 29,4 40,7
15,2 12,0 14,1 14,0
5,6 2,7 3,8 1,5 3,4 3,3
15,8
9,5
6,2
16.200 9.200 11.700 1.700 3.600 4.000 3.000 2.900
7,3 7,1
0,2 0,6
4,1 4,5
11,3
30,4 37,1
38,9 33,8
6,0 6,1
1,8 1,2
2.100
9,6
9,6 7,8
1,9 1,3
8,4 9,5
13,8 11,1
58,6 59,6
3,1 0,3
3,5 7,2
1,2 3,3
300 300
12,6
0,6 0,3 1,9 0,1
5,5 6,6 9,5 3,4
9,9
7,9
14,3 16,3
35,7 34,9 59,6 20,0
19,2 17,4 45,0
13,2 13,1 15,4
3,3 5,4
15,8
0,3
3,5
1,2
5,0
14,0 5,0
14,0 5,0
9,5 9,4
12,0
9,4
8,8 8,2
500
200
114 200
CUADRO 9. Distribución de hombres jefes de familia por tipos de actividad, 1970
Territorio
Profesiones liberales y técnicas
Personai administrativo y Tareas ejecu- de tivo oficina
Comer- Servicios
ció
Agricultura
Producción Otros
Total
" Jamaica Trinidad y Tabago Guyana Barbados Belize Santa Lucía Granada San Vicente Dominica San Cristóbal/ Nieves Montserrat Islas Vírgenes Británicas Islas Caimán Islas Turcas y Caicos Media Máximo Mínimo
4,4
1,1
2,9
5,2
5,2
43,3
27,9
10,0
232.100
7,5 6,6 9,3 4,9 3,8 5,8 4,5 3,7
2,0 1,3 3,3 0,8 1,5 1,3 1,7 1,4
6,1 5,0 4,3 3,8 2,6 3,5 2,7 2,5
7,8 5,7 6,9 7,0 3,6 5,4 6,5 3,0
7,1 6,9 9,7 5,1 3,9 5,7 5,0 3,4
19,2 35,4 18,8 41,9 51,8 41,7 37,5 55,9
40,1 28,2 38,1 26,2 29,0 32,4 29,2 22,8
10,2 10,9
7,3
115.500 87.400 27.900 15.900 11.000 9.300 7.800 7.600
4,9 8,1
1,9 2,5
3,4 2,9
5,9 5,9
5,4 7,5
42,3 28,1
28,7 42,8
7,6 2,3
5.000 1.500
10,7 14,9
5,3 5,7
3,1 3,1
4,0 6,8
7,5 8,1
14,1
48,0 43,4
7,4
10,5
1.700 1.400
11,9
3,0 1,5 5,7 0,8
4,7 4,1 6,1 2,5
4,9 6,0 7,8 3,0
13,2 13,2
14,6 35,3 55,9
3,4
7,7
5,8
14,9 3,7
6,1
7,7
44,5 31,4 48,0 22,8
9,7
10,3 3,7 4,2
13,0
3,3 9,9
13,0 2,3
600
524.700
CUADRO 10. Proporción de mujeres dentro de los tipos de actividad ejercidos por jefes de familia, 1970
Territorio Jamaica Trinidad y Tabago Guyana Barbados Belize Santa Lucía Granada San Vicente Dominica San Cristóbal/ Nieves Montserrat Islas Vírgenes Británicas Islas Caimán Islas Turcas y Caicos Media Máximo Mínimo
Personal admiProfenistrasiones tivo liberales y y ejecutécnicas tivo
Tareas de oficina
Comerclo
Servicios
Agricultura
Producción
Otros
0,3029
0,0497
0,3842
0,4250
0,8374
0,0658
0,1224
0,1343
0,1619 0,1750 0,1844 0,2341 0,2983 0,2355 0,3030 0,3480
0,0363 0,0287 0,0472 0,0365 0,0765 0,0902 0,0226 0,0614
0,1675 0,1152 0,2846 0,1228 0,3919 0,2925 0,3302 0,3517
0,1801 0,2248 0,4976 0,1357 0,5801 0,4347 0,3574 0,6035
0,4174 0,3585 0,6331 0,4928 0,6239 0,6030 0,6373 0,7159
0,0922 0,0477 0,3289 0,0204 0,1969 0,3178 0,2305 0,2172
0,0416 0,0318 0,0823 0,0591 0,1190 0,1581 0,1556 0,1366
0,0720 0,0258 0,1396 0,0150 0,2305 0,2510 0,3177 0,2452
0,3875 0,2278
0,0404 0,0732
0,3386 0,3433
0,4481 0,8596
0,7057 0,4345
0,2801 0,2886
0,0816 0,0458
0,0929 0,1500
0,1214 0,1048
0,0526 0,0482
0,2973 0,4085
0,3495 0,2677
0,5464 0,6224
0,0324 0,0093
0,0109 0,0355
0,0233 0,0649
0,2323 0,2296 0,3875 0,1048
0,0500 0,0427 0,0902 0,0226
0,7500 0,2596 0,7500 0,1152
0,3673 0,3434 0,8596 0,1357
0,4362 0,5542 0,7159 0,3585
0,2734 0,0970 0,3289 0,0093
0 0779 0,0834 0,1581 0,0109
0,2222 0,1066 0,3177 0,0150
29
III. Estrategias de supervivencia
El cuadro estadístico de jefas de familia proporcionado por los datos censales disponibles, aunque limitado debido al carácter poco satisfactorio de las definiciones adoptadas, indica con claridad que las jefas de familia se encuentran entre los grupos más desfavorecidos de la población del Caribe. Como tienden a ocupar el escalón más bajo de la jerarquía profesional, residen en las zonas más pobres del área urbana, en viviendas precarias e inconfortables, con instalaciones sanitarias inadecuadas o, más a menudo, inadecuadas y compartidas. Las mujeres que viven en esas condiciones han elaborado una variedad de estrategias de supervivencia que van desde la modificación de la composición del hogar, pasando por la manipulación de sus parejas, amigos y parientes, hasta la depedencia de los servicios de bienestar social. Cada una de estas técnicas, o cualquiera de sus combinaciones, provee a la mujer los recursos necesarios para mantener el hogar del que ella es la principal responsable. En su estudio sobre la vida en los yards (casas de vecindad) en el centro de Kingston, Broadber mostró cómo la vida comunitaria constituía la fuente principal de sostén afectivo y material ante los problemas cotidianos [7].1 Son principalmente las mujeres las que alquilan este tipo de alojamiento; muchas de ellas tienen un compañero semirresidente que contribuye al sostén del hogar. Si bien es la mujer quien administra esta contribución, se considera que de todos modos la mujer debe contribuir financieramente al sostén del hogar, ya sea que su compañero duerma o no en la casa. La responsabilidad de las mujeres, entonces, va más allá de las tareas domésticas y el cuidado 1. Broadber usa el término yard para designar una entidad geosocial: "Especie de ordenamiento residencial para gente de bajos ingresos en Kingston" en el que las mujeres y los niños constituyen unidades estables, mientras que los hombres van y vienen según lo imponga la modificación de la situación de las mujeres. Las unidades residenciales pueden alquilarse al gobierno (government yards) o a personas particulares (tenant vards) [7, p. 9].
31
Estrategias de supervivencia
de los niños; debe proveer de alimento y vestido a las personas a su cargo, encargarse de la educación de los niños, el pago del alquiler, etc. Para poder cumplir con estas responsabilidades, las mujeres del yard se ayudan mutuamente en tareas tales como el cuidado y la vigilancia de los niños, en especial de las muchachas adolescentes, en los quehaceres domésticos, participan en asociaciones informales de crédito,1 se acompañan, acogen a los niños de los vecinos, etc. En efecto, para cumplir con sus responsabilidades hogareñas, las mujeres son capaces de sacar provecho de la vida comunal ofrecida por una forma particular de ordenamiento residencial. La residencia comunal, sin embargo, no representa necesariamente la única fuente de asistencia para las mujeres. Dedicamos lo que resta de este capítulo a un breve examen de la situación de un pequeño grupo de mujeres que dirigen sus hogares, grupo que fue objeto de un estudio piloto sobre el papel de la mujer en el Caribe realizado por el Instituto de Investigación Económica y Social (ISER). Este estudio procura identificar las estrategias de adaptación empleadas por las mujeres en el desempeño de sus funciones en diferentes esferas a la luz de las transformaciones que se están produciendo en la condición de las mujeres del Caribe debido a la rápida evolución socioeconómica. Como parte del estudio se envió un cuestionario preliminar a veintiocho mujeres con el fin de probar la factibilidad de las preguntas propuestas. El cuestionario, multisectorial, cubría las siguientes informaciones básicas: actitudes con respecto al sexo, nivel de instrucción, actitudes con respecto a la educación, sistemas de parentesco y amistad, relación mujer/niño, relación hombre/mujer, trabajo, participación en organizaciones y grupos. De las veintiocho mujeres entrevistadas, diez eran de facto o de jure jefas de familia. A continuación expondremos las informaciones pertinentes acerca de esas diez mujeres, y las compararemos con las de las otras dieciocho mujeres del grupo. De las diez mujeres, seis vivían en áreas urbanas (dos con ingresos medios, cuatro con ingresos bajos) y las restantes vivían en las áreas rurales pobres. Todas tenían 35 años de edad o más, siendo el promedio de 43,2 años. Esto concuerda con los datos del censo de 1940, que indican una edad promedio de 54,9 años para las jefas de familia en Barbados. La diferencia se explica por el pequeño número de mujeres del estudio piloto, los distintos promedios utilizados y la proporción relativamente alta de mujeres de 60 años y más. Sólo una de las mujeres no tenía hijos. El número promedio de hijos con vida era de 3,7 con una variación de 1 a 9. El censo de 1970 no suministra datos al respecto, pero si la medida promedio de la familia puede ser usada como sustituto, entonces la cifra (3,7) es la misma, lo que proporciona una estimación del número de personas de que la mujer es directamente responsable. En términos del estado civil y del tipo de unión, cuatro del grupo nunca se habían casado, dos eran viudas, tres divorciadas o separadas y cuatro 1. Esto es conocido en Jamaica como throwing a partner, "producir un socio".
