LECCIONES DE EL ESCORIAL A SUS CUATROCIENTOS AÑOS. F. J. Sánchez Cantón

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LECCIONES DE EL ESCORIAL A SUS CUATROCIENTOS AÑOS F. J. S á n c h e z

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A "Fundación Pastor de Estudios Clásicos", en la tarea del curso que hoy comienza, incluye como tributo al gusto actual por conmemorar hombres y efemérides de tiempos idos, esta conferencia, y la que pronunciará el ilustre arquitecto y académico D . Secundino Zuazo. dedicadas al cuarto centenario del m o ' nasterio de San Lorenzo de El Escorial. N o innova con esto sus directrices, pues en años pasados recordó los centenarios de V e l á z q u e z y de Góngora y su fundador, y alma de ella, consagró agudos estudios a Cicerón en el segundo milenario; como se advierte, tres figuras máximas. En el año venidero las de Shakespeare y de Miguel Á n g e l , y en el de 1965 la de Dante, reclamarán, a su v e z , ser recordadas desde el vértice del ángulo que, con sus trayectorias vitales forma la dirección de nuestro interés. Esta vuelta al pasado o, mejor, esta aproximación del pasado a nosotros, enriquece nuestro presente, dándole hondura y trasfondo, ampliando el panorama dominable, precisando contornos vagos, o engañosos, incorporando al acervo personal elementos de juicio y nociones que lo exclarecen. Por todo ello, estimo que 11

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sólo ventajas se originan con traer a la consideración y al estudio personajes y sucesos pasados, aunque no olvide que bastantes centenarios han puesto al descubierto intimidades innecesarias de la vida del recordado, ni tampoco el peso abrumador de estatuas y lápidas desacertadas que, acaso, contribuyeron a hacer más honda su sepultura. Conmemoramos en este año el cumplimiento de cuatrocientos desde que se colocó la primera piedra de San Lorenzo de E l Escorial, que, a la moderna, calificaremos de magno "complejo devoto-histórico-artístico". Creo ocioso prevenir que no caeré en la insensatez de pretender "descubrirlo", o de revelar alguna vieja menudencia escudriñada en archivos; no aduciré novedades acerca de su técnica, o de su valor y trascendencia desde el punto de vista estético ; menos alto es mi i n t e n t o : M e daré por satisfecho si las noticias que habré de subrayar con comentarios os conducen a reflexionar sobre aspectos que se olvidan o se omiten, cuando se habla del gran monasterio. A l celebrar el comienzo de la erección del monumento se plantea como cuestión previa la pregunta: ¿ E s El Escorial un edificio viejo, mera fábrica arquitectónica continente de un museo y asiento del culto religioso, tributado con más esplendor que devoción popular? ¿Será, como muchos sienten, pareja lejana de las Pirámides, en línea con ellas por titularse " O c t a v a maravilla", desaparecidas las seis intermedias? ¿Será, por el contrario, un monumento v i v o , texto abierto de enseñanza inagotable, concreción actual y actuante de pensamiento y de sensibilidad vigentes? A l acercamos 12

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a SU historia y a su contemplación encontraremos respuesta a esas preguntas y a otras, que suscitará v u e s ' tra curiosidad despierta. Que, pese a muchas apariencias, la sazón es propicia para justipreciar el valor y el significado de El Escorial lo prueban que nadie recitaría hoy convencido — s i hoy se recitasen versos v i e j o s — la invectiva de Quintana contra El Panteón del Escorial y las décimas de El Miserere de N ú ñ e z de Arce. Escuchemos los dodecasílabos del primero : ¿Qué vale, ¡oh Escorial! que al mundo asombres con la pompa y beldad que en ti se encierra si, al fin, eres, padrón sobre la tierra de la infamia y del arte de los hombres? o los octasílabos truculentos de D o n Gaspar: La iglesia, triste y sombría, en honda calma reposa tan helada y silenciosa como una tumba vacía... Porque, neoclásicos, románticos y posrománticos embotaron las plumas y ensombrecieron sus paletas al cantar y pintar con tonos funerarios la creación filipina, presentando al propio Monarca fundador como provecto enlutado, caminando, rosario en mano, hacia la sepultura, que construía para sí, para sus padres y para sus sucesores. Este macabro designio constructivo correspondía a la deformada configuración que el odio y la envidia habían forjado para personalizar física y 13

