Le procès de Job, ou l'innocent devant Dieu, La Vie Spirituelle, 95 (1956)

R. TOURNAY, O. P. EL PROCESO DE JOB Le procès de Job, ou l'Innocent devant Dieu, La Vie Spirituelle, 95 (1956) 339-354. El poema de Job contiene un m

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EL PASTOR Apenas estaba yo mirando al otro lado de la calle allá donde Uds. van a construir una iglesia nueva, o algo por allá, de lo que él me estab

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LISTADO DE AGRICULTORES PENDIENTES DE PAGO, PARA EJECUCIÓN DE LA SENTENCIA DE FECHA 5-7-1999 T. S. J.A. Campañas 93/94 Y 94/95 ID 1 2 3 4 5 6 7 8 9 1

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R. TOURNAY, O. P.

EL PROCESO DE JOB Le procès de Job, ou l'Innocent devant Dieu, La Vie Spirituelle, 95 (1956) 339-354. El poema de Job contiene un mensaje para el hombre atormentado de hoy que busca una respuesta a la angustia de su sufrimiento. Job lucha con Dios para obtener una bendición. Job reclama a Dios como garante de su inocencia. Dante y Milton, Lutero y Calvino, Shakespeare y Goethe, Herder y Kant, Carlyle y Kiergaard, Dostoievski y Jung, y otros tantos luchadores de la existencia se han sentido profundamente atraídos por el poema de Job. El hombre de todos los tiempos se ha rebelado ante el dolor de los inocentes. Los escribas sumerios del año 3000, los babilonios, los asirlos, los egipcios, buscando una respuesta a este enigma, llegaban a soluciones a veces cínicas y pesimistas, a veces confiadas y sumisas, pero siempre recurriendo a la magia y a los ritos cultuales. Por los años 480, Esquilo -y la cultura mediterránea- proponía una sumisión fatalista a las inevitables decisiones de Zeus. Precisamente en esta época, hacia el siglo v a. C., un poeta inspirado de Jerusalén escribe para los jóvenes de Israel el poema del Inocente que se enfrenta a Yahvé para conquistar el fallo favorable de su radical inocencia. La bendición de Dios para los israelitas coetáneos del poeta se manifestaba en la abundancia de los bienes terrenos: salud, riqueza, seguridad, longevidad, descendencia fecunda, honor. La maldición de Dios se manifestaba asimismo en el fracaso y la catástrofe terrena. Después de la muerte, el hombre marchaba al Sheol, donde tenía que permanecer transcurriendo una existencia lánguida, sin esperanza de renacimiento. Sólo en tiempo de los Macabeos, se consolidará la creencia en una retribución consecuente a la resurrección de los mártires y de los justos. En el poema se presenta el aparente absurdo del justo maltratado por la voluntad, siquiera permisiva, de Yahvé, incomprensiblemente responsable de los sufrimientos: "Si un azote acarrea de súbito la muerte, Él se ríe de la desesperación de los inocentes (. ..) si no es Él, ¿quién es, pues? a (9,23-24). Este poema es un recio testimonio de las disputas que se enzarzaron entre los sabios de Israel a propósito de la tradicional doctrina de la retribución o castigo terrenos. Desde Jeremías (12,1 s.), llegó a ser, especialmente después del exilio, un tema clásico de discusiones en los círculos de los escribas. Pueden verse, al respecto, algunos textos contemporáneos o algo posteriores al poema: Mal 2,17; 13,15 y los Salmos 37,49 y 73. Una convergencia de índices nos permite situar el origen popular de la historia en la región situada al Sur de Damasco. Tal vez el autor recogió en estos parajes los elementos de su narración. De acuerdo con la tendencia arcaizante inaugurada por Ezequiel, el gran erudito del siglo VI quiere colocar a su héroe pagano en un cuadro patriarcal premosaico, y hace de él un jeque seminómada del desierto sirio.

La prueba Conocemos el hilo de la narración: Job bien instalado en la vida, es maltratado por Satán en sus bienes, en sus hijos y en su mismo cuerpo, hasta que Dios recompensa su paciencia. Conviene ahora precisar los rasgos de los personajes y las encrucijadas del proceso.