32
Estrategias de supervivencia
casadas. Ocho de ellas no vivían con sus parejas; pero tres mantenían una relación temporaria. Esto coincide con las proporciones obtenidas a partir de los datos del censo, los que indicaban que 54,3% de jefas de familia nunca se habían casado y 41,9% no tenían una relación de pareja en el momento del censo. Con respecto al nivel de instrucción, siete mujeres del grupo no habían superado el nivel de educación primaria, y una sola había cursado menos de cinco años. De las tres que habían accedido a la educación secundaria, dos obtuvieron cinco certificados en el nivel " O " del certificado general de educación. En cuanto a las características económicas, seis mujeres ejercían alguna forma de actividad lucrativa, dos en la casa y cuatro fuera de ella. De las dos primeras, una era artesana (macramé) y la otra cultivaba verduras. De las empleadas fuera de su casa, dos trabajaban en tareas domésticas y dos en ocupaciones profesionales, una en la administración de personal y otra en seguros de vida. Para la mitad de las mujeres del grupo, su trabajo les proporcionaba la principal fuente de ingresos; para dos de ellas la fuente principal era el trabajo de sus hijos y el de su compañero; para una sola a la vez su propio trabajo y el de su pareja; pero ninguna dependía exclusivamente de su pareja. Las dos viudas subsistían gracias a la pensión por viudez o a ahorros dejados por sus maridos. Las fuentes alternativas de ingresos que se utilizaban sólo en caso de emergencia provenían exclusivamente de los parientes cercanos. Ninguna de las mujeres beneficiaba o había beneficiado de programas de asistencia social. El cuadro general muestra pues que los miembros de estos hogares dependen para su subsistencia cotidiana de un solo adulto femenino, la madre. Para aquéllas con bajos niveles de instrucción, sólo los trabajos manuales mal remunerados son posibles; la necesidad de una asistencia es, pues, evidente. Sin embargo, ninguna de estas mujeres se quejaba de su situación, e incluso una de ellas declaraba: "Tengo amigas que están casadas y no son tan felices como yo." Nada se ha escrito acerca de las jefas de familia que indique si las ambiciones no realizadas en la vida pueden influir en la capacidad de estas mujeres para adaptarse a su situación social y económica. En un estudio reciente sobre los campesinos en Jamaica, Smith [46] mostró que la elección de una profesión por parte de los jóvenes, tanto varones como mujeres, se modificaba notablemente al entrar en la edad adulta y que ese cambio correspondía a su percepción de las oportunidades de trabajo y a las concesiones que estaban dispuestos a hacer para colmar la brecha entre la realidad y el deseo. Las jóvenes parecen más dispuestas a adaptarse que los jóvenes. En Trinidad y Tabago, un estudio más reciente mostró cómo los factores contextúales, tales como antecedentes socioeconómicos, origen étnico y nivel de instrucción, pueden restringir las aspiraciones de los estudiantes y cómo las oportunidades de trabajo son más limitadas para las muchachas que para los jóvenes [11]. El análisis antes mencionado sobre Jamaica indica que las
33
Estrategias de supervivencia
jóvenes muestran mayor capacidad de adaptación que los jóvenes [46]. Se podría pensar que la capacidad para aceptar la realidad en lo que hace a la elección de una profesión puede proporcionar la capacidad para adaptarse también más fácilmente en otras áreas. La ausencia de un hombre en la casa en el papel de pareja/padre puede tomarse como la representación de otra esfera en la que el ajuste entre lo ideal y lo real debe ser y es hecho. Los principales aspectos de la vida en los que las jefas de familia deben demostrar su capacidad de adaptación se relacionan con las fuentes de ingreso, el cuidado de los niños, el apoyo emocional y la autovaloración. Los datos relativos al grupo de mujeres del estudio piloto del ISER sugieren que la fuente principal de ingresos para estas mujeres es su propia capacidad de ganarse la vida. Su preocupación más importante no es ganar dinero para satisfacer aspiraciones de adolescente. Aun así, sus respuestas indican que la variedad de la alternativa ocupacional continúa siendo limitada y cubriendo ocupaciones tradicionalmente "femeninas". Al dejar la escuela, estas mujeres quieren ser enfermeras, maestras, modistas o bien trabajar con niños, pero sólo una admitió "no haber hecho nada al respecto". Dos mujeres indicaron no tener una preferencia ocupacional, una deseaba ocuparse de sus hermanos y hermanas menores y la otra casarse y tener hijos. Sólo una mujer manifestó el deseo de continuar sus estudios (psicología); era la única cuyo trabajo estaba en cierta medida relacionado con sus ambiciones de adolescente, pues se ocupaba de la administración de personal. La segunda área en que las mujeres deben saber adaptarse es el cuidado de los niños. Todas las mujeres manifestaron que hubieran preferido ocuparse personalmente de sus hijos, pero que la fuerza de las circunstancias las había obligado a buscar otras soluciones. Pocas de ellas pudieron contar con la ayuda de una madre que no trabajaba y que podía prestar ese servicio. La necesidad de más guarderías fue expresada al menos por una de las mujeres interrogadas. La participación creciente de la mujer en el mercado de trabajo exige la institucionalización de medidas para el cuidado de los niños [34]. Esta necesidad fue reiterada en todo el Caribe por las organizaciones femeninas, organizaciones de protección de los niños, departamentos de bienestar social y en ocasiones hasta por ministros de gobierno. Actualmente, este tipo de servicios está reservado a niños en edad preescolar cuyos padres trabajan. Dichos servicios provienen de los sectores público y privado, pero actualmente no se dispone de datos sobre el número de puestos disponible en la región. En las guarderías públicas el personal debe poseer una formación especializada, pero esto sólo se obtiene en las guarderías privadas, mejor organizadas pero muy caras y por lo tanto inaccesibles para las personas con bajos ingresos. Hay también un cierto número de personas que cuidan niños y que trabajan en forma independiente, pero cuyas actividades han sido criticadas con severidad. Ninguno de los territorios cuenta con un sistema de cuidadores de niños registrados, como es el caso por ejemplo en el Reino Unido. De acuerdo con los datos de que disponemos (cuadro 11), el número de
34
Estrategias de supervivencia
guarderías para niños en edad preescolar en el Caribe Oriental varía entre dos en San Cristóbal y Montserrat y veintidós en Dominica. En su mayoría son estatales, pero varias son privadas, en su mayor parte dirigidas por organizaciones de voluntarios con fondos provenientes de organizaciones no lucrativas, locales o regionales y, en dos casos, cuentan con asistencia técnica estatal. Estas cifras no incluyen las guarderías dirigidas por personas privadas. Estos servicios de guardería están destinados principalmente a los niños cuyos hogares están dirigidos por mujeres. En Barbados, las guarderías no están reservadas exclusivamente a niños de hogares con ingresos bajos, y en los últimos años ha aumentado la concurrencia de niños de hogares con ingresos medios, pero en todos los casos se trata de niños cuyos hogares están dirigidos por mujeres [55]. El cuidado de los niños en edad escolar presenta problemas para los padres que trabajan fuera de los horarios escolares y durante las vacaciones. En ningún territorio existe un proyecto del gobierno para solucionar este problema. En algunos territorios las organizaciones privadas auspician colonias de vacaciones durante el verano. La Alianza Mundial de Asociaciones Cristianas de Jóvenes (YMCA) de Barbados, por ejemplo, patrocina todos los veranos dos semanas consecutivas en dos colonias de vacaciones para aproximadamente sesenta niños. Pero ésta no es una tendencia generalizada en Barbados o en otras partes de la región. Además, debido a su alcance limitado este tipo de soluciones no resuelve el enorme problema que representa la organización de un sistema apropiado de cuidado de los niños durante esos periodos. Por último cabe mencionar los asilos para huérfanos, niños abandonados o niños cuyos padres no pueden proporcionarles sostén y alojamiento convenientes. Estos establecimientos están dirigidos en su mayoría por organizaciones benévolas, con sus propios medios o con la ayuda del gobierno. Los datos sobre Barbados sugieren que cierto número de niños es acogido en estos internados por periodos de corta duración, pero la gran mayoría permanece durante largo tiempo. Además, la mayoría de estos niños son hijos de jefas de familia, y la razón principal de su admisión es la hospitalización de la madre o el desalojo de la madre y de los niños por parte del hombre en la pareja (que puede ser o no el padre de los niños) [55]. Las mujeres del grupo piloto del ISER demostraron que resolvían el problema del cuidado de los niños según las circunstancias: combinando el trabajo a domicilio con el cuidado de los niños, recurriendo a la ayuda de parientes (en general la madre, una abuela o una tía), de los niños mayores de la casa o de vecinos, confiándolos a guarderías o incluso llevando los niños al lugar de trabajo. Una empleada doméstica acostumbraba a llevar sus niños pequeños a la casa en la que trabajaba: "La gente comprendía mi situación. Trabajé para gente simpática. Mis niños tenían un rincón en la casa donde jugar." En cambio, los niños en edad escolar deben valerse por sí mismos después de la escuela y durante las vacaciones. Estas estrategias no difieren de las empleadas por mujeres que no son
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Estrategias de supervivencia
