Las repercusiones del papa Francisco en Europa Conferencia del Dr. Andrea Riccardi

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Las repercusiones del papa Francisco en Europa Conferencia del Dr. Andrea Riccardi

Un tiempo de decadencia La elección del papa Francisco, hace nueve meses, el 13 (trece) de marzo de 2013 (dosmil trece), ha llegado en un período particular para la Iglesia católica, para Europa y para Italia al mismo tiempo. En Italia, al momento de la elección del papa Francisco, había una situación particularmente difícil. El país en otoño de 2011(dosmil once) estaba al borde de la quiebra. Un gobierno de técnicos de gran rigurosidad, guiado por Mario Monti, lo había sacado de la crisis. Pero las elecciones políticas del 24-25 (veinticuatro-veinticinco) de febrero de 2013 (dosmil trece) habían arrojado al país en una crisis de ingobernabilidad. Por otra parte se había registrado un alto porcentaje de abstenciones para Italia, alrededor del 25 (veinticinco) por ciento, un 5 (cinco) por ciento más con respecto a las elecciones anteriores. En marzo de 2013(dosmil trece), después de muchos sacrificios, no se veía como hacer para sacar al país de una pesada crisis política, con el riesgo que recayese en la económica. Las dificultades italianas se unen, por diversos aspectos, a los cambios de la sociedad europea. La crisis económica ha introducido cambios profundos en los países europeos, determinando un preocupante fortalecimiento de los populismos, muy antieuropeos, que parecen estar del lado de la gente ante políticas rigurosas. Además el tejido de nuestras sociedades se ha debilitado enormemente en los últimos años. Es el fruto de una serie de hechos, entre los cuales –no se debe olvidar – el apremiante proceso de globalización que descompone las identidades históricas de nuestros países. Este proceso conlleva un debilitamiento del Estado y de las políticas nacionales en relación con la globalización financiera, pero provoca –y no es un hecho menor- una mutación en las relaciones sociales. Se han disuelto muchos lazos sociales. El gran problema antropológico del hombre y de la mujer de la globalización es el individualismo, que se expresa en la rarefacción de los lazos sociales. Un estudioso italiano, Luigi Zoja, ha hablado de “muerte del prójimo”. Alain Touraine, con lucidez, ha notado: estamos todos solos en el teatro… Él destaca que hoy el sujeto del vivir social es el individuo singular, mientras que los sujetos sociales se licuan (quiere decir los partidos políticos, convertidos en carteles emocionales; las comunidades; la familia y otros). En este sentido Touraine habla de “fin de las sociedades”. En este escenario se colocaba también la crisis de la Iglesia que, a los ojos de la opinión pública, se veía declinante. Algunos volvían a poner en tela de juicio su credibilidad después de un largo período de escándalos por la pedofilia del clero, después de lo acontecido con los Vatileaks, los 1

documentos sustraídos a la secretaría del papa (divulgados en los primeros meses del 2012(dosmil doce), después de la difusión de noticias sobre las luchas personales en el Vaticano (en particular en lo que se refiere a los italianos en la Curia), después de la manifiesta dificultad para gobernar la política financiera vaticana y el IOR. La Iglesia en sus estructuras parecía opaca. El mismo gobierno del papa Benedicto se veía no exento de problemas, los que han sido sucesivamente planteados en las congregaciones generales después de su abdicación. La institución europea más antigua, la Santa Sede, parecía manifiestamente en crisis. Estaba quien insistía sobre los problemas de gobierno; quien sobre las reformas nunca hechas o sobre las insuficiencias que, en los años de Wojtyla, habrían quedado escondidas por la gran personalidad del papa (era la tesis de Hans Kueng). Otros más bien subrayaban la incapacidad de comunicar con los medios de parte de la Santa Sede (quiero resaltar solamente que Benedicto XVI y papa Francisco tienen el mismo vocero, el jesuita Lombardi). De hecho, sin embargo, la Iglesia católica parecía, por una serie de motivos, más bien declinante y antipática a una buena parte de la opinión pública. No quiero decir que la Iglesia deba buscar la simpatía a toda costa, pero hay una relación positiva con la gente que se debe instaurar, sin la cual no pasa su mensaje (pero sobre esto hablaré más adelante).

