Le bas clergé et les stratégies de la famille de perpétuation: la promotion et générationnelle (La Janda, XVIII e siècle)

1 El bajo clero y las estrategias familiares de perpetuación: promoción y relevo generacional (La Janda, siglo XVIII) The low clergy and family strate

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1 El bajo clero y las estrategias familiares de perpetuación: promoción y relevo generacional (La Janda, siglo XVIII) The low clergy and family strategies of perpetuation: promotion and generational relay (La Janda, XVIII century) Le bas clergé et les stratégies de la famille de perpétuation: la promotion et générationnelle (La Janda, XVIII e siècle) Avelina Benítez Barea, Consejería de Cultura y Deporte de la Junta de Andalucía, Delegación Provincial de Cádiz. Avelina Benítez Barea C/ Hércules, nº 17, 4º B 11003-Cádiz 660398042 [email protected]

2 El bajo clero y las estrategias familiares de perpetuación: promoción y relevo generacional (La Janda, siglo XVIII) Avelina Benítez Barea

Resumen: El trabajo se centra, dentro del marco rural de la comarca gaditana de la Janda, en la promoción que hacen los clérigos de sus sobrinos, la incorporación de éstos al estamento gracias a estrategias familiares bien planificadas en las que los clérigos tienen un papel destacado y el relevo generacional que se produce al fallecer los mismos. Expedientes de Órdenes y Testamentos serán las fuentes a través de las cuales descubriremos cómo el acceso y promoción dentro del estamento eclesiástico será una de las estrategias más utilizadas por parte de las familias principales, familias que se emparentan entre sí contituyendo grandes clanes, bloques de poder que controlan la población y cierran, prácticamente, el estamento a los miembros de dichas familias. Ello se traduce en una sucesión constante a lo largo del siglo de tíos, sobrinos, primos y otros parientes cuyos apellidos son un referente en la comunidad. Palabras clave: Antiguo Régimen, La Janda, siglo XVIII, mundo rural, bajo clero, estrategias familiares, relevo generacional, promoción familiar. Abstract: The paper focuses, in the rural part of the region of Cadiz of La Janda, promoting clerics who make their nephews, their incorporation to the estate through well planned family strategies in which the clergy have a role prominent and the generational that occurs when passing them. Records of Orders and Wills will be the sources through which we discover how access to and promotion within the clergy will be one of the strategies used by the leading families, families that they are related to each other contituyendo great clans, power blocks that control the population and close virtually the estate to members of these families. This results in a constant succession throughout the century of uncles, nephews, cousins and other relatives whose names are a leader in the community. Keywords: Old Regime, La Janda, XVIII century, rural, lower clergy, family strategies, generational, family promotion.

3 El bajo clero y las estrategias familiares de perpetuación: promoción y relevo generacional (La Janda, siglo XVIII)

Introducción No podemos entender a los hombres y las mujeres del Antiguo Régimen, sus trayectorias vitales, sin la participación de la familia, célula básica a través de la cual se articula todo el sistema social de relaciones. Una familia extensa, compleja, que se “reinventa” según las circunstancias, que se alimenta de lo que busca y tiene fuera y retroalimenta de lo que hay en su interior, y que no se deja morir, que utiliza todos los resortes a su alcance para seguir manteniéndose. Un ser vivo que planifica sus actos de una manera intencionada, según los agentes, el momento, el lugar, las circunstancias y, sobre todo, los objetivos; dinámico y activo, con una visión global, en la que nada se deja al azar y en la que cada nuevo paso o movimiento será causa y consecuencia a la vez. En este sentido, prácticas endogámicas (Bestard Camps, 1992: 107-156, y Sánchez Baena y Chaín Navarro, 1992: 177-214) y acceso y promoción en el estamento eclesiástico serán dos estrategias fundamentales y muchas veces complementarias que, a la par que contribuyen a mantener el prestigio de la familia, reequilibran y amplian el patrimonio económico y relacional de la misma. Esto es común a la sociedad que nos ocupa, una sociedad donde los vínculos estructurantes

comportan

reglas

de

funcionamiento

estrictas,

que

suponen,

generalmente, el ejercicio de una autoridad en el ámbito propio de esa relación y que conllevan, en principio, una acción solidaria en el campo social (Imízcoz Beunza, 1996: 13-50); pero, quizás, sea más patente en el mundo rural, un mundo más pequeño, más cerrado, menos receptivo a las influencias externas, donde cualquier cambio se produce de una forma más lenta y pausada, donde permanecen prácticas y gestos que en otros

4 ámbitos ya se empiezan a desterrar. En este mundo, sustentado sobre una sólida base de redes familiares (García González, 1998a: 135-178), el clérigo y su familia forman un complejo entramado de solidaridades y expectativas mutuas, ya que, si bien en un principio es arropado y promocionado por ella, una vez consolidada su posición, se convertirá en su protector, en particular de la parte femenina, y en uno de sus agentes más activos, facilitando la promoción de algunos sobrinos y ahijados dentro estamento eclesiástico y favoreciendo el relevo generacional (Benito Aguado, 2001: 166-167). Sin dudar de la verdadera vocación en algunos casos, las estrategias familiares de perpetuación estarán en el origen de muchas carreras eclesiásticas (Morgado García, 2010: 1-22 ; y Candau Chacón, 2001: 309-324) y la relación previa que dicha familia ya tenga con el estamento será decisiva para la inclusión de sus miembros en el mismo. Por este motivo, será una constante en los autos formados para la ordenación o ascenso en el estamento eclesiástico de los nuevos pretendientes la alusión de los testigos a la presencia en la familia de los mismos de parientes inmediatos sacerdotes seculares y regulares, algo que, si no un requisito imprescindible, sí que avalaba las pretensiones de tales ordenandos y sin duda allanaba el camino y la consecución de su objetivo. Un objetivo que era el objetivo de toda la familia, fraguado en una estrategia compartida, en muchos casos, desde la más tierna infancia de los pretendientes, y a la que éstos se sometían para mantener el equilibrio, la permanencia de la propia familia y su posición en la sociedad a la cual pertenecía, porque sus intereses y necesidades eran los de su familia y estaban por encima de su voluntad individual (Imízcoz Beunza, 1996: 13-50). En dicha estrategia el papel de los clérigos de la familia será fundamental: estableciendo nuevas relaciones y generando rentas para los futuros clérigos a través de la fundación de capellanías o del desestimiento y traspaso de las propias que ellos gozan. Aunque, lógicamente, las posibilidades de los clérigos rurales de promocionar a

5 los miembros de su familia serán menores que las de otros mejor situados dentro de la jerarquía eclesiástica (Vázquez Lesmes, 1987), tampoco debemos restarle importancia; en estos pequeños ámbitos rurales encontramos grandes familias, muy poderosas, bien relacionadas y con muchos recursos, en la que siempre existe algún clérigo destacado, que no solo introducirá a sus parientes en el estamento, sino que los situará convenientemente gracias a sus vinculaciones clientelares (Chacón Jiménez, 1995: 75104; y Molina Puche, 2004). Nuestro objetivo se centra en ese relevo generacional que se produce en la familia de los clérigos rurales, en esa sucesión tío-sobrino dentro del estamento, fruto de una estrategia meditada y premeditada, a través de la cual su patrimonio revertirá en las correspondientes ramas familiares (Saavedra y Sobrado, 2004: 233-234), lo cual, esperamos, tendrá un reflejo en decisiones y acciones tales como la designación de albaceas, herederos y principales legatarios, o la fundación de capellanías y vínculos. Por otra parte, es bien sabido que los tíos clérigos cumplían una serie de funciones de gran importancia dentro del marco familiar del Antiguo Régimen, siendo en muchos casos tutores, curadores y administradores del patrimonio de sus sobrinos huérfanos, sin olvidar el compromiso espiritual, pero también económico, que adquieren al apadrinar a muchos de ellos en el Bautismo, compromisos y funciones que heredarán los nuevos eclesiásticos. Pero, aunque su papel en este sentido será determinante, no debemos perder de vista que se trata de una estrategia compartida, no obra de un solo individuo, sino de toda una familia que actúa de manera conjunta y en torno a un plan previo (Gómez Carrasco, 2007: 427-463), de sus generaciones pasadas y futuras, incluso ni siquiera de una sola familia concreta, ya veremos que el emparentamiento entre iguales provocará la formación de una densa red de vinculaciones familiares (Urquijo Goitia y Martínez Rueda, 1994: 79-92), verdaderos clanes, grupos de familias principales unidas