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psíquicamente a Felipe II, juicios políticos, no esteti' eos, según los calificó U n a m u n o . L a reluctancia contra el " R e y Prudente" l i a ido remitiendo. Pocos contendrían la sonrisa al oírle llamar como otrora " E l demonio del M e d i o d í a " y desde Gachard y A m e z ú a está patente su ternura paternal y el gusto por las flores; desde Charles G r a u x , Rodolfo Beer y el P. Antolín su amor por los libros y , desde las revisiones de su vida y gobierno por L. Fandl, por E. M . Tenninson y por W . T . W a l s h , la sombra siniestra ha adquirido contomo luminoso. Sin embargo, y para lo que hoy nos interesa especialmente, abundan, todavía, gentes cultas que ignoras, o fingen desconocer, que el Rey Felipe II hacía dos meses que había entrado en la treintena al vencer en San Quintín a Enrique II de Francia, el l o de agosto de 1 5 5 7 ; que iba a cumplir seis más al comenzar E l Escorial; que hacía tres había casado con su tercera mujer, Isabel de Valois, en la que tuvo dos hijas, y que sus energías vitales le permitieron, pasado un decenio, contraer cuartas nupcias, tener cinco hijos más y vivir treinta y cinco años después de colocada la primera piedra del monasterio. ¿ Q u é parecido presenta esta realidad histórica con la absurda sombra, claudicante, atormentada, de la prosa y de los versos decimonónicos? N o ; no se concibió E l Escorial bajo la guadaña de la muerte, sino bajo el lábaro de la C r u z , estandarte del Rey Prudente en la tierra y Uave para la entrada en el Cielo. El Escorial es un canto de triunfo, y una acción de gracias a Dios que lo había dispensado. E l monumento 14

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sepulcral con que soñaba el Monarca nada tenía que ver con el soberbio y abrumador Panteón ordenado por Felipe III y construido por Felipe I V . E l fundador había querido que M i g u e l Á n g e l interpretase su i d e a ; mas lo impidió la muerte del genio de múltiples facetas, en .1564, y fueron los Leonis quienes ejecutaron los dos grandiosos cenotafios, de jaspes y bronce, n o tumbas, del Emperador y de su hijo, con sus familias; verdaderos arcos triunfales dedicados mediante elocuentes epígrafes que, para estímulo de los descendientes, advierten : quienes entre ellos superen las victorias de Carlos V , o la devoción filial a la Iglesia y la devoción de Felipe II pasen a ocupar, delante los sendos intercolumnios inmediatos al retablo y , si no les aventajasen, deben quedar detrás. N o dictaban esta actitud ni estos letreros el temor a la muerte ni impetraban implorantes la divina conmiseración ; con clara conciencia de haber cumplido sus deberes de Rey y de hombre Felipe II se presentaba, y presentaba a su padre, sin jactancia, con serenidad, ante el supremo Juez. A l plasmar las ideas cardinales de su fundación no ahorró el Monarca estudio, esfuerzo ni gasto. Ejemplo perfecto de Mecenas, consciente y actuante, nada dejaba a la improvisación ni al ajeno manejo. Perspicaz y previsor, logró que, a los cuatro siglos, la fundación aliente vigorosa, abriendo la esperanza de que, merced a la energía del certero impulso inicial, su plan originario continuará desarrollándose, para bien de la cultura y la sensibilidad universal, de la religión y de nuestra Patria. 15

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Recelo que el tono de las frases precedentes desvirtúen mi deseo de que lleguemos a conclusiones, por lógica deducción de hechos conocidos mediante los cronistas y los documentos escurialenses ; no por consideraciones mías más, o menos, palabreras. Para ello hemos de acercarnos a las fuentes primarias y seguras. La vitalidad, trascendente hasta hoy, de E l Escorial se manifiesta a la manera de manantial caudaloso de emociones y enseñanzas. A s í brotó de quien lo concibió y de las circunstancias de cuando se erigía ; principalmente, insisto, de la reflexión y del estudio indeficientes que Felipe II puso al fundarlo, al construirlo, al adornarlo, al dotarlo de la magna biblioteca. Suele ocurrir que Papas y Reyes mecenas ideen obras, y hasta escojan quienes las hayan de realizar; mas, pronto descansan en los que eligieron o, lo más frecuente, descansan en un privado, persona de su confianza y todos sabemos el verosímil frecuente resultado de tales delegaciones. Si nos acercamos a los principios de El Escorial conoceremos la personalísima intervención, la continua asistencia, incluso la frecuentísima presencia física del Rey en el Real Sitio. Según los cronistas, conseguido en San Quintín el triunfo — n o bien aprovechado, pues no puede por menos de pensarse en cuan diverso giro hubiera dado la historia de Europa de haber seguido al ejército sobre P a r í s — decidió conmemorarlo con grandiosa acción de gracias al edificar y dotar un monasterio para 140 monjes Jerónimos. Conmueve leer, más que en la elocuente prosa del P. Sigüenza, en el sencillo y bastante olvidado relato de Fray Juan de San Jerónimo, cómo el Rey en16

