Las transformaciones en las bibliotecas europeas de los siglos XVI-XVII

214 Las transformaciones en las bibliotecas europeas de los siglos XVI-XVII The transformations in the European libraries of the centuries XVI-XVII A

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Las transformaciones en las bibliotecas europeas de los siglos XVI-XVII The transformations in the European libraries of the centuries XVI-XVII Amado Manuel Cortés*

Resumen Este artículo muestra cómo se edificaron las bibliotecas antiguas más representativas de Europa en los siglos XVI y XVII. Para poder entender esta nueva realidad, se destacan los antecedentes de las antiguas bibliotecas que se desarrollaron en la parte final de la Edad Media, y cómo a su vez estas heredarán su prototipo a las bibliotecas de las nacientes universidades. Se expresan algunas ideas de la época sobre la necesidad de conformar estos espacios para resguardar y ordenar los saberes que los libros poseían. Finalmente, el texto destaca cómo a través del libro los espacios arquitectónicos se transformaron, pues de un libro manuscrito se pasó a un libro impreso. Abstract This article shows how the most representative ancient libraries of Europe were built in the XVIth and XVIIth century. To be able to understand this new reality, are outlined the precedents of the former libraries that developed in the final part of the Middle Age, and how in turn these will inherit their prototype to the libraries of the nascent universities. Some ideas of the epoch express on the need to shape these spaces to protect and to arrange the knowledge that the books were possessing. Finally, the text emphasizes how across the book the architectural spaces transformed, since of a manuscript book it, to a printed book. Cuando hablamos de bibliotecas, inmediatamente nos imaginamos un salón amplio con estanterías empotradas en la pared, con mesas donde el lector realiza el acto de la lectura. Sin embargo, esta bella imagen del presente, nada tiene que ver con las bibliotecas que se gestaron en el pasado, pues como veremos en este ensayo, el aspecto físico de las bibliotecas, así como la conformación de los libros, no tienen semejanza alguna con las ideas arriba descritas. Lo primero que debemos de entender es que el concepto de “biblioteca” no era muy utilizado en los siglos XVI y XVII, se utilizaba más el término de “librería”; es decir, el concepto griego que designa la palabra, se pasa a latinizar. También, lo que debemos de comprender, es que estas bibliotecas o librerías, tenían como base principal los libros manuscritos y libros impresos, muchas veces, de gran tamaño, conocidos como “infolio”, con una medida arriba de * Profesor del Colegio de Historia de la Facultad de Filosofía y Letras de la BUAP.

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los 22 centímetros de largo, que hoy en día nos parecería un libro estorboso. Vayamos a los detalles para comprender esta idea. Antecedentes Antes de iniciar la descripción de las bibliotecas del siglo XVI y XVII, es necesario remitirse a sus antecesoras, pues nos permitirán entender mejor las transformaciones de los inmuebles y de las mismas colecciones de los libros. En cuanto a las bibliotecas medievales, hay que destacar que en los monasterios no había una sala destinada para la colocación de los libros. Éstos se colocaban en las baldas de los armarios, que se encontraban empotrados en las paredes de cualquier parte del monasterio, o incluso en los pasillos. Quienes resguardaban los libros eran el bibliotecario y el jefe de escritorio. Los monjes recurrían a éstos para solicitar el préstamo del material necesario. Obtenido el material, los monjes se retiraban a sus celdas donde leían los libros. Sin embargo, hasta el siglo XIII, se muestra un nuevo cambio en la forma de las bibliotecas, y esto es gracias a las órdenes mendicantes que nacieron en esta época. Y es que con las órdenes mendicantes surgió un nuevo modelo de la biblioteca, que ya no estaba orientada a la acumulación de materiales, sino que en esta etapa se crea un espacio que no sólo sirve para la conservación de los libros, sino que también estaba destinado para la consulta y la lectura de éstos. Esta nueva forma de biblioteca, de origen eclesiástico sirvió de modelo a las bibliotecas universitarias, donde los libros eran encadenados en los bancos o pupitres para su lectura. En las facultades de las universidades en los siglos XIII al XIV, las bibliotecas contaban con pupitres facistoles, con bancos donde los lectores compartían los textos. Pronto se establecieron reglamentos donde se prohibían gestos que distrajeran al lector. Así es como en 1412 aparece el reglamento de Oxford, en el cual se establece que la biblioteca es un lugar de quietud. En la Universidad de Angers en 1431 se prohibía la conversación e incluso los susurros. A finales del siglo XV, la Sorbona también crea sus propios estatutos que declaraban que la biblioteca de la facultad era un lugar sagrado donde debía imperar el silencio. Estas bibliotecas estaban conformadas por armarios donde se guardaban los libros, además de contar con una hilera de bancos donde los mismos estaban encadenados para evitar los robos de las colecciones. Esta forma de biblioteca, siguió funcionando hasta buena parte del siglo XVI. Las innovaciones en las bibliotecas, que se produjeron en los conventos y universidades provocaron el surgimiento de nuevos sistemas constructivos en estos lugares, sobre todo se empiezan a ampliar los locales; es así como nace el sistema de biblioteca basilical. Fue ideada por Michelozzo para Cosme de Médici y se emplea en el convento de San Marcos de Florencia, entre los años de 1438 y 1443. La innovación de Michelozzo consiste en la creación de un espacio totalmente abovedado, tanto en su cobertura como en su sustentación, evitando el peligro de incendio al hacerla más resistente al fuego. Para esto utiliza una parte de una estructura edificatoria, casi seriada, sin grandes diferencias entre sus partes constitutivas (Muñoz Cosme, 2004: 74). Con la aparición del libro impreso la arquitectura de las bibliotecas también sufrió cambios significativos, pues desde estos monumentos, el libro y la arquitectura estarán estrechamente conectados. Las nuevas bibliotecas tienen su origen a mitad del siglo XVI, siendo las colecciones de reyes y príncipes las