Las razones de la crisis Desde mi punto de vista, sin negar estos aspectos de la crisis (puntualmente subrayados por los medios de comunicación, al punto que cada día había una noticia picante), hay problemas más profundos. ¿Qué significado tiene la Iglesia en un mundo global? ¿La Iglesia ha tenido la capacidad de hablar con el hombre y la mujer transformados por la globalización? El hombre y la mujer del mundo globalizado han cambiado, ¿La Iglesia se dio cuenta? Más allá de la alta y profunda enseñanza de Benedicto XVI, el impacto de su figura era más bien limitado por su carácter, por la difícil comparación con Wojtyla, por la rarefacción de los gestos. En este marco las conferencias episcopales europeas, en general, se mostraban demasiado autorreferenciales, capaces de producir documentos y pronunciamientos, pero más bien circunscriptos al mundo de la Iglesia. El catolicismo aceptaba ser minoritario, expresión de algunos ambientes, ligado a experiencias comunitarias, como si el pueblo estuviera destinado a quedar lejano o ajeno: es más, un no pueblo, un conjunto de individuos, convertidos en consumidores y no más aquellas masas representadas por el mundo comunista. La crisis es más profunda, no solo por el avance de la secularización (sobre lo que se insiste incluso demasiado), sino por la realidad de la globalización. Es una crisis de paso hacia un mundo distinto. La Iglesia católica es lazo, comunidad, pueblo, familia, prójimo. Esta es su esencia. 2

¿Cómo se coloca todo esto en el horizonte del hombre global, tan individualista? ¿Cómo se habla a este hombre, que Todorov define “spaesato” o sea desorientado? La Iglesia católica que en África había vivido una etapa de gran crecimiento con la descolonización, tiene dificultad en relación con el cristianismo neo-pentecostal, de las comunidades libres, menos estructurado, más cálido, más atento al individuo, a sus miedos sociales. Lo mismo puede decirse con respecto a América Latina, si bien de otro modo. La Iglesia católica –alguien ha sostenido- con sus estructuras pesadas (se puede pensar en la Iglesia alemana con tantos empleados) es un hard power (poder pesado), que vacila en el mundo globalizado, mientras que la globalización ama el soft power (poder liviano). Pero volvamos a hablar de Europa. Aquí, frente a una secularización invasora, la Iglesia muchas veces se escudaba, casi como criterio de pertenencia, en los llamados valores no negociables, evocando muchas veces en modo prioritario a la ética. En buena medida aceptaba ser minoría, quizás consolándose con una imagen propuesta por el papa Ratzinger, retomada del histórico inglés Arnold Toymbee, la de las minorías creativas. Un poeta y sacerdote italiano, Davide Maria Turoldo, muerto unos años atrás, había percibido de manera profunda la enfermedad que afectaba al catolicismo europeo: el volverse gris, encanecer. “Señor, -escribía- sálvame del color gris del hombre adulto y haz que todo el pueblo sea liberado de esta senilidad del espíritu. Devuélvenos la capacidad de llorar y alegrarnos; haz que el pueblo vuelva a cantar en tus iglesias.” El encanecer, el “color gris” del catolicismo no se veía solo por el color de los cabellos de muchos fieles en las iglesias italianas, sino por una caída de capacidad atractiva y de simpatía. El encanecer, el volverse gris, iba acompañado también por la “senilidad del espíritu” y por una incapacidad de compasión con la vida de la gente (“la capacidad de llorar y de alegrarse”). No quisiera que mi análisis pareciese demasiado duro, pero se había difundido la convicción de un ocaso inevitable de la Iglesia católica. Un periodista muy conocido, Massimo Franco, había escrito un libro con el significativo título, C’era una volta il Vaticano (Había una vez el Vaticano), en el cual se habla de “una encubierta reducción del perfil internacional de la Santa Sede”. Por el resto el ocaso de la Iglesia parecía responder a aquella que para muchos era la ley de la modernidad: cada vez más modernidad y cada vez menos religión. El ocaso era imparable. Y sin embargo, en 2005 (dosmil cinco), justamente los funerales de Juan Pablo II (segundo), habían evidenciado la existencia de un gran pueblo que amaba al papa desaparecido y que estaba apegado a la Iglesia. ¿Qué había pasado? En realidad era un fenómeno osmótico entre crisis de la Iglesia y crisis de Europa. El fenómeno también –se me permita decirlo- de una Iglesia, como realidad y como imagen, demasiado lejana del mundo de los pobres (a pesar de algunas importantes actividades suyas en favor de los pobres), 3