jefas de familia. Una de ellas buscó un trabajo con horario flexible que le permitiera estar en casa al mismo tiempo que sus hijos. Otra abandonó sus estudios universitarios para ocuparse de su hijo menor. Otras tres prefirieron cuidar sus propios hijos antes que trabajar o continuar sus estudios. Tres mujeres del grupo fueron lo bastante afortunadas como para poder permitirse una empleada doméstica o una niñera que se hiciera cargo de sus hijos mientras ellas trabajaban. La experiencia de las mujeres del grupo piloto sugiere que la falta de un sistema eficaz para el cuidado de los niños no les impide encontrar sus propias soluciones para hacer frente a esa necesidad. Algunas de estas estrategias pueden no ser ideales, como la de dejar niños pequeños al cuidado de sus hermanos mayores, o dejarlos solos, a menudo con resultados trágicos. Las mujeres reconocen que a menudo resulta difícil encontrar otra solución y alegan: "Se necesitan más guarderías." El cuidado de los niños, sin embargo, constituye sólo uno de los innumerables problemas que enfrentan las mujeres que dirigen sus hogares. Las tensiones psicológicas y la fatiga inherentes a su doble carga de responsabilidades hacen aún más necesario un sostén afectivo, particularmente durante los momentos de conflicto, que podría brindarle un compañero. Éste es el tercer aspecto de la vida cotidiana en el que las mujeres deben demostrar capacidad de adaptación. Estudios recientes [26, 48, 49, 50] mostraron que uno de los muchos aspectos positivos de la llamada familia matrifocal reside en la habilidad de estas mujeres para manejar sistemas de parentesco y amistad con el fin de facilitar el desempeño de las funciones domésticas. El pequeño grupo de mujeres del ISER proporciona una prueba de ello. Cabe señalar que estas mujeres no parecen recibir apoyo material y emocional de la comunidad donde viven, como el que Brodber describe en Jamaica. Sin embargo, recurren a los parientes próximos, en particular a los que viven cerca, para que las ayuden en las responsabilidades del cuidado de los niños. Para resolver otro tipo de problemas se emplean estrategias diferentes. Las mujeres del grupo hacían una distinción entre problemas financieros, para los que buscan ayuda de los padres —en especial de las madres— y de los hermanos, y otra clase de problemas, para los que se dirigen a otros parientes, amigos y personas respetables como el párroco o el médico. Las mujeres que no establecen tal distinción tienden a depender, para su sostén, de sus parejas, del padre de su hijo o de un buen amigo, en general una mujer, aunque los hombres fueron también citados como fuente de sostén: "Alguien con quien contar y que pueda contar con usted. Alguien con quien hablar de cosas que no serán repetidas. Alguien en quien confiar. Yo prefiero los amigos. Las mujeres no son discretas. Con los hombres uno se pelea y se reconcilia, con las mujeres no." A pesar de la aparente preferencia por los miembros de la familia, en especial por la madre y la pareja, como fuente de sostén, las amigas fueron citadas con más frecuencia como personas a quienes la mujer recurre cuando surgen problemas. "Puedo pedirle que haga cualquier cosa por mí y ella está
36
Estrategias de supervivencia
siempre dispuesta y con buena voluntad. Ella se ocupará primero de mí y sólo después de ella misma." "Con ella se puede conversar. Nos ayudamos mutuamente en cuestiones de dinero y de otras maneras: con trabajo, etc." "Ella es una buena mujer, y le sobra tiempo porque no tiene hijos. Puedo contar con su ayuda." Nuevamente, las mujeres que no dirigen sus hogares no se diferencian, en términos de fuentes alternativas de sostén, de las mujeres que los dirigen. Ellas también recurren a sus parientes cuando necesitan ayuda práctica e inmediata, tal como el cuidado de los niños o una emergencia financiera. Pero también tienden a buscar otras formas de sostén fuera del sistema de parentesco inmediato. Entre estas mujeres tampoco es importante a qué sexo pertenecen sus amigos. "El me comprende. Es una de las pocas personas que conozco que no me consiente. Me dice las cosas tal como son." Pero son las mujeres las preferidas: "Mi empleadora me demuestra mucho amor y comprensión. Soy como de la familia. Me ayuda en mis preocupaciones." "Mi amiga es la persona con la que puedo hablar de mis problemas de mujer. Ella me da su opinión acerca de las dificultades que tengo con mis hijos o con mi hombre. Puedo hablarle de mis problemas de dinero." En efecto, las mujeres de este grupo piloto mantenían una red de intercambios y obligaciones que superaba el marco familiar y que les aportaba un apoyo afectivo satisfactorio. Esto parece contradecir las conclusiones de estudios anteriores que sugieren que los grupos de camaradas de sexo masculino constituyen unidades sociales en los que los hombres se sienten reconocidos y respetados [56], mientras que, entre dos mujeres, los vínculos tienden a limitarse a los parientes cercanos y a vínculos domésticos; en cuanto a las relaciones extrafamiliares, éstas se establecen dentro de grupos formales, como la Iglesia [14]. Estudios más recientes han demostrado, por el contrario, que las mujeres de la clase baja créole mantienen una tupida red de relaciones informales que pueden convertirse o no en asociaciones formales, pero que proporcionan los medios de aprovechar las fuentes de recursos marginales [6] y desarrollan un sentimiento de solidaridad. Un estudio realizado en Montserrat subraya el interés de realizar una encuesta sobre los lazos de amistad que unen a las mujeres [35, 36]. "Es importante saber con quiénes se asocian las mujeres (a otras mujeres u hombres) porque es una manera de medir el grado de opciones que una determinada cultura ofrece a las mujeres y el grado en que los sexos están segregados socialmente" [35, p. 242]. Los datos del estudio piloto no parecen indicar que las jefas de familia dependan más que las que no lo son de tales sistemas. Los datos muestran que los lazos de amistad femenina representan un componente importante en las estrategias que las mujeres desarrollan para su supervivencia. La experiencia con las parejas masculinas constituye el último aspecto considerado por el estudio piloto, pues afecta la opinión que las mujeres tienen de ellas mismas como individuos. La única mujer casada del grupo de jefas de familia consideró su matrimonio como un fracaso, porque su marido, que vivía en el extranjero, "no tenía bastante personalidad ni fuerza de voluntad".
37
Estrategias de supervivencia
A pesar de ello, dependía para mantener su hogar del dinero que aquél le enviaba. La única mujer que mantenía una unión consensual consideraba que, durante los diez años de su relación, ésta había funcionado " a medias" y que le había impedido emigrar como ella lo deseaba. Para las jóvenes que viven solas y para aquéllas que mantienen relaciones temporarias, el tema de la independencia tiene mucha importancia. "Ser soltera coincide con mi espíritu independiente." "Me gusta la libertad, por eso la mantengo (la unión temporaria) tal como es." Las mujeres que no son jefas de familia no difieren en este aspecto. Una de ellas, soltera, declara: "Somos libres. No hay que admitir que nadie nos domine." Sin embargo, las mujeres solteras de más edad, dirijan o no sus casas, reaccionan ante la soledad causada por la ausencia de un hombre: "Es un infortunio. Nunca lo deseé. Y cuando uno se vuelve vieja, se queda sola." A pesar de las diferencias en cuanto a la condición social y la situación familiar, todas las mujeres del grupo piloto buscaban ciertas cualidades humanas en sus parejas: honestidad, compañerismo, ayuda financiera, amor, participación "total" en las experiencias de la vida. Algunas mujeres habían encontrado esas cualidades en sus compañeros del pasado o en su actual pareja, pero la mayoría no: "Era un miserable." "Encontró una mujer con dinero y propiedades y se casó con ella." "Era totalmente egoísta." "Lo que me daba (dinero) no era suficiente. Si yo le hablaba del manejo del dinero él respondía que era su dinero. Sin embargo, no quería que yo trabajara." "Su personalidad y la mía no concordaban." Sin embargo, las experiencias infelices con sus parejas no hicieron de ellas mujeres amargadas: "Estoy contenta de ser mujer." "Es agradable ser mujer." Ni disminuyeron sus propias capacidades: "Las mujeres no reciben el mismo trato que los hombres, pero en verdad valen más que ellos." "Siento que podría competir con cualquier hombre. Si sabe expresarse y tiene ambición, uno puede abrirse paso y avanzar. Todo eso permite triunfar... Uno llega a comprender que las mujeres pueden asumir más responsabilidades que los hombres." Las mujeres de este pequeño estudio piloto representan una gran variedad de experiencias. No todas provienen de los grupos más pobres y económicamente marginales: sus características demográficas y sus actividades son variadas. El único rasgo común es que todas asumen solas la entera responsabilidad de los asuntos del hogar. Si bien las circunstancias que ocasionaron esta situación son variadas, todas estas mujeres mostraron una considerable capacidad para aprovechar los recursos disponibles, por escasos que fueran, con el fin de sostener las personas a su cargo. A pesar de los numerosos problemas que deben enfrentar, ninguna de ellas quiso depender completamente de un hombre. Su actitud hacia ellos y la imagen que tienen de sí mismas difieren poco de la que tienen las mujeres que comparten sus responsabilidades familiares con un hombre.
38
Estrategias de supervivencia CUADRO 11. Recursos para el cuidado de los niños en Barbados y en el Caribe Oriental
Guarderías diurnas"
Establecimientos preescolares
Territorio
públicas
privadas
públicos/privados Tota
Barbados Santa Lucía Granada San Vicente Dominica Antigua San Cristóbal/Nieves Montserrat
156 3 2 5 1 8 1 2
N o hay 4 8
— — —
37
13
TOTAL
— 1
— — — 20 1 1
—
15 7 10 5 22 9 2 2 72
a. Las guarderías diurnas se ocupan de niños de menos de 3 años. Los establecimientos preescolares se ocupan de niños de 3 a 5 años, fe. Incluyendo los establecimientos preescolares.
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IV. Los más pobres entre los pobres
Para todos los hogares, estén dirigidos por un hombre o por una mujer, las necesidades básicas son las mismas: comida, ropa y vivienda. La ausencia de un miembro de la pareja no reduce necesariamente los costos de mantenimiento del hogar; incluso pueden agravarse al no ser compartidos. Por ejemplo, puede ser necesario pagar por ciertos servicios, tales como limpieza de la casa, reparaciones menores, cuidado de los niños, de los que un miembro de la pareja podría hacerse cargo. Por otra parte, si un miembro de la pareja funciona como jefe de facto de la familia, con poca o ninguna asistencia del otro miembro, los costos aumentan aún más, pues el que no contribuye se beneficia de los servicios disponibles. Las mujeres que asumen solas la responsabilidad de sus hogares poseen cuatro fuentes importantes de ingresos para proveer al sostén básico de sus familias: su propia actividad económica, subsidios familiares para el mantenimiento de sus hijos, pensiones por viudez y prestaciones sociales suplementarias. Estas últimas pueden consistir en prestaciones de la seguridad social, desgravaciones del impuesto a la renta y asistencia social pública. Además, los servicios de educación y salud ofrecen una serie de prestaciones suplementarias. No se dispone de un sistema específico para las jefas de familia. Ellas pueden benficiarse con dichos servicios en la misma medida que las mujeres que no dirigen su hogar. Aquéllas que se mantienen con un trabajo regular pueden obtener los beneficios de la desgravación impositiva y de la seguridad social. Las que no pueden mantenerse a sí mismas se ven forzadas a depender de la asistencia pública. Lamentablemente, no existen datos que indiquen la importancia relativa de las distintas fuentes de ingresos suplementarios de las jefas de familia, pero los datos disponibles para un país desarrollado indican claramente que al menos la mitad de las familias sin padre cuentan con prestaciones suplementarias que provienen de la asistencia pública [18]. La siguiente es una breve descripción de las fuentes principales de asistencia financiera disponibles en Barbados.