6 por lazos de sangre que controlarán todos los ámbitos de poder de esa comunidad rural tradicional (Sobaler Seco, 2002: 151-171), uno de ellos, el eclesiástico, a lo largo del siglo. Nos interesa, por tanto, averiguar de qué familias se trata, quiénes son los protagonistas, cúando se produce ese relevo y bajo qué circunstancias. El contexto espacio-temporal elegido será la localidad gaditana de Vejer de la Frontera, dentro de la comarca de la Janda, en el siglo XVIII; una localidad pequeña, rural, donde un porcentaje nada desdeñable de clérigos se encuentra vinculado a las familias ilustres de la villa, familias que ejercen un control indiscutible, en todos los sentidos, sobre la población. Y las fuentes utilizadas, los Expedientes de Órdenes y las Disposiciones testamentarias realizadas a lo largo del siglo por los clérigos vejeriegos. Respecto a los primeros, conservados en el Archivo Histórico Diocesano de Cádiz, en adelante AHDCA, se han consultado 240 expedientes correspondientes 97 clérigos, y en cuanto a las segundas, custodiadas en el Archivo Histórico Provincial de Cádiz, en adelante AHPCA, obtenemos información de 95 documentos -62 testamentos, 12 poderes, 13 codicilos y ocho declaraciones testamentarias-, pertenecientes a 55 clérigos. Ambas fuentes se complementan, pues en bastantes ocasiones hemos encontrado los expedientes de acceso al estamento, los de primera tonsura, los más ricos, ya que gracias a las partidas de bautismo y matrimonio de padres y abuelos podemos remontarnos hasta el nivel de bisabuelos, y los testamentos finales, que aportan nuevos datos sobre la familia, datos que nos han permitido establecer otras relaciones de parentesco entre los clérigos existentes y saber algo más sobre sus circunstancias personales. El parentesco de los clérigos de Vejer Una primera aproximación al parentesco de los clérigos vejeriegos ya fue realizada en nuestra Tesis Doctoral (Benítez Barea, 2011), según la cual, sobre la base

7 de la coincidencia de padres, abuelos y bisabuelos a diferentes niveles en los expedientes de órdenes, encontramos, a lo largo del siglo, seis parejas o tríos de hermanos y otros seis casos en los que se advertía un parentesco de primos y de tíossobrinos. Además, las declaraciones de los testigos aportaban datos de otros parentescos entre los pretendientes de la muestra y los clérigos ya existentes en la localidad cuyos expedientes no poseíamos, parentescos que se acreditaban en 19 ocasiones. Partiendo de estos datos proporcionados por los expedientes de órdenes, y completando dicha información con la que aportaban los testamentos, en particular en las cláusulas referentes a albaceas, herederos y mandas y legados, hemos conseguido relacionar a 98 clérigos de los 122 diferentes que computamos. En algunos casos, se han obtenido árboles genealógicos muy completos y bastante esclarecedores de las familias principales; principales porque son las que más efectivos aportan al estamento eclesiástico a lo largo del siglo, fruto de una relación larga y continuada con el mismo desde mucho tiempo atrás, y principales porque son las que ocupan los puestos de mayor poder dentro de la sociedad vejeriega. En la medida de lo posible, nos hemos adentrado en ese complejo mundo de relaciones intrafamiliares y de redes propio de los pequeños núcleos rurales, marcados, tan fuertemente, por la endogamia y el parentesco (Rodríguez Sánchez, 1992: 15-34; y Castillo Martínez, 2008: 201-220), por los intereses y las clientelas, aunque no nos cabe duda que su estudio requiere un mayor detenimiento y profundidad y unas herramientas metodológicas adecuadas. La menor entidad de este trabajo y la limitación de las fuentes utilizadas para realizar un estudio genealógico completo y un análisis nominativo más complejo (Irigoyen López, 2007: 245-270, y Chacón Jiménez, 2007: 51-66) nos impiden tal profundidad; aún así, hemos procurado acercarnos a esa realidad y esbozarla someramente. Como hemos indicado, los expedientes y testamentos aportan datos en total de

8 122 clérigos diferentes, algunos de los cuales nacieron en el siglo XVII, clérigos vinculados fuertemente a su comunidad, que en bastantes ocasiones pertenecen a las familias más antiguas, de mayor honorabilidad y estimación en la villa, familias que ocupan los puestos más destacados en el Concejo y las Milicias y a las que se les supone un peso económico, político y relacional importante; las familias más poderosas e influentes, en definitiva. Esas familias poseen un alto nivel de endogamia consanguínea y profesional, por lo que se emparentan con sus iguales, de forma que más que entes aislados, en algunos casos nos encontramos grandes clanes, bloques de poder, una red que une y relaciona a muchos de los clérigos tratados, que trasciende el marco estrictamente familiar, que se extiende y consolida a lo largo de todo el siglo XVIII, como probablemente lo hiciera en el siglo anterior y no sabemos hasta qué punto en el XIX, dadas sus características particulares. Esa tupida y bien tejida red fortalece la idea de un estamento prácticamente cerrado, solo accesible a los nuevos miembros de esas familias ya relacionadas con él, las familias de mayor peso en la comunidad, las que controlan la política, la economía y, por supuesto, las conciencias. De este modo, alrededor del 80% de los clérigos de la muestra se encuentran de una forma u otra relacionados, incluyéndose en el 20% restante aquellos clérigos cuyos datos resultan insuficientes para establecer posibles parentescos, clérigos que se encontraban temporalmente en la villa o clérigos procedentes de otras localidades o con familias relativamente recientes y sin arraigo en la población. No obstante, suponemos que en algunos casos esa filiación o parentesco imposible de determinar sí que debió existir, aunque los nexos de union se nos escapen. Por último, es característico de estos clanes la existencia en ellos de ciertas familias más destacadas con un número considerable de miembros que se suceden en el estamento eclesiástico y que están presentes a lo largo de todo el siglo, mientras que las restantes, que podríamos considerar menores, se van

9 relevando, en la medida en que se emparentan con ellas, y concentran sus efectivos, preferentemente, en un determinado período. De esta forma, un primer gran bloque lo conformarían las familias Daza, Esparragosa, Ponce, Muñoz Aparicio, Lobatón, Butrón y ciertos clérigos relacionados o emparentados con ellas de alguna manera, que representarían el 29% del total, otros serían los formados por los miembros de las familias Naveda, Barber, Dávila, Gomar y Varo, el 23%, y Calderón y Rodriguez Serván, el 15%; es decir, entre los tres acapararían las dos terceras partes del número total de clérigos registrados, lo que pone de manifiesto la evidente finalidad estratégica de las ordenaciones en tales familias, una estrategia de perpetuación. Era lógico, además, que las grandes familias destinasen un número mayor de miembros de su linaje a la clerecía, habida cuenta del sistema igualitario del derecho sucesorio castellano, que obligaba a repartir los bienes por igual entre los herederos forzosos, por lo que era necesario reordenar constantemente sus efectivos, tanto femeninos como masculinos, a fin de reducir el fraccionamiento de la hacienda y lograr un mayor enriquecimiento social y patrimonial de la familia, todo ello con objeto de conseguir esa permanencia y perpetuación en la sociedad de la misma (Ramos Cobano, 2011: 397-418). Aunque, en ocasiones, llevarlo hasta los últimos extremos podía resultar contraproducente, ya que, si bien la inclusión de determinados elementos era una estrategia que sin duda contribuía al mantenimiento de la familia y a la perpetuación de su status, también, por otro lado, podía constituir un arma de doble filo, pues su abuso ponía en riesgo a la misma, sacrificando la continuidad del linaje al celibato eclesiástico (Casey, 1991: 71-86). Así ocurre con la familia Barber1, en la 1 AHDCA, Expedientes de Órdenes, Vejer, legs. 30 y 32. AHPCA, Protocolos de Vejer, 1751, lib. 405, fols. 15-38; 1767, lib. 430, fols. 149-156; y 1775, lib. 435, fols. 165-168.