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que serán el prototipo de la nueva biblioteca, como lo ha destacado Alfonso Muñoz Cosme (2004:83): En el siglo XIV asistiremos a la aparición de la biblioteca salón, especialmente indicada para albergar las colecciones de nobles y príncipes que las crean como elemento de prestigio y manifestación del poder. En este nuevo objetivo, las colecciones bibliográficas dejan de tener exclusivamente una función religiosa y formadora conectada con la vida monacal y con la predicación, como había sido en los últimos siglos de la Edad Media, para comenzar a cumplir una función laica y mundana, como la manifestación del poder terrenal. Podemos señalar que la mayoría de las fundaciones de las librerías en plena Edad Moderna se debió principalmente a que los reyes y príncipes, a veces motivados por el humanismo, dieron pie a la construcción de bibliotecas, pero muchas otras el motivo oculto era mostrar su ostentación y poderío; es así que las colecciones se fueron uniendo hasta crear grandes bibliotecas. Algunos aristócratas también impulsaron a éstas con la creación de las mismas. Fernando Bouza (1999: 124) ha expresado que para los nobles y prelados, el hecho de fundar bibliotecas les devenía en honra, fama, grandeza y poder. La posibilidad de vincular la inmortalidad aristocrática al saber depositado en los libros, se extenderá mejor si se parte del hecho de que estas grandes bibliotecas tenían un carácter universalizante, es decir, no estaban presididas únicamente por la utilidad o por el entretenimiento que se buscaba en las lecturas particulares, sino que con ellas se quería recrear todo el saber en el espacio cerrado de una librería. Querían reunir por tanto, la sabiduría entera, la verdad una y universal, y esto era, realmente, empresa digna de príncipes, prelados y señores. De esta forma, la librería o biblioteca de los siglos XVI y XVII prácticamente representaba el poder de quien la había creado. Siguiendo a Bouza (1999b: 121), quien también ha señalado que en estas etapas históricas se podían encontrar desde la burda biblioteca imitativa o fingida del nuevo rico y del ennoblecido, hasta las magníficas bibliotecas regias, con colecciones extraordinarias de códices antiguos y obras raras. Las nuevas bibliotecas tienen su origen a mitad del siglo XVI, siendo las bibliotecas reales las que impusieron el nuevo prototipo de las cuales podemos destacar la Biblioteca Medicea-Laurenziana de Florencia, la Biblioteca Marciana de Venecia y la Biblioteca Vaticana de Roma. Pero la de mayor realce y que más influyó fue la Biblioteca del Escorial. Las nuevas bibliotecas por lo regular contaban con una sala amplia, donde se colocaban a lo largo de las paredes enormes estanterías que permitían situar los libros. Pero lejos estamos de pensar que estos inmuebles eran simples lugares para el resguardo de libros, ya que como apunta Fernando Bouza (1999: 126), la librería altomoderna era más el orden y el asiento de los libros que los propios volúmenes de que estaba compuesta. Por lo tanto, la librería era más que un lugar donde se custodiaba un conjunto de libros. El orden para las personas del siglo XVI estaba relacionado con la armonía con el mundo, pues “Dios era el organizador del Universo, y nada salía de esa armonía”. Para los hombres de esta época, el orden y la armonía eran perfectos, dado que Dios era el gran arquitecto, para quien todas las criaturas tenían su justo peso y medida, además de su belleza, porque fue Dios quien logró tal maravilla. Esta fue la idea que más pesó en la forma de configurar el orden de las librerías de estos hombres:

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Valga decir, entonces, que las bibliotecas son entendidas como figuras del mundo, un espacio y un conjunto privilegiados, en los que es fácil reflejar la oposición básica de lo que está ordenado contra lo que no está (o de las categorías de justicia/ agravio, paz/guerra, bien común/tiranía, identidad/alteridad, comunión/exclusión, sabiduría/rusticidad, etc., que son derivaciones de aquella primera) y, como se sabe, en esta oposición primigenia está el rasgo definitorio de la cosmovisión de los europeos a finales del siglo XVI (Bouza, 1998: 175).

Los ejes principales que debían seguir para la edificación de las bibliotecas eran el orden y la armonía, fue así como se construyeron las primeras bibliotecas de salón. La primera que se construyó con este prototipo fue la Biblioteca Medicea Laurenziana. Esta biblioteca fue construida en el claustro de la Iglesia de San Lorenzo, en Florencia, pero a pesar de que fue construida en este espacio religioso, su función era la de permitir la consulta de sus obras a personas laicas, que nada tenían que ver con la cuestión de la prédica. Otra importante biblioteca de salón fue la Biblioteca Marciana de Venecia, que siguió el mismo modelo de la gran sala sin columnas. Esta biblioteca entró en funcionamiento gracias a la donación del Cardenal Giovanni Bessarione, pues éste legó una gran colección de obras griegas, para que se creara este espacio en el convento de San Marcos. Así, la construcción de la biblioteca se dio a partir de 1536 bajo la supervisión de Jacobo Sansovino, quien mantenía contacto con los artistas del momento como Miguel Ángel y Rafael. Sin embargo, tras derrumbarse la bóveda de los primeros cinco tramos, Sansovino fue separado de las obras, quedando en su lugar Vicenio Scamozzi hasta concluirla. La Biblioteca Marciana fue decorada totalmente en sus muros y bóveda con pinturas de grandes artistas como Tiziano, Tintoretto y Veronesse (Muñoz Cosme, 2004: 90). Aunque no es una librería regia, la Biblioteca Vaticana se considera como el prototipo de las bibliotecas salón. Fue fundada por Nicolás V, esto no se nos debe olvidar, ya que él fue un gran recopilador de manuscritos en lengua griega. Con Sixto IV la biblioteca tomó un mayor impulso, pues la proveyó de una sede en el antiguo palacio de Nicolás V. Esta fue la primera sede de la Biblioteca Vaticana, la cual se dividía en cuatro salas dedicadas a los libros latinos, griegos, los secretos y los destinados al pontificio. Pero en 1527 sufrió grandes pérdidas por el Saco de Roma, y es que de acuerdo con Hipolito Escolar (1990: 232) muchos soldados de Carlos V cometieron brutales saqueos, perjudicándola de manera notable. La biblioteca del Escorial: prototipo de las librerías en la Edad Moderna Como habíamos señalado en anteriores líneas, el orden y la armonía debían ser los ejes principales para el resguardo de los libros. Con esta idea, los eruditos españoles insistían en la necesidad de fundar una biblioteca regia, para lo que se propusieron diversos esquemas para su elaboración. Uno de los primeros fue el llamado Memorial de Juan Páez de Castro, sobre la edificación de la biblioteca real. Páez de Castro inicia en este documento explicándole al rey la necesidad de la conservación de los libros, “porque de los libros dependen todas las artes e industrias humanas”, y en quanto peligro están de perderse si no se le dá algún medio, para que se guarden en lugar seguro” (Lafaye, 2002: 145). Las ideas de Páez de Castro fueron concebidas a partir de la admiración de las bibliotecas que se habían construido en regiones italianas, como fueron la

