LAS POLITICAS CURRICULARES DE LA ÚLTIMA DÉCADA EN AMÉRICA LATINA: NUEVOS ACTORES, NUEVOS PROBLEMAS

LAS POLITICAS CURRICULARES DE LA ÚLTIMA DÉCADA EN AMÉRICA LATINA: NUEVOS ACTORES, NUEVOS PROBLEMAS Inés Dussel1 FLACSO/Argentina 1. Introducción Es
Author:  Lidia Rico Ruiz

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LAS POLITICAS CURRICULARES DE LA ÚLTIMA DÉCADA EN AMÉRICA LATINA: NUEVOS ACTORES, NUEVOS PROBLEMAS Inés Dussel1 FLACSO/Argentina

1. Introducción

Es sabido que América Latina es un continente de grandes contrastes, de enormes privilegios y grandes destituciones simultáneamente. Inicialmente más integrada al mundo occidental desde su colonización, las dinámicas de su desarrollo histórico han sido, sin embargo, cambiantes e imprevisibles. Hoy tiene algunas de las economías más grandes del planeta (por ejemplo, Brasil) y un nivel de desarrollo cultural muy significativo, pese a lo cual es el continente que muestra los peores índices de inequidad (BID, 1999; Hoffman y Centeno, 2003). Los sistemas educativos latinoamericanos estuvieron, en líneas generales, cercanos a los sistemas occidentales en términos de sus parámetros de inclusión y de cobertura. En muchos de los países de la región, más significativamente e los del Conos Sur, la educación jugó un rol fundamental en la construcción de identidades nacionales. Como lo señala Benedict Anderson (1991) en su estudio sobre el surgimiento de los nacionalismos, ya los primeros líderes independentistas postularon la necesidad de tener una ciudadanía letrada para afirmar las nacientes repúblicas. La evolución de la escolarización, claro está, no fue una línea ascendente ni gradual, y tardó más de un siglo en afirmarse, pero estos primeros impulsos orientaron posteriores consensos sobre la primacía de la educación en la formación de los estados nacionales (cf. Braslavsky, 1985). En las últimas décadas, nuevamente la educación tuvo un lugar destacado en la agenda de transformaciones de los países de la región. Si los años ochenta fueron considerados alguna vez “la década perdida” para América Latina, los años noventa, en cambio, fueron productivos en reformas estructurales significativas, que alcanzaron con mayor o menor profundidad a los sistemas educativos. Los cambios que se sucedieron fueron tanto de estructura y organización del sistema como de la vida cotidiana escolar. 1

Coordinadora del Área Educación de FLACSO/Argentina. Doctora en Educación, University of Wisconsin-Madison.

