LAS NOVELAS CORTAS DE RAFAEL ALTAMIRA: EL TÍO AGUSTÍN Y UN BOHEMIO 1

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Mª de los Ángeles Ayala

Mª de los Ángeles Ayala Universidad de Alicante

LAS NOVELAS CORTAS DE RAFAEL ALTAMIRA: EL TÍO AGUSTÍN Y UN BOHEMIO1 Rafael Altamira es, sin duda, uno de los intelectuales más universales que tuvo España durante el pasado siglo. Su figura se recuerda, especialmente, por sus innumerables aportaciones en los campos del derecho y de la historia. Todos tenemos presente en nuestra mente trabajos tan relevantes como La Enseñanza de la Historia (Altamira 1891), Historia de España y de la civilización española (Altamira 1930), Psicología del pueblo español (Altamira 1902), La política de España en América (Altamira 1921), Trece años de labor americanista docente (Altamira 1928)… y todos recordamos, igualmente, los destacados puestos que desempeñó tanto en España como en el extranjero. Permítanme destacar en este sentido su famoso viaje a América (1909-1910), que facilitó el restablecimiento de las deterioradas relaciones de España con sus antiguas colonias, su etapa como director general de Enseñanza Primaria (1911-1913) o su participación como jurista de reconocido prestigio en la constitución del Tribunal Permanente de Justicia Internacional de la Haya (1920) y su nombramiento como juez permanente del mismo en dos ocasiones diferentes, en 1921 y 1930. Si alguna nota define a Altamira es, sin lugar a dudas, esa extraordinaria capacidad intelectual que le permitió trabajar infatigablemente; escribió numerosos libros e innumerables artículos en la prensa española, hispanoamericana y europea sobre temas jurídicos e historiográficos, pero también sobre pedagogía, política, relaciones internacionales y literatura. Es, precisamente, esta última faceta, la de literato, la más olvidada, en la que nosotros centraremos nuestra atención. No debemos olvidar que la literatura, desde su doble vertiente de teoría y creación, fue la primera vocación de Rafael Altamira. La publicación de sus primeros trabajos de relieve nos remite a la década de los años ochenta del siglo XIX, cuando compagina su inclinación natural por la literatura con sus estudios de Derecho en la Universidad de Valencia, la redacción de su tesis doctoral –La historia de la propiedad comunal (Altamira 1927)–, e incluso con su labor como Catedrático de Historia del Derecho en Oviedo, en años posteriores (1897-1909). Hasta 1910, fecha en la que se despide de la creación literaria, no así de su faceta de crítico y teórico de la literatura, Altamira ha ido elaborando un amplio corpus narrativo configurado por artículos de costumbres, cuentos y novelas, producción que, con excepción de sus novelas largas Fatalidad (Altamira 1894) y Reposo (Altamira 1903), se publica, en su gran mayoría, primero, en las páginas de periódicos y revistas y, posteriormente, son recogidas en volumen2. Entre las cartas que se conservan de Rafael Altamira se encuentra una especialmente significativa, la dirigida a su amigo Pascual Soriano Roca el 5 de agosto de 1885, en la que el propio Altamira establece dos etapas en su producción narrativa: una, que considera cerrada a partir de este momento, a la que califica de subjetiva y psicológica y, una nueva que persigue la creación de una narración más objetiva, colorista y sociológica3. Recordemos que las dos y 1 El presente trabajo se enmarca en el proyecto de investigación I-D subvencionado por la Generalitat Valenciana “La labor periodística de Rafael Altamira” (GV06/043). 2 Altamira dio a conocer sus trabajos críticos y literarios en numerosos periódicos, como La Ilustración Ibérica, La Ilustración Artística, Los Lunes del Imparcial, La Justicia, La Lectura, Boletín de la Institución Libre de Enseñanza, El Liberal, El Heraldo de Madrid, entre otros. Posteriormente su producción narrativa se recogió, además de las mencionadas novelas largas, en los siguientes volúmenes: Altamira 1893; Altamira 1895; Atamira s.a. a; Altamira s.a. b. El Prólogo aparece fechado en 1897; Altamira 1910; Altamira 1925; Altamira 1944. 3 Carta reproducida por Vicente Ramos (Ramos 1987: 35).