en definitiva de aquel mundo de sufrientes que puebla las periferias, de aquellos millones de hombres y mujeres que viven bajo la línea de pobreza, con menos de un dólar al día. Por ciertos aspectos, el centro de la Iglesia, la Santa Sede, era un problema para el catolicismo –digámoslo así - de periferia, que se veía obligado a dar explicaciones o defender situaciones y posiciones que se hacían eco en la prensa mundial. La abdicación de Benedicto XVI (dieciseis) ha sido un hecho sorprendente, que ha arrojado a gran parte de la opinión pública, católica o no, en el desconcierto. Parecía manifestarse, a través de una opción personal, la somatización de la crisis de la Iglesia, sufrida por un papa honesto y humilde. Hoy, en muchas partes del mundo, con la elección del papa Francisco, se ha olvidado el desconcierto de aquellas horas del 11 (once) de febrero de 2013 (dosmil trece). Se planteaba el problema de la elección del nuevo papa.

El nuevo papa En 1978 (mil novecientos setenta y ocho), los conflictos entre cardenales italianos habían llevado a la elección de un papa polaco, expresión de un pueblo creyente que había pasado en medio de las dificultades. En el 2005 (dosmil cinco), un cónclave de cardenales casi todos en la primera experiencia electoral, asustados ante la desaparición de un gran papa, habían elegido a un cardenal alemán de la misma generación de Wojtyla, que daba garantías de seguridad doctrinal. Pero, en el 2013 (dosmil trece), ante la crisis, desde varias partes –entre las cuales la prensa italiana con una cierta fuerza- se planteaba la idea de volver a elegir a un papa italiano con capacidad de gobierno, para tratar de resolver una crisis que parecía crisis de gobierno y comunicación de la Iglesia. La candidatura del cardenal Bergoglio no fue señalada por la prensa italiana. A quien hablaba de él, se le respondía que era demasiado viejo: tenía 76 (setenta y seis) años, ya había presentado su renuncia como arzobispo de Buenos Aires. La solución debía pasar por la elección de un papa de gobierno, posiblemente italiano (si bien los cardenales italianos estaban muy divididos entre ellos). El colegio cardenalicio votante, por otra parte, es más bien viejo, con una edad media de 72 años. ¿Qué ha sucedido el 13 (trece) de marzo, después del anuncio de la elección de papa Francisco y el primer contacto con su figura y con sus palabras? Mirando los primeros días del pontificado de Francisco y los nueve meses que han transcurrido, uno puede preguntarse: ¿Qué ha ocurrido? ¿Cómo es posible que una Iglesia juzgada dramáticamente en decadencia, pueda ser hoy juzgada positivamente y parezca gozar de una buena salud? ¿Han sido resueltos todos los problemas? No se puede atribuir la responsabilidad de la crisis a Benedicto XVI (dieciseis). Crisis y dificultades venían de lejos. Ni la solución ha sido solo cambiar de papa o poner a la cabeza de la Iglesia un hombre de gobierno. No es fácil encontrar un camino para hacer que la Iglesia salga de 4

un proceso de envejecimiento, deje su “color gris”. Y sin embargo, en pocos meses, se ha tenido la sensación de la primavera de la Iglesia. ¿Qué sucedió? Los problemas de gobierno no han sido resueltos, a tal punto que Francisco ha creado una comisión de ocho cardenales y específicas comisiones para las cuestiones administrativas. Los problemas siguen permaneciendo, pero la atención de todos –también de los tradicionalmente desatentos a la Iglesia- ha sido atraída por una comunicación renovada y profunda del Evangelio. Para comprender mejor estos primeros meses de pontificado, es necesario remontarse a Juan XXIII (veintitrés), que tuvo una inmediata popularidad, al punto que se olvidara a Pío XII. Su secretario, Mons. Capovilla, escribe que la gente comenzaba a preguntarse: “¿Qué es lo extraordinario que dice este hombre?”. Pero, mientras se lo preguntaban, se encontraron conmovidos. Juan XXIII (veintitrés) hablaba de cosas sencillas: amor, perdón, búsqueda de la unidad… Pero algo grande había sucedido: se volvía a poner –concluye Capovilla- en circulación “el lenguaje de Cristo”. ¿Qué ha sucedido con el papa Bergoglio? Algo parecido: una relación nueva entre el papa y muchos individuos que, escuchándolo, se reencuentran pueblo. Es más, quisiera decir que, más allá de las resistencias de sectores del mundo eclesiástico, se ha establecido como una alianza entre el papa y el pueblo.