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Prestaciones de la seguridad social La prestación por enfermedad se paga a una persona asegurada incapaz de trabajar durante su enfermedad. Para obtenerla, un asegurado debe: a) haber estado asegurado durante al menos trece semanas; b) estar empleado en el momento en que se enfermó o tener no menos de treinta y nueve contribuciones pagadas o acreditadas en su cuenta bancaria durante el año contributivo que precede inmediatamente al año en el que la persona se enfermó; c) haber pagado, al menos, ocho contribuciones en las trece semanas que preceden inmediatamente a la semana en la que la persona se enfermó; d) presentar pruebas satisfactorias de su incapacidad de trabajar. El monto de las prestaciones varía según el salario semanal y el porcentaje correspondiente de la contribución semanal. De acuerdo con el más reciente informe anual disponible, el de 1974, las mujeres constituyen exactamente la mitad de los que reclaman prestaciones por enfermedad [2]. Sin embargo, no es posible identificar qué proporción de los beneficios por enfermedad se les dio a las mujeres que lo reclamaron. La prestación por maternidad se obtiene durante determinados periodos del embarazo o después del parto, si quien la reclama pagó veinte contribuciones en las treinta semanas de contribución anteriores a la fecha prevista del parto. En 1974, se pagó un total de 470.844 dólares de Barbados como prestaciones de maternidad a 1.598 solicitantes, lo que representa 295 dólares de Barbados por mujer para un promedio de 74 días de prestación o sea aproximadamente 4 dólares de Barbados por día [2]. Las prestaciones por invalidez se ofrecen en forma de pagos periódicos a las personas aseguradas que presentan una incapacidad permanente para trabajar. Durante el periodo bajo el cual la ley estuvo en vigencia, los factores principales de invalidez fueron la alta presión sanguínea y sus consecuencias y la artritis. Las prestaciones complementarias por ancianidad son pagadas a las personas aseguradas que alcanzaron la edad exigida. De las 965 solicitudes de 1974, 633, o sea 66%, fueron concedidas a los hombres y 332, o sea 34%, a las mujeres [2]. Las prestaciones a los supérstites se pagan a la viuda y a los hijos (de menos de 16 años) de una persona asegurada cuyo deceso no se debe a un accidente de trabajo. Si el difunto recibía una pensión de la seguridad social, o tema derecho a una pensión, ésta se pagará a los supérstites designados por la ley. Si tenía derecho a una prestación por vejez o invalidez, ésta se otorgará bajo la forma de un pago único. Se otorgan pensiones vitalicias a las viudas de 55 años de edad o más, casadas desde hace tres años o más en el momento del fallecimiento de sus maridos. En los otros casos, la prestación se paga durante un año, a menos que ellas sean inválidas, en cuyo caso los pagos continúan durante todo el periodo de invalidez. Los hijos que reúnen las condiciones requeridas reciben una retribución hasta los dieciséis años de edad, y en caso de invalidez después de esa edad.
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Como en el caso de las otras prestaciones, el monto de los subsidios depende de las características del seguro del interesado. No hay pues un porcentaje fijo semanal como sucede en otras partes. Sin embargo, debe hacerse notar que tres cuartos de las 116 esposas sobrevivientes que recibieron prestaciones en 1974 tenían más de 50 años [2]. Es probable que ellas recibieran fuentes adicionales de ingresos. Por ejemplo, si la viuda es una jubilada, puede recibir una prestación por vejez del programa de la seguridad social, y quizás una pensión de su antiguo empleador. Además, su difunto esposo puede haber establecido en su testamento disposiciones en su favor, mediante un seguro de vida y/o de otros legados. Así, en general, las viudas jefas de familia se encuentran probablemente en una situación más favorable que las mujeres que dirigen sus hogares y que nunca se casaron. Otras prestaciones otorgadas por la seguridad social incluyen el costo del funeral de la persona asegurada y una indemnización por accidente de trabajo, que se paga a una persona asegurada en caso de heridas o invalidez sufridas en el lugar de trabajo.
Desgravación impositiva Según las reglas establecidas para el impuesto a la renta, las mujeres y los hombres solteros son tratados por igual. Los beneficiarios pueden reclamar las siguientes deducciones: 1. Casados, cuya pareja no cuenta con ingresos, 3.000 dólares. 2. Solteros o cónyuge que trabaja, 1.600 dólares. 3. Deducciones por hijos menores de 11 años, 400 dólares por hijo; entre 11 y 16 años, educados en Barbados, 500 dólares por hijo; más de 16 años, educados en Barbados, 600 dólares por hijo; más de 16 años, educados en el extranjero, 1.000 dólares por hijo. 4. Pariente incapacitado a cargo, sin exceder dos deducciones sobre los ingresos, 500 dólares. 5. Otras personas dependientes (derecho), 500 dólares. 6. Ama de casa (derecho), 500 dólares. 7. Prima de seguro de vida: propia, 1.500 dólares; hijo de menos de 18 años, 500 dólares. 8. Gastos de atención médica: propios, 150 dólares; hijos, 75 dólares. Se permiten otras desgravaciones sobre una cantidad de otros items como planes de jubilación, convenios, pagos de hipotecas, conservación y gastos de reparación de la casa. Para obtener estas y otras desgravaciones una jefa de familia debe tener un empleo regular y sus ingresos deben superar los 6.000 dólares de Barbados anuales. El número de mujeres que se encuentran en esta situación es probablemente bastante bajo.
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Créditos sobre impuestos En este sistema, que se introdujo recientemente, las mujeres con ingresos brutos menores de 6.000 dólares de Barbados son acreedoras de una suma equivalente al impuesto que deberían pagar sobre sus ingresos imponibles. En la práctica, esto quiere decir que las personas con ingresos brutos inferiores a 6.000 dólares no pagan impuestos. Esto se aplica por igual a las personas solteras o casadas de ambas sexos. Muchas de las jefas de familia que trabajan pertenecen a esta categoría y pueden gozar de este beneficio.
Otras prestaciones Existen muchas otras prestaciones de servicios sociales para la población en general que pueden proveer y de hecho proveen ayuda a las jefas de familia. Se incluyen las siguientes: Educación: Se otorgan subvenciones de 100 dólares por cada hijo que obtiene una vacante en un colegio secundario reconocido después de haber pasado los exámenes de ingreso. Estas subvenciones anuales se otorgan mientras duren los estudios secundarios del niño. Aranceles en los colegios y universidades: La admisión en los colegios secundarios del gobierno y en la universidad de las Indias Occidentales es gratuita. Comedores escolares: En todas las escuelas primarias las comidas son gratuitas: en las guarderías se da leche. Libros de texto: Se proveen en forma gratuita en todas las escuelas estatales primarias y secundarias. Atención médica: Todos los escolares pueden recibir tratamientos médicos, dentales y ópticos, en su mayoría en forma gratuita salvo en caso de ingresos elevados. Los adultos tienen acceso a la atención sanitaria gratuita en todos los dispensarios estatales. Pensiones para la vejez: Se otorgan a todas las personas de 65 años y más, a un promedio de 20 dólares de Barbados por semana. Tales personas reciben también ropa y comida si es necesario, y el gobierno paga sus cuentas de electricidad y agua.
Asistencia pública En Barbados, la asistencia pública se otorga a todas las personas necesitadas de acuerdo con el National Assistance Act (1969-37 CAP.48), las reglamentaciones hechas en 1969 y sus modificaciones posteriores. La ley prevé la creación de un consejo de asistencia nacional, cuya función principal es informar al ministro sobre el otorgamiento de asistencia a las personas necesitadas "en razón de su imposibilidad para ganarse la vida por causa de invalidez o a aquellas que no poseen recursos para mantenerse y son incapaces
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de encontrar trabajo". Tal asistencia es otorgada a la persona designada como jefe de familia, en su beneficio o en el de las personas a su cargo en el hogar. De acuerdo con uno de los estudios preparados por la Comisión Nacional sobre la Condición de la Mujer, de 72 casos que recibieron asistencia en dos parroquias de la isla (una rural y otra urbana) en 1976, 60 eran mujeres, y de éstas, 55 eran responsables de sus hogares [55]. Además, de las 60 mujeres, sólo 5 estaban casadas. De las restantes, 43 eran solteras, 7 estaban separadas de sus maridos y 5 eran viudas. Puede advertirse así el grado en el que las mujeres jefas de familia dependen de la asistencia pública. ¿Cómo funciona el sistema? La política general es determinada por el Ministerio de Trabajo y Servicios Comunitarios, y es ejecutada por el jefe del Servicio de Bienestar Social que debe aplicar las disposiciones de la ley en lo que se refiere a la administración de esa asistencia. En la práctica esto es ejecutado por las secciones pertinentes del Departamento de Bienestar Social que se encuentra dentro del Ministerio de Trabajo y Servicios Comunitarios. La sección de asistencia nacional se ocupa del otorgamiento de asistencia financiera conforme a las disposiciones del consejo. La sección de servicios familiares intenta obtener sostén financiero por parte de los padres ausentes del hogar para los hijos de madres que solicitan la asistencia pública. Tal asistencia puede darse en forma de dinero, comida o ropa, o una combinación de estos elementos. La ley prevé que las decisiones del jefe del Servicio de Bienestar pueden ser revisadas por una comisión de apelación. De ese modo los solicitantes tienen la oportunidad de hacer reconsiderar sus casos por otras personas que no son funcionarios del gobierno. La reglamentación establece que las subvenciones en efectivo o la asistencia de otro tipo puede otorgarse a las personas de ambos sexos durante el tiempo que les sea necesario. La proporción corriente de subvenciones en efectivo es de 2,50 dólares de Barbados por semana para niños menores de 16 años. Los niños que van a la escuela durante todo el día son candidatos no sólo a la subvención en efectivo sino también a la vestimenta, gastos escolares, gafas y otros artículos de primera necesidad. Los adultos pueden también beneficiarse de la subvención de 2,50 dólares de Barbados, la que en caso de invalidez aumenta a 5 dólares por semana. Las mujeres sin empleo, aquellas cuyos salarios son bajos o que no reciben un sostén para sus hijos o cuyas parejas son desocupados pueden recibir además de la subvención en efectivo para ellas y cada uno de sus hijos, ayudas tales como muebles o ropa, según las circunstancias.1 Estas subvenciones deberían teóricamente aumentar los ingresos que provienen de otros beneficios, incluidos los salarios, pero en la práctica a menudo resultan ser la única fuente de ingresos para la mujer y su hogar. Aunque el sistema de selección se basa en el criterio del "más necesitado", las mujeres, y en especial las jefas de familia, suelen recibir mayor asis1. Estas condiciones Act 1969-5.
