LISBOA Y SUS GENTES EN EL PERSILES CERVANTES. Lía Noemí Uriarte Rebaudi Pontificia Universidad Católica Argentina

LISBOA Y SUS GENTES EN EL PERSILES CERVANTES DE Lía Noemí Uriarte Rebaudi Pontificia Universidad Católica Argentina Los trabajos de Persiles y Sigi

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LISBOA Y SUS GENTES EN EL PERSILES CERVANTES

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Lía Noemí Uriarte Rebaudi Pontificia Universidad Católica Argentina

Los trabajos de Persiles y Sigismunda. Historia setentrional, publicada en 1617 poco después de morir Cervantes, obtuvo gran éxito en su tiempo. Fue su última novela y la más edificante, pen­ sada para asombrar al lector, usando como fuente la vida misma, que es también la fuente de sus Novelas Ejemplares. (Riley,154; 292). En nuestros días ha sido estudiada como parábola de la vida humana; ha interesado como novela, como una idea de la novela, como suma de todos los puntos de vista sobre la novela. Se la ha considerado síntesis de los ideales de su autor y obra decisiva para comprenderlo; se ha creído encontrar sueños de infancia y juventud reflejados en los dos primeros libros; y en los dos últi­ mos la experiencia de un anciano, cifrada en la bondad, la tole­ rancia, la misericordia. La pareja central (joven, hermosa, ejemplar) peregrina con otros personajes, se hacen pasar por hermanos, ocultan sus verda­ deros nombres de Persiles y Segismunda bajo los supuestos de Periandro y Auristela.' En su gran historia se intercalan otras, que ellos mismos contemplan, oyen de testigos presenciales o narran los propios protagonistas. Hay en la obra exaltación de los más altos valores del vivir caballeresco cristiano y sentido manifiesto de la fugacidad del pe­ regrinaje humano, de continuo asediado y asaltado por la muerte. Desde que hace desembarcar a sus peregrinos en Lisboa, Cervantes escribe sobre lo que conoce bien: el paisaje, las cos­ tumbres, los tipos, los ambientes. Comentarios propios de las no­ velas de costumbres surgen de la ruta que hace seguir a esos

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peregrinos, por Extremadura, Castilla, Valencia, Cataluña, Fran­ cia, Italia, hasta el fin de su peregrinación en Roma. (AvalleArce, apud Rico, II, 601: Valbuena Prat, 865-866; Navarro Gon­ zález, [63] 273). Llegan a L i s b o a al amanecer y un grumete lo anuncia desde la gavia mayor: "¡Albricias, señores!, ¡albricias pido y albricias merezco! ¡Tierra, tierra! Aunque mejor diría:¡cielo, cielo!, porque sin duda estamos en el paraje de la famosa Lisboa." Los peregrinos no pueden contener "tiernas y alegres lágri­ mas", porque les parece haber llegado "a la tierra de promisión, que tanto deseaban". Auristela estaba muy contenta al saber que "se le acercaba la hora de poner pie en tierra firme sin andar [...] sujeta a la incertidumbre del mar