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únicas novelas cortas que publica, El tío Agustín y Un bohemio, se redactan, precisamente, alrededor del mencionado año de 18854. Ambos relatos aparecen en el periódico barcelonés La Ilustración Ibérica. El primero, desde el 16 de mayo al 13 de junio de 18855 y el segundo, aunque redactado en 1886, tal como el propio Altamira señala6, se publica en los ejemplares de la revista que van del 20 de octubre al 29 de diciembre de 18887. Dos novelas cortas que si bien pertenecen a su primera etapa, la más inmadura, tal como corresponde al periodo literario de un escritor novel que apenas cuenta con veinte años de edad, preludian los temas y motivos característicos de su producción literaria posterior, ese corpus narrativo de mayor madurez y en el que se encuentran sus mayores aciertos. Ambos relatos están protagonizados por jóvenes acomodados, que gozan de una privilegiada formación intelectual y que hacen gala de un marcado temperamento soñador. Las similitudes entre las dos novelas cortas son, dada la proximidad de las fechas de creación, evidentes, tanto en el asunto propio desarrollado, el descubrimiento del sentimiento amoroso, como en el retrato de sus personajes. En El tío Agustín se nos ofrece la historia de este joven, enamorado, primero, de una bella lugareña que reside en el pequeño pueblo donde la familia del protagonista pasa las vacaciones estivales; joven tremendamente atractiva, pero con la que no guarda ninguna afinidad de carácter. Posteriormente su corazón se inclinará por Nieves, la no menos agraciada sobrina con la que ha convivido fraternalmente desde que ésta quedó huérfana de madre. Joven que desde sus años de adolescencia se ha sentido atraída por Agustín y que se convierte en la confidente de los desengaños amorosos del mismo, hasta que éste se enamore sinceramente de ella. En Un bohemio, encontramos la descripción de la vida estudiantil siguiendo las andanzas de Martín, un joven de provincias que llega a la capital para cursar estudios universitarios. Instalado en ella se dejará llevar, motivado por su exaltado temperamento, hacia el estudio de los más diversos campos y materias. Cuando se enamora de Esperanza, Martín abandona sueños e ideales para dedicarse a un estudio práctico que le permita alcanzar un puesto en la sociedad y fundar una familia. La muerte de la mujer amada destruye este nuevo sueño del protagonista y Martín termina desempeñando un anodino puesto de secretario de Ayuntamiento en su pueblo natal. Dos relatos que se enmarcan en el preciso momento en el que Rafael Altamira ha estudiado con detenimiento la denominada “cuestión palpitante” y que ha escrito uno de los ensayos más notables acerca del naturalismo, de ese movimiento literario que él prefiere denominar “realismo”, “experimentalismo” o “realismo naturalista”. Recordemos que también en la misma revista barcelonesa en el que aparecen los dos relatos objeto de nuestro trabajo, La Ilustración Ibérica, publica su estudio titulado “El realismo y la literatura contemporánea”8, donde se decanta por una literatura que es ciencia y es arte, por una 4