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comendó a un grupo " d e hombres sabios, filósofos y arquitectos y canteros esperimentados en el arte de e d i ' ficar", la busca de emplazamiento adecuado. C o n este propósito; "anduvieron por muchas partes, especialmente por el Real de Manzanares..., por los vaUes altos y llanos, de una parte a otra, y n o hallaron cosa que les contentase. Después, vinieron al lugar de la Frexneda y hallaron grandes frescuras de árboles y aguas y buena tierra... : mas no les gustó por la relación que les dieron los naturales ser m u y enferma". "Pasaron a la Alberquilla... ; pero faltóles el a g u a . . . " volvieron el rostro hacia norte y se fueron para la raíz del monte, donde hallaron una m u y principal fuent e . . . y el puesto cual ellos buscaban..., por estar junto a la dehesa de la Herrería y cerca de la Frexneda, y con abundancia de aguas, pinares... y haber piedra para cal... y yeso cerca, mucha arena en el sitio, y piedra berroqueña granimenuda, blanca y cárdena, cual conviene para tal edificio... de lo cual dieron noticia particular a S. M . el cual vino muchas veces a le visitar" Y nótese lo que sigue: "esta elección de sitio no se hizo tan de repente y sin consideración; que, por más de tres años se esperimento; porque en cada uno destos tres años tuvo S. M . la Semana Sancta en Sant Hierónymo de Guisando y a la ida y vuelta era por el lugar del Escorial para le visitar". ¿ N o es esta lección admirable para nuestra desventurada " E d a d de la prisa"? V o l v í a el Rey, en 28 de marzo de 1 5 6 2 , de la Semana Santa de Guisando, monasterio Jerónimo, lugar de los famosos toros, o berracos, y se paró en E l Escorial para tomar providencias; acompañábanle tres monjes ; el uno había sido Prior, entendido en el arte 17

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de edificar, y a los otros dos encargó de la procuraduría y de llevar el libro de razón: por cierto, al propio Fray Juan, que todo esto refiere. Entonces se hicieron los hornos y las albercas para la c a l ; y , adviértase que aún faltaba un año para la colocación de la primera piedra. T a m b i é n en presencia del Rey Prudente, Juan Bautista de T o l e d o maestro mayor y el aparejador de albañilería "cordelaron y estacaron", es decir, replantearon el edificio, ¿cuántos Reyes, incluso, cuántos propietarios asisten a trabajos como éste? " Q u i s o S. M . que luego se comenzasen las huertas y jardines..., y estuviesen criados árboles y frutales". Óigase ahora, porque es emocionante, cómo se v i ' vía durante estos lentos preliminares: " E r a la casilla en que los frailes vivíamos por extremo pobre, y cual se puede imaginar de un pueblo que en todo él no había chimenea ni ventana. E n ésta se escogió un a p O ' sentillo para capilla y el retablo del fue un crucifijo de carbón, pintado en la misma pared. T e n í a por [ t e ' c h o ] , por que n o se paresciese el cielo por entre las t e ' jas, una mantilla blanca de nuestras camas... S. M . cuando venía se aposentaba en casa del cura... T e n í a de ordinario una banquetilla de tres pies, bastísima y grosera, por silla, y , cuando iba a misa, porque estu' viese con alguna decencia, se le ponía un paño viejo francés [esto es, un t a p i z ] , que ya de gastado y deshi' lado hacía harto lugar por sus agujeros a los que q u e ' rían ver a la Persona R e a l . . . " M e limito a extractar sin añadir ni sustituir palabra. Otro tanto hago con la anécdota siguiente: "Aconteció una v e z , y fue víspera de Sant Pedro, que los frailes pusieron una campanilla para llamarse a 18

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las horas, y fue la primera vez que la tañeron para los maitines desta fiesta, a prima noche. O y ó l a S. M . , que estaba en los palacios del cura, y preguntó a Miguel de A n t o n a ¿que de dónde era la campanilla que sonaba?, y respondióle Miguel (era éste un discreto loco que el Rey traía consigo), que en el convento tañían a m a i t i ' nes y , sin aguardar más, con su ropa de levantarse, v i ' no sólo y entró en la iglesuela y halló un labrador del pueblo sentado en un banquillo y e l . . . R e y se sentó con él en la parte más baja que del banquillo sobraba, hasta que Miguel vino, hizo señas a los frailes para que bajasen de su tribunilla a abrille". H e ahí, referido, sin adobo, cómo nacía la funda' ción del Rey más poderoso de la tierra " E l emperador del M u n d o " , según le titula un libro y a no reciente, cuando andaba por su media edad, firme en la Fe en Dios, pero no menos firme en el cumplimiento de su deber de gobernar la monarquía; leyendo, y apostillando con su letra dificilísima de leer cuantos despachos y expedientes recibía; sin que, a la v e z , dejase de complacerse en las primorosas tablas de Flandes y los bellos desnudos venecianos ni, para despreocuparse, escuchar y reir las gracias — q u e hoy nos sonarían a insulseces e inconveniencias— de sus enanos Miguel de A n t o n a y Magdalena R u i z : en fin, hombre de su época y en la plenitud de sus fuerzas viriles a los 36 años. E l 23 de abril de 1563 se puso la primera piedra y a la ceremonia no asistió Felipe II, trazo que perfila su carácter: en aquel acto nada tenía que hacer. En cambio, el 13 de setiembre de 1584 presenció con su hijo y con sus hijas la colocación de la última piedra, sosiego para su incertidumbre de si vería aca19