La simpatía del Concilio No se trata solo de algo mediático. Es suficiente ir a plaza San Pedro, o a un Angelus dominical y uno se queda asombrado por la presencia de 100.000 (cienmil) personas. Se ha realizado una “simpatía” –en el sentido profundo de la palabra- entre el papa y el pueblo. Abraham Heschel, estudioso hebreo del mensaje de los profetas, habla de una “religión de la simpatía”. Para Heschel el profeta es un “homo sympathetikos”: “la simpatía –dice- tiene una estructura dialógica”, la del diálogo con Dios, pero también la del diálogo con la gente involucrada en el pathos del profeta. El Papa Francisco, desde el comienzo, ha mostrado que es un hombre involucrado en el pathos de Dios, capaz de vivir la simpatía hacia las mujeres y los hombres. En un texto de ejercicios espirituales ha escrito: “Otra tentación es privilegiar los valores del cerebro con respecto a los del corazón. No lo olvidemos nunca: solo el corazón une e integra. La comprensión sin el sentir compasivo tiende a dividir”. Esta dimensión de la simpatía no puede ser interpretada solo como un hecho del carácter del nuevo papa, sino que remonta a una clara dimensión de vivir la Iglesia, expresada desde el nombre de Francisco (que evoca la pobreza, pero también la cortesía y sobre todo el Evangelio sine glossa), arraigada sobre todo en el Concilio Vaticano II. Pablo VI (sexto) había interpretado el espíritu del

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Concilio –porque aquel gran evento, productor de textos decisivos, ha sido también una experiencia del espíritu- en su discurso de clausura del Concilio Vaticano II (segundo): “Nosotros preferimos señalar cómo la caridad ha sido la característica principal de nuestro Concilio. Ahora bien, nadie lo puede reprender por falta de religión o infidelidad al Evangelio por su orientación básica… Sí, la Iglesia del Concilio se ha preocupado, no sólo por sí misma y su relación de unión con Dios, sino por el hombre- el hombre tal cual es hoy en día… La antigua historia del samaritano ha sido el modelo de la espiritualidad del Concilio. Un sentimiento de simpatía sin límites ha permeado la totalidad de ella. La atención de nuestro consejo ha sido absorbida por el descubrimiento de las necesidades humanas (y estas necesidades crecen en proporción a la grandeza que el hijo de la tierra reclama para sí).” Pablo VI (sexto) afirma que en el Concilio, a pesar de la diversidad de sus debates y de sus textos, hay una actitud de fondo hacia la realidad del mundo contemporáneo: “Un sentimiento de simpatía sin límites ha permeado la totalidad de ella” –declara. Significativamente el papa hace de la parábola del buen samaritano el modelo de la espiritualidad conciliar, con su actitud de detenerse al lado del hombre medio muerto por el camino, cuidando de él en modo compasivo y realista, en fin, midiendo el proprio camino no con los compromisos del levita o del sacerdote, sino con la necesidad del hombre herido. Y Bergoglio, en una homilía de la mañana, se ha preguntado: “Pero, después de cincuenta años, ¿hemos hecho todo lo que el Espíritu Santo nos ha dicho en el Concilio? No, festejamos este aniversario, hacemos un monumento, pero que no nos cause molestia. No queremos cambiar. Es más: hay voces que nos quieren hacer volver para atrás”. Papa Francisco, que no cita continuamente al Concilio, representa aquel espíritu del Concilio, aquella simpatía inmensa de la cual hablaba Pablo VI (sexto). Otra actitud espiritual de fondo del Concilio Vaticano II (segundo) se reencuentra en el mensaje de Francisco: la separación del pesimismo que pretende hacer inútil la misericordia. Es aquel pesimismo ante un mundo que parece dar las espaldas a la Iglesia, la cual se concentra en la evocación de los valores de la ética marcando su diferencia. Juan XXIII (veintitrés), al comienzo del Concilio (he citado a Pablo VI (sexto) en su conclusión), marca otro rasgo del espíritu conciliar, cuando dice: “En el cotidiano ejercicio de Nuestro ministerio pastoral llegan, a veces, a nuestros oídos, hiriéndolos, ciertas insinuaciones de algunas personas que, aun en su celo ardiente, carecen del sentido de la discreción y de la medida. Ellas no ven en los tiempos modernos sino prevaricación y ruina”…“Nos parece justo disentir de tales profetas de calamidades, avezados a anunciar siempre infaustos acontecimientos, como si el fin de los tiempos estuviese inminente. En el presente momento histórico, la Providencia nos está llevando a un nuevo orden de relaciones humanas.” 6