En la citada carta el escritor habla del proyecto de reunir bajo el rótulo de Pruebas de color más de media docena de novelas cortas, citando, además de las dos novelas objeto de nuestro trabajo, las tituladas ¡Verba! y Las ideas de Mr. Ranier. A este respecto hay que señalar que el proyecto no debió prosperar, pues Altamira no publicó ningún libro con este título. También hay que dejar constancia de que hasta el presente momento no se han localizado en las revistas en las que colaboró Altamira estas dos últimas novelas cortas mencionadas en la misiva. 5 El tío Agustín (novela corta) se publicó en la Ilustración Ibérica (Altamira 1885). 6 Rafael Altamira recogió estas dos novelas cortas en el volumen titulado Novelitas y cuentos (Altamira s.a. a), respectivamente. En el presente trabajo citamos por esta edición. En la Advertencia que figura al frente del mismo se indica al lector que al pie de cada relato se ofrece la fecha exacta en que fue escrito. Según esta información Un bohemio fue redactado en 1886. 7 Este relato, dedicado a San Martín Aguirre, apareció en los siguientes números correspondientes al Año VI de La Ilustración Ibérica: 303 (20-X-1888), pp. 671-672; 304 (27-X-1888), pp. 686-688, 305 (3-XI-1888), pp. 703-704; 306 (10XI-1888), pp. 719-720; 307 (17-XI-1888), pp. 735-736; 308 (24-XI-1888), pp. 751-752; 309 (1-XII-1888); 310 (8-XII-1882); 311 (15-XII-1888), pp. 799-800; 312 (22-XII-1888), pp. 815-816 y 313 (29-XII-1888), pp. 831-832. 8 “El realismo y la literatura contemporánea” no llegó a publicarse en volumen, sino que apareció en las páginas de La Ilustración Ibérica en los siguientes números: Año IV, 173 (24-IV-1886), pp. 262, 263 y 266; 174 (1-V-1886), pp. 278-279; 176 (15-V-1886), pp. 311, 314 y 315; 179 (5-VI-1886), pp. 359, 362 y 363; 182 (26-VI-1886), p. 414; 183 (3-VII-1886), pp. 427 y 430; 185 (10-VII-1886), pp. 459 y 462; 186 (24-VII-1886), p. 467; 187 (31-VII-1887), p. 483; 188 (7-VIII-1886), p. 499; 189 (14-VIII-1886), p. 515; 191 (26-VIII-1886), pp. 550, 551, 554 y 555; 192 (4-IX-1886), pp. 567, 570, 571 y 574; 193

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literatura que se alimenta del estudio de la sociedad, pero una realidad que se transfigura artísticamente en manos del escritor9. Altamira se encuentra en un momento de transición, de búsqueda de la fórmula narrativa idónea. Su formación libresca romántica se ha enriquecido con la lectura de los autores más influyentes del realismo-naturalismo y ha entendido como pocos en su tiempo que en las letras del siglo XIX no hay ruptura, sino que el romanticismo, con su subversión de los moldes clásicos, es punto de partida de las demás estéticas y que en el “[…] realismo de hoy, ya en su tendencia naturalista o determinista tiene aún, sin reconocerlo a veces, muchos dejos y elementos románticos” (Altamira 1886)10. Como se desprende de estas manifestaciones Altamira proyecta en sus relatos unos asuntos y unos personajes que se enmarcan en la estética realista, narraciones que toman como base el dato real, la observación minuciosa, pero relatos que también inciden en la reflexión sobre los resortes que mueven la conducta humana. Un bohemio y El tío Agustín, dada su temática amorosa, coinciden en la presentación y descripción del ideal de mujer que el entonces joven Altamira proyecta en sus trabajos literarios. Una mujer que se aviene con absoluta perfección a lo que la sociedad de las últimas décadas del siglo XIX espera de ella. Altamira, que en estos momentos se encuentra bajo la influencia de las ideas krausistas11, plasma en sus trabajos esa imagen ideal de mujer instruida y educada para servir de compañera ideal del hombre de este preciso momento histórico, pues además de la belleza física valora su carácter alegre, sus valores morales o su habilidad y destreza en las tareas domésticas. Altamira, consciente de la falta de educación superior en la mujer, hace que sus protagonistas masculinos en muchos de sus relatos se erijan en maestros o educadores de la mujer amada con la finalidad de moldear a la misma con las ideas, pensamientos e ideales que sustentan sus intelectuales y cultivados protagonistas. Personajes masculinos que enriquecen con su conversación, con la comunicación de su propio mundo interior, con la confidencia de sus inquietudes y deseos la propia inteligencia de la mujer, estableciendo una unión entre seres que se aman que va más allá que la simple o apasionada atracción que la belleza femenina ejerce sobre el hombre. El amor nunca alcanza en los relatos de Altamira un tono voluptuoso12. Se trata siempre de un amor sereno, basado en la más absoluta entrega de los amantes y en el conocimiento mutuo Tanto Martín como Agustín en su relación con sus respectivas amadas se mueven bajo estas directrices. Así, por ejemplo, Agustín cuando, tras su frustrado amor por Irene, comienza a fijarse en Nieves, se dará cuenta de que ésta se había convertido en “una mujercita hecha y derecha, ama de casa, orgullo de su abuela, entendida en toda la prosa útil y poco apreciada de la vida real […] Ahora lo veía bien. Ahora veía a aquella niña que había vivido por él siempre, ofreciéndose como la mujer