El curriculum jugó un papel central en este proceso. El cambio del curriculum fue una de las estrategias preferidas por las administraciones educativas de la región para responder a la situación crítica de los sistemas educativos a comienzos de los años ’90, caracterizada según algunos estudios por su inequidad e ineficiencia y por la obsolescencia o banalización de sus contenidos (cf. CEPAL, 1992, entre muchos otros). También lo dijeron documentos de los organismos multilaterales de crédito: “el curriculum es el corazón de cualquier emprendimiento educacional y ninguna política o reforma educativa puede tener éxito si no coloca al curriculum en el centro” (Jallade, 2000, citado por:Casimiro Lopes, 2004: 34). Las estrategias de cambio curricular fueron variadas, e incluyeron desde el establecimiento de parámetros o contenidos mínimos nacionales hasta el rediseño del conjunto de planes y programas desde el Estado nacional. Puede señalarse en líneas muy generales que, además de los cambios específicos realizados en los textos curriculares, en la mayoría de los países latinoamericanos se efectuaron al mismo tiempo transformaciones organizativas y pedagógicas que apuntaron a reconfigurar el saber escolar y las instituciones escolares, y que determinaron en gran medida cómo estos nuevos textos fueron puestos en práctica, remoldeados y/o cuestionados. Esta ponencia se ocupará específicamente de las reformas curriculares desarrolladas en los países del Cono Sur. Señalamos en el título que las reformas se basan en nuevos actores, y que esto diseña nuevos problemas. Uno de los nuevos actores es el propio Estado nacional, que redefine su lugar y sus características en la promoción de políticas educativas (Dussel, Tiramonti y Birgin, 2001; Braslavsky y Gvirtz, 2001). Otro de los actores que emerge con fuerza es la sociedad civil: las democracias postdictatoriales deben hacerle lugar a la participación ciudadana, y ello implica procesos de negociación y consenso mucho más agitados que en otras décadas. El profesorado también se constituye en un actor nuevo, ya no necesariamente a través de las organizaciones gremiales sino a través de procesos participativos que los convocan desde sus instituciones de trabajo. Finalmente, los expertos en didáctica y curriculum asumen un protagonismo marcado en estos procesos, consolidando su lugar prioritario en la producción de discursos pedagógicos oficiales (Bernstein, 1990; Feldman y Palamidessi, 1994). La ponencia se centrará en algunos ejes de la transformación curricular: la estrategia de cambio curricular, particularmente en relación al rol que se le asignó al Estado central en ese proceso y a las secuencias y pasos previstos en la transformación curricular; la definición de áreas prioritarias y el alcance y ambiciones de la reforma; la estructura de participación contemplada y la definición de sujetos de determinación del curriculum; y los cambios en los textos curriculares, sobre todo en relación a la organización del conocimiento escolar por áreas y la inclusión de nuevas temáticas. Finalmente, realizaremos un balance – necesariamente provisorio, dado que son cambios en curso- de la situación actual de la reforma curricular y los desafíos que se abren. Nos interesa aportar a discutir en qué medida las políticas de reforma curricular han producido efectos duraderos

en la “gramática de la escuela” (Tyack & Cuban, 1995), ese conjunto de reglas que define las formas en que las escuelas dividen el tiempo y el espacio, clasifican a los estudiantes y los asignan a clases, conforman el saber que debe ser enseñado y estructuran las formas de promoción y acreditación. Estas formas son, según Tyack y Cuban, un sustrato de alta estabilidad en el tiempo y el espacio, estableciendo qué se entiende por escuela, por buen alumno y buen docente, y que resiste a buena parte de los intentos de cambio, por motivos que también Antonio Viñao Frago (2002) analiza, entre ellos las distintas culturas que coexisten dentro del sistema educativo, y el choque entre la cultura de los reformadores y la de los docentes y técnicos. Quizás la pregunta central que deberíamos formularnos quienes estamos preocupados por el cambio educativo en la región es si las políticas curriculares tuvieron impacto en transformar esta gramática, y analizar las causas y efectos de esta situación. Esta ponencia busca aportar a ese análisis, y a los debates sobre la política curricular y educativa que deberían sucederlo.

Tendencias comunes y dinámicas diferenciadas: comparado de las reformas curriculares en la región

hacia

un

análisis

En este apartado, tomando centralmente los casos de Chile, Argentina y Uruguay, se analizarán algunos ejes comunes que pueden contribuir a establecer tendencias más generales de políticas curriculares en el Cono Sur. Estos ejes son: la estrategia de cambio curricular, particularmente en relación al rol que se le asignó al Estado central en ese proceso y a las secuencias y pasos previstos en la transformación curricular; la definición de áreas prioritarias y el alcance y ambiciones de la reforma; la estructura de participación contemplada y la definición de sujetos de determinación del curriculum; y los cambios en los textos curriculares, sobre todo en relación a la organización del conocimiento escolar por áreas y la inclusión de nuevas temáticas. 1) la estrategia de cambio curricular, particularmente en relación al rol que se le asignó al Estado central en ese proceso y a las secuencias y pasos previstos en la transformación curricular. En América Latina, se eligieron estrategias diferentes de reforma curricular. En Chile, se partió de una reforma educativa altamente consensuada y se avanzó en la reforma curricular en forma gradual y continuada, desde la enseñanza básica hasta la secundaria; se partió de una ley-marco heredada de la dictadura militar (LOCE, de 1990), que fijó los límites de acción para la reforma. En Argentina, la reforma curricular se inscribió en el conjunto de transformaciones previstas por la Ley Federal de Educación de 1993, aunque en su implementación avanzó más rápido y en forma relativamente independiente de otras intervenciones sobre el modelo institucional y la formación docente, en un proceso negociado con las jurisdicciones provinciales y con sectores sociales diversos y que fue objeto de resistencias y conflictos. En Uruguay, no hubo ley educativa que guiara al cambio