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bada la construcción; y , poco antes, el 6 de agosto, como de su piedad había que esperar, concurrió a la bendición de la Basílica. Pero, hay en la crónica hechos y menudencias tan expresivos del valor ejemplar de E l Escorial, adelantándose a su tiempo, para aleccionamiento de los siguientes, que no pueden omitirse. D e las segundas escojo este párrafo de Fray José de S i g ü e n z a : " Q u i s o . . . este prudentísimo Príncipe que se hiciese luego un hospital, donde se curasen los peones y otra gente pobre que trabajaba en esta fábrica, y primero los proveyó a ellos deste socorro y abrigo que a sí mismo de aposento... Alquilóse una casilla... donde se pusieron diez, o once, camas... que después creció tanto que vino tiempo que llegó a tener más de sesenta, donde eran tan bien servidos que muchos, sólo con el regalo y limpieza, sin más medicinas, sanaban". Pocas determinaciones declaran el carácter previsor y abarcador del Rey como dos empresas que señalaré. Y a el P. Flórez escribía : " E r a hombre nacido para todo. La Religión, el culto, la Justicia, las materias del Estado, el decoro de la Majestad... daban lugar en aquel gran corazón para promover hospitales, fomentar letras, hacer impresiones y andar recogiendo libros, como si en el teatro del mundo no hubiera de hacer papel más que por ellos". V e a m o s como este aserto se comprueba : Entre las notas que deseo señalar ninguna debe anteponerse a la que de modo más particular interesa en este sitio : la formación de la biblioteca escurialense. N o se piense que, según se ha estilado, y , acaso, se 20

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estila, se reservase para final y coronamiento de la fundación; asombra comprobar que cuando apenas salía de cimientos, antes de haber transcurrido catorce meses de ser colocada la piedra inicial, en 7 de junio de 1564, envía el Rey el catálogo de sus libros para que el Prior y los monjes lo examinasen; devolviéronselo con una memoria, que se perdió entonces. Pero, ya en principio del año siguiente se llevó una serie de libros encabezados, como era lógico, por la Biblia, en dos ediciones, una de ellas la políglota complutense, seguida de tratados teológicos. E n 1 7 de diciembre comienzan a entrar textos clásicos; en 14 de febrero de 1567 la lista se hace copiosísima. Por más que tema fatigaros, como la enumeración resultará tan expresiva en lo que, al caso, interesa y suenan tan bien los nombres de autores griegos y latinos en este recinto, me atrevo a presentárosla ordenada. Comenzaré por los griegos. Encabézanla Homero y H e s í o d o ; síguenles los líricos, desde los inciertos Orfeo y Museo, pasando por el magno Pindaro y por Esopo para llegar al deleitoso Teocrito. Cítense, luego, los genios del teatro Esquilo, Sófocles, Eurípides y Aristófanes; los filósofos Platón, Aristóteles, Plotino, Jámblico, Luciano, Theofrasto, Eliano; los oradores Andocides, Demóstenes, Esquines, Isócrates y Lisias; los historiadores Heródoto, Jenofonte, Polibio, Plutarco, Herodiano, Diógenes Laercio, Pausanias, Dionisio de Halicarnaso. Súmense los hombres de ciencia: Arquímedes, Euclides, Hipócrates, Dioscórides, Ateneo, Ptolomeo. N a d i e dudará de la curiosidad despierta del Rey y de su empeño por conseguir que, desde el primer momento, contase E l 21

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Escorial con libros esenciales para la formación humanísrica. Iguales observaciones cabe formular si echamos un vistazo sobre los escritores de Roma. A l frente de ellos encontramos a Virgilio, Horacio, O v i d i o , Lucrecio, L u cano, Estacis, Plauto, Terencio, Cátulo, T i b u l o . Propercio, Persio, Juvenal, Marcial, A p u l e y o , C l a u d i a n o ; como se ve épicos, líricos, satíricos los dos grandes comediógrafos Plauto y Terencio y el novelista del Asno de oro. Si pasamos a los historiadores el cuadro es todavía más completo: César, T i t o L i v i o , T á c i t o , SaluS' tio, Suetonio, Quinto Curcio Rufo, Diodoro Siculo, Justino, Valerio M á x i m o . Tampoco faltaban las figuras gloriosas de Cicerón, Catón, Varrón, Plinio, Séneca, Vitrubio, Quintiliano, Pomponio Mela, A u l o G e lio, Macrobio y V e g e c i o . Si por esperables en los plúteos escurialenses — s e guramente provisionales, y todavía aún no los hermosos armarios que los g u a r d a n — no recordaré los abundantes libros de los Padres de la Iglesia, pero si que y a allí estaban las obras del más grande de los poetas cristianos, el español Prudencio; del historiador, también peninsular, Paulo Orosio, de Sidonio Apolinar y de Flavio Josefo. Si asombra el número de autores allegados, es más sorprendente la amplitud de criterio, pues las faltas — S i l i o Itálico, Columela, por citar los más f a m o s o s — , seguramente, fueron ocasionales y remediadas en entregas posteriores. ¿Cabría en nuestros días mejorarlas, más que en pormenores por un especialista? Pero, hay m á s : el plan del Rey para la formación de la Librería de San Lorenzo no se limitaba a reunir 22