(11-IX-1886), pp. 586, 587 y 590; 194 (18-IX-1886), pp. 603 y 606; 195 (25-IX-1886), pp. 615, 618 y 619; 196 (2-X-1886), pp. 634, 635 y 638; 197 (9-X-1886), pp. 647, 650, 651 y 654; 198 (16-X-1886), pp. 663, 666, 667 y 670; 199 (23-X-1886), pp. 678, 679 y 682. 9 Carecemos de un estudio monográfico dedicado a este trabajo de Rafael Altamira. No obstante puede consultarse los trabajos de José Carlos Mainer (Mainer 1987: 141-162); Adolfo Sotelo Vázquez (Sotelo Váquez 2002). 10 La labor de Rafael Altamira como crítico literario ha sido abordada, de manera destacada, en los siguientes trabajos: Martínez Cachero 1967: 11-22; Ramos 1968; Mainer 1987: 141-162; Sotelo 2002: 219-234; Requena Sáez 2002. 11 Fue Eduardo Soler Pérez, catedrático de Derecho Político y Administrativo en la Universidad de Valencia quien le introdujo en el pensamiento krausista durante sus años universitarios (septiembre de 1881 a junio de 1886). Después, al trasladarse a Madrid para realizar sus estudios de doctorado, serán los máximos representantes de la Institución Libre de Enseñanza –Francisco Giner de los Ríos, Gumersindo de Azcárate, Nicolás Salmerón, Bartolomé de Cossío…– los que orientarán al inquieto Altamira. 12 En El tío Agustín el primer amor del protagonista por Irene, la joven lugareña, alcanza alguna dosis de sensualidad en la descripción de la belleza física de Irene y en su comportamiento desenfadado. Agustín a su lado no se enriquece ni se eleva; su amor no es fuente de estímulo, sino que, por el contrario, Agustín “[…] gustábale más bajarse hasta ella, hablar el lenguaje inculto de la montaña, usar las bromas picantes y gruesas de aquella gente. Él no creía en redenciones ni educaciones por amor. ¿Era de La-Hoya? Pues que fuese siempre lo mismo, una montañesa, hermosa, acabada en lo físico, aunque en lo demás se mostrase ruda, arrebatada, falta de pulimento social” (Altamira 1885: 121).