en su conjunto, aunque sí se aprobó una ley de emergencia que estableció el funcionamiento de la Administración Nacional de la Educación Pública (ANEP) y de su consejo directivo (CODICEN) en 1995, ley que inicialmente debía durar dos años, y que sin embargo todavía no ha sido reemplazada por otro marco normativo. Puede decirse que hubieron diferentes administraciones que confluyeron en la reforma del ciclo básico de la enseñanza secundaria, con mayores resistencias y conflictos, pero no hubo una orientación de reforma del conjunto del sistema con las mismas pretensiones que en Chile y Argentina. Un elemento central en la comparación es el rol asignado al Estado central en el proceso de transformación curricular. Para Braslavsky y Gvirtz (2001), los tres casos analizados pueden identificarse como Estados promotores que apuntan a producir la regulación necesaria del sistema educativo para garantizar la autonomía de las escuelas y mantener la responsabilidad de construir sistemas equitativos. “El Estado (promotor) no regula todas las acciones de la escuela, sino aquellas cuestiones vinculadas al denominador común. El Estado tiene funciones principales que cumplir, pero bien diferentes de aquellas que tenía en la escuela tradicional ... Regula lo necesario y promueve la calidad, la equidad y la eficiencia; intentando evitar imposiciones.” Sin embargo, si se revisan los casos en mayor profundidad, aparecen diferencias significativas. En Uruguay, la reforma fue definida desde un Estado centralizado (Mancebo, 2001:390). Cosse y Braslavsky (citados en Mancebo, 2001:390) destacan que “en el caso uruguayo no se planteó la necesidad de construir el lugar del nuevo Estado en el escenario educativo”. El Estado central sigue prestando servicios educativos en forma directa y no renunció a su papel director en términos de contenidos y pedagogías. Mancebo señala que la reforma educativa uruguaya siguió un “modelo clásico”, tomando la caracterización de Gimeno Sacristán. En este modelo de cambio, “las autoridades de la enseñanza son legitimadas por las autoridades de gobierno nacionales –por la presentación democrática-, elaboran las políticas educativas –como expresión emanada de los intereses generales de la sociedad-, organizan el servicio de la educación, lo proveen de recursos, ordenan las formas de gestionarlo, regulan sus contenidos básicos y ceden al centro escolar la capacidad de producir el servicio educativo dentro de unos límites establecidos y bajo determinados controles.” (Mancebo, 2001:391) Estuvo poco preocupada por articular espacios de conversación o interacción con otros actores, y no optó por modificaciones gradualistas o moderadas. En el caso chileno, también hubo una presencia muy significativa y determinante del Estado central en la definición de todo el proceso de transformación curricular. Como señalamos, la Ley Orgánica Constitucional de la Enseñanza se sancionó el último día de la dictadura militar, en 1990, y se constituyó en una “camisa de fuerza” para los cambios que se sucedieron en los gobiernos de la concertación, dado su carácter de ley constitucional que exige una mayoría absoluta para ser modificada. La LOCE establece por un lado el