10 cual, prácticamente, todos sus miembros, localizados en la primera mitad de siglo, están entregados al estamento: los hermanos de padre D. Narciso Barber Ronquillo, presbítero, D. Abdón y D. Manuel Joseph Barber Bermúdez, cura y vicario, sus cinco hermanas religiosas en el Convento de la Concepción de Vejer, otros dos hermanos más religiosos, uno en Convento de San Francisco de Asís y otro en el de la Merced, y tres sobrinas también religiosas en el Convento de la Concepción. No existen sobrinos clérigos a los que traspasar las capellanías o legar los bienes, aunque sí ahijados clérigos, lo que implica una cierta responsabilidad. De este modo, los legados de D. Narciso irán a parar a su hermano Manuel Joseph, a sus hermanas y sobrinas religiosas y a sus dos amas, y su herencia se repartirá entre sus tres hermanas vivas religiosas: Doña Ángela, Doña Juana y Doña Narcisa Barber, sus hermanos clérigos seculares, D. Manuel Joseph y D. Abdón Barber, y el único sobrino no eclesiástico del que tenemos constancia, D. Juan Barber, hijo de su hermano difunto D. Juan, ausente en los reinos de Indias. Sin sucesores posibles, no es de extrañar que el apellido Barber se extinguiese a mediados de siglo. Por otra parte, tampoco se trataría de tres grandes grupos aislados; obviamente, entre ellos también existieron sus conexiones. En verdad, es tan compleja y densa la red que se teje entre unas familias y otras, tal la maraña de uniones entre consanguíneos y niveles de parentesco, que perfectamente podríamos hablar de dos o tres familias inmensas con diferentes líneas que siempre y en todo momento, a lo largo del siglo, controlan el poder en todas sus esferas y mantienen, de esta forma, cerrados los estamentos y accesibles solo a los miembros de las mismas. Únicamente, unos pocos clérigos escapan de esta norma, casi siempre originarios de otros lugares y con puestos en la administración eclesiástica vinculados a algún tipo de oposición o prueba. Así, por

11 ejemplo, los casos de D. Joseph Matías González2, cuyo padre y abuelos paternos son de Zaragoza, o de D. Tomás Collado Correa3, presbítero, cura y beneficiado, cuyos abuelos maternos son de Gibraltar y su madre de Cádiz, clérigos sin relación aparente con los vecinos de la localidad. Completarían nuestra relación familias cuyo aporte humano al estamento no es desdeñable, caso de los Hurtado de Mendoza, con seis miembros contabilizados, o los Vázquez Manuel, con tres, donde no detectamos tan claramente esas conexiones con las familias principales, aunque se intuye en algunos casos, pero donde queda también patente ese relevo generacional y los mecanismos utilizados para el mismo. De esta forma, entre los Hurtado de Mendoza4, cuyos representantes, en su mayoría, se sitúan en la primera mitad de siglo, encontramos a D. Joseph Cornejo, tío de los hermanos D. Lorenzo Joseph, D. Bartolomé y D. Pedro Joseph Hurtado de Mendoza, y primo de D. Fernando Gaspar de Alburquerque y de la madre de D. Joseph Joaquín Brenes Valdés y Bravo. Los hermanos citados son hijos del Corregidor y Justicia Mayor D. Joseph Agustín Hurtado de Mendoza, padrino de D. Juan Joseph Dávila Naveda, clérigo vinculado a dos de las familias principales de la localidad, lo que nos da una idea de lo intrincado y complejo que resulta el estamento eclesiástico en este contexto rural y la dificultad para delimitar su estudio. Por su parte, en la familia Vázquez Manuel, debido, quizás, a esa menor afluencia de candidatos entre sus filas, o, tal vez, a una menor parentela se constata más claramente la promoción que los tíos hacen de sus sobrinos dentro del estamento y los medios utilizados. Así, D. Pedro Manuel Vázquez de Triana, presbítero, tío de D. Pedro Vázquez Manuel Herrera Morejón, también presbítero, que 2 AHDCA, Expedientes de Órdenes, Vejer, legs. 27, 29, 30 y 31. 3 AHPCA, Protocolos de Vejer, 1796, lib. 462, fols. 46-49. 4 AHDCA, Expedientes de Órdenes, Vejer, legs. 27, 41, 45, 46, 30, 31, 50, 54, 58, 59 y 71.

12 será conocido, como no es infrecuente en la época (Candau Chacón, 1997: 277-292), con el mismo nombre que su tío, en testamento de 17315, funda una capellanía sobre tierras y casas, nombrando primer capellán a dicho sobrino, hijo de D. su hermano D. Diego, al cual nombra patrono, siendo su voluntad que el capellán pueda gozarla por adjudicación, aunque sea de tierna edad, “sin que se le pueda estorbar ni perjudicar por el Sr. Provisor y Vicario General ni por otro Juez competente”. Pasados los años, el citado sobrino, tío de D. Bartolomé Pinete Vázquez, presbítero, actuará en consecuencia y, en su testamento de 17806, fundará una capellanía de cuenta en la Iglesia Parroquial sobre las casas principales de su habitación, otra media casa y un olivar, y nombrará primer capellán a D. Bartolomé, hijo de su hermana Doña Jacinta. Todas las familias pertenecientes a estos grandes clanes presentan una serie de características comunes. En primer lugar, su honorabilidad y limpieza de sangre; según los testigos, son las familias principales de la villa, por lo que pueden recaer en ellas los oficios de mayor dignidad, además de contar entre sus filas con clérigos seculares y regulares, lo que sin duda es un valor añadido y avala su “hombría de bien”. Lógicamente, estas familias se emparentan entre sí haciendo gala de un comportamiento fuertemente endogámico, por lo que no es de extrañar que en los expedientes de los clérigos vejeriegos del período tratado encontremos referencias a antepasados que han obtenido alguna dispensa papal para poder contraer matrimonio, siendo lo más común, como en otras zonas (Sánchez Baena y Chaín Navarro, 1992: 177-214), la dispensa por tercero con cuarto grado de consanguinidad, en la mayoría en el nivel de los abuelos, aunque también en ocasiones se da entre los padres, como los de los hermanos D. Juan 5 Protocolos de Vejer, 1731, lib. 362, fols. 188-191. 6 AHDCA, Expedientes de Órdenes, Vejer, leg. 36. AHPCA, Protocolos de Vejer, 1780, lib. 438, fols. 13-24.

13 Joseph y D. Diego Calderón, dispensados en tercero con cuarto grado de consanguinidad, nietos del escribano D. Juan Calderón Paniagua, hermano del presbítero D. Joseph Calderón Paniagua7. La presencia de clérigos procedentes de estas familias se constata en los expedientes a lo largo de todo el siglo, se detecta, por informaciones de los testigos, en el siglo anterior y se intuye en el siguiente, produciéndose la sucesión y el relevo de sus efectivos. Otra característica será el acceso temprano de sus miembros al estamento, fruto de una estrategia previamente establecida, así como la rápida consecución de las órdenes, en caso de haber accedido más tardiamente: D. Juan Antonio Bermúdez Daza se tonsura con 20 años y llega al presbiterado con 24; y su pariente inmediato, el vicario D Pedro Nicolás Marín y Grosso, ahijado del regidor D. Alonso Sánchez Lozano, con tan solo 22. Dicho regidor era tío de D. Francisco Ponce Arenillas, tonsurado a los 15 años8. Y lo mismo ocurre con los hermanos D. Fernando Agustín y D. Cristóbal Butrón Montes de Oca, hijos del regidor y alcalde D. Alonso Butrón y sobrinos del vicario D. Francisco Butrón y Mújica. D. Fernando se tonsura y accede directamente al subdiaconado con 22 años, prosiguiendo su carrera con regularidad, su hermano D. Cristóbal lo hará con 14, y el sobrino de ambos, D. Joseph Butrón y Mújica, a la temprana edad de 12 años9. Finalmente, la tercera característica será la forma en que estos elegidos se introducen en el estamento, que no es exclusiva de estos grupos, ya que la tenencia de una o varias capellanías será la vía de acceso más común y mayoritaria entre los 7 AHDCA, Expedientes de Órdenes, Vejer, legs. 57, 62, 64, 60, 68, 72, 74 y 99. AHPCA, Protocolos de Vejer, 1753, lib. 407, fols. 106-107. 8 AHDCA, Expedientes de Órdenes, Vejer, legs. 61, 63, 65, 68, 34, 36, 34-III y 38. 9 AHDCA, Expedientes de Órdenes, Vejer, legs. 25, 26, 28, 33, 34-IV, 37 y 41.