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Biblioteca Mediceo-Laurenziana de Florencia, la Marciana de Venecia y la Biblioteca Vaticana de Roma. Estas bibliotecas se destacaban por recopilar diversos manuscritos ricamente ilustrados, ya que sus dueños se habían empeñado en enviar gente especializada en la búsqueda de los manuscritos, sobre todo en los lugares del desaparecido Imperio Bizantino. De la misma forma que Páez de Castro otorgaba importancia a la adquisición del manuscrito para dar realce a la conformación de la biblioteca, el erudito canónigo Juan Bautista Cardona en un escrito que hizo llegar a Felipe II sugería al monarca concederle una mayor importancia al libro manuscrito por ser considerado más fidedigno que el libro impreso. Señalaba lo siguiente: El valor de la biblioteca residirá principalmente en la cualidad y rareza de los libros, que consiste en que sean manuscritos antiguos de todas las lenguas y particularmente griegos, latinos y hebreos escritos en pergamino. Habría que recoger con satisfacción cualquier obra de los Padres antiguos que se considerara perdida y apareciera. Debe poseer, además, el mayor número de manuscritos, tanto los de obras no publicadas como los de las que ya lo han sido, pues los impresos aparecen con numerosas erratas y es preciso conocer el texto correcto. Por ello no importará tener muchos manuscritos de una misma obra, aunque en general los más antiguos son los más dignos de crédito (Escolar, 1990: 290).

Juan Bautista Cardona aconseja que los libros deben ser ordenados por facultades y dentro de cada facultad, por materias. En la entrada de la Biblioteca se colocaría un índice por orden alfabético, en el que se debe poner primero el nombre del autor, para continuar con la pieza, el plúteo o finalizar con el número con que fue asignado. De igual forma sugiere que se elabore otro índice por materias, incluido el que se debe elaborar a partir de los manuscritos que se tengan en la biblioteca. Por último, señala que el encargado del lugar será un superintendente o bibliotecario, y sobre este cargo Cardona destaca lo siguiente: Ha de ser un cargo muy importante y muy bien remunerado para el cual se escogerá un prelado, que sea persona docta y de buenas letras, con particular afición a los libros y hombre de mucho juicio. Podría vivir en Madrid, donde podrá ser útil consejero del rey, y sólo será preciso que se desplace a El Escorial seis o siete veces al año…(Escolar, 1990: 291-292).

Estas fueron las ideas más representativas de la época para identificar una librería o biblioteca. La Biblioteca de El Escorial tiene su origen a partir de que Felipe II decidió construir un monasterio en honor de San Lorenzo; para esto se decidió construirlo en la zona del mismo nombre, aunque es necesario destacar que Juan Páez de Castro mencionaba que un buen lugar podría ser la región de Valladolid. Pero finalmente el monarca sigue el consejo de Juan Bautista Cardona. Esta decisión, como detalla Fernando Bouza (1998: 168), le acarreó el epíteto de “enterrador de libros”, pues atesoraba maravillosos libros sin darlos a conocer. El gran arquitecto fue Juan de Herrera, pero a él lo acompañó el italiano José Flecha, quien se encargó de dirigir la obra, y con ellos los ebanistas Gamboa y Serrano. Juntos lograron crear el prototipo de biblioteca que funcionó más tarde, donde el salón mostraría a los libros a través de su estantería de corrido, eliminando las cadenas de los pupitres que los retenían. Pero esta forma de colocación de libros en estante no fue producto de El Escorial, sino que tenía su antecedente en la Biblioteca Colombina. La Biblioteca Colombina de Sevilla fue fundada por el hijo de Cristóbal Colón, Fernando Colón, en 1509. Inicialmente la biblioteca estuvo en su casa pa-