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clásicos, Doctores de la Iglesia, teólogos y escritos devotos, alcanza a otras literaturas, en especial a la italíana y a la francesa. Baste citar de la primera los nombres de Petrarca, Boccaccio, Marsilio Ficino, Pico de la Minándola, Bembo, Paulo Jovio, Sannazaro, Lorenzo Valla, el Panormitano, Filelfo, y de la segunda L e román de la Rose, Le román de Troie, Froissard, Olivier de la Marche, Jean le Mayre, Longueil, Guillaume Bude. Los libros esoañoles son, como es natural, numerosísimos, así en latín como en romance, tanto castellano, como lemosín, oortugués, etc. A m p l i t u d totalizadora, que muestra la extensión de los ideales de Felipe II v su coincidencia con los que inspiran, en el presente, instituciones cuales la que ahora nos acoge. En :?o de abril de 1^76 se formaliza la donación regia de los libros ante escribano. Mas, no paran con ella los desvelos bibliográficos de Felipe II, que procuraba acompafíar los textos con los de comentaristas, con diccionarios, con tratados auxiliares de arqueología V de epigrafía : todo ello constituye, a la vez que un tesoro, un núcleo dotado de lo necesario para los estudios. ^* Habrá lección más provechosa para los tiempos actuales? Que el Rey tomó la empresa del envío de sus libros a El Escorial como tarea propia lo muestra una minuc i a : en 20 de enero de 1^67 el Prior escribe al Secretario de S. M . que entre la relación y lo recibido había un libro de diferencia y que dos volúmenes pequeños, encuadernados como los demás, y con las armas reales en las tablas, eran de papel en blanco, sin ninguna escritura y el meticuloso "papelista", que era el M o narca, escribe al margen en primera persona: " Q u e 23

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avisen cuál [libro], se halló menos y quizá volviendo» los a contar n o se hallará que f a l t a ; es verdad que fueron esos dos libros en blanco... por ser de la misma encuademación y olvidóseme de ponerlos en el m e morial...". N o quisiera que del curioso episodio de los tomos en blanco se deduzca que intento hacer el elogio de Rey Prudente como docto bibliófilo. Si buscamos n o ' ticias de su formación humanística, veremos que su preceptor, después Cardenal, Martínez Silíceo, cuando el Príncipe no había cumplido los nueve años, escribía al Emperador: " e n lo de leer por latín, por romance y rezar va mucho adelante". Meses después le anuncia "presto comenzará a oir algún autor y será el primero, si a V . M . parece, el Catón, el cual es m u y limpio". N o frisaba en los trece cuando le anuncia "antes de medio año podrá pasar por s í . . . todos los historiadores... por dificultosos que sean; en el hablar latín ha harto apro' vechado, porque no se habla otra lengua en todo el tiempo del estudio... El escribir en latín se ha comenz a d o " . Y añade este delicioso apunte de un día — o del d í a — universitario de Felipe I I : " L o s . . . pasados estuvo Su Alteza en Alcalá y visitó a todos los lectores, y o y ó lo que leían y puede creer V . M . que a todos los entendió, sino fue al que leía hebraico, y, holgó tanto en los oir y entender lo que decían, que ningún trabajo le fue el tiempo que los oyó, que serían más de tres horas". Y a desde agosto de 1543 — a los dieciséis a ñ o s — los informes al Emperador n o dan noticia de los progresos esperables; iba "aflojando el ejercicio, así por razón de estar ocupado en la gobemación que V . M . le ha encomendado, como por entender en ar* 24

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mas y caballería". El latinista se frustraba en a g r a z ; mas, sin duda, restáronle, de por vida, los cimientos firmes y el sabor de lo clásico ; después de todo, lo que bastaba a un Monarca de su tiempo. Én el nivel que alcanzaba la constitución de la librería escurialense en 1 5 7 2 , sabedor el Rey que un eruditísimo arqueólogo y epigrafista, el Maestro A m brosio de Morales, terminada su gran Coránica general de España, había decidido marchar en romería a Santiago en tanto el Consejo Real dictaminaba sobre ella, le ordenó, por cédula del 18 de mayo, que yendo a las Iglesias y Monasterios de los reinos de León, Galicia y Principado de Asturias, le informase del decoro con que se conservaban los cuerpos santos y las reliquias, y las sepulturas de los Reyes, y además "los libros antiguos, de diversas profesiones y lenguas, escri' tos de mano e impresos, raros y exquisitos q u e . . . podían ser de mucha utilidad". Copio la frase reveladora del proyecto regio, descubierto del todo cuando el gran humanista refiere que en conversación con el Doctor Velasco, al entregarle la cédula regia, "se trató — r e fiere— que truxese mucha averiguación de la cabeza de San Lorenzo, que se entendía estaba en un Monasterio de Galicia", que, en efecto. Morales encontró en el de Santa Clara de Compostela ; la describe y dibuja el contorno del que llama casco y parece — d i c e — de lo alto del cerebro". El Rey estaba resuelto a llevar a El Escorial reliquias y libros, en particular los que estuviesen descuidados. Morales cumplió la comisión en sü precioso relato que suele llamarse " E l Viaje S a n t o " . Desvelábase Felipe II por nutrir la librería futura de San Lorenzo el Real para infundir en el Monaste25