14 ordenandos (Candau Chacón, 1986), siendo minoritario, casi anecdótico, el porcentaje de los que acceden por la vía de la suficiencia o gracias a una institución de patrimonio. Todas estas capellanías, no obstante, son fruto una estrategia familiar compartida en las que los clérigos tienen un papel destacado, y cuya finalidad es mantener a los nuevos aspirantes de la familia, clérigos que se van sucediendo dentro de una misma línea o que se alternan según se vayan agotando las mismas, en un orden, la mayoría de los casos, previamente establecido y que sigue, también casi siempre, las leyes del mayorazgo. En unos casos serán capellanías familiares ya fundadas con anterioridad a las que los pretendientes llegan a tener derecho en su momento; en otros, serán capellanías fundadas “ex profeso” para ellos, como hemos visto entre los miembros de la familia Vázquez Manuel y, por último, en determinadas ocasiones esos tíos clérigos que intentan promocionar a sus sobrinos llegarán a renunciar a las suyas propias para que gracias a ellas tales sobrinos obtengan la congrua suficiente para ordenarse. Así, en la familia Dávila-Naveda10 encontramos, entre otros, a los hermanos D. Gaspar Ignacio y D. Andrés Naveda Cornejo, tíos de D. Juan Joseph Cicero Naveda y de D. Joseph Jerónimo Román del Vado, y primos de D. Antonio Nicolás Naveda Dávila, cura. D. Gaspar posee una capellanía fundada por Diego de Naveda Alvarado, su padrino, Sargento Mayor y Alguacil Mayor del Santo Oficio, y Beatriz Murillo, la cual vacó por desestimiento de su anterior capellán, D. Francisco Cornejo, y le fue colada a él. D. Juan Joseph, por su parte, sobrino de D. Antonio Nicolás, accede al estamento con 13 años y al presbiterado 10 años después, justificando dos capellanías cuyo anterior capellán fue su tío D. Antonio Nicolás. Y D. Joseph Jerónimo, que se tonsura con 17 y con 26 ya es

10 AHDCA, Expedientes de Órdenes, Vejer, legs. 31, 38, 48, 50, 62, 64, 47, 57, 59, 61 y 32. AHPCA, Protocolos de Vejer, 1751, lib. 404, fol. 32 y fols. 154-155; y 1791, lib. 456, fols. 127-129.

15 presbítero, justifica dos capellanías, una de ellas fundada por D. Gaspar Rodriguez Cornejo y Doña Francisca Naveda, sus bisabuelos paternos, cuyos anteriores poseedores fueron D. Francisco Cornejo, D. Antonio Nicolás Naveda, sobrino del anterior, y D. Andrés Naveda, primo hermano de D. Antonio Nicolás. Dentro del mismo clan, la familia Gomar11, también de acreditada tradición religiosa y emparentada con otras familias principales. En ella encontramos a D. Dionisio de Gomar Ronquillo Marchante, presbítero, tío y padrino de D. Cristóbal Juan Gomar López (o Román Marchante), y de D. Cristóbal Félix Gomar López (o Marchante Gomar y Ronquillo), primos entre sí. D. Dionisio es patrono de la capellanía fundada por Juan Rodríguez Ronquillo, para la que llama por capellán y patrono, tras su muerte, a su sobrino D. Cristóbal Juan, estudiante gramático en esos momentos. D. Cristóbal Juan intenta acceder al estamento con 17 años pero, al ser incongruo, no lo consigue hasta un año después, gracias a una capellanía fundada por D. Juan, Dña. Juana y Doña Leonor de Gomar Ronquillo, sus tíos. Una muestra más del papel fundamental de las capellanías dentro de las estrategias de reproducción social y del principio de responsabilidad colectiva y solidaria de la familia (Soria Mesa, 2002: 135-148). El relevo generacional Pero, aparte de esta vía de acceso, que es general a todos los clérigos y que, por tanto, no aporta ninguna novedad, queremos saber algo más, sería interesante averiguar si ese relevo tío-sobrino tiene un reflejo en otro tipo de disposiciones, si la participación del tío clérigo se limita a posicionar a su sobrino dentro del estamento o si le suministra otras herramientas adicionales para la futura misión que se le encomienda, que no es

11 AHDCA, Expedientes de Órdenes, Vejer, legs. 70, 72, 74 y 82. AHPCA, Protocolos de Vejer, 1755, lib. 408, fols. 145-147; y 1764, lib. 424, fols. 39-42.

16 otra que seguir cuidando y manteniendo a la familia y llegado el momento actuar con sus futuros sobrinos del mismo modo que se actuó con él. En este sentido, los datos sobre albaceas y herederos demuestran, como en otros puntos (Aragón Mateos, 1992: 171-216; Dubert García, 1992; Reder Gadow, 1986; y Aranda Mendíaz, 1993), el peso de la familia, aunque en lo que concierne a la ejecución de las últimas voluntades los compañeros de profesión andan casi a la par: un 46% de los albaceas pertenecen a la familia del clérigo frente a un 41% que son sus propios colegas; compartiendo, no obstante, en bastantes ocasiones, familiares y compañeros el albaceazgo, uniendo así obligaciones y lealtades en una misma responsabilidad. Predomina, lógicamente, entre los albaceas de la familia el elemento masculino: de 65 miembros contabilizados, 22 son hermanos, 13 son sobrinos, 8 son cuñados y 6 son tíos; encontrando entre los hermanos un fraile, un vicario y cuatro presbíteros, entre los sobrinos, dos presbíteros, dos clérigos de menores y un cura, y entre los tíos, dos presbíteros, es decir, unas proporciones que en algunas ocasiones suponen más de la tercerca parte de la categoría. En cuanto a los herederos, el 95% de los mismos pertenecen a la familia del clérigo, siendo los sobrinos, hijos de hermanos o sobrinos, y los hermanos los que conforman la inmensa mayoría. De los 144 herederos que se incluyen en el grupo familiar, 40 son sobrinas, tres de ellas monjas, 36 son sobrinos, entre los que encontramos cuatro clérigos de menores y dos presbíteros, 27 son hermanas, cinco de ellas monjas, y 16 son hermanos, de los que tres son presbíteros y uno es clérigo de menores. Datos, como vemos, que confirman la predilección por los elementos más jóvenes, los sobrinos, la nueva generación a la que hay que situar y en la cual se reunifica de nuevo el patrimonio (Gómez Carrasco, 2009: 97-128), los mayores ya están situados o han fallecido, pero también esa igualdad en el reparto de los bienes a la que antes hacíamos referencia (Pérez García, 1997: 257-290), incluso entre un colectivo que