abandono del estado docente, con la preeminencia de la familia como agente educativo, pero por otro lado establece criterios básicos para la acción del gobierno nacional, como fijar contenidos mínimos, pautas de egreso de la enseñanza básica y secundaria, y un ordenamiento curricular anual que regula la secuencia curricular. Los gobiernos de la concertación han usado esta regulación para avanzar en acuerdos nacionales y consensuados sobre la reforma educativa. La estrategia de cambio ha sido entonces originada en el gobierno central, con consultas a diferentes sectores pero con un fuerte poder regulativo del Estado nacional. La reforma se apoyó en la participación de los sectores educativos y sociales organizados y en la discusión en las escuelas del nuevo curriculum. Por último, no hubieron modificaciones de envergadura a la estructura institucional y organizativa de los centros escolares. En ese sentido, sigue siendo un “modelo clásico” de reforma curricular. En la Argentina se produjo la reforma educativa paralelamente a la reestructuración del Estado efectuada por los gobiernos de Carlos Menem (19891999). En una gestión marcada por la redefinición del rol del Estado (a través de la privatización de los servicios públicos, la creación de entes reguladores de escasa eficacia hasta el momento, y la reorganización general de los actores tradicionales de la política y la sociedad argentina –los militares y los sindicatos, entre los casos más prominentes-), se produjo una reforma de amplios alcances y ambiciones (ver punto siguiente), que redefinió el rol del Estado central como el de un “Ministerio sin escuelas”, encargado de la regulación de cuatro aspectos clave: los contenidos mínimos, la evaluación de los aprendizajes, la formación docente, y la información estadística y educativa. La capacidad de regulación del Estado fue sensible a los vaivenes políticos de la gestión, lo que constituyó también una debilidad en la consolidación de los cambios. Se propuso una modificación radical de la estructura de los niveles, que no fue acompañada por definiciones concretas sobre un nuevo modelo institucional para las escuelas, lo que produjo confusión y disparidad en la implementación de las reformas. En el mapa de actores e instituciones que emerge de la reforma educativa, un mapa novedoso en muchos casos respecto de la situación anterior a la reforma, el Estado central sigue cumpliendo un rol fundamental en la definición de las reglas de juego, la asignación de recursos y la definición de políticas curriculares y de formación docente.

2) la definición de áreas prioritarias y el alcance y ambiciones de la reforma. La mayoría de las reformas confluyen en definir como objetivos prioritarios el mejoramiento de la calidad educativa y la búsqueda de una mayor equidad en la prestación educativa. Estos objetivos se tradujeron, en el plano curricular, en un énfasis en la escolaridad secundaria, por un lado debido a que la escolaridad primaria, al menos en su primer ciclo, se había universalizado, y por otro lado debido a que la escuela media seguía reproduciendo un curriculum humanista tradicional (Dussel, 1997) que aparecía como obsoleto y poco adecuado a los

nuevos requerimientos de la ciudadanía y la economía (Braslavsky, 2001). En ese sentido, las reformas son ambiciosas y pretenden refundar los sistemas educativos de cara al siglo XXI. Como tendencias generales, pueden establecerse: el predominio de una formación general, centrada en competencias o habilidades para el ejercicio de la ciudadanía y la competitividad (dos nuevos conceptos estelares de las reformas educativas), la extensión de la formación básica común y la postergación de la diversificación educativa al ciclo superior de la enseñanza secundaria. En ese marco, la reforma chilena aparece como la más ordenada y consistente, en gran parte debido a que el equipo político-pedagógico tuvo continuidad durante los últimos 10 años. También es de las más prescriptivas: la reforma incluye no sólo un marco curricular común para todo el país sino la redefinición de planes y programas. Por ejemplo, para la enseñanza de la lengua y la literatura, avanza en proponer un repertorio de textos y lecturas obligatorias para la enseñanza de la lengua y la comunicación, quedando a criterio de los profesores la selección de seis de esos textos por año (Cox, 2001: 313), un nivel de prescripción que está totalmente alejado del caso argentino. También se prescribieron otros contenidos para la producción de textos escritos. En el caso uruguayo, la administración de Rama presenta el ejemplo más cercano a la experiencia chilena, aunque estuvo circunscripta en términos curriculares a definir nuevos currículos para el nivel preescolar y para el ciclo básico de la enseñanza secundaria. La transformación del curriculum no es dramática ni total: se reorganiza la estructura curricular en áreas (algunas de ellas organizadas epistemológicamente y otras no, como el área instrumental que unifica los idiomas y las matemáticas), se incorpora tecnología, y se preveen horas para la planificación institucional y pedagógica. Se propone un “espacio adolescente” para incorporar la temática juvenil al curriculum. Argentina es el único país que define una reforma general de su estructura organizativa, el cambio de la organización por niveles y la transformación radical de la enseñanza secundaria en “educación de los jóvenes” que no se da en un solo nivel. El marco curricular nacional es un marco flexible y poco prescriptivo, constituido por un listado de contenidos mínimos comunes que se organizan en tres áreas: conceptuales, procedimentales y actitudinales. Se preveen distintos niveles de especificación curricular: el nivel nacional, el nivel provincial y el del establecimiento educativo.