están
contenidas
en
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Laws
of
Barbados,
Public
Assistance
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tencia que los hombres. Esto se debe en parte a que, como lo afirma un funcionario, "las mujeres están más dispuestas a presentarse y pedir ayuda; los hombres, en cambio, vacilan más antes de admitir que necesitan ayuda". 1 Sin embargo, en situaciones de desempleo crónico, de empleo temporario y bajos salarios, a los hombres les resulta cada vez más difícil mantener sus hogares, o, si no residen en ellos, sus hijos. Así, las mujeres se ven forzadas a ganar como pueden su vida y la de sus hijos. Datos provenientes del grupo piloto del ISER indican que algunas jefas de familia logran dirigir sus hogares bastante bien, pues no se han visto forzadas a buscar el sostén de instituciones gubernamentales. En general, sus ingresos son de bajos a modestos y han debido vencer enormes dificultades para mantenerse y mantener a sus hijos. Muchas mujeres, sin embargo, no son tan afortunadas. Los datos de que disponemos indican que a pesar de su ingenio son cada vez más las mujeres que se ven forzadas a depender de los servicios de la asistencia pública. Los procedimientos y formalidades para obtener tal asistencia han sido a menudo criticados. Se ha criticado, por ejemplo, la excesiva demora entre la demanda y la recepción de asistencia; los procedimientos de información que obligan a los solicitantes a responder a largos cuestionarios ante uno o más funcionarios; el carácter impersonal de los servicios de bienestar social. Estos factores podrían intimidar a los posibles solicitantes e impedir que la asistencia llegue a los más necesitados. En Barbados, el procedimiento dura de dos a cuatro semanas, según la situación de la mujer, e intervienen por lo menos tres funcionarios. En primer lugar, se presenta al servicio competente una solicitud oficial, oral o escrita. Un funcionario de bienestar social visita el hogar, interroga al solicitante y somete un informe escrito a su superior quien toma la decisión final. Ello puede requerir, a veces, una nueva visita del solicitante a las oficinas del Departamento de Bienestar Social. La decisión escrita es enviada al solicitante, quien debe presentarse ante uno de los funcionarios del departamento para recoger una tarjeta de inscripción y presentarla o otro que efectuará el pago. Cuando el pago es otorgado durante algunas semanas, a menudo el solicitante debe pasar tres o cuatro horas por semana sentado en una sala incómoda, calurosa y llena de gente, esperando su turno para que le paguen. Además, si el caso necesita ser reexaminado periódicamente, se debe emplear aún más tiempo en entrevistas con funcionarios de bienestar social. El hecho de que cientos de mujeres se sometan a este procedimiento semana tras semana demuestra la gravedad de sus circunstancias económicas y su total dependencia de lo que no es nada más que un deficiente sistema de ayuda.
1. Comunicación personal.
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Perfiles Con el fin de conocer más a fondo la situación de las jefas de familia examinamos treinta y ocho casos de beneficiarios de la asistencia pública, de los cuales veintisiete residían en zonas urbanas y once en zonas rurales. De las primeras, veinte eran jefas de familia de jure pues no vivían con un compañero. Los siete restantes vivían con el marido o el concubino; tres de los hombres eran enfermos crónicos, uno era ciego y los tres restantes sólo tenían trabajos temporarios. De hecho, al menos las cuatro mujeres de los primeros casos podían considerarse jefas de familia de facto. En la zona rural, sólo una de las once mujeres vivía con su concubino. En cuanto al estado civil, de las treinta y ocho mujeres cuatro estaban casadas en el momento de su primera visita a los servicios de la asistencia pública, seis estaban separadas de sus maridos y veintidós, de las cuales cuatro vivían en unión consensual, nunca se habían casado. La edad es un aspecto demográfico de las mujeres que solicitan asistencia que es importante considerar. El promedio de edad en la primera visita fue de 35 años para las mujeres de la ciudad y de 32 para las rurales, con una variación de 22 a 64 años en las primeras y de 15 a 56 años en las últimas. Esto sugiere que las mujeres están obligadas a recurrir a la asistencia pública en los que deberían ser los primeros años de su vida activa. Si la mayoría de las mujeres recurrieran a este sistema de manera momentánea para salir de una situación financiera crítica, no habría razones para inquietarse. Pero, la edad en la que demandan asistencia y el tiempo durante el cual sus casos permanecen abiertos muestran la necesidad de explorar otras formas de asistencia. De los treinta y ocho casos, sólo catorce se mantuvieron activos durante menos de cinco años, contra veinticuatro durante cinco años o más, y de éstos cinco durante diez años. La duración media de afiliación a la asistencia pública es de 6,1 años. Si se toma en cuenta la edad promedio al entrar en el sistema, es evidente que la asistencia pública se ha convertido en la fuente más importante de subsistencia de este grupo de mujeres. Además, puesto que ninguno de los casos fue cerrado, es posible que la asistencia pública continúe siendo la fuente de sostén más importante durante muchos años. En efecto, el problema de las mujeres que dirigen sus hogares, las que representan prácticamente la totalidad de los casos cubiertos por la asistencia pública es un problema a largo plazo y debería ser tratado como tal. Un indicador importante del nivel de responsabilidad asumido por estas mujeres es el número de hijos bajo su cuidado. En la primera visita, las treinta y ocho mujeres cuyos casos fueron examinados tenían hijos: diez tenían menos de tres hijos; dieciocho, entre tres y cinco hijos, y diez tenían seis o más hijos. El término medio de hijos en la primera visita fue de 5 entre las mujeres de áreas urbanas y de 3,1 entre las mujeres de áreas rurales. En el momento de la última visita, diez mujeres tenían menos de tres hijos, cuatro tenían entre tres y cinco hijos, y veinticuatro tenían seis o más hijos; es decir un término medio de 5,5 hijos para las mujeres de la ciudad y de 4 para las
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mujeres que viven en el campo, en el momento de la visita más reciente. Así, pues, un total de 169 hijos en la primera visita y 192 en la última pasaron sus años formativos en un medio perturbado por la ausencia de sostén financiero adecuado y de disciplina apropiada, y junto a una madre afectada psicológicamente por la tensión que suponen sus desproporcionadas responsabilidades. Además, casi todas las mujeres con tres o más hijos tenían entre 25 y 44 años de edad, precisamente las edades en que sería posible un aprendizaje, pero ello resulta imposible debido al número de hijos y a las dificultades consiguientes que deben enfrentar. Se ha demostrado que en los Estados Unidos el nacimiento de cada nuevo hijo de jefas de familia aumenta el riesgo de que el ingreso familiar permanezca por debajo de los límites de pobreza [51]. En efecto, las perspectivas para las mujeres de lograr mediante un empleo la seguridad y la independencia económica disminuyen a medida que aumenta el número de hijos y con ello sus responsabilidades familiares. Esto puede aplicarse también a Barbados, donde la educación y la orientación vocacional son consideradas como condiciones imprescindibles para conseguir un empleo aceptable, y donde el modelo de la familia con abuelas comienza a ser poco frecuente. Los datos disponibles muestran que las familias que reciben los beneficios de la asistencia pública, dependen de ellos como fuente principal, y en algunos casos como única fuente de subsistencia. En el momento de la primera visita sólo estaban empleadas tres de las treinta y ocho mujeres —dos en el servicio doméstico, la otra en un pequeño comercio— con un salario promedio de 24 dólares de Barbados por semana. Posteriormente obtuvieron trabajo diez mujeres de las treinta y cinco desocupadas en el momento de la primera visita: cuatro en el servicio doméstico, cuatro como trabajadoras agrícolas y dos en la industria del vestido. El salario semanal promedio era de 26 dólares en el área urbana y de 36 dólares en la rural. De las veinticinco mujeres restantes ninguna fue capaz de completar los beneficios de la asistencia pública con un ingreso personal. La evidente limitación de estos recursos financieros lleva a interrogarse sobre la existencia de otras fuentes de ayuda. Una respuesta posible reside en la estructura del hogar, por cuanto la presencia de adultos puede representar una fuente potencial de ingresos suplementarios. De los treinta y ocho casos, diez consistían sólo en mujeres y sus hijos, y nueve incluían un compañero residente. De los otros casos, catorce consistían en familias de tres generaciones compuestas por la abuela, la madre y los hijos; cuatro eran estructuras familiares extendidas lateralmente, compuestas de una mujer y sus hijos, su(s) hermana(s) y/o hermano(s) con sus hijos y, en un caso, de una mujer, sus hijos y su tía materna. En efecto, dos tercios de las familias contaban al menos con un miembro adulto del que, teóricamente, podía obtenerse una contribución. En la práctica, sin embargo, esto está lejos de ser la realidad. En las familias de tres generaciones, la abuela contribuye con la casa, a menudo en pésimas condiciones, ya sea porque le pertenece, ya sea pagando el alquiler de la casa, si ella está empleada, o entrega su pensión a la
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mujer más joven. En las cuatro familias extendidas lateralmente, una hermana podía contribuir pagando el alquiler de la casa y la otra era la única fuente de sostén. Los otros o eran desocupados o estaban en edad escolar. En los nueve hogares con un compañero residente, cuatro de ellos estaban enfermos (uno era enfermo mental, otro ciego y dos incapacitados), cinco tenían empleos intermitentes y contribuían cuando podían, uno era propietario de la casa en la que la pareja vivía, pero no aportaba nada más. Para las familias restantes, la asistencia provenía de aportes ocasionales para el sostén de los hijos, de aportaciones de los hijos más grandes que contribuían cuando podían y de amigos. En total, las treinta y ocho familias estaban compuestas por un promedio de 2,5 adultos de los que un promedio de menos de uno contribuía al mantenimiento del hogar, pero sólo ocasionalmente. En las áreas rurales, los no contribuyentes eran a menudo las madres y las abuelas y, en menor grado, las tías, es decir, las personas de edad relativamente avanzada cuya capacidad para contribuir sería mínima; y en las áreas urbanas, las hermanas, las hijas y los compañeros sin trabajo. En ambos casos los principales contribuyentes eran los hijos, compañeros y hermanos, pero sólo cuando las circunstancias económicas lo permitían. La característica de los casos estudiados es la ausencia de una persona capaz de contribuir con un ingreso regular al sostén del hogar y el hecho de que en las familias con dos o más asalariados el empleo era intermitente y en ocupaciones no calificadas y de bajo salario. De este modo ninguno de los hogares puede calificarse como teniendo una fuente estable de ingresos y por lo tanto cabe suponer que continuarán dependiendo de la asistencia pública. Otra fuente potencial de ingreso reside en las contribuciones de los padres para el sostén de sus hijos. El número de padres responsables por los 169 niños a cargo de las treinta y ocho mujeres en las familias estudiadas, era de setenta y seis; el promedio, por lo tanto, es de dos padres por familia, con una variación de uno a siete. Si cada padre contribuyera para su hijos en la proporción de 10 dólares por semana y por hijo, los ingresos familiares alcanzarían un promedio de por los menos 40 dólares por semana. Si la mujer estuviera empleada, aun con un salario mínimo, la asistencia pública constituiría una ayuda temporaria. Sobre la base de esta línea de razonamiento, se sostuvo que muchas mujeres mantenían en forma deliberada relaciones con varios hombres con la intención específica de recibir varias pensiones y de asegurarse así un ingreso regular sin tener que ejercer una actividad remunerada. Sin embargo, los padres no contribuyen de manera regular, cuando contribuyen. De los setenta y seis hombres, veinte proporcionaban un cierto tipo de sustento cuando podían, y veintiséis no lo hacían, ya sea porque se negaban, porque su paradero era desconocido, o porque preferían ir presos antes que cumplir con una orden del juzgado; catorce habían emigrado, nueve habían muerto y seis estaban enfermos, cinco de ellos mentalmente. Una vez más resulta ilusorio contar con otra posible fuente de ingresos.