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de su casa, la que ha de ser buena esposa, casta, arreglada, y luego buena madre”13. Ideal de mujer que, sin duda, fue modificando Rafael Altamira con el correr del tiempo, pues no olvidemos que fue uno de los pocos intelectuales que se postuló a favor de la entrada en la Real Academia de la Lengua de Emilia Pardo Bazán14. Como es bien sabido, la ilustre escritora gallega no alcanzará su nombramiento, pues a pesar del apoyo de Altamira y de algunos otros hombres de prestigio, se impuso la opinión de aquéllos que no reconocían a la mujer la capacidad intelectual necesaria para ocupar un sillón en aquella institución regida por hombres. Asimismo, Rafael Altamira mostró su preocupación por la educación y el papel de la mujer en la sociedad en numerosas colaboraciones publicadas, especialmente, en dos de los periódicos que él dirigió personalmente: La Justicia y el Boletín de la Institución Libre de Enseñanza15. Una de las notas distintivas del novelar de Altamira se refleja de manera ya evidente en los dos relatos que nos ocupan. Me refiero a su extraordinaria facilidad para captar y describir la Naturaleza. Altamira logra plasmar en sus relatos la imagen de esas tierras levantinas que él tan bien conoce y recrea con extremada belleza tanto el paisaje terrestre como el marítimo a través de un lenguaje de tipo impresionista que transmite con nitidez ese cúmulo de sensaciones que condensan el olor, sabor y color propios del Levante español. Este lenguaje afectivo que emplea en la descripción de su tierra natal o de la tierra en la que vivió durante años, Asturias, alcanza su máximo expresión y calidad en su novela Reposo y, especialmente, en algunos de los relatos cortos escritos en años posteriores, como, los titulados Marina, El terruño, La fiesta del agua, La enviada, Cuento de enero, Paisaje, entre otros muchos. No obstante, en las dos novelas cortas que nos ocupan, encontramos fragmentos que evidencian su facilidad para captar el paisaje que rodea a sus protagonistas. Así, por ejemplo, en Un bohemio, los paseos de Martín por las afueras de Valencia facilitan descripciones como la siguiente: Allí nos deteníamos un momento gozando del paisaje que se nos ofrecía a los ojos. Martín solía hacerme fijar en él. Iba notando la sucesión de los puentes tendidos sobre el río, cuya agua corría silenciosa, bordeando los plateles de álamos y reflejando la última luz anaranjada del sol, que llegaba muy oblicua, filtrándose entre el ramaje de los árboles; luego la huerta, verde, hermosa, coronada por las torrecillas de las alquerías; y en el fondo de todo, la masa gris de la ciudad con sus campanarios, altos, esbeltos, destacándose sobre el arrebol del crepúsculo, y la cúpula de un palacio cuyas tejas doradas y azules brillaban vivamente”. (Altamira s.a. a: 18)

Un bohemio presenta un marcado cariz autobiográfico, no tanto en lo referido estrictamente a sí mismo, aunque hay rasgos que podrían identificarse claramente con la personalidad del joven escritor16, sino que se erige en una especie de radiografía de su 13 En el trabajo, como ya hemos indicado, citamos por las versiones que de estas novelas cortas se encuentran en su libro Novelitas y cuentos (Altamira s.a. a 143-146). 14 Véase a este respecto su artículo titulado “La cuestión académica. (Carta abierta). Sra. Pardo Bazán” (Altamira 1891: 183188). 15 Destacamos, entre otros, los siguientes artículos: Altamira 1888; Altamira 1832; Altamira 1889; Altamira 1891. 16 Rafael Altamira inició sus estudios de Derecho en la Universidad de Valencia más por satisfacer los deseos paternos que por auténtica vocación personal. En su Breve autobiografía, manuscrito inédito, y en las cartas que en estos años envía a su amigo Pascual Soriano Roca confiesa en numerosas ocasiones que la literatura ocupa un principal interés, siendo conocido, incluso por sus profesores, más como literato y orador que como historiador o jurista. Sólo durante los últimos cursos prevalecerá su afán por el estudio de leyes, tal como le sucede a Martín, protagonista de Un bohemio. También el descubrimiento del amor será una circunstancia común en la biografía del escritor y en la de su personaje de ficción. Sabemos que en estos años estudiantiles Altamira se enamora repetidamente. En las mencionadas cartas dirigidas a Pascual Soriano habla de su interés por varias jóvenes –Angelina (1882), Aurora y Amelia (1883), Nieves (1884) y a partir de 1885 se confiesa verdaderamente enamorado de María Julián, relación amorosa que se alarga hasta 1894 y que dejará una profunda huella en el escritor-. Igualmente el carácter romántico y soñador de Altamira y su propensión a los trastornos nerviosos coinciden con los rasgos temperamentales del protagonista de Un bohemio. Véase a este respecto (Ramos 1987: 11-54). Este