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rio el contenido científico y literario que habría de v i ' talizarlo: creaba allí un verdadero Museo biblioerá' fico, en bastantes aspectos comparable al de la Biblioteca Vaticana. Rasgos éstos, entre tantos aducibles, de los valores persistentes en el complejo escurialense. E n el futuro de la eran ciudad tentacular, que va va siendo Madrid, el Monasterio, casi aledaño, habrá de ser, todavía más que hoy, refugio codiciable para los estudiosos; sobre todo, si se le agrega el imprescindible fondo de revistas y de libros modernos instrumentales. Reflexionemos ahora, resoecto a la vigencia de su arquitectura, más comprensible que en época alguna de su historia. Considerado desoués de la primera impresión, el Monasterio es i m edificio del final del Renacimiento, construido en el estilo que hace años se ha bautizado, certeramente, con el nombre de " t r e n t i n o " . A n t e él la reacción más práctica es imitar a Stendhal, cuando dio las dimensiones de San Pedro de Roma para comenzar por algo exacto y útil, exento de cualquier descarrío retórico. El Escorial, como San Pedro, parece menor de lo que m i d e ; modestia, digámoslo así. de todo lo bien proporcionado ; mientras un edificio del estilo gótico es mucho menor de lo que aparenta. Añadiré, al paso, que El Escorial, con los siglos, ha crecido, crece y crecerá ; y no se tome lo que digo a paradoia : construido entre montes, quedó como agobiado. El Monasterio, según escribió Ortega y Gasset; "es solamente la piedra máxima que destaca entre las moles circundantes por la mayor fijeza y pulimento de sus arist a s " : como agobiada, se añadirá, al faltar en t o m o volúmenes, homogéneos para la comparación; en tanto 26

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que hoy, al resaltar sobre edificios, algunos grandes, se imponen su masa y la grandiosa desnudez de sus líneas escuetas. Esto no es sostener que haya de ganar en efecto rodeado por rascacielos. A l estudiar la construcción escurialense se ha reco' nocido por el arquitecto Zuazo, en 1948, su procedeneia lejana, pero clara, en los hospitales de planta de cruz que se edificaban en Italia desde el siglo xill y , como origen más cercano, la analogía con los tres de los Reyes Católicos — T o l e d o , Granada y S a n t i a g o — , no dudando en invocar la visita a Compostela de Felipe II, el año de 1 5 5 4 , como suscitadora quizá de la planta que al fundar El Escorial habría de elegirse. Estos recuerdos españoles, ampliables a los del claustro de Guadalupe — p u e s el templete para la fuente, también centra el Patio de los E v a n g e l i s t a s — y a la ordenación tradicional del retablo mayor con los grandes sepulcros laterales, por ejemplo, en el Parral de Segovia, son coincidencias que, sin restar italianismo a la concepción de los arquitectos del Monasterio, le añaden arraigo en lo nuestro. Fuera ello poco para el propósito de hoy, si no se sumase lo que ya señaló el mismo Z u a z o cuando escribía : " E n la granítica fábrica todo es personal : la fundación, la imposición de normas nuevas sobre un arte tan vario y exuberante como el del siglo X V I . . . " ; hubieron " d e valerse — a ñ a d e — de recursos arquitectónicos tan sobrios que sufrieron comentarios despectivos, precisamente, aquellas [ n o r m a s ] , que tenían como médula de su ser el cumplimiento de una clara función" — y he ahí cómo un arquitecto moderno halla en San Lorenzo principios del tan pregonado "funcio27

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nalismo" — y continúa: "Interpretaciones que fueron adversas, motivadas por las alternativas periódicas en gustos y tendencias, se trocaban en admirativas, p o r que en El Escorial existe el más rico venero de sugestiones para un auténtico resurgimiento de nuestra arquitectura con sentido moderno... recogiendo la admirable lección que constituye la ordenación de sus volúmenes y esas otras esencias arquitectónicas menos aparentes". Esta cuatrisecular vitalidad, máxima, pues, en rigor, es fecundidad, fue, ingeniosamente, ponderada hace varios lustros por un arquitecto, m u y joven a la sazón, Eduardo Figueroa, conde de Yebes, en una conferencia en que presentó emparejadas en la pantalla las proyecciones de una de las fachadas de San Lorenzo, puesta en sentido vertical, con un rascacielos neoy o r q u i n o ; claro está que sin pretender mostrar su origen, mas para resalte de la estética y del aliento m o ' demos latentes en la arquitectura escurialense. Arquitectura de volúmenes, como se ha dicho, arquitectura de materiales sin disfraz, escuetos, desnudos. En el ahorro, en el adomo de tallas, o, si se prefiere, en el desdén hacia él, ve Z u a z o motivos económicos, por el mal momento que afligía a la hacienda española, y el afán de Felipe II por ver terminada la obra. Creo que también debe interpretarse como expresión del gusto del Monarca que, cuando llegó la hora de la decoración y del enriquecimiento artístico impuso su criterio de sobriedad al n o admitir en su tiempo más de treinta esculturas en el inmenso ámbito. Y ¿ n o estamos igualmente con un principio como éste ante otro ejemplo vital para el arte del día? 28