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En el anexo presentamos seis historias de casos, poniendo de relieve los diversos tipos de situación que obligan a las mujeres a asumir la responsabilidad total de sus familias y las fuerzan a depender de la ayuda estatal como fuente importante de ingresos, en algunos casos, la única. 1 Todos los casos provienen de áreas de bajos ingresos situadas dentro de la principal parroquia urbana. Las mujeres eran todas relativamente jóvenes, entre 25 y 34 años de edad en la primera visita; todas tenían más de tres hijos; ninguna tenía empleo en el momento de la primera visita, aunque dos de ellas pudieron encontrar trabajo más tarde. En dos de los seis casos (1 y 2) había un residente masculino, pero ambos trabajaban en forma intermitente, y en uno de los casos (caso 2), el hombre quedó incapacitado a raíz de una enfermedad incurable tan pronto obtuvo un empleo regular. En otro caso (caso 5), personas ajenas al hogar proporcionaban una asistencia mínima, la madre y el padre de uno de los niños. En todos los casos fue la mujer la que solicitó asistencia y en todos los casos es evidente que la familia dependía para su existencia de la inventiva de la mujer. Sólo un hogar dependía de la asistencia pública desde hacía menos de cinco años (caso 5), y un caso recibía la ayuda de la asistencia pública desde hacía más de nueve años (caso 1). Las circunstancias sugieren que en ningún caso sería razonable esperar la interrupción de la asistencia a corto plazo. Los casos examinados sirven, por lo tanto, para validar la distinción jefas de familia de jure y de facto establecida por Buvinió y Youssef [8]. Ellos también confirman las conclusiones obtenidas a partir de los datos censales respecto al trabajo de estas mujeres. Los problemas más importantes enfrentados por las mujeres citadas en estos casos fueron los monetarios, pero el estudio de otros casos muestra también otros problemas. Las condiciones de alojamiento, por ejemplo, son mediocres y de calidad inferior a las reglamentaciones establecidas. En algunos casos el Departamento de Bienestar Social financia las reparaciones de la casa o, en otros, solicita a la autoridad encargada que provea un alojamiento público. Durante el año pasado, el departamento creó un servicio de alojamiento para que trate de resolver ese tipo de problemas con mayor rapidez. Otra área de problemas críticos se relaciona con el cuidado y vigilancia de los niños. Cuando la madre trabaja y otro adulto no vive en la casa, es bastante común que los niños mayores se queden en el hogar para cuidar a los niños en edad preescolar, e incluso, que los más jóvenes se queden solos en la casa sin vigilancia [55]. Otras soluciones consisten en recurrir a otros niños del vecindario, a guarderías privadas, que son muy caras, o a centros de atención dirigidos por el Consejo de Atención al Niño, subvencionado por el gobierno. Los derechos de ingreso a estos centros son de 2,50 dólares por semana, y la mayoría de los niños que asisten provienen de hogares dirigidos por mujeres [55]. Pero a pesar de esta variedad de servicios, el problema de I. Agradecemos la asistencia prestada por el Departamento de Bienestar Social en la recopilación de los datos sobre los casos estudiados.
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la supervisión de los niños durante los horarios de trabajo de sus madres sigue siendo crítico. Varios factores parecen contribuir a la situación de estas familias. En esencia, es el resultado de una combinación de desocupación (caso 6), empleo intermitente (casos 1 y 2), bajos salarios (caso 2), gran cantidad de hijos por ejemplo más de 6 hijos (casos 3 y 4), emigración del compañero (caso 3), mala salud (casos 2 y 3), inescrupulosidad del compañero (caso 4) y quizás, pura mala suerte (caso 2). Es evidente que la cantidad de asistencia en efectivo es bajísima, pero en los países pobres, donde muy poco debe repartirse entre muchos, es casi imposible encontrar una subvención más conveniente. Sin embargo, no se puede negar que existe cierta ayuda, allí donde la subvención se complementa con otro tipo de asistencia, como vestimenta y calzado. Además, en el caso de las ancianas que viven solas, y que no sólo reciben su pensión sino también ropa, comida, en algunos casos comidas diarias calientes, y pagos de las facturas de agua y electricidad, no hay duda de que han sido satisfechas al menos algunas de sus necesidades. La cuestión de los pagos para el sostén de los hijos presenta otros problemas. De acuerdo con las leyes actuales en Barbados, el tribunal está autorizado a ordenar una suma fija de 30 dólares por semana como máximo para la esposa, y de 10 dólares por semana para cada uno de los hijos de menos de 16 años de edad, o, en su defecto, a obligar al responsable a solucionar la situación bajo pena de cárcel.1 La mujer pierde estos derechos en caso de adulterio; sin embargo, conserva su derecho sobre los hijos del matrimonio. La ley no prevé obligaciones alimentarias en favor de las mujeres que mantienen otro tipo de unión. En virtud del Affiliation Act es posible obtener una declaración de filiación en favor de los hijos, cuando la paternidad ha sido debidamente establecida, pero jurídicamente la mujer no tiene derecho a una ayuda financiera [17]. En ambos casos, los procedimientos procesales necesarios para la atribución de una pensión alimentaria y para asegurar su cumplimiento son considerados excesivamente restrictivos. La Comisión Nacional sobre la Condición de la Mujer consideró como insatisfactorio el principio de un pago máximo fijo, pues en muchos casos las sanciones no reflejan ni la magnitud del problema, ni la capacidad de la pareja para pagar [55]. Por ejemplo, los datos para el año 1975 y 1976 indican que de un total de 1.008 sanciones, 873 se relacionaban con casos de paternidad y 135 con casos de mujeres casadas. Estas cifras no reflejan la medida en que las mujeres necesitan de esta fuente de ingresos. En el caso de mujeres casadas, por ejemplo, los trámites de divorcio son tan costosos que las mujeres prefieren renunciar a esta solución y contentarse con un mandato judicial ordenando el pago de una pensión alimentaria o no recurrir a la justicia en absoluto. Datos provenientes de diversas fuentes indican que existen considerables dificultades tanto para la ejecución de las decisiones judiciales como para 1. Laws of Barbados, Married Women (separation and maintenance), Amendment Act 1977-4.
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el cobro de las sumas establecidas [13, 24, 55]. En Barbados, se ha registrado un gran porcentaje de incumplimientos en los pagos: "Algunos hombres además de desentenderse de todas sus responsabilidades paternales dejan que las deudas se acumulen y parecen preferir la prisión por incumplimiento en los pagos" [55, p. 684]. En uno de los casos examinados para este estudio, un padre llegó hasta amenazar de muerte a su mujer si ella iniciaba un procedimiento en su contra para la obtención de una pensión en favor de su hijo. Para tratar de solucionar este problema, la Comisión Nacional sobre la Condición de la Mujer propuso reexaminar los procedimientos de ejecución, aplicar un sistema de embargo sobre los ingresos (recomendación n.° 16), suprimir la aplicación de una suma fija para las pensiones alimentarias (recomendación n.° 14) y evaluar los recursos antes de que las sanciones judiciales por manutención y paternidad sean pronunciadas (recomendación n.° 168). Se están tomando medidas para poner en ejecución la recomendación n.° 16. Nada se ha hecho hasta ahora acerca de las recomendaciones n.os 14 y 168. En Jamaica, el único territorio que hasta ahora ha organizado un juzgado familiar (Family Court), los mandatos se establecen según el arbitrio del juez. El Departamento de Libertad Condicional puede disponer una verificación de recursos, bajo la recomendación del juez, y el mantenimiento de los hijos es obligatorio hasta los 16 años de edad o hasta los 18 si se considera necesario. El incumplimiento de los mandatos judiciales ha dado lugar a la aplicación de órdenes de embargo, que permiten una deducción automática sobre los ingresos del padre recaudada por los oficiales de justicia especialmente designados y, si el pago se hiciera con atraso, por medio de un mandamiento de urgencia [24]. A pesar de estos loables esfuerzos, el mayor obstáculo para el cobro de las asignaciones para el sostén de los hijos es la dificultad de encontrar a los padres. En un país donde es tan fácil desplazarse, donde la emigración es frecuente y donde los hombres prefieren ir presos antes que contribuir financiariamente al mantenimiento de sus hijos, el problema se intensifica y la situación de las mujeres y niños que dependen de esos pagos es mucho más difícil.
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V.