3) la estructura de participación contemplada y la definición de sujetos de determinación del curriculum. En tanto se plantearon como instancias refundacionales de los sistemas educativos, las tres reformas previeron, en mayor o menor medida, mecanismos participativos para la inclusión de nuevos actores educativos y sociales. En el caso

argentino, hubieron diversas instancias de participación y consulta, que incluyeron a sectores sociales diversos, a la opinión pública y sobre todo a los gobiernos provinciales y los expertos en pedagogía y en las áreas de contenidos. Un sector que no participó sostenidamente, en parte por la dinámica de confrontación salarial con el gobierno, fueron los gremios docentes. En Chile, se previó la formación de un comité asesor pedagógico y de uno técnico-político que construyeron los consensos políticos y sociales en torno a los nuevos diseños curriculares. Por otra parte, hubieron consultas a todos los docentes, a partir de jornadas de discusión de las propuestas en cada establecimiento. En Uruguay, se organizó la participación de los docentes en Asambleas Técnico-Docentes en una primera instancia, aunque en una segunda etapa, como se ha dicho, la estrategia de cambio fue más centralizada y vertical y los sectores docentes se enfrentaron abiertamente a la dirección del CODICEN. Quienes tuvieron alta participación en el diseño de estas reformas fueron los intelectuales y pedagogos que venían participando de la elaboración de diagnósticos de las décadas anteriores, a partir de organismos intergubernamentales como la CEPAL y la FLACSO. Al decir de María Ester Mancebo, la mayoría de las reformas de la región estuvieron orientadas por un criterio “racionalista”, basadas en diagnósticos surgidos de la investigación sociológica y política de los sistemas educativos. Si bien esto contribuyó a una mayor fundamentación y vuelo teórico de las propuestas, no siempre tuvo como correlato buenos resultados en la práctica. En el caso chileno, el hecho de pertenecer a gobiernos de concertación que todavía pelean por establecer su hegemonía frente al poder militar seguramente agudizó la negociación política y la búsqueda de consensos, y minimizó los disensos posibles. Por otra parte, la definición de los nuevos textos curriculares en términos más flexibles y orientados al aprendizaje lleva a un nuevo protagonismo de los expertos pedagógico-didácticos en el desarrollo curricular. Alicia de Alba (1991) habla de “sujetos de la determinación curricular” para referirse a los actores que participan de la configuración del curriculum; en ese sentido, se puede hablar de un nuevo sujeto de la determinación curricular constituido por los expertos didácticos, que aportan un nuevo lenguaje y una nueva legitimación a los cambios en las escuelas. Un elemento a tener en cuenta en todos los casos es la participación de los docentes en la reforma curricular. El único país que parece haber logrado una inclusión relativamente satisfactoria de la docencia es Chile, donde se estructuró una consulta nacional y se modificó la propuesta inicial de acuerdo a sus resultados. En el caso argentino y uruguayo, las administraciones que llevaron adelante los procesos de reforma tuvieron una relación ríspida con los sindicatos, y no lograron articular otras formas de participación suficientemente extendidas como para conformar una alianza duradera con algún sector de la docencia. Ziegler (2000) realiza un interesante análisis sobre las formas en que la reforma fue recibida por los institutos de formación docente, y encuentra que los patrones