17 no necesariamente está sujeto a esas normas pues carece de herederos forzosos. Sobre la base de dichos datos, por tanto, no parece que los sobrinos eclesiásticos gocen de una situación de privilegio en el reparto de la herencia, ni siquiera las mejoras van dirigidas a ellos. La mayor o menor cercanía en el parentesco, la feminidad, el número de miembros vivos o sus circunstancias personales particulares, primarían sobre otro tipo de consideraciones. Encontramos en algunas familias un número importante de clérigos que se suceden a lo largo del siglo, en algunos casos, incluso, advertimos cómo se traspasan o se fundan capellanías para los nuevos clérigos promocionados, pero no constatamos, como preveíamos, que sean ellos los más beneficiados de los legados o la herencia del clérigo. Por encima de todo prevalece la igualdad y la equidad entre los herederos, siendo éstos los colaterales vivos, hermanos y hermanas, o sus descendientes, sobrinos y sobrinas, pero sin beneficiar, salvo excepciones, a unos más que a otros. Los datos, quizás, demuestren una mayor preocupación por las mujeres de la familia o aquellos miembros más desfavorecidos con condiciones adversas -orfandad, viudedad, etc.-, aunque los porcentajes no difieren en exceso. Lo cierto es que, en líneas generales, cuantos más miembros hay, la herencia se encuentra más repartida, solo si existen pocos, se prima a alguno en concreto. Así, D. Pedro Chamorro, cura párroco y vicario, tío de D. Nicolás Calderón, en su testamento de 178212, deja como herederos a Doña Teresa, Doña Melchora y Doña Josefa Calderón, sobrinas, hijas de su hermana Doña Inés María; y a Doña Melchora, Doña Ana, Doña Josefa, D. Lorenzo, D. Joseph, Doña Teresa, Doña María del Carmen, D. Francisco, Doña Ángela, Doña Manuela y Doña Inés Chamorro Calderón, también sobrinos, hijos de su hermano D. Gonzalo, los catorce por iguales partes. Por el contrario, D. Esteban

12 AHPCA, Protocolos de Vejer, 1782, lib. 441, fols. 195-196.

18 Gil Daza, presbítero, que redacta cuatro testamentos13, en el primero de ellos, de 1709, deja como herederos a su cuatro hermanos: D. Pedro Sánchez Daza, D. Juan Daza, D. Francisco Gil y D. Antonio Gil; en el segundo, muy posterior, de Abril de 172714, el heredero será su hermano D. Pedro, aunque manda a su sobrino, D. Esteban Daza Gil, clérigo de menores, 50 pesos escudos de plata, dos sillas de asiento de las seis mejores que tiene, una papelera y el bufete grandes con su herraje, un catre, un colchón camero, dos sábanas, dos almohadas y un cobertor colorado, seis láminas pequeñas, un arca pequeña, una copa con su sarteneja, cuatro toneles, siete botas, seis barriles, todo vacío, lagar, tinas, caldera y demás pertrechos de la viña, una chupa de felpa negra, un capote de lanilla y una sotana de tafetán doble, todo ello “por el mucho amor que le tiene y por haberlo criado desde pequeño”; en el siguiente, de Agosto ese mismo año, ya será el único heredero su sobrino, aunque su hermano D. Pedro sigue vivo pues será su albacea; finalmente, en su último testamento, de 1733, el único heredero será su sobrino no existiendo referencias en el mismo a ninguno de sus hermanos. Con respecto a los legados, por el contrario, sí que se aprecia una cierta predilección por esos sobrinos clérigos que en ocasiones resultan más beneficiados, aunque también es cierto que son los más cercanos, los que en muchos casos conviven con ellos, y que esos legados “extras” que reciben, a veces, son bienes que solo a ellos, por su profesión, les pueden interesar. De este modo, D. Antonio Dávila Sigüenza, abogado y vicario, tío de los bachilleres D. Antonio Nicolás Naveda Dávila, hijo de su hermana Catalina, y D. Juan Joseph Dávila Naveda, hijo de su hermano Jerónimo, de

13 AHPCA, Protocolos de Vejer, 1709, lib. 321, fols. 69-71; 1727, lib. 353, fols. 59-62; 1727, lib. 353, fols. 129-133; y 1733, lib. 368, fols. 111-113. 14 AHPCA, Protocolos de Vejer, 1727, lib. 353, fols. 59-62.

19 quien, además, es tutor y curador; en testamento de 172615, manda a este último un esclavo mulato pequeño, así como “el juego de libros de Gutiérrez, los tres tomos de la Recopilación, los del Derecho Civil y Canónico, los cuatro tomos de las obras y Cartas de Santa Teresa y todos los demás que tocaren a la Jurisprudencia”, junto con una ropilla de tafetán dobles, sotana y manteo de seda, un sombrero por estrenar forrado, una capa de paño revestido con sus broches y la mitad de una poca de bayeta negra que tiene. A su sobrino D. Antonio Nicolás manda una capa de paño negra fina con sus vueltas de nobleza, una ongarena de lo mismo, una chupa de damasco negro, unos calzones de paño nuevo por estrenar, los cinco tomos de Tomás Sánchez, los tres de la Madre Agreda, y los demás que fueran teológicos. Y los restantes que no tocaren ni a la jurisprudencia ni a teología manda se partan entre ambos primos hermanos. Deja una esclava mulata a su sobrina Doña Francisca Naveda, pero si ésta muere, manda pase la esclava a su sobrino D. Juan, con las mismas condiciones que el que le deja a él. Las familias y el estamento: una presencia constante El estudio particularizado de las familias, de sus componentes y relaciones, la formación de clanes, nos permite apreciar ese relevo generacional que se produce y ejemplificar todo lo que llevamos dicho hasta ahora. Para ello, nos centraremos en el clan que más efectivos aporta al estamento, el formado por las familias Daza, Esparragosa, Ponce, Muñoz Aparicio, Lobatón, Butrón y ciertos clérigos emparentados con ellas (ver árboles genealógicos 1 y 2); familias que tienen en el estamento una de sus mejores bazas para promocionarse y perpetuarse. Una de las principales dentro del mismo será la familia Daza16, familia que se encuentra vinculada con los poderes civil, 15 AHPCA, Protocolos de Vejer, 1726, lib. 350, fols. 180-188. 16 AHDCA, Expedientes de Órdenes, Vejer, legs. 54, 56, 68, 69, 72, 83, 85, 87, 61, 63, 65, 99, 104 y 106.

20 militar y eclesiástico, la cual destina nueve de sus miembros al estamento a lo largo de todo el siglo, clérigos que se van sucediendo o que en algunos momentos llegan a ser contemporáneos. Así, en el primer tercio del XVIII encontramos a D. Ambrosio Daza Carvajal, cura y vicario, a su hermano de D. Tomás Daza, presbítero, a D. Esteban Gil Daza, presbítero, y a su sobrino D. Esteban Daza Gil, clérigo de menores. En la segunda mitad del siglo aparecen los hermanos D. Joseph Antonio, D. Juan Florencio y D. Pedro Julián Daza Escudero, sobrinos de D. Antonio Alonso Esparragosa Ronquillo, presbítero, y de D. Francisco Ponce Arenillas, también presbítero, fundador de una capellanía que goza D. Joseph Antonio y de otra que goza D. Juan Florencio. Según los testigos, el padre de los hermanos Daza Escudero fue durante algunos años Síndico procurador, “cuyo empleo se confiere a los hombres de distinción en el pueblo”, y su abuelo, capitán de milicias, “cuya plaza solo se da en esta villa a personas conocidas y bien nacidas”, siendo tanto en Vejer como en Alcalá, de donde es la abuela paterna, familias condecoradas y de la primera distinción, teniendo, además, por ambas líneas, parientes inmediatos sacerdotes seculares. Los expedientes de órdenes que poseemos de los tres hermanos nos indican de D. Joseph Antonio accede al estamento con 17 años, D. Juan Florencio con 24 al presbiterado, y D. Pedro Julián, el más tardío, realiza el paso de la primera tonsura al acolitado con 27 años, llegando al presbiterado tres años después. Edades tempranas en los dos primeros casos aunque no excesivas, que indicarían una estrategia familiar planificada de antemano. Contemporáneo de los tres hermanos es D. Juan Antonio Bermúdez Daza, presbítero y cura, probablemente su primo. Según los testigos, es pariente inmediato de AHPCA, Protocolos de Vejer, 1708, lib. 321, fols. 117-118; 1709, lib. 321, fols. 69-71; 1727, lib. 353, fols. 59-62 y 129-133; 1733, lib. 368, fols. 111-113; 1783, lib. 443, fols. 125-126; 1786, lib. 448, sin foliar; y 1773, lib. 433, fols. 159-160.