Con papa Francisco, se ha comenzado a mirar al futuro de la Iglesia con más esperanza y al mundo con menos pesimismo. Indudablemente no se trata de un conjunto de preceptos que se deben aplicar, sino que se trata de un sentir, de modelos, de pastoral, de actitud humana, que la Iglesia puede o no aceptar. Puede también rechazar. Hay una orientación que el papa traza y comunica. Podemos pensar en la temática de la cultura del encuentro que el papa ha desarrollado por ahora solo en parte, pero es muy clara en su pensamiento. Agregaría –no es secundario- la centralidad de los pobres en la vida de la Iglesia (“Iglesia de todos y particularmente de los pobres” –decía Juan XXIII (veintitrés) antes del Concilio). Y uno de los grandes problemas del encanecer, del “color gris” de la Iglesia ha sido justamente su distancia del mundo de los pobres o el haber reducido el contacto con los pobres a algo meramente asistencial y organizativo. Mi historia, que es la de la Comunidad de Sant’Egidio, ha sido siempre sentir a los pobres como parte integrante y calificadora de la familia de la comunidad cristiana.

Entre atracción y resistencias Me he preguntado: pero, ¿qué es lo que ha cambiado? Diría que la atención se ha concentrado sobre aspectos descuidados de la vida de la Iglesia, devolviendo centralidad al Evangelio, antes que a las estructuras, la ética, las instituciones. Esto ha tenido una gran capacidad de atracción, también en países generalmente poco interesados o críticos hacia el papado, como Francia o Alemania o Bélgica. El papa ha dicho al director de “La Civiltà Cattolica”: “Debemos encontrar un nuevo equilibrio, de otro modo también el edificio moral de la Iglesia corre el riesgo de caer como un castillo de naipes, de perder la frescura y el perfume del Evangelio. La propuesta evangélica debe ser más sencilla, profunda, irradiante. Y de aquí que luego vienen las consecuencias morales.” Aquí, sin embargo, se ubican las primeras resistencias al papa Francisco, tanto en los ambientes europeos como en los norteamericanos: las de haber debilitado o puesto en segundo plano las batallas pro life (pro vida), contra el matrimonio homosexual y otros, como diluyendo al cristianismo en un anuncio vago, no anclado en una ética y en una antropología, sustancialmente en una religiosidad liberal. Estas posiciones han sido importantes en el catolicismo italiano, español, norteamericano. No es que Francisco no tenga una clara opción en defensa de la vida (por lo contrario es importante la ampliación de visión que él realizó sobre la cultura de la vida, con un importante discurso sobre los ancianos y su ‘desguace’), pero ha declarado: “El parecer de la Iglesia, por demás, se lo conoce, y yo soy un hijo de la Iglesia, pero no es necesario hablarlo continuamente”.