de recepción son altamente variables, conformando constelaciones muy diferentes incluso dentro de un mismo subsector. Una de las cuestiones que surge, entonces, es que, pese a los esfuerzos por “disciplinar” al cuerpo docente en los tres países, éste sigue apareciendo como un sujeto que busca incluirse en la pugna por el curriculum. En el nivel medio, esto adquiere un matiz particular, sobre todo cuando se trata, como en el caso argentino y uruguayo y en menor medida en el chileno, de reubicar el peso y orientación de las asignaturas. En ese sentido, se reafirman las “lecciones” que el historiador inglés Ivor Goodson (1998) propone de la historia del curriculum: los grupos de profesores de las asignaturas suelen actuar como grupos de interés que presionan por el peso relativo de sus disciplinas, la asignación de recursos, la inclusión en los contenidos a evaluar, etc.. En el caso chileno, por ejemplo, el Colegio de Profesores se opuso a la noción de “contenidos mínimos” por considerar que consolidaría la inequidad del sistema, con una diferenciación creciente entre el curriculum para pobres y el curriculum para ricos (dotado de recursos y contenidos superiores). En el caso de las materias Filosofía, Arte y Educación Física se peleó por asegurar su obligatoriedad (no garantizada en la propuesta de marco curricular que se discutió públicamente en 1997), y en el de ciencias naturales a aumentar la cantidad de ciencias obligatorias (materias del área) por año.2

4) los cambios en los textos curriculares en relación a la organización del conocimiento escolar por áreas y la inclusión de nuevas temáticas.

Los países analizados participan de las nuevas tendencias descriptas por Stenhouse (1984) de transformación del currículum de diseños únicos, homogéneos y centralizados a marcos curriculares orientativos. En el caso de Argentina y Chile, se propuso la definición de marcos curriculares comunes, que establecen contenidos mínimos obligatorios para todo el país y que en el caso chileno también proveen objetivos fundamentales para la enseñanza. Hay un énfasis en el desarrollo curricular antes que en la prescripción detallada, por ejemplo con la propuesta de Proyectos Educativos Liceales en el caso uruguayo y de Proyectos Curriculares Institucionales en el argentino, aunque sigue primando, sobre todo en el caso chileno, una orientación más academicista. Sin embargo, como señalan Braslavsky y Gvirtz (2001), “los nuevos marcos curriculares no parecen constituir aún una matriz suficientemente comprensible a partir de la cual los equipos de trabajo de cada establecimiento puedan atender a la diversidad de situaciones de aprendizaje que se les presentan. En las provincias más pobres de Argentina, o los Estados más pobres del Brasil, por ejemplo, las maestras y maestros están lejos de comprender, asumir y resignificar las propuestas 2

En el caso de ciencias se consideraba en la propuesta inicial que se podría optar entre biología, química, y física en los grados 11 y 12. En la propuesta final resultó que se debían cursar dos de estas ciencias. (En grado 9 y 10 son obligatorias las 3).

curriculares que les envían las autoridades gubernamentales, o, visto desde su perspectiva, los equipos profesionales que trabajan en las oficinas gubernamentales están lejos de interpretar las necesidades de los maestros en terreno.” Las autoras señalan la importancia de guías de trabajo –como en el caso colombiano- que orienten en detalle todo el trabajo pedagógico. En algún sentido, se vuelve a poner en discusión las condiciones de ejercicio de la autonomía escolar y las estrategias para habilitar otros usos de la prescripción curricular en las escuelas.