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generación. Altamira transfigura en materia artística lo experimentado en sus años estudiantiles en Valencia. Describe a través de sus personajes ese estado de desasosiego en que viven unos jóvenes que inician su camino en la vida; así, sus intereses encontrados, sus idealismos, sus fracasos o las primeras experiencias amorosas se convierten en elementos que configuran una obra literaria que reflexiona sobre el papel del intelectual en el mundo contemporáneo. Con Un bohemio Altamira inicia un sugestivo camino que alcanzará un mayor desarrollo en sus novelas Fatalidad y Reposo. El carácter romántico y soñador de Martín queda definido por el narrador en las primeras líneas del relato: De cómo se formó aquel carácter, él no podía darse cuenta exacta. Poco a poco, a traición, cautelosamente, se había mostrado en él, le había vencido. La edad pudo mucho; tal vez las melancolías inherentes a ella y el afán de gloria, que le consumía hasta el punto de engendrar el desaliento con frecuencia; quizás las lecturas tuvieron no poca culpa en el asunto… Pero el hecho es que Martín…”. (Altamira s.a. a: 9)

Martín llega a la Universidad sin vocación definida, pero su aguda intuición y su comprensión rápida y fácil le permiten acercarse a distintos ámbitos de conocimiento; la filosofía, en un primer momento, despierta su entusiasmo y se convierte en propagandista ciego de aquellas teorías que va descubriendo; más tarde, la política llena su ardiente imaginación, poniendo la misma pasión y vehemencia meridionales que anteriormente en la defensa de sus ideas. El periodismo y la literatura serán sus posteriores motivos de inquietud y análisis. El carácter romántico y soñador de Martín se subraya al señalar el narrador la vehemencia de sus alegatos, el gusto por controversia, la fe en sus propias creencias y opiniones, aunque éstas sólo fuesen meras repeticiones de retales parlamentarios, frases filosóficas y opiniones periodísticas leídas en determinados momentos de su formación. Martín se dejaba llevar, en suma, por los más diversos idealismos, como si estuviese buscando algo más que diese verdadero sentido a su vida. Su retrato, salvando las distancias, nos acerca a los magistrales héroes decadentes que harán acto de presencia en décadas posteriores gracias a la pluma de autores como Azorín, Baroja, Unamuno, entre otros. Martín, sin ideas fijas, con su actividad reflexiva y sus numerosos proyectos indefectiblemente inacabados, personifica una búsqueda constante por las distintas ramas del conocimiento humano, sin lograr ahogar su íntima melancolía en ninguna de ellas y sin que pueda evitar caer en un estado de abatimiento tras los apasionados arrebatos y excitaciones nerviosas que le producen su febril búsqueda y las apasionadas controversias que sostiene en los cenáculos literarios a los que asiste. El amor sale al encuentro de Martín y esta circunstancia motiva un cambio de actitud en el protagonista. Martín trata de deslindar sus propios sentimientos hacia Esperanza de lo aprendido sobre el amor en los libros de literatura y defiende la autenticidad de su amor ante sus escépticos contertulios cuando éstos aseguran que el teórico Martín “se ha enamorado de una idea, de una ilusión que se ha forjado; en suma, de la mujer indeterminada, del eterno femenino, como si dijéramos” (Altamira s.a. a: 27). Pero Martín ya no es sólo un teórico, la belleza, el carácter alegre y la sensatez de Esperanza son reales, “sin pizca de fantasía ni novela (estaba seguro de ello)” (Altamira s.a.a: 34), como real era que Esperanza le correspondía. Martín por primea vez experimentaba la felicidad de ser amado. La idea de que necesita labrarse un porvenir es consecuencia de esta situación amorosa y Martín comenta a su confidente y amigo lo siguiente:

mismo crítico en su libro Rafael Altamira (Ramos 1968: 22), señala que Rafael Altamira refleja en el personaje Martín los rasgos más sobresalientes de su propia imagen.