21 D Pedro Nicolás Marín y Grosso17, cura y vicario; ambos tienen ascendientes de Conil. Por esas fechas encontramos, igualmente, a D. Gonzalo Daza Carvajal, presbítero, a quien no hemos podido relacionar con los anteriores pero con los cuales, sin duda, dada la identidad de los apellidos, debieron existir diferentes nexos; y a D. Pedro Francisco Espinosa de los Monteros18, presbítero y capellán mayor de la Iglesia Hospital de San Juan de Letrán, emparentado, en un grado que no hemos podido determinar, con los Muñoz Aparicio, los Daza y los Butrón Montes de Oca, familias vinculadas entre sí. Finalmente, en el último tercio del siglo aparece D. Juan Joseph Escudero, sobrino, por línea paterna, de los tres hermanos Daza Escudero y, por línea materna, de D. Gaspar Muñoz Aparicio19, presbítero, quien a su vez es sobrino del ya citado D. Francisco Ponce Arenillas, primo de su padre. D. Gaspar, en testamento de 1799, deja como heredero a su hermano D. Antonio, de estado célibe, pero declara que dos años antes, “ por un efecto de mi singular voluntad para llevar adelante la que siempre he profesado a D. Juan Joseph Escudero, mi sobrino, que entonces era clérigo acólito, le otorgué escritura de fundación de un patrimonio vitalicio para proporcionarle el completo de una suficiente congrua para poder pasar al sagrado orden de subdiácono, que en el día tiene”, con unas casas de su dominio para que el susodicho gozase de sus rentas en clase de eclesiástica. No obstante, para evitar pleitos y escándalos, manda que,

17 AHDCA, Expedientes de Órdenes, Vejer, legs. 34 y 36. AHPCA, Protocolos de Vejer, 1751, lib. 404, fols. 81-82; 1789, lib. 451, fols. 130-136; 1792, lib. 455, fols. 102-127; y 1793, lib. 458, fols. 47-68. 18 AHDCA, Expedientes de Órdenes, Vejer, legs. 33, 36 y 37. AHPCA, Protocolos de Vejer, 1785, lib. 447, fols. 195-198; y 1797, lib. 466, fols. 58-61. 19 AHDCA, Expedientes de Órdenes, Vejer, legs. 38, 39, 42, 44 y 45. AHPCA, Protocolos de Vejer, 1780, lib. 438, fols. 38-42; y 1799, lib. 467, sin foliar.

22 una vez fallecido su sobrino, quede fenecido y acabado el referido patrimonio, para que pasen tales fincas al tronco de su caudal. La congrua que justificaba dicho sobrino era una capellanía fundada por D. Francisco Ponce Arenillas sobre una huerta, cuya renta líquida era de 783 reales de vellón y 25 maravedíes, congrua insuficiente que él completa con la fundación de patrimonio. D. Gaspar es además tutor y curador de sus sobrinos Manuel, Diego, Juan y María Magdalena Muñoz Aparicio y Naveda, hijos de D. Juan Muñoz Aparicio, su hermano, y de Josepha Naveda, otro apellido importante en la localidad. Como vemos, el cariño profesado hacia ese sobrino y la finalidad concreta de la ordenación le hace destinar una parte de su patrimonio a la misma; no obstante, D. Gaspar mantiene la estrategia grupal y no pierde de vista la recuperación del patrimonio invertido, el cual ha de volver al tronco de su caudal porque existen otros sobrinos, de los que es responsable, a los que les puede hacer falta para esas u otras causas. La familia Ponce20, muy unida a la anterior, aporta cuatro de sus miembros al estamento en el siglo XVIII, aunque dichos representantes se concentran en su primera mitad. En ella encontramos a D. Pedro Ponce Quiñones y a su primo segundo, el ya citado D. Francisco Ponce Arenillas, quien, como hemos visto, participa activamente en la ordenación de sus sobrinos, los hermanos Daza Escudero, poseedores de capellanías fundadas por él. D. Francisco accede al estamento con tan solo 15 años y llega al presbiterado con 26, justificando una capellanía fundada por sus padres y otra por él mismo para ordenarse, la cual, en su testamento de 1744, deja a D. Joseph de Arenillas, su tío. Contemporáneo de los anteriores es D. Diego García Ponce, clérigo de menores, pariente en un grado que no hemos podido determinar de D. Francisco Ponce y

20 AHDCA, Expedientes de Órdenes, Vejer, legs. 33, 36, 37, 34-III y 38. AHPCA, Protocolos de Vejer, 1744, lib. 388, fols. 32-33; y 1742, lib. 387, fols. 99-100.

23 emparentado con la familia Gomar. La familia Esparragosa21, por su parte, otra de las principales de la villa, aporta siete individuos al estamento. En la primera mitad de siglo encontramos a D. Antonio Esparragosa Moreno de Medina, presbítero, cura y Comisario de la Santa Cruzada, tío de D. Juan de Arévalo Esparragosa, presbítero, de D. Antonio Alonso Esparragosa Ronquillo -el padre de éste, el escribano Juan de Esparragosa Ronquillo, es sobrino en tercer grado de D. Antonio-, y tío abuelo de D. Pedro Agustín Esparragosa Medina y Soto. D. Antonio, según declara en su testamento, es patrono y capellán de varias capellanías, en cuyos derechos le sucederá su sobrino D. Juan, hijo de su hermana mayor Doña María. Además del goce de sus capellanías, deja a dicho sobrino un pedazo de olivar libre de tributo, un arca grande de cedro, una capa de pelo de camello, una chupa de tafetán doble, una yegua vacía y diferentes libros “de su profesión”; todo ello “por el mucho amor y cariño que le tengo”. A ello une la fundación de un vínculo sobre 340 pies de olivos libres de tributo, 6 aranzadas de olivar, con carga de 3 ducados de vellón, y sobre una casa tenería y otra más propia libres de gravamen, el cual gozarán, por el tiempo de sus vidas, Doña Juana Moreno, su hermana viva, y los hijos y descendientes de su hermana difunta, Doña María Esparragosa, comenzando por D. Juan de Arévalo, su sobrino presbítero, y después de sus días, sus hermanos D. Bartolomé García Pericón y su descendencia, el licenciado D. Antonio Esparragosa Moreno de Medina, abogado de los Reales Consejos, y sus descendientes; Doña Leonor de Osuna y Castro y sus descendientes, Doña Elvira Ribera Moreno y su descendencia; y Doña Ana Manuel de Medina y su descendencia; es decir, según las leyes del 21 AHDCA, Expedientes de Órdenes, Vejer, legs. 28, 33, 37, 41, 43, 48, 52 y 106. AHPCA, Protocolos de Vejer, 1735, lib. 373, fols. 105-116; 1736, lib. 376, fols. 1-3, y 382, fols. 3435; 1729, lib. 354, sin foliar.

24 mayorazgo y comenzando por su sobrino clérigo. Tras estas líneas, llama al goce del vínculo a la línea de D. Juan de Esparragosa Ronquillo, notario, su sobrino en tercer grado y padre de D. Antonio Alonso, segundo llamado a su capellanía, y después el pariente más cercano, prefiriéndose siempre el mayor al menor y el varón a la hembra. En todas las familias los sobrinos suceden a los tíos pero casi siempre hay uno que destaca: el que realiza más fundaciones, se ocupa de un mayor número de sobrinos, clérigos o no, y el que mejor está situado dentro de la jerarquía eclesiástica rural; en este caso, D. Antonio Esparragosa. No obstante, aunque parece ser que el número de sobrinos es considerable, se prima y antepone al sobrino clérigo, por el que se advierte una especial predilección y un deseo de poner a su disposición todos los medios posibles para la consecución de su objetivo. D. Juan no accede al presbiterado hasta los 31 años, edad superior a la media que se sitúa en los 26, justificando las rentas de varias capellanías familiares, rentas que aumentarán cuando, al fallecer su tío, goce las que éste poseía así como el vínculo que funda y los diversos legados que le deja. Sus rentas aumentarán y su capacidad de obrar, también. D. Pedro Agustín, por su parte, que se tonsura con apenas 14 años, es sobrino de D. Juan de Arévalo y primo, por línea materna, de los hermanos D. Joseph, D. Agustín Joseph y D. Juan Joseph Lobatón y Soto, clérigos que incluiremos en la familia Lobatón por mantener un cierto orden, orden que en ocasiones es bastante difícil conseguir, ya que son clérigos que pertenecen a varias familias y es muy complicado crear compartimentos estancos; esta tupida red de parentescos es una intrincada maraña a la que solo nos asomamos. Según los testigos que informan en su expediente, por lo que toca a la línea paterna, es de las primeras familias de la villa, con clérigos religiosos y sacerdotes, y hombres de toda distinción con empleos honoríficos, y en la línea materna, natural de Sevilla, todos son y han sido caballeros notorios, con oficios de toda