La organización del conocimiento por áreas es una de las tendencias que se afirman en la región, aún cuando las asignaturas siguen teniendo un peso fundamental en el currículum. En el caso chileno, por ejemplo, se definió una “malla curricular” para la enseñanza básica y la secundaria, compuesta por sectores curriculares que pueden organizarse flexiblemente en asignaturas, talleres u otras estructuras curriculares; ahora bien, a la hora de organizar los planes de estudio, los sectores generalmente se traducen en materias. En el caso uruguayo, las áreas parecen definirse sobre todo a partir de la sumatoria de las materias, incluyendo por ejemplo un área instrumental que agrupa las disciplinas del lenguaje y las matemáticas. En el caso argentino, la definición de las áreas como ámbitos interdisciplinarios genera numerosos problemas prácticos cuando hay que definir qué profesores se asignan a cada área, tanto en aquellas áreas que resultan del cruce de asignaturas existentes (ciencias sociales o naturales) como de las nuevas áreas (tecnología) que todavía no cuentan con profesores diplomados. En relación con la incorporación de nuevos contenidos, tanto en Chile como en Argentina se da un renovado énfasis en la formación ética y ciudadana. Por otro lado, los tres países parecen incorporar las tendencias internacionales de incorporación de la informática, la tecnología y el inglés como saberes necesarios para la competitividad en tiempos de la globalización. Se prevén también tiempos de “libre disposición” (Chile), espacios de planificación institucional o de promoción de la vida juvenil (Uruguay) y espacios de orientación y de tutoría en la enseñanza polimodal (Argentina). Sin embargo, según la experiencia de implementación de las reformas, esta innovación tiene una aplicación muy tibia aún, ya que los espacios libres o poco definidos son los primeros que se restringen a la hora de organizar la distribución horaria en las escuelas. Aquí incide la historia y las tradiciones escolares sobre cuáles son los saberes que constituyen una buena propuesta escolar, que en los casos analizados no incluyeron materias optativas ni espacios de reflexión o formación más individualizadas.

A modo de conclusión

Esta ponencia plantea algunas tendencias generales en las reformas curriculares de la región. En líneas generales, puede afirmarse que emerge un

nuevo concepto de currículum básico para la formación ciudadana y competente, centrado en el dominio de diversos lenguajes y códigos (idiomas, matemáticas), la tecnología y el inglés, y con un grado todavía moderado de espacios abiertos u optativos. Tienden a organizarse en estructuras más comprensivas e interdisciplinarias (áreas, sectores, espacios curriculares), y a incluir conocimientos más actualizados y vinculados a desarrollos de punta en los campos de referencia. En general se los fundamenta en relación a criterios psicológicos (la significatividad para los alumnos) y sociales (su contribución a la formación ciudadana y de competencias). Son por lo general currículos más abiertos y flexibles, que incorporan en el diseño la importancia del desarrollo curricular en los distintos niveles del sistema. En su forma y en sus contenidos, se vinculan con una nueva estructura de gobierno y gestión de las sociedades contemporáneas, centrado en la formación de competencias para resolver problemas y en la adaptabilidad y flexibilidad frente a los cambios, que algunos sociólogos (Ulrich Beck, Anthony Giddens) llaman “la sociedad del riesgo” donde el control se desplaza al ámbito del individuo. La “puesta en práctica” de los nuevos currículos supone en todos los casos procesos de negociación y articulación de demandas con nuevos actores, constituidos en sujetos de la determinación curricular, que está teniendo suertes diversas en los distintos países. En Chile, el cambio aparece como altamente consensuado y ordenado, y aún cuando emergieron críticas desde sectores de derecha opositores al gobierno de la concertación y desde las asociaciones de profesores, en líneas generales puede sostenerse que estas críticas no apuntan al corazón de la reforma sino a la inclusión de determinados contenidos y asignaturas. En Uruguay, la reforma fue resistida por el gremio docente, pero el cambio de gobierno no parece indicar, al menos todavía, un cambio de rumbo educativo. En Argentina, la reforma curricular se ha visto opacada por la crisis económica y política generalizada que sobrevino en 2001, con implementaciones masivas en muchas provincias y con nuevos textos curriculares, pero una situación política y económica que posterga la ejecución de aquellos cambios que implican mayores erogaciones presupuestarias. La implementación de las reformas pone de relieve cuestiones centrales de toda política educativa: la tensión entre lo viejo y lo nuevo en las reformas y la capacidad efectiva de cambiar las escuelas desde el Estado. Analizando por qué fracasaron las reformas educativas en Francia y Alemania, Hans Weiler destaca que en las sociedades industriales avanzadas “el Estado tiene tendencia... a sacar el mayor rendimiento posible de las ganancias políticas derivadas del diseño de las reformas educativas y de su supuesta aplicación, al mismo tiempo que reduce al mínimo el coste político asociado con la tarea de ponerlas efectivamente en práctica.” (Weiler, 1998:55) Weiler sustenta su argumento en que los Estados modernos tienden a tener una legitimidad erosionada y una autoridad vulnerable a los conflictos y pujas de intereses, lo que conduce a que “una parte importante del cálculo que se hace la política reformista consiste en contener y gestionar estos conflictos de tal modo que se reduzca al mínimo la amenaza resultante para la autoridad del Estado.” (ídem:55) Las políticas de reforma serían, en su opinión,