Conclusión
Los datos presentados en este trabajo provienen de una de las regiones del mundo considerada como perteneciente al nivel intermediario de desarrollo, el de las llamadas "regiones de ingreso medio". Uno de estos países, Jamaica, ha sido clasificado en la categoría de países con ingresos medios-altos, pues en 1975 el ingreso per capita excedió los 1.075 dólares de los Estados Unidos, cifra que es superior a las que se registran en muchos países de Asia, África y América Latina. De acuerdo con el Banco Mundial, en 1974 el producto bruto nacional per capita variaba entre 1.131 dólares de los Estados Unidos en Jamaica y 335 dólares de los Estados Unidos en Granada [10], cifras que revelan las grandes diferencias que existen dentro de la región. Para ilustrar el grado de pobreza que domina en la región, el Banco Mundial ha calculado la relación alimentación/días de trabajo a fin de establecer el número de días que una persona perteneciente a la categoría laboral peor remunerada en cada país ha debido trabajar, durante el periodo de junioagosto de 1973, para comprar una cesta de alimentos de primera necesidad. La proporción de la población ocupada que se concentra en las categorías de más bajo salario es usada como indicador del grado de pobreza [10]. Sobre esta base, en 1973 los índices del grado de pobreza varían entre 7,72 en San Cristóbal/Nieves a 2,08 en Jamaica, con un promedio de 3,61 para la región. En 1970, el índice del grado de pobreza varía de 54,0 en Jamaica a 10,2 en Antigua en 1970, con un promedio para la región de 35,5. De acuerdo con estas cifras, es evidente que la región es pobre y que, junto con la pobreza, el desempleo y la desigualdad de salarios deben figurar entre los principales problemas económicos de la región. Y, como sucede en otras regiones del tercer mundo, es sobre las mujeres que este problema pesa con más fuerza [1]. Uno de los grupos que se identifica más rápidamente y que es más vulnerable a la pobreza es el de las mujeres que dirigen sus hogares. Estas mujeres son las principales responsables del cuidado de los niños, y a veces deben
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Conclusión
ocuparse de otros adultos, del mantenimiento de la casa y satisfacer las necesidades de los otros miembros del hogar. En el Caribe, las mujeres han sido socializadas esencialmente para desempeñar sus papeles de progenitor, cónyuge y ama de casa, pero, las circunstancias las han llevado a desempeñar importantes papeles en el plano laboral. El éxito con el que han cumplido con dichos papeles ha dependido en parte de su nivel de instrucción y de su formación vocacional, de las oportunidades de trabajo y del nivel de los salarios correspondientes, pero sobre todo ese éxito ha sido la consecuencia de su capacidad para emplear los recursos personales con el fin de explotar las posibilidades de ingresos de que disponían. Junto con esto, debe señalarse su capacidad para llevar adelante a la vez sus responsabilidades domésticas y sus actividades remuneradas dentro o fuera de la casa. Una estructura familiar amplia da a la mujer el acceso a una fuente de sostén para el mantenimiento del hogar y el cuidado de los niños, y le permite experimentar estrategias alternativas de sustento económico. Esto explica en parte la capacidad de las mujeres rurales y urbanas de bajos ingresos para controlar durante años la sección local de frutas y verduras del sector distributivo. La modernización del proceso económico en el Caribe durante los últimos veinte o treinta años, centrada en forma muy evidente en la importación de tecnología, la especialización de las empresas y en una filosofía individualista, ha llevado a desvalorizar a las mujeres en un área en que habían llegado a predominar. Así, aunque se encuentra todavía un gran número de mujeres en el sector informal, muy pocas se destacan en la cadena local de distribución de alimentos. Se las encontrará, en cambio, como vendedoras ambulantes a lo largo de las calles de la ciudad, sujetas, en un grado aún mayor que los grandes comerciantes, a las vicisitudes de la economía monetaria internacional. Al mismo tiempo, la declinación de la familia amplia ha traído nuevamente a un primer plano el problema de combinar las actividades remuneradas y el cuidado del hogar. Para las mujeres que dirigen sus hogares este aspecto es crucial. Los datos analizados en las primeras secciones de este trabajo no sólo dan a conocer las características y estrategias de las mujeres que dirigen sus hogares, sino que también demuestran que la pobreza es el problema mayor de tales hogares. Los datos obtenidos a partir de los censos indican con claridad que las mujeres que dirigen sus casas están condenadas a trabajar en empleos subalternos y mal remunerados que no ofrecen ninguna perspectiva de progreso. Están más expuestas que los hombres al desempleo, a desempeñar actividades mal pagadas y a carecer de formación profesional. Los datos del estudio del ISER sugieren que, cualquiera sea el nivel de ingresos y los antecedentes socioeconómicos, las mujeres que dirigen sus hogares enfrentan problemas similares, de los cuales los más críticos parecen relacionarse con las fuentes de subsistencia y las obligaciones respecto al cuidado de los niños. Como en muchos otros países, estas mujeres dependen en gran medida de la creación de una red de relaciones con otras mujeres para ayudarse en el cuidado de los niños, las tareas domésticas, la comida, el préstamo de dinero en situaciones
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Conclusión
de emergencia, y para contar con apoyo afectivo en general [25, 38, 40]. Los datos suministrados por los servicios de bienestar social indican que las mujeres que reciben subvenciones de la asistencia pública en su gran mayoría dirigen de facto sus hogares, y que prácticamente ninguna trabaja. Su problema es la pobreza. Es probable que si tuvieran las mismas oportunidades laborales y los mismos ingresos que los hombres estarían menos expuestas a la pobreza y dependerían menos de la asistencia pública. Este argumento se aplica tanto a los países desarrollados [28, 29, 45, 51] como en desarrollo [44]. La tragedia de estas mujeres es que no se vislumbra ninguna solución inmediata. La propuesta de una interrupción de la asistencia pública es evidentemente inaceptable, ya que las estrategias empleadas por las mujeres para ganarse la vida no han tenido mucho éxito. La primera estrategia que aplican consiste en buscar trabajo. Las mujeres más jóvenes pueden encontrar empleo en el comercio, la industria y el sector de servicios. Pero tales empleos tienden a ser de corta duración, a menos que posean un buen nivel de instrucción. Las mujeres mayores, que probablemente carecen de formación profesional, intentan ejercer actividades tales como lavado, planchado, limpieza, tareas temporarias y pequeñas ventas. Invariablemente, tales actividades tienden también a ser de corta duración. Además, cambios inesperados en la organización de la familia, tales como enfermedad, nacimiento de un niño, desalojo, podrían requerir una atención inmediata y excluyente de la actividad remunerada. Otra de las estrategias es la de tener varias relaciones de pareja. En la República Dominicana se ha explicado que la formación de parejas sucesiva y múltiple indica la presencia de un conjunto masculino flexible que no sólo funciona como núcleo familiar, sino que proporciona a la mujer comida, vivienda, satisfacción psicológica y le permite cumplir con su papel de procreadora [3, 4]. En contraste, un estudio en el Brasil muestra que esta estrategia no siempre tiene éxito [33]. Los datos del estudio piloto indican que esta práctica es mirada con desaprobación: "No me gusta la idea de instalarme con un hombre y tener que mudarme, y después irme con otro... No creo conveniente tener hijos con distintos hombres." Los datos de los servicios de bienestar social sugieren que esta estrategia de supervivencia no ha tenido un éxito particular. Los compañeros actuales y pasados contribuyeron muy poco o nada al sostén del hogar, aun cuando engendraron algunos de sus hijos. Ello puede deberse en parte a la falta de escrúpulos de los hombres, pero las dificultades para encontrar un empleo y ganarse la vida limitan severamente la capacidad de los hombres de contribuir a las necesidades del hogar. La migración, la desaparición o la prisión son las opciones racionales a la vergüenza y el desconcierto. Otro tipo de estrategia consiste en contar con la ayuda de otros miembros de la familia. Datos que se utilizaron en este trabajo indican que en el Caribe no es frecuente depender del apoyo económico de los niños debido a la gran importancia que se da a la escolarización. De modo que las familias sólo pueden obtener algún beneficio de los salarios de sus hijos cuando éstos dejan
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Conclusión
la escuela. Llegado el momento es probable que ellos no tengan empleo o que el nivel de sus salarios sea bajo; así, la ayuda financiera que proporcionarán al hogar, en el caso de que la ofrezcan, será insuficiente. Los otros adultos de la familia por lo general no están en la plenitud de la edad y son sobre todo mujeres, de modo que enfrentan los mismos apremios que el jefe de la familia con respecto a las oportunidades de trabajo. Con poca o ninguna entrada suplementaria de dinero proveniente de otros miembros del hogar, la mujer que es responsable de él se ve forzada a recurrir al sistema de la asistencia pública como una opción económica válida para la supervivencia de la familia. Pueden existir otras fuentes de subsistencia, pero los datos no las identificaron y, en el caso de los datos del servicio de bienestar social, existen pocas pruebas de que tales fuentes sean buscadas activamente. Así los escasos medios de los servicios de bienestar social de sociedades básicamente empobrecidas deben soportar una pesada carga. Una de las lagunas de los servicios de estadística de la región es su incapacidad de definir lo que podría llamarse un umbral de pobreza. Por lo tanto, es imposible indicar el porcentaje de mujeres jefas de familia que se encuentran en la actualidad por debajo de ese nivel. Es evidente sin embargo que aquéllas que dependen exclusivamente de pagos provenientes de la asistencia pública, por falta de un ingreso salarial o por falta de pagos para la manutención de los hijos, se encuentran muy por debajo del nivel de vida aceptable, como quiera que éste se defina. Es evidente que las actuales prestaciones de la asistencia pública son insuficientes para proveer una seguridad económica a la mujer y a su familia, pero sin embargo son indispensables. Aun cuando se reconozca su necesidad, la asistencia pública plantea algunos problemas. Ello puede deberse a que el aumento del número de jefas de familia ha forzado a las autoridades a planificar un programa de asistencia social de un tipo particular, pero también al hecho de que la disponibilidad continua de este tipo de sostén institucional previsto por los programas de bienestar social favorece el establecimiento de jefas de familia. El caso 5, por ejemplo, parece confirmarlo. Si esto fuera así, es evidentemente necesario revisar los programas existentes y formular una política nueva. Los países del Caribe deben optar entre desarrollar programas de subsistencia o programas de rehabilitación. En este último caso, las personas a cargo del planeamiento necesitan reforzar los programas de formación profesional, la creación de fuentes de ingreso y los programas de educación para adultos, hombres y mujeres. El objetivo de tales programas debería ser ofrecer a las familias pobres no sólo la satisfacción de las necesidades básicas, sino también la motivación y los medios de progresar. Los planes de acción que conciernen a los hombres deberían tener como objetivo ofrecerles una base de recursos económicos que los capaciten para el cumplimiento de sus responsabilidades familiares. Las políticas dirigidas a las mujeres deberían apuntar a: Elaborar programas de creación de fuentes de ingresos que no sólo permitan el trabajo a domicilio, sino también aporten los medios materiales y financieros para hacerlo.