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lacio hasta su muerte en 1539. La biblioteca quedó junto con la estantería en la misma Catedral de Sevilla. Pero lo más importante fue la forma en que Fernando Colón utilizaba las estanterías murales para organizar su biblioteca, como lo destaca en su testamento: “Quanto a la horden en que an de estar los libros, digo que yo tengo esperanza, si nuestro señor fuere servido de dar para ello vida y posibilidad, de labrar una pieza grande, y en ella a raíz de las paredes poner caxones como agora estan, y los libros en ellos puestos de canto, cada qual con su título de nombre e número (Muñoz Cosme, 2004: 86). La Biblioteca del Escorial, por lo tanto, es heredera del sistema arquitectónico de la Biblioteca Colombina, donde por primera vez se utilizó el sistema de estanterías para colocar las colecciones de libros. Y es también la primera en colocar el enrejado para evitar los robos de libros, eliminando el clásico encadenamiento de éstos en los pupitres. Bibliotecas con influencia de El Escorial Ya se destacó que la creación de las bibliotecas regias se dio más por la distinción y gloria que daba a quien promoviera estas edificaciones, que por un sentido humanista. Pero un segundo aspecto que llevó a la necesidad de construir bibliotecas fue el temor que provocaba el libro impreso, ya que tanto protestantes como católicos lo utilizaban para difundir sus ideas. Por ejemplo, los reformistas ponían en tela de juicio las obras de las autoridades cristianas, predominantemente las de los Padres de la Iglesia. Hay que recalcar que el temor a las ideas protestantes dio pie al inicio del Índice de libros prohibidos, de tal forma que los contrarreformistas se dedicaron a realizar ediciones canónicamente “correctas”. Por lo tanto, en una biblioteca se hacía tanto el censo de libros como la censura de ellos. A estos dos aspectos habría que agregar el impulso que la imprenta le dio a libro, pues a diferencia del libro manuscrito de baja producción debido a sus costos, la mecanización los multiplicó en forma considerable. Este aumento masivo de la producción de libros lógicamente modificó las condiciones de la biblioteca, además de poner en jaque la forma de organizar el material bibliográfico. A medida que los libros se multiplicaban, las bibliotecas tuvieron que ser cada vez más grandes. Y a medida que aumentaba el tamaño de las bibliotecas, se hacía más difícil encontrar un libro determinado en las estanterías, de modo que comenzaron a ser necesarios los catálogos (Burke y Briggs, 2006: 30-31). Así, las bibliotecas del siglo XVII plenamente influidas por la de El Escorial, contaban con una sala amplia, donde se ubicaban enormes estanterías, pero una de las modificaciones permitía que en estas nuevas salas se ocupara otro piso con estantería, como se había presentado en El Escorial. Alfonso Muñoz Cosme (2004: 98) ha identificado concepciones de biblioteca a partir de la de salón: “la biblioteca de planta central, concebida como resumen del universo y abierta a estudiosos e investigadores, y la biblioteca templo, construida a imagen de la iglesia y orientada a la instrucción de los predicadores y clérigos. Una tercera vía, la biblioteca de planta en cruz, se desarrollará como síntesis de ambas tendencias”. Del modelo de la Biblioteca de El Escorial se puede destacar la Biblioteca Ambrosiana de Milán, auspiciada por el Cardenal Federico Borromeo, construida entre los años de 1603 y 1609. Ésta se encuentra en la planta baja junto a la Iglesia del Santo Sepulcro. La biblioteca contaba con diversas salas, una para la sala de lectura, otra para los manuscritos, y otra más para los libros prohibidos y el archivo.

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Otra biblioteca con ese estilo fue la Biblioteca Mazarino, instalada en el palacio del mismo nombre, en 1643. Su principal impulsor fue el cardenal Mazarino, de ahí su denominación. Las colecciones que conformaron esta biblioteca fueron posibles gracias al dinero del cardenal, además de la donación de libros, de personas que vivían en París, y de diplomáticos y generales franceses que buscaban libros en otros países. Pero sin lugar a dudas, quien logró conseguir muy buenas colecciones fue el bibliotecario Gabriel Naudé, quien a través de diversos viajes a los Países Bajos, Alemania, Italia y España logró ese objetivo. Precisamente Naudé (Escolar, 1990: 327-328) ha dejado testimonio de lo que a su parecer debe ser lo primordial para el establecimiento de una biblioteca. Ideal es establecer la biblioteca en un edificio de 4 ó 5 plantas. Debe ubicarse en la parte más retirada de la casa, alejada de los ruidos de ésta y de los de la calle. Ni en la planta baja, por la humedad, ni en la última, por el calor. Bien iluminada, a ser posible los balcones deben dar a un jardín. El ambiente ha de ser grato, el aire, puro y sin malos olores de cloacas o humos. La iluminación preferentemente de levante. Las recomendaciones que dio Gabriel Naudé se rigieron por parte del arquitecto Pierre Le Muet para la construcción de la biblioteca. Ésta se abría para los estudiosos por tres horas en la mañana y tres en la tarde. La biblioteca se cerró por un tiempo, ya que Mazarino fue apartado del poder, lo que provocó que Naudé abandonara Francia. Cuando Mazarino regresó al poder se reabrió la biblioteca, y se llamó nuevamente a Naudé, pero éste murió al regresar de París. Finalmente, tras la muerte de Mazarino en 1661, los libros fueron trasladados al Colegio de las Cuatro Naciones, que posteriormente se llamó Institut de France. La Bodleian Library de Oxford fue la primera biblioteca que utilizó el sistema de salón, y esto se debió al profesor Thomas Bodley, quien dio la orden de restauración por el deterioro y despojo de los libros que sufrió en 1550 y 1556. En 1602 es inaugurada, aunque los libros estaban colocados en los pupitres, es decir, a la forma antigua. Ante la insuficiencia para resguardar una gran cantidad de libros, se optó por la ampliación, realizándose en dos etapas. Precisamente en esas ampliaciones se impuso la forma del salón. Aunque los modelos de construcción muchas veces se imitan en algunas bibliotecas del siglo XVII, otras tienen variantes importantes, que hacen suponer que la forma de lectura por los usuarios se hacía de forma divergente. Por ejemplo, en el diseño de la sala principal de la Biblioteca de El Escorial se dispuso la construcción de algunos escritorios a una altura de 80 centímetros, con la finalidad de que los usuarios pudieran leer sentados, a diferencia de lo que sucedía en otras bibliotecas, en las que las personas leían de pie, como refiere Robert Darnton (2000: 200) acerca de la biblioteca de la Universidad de Leyden: En la Universidad de Leyden cuelga un grabado de la biblioteca de la Universidad fechado en 1610. Muestra los libros, pesados infolios, encadenados a altos estantes que sobresalen de las paredes en una serie determinada por los epígrafes de la bibliografía clásica: Jurisconsulti, Medici, Historici, etc. Los estudiantes aparecen desperdigados por la sala leyendo los libros en mostradores construidos a la altura debajo de las estanterías. Leen de pie, protegidos del frío por gruesas capas y sombreros, con un pie posado sobre un apoyo para aliviar la presión del cuerpo. Lo descrito nos lleva a señalar que las formas en que se construyeron esas bibliotecas, lejos están de nuestros prototipos contemporáneos, ya que en la mayor parte de ellas su sala principal no estaba habilitada para que el usuario