muchas veces políticas de no-reforma, de introducción de experimentos de cambio puntuales que minimizan los costos políticos de los cambios a la par que maximizan las ganancias de enarbolar la retórica de reforma. En los casos latinoamericanos, la debilidad de la implementación podría llevarnos a coincidir con lo que señala Weiler: se cambia para no cambiar nada. El caso argentino, por ejemplo, constituye una reforma ambiciosa y de grandes pretensiones refundacionales no sólo del sistema educativo sino de la sociedad en su conjunto. Uno podría plantearse si esta retórica de reforma no buscó sobre todo posicionar al Estado como el impulsor del cambio y a las escuelas y los docentes como los resistentes a la transformación, más allá de la preocupación por si las escuelas cambiaban o no. Las dificultades o negativas para organizar un nuevo modelo de institución escolar o de carrera docente serían elementos a favor de este argumento. Sin embargo, la adopción de estrategias de implementación masiva de la reforma no abona esa conclusión. El cálculo de minimizar el conflicto no parece haber sido el que primó en la conducción de la reforma, que se guió más bien por convicciones fuertes y movimientos centralizadores y que colocó al Estado central en el foco de la pugna y del debate con los sindicatos docentes, los partidos opositores y parte de la sociedad. Una conclusión similar puede sacarse del ejemplo uruguayo, cuya gestión central en general estuvo poco preocupada por articular espacios de conversación o interacción con otros actores, y no optó por modificaciones gradualistas o moderadas. En el caso chileno, puede señalarse que la dirección de la reforma siempre estuvo orientada por anticipar y gestionar los conflictos, en gran parte debido a la persistencia de la herencia dictatorial en el mapa político chileno; sin embargo, la política no fue de experimentos sino de aplicación masiva y gradual de los cambios, con alta continuidad de las administraciones. En todo caso, las reflexiones de Weiler pueden servir para pensar cómo las estrategias de reforma contienen elementos que exceden a los propósitos o intenciones políticas de sus gestores directos y se vinculan a relaciones más estructurales entre el Estado y la sociedad. Weiler alerta sobre el poder de resurgimiento del status quo ante, no sólo desde las respuestas de las escuelas sino sobre todo por las limitaciones de las propias estrategias reformistas. Pero, para realizar un balance provisorio sobre los efectos de las reformas curriculares, también sería razonable recordar lo que señala el historiador Viñao Frago sobre cómo cambian los sistemas educativos. “La primera lección que ofrece una visión histórica de las reformas y cambios escolares es el contraste entre estos últimos –que por lo general tienen lugar de un modo lento y casi imperceptible- y el impaciente y ruidoso clamor de los reformadores con sus calendarios irrealizables y sus persistentes y fallidas pretensiones de “reinventar” la escuela. Los ritmos del cambio son, pues, lentos pero no uniformes. También hay cambios de ritmo. Épocas o períodos en los que el ritmo de los cambios se intensifica o se ralentiza. Pero lo que nos interesa captar, en estos instantes, son los procesos de cambio en su larga duración y no aquellos instantes en los que el cambio parece cobrar fuerza o paralizarse.” (Viñao Frago, 2002: 105). Quizás

también debemos comenzar a realizar análisis más humildes y de mediano plazo, para comprender cuáles son las transformaciones que se abrieron paso, en qué sectores, con qué suerte, y cómo ello está construyendo escenarios distintos para el accionar de las políticas educativas en la región.

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