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Conclusión
Asegurar que los programas de creación de empleos incluyan un componente específicamente destinado a las mujeres. Crear centros para el cuidado de los niños con horarios prácticos para la mujer que trabaja. Aumentar las oportunidades de trabajo a tiempo parcial. Aumentar las oportunidades de continuar la instrucción escolar y de recibir una formación técnica. Es importante que los programas proyectados para ejecutar tales políticas no se limiten a métodos tradicionales. Es posible ofrecer de inmediato a las mujeres una mayor variedad de actividades laborales si se les proporciona formación técnica en áreas no tradicionales, si se establecen con el acuerdo de empleadores y sindicatos condiciones apropiadas de trabajo a tiempo parcial y si se organizan ciertos tipos de trabajo sobre la base de labores a domicilio. Si se amplía la noción de guardería hasta incluir opciones como la crianza de los niños, niñeras diplomadas, guarderías en los lugares de trabajo, combinación de guarderías diurnas y grupos de juego, y ayuda familiar para las personas de edad, se podría proveer de inmediato, durante los horarios en que la jefa de familia trabaja, un medio ambiente sin riesgos para las personas a su cargo. Es posible preparar a los jóvenes, hombres y mujeres, para participar en el mercado de trabajo, incluyendo en los programas de educación de adultos disposiciones que permitan la exención del trabajo para aquéllos que han abandonado la escuela a una edad temprana, con el fin de que puedan completar su instrucción. Estas proposiciones están basadas no sólo en una evaluación de la situación, sino también en observaciones hechas por las mujeres. En el estudio piloto se les preguntó qué tipo de proyectos desearían que las organizaciones llevaran a cabo. Las respuestas son instructivas: "Me gustaría verlos reunir todo el talento que sea posible utilizar para ayudar de cualquier modo. Podrían formar grupos no sólo para vender sino también con fines caritativos. Deberían tratar de dar a los jóvenes mayor comprensión acerca de la paternidad y de la maternidad, etc. Podrían venir en grupo... juntar fondos. Eso podría ayudar si una semana alguien no puede pagar el alquiler. El tema sería 'amaos los unos a los otros'." "Me gustaría que esas organizaciones ofrecieran ayuda a las mujeres para que enseñen a las madres diferentes cosas, tales como proveer a sus hijos de las cosas que ellas no pudieron conseguir." "Las mujeres pobres deberían contar con la ayuda de personas que vinieran a su comunidad, en lugar de salir ellas a su encuentro. Serían capaces de cuidar a sus hijos, si la gente viniera hacia ellas." "Me gustaría que estas organizaciones ayudasen a las mujeres a conseguir empleo en cuanto un proyecto particular deje de absorberlos." "Me gustaría que estas organizaciones comiencen a revalorar a la mujer de la misma manera en que solían predicar que el hombre era superior a la mujer." Los temas dominantes en estas declaraciones ofrecen las bases para un amplio programa de acción: autorrealización, aprendizaje de habilidades, creación de
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Conclusión
empleos, cuidado de los niños, horarios flexibles, instrucción para los adultos, especialmente para los más jóvenes, cooperación comunitaria. Tratando estas propuestas como un todo integrado en el que se expresan las preocupaciones de las mujeres afectadas, y no como un conjunto de programas dispersos y fragmentados, es posible asistir a las mujeres que actualmente dirigen sus familias sin ayuda, preparar a las jóvenes a enfrentar el problema si éste se presentara más adelante en sus vidas y quizá reducir la incidencia creciente de este fenómeno.
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Seis estudios de casos de beneficiarios de la asistencia social Los relatos que siguen están basados en casos reales; por razones obvias los nombres de las personas son ficticios. Unidad familiar simple: la mujer, el concubino y sus hijos Caso 1: Vashti tenía 30 años de edad cuando en 1970 pidió por primera vez la asistencia. En ese momento era soltera, pero vivía en unión libre con el padre de cuatro de sus cinco hijos. El padre de su hijo mayor había emigrado y ella no recibía de él ningún tipo de ayuda financiera. El padre de los otros niños estaba empleado ocasionalmente como camionero y contribuía con 25 dólares de Barbados por semana. Vashti estaba sin empleo y sin perspectivas de tenerlo y todos sus hijos iban a la escuela. Pidió asistencia financiera y para la educación de sus hijos. Se le acordaron 5 dólares por semana y los uniformes escolares para los niños. Tres años más tarde Vashti hizo su segundo pedido. En ese momento tenía dos hijos más y acababa de perder otro de corta edad. Pidió y le fueron concedidos fondos para enterrar a su bebé. En 1979, Vashti volvió a recurrir al servicio de asistencia pública. Había tenido dos hijos más —un total de nueve— y su concubino había sido sentenciado en ese momento a cuatro años y medio de prisión. Había estado empleada ocasionalmente como trabajadora agrícola, pero en ese momento no tenía trabajo. Pidió asistencia financiera y se le concedieron 15 dólares semanales. Dos meses después pidió asistencia para sus hijos y obtuvo uniformes escolares.
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Caso 2: Eudine, 28 años de edad, primer pedido en 1974. En ese momento era soltera pero vivía en unión consensual con el padre de sus tres hijos. Durante su último embarazo había renunciado a su trabajo en una fábrica de ropa y estaba aún sin empleo. Su compañero fabricaba y vendía recuerdos durante la temporada turística y por lo tanto su contribución financiera a la familia era limitada. La familia estaba compuesta por Eudine, su compañero, sus hijos y su madre. Obtuvo asistencia financiera en su primer pedido. Al año siguiente, su compañero obtuvo trabajo como chófer y recibía 30 dólares por semana. Eudine pidió y obtuvo uniformes escolares y zapatos para los niños. Cuatro meses más tarde pidió un colchón y obtuvo una cama y el colchón. En 1976 y 1977 se le otorgó otra vez asistencia para la educación de los hijos. Hacia 1978, cuando su caso fue reexaminado se comprobó que sus circunstancias habían mejorado. La pareja se había casado y ambos trabajaban. La asistencia suministrada durante esos años fue, por lo tanto, suspendida. Hacia 1979 Eudine hizo un nuevo pedido. Había tenido su cuarto hijo y su esposo había sufrido un ataque apoplético y probablemente no podría volver a trabajar. El salario de Eudine como doméstica era de 60 dólares por semana y no cubría los gastos de la familia. Recibió asistencia financiera y se le proporcionaron uniformes escolares para los niños. La familia simple truncada: la mujer y sus hijos Caso 3: Joan tenía 33 años de edad cuando pidió asistencia en 1977. Estaba separada de su esposo desde hacia tres años. Joan era madre de seis niños. El padre del primero había emigrado, el padre de los otros cinco, su esposo, era un paciente externo del hospital para enfermos mentales y, por lo tanto, incapaz de ofrecerle contribución alguna. Ella no tenía empleo. La familia se componía de Joan, sus seis hijos y su compañero, quien le había pedido que se fuera de la casa. Pidió ayuda para los niños y obtuvo 12,50 dólares más una provisión de emergencia para una cama y un colchón, cocina, sillas, ropa, utensilios de cocina, vajilla, cubiertos y alimentos. Seis meses después pidió y recibió uniformes escolares para los niños y en 1978 formuló un nuevo pedido. En 1979, Joan sufrió un accidente de tránsito y solicitó ayuda por invalidez, recibió 8 dólares por semana. Más tarde, ese mismo año, hizo dos pedidos más, uno de asistencia escolar y otro de ropa de cama. Ambos le fueron otorgados. En marzo de 1980, Joan solicitó un bono para alimentos, que le fue concedido, y en abril, una cocina con horno que también se le otorgó. Durante un periodo de tres años en el que tuvo que asumir sola su propio sostén y el de sus hijos, Joan se vio obligada a buscar asistencia social en siete oportunidades. Caso 4: Daphne hizo su primer pedido en 1974, a los 29 años de edad. Estaba separada de su marido y tenía cinco hijos. El padre de su primer hijo no le prestaba ninguna asistencia, mientras que el padre de los otros
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cuatro estaba preso por negarse a pagar la pensión para sus hijos. La familia se componía de Daphne y sus cinco hijos, quienes vivían en una casa cuyo alquiler era de 12,50 dólares de Barbados por semana. En su primera solicitud, pidió asistencia financiera para ella y sus hijos y recibió 12,50 dólares para los niños y uniformes escolares para el mayor. Entre 1974 y 1979, Daphne hizo otras seis solicitudes, y todas le fueron otorgadas excepto la que pedía alojamiento. El pedido de alojamiento está aún pendiente. Durante este periodo, su esposo fue puesto en libertad, pero dos años después no había podido ser localizado. Familia ampliada lateralmente: la mujer y sus hijos, su hermana y sus hijos Caso 5: Nesta tenía 27 años de edad cuando hizo su primera solicitud en 1975. Era soltera y no tenía pareja. Tenía siete hijos de cinco hombres diferentes, de los que dos no ayudaban, uno carecía de empleo, otro se había muerto y sólo uno le daba 5 dólares por semana para su hijo. Nesta trabajaba habitualmente como doméstica, pero eligió quedarse en su casa para cuidar a los niños. La familia la componían Nesta y sus siete hijos, su hermana Pearly y sus 8 hijos. Pearly tampoco tenía trabajo. La fuente principal de ayuda financiera venía del padre de los hijos de Pearly, que no vivía en la casa y de la madre de las hermanas, que trabajaba como doméstica y que tampoco vivía en la casa. En su primera solicitud, Nesta pidió asistencia financiera para los dos niños cuyo padre había muerto. Recibió 15 dólares por semana por seis de los siete niños; el hijo asistido por su padre fue excluido. Nesta hizo su segunda solicitud dentro de los cuatro meses siguientes, esta vez por ropa y zapatos para cinco de los niños, lo que fue otorgado. Hizo pedidos similares en 1976, 1977, 1978 y 1979. Revisado este caso en 1978, el funcionario notó la falta de interés de Nesta por encontrar trabajo, y las quejas de Pearly y de su madre respecto de la actitud de Nesta (Pearly, en ese momento, estaba trabajando). Durante un periodo de cuatro años, Nesta hizo siete pedidos y todos fueron aprobados. La mujer, sus hijos y los hijos de su hermano Caso 6: Mabel solicitó ayuda por primera vez en 1974, cuando tenía 25 años de edad. Era soltera, sin pareja y tenía tres hijos cuyo padre había muerto. Había trabajado previamente como empleada en electrónica en la sección montaje, pero había sido licenciada dos meses atrás. La familia se componía de Mabel, sus tres hijos y su hermano, que pagaba el alquiler. Mabel solicitó y obtuvo ayuda financiera: 5 dólares por semana. En 1975 y 1976 pidió asistencia educacional para los niños y recibió uniformes escolares. Una solicitud pidiendo colchones y sábanas fue aparentemente negada. En 1977, la familia de Mabel aumentó. Su hermano, que había matado a su
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mujer fue sentenciado a prisión perpetua. Mabel se ofreció para cuidar a tres de los cuatro hijos de su hermano. Las tres solicitudes siguientes —en 1977, 1978 y 1979— fueron hechas para pedir asistencia escolar para seis niños, los tres suyos y los tres de su hermano. Los seis niños obtuvieron uniformes escolares y, en la última solicitud, pidió ayuda financiera.
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