25 estimación. El abuelo materno, D. Pedro de Soto y Herrera, Maestre de Campo de los Reales Ejércitos de Su Majestad, ha tenido un pariente muy cercano Inquisidor General y presidente de la Real Sala de la ciudad de Granada. De la misma época es D. Juan Ramírez Esparragosa, presbítero y cura, tío abuelo de D. Antonio Alonso Esparragosa Ronquillo y, posiblemente, primo de D. Antonio Esparragosa Moreno de Medina, ya que son contemporáneos y los apellidos de los padres, Esparragosa, y madres, Osuna, coinciden en ambos, lo que se justificaría en esos cruces de líneas tan frecuentes en las familias principales; y D. Pedro Alejandrino, cura, también tío abuelo del citado D. Antonio Alonso. Este último, que accede al estamento con 19 años, justifica una capellanía fundada por Juan López Pintor y Elvira Martínez, su esposa, y otra fundada por Juan de Perales, nombres que se repiten entre los fundadores de las capellanías que gozan los clérigos de la familia, aunque desconocemos si dichos ascendientes fundaron varias para ayudar a todos los miembros de la familia que quisieran acceder a estamento o si se trata de las mismas capellanías que se van sucediendo a lo largo del siglo. Finalmente, en el último cuarto del XVIII encontramos a D. Antonio Joseph Esparragosa, quien, en 1799, con 21 años, siendo Colegial en el Seminario de San Bartolomé, para el paso de primera tonsura a acólito y subdiácono, presenta una Institución de patrimonio fundada por Sebastian Baro y Gaspar Rodriguez Trujillo, de 3538 reales de vellón anuales, una renta, sin duda, muy por encima de los 200 ducados que se exigen en esos momentos por las Constituciones Sinodales, lo que implicaría un compromiso económico importante por parte de los fundadores. La familia Butrón22, cuyos ascendientes proceden de Medina, es, según los

22 AHDCA, Expedientes de Órdenes, Vejer, legs. 25, 26, 28, 33, 34-IV, 37 y 41.

26 testigos, “gente honrada, principal y noble”, han tenido y servido los oficios más nobles porque han sido regidores, alcaldes, sargentos mayores y alféreces mayores, y, en lo eclesiástico, han tenido muchos parientes eclesiásticos y religiosos, por lo que “no queda motivo de dudar que todos son de limpia sangre y esclarecidas familias". Sus cuatro miembros detectados se concentran en la primera mitad de siglo, como los Ponce, y son D. Francisco Butrón y Mújica, vicario y cura, sus dos sobrinos, los hermanos D. Fernando Agustín, presbítero, cura y capellán mayor de la Iglesia y Hospital de San Juan de Letrán, y D. Cristóbal Butrón Montes de Oca, hijos de D. Alonso Butrón, su hermano, regidor y alcalde, y el sobrino de éstos, D. Joseph Butrón y Mújica, presbítero, sobrino nieto, a su vez, de D. Francisco. De D. Fernando sabemos que es tutor y curador de los hijos menores de su hermana Doña Beatríz, a través de la cual se establecerá más tarde el entroncamiento con la familia Lobatón, rama que recibe su herencia; y de D. Joseph que sus abuelos maternos eran naturales de Tarifa, que estaban vinculados a las familias Lobatón y Lozano, y que eran parientes en cuarto grado de consanguinidad. La familia Lobatón23, por último, con siete clérigos detectados entre sus filas en el XVIII, cierra este grupo. Sus representantes, en este caso, se concentran en la segunda mitad de siglo, por lo que advertimos, por tanto, un relevo en las familias. Entre ellos encontramos a los hermanos D. Joseph, presbítero, D. Agustín Joseph, presbítero y beneficiado propio de la villa de Priego, y D. Juan Joseph Lobatón y Soto (o Lobatón de León Garabito), quien se tonsura pero no sigue la carrera eclesiástica, casándose con AHPCA, Protocolos de Vejer, 1718, lib. 332, fol. 46; 1728, lib. 356, fols. 126-129; 1745, lib. 393, fols. 44-48; 1750, lib. 402, fols. 125-127; y 1774, lib. 434, fols. 36-37. 23 AHDCA, Expedientes de Órdenes, Vejer, legs. 70, 72, 73, 65, 68, 69, 48, 46, 97, 104, 106, 27 y 102. AHPCA, Protocolos de Vejer, 1792, lib. 458, fols. 116-117.

27 Doña María Soledad Carrión Garcés, hermana de D. Francisco Javier Carrión Garcés, emparentada con los Butrón Montes de Oca de Medina, y convirtiéndose en el padre de D. Juan Luis Lobatón Carrión, sobrino de los mencionados D. Joseph y D. Agustín, por línea parterna, y de D. Francisco Javier, por la materna. Los tres hermanos Lobatón y Soto son primos hermanos, como ya hemos visto, de D. Pedro Esparragosa Medina y Soto. Según los testigos, los abuelos maternos, naturales de Sevilla, vinieron a la villa a poseer las alcabalas, por ser D. Pedro de Soto, su abuelo materno, dueño de su mitad. Sus padres, abuelos paternos y maternos son de limpia casta y generación, caballeros hijosdalgos, notoriamente conocidos y tenidos por tales en la villa, lo que se acredita por las ejecutorias que de su nobleza tienen. Han sido, como tales hijosdalgos, alcaldes ordinarios por el estado noble, alcaides de las fortalezas y castillos de esta villa, obteniendo los más altos ministerios, encontrándose también por ambas líneas algunos clérigos. D. Joseph accede al estamento con 21 años y con 23 ya es diácono; D. Agustín con 19 y con 24 ya es presbítero, y D. Juan Joseph se tonsura con 14 años pero, como ya hemos visto, no sigue la carrera eclesiástica. Su hijo D. Juan Luis se tonsura también muy joven, con 16 años, y con 23 ya es diácono; aunque no poseemos el expediente de acceso al presbiterado, dada su trayectoria, es muy probable que se solicitase un año después. Como vemos, estaban predestinados al sacerdocio y sus carreras se orientaron desde muy jóvenes, realizándolas, además, en muy poco tiempo. La planificación del futuro de los miembros de la familia se planteaba en muchos casos desde la más temprana edad, aunque, como vemos en el caso de D. Juan Joseph, no siempre se cumplían las previsiones; suponemos que en unas ocasiones los interesados cambiaban de parecer y decidían por sí mismos, siempre que esa decisión no afectara demasiado al grupo, y en otras, sencillamente, las estrategias cambiaban y se optaba algo diferente en función de los intereses del momento: el emparentamiento con la familia Butrón