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Ello no es negar que la razón del costo excesivo tuviese parte en la austeridad, pues el P. Sigüenza recoge la especie, al hablar de los cálculos sobre cuánto subirían los gastos de la o b r a : Juan de Herrera contestó a Felipe II que millón y medio de ducados. " A l Rey le pareció m u c h o " y preguntado Fray A n t o n i o de Villacastín, el inmortal Obrero — a l que la habitual suspicacia maliciosa ha querido trocar punto menos que en el verdadero arquitecto: como si su gloria cierta necesitase de falacias — l a fijó en seiscientos mil ducad o s ; al Rey " l e dio mucho contento, n o porque en el ánimo real había alguna escasez, o porque le espantase la costa, sino por la murmuración de su reino, que tan indiscretamente hablaba desta fábrica". Por donde, también venimos a comprobar la actualidad del ejempío, para confirmación de virtudes y vicios nacionales permanentes. E l P. Sigüenza escribe sentencioso: " N u n c a se ha descuidado el Enemigo, ni creo que se le olvida hasta agora, en dar señales de la envidia que contra esta obra tan pía tiene concebida con rayos, aguas, vientos, h o m b r e s . . . " . La voluntad del Fundador no cedía ni se doblegaba y, pese a todo, actuaba sin descanso; personalísima y provechosa para el desenvolvimiento de la pintura española, fue su intervención en el adorno pictórico de San Lorenzo. Es este aspecto de la figura histórica de Felipe II que sus mismos detractores sistemáticos consideran laudable, reconociéndole buen gusto y conocimientos. Su habitual anticiparse a la marcha de la obra para dotar la fundación de libros y reliquias se confirma en 29

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SUS envíos de cuadros: la primera entrega data de 1 5 7 1 , cuando todavía no se mediaba el edificio. Si se estimasen en bloque las siete entregas de pinturas hechas por el Rey a su monasterio asombraría la mezcla de escuelas. Pertenecen unas a la comúnmente llamada primitiva nórdica; otras a la renacentista italiana y a su influencia en Flandes y Alemania ; modalidades ambas que los espíritus juveniles de entonces calificarían de anticuadas; que, en cambio, apreciarían las de los "manieristas" de uno u otro clima porque estaban de moda. Los más avanzados admirarían las audacias de los venecianos y hasta habría quienes gustasen de las obras de Tintoretto y de E l Greco. Dígase qué coleccionista, o qué teórico de las A r tes, en el siglo x v i y aun en los siguientes antes del nuestro, siguió criterio más amplio y más fructífero al hacer sus adquisiciones y sus encargos de pinturas. Recalco el último nombre mentado, porque la sentencia en contra del maravilloso Martirio de San Mau' rido pronunciada por el P. Sigüenza, apoyándose en el juicio de Felipe II, ante el hecho de no haberse colocado en el altar de la capilla para donde se había pintado, sigue repitiéndose como falla del criterio artístico del Monarca. Perdónenme los que tal sostienen: reconozco que es la opinión admitida, si bien permanezco fiel a la que hace años formulé. A quien n o le gustaba el Greco era al P. Sigüenza. S u gran lienzo fue colocado aparte, como La Anunciación, de Veronés, y La adoración de los pastores, de Tintoretto, pintados, nada menos que para el retablo mayor. N o fueron desterrados de la Basílica por no haber satisfecho al Rey, sino porque, con razón, se advirtió que no se podían gozar 30

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en el sitio para donde se destinaban. Reserváronse para núcleo inicial del Museo aconsejado a Felipe II por el tratadista y coleccionista D . Felipe de Guevara — h i j o de D . Diego, entusiasta del B o s c o — en sus Comentarios de la Pintura. Si el destino común de los tres s o ' berbios cuadros robustece mi parecer, el posterior ingreso en el Monasterio de otras obras de E l Greco y , en particular, la del denominado, impropiamente, Suc' ño de Felipe II, aunque figura su retrato en primer termino, invalida cualquier objeción. N a d a mostrará mejor los gustos artísticos del Rey que un somero análisis de la relación de los primeros cuadros remitidos al Monasterio a partir del 20 de n o ' viembre de .157.1, siete años corridos desde que se habían iniciado los envíos de libros, pero trece antes de terminarse la construcción. Considéranse constitutivas de la primera entrega las parciales escalonadas hasta el 16 de abril de .1574. M e concretaré a éstas, que definen la característica de la intención del Rey, y me referiré, solamente, a las obras que se registran con nombre de autor, pues no es ocasión la presente para discutir atribuciones. Si hacemos la lógica división entre Pintores del Norte, Pintores de Italia y Pintores españoles aparecerá claro el plan armónico de Felipe II. Menciona el inventario un tríptico con el Descendimiento de la Cruz de Maestre Juanes, que no sé quién sea, si bien hay motivos para suponer le creerían el propio Jan van E y c k , nombrado así, a veces, en el siglo X V I ; pero, ya pisamos terreno firme en el registro de las obras de E l Bosco, nada menos que ocho, entre ellas ha adoración de los Magos, El carro de Heno, dos de Tentaciones 31