R. TOURNAY, O. P. Satán en hebreo significa el Adversario, y, más exactamente, el Acusador. Aquí es todavía un funcionario sumiso a Dios. Más tarde, hacia 300 a. C., vendrá a ser nombre propio, el Adversario de Dios (Cf 1Par 21,1). Una o dos generaciones antes, en Zacarías 3,1 ss., Satán aparece como Acusador del gran sacerdote Josué ante la corte celeste. Ahora consigue permiso para tentar personalmente a Job. Job y sus amigos ignorarán, sin embargo, esta autorización. Al lector del poema, esta presencia del Acusador que tienta, pretende mostrarle cómo los sufrimientos no son necesariamente castigos, sino pruebas. Esto no disminuye la responsabilidad divina, porque Job hubiera podido sucumbir ante el dolor y maldecir de Dios. Los amigos de Job tipifican posturas. Elifaz es el sabio edomita digno y doctoral, piadoso e indulgente. Bildad, severo y brillante, es el gran defensor de la tradición. Sofar, nombre árabe, es el hombre de la calle, brusco e insolente, inculto e iletrado según aparece en su argot de aforismos mal digeridos. Ninguno de ellos parece haber experimentado el sufrimiento, e imaginan que para consolar a un desgraciado basta con recitarle tesis de teología. Los tres amigos comparten, al principio, el dolor de Job. Guardan a su lado, durante siete días y siete noches, un silencio embarazoso, cargado. Escuchan luego la larga lamentación de Job, que no quiere maldecir de Dios, como su mujer le proponía, pero sí maldice "el día que me vio nacer" (3,3). Fragmento de corte jeremíaco que, con una belleza literaria incomparable, traza los efectos del dolor en un hombre que se interroga en vano sobre el sentido de su brutal aplastamiento. Los lamentos de Job son una sentida y oficial denuncia contra la dicha inmerecida de los impíos y los sufrimientos gratuitos de los justos (21, 75; 24,1). Los tres amigos protestan; acusan al que sufre. Si es duramente castigado, es que ha cometido la impiedad (4,6; 15,4; 22,4) o algún otro pecado. En el primer discurso -que contiene las ideas que el trío repetirá a lo largo de los tres ciclos de discusión- Elifaz opina abiertamente que los impíos serán castigados sin clemencia y que todo hombre es pecador, luego responsable de su desgracia; que Dios corrige al hombre por el sufrimiento, para en seguida curarle y sanarle. Es la doctrina tradicional que el poeta, en realidad, acepta en sus grandes líneas; mas no quiere explicaciones superficiales. El alegato se endurece progresivamente. En el segundo ciclo (22-27), el tono es más vivo. La simpatía de los amigos se torna severidad: Job es un orgulloso si no reconoce y acepta su pecado. Pero Job se resiste fieramente a perder el honor y renunciar a la conciencia de su honradez. Es. ésta la suprema prueba. La que se rebela a sufrir. Y desafía a los sabios a que le arguyan de pecado: "¿Quién dirá que miento y reducirá a la nada mis palabras?" (24,25). Ninguno de los tres amigos puede responderle. Es la bancarrota de los sabios profesionales. Y se dispone a darles una lección magistral (Cf. 27,11). Él sabe mucho más que ellos acerca de la Sabiduría misteriosa, inaccesible, inestimable. Lejos de ser una interpolación, el elogio de la Sabiduría (28) cierra admirablemente la discusión. Al reconocer la Sabiduría divina, renuncia Job, como verdadero "sabio", a explicarse el misterio de su dolor. Entonces se afana en interpelar a Dios: "¡Yo grito hacia Ti y no me respondes, permanezco en pie y no me haces caso¡" (30,20). Dios permanece sordo. Job le lanza su última conminación para que se pronuncie en declaración oficial de inocencia: "Ni anduve con engaños, ni corrieron hacia el fraude mis pies; péseme Dios en balanza justa y Dios reconocerá mi inocencia... " (31,5 ss.). Y

R. TOURNAY, O. P. decididamente, con solemnidad: "He aquí mi firma (mi taw). Respóndame el Todopoderoso en cuanto al libelo de acusación escrito por mi adversario" (31,35). Es un proceso del más puro estilo jurídico el que Job ha abierto a Dios. El autor conoce el lenguaje de los tribunales. El justo necesita encontrar argumentos en su defensa, y se afana por encontrarlos (9,14). Pero, en la querella, sabe Job que Dios es juez y parte. Job no puede utilizar las formas usuales y corrientes de los demás procesos: "Si quisiera recurrir a la fuerza, el fuerte es Él. Si al juicio, ¿quién podrá emplazarle? Aunque creyera tener razón, su boca me condenaría..." (9,19-20). "No es Él un hombre como soy yo, no puedo decirle: Vamos los dos a juicio. No hay entre nosotros árbitro que entre los dos pueda interponerse" (9,32-33). Multiplica por ello sus ruegos y acepta de antemano la sentencia, callarse y expiar. Mas, a despecho de toda súplica, el Dios inaccesible parece negar el certificado de inocencia. La fe en Dios no se apaga y le lleva incluso a apelar a Dios contra Dios en un sublime acto de fidelidad (19,25-27). La esperanza le asegura que Dios acabará por hacerle justicia, porque, aún ahora, Job cree más en la justicia de Dios que en la suya propia. Sabe que sus ojos verán a Dios, antes de que le llegue la muerte. Lo predice: "Yo le veré, veránle mis ojos" (19,27). Y se cumple al fin del poema: "Sólo de oídas te conocía, mas ahora te han visto mis ojos" (42,5).