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realizara el acto de lectura, sino que tenían una sala destinada para la lectura, de ahí que muchos grabados de la época presenten el salón con los bustos de grandes escritores, y los globos terráqueos, sin que aparezcan mesas o pupitres para la lectura. Podemos resumir la creación de este tipo de bibliotecas en el siguiente párrafo de Armando Petrucci (1999: 237): Estas bibliotecas del siglo XVII, ordenadas de manera moderna con los libros dispuestos verticalmente en estantes que cubrían casi enteramente las paredes de uno o varios salones contiguos tenían también un aspecto expositivo en el que el factor estético era deliberadamente buscado y exaltado. En ellas, mucho más que en las medievales y renacentistas, compartimentadas y atestadas de mesas y de estantes, el libro asumía una función de mobiliario y de ornamento, y su salas proporcionaban un amplio espacio en el que no sólo se podía leer, sino también permanecer cómodamente y conversar. Eran lugares de estudio y de trabajo, pero también de discusión, de intercambio y de sociabilidad civil. Podemos concluir los siguiente: que la bibliotecas o librerías del siglo XVI y XVII, fueron edificadas para concentrar y ordenar los saberes, pero el ritmo acelerado de la imprenta frustró esta intención, y como ha señalado Roger Chartier en varios espacios, el sentimiento de frustración creó la necesidad de crear catálogos y recopilaciones, a las que este autor llamó con mucha razón “bibliotecas sin muros”.

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Bouza Álvarez, Fernando (1999). Comunicación, conocimiento y memoria en la España de los siglos XVI y XVII. Salamanca: Seminario de Estudios Medievales y Renacentistas. ---------------- (1999b). Del escribano a la biblioteca. La civilización escrita Europea en la alta Edad Moderna (siglos XV-XVII). Madrid: Editorial Síntesis. ---------------- (1998). Imagen y propaganda. Capítulos de historia cultural del reinado de Felipe II. Madrid: Akal ediciones. Burke, Peter y Asa Briggs (2006). De Gutenberg a Internet. Una historia social de los medios de comunicación. México: Taurus Historia. Darnton, Robert (2000). “Historia de la lectura”, Peter Burke (ed). Formas de hacer historia. México: Alianza Editorial, 2ª edición. Lafaye, Jacques (2002). Albores de la imprenta. El libro en España y Portugal y sus posesiones de ultramar (siglos XV y XVI). México: FCE. Muñoz Cosme, Alfonso (2004). Los espacios del saber. Historia de la arquitectura de las bibliotecas. Madrid: Ediciones Trea. Petrucci, Armando (1999). Alfabetismo, escritura, sociedad. Barcelona: Editorial Gedisa. Escolar Sobrino, Hipólito (1990). Historia de las bibliotecas. Madrid: Fundación Germán Sánchez Ruipérez, 3ª edición.

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