28 tampoco era una mala opción, es más, podría ser muy conveniente y complementaria a la del ingreso en el estamento eclesiástico de sus hermanos. Otros miembros de la familia Lobatón que no hemos podido relacionar son D. Francisco de León, nacido en 1690, quien presenta entre sus antepasados los apellidos León Garabito y Soto y es ahijado de D. Juan Soto López, uno de los bisabuelos maternos de los hermanos Lobatón y Soto, y D. Joseph Cayetano Sánchez Toledano, nacido en 1781, cuya abuela materna es Doña María Lobatón Lozano y su padrino D. Pedro Esparragosa Medina y Soto, lo que nos hace intuir el parentesco. Conclusiones Nos propusimos, en un principio, profundizar en ese relevo generacional tíosobrino que se produce en las familias de los clérigos rurales, fruto de una estrategia grupal cuyo fin es la perpetuación en la sociedad de las mismas y el mantenimiento de su status. En base a dicha estrategia se planifica y proyecta el futuro de sus miembros confiándoles una misión, en este caso, el servicio a la Iglesia; a la cual éstos se somenten porque la pervivencia del grupo así lo requiere. La singularidad del contexto rural escogido, donde el complejo entramado de redes familiares y clientelares se muestra en toda su plenitud, le otorga, si cabe, una mayor intesidad a este proceso. Nos interesaba averiguar de qué familias se trataba, quiénes eran los protagonistas, cúando se producía ese relevo y bajo qué circunstancias. El estudio nos ha llevado a descubrir que la inmensa mayoría de los clérigos de la muestra estaban de una forma u otra relacionados, unidos mediante lazos de parentesco más o menos profundos, clérigos pertenecientes a las familias principales de la localidad que a lo largo del siglo se emparentan entre sí, combinando las dos estrategias fundamentales de perpetuación: el matrimonio concertado y la inclusión en el estamento eclesiástico. Encontramos grandes bloques de poder, clanes constituídos por diferentes familias entre

29 las que suelen sobresalir algunas principales que aportan un número considerable de efectivos al clero; familias que permanecen y se mantienen durante todo el período, familias vinculadas al estamento que fueron, son y serán el estamento mismo, y a las que se unen otras de menor entidad, pero también importantes, que siguen sus pasos o se van relevando en la medida en que emparentan con ellas. Todo lo cual conforma la idea de un estamento prácticamente cerrado a elementos extraños a estos clanes, que, no obstante, también aparecen, pero en una proporción muy minoritaria y bajo determinadas circunstancias. En casi todas las familias encontramos algún clérigo más relevante, con una posición jerárquica superior alrededor del cual se configura la estrategia. Este clérigo será el que sostenga y mantenga a determinados miembros más desfavorecidos de la familia y el que participe más activamente en la ordenación de sus sobrinos y ahijados. Dichos sobrinos accederán muy jóvenes al estamento y no se demorarán en la consecución de las órdenes más de lo necesario. Serán, en muchos casos, a los que se prodigue un mayor afecto, bien por la convivencia real existente, bien por el futuro que se ha diseñado para ellos, una opción de vida en la que tío y sobrino pueden compartir experiencias. Si bien en ocasiones el acogimiento es fruto de una adversidad, como la orfandad, en otras el sobrino elegido es criado desde pequeño por el clérigo, que le irá mostrando el camino, haciéndolo elegir voluntariamente algo que previamente ya se ha elegido para ellos. Pese a que el término sobrino se utiliza indistíntamente para los hijos de hermanos y hermanas y para los de sobrinos y sobrinas, se tienen muy en cuenta las líneas principales y los tíos clérigos atienden ante todo a la proximidad en el parentesco. Del mismo modo, aunque participen activamente en su ordenación generando rentas para ellos , no desatienden al resto y su herencia se reparte equitativamente entre los que

30 legalmente tienen derecho a ello. Por último, fundación de capellanías para los ordenandos o desestimiento de algunas de las propias serán los medios que los clérigos utilicen para facilitar el acceso de sus sobrinos al estamento, además de la sucesión de los derechos, una vez fallecidos, de las que gozan hasta el final de sus días. Unos mecanismos que sus sobrinos repetirán, llegado el momento, con los que a ellos les sucedan.

31 Árbol genealógico nº 1. Familias Daza-Esparragosa-Ponce-Muñoz Aparicio24 Antonio Lorenzo Esparragosa

Juan Ramírez Esparragosa

Isabel Moreno Osuna

Antonio Esparragosa Moreno (1657)

Alonso Muñoz Lobato

Ana Ronquillo (1659)

Juan Muñoz Esparragosa Ronquillo, escribano (1689)

Antonio Alonso Esparragosa Ronquillo (1712)

Isabel del Vado Chirino Francisco López Cabezas

Martín Alonso del Río Lozano (1642)

María del Río

Tomasa de Medina (1650)

Ana del Río (1681)

Bartolomé López Daza

Juan Martín Daza (1660)

Ana Pérez Badillo Andrés Fernández Pacheco Isabel Gil Medina Briones

Bartolomé Daza de los Ríos (1716)

Juan Florencio Daza Escudero (1748-1783)

Juana Martín Antonio García

Sancho Escudero, capitán, (1686)

María Escudero Osuna (1717)

María de Osuna Juan de Gomar Melero

Francisco Muñoz Arenillas (1652)

Catalina Benítez

Teresa Valdés Arenillas y Osuna (1686)

Marcos González

María Valdés (1683)

María de Oliva Alonso Sánchez Francisca Vázquez

Pedro Julián Daza Escudero (1752)

Sancho Nicolás Daza Escudero Francisco Ponce Arenillas (1717)

Juan Joseph Escudero (1776)

Leonor de Olvera (1657) Juan Sánchez Lozano, alférez, (1637)

Diego Martín Ponce (1672)

Francisca Vázquez Sanz (1674)

Diego Martín Ponce María Ruiz

Joseph Antonio Daza Escudero (1743)

Ana Fernández (1652) Felipe Muñoz Ana de Porras Fernando Chirinos

Catalina Muñoz Aparicio

Catalina Muñoz Chirinos Barrientos (1707)

Gaspar Muñoz Aparicio (1728)

Gaspar Muñoz Aparicio (1669) Cristóbal Muñoz Chirinos (1669)

Francisca Manzanero Juan Barrientos

Juan Sánchez Lozano Aparicio (1700)

Francisca Jiménez

24 Elaboración propia sobre la base de los datos aportados por los Expedientes de Órdenes. No se muestran todos los miembros pertenecientes al clan pero sí el emparentamiento entre las diferentes familias del mismo.

32 Catalina Benítez

Barrientos (1681)

33 Árbol genealógico nº 2. Familias Esparragosa-Lobatón-Butrón Juan Esparragosa

Antonio Esparragosa Moreno de Medina

Leonor de Osuna Castro

María de Juan de Arévalo Esparragosa (1655) Esparragosa (1682)

Juan Romero Arévalo

Miguel Romero Arévalo (1656)

Antonio de Medina Esparragosa, abogado RRCC, (1688)

Pedro Soto y Herrera, Maestre de campo RR.EE. S.M: (1653)

Ana Clemente de Soto y Herrera (1700)

Margarita de San Clemente y Ordás (1672)

Gerónima de Soto y Herrera

Joseph Lobatón y Soto (1750)

Juan Agustín Lobatón León Garabito (1680)

Agustín J. Lobatón de León Garabito (1712)

Agustín Joseph Lobatón de León Garabito (1748)

Isabel Petronila Juan Soto López María Herrera y Soto Simón Clemente Olivares Ana María Ordás Ladrón de Guevara Agustín Alonso Lobatón Margarita de Covarrubias y Leiva

Juan Joseph Lobatón y Soto (1743)

Andrés Membriche Isabel Trujillo

Rafaela Membriche (1677) Fernando Garcés Tejada

Teresa Garcés (1708)

Francisca González Lucena Francisco Carrion Jarana Fernando Butrón Olvera

Francisco Butrón y Mújica

Antonia Chirinos Sidón

Antonio Alonso Olvera Butrón, regidor y alcalde, (1655)

Beatriz Butrón Montes de Oca

Francisco Lorenzo Montes de Oca Villacreces

Catalina Montes de Oca Villacreces (1660)

Fernando Agustín Butrón Montes de Oca (1683)

Cristóbal Carrión Jarana, capitán, (1714)

Cristóbal Butrón Montes de Oca (1698)

Leonor Jiménez de Amar y Centurión

Francisco Butrón Olvera (1685) Pedro Agustín Lobatón, capitán, alférez y regidor (1651)

Pedro Esparragosa Medina y Soto (1734)

Joseph Butrón y Mújica (1718)

Isabel María Morales Lobatón (1685

Francisca Lozano Doncel Lobatón

BIBLIOGRAFÍA

María Soledad Carrión Garcés (1745)

Francisco Javier Carrión (1738)

Juan Luis Lobatón Carrión (1776)

34

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