El inocente ante Yahvé La prueba llega hasta el culmen: Job, tratado de pecador, de impío, ha sido claramente privado de su bien más querido, de su honor (19,9), de su "gloria" -kabód-, réplica de la gloria divina (Cf. Sal 8;9, texto contemporáneo de Job): No le importaría la muerte, pero desea y necesita justificar ante Yahvé su conducta (13,15). Admite sus ofuscaciones, sus intemperancias de palabra, explicables por demás en su situación. Pero todo esto no le hace enemigo de Dios. Y, sin embargo, ahora es humillado ultrajado, calumniado, arrastrado por el polvo. Ha sido privado del resplandor externo de la justicia que le es debido. La quinta Lamentación de Jeremías decía ya lo mismo a propósito del pueblo de Israel: "Cayó de nuestra cabeza la corona" (Lam 5,16). Job ahora vuelve insistentemente al tema esencial: "Mantendré con firmeza mi justicia y no lo negaré, no me arguye la conciencia por uno solo de mis días" (27,6). La última palabra de su apología es para declarar que quiere llevar sobre sus hombros y emir como una diadema el libelo de acusación, la requisitoria puesta contra él, porque está seguro de poder refutarla y de poder adelantarse como un príncipe victorioso ante sus adversarios. Job empieza a hablar el lenguaje de los anawim, de los pobres que ruegan a Dios para que les rehabilite, les haga justicia y confunda a los calumniadores. Habría que citar todo el salterio (3,4; 5,11; 54,9; 58,11; 62,8; 91,8; 112,9; 149, 5; etc.) para comprender el lenguaje de los anawim, descendencia espiritual de Jeremías. Recuerdan a David, el pecador reconciliado, a Moisés, el hombre más humilde de la tierra (Num.12,3). Saben que Dios ama a los humildes que le buscan y le obedecen (Sof 2,3; 3,12). Esperan que otorgará a los afligidos una diadema en lugar de la ceniza que les cubre, que levantará al pobre del estercolero y le sentará entre los nobles (Is 60,3), (1Sam 2,8). Todos estos textos, lo mismo que los de Job, proceden del mismo círculo espiritual y literario: el grupo de los fieles que después del exilio han de componer el Pueblo de Israel, cuya más profunda espera es la del Mesías, Siervo de Yahvé, defensor y rey de los humildes (Sal 72; Zac 9,9).

R. TOURNAY, O. P. Por el momento Job espera sólo la respuesta divina, obstinado en declararse inocente. Dios sigue callado. Aparece en escena Elihú, un desconocido procedente del vecino país de Buz (32). En sus cuatro discursos, vuelve a menudo las mismas palabras de Job y de los amigos. Su himno a la omnipotencia divina, a Aquél que se deja oír en el trueno (36,33), parece preparar la teofanía que va a seguirse cuando Dios responda a Job, desde el seno de la tempestad. Acaso fuera Elihú un autor joven que pretendió completar la obra del viejo poeta, bien que con menos fortuna literaria. Su tesis reafirma a Job la necesidad de humillarse ante Yahvé (33,9-27; 34,5-7). Sabe bien que Yahvé hace justicia a los pobres y humilla a los reyes para purificarles de su orgullo. Job debe glorificar, por tanto, a Yahvé y a su obra (36,24) y humillarse como perfecto anaw, en lugar de ensoberbecerse en la autoafirmación de su justicia. El propio Yahvé va a dar ahora a Job esa lección de humildad auténtica.