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[…] voy a mandar a paseo mi vagar de libros. Porque creedme que, así como hay una holgazanería de no hacer nada, hay holgazanería de hacer mucho que no sirva para maldita la cosa […] Yo he estudiado bastante, pero por rutina, así como el peón de albañil que construye a destajo. No he dejado de servirme de eso, pero sólo como preparación. Desde hoy menos discursos, menos novelas y un trabajo constante dirigido a un solo punto”. (Altamira s.a. a: 42-43)

El camino elegido para labrarse el porvenir que le permita casarse con Esperanza es concluir sus estudios de Derecho y a ello se dedica con igual intensidad que en ocasiones anteriores, animado, esta vez, por la imagen y el recuerdo constante de la mujer amada. Martín irá cambiando progresivamente hasta convertirse, en el decir del narrador, en “el hombre serio, perfecto, que trata de ser algo útil, de atesorar ideas y no derrochar palabras, de saber por fin alguna cosa de un modo completo y profundo” (Altamira s.a. a: 66). Sin embargo, sus sueños, como ya indicamos, se rompen bruscamente con la enfermedad y muerte de Esperanza. Martín, sin aliento vital, queda abocado a la inacción absoluta. El hombre práctico desaparece y renace el hombre intuitivo, un hombre “que adivina lo grande, pero que no puede llegar a ello por falta de estímulo, de energía de constancia” (Altamira s.a. a: 101). Martín se inscribe, pues, en la nómina de personajes que carecen de ideas profundas, que buscan irremisiblemente dar sentido a su vida a través de constantes proyectos, pero que carecen de la constancia y la fuerza de voluntad necesarias para resistir los avatares de la vida, terminando su existencia en un estado de abulia permanente. Altamira reflexiona, pues, con esta novela, como lo hará más tarde en sus novelas largas Fatalidad17 y Reposo18, sobre el papel del hombre instruido, sirviéndose del consabido tema amoroso para poner de manifiesto la incapacidad resolutiva del intelectual moderno ante los problemas cotidianos que, inevitablemente, surgen en su entorno inmediato. Por último, sólo cabe señalar que, a pesar de la coincidencia en el tiempo de la redacción de las dos novelas cortas estudiadas, Un bohemio aventaja a El tío Agustín al presentar tanto una mayor complejidad argumental y formal como una mayor reflexión y manifiesta intencionalidad social. Relato que anticipa no sólo la producción narrativa posterior, sino también la trayectoria personal del autor, un intelectual comprometido ante sí mismo con el objetivo de contribuir a sacar a España de esa decadencia espiritual, material y cultural en la que se encuentra. Un intelectual que desea estimular a las nuevas generaciones a participar, mediante el trabajo bien realizado, a alcanzar esa nueva España con la que él sueña. Bibliografía -ALTAMIRA, Rafael (s.a. a): Novelitas y cuentos. Barcelona: Antonio López, Editor, Librería Española. -ALTAMIRA, Rafael (s.a. b): Cuentos Levantinos. Cuentos de amor y de tristeza, Valencia, Librería Aguilar. -ALTAMIRA, Rafael (1885): “El tío Agustín (novela corta)”, en la Ilustración Ibérica, Año III, núms. 124 (16-V-1885), pp. 319-320; 125 (23-V-1885); 126 (30-V-1885); 127 (6VI-1885) y 128 (13-VI-1885). 17

En esta novela Altamira vuelve a interesarse por la problemática del intelectual que triunfa en los círculos selectos madrileños y que arrastra en sí mismo el “mal del siglo”, ese desequilibrio que Altamira atribuye en esta novela tanto a factores hereditarios y deficiencias educativas como a la propia incapacidad del protagonista –Guillermo Moreno– para vencer la abulia que le atenaza. 18 El tono pesimista que impera en Un bohemio y Fatalidad desaparece en Reposo, pues su protagonista, Juan Uceda, regresa a Madrid dispuesto a reanudar la lucha cotidiana, después de haber buscado inútilmente en el retiro de la pequeña Villamar el remedio de su crisis intelectual. Para un estudio de estas novelas vid., Juan Rodríguez (Rodríguez 1990: 253-273).

Actas XVI Congreso AIH. Mª de los Ángeles AYALA. Las novelas cortas de Rafael Altamira: El tío Agustín y Un bohemio

Mª de los Ángeles Ayala

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