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A estas posiciones criticas se unen aquellos que, por ejemplo en Italia, se han proclamado grandes estimadores de la Iglesia católica y de su misión de civilización, definiéndose con una expresión un poco paradójica “ateos devotos”: grandes estimadores de la función histórica y moral del catolicismo han admirado el papel de Wojtyla por la caída del comunismo y por la defensa de la ética, pero aun más el pensamiento de papa Ratzinger. Un diario, “Il Foglio”, dirigido por un genial “ateo devoto”, Giuliano Ferrara, reúne las críticas al nuevo papa, que devaluaría la razón y la función de civilización de la Iglesia. Otro sector de resistencia al papa es el tendencialmente tradicionalista, que le reprocha su escasa sensibilidad por el latín, los ritos, la monarquía papal, la corte: es un mundo que había visto en la sensibilidad de papa Ratzinger la posibilidad de obrar un reequilibrio del catolicismo post-conciliar. Pero el papa ha dicho: “Si el cristiano es restauracionista, legalista, si quiere todo claro y seguro, entonces no encuentra nada. La tradición y la memoria del pasado deben ayudarnos a abrir nuevos espacios a Dios”. Hay, en fin, un mundo de resistencias internas dentro del mundo eclesiástico o vaticano, preocupados por la alteración de equilibrios que este papa ha inducido. Ya se ha visto la imposibilidad de algunos sectores curiales de englobar la acción del papa en los propios esquemas. Pero las resistencias no son solo por esto. Diría –para utilizar la parábola del hijo pródigo- son las resistencias del hijo mayor con el Padre, considerado demasiado misericordioso con el hijo que está volviendo y que ha malgastado todo. Francisco pide al clero que cambie, que salga por las calles, que sea amigo de los pobres. Es crítico con respecto a algunas actitudes de encierro y autorreferencialidad de los religiosos y de las religiosas (“los religiosos son profetas” –ha dicho, después de recordar a las hermanas que no deben ser solteronas). Hay un murmureo en estos ambientes: pero, ¿no somos nosotros siempre fieles? ¿por qué el papa nos critica? ¿Este papa no es demasiado abierto a los laicos, demasiado desequilibrado amigablemente con los que están a los márgenes de la Iglesia o fuera de ella? Pero Francisco responde: “… Dios está en la vida de cada uno. Aunque la vida de una persona haya sido un desastre…”. Una de las críticas que, en el ambiente eclesiástico, se dirigen a papa Bergoglio es la simplicidad de su predicación y de su doctrina. Me decía un cardenal: “el papa habla como un normal párroco del campo!”. Yo sinceramente respondí: “si todos los párrocos del campo hablaran así, la historia de la Iglesia sería distinta”. Ha dicho Francisco: “La homilía es la piedra de toque, el criterio para determinar la cercanía y la capacidad de encuentro de un pastor con su pueblo”. Por otro lado, Bergoglio no es un académico o un intelectual que en su vida se haya dedicado a sacar publicaciones científicas, sino que es un hombre culto, informado, con un claro perfil intelectual, el de alguien que ha reflexionado no solo sobre la Iglesia, sino sobre la sociedad contemporánea justamente en el tiempo de la globalización. El tema de la globalización financiera, 8

que condiciona a los Estados y empobrece a muchos, y el de la globalización cultural (que aplasta las identidades), han sido objeto de su pensamiento y de algunas de sus intervenciones. Por este discurso Francisco –en el periódico italiano más importante - ha sido acusado de radicalismo social y de populismo latinoamericano. Queda, entre muchos que son favorables, un sector perplejo por las decisiones de gobierno del papa en nueve meses. ¿No ha invertido demasiado en el encuentro con la gente y la palabra? ¿Qué nombramientos ha hecho? ¿Qué reformas ha introducido? Son preguntas que vienen también de ambientes radicales que quisieran cambios decisivos sobre el rol de las mujeres en la Iglesia, el matrimonio, la democracia y demás. Así papa Francisco ¿no se convierte en un Gorbacev de la Iglesia católica, simpático hacia afuera, pero incapaz de frenar la crisis con decisiones de gobierno? Justamente en el gobierno, Francisco no demuestra un populismo apresurado y sin incidencia: “La primera reforma debe ser la de la actitud” –ha dicho. No piensa hacer las reformas con prisa –lo ha dicho-, sino que ha puesto en movimiento un proceso de reflexión con la comisión cardenalicia y con el sínodo de los obispos.