La presencia de Yahvé El Todopoderoso se manifiesta en el trueno, en la tormenta (38,1), símbolo bíblico de su soberanía sobre el Universo. Comienza con un reproche a Job, que se ha atrevido a replicar al Omnipotente, sin comprender nada. Despliega el Señor todo su esplendor y poderío creador en los cielos y la tierra, extraordinario contraste con la pequeñez de su siervo, para terminar con el alegato a Job: "¿Acaso querrá el censor contender todavía con el Omnipotente? El que pretende enmendar la plana a Dios, respondan (39, 32). Han cambiado los papeles. Job es llevado a juicio por Dios. Job no puede tratar de igual a igual con Dios y se da por vencido. Se humilla definitivamente porque, ante las maravillas de Dios, ha tomado conciencia de su propia ignorancia, de su debilidad, de su nada: "He hablado de ligero. y Qué voy a responder? Pondré mano a mi boca" (39,34). Job, que ha visto a Dios, no por una visión directa y sensible, pues Dios es invisible y escondido a la mirada humana (23,8 s.), sino por una percepción nueva de la realidad divina a través de la admirable variedad de sus criaturas, muestra de la sabiduría y del poder de Yahvé -comprende que no hay nada que discutir con Él, puesto que Él es el único y supremo Juez de nuestras acciones. Entonces, en su humillación (42,6), acepta comportarse plenamente como verdadero pobre, como auténtico anaw. Renuncia a ser tratado como justo y sacrifica definitivamente al Señor su bien más estimado: el honor. Se reconoce culpable por el orgullo, el más grande de los pecados (Sal 19,24). Job, culpable, ha perdido el proceso... Pero es precisamente ahora cuando acaba de ganar el proceso. Dios va a rehabilitarle, dándole el céntuplo del honor a que había renunciado. Dios le llama repetidamente su servidor (42,7-9), mientras vuelve su enojo contra los amigos de Job porque no han hablado de Yahvé rectamente, como su siervo Job (42,7). Y Dios recompensa sobreabundantemente a su siervo Job en rebaños, descendencia y longevidad, como muestra de su bendición. Se realiza el emotivo intercambio dei Salmo 131. Es la tesis clásica de la retribución terrena a la que el autor no ha renunciado completamente. Pero antes de este epílogo, ha sido preciso que Job se convirtiera en un pobre, en un verdadero anaw. Dios rechaza al soberbio (Sal 19,14) y acepta al mísero de corazón contrito que sinceramente sabe doblegarse a su palabra (Is 66,2; Sal 51,19).

R. TOURNAY, O. P. La lección a Israel El viejo poeta ha querido enseñar a los jóvenes de Israel. Como pueblo de Dios, tienen que aceptar los planes de Yahvé y esperar sólo en Él, sin buscar la propia gloria o el propio éxito. Dos siglos después de Job, el Cronista enseña que Dios no rehúsa jamás la gracia a un corazón contrito que recurre a Él. De modo semejante se comporta Judit ante los ancianos de Betulla que discuten los divinos designios. Porque la verdadera justificación es un don de Dios. El encuentro entre Dios y el hombre no puede ser una fría relación aritmética. El libro de Job enseña al hombre que sufre, a abandonarse como un niño en el misterio de los planes divinos. Es el gran preámbulo las grandes revelaciones sobre la felicidad celeste, que es esencialmente una gracia. Se disocia el sufrimiento y el pecado, el dolor y el castigo, con objeto de hacer entrar el sufrimiento humano individual en el misterio de los planes divinos. La vida de Job, abrumada hasta el exceso, absurda, destrozada, es, pese a todo, la obra de un Dios poderoso y bueno. Job ha sido ensalzado cuando ha renunciado a su amor propio. Renunciando a su justicia, ha sido justificado. Con su llanto, con su lepra y con su basura nos enseña que no existe necesariamente una recíproca correlación entre mal físico y castigo de pecado. Es el lenguaje de los pobres el único modo correcto de expresarse ante el Dios dadivoso. El tema se repetirá como leitmotiv hasta el Nuevo Testamento en boca de María: "Levantó a los humildes". Y en las palabras de Jesús: "El que se humilla será ensalzado." Quinientos años después de Job, el Señor de la gloria (1Cor 2,8), renunciando a toda gloria humana, se hacía efectivamente el Gran Pobre, "por lo cual Dios soberanamente le exaltó y glorificó" (Flp 2,8 ss.). Esta victoria manifiesta y definitiva sobre el sufrimiento, la muerte y el pecado, Job la ignoraba aún; pero él prenunciaba la felicidad de los pobres en espíritu y preparaba los corazones de los anawim de Israel al mensaje evangélico, al supremo misterio del Mesías crucificado, "poder y sabiduría de Dios" (1Cor 1,24). Tradujo y extractó: LUIS RIERA

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