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de San Antonio Abad, La mesa de los pecados Capi' tales, etc., el conjunto deslumbrante, que en seguida hubo de acrecerse, nos da un aspecto peculiar del gusto pictórico del Monarca, que se enlaza con el revelado por tres tablas de Patinir, una de ellas la de Las tentadones, con las figuras de Quintín Massys — s e g ú n advierte el d o c u m e n t o — . L o trascendental de unas y otras adquisiciones continuadas en el mismo sentido, es innecesario resaltarlo ; a ellas se debe la riqueza que España posee en el género satírico y humorístico de la pintura en el paso del x v al xvi que tanto ha influido en artes y letras de nuestro siglo. Menos eficaz para el desarrollo pictórico fue el envío a El Escorial de cuadros del manierista Michel Coxcien, tributo a la moda del tiempo. L a afición múltiple de Felipe II le indujo a comprar Adán y Eva de Amberger y nueve tablillas de Alberto Durerò " d e pájaros y otros animales" y a regalar su retrato por A n t o n i o Moro. N o sé quien pueda ser Vicente de Malinas, autor de una Última cena. La lista de los italianos es más larga y contribuye a explicar facetas de la pintura española subsiguiente. Los nombres de Leonardo de V i n c i — s e g u r a m e n t e , aplicado a un cuadro de Luini, que, como si fuese del maestro, regalaron en Florencia a Felipe I I — , Rafael, Piombo y Salviati, en total seis, que quedan como perdidos entre los diecinueve de T i z i a n o , el artista preferido por el Rey, que de esta manera explícita sentaba los principios de una admirable trayectoria : era entonces T i z i a n o el pintor de la máxima modernidad, pues, en 1 5 7 4 n o había llegado a España la fama de T i n t o retto ni había venido E l Greco. 32

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Los pintores españoles están sólo representados en los envíos iniciales a San Lorenzo el Real por Juan Fernández de Navarrete " e l M u d o " , con seis lienzos, y Alonso Sánchez Coello con dos, y para eso, copias. N o hay prueba más clara de la apertura a las corrientes vitalizadoras extrapeninsulares. Y a en estas primeras obras entregadas en El Escorial por Felipe II se cimenta la política artística certera de los Reyes d e España. C o n la extensión de sus g u s ' tos, al escoger el " P r u d e n t e " cuadros de escuelas distintas y, lo que más sorprende, de épocas diversas, y de hasta opuestas técnicas, nos suministra la postrera de las enseñanzas escurialenses vivas. Si no poseyésemos testimonios suficientes de la costumbre de los artistas del siglo XVII de visitar El Escorial para lucrar lecciones en beneficio de su arte, bastaría saber que la gran pintura seiscentista española resultaría inexplicable sin la acción ejercida sobre ella por las escuelas italianas y flamencas, predilectas del fundador y de sus sucesores, en particular dé su nieto Felipe I V , " e l Rey de V e l á z quez y de Calderón". Vistos a la luz que hemos enfocado al origen, al desarrollo, al continente y al contenido de San Lorenzo el Real aparecerá evidente que n o está en la misma línea de los monumentos, riquísimos en recuerdos históricos y en obras de arte, como, por ejemplo, las catedrales de T o l e d o y de Sevilla, sino que debe mirarse y admirarse como creación única, fuente y crisol de emociones y manantial de enseñanzas meditadas, por sus lecciones de varia índole: desde la que persuade de la conveniencia de proceder con el debido estudio para la elección del lugar, hasta la que muestra las 33

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ventajas de mantener criterio abierto en lo que la realidad no imponga perdurar en el designio inicial; desde conseguir la obra bien hecha, hasta procurar que a su término pueda la fundación dar frutos, porque esté dotada ya con los elementos necesarios para su funcionamiento; desde la de seguir la tradición cons' tructiva, hasta, ágilmente, innovar e n cuanto fuere ganancia de utilidad, belleza, o economía; desde la de allegar tesoros bibliográficos raros y preciosos, hasta procurar los instrumentos indispensables, baratos y f á ' ciles de adquirir. Y no insisto respecto a las lecciones proporcionadas por el adorno mediante esculturas, pinturas, orfebrería y telas, pues sería reiterar lo que nadie ignora. Por cuanto queda expuesto, estimo que E l Esco' rial no ha cerrado ni cerrará el ciclo de su influencia vivificante sobre el espíritu y la sensibilidad universales.

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