La primavera de la Iglesia He querido evidenciar estas áreas de perplejidad, de resistencia, de incertidumbre, que existen. Pero son una pequeñez, en lo que se refiere a Europa e Italia, en comparación con la capacidad atractiva de papa Francisco. No se trata de improvisación ligada al carácter del nuevo papa, ni de habilidad comunicativa, sino de un testimonio que echa sus raíces en una vivencia personal, pero también en la gran tradición que viene del Concilio. Esta propuesta pide, a diversos niveles, que el pueblo se involucre. Pero, en primer lugar, frente a su testimonio, se comienza a sentir pueblo. El mundo ha cambiado: he hablado de globalización, de soledad de un hombre desorientado, de individualismo en un marco de rarefacción de lazos… En este marco nuevo, complejo, con aspectos negativos y positivos, se recrea un pueblo a partir de la Palabra y sobre todo parece que se vive una nueva primavera. Primavera no quiere decir solución de todos los problemas, que no llegará nunca, sino reconocimiento que en la vida cristiana y eclesial se encuentran los recursos espirituales y humanos para vivir una nueva temporada de existencia cristiana. Primavera quiere decir que la vida de la Iglesia puede volverse atractiva para muchos y no ser “un grupito de personas selectas” o “un nido protector de nuestra mediocridad”. Un cristianismo vivo, que va más allá de los muros protectores, hablando al corazón, suscita la nostalgia de Dios. Despierta las preguntas de los creyentes, de los creyentes a su manera, de los no creyentes: mientras comunica la fe, es un testimonio de humanidad que interpela. Parece algo normal, pero quizás hemos vivido en modo un poco entorpecido en los años pasados. 9

La elección de un papa argentino, el primer latinoamericano de la historia, no ha sido percibida en Italia o en Europa, como una devaluación del cristianismo de este mundo. Ha sido, sin embargo una liberación de aquella simbiosis crítica entre crisis de la Iglesia y ocaso de Europa, que explica mucho las dificultades de los últimos años. Es un paso decisivo para insertar en la Iglesia universal la vivencia, la santidad, las problemáticas de Iglesias no europeas: un paso adelante hacia la construcción de aquella universalidad que no es un esquema, sino una historia. En efecto Bergoglio ha declarado: “Las Iglesias jóvenes desarrollan una síntesis de fe, cultura y vida en camino, y por lo tanto distinta de la desarrollada por las Iglesias más antiguas. Para mí, la relación entre las Iglesias de más antigua institución y las de más reciente, es similar a la relación entre jóvenes y ancianos en una sociedad: construyen el futuro, pero los unos con su fuerza y los otros con su sabiduría.” Y en la Iglesia ser jóvenes quiere decir tener solo algún siglo de historia… En realidad –y concluyo - la elección de papa Bergoglio puede ser un mensaje a la misma Europa que, en las estructuras de la Unión, corre el riesgo de la esclerosis institucional y la pérdida de inspiración ideal: una Europa que se abre al mundo. Estamos aun al comienzo de esta aventura, y estoy convencido que, después de tanta tribulación, aquella primavera, que el Concilio había anunciado, está soplando. Permanece la señal de esta gran atracción de pueblo ejercida por las palabras del Evangelio, comunicadas por un hombre que las vive y las transmite con simpatía. Me ha vuelto a la mente un diálogo entre Francisco de Asís y fray Masseo, con el que quisiera concluir. Se lee en las Florecillas de San Francisco, que fray Masseo preguntó al hombre de Dios: “Me pregunto ¿Por qué todo el mundo va detrás de ti y no parece sino que todos pugnan por verte, oírte y obedecerte? Tú no eres hermoso de cuerpo, no sobresales por la ciencia, no eres noble, y entonces, ¿por qué todo el mundo va en pos de ti?”. Y Francisco le respondió: “¿Quieres saber por qué a mí? ¿quieres saber por qué a mí? ¿Quieres saber por qué a mí viene todo el mundo? Esto me viene de los ojos del Dios altísimo… esos ojos santísimos no han visto, entre los pecadores, ninguno más vil, ni más inútil, ni más grande pecador que yo. Y como no ha hallado sobre la tierra otra criatura más vil para realizar la obra maravillosa que se había propuesto... a fin de que quede patente que de Él y no de creatura alguna, proviene toda virtud y todo bien, y nadie puede gloriarse en presencia del Él, sino que quien se gloríe, ha de gloriase en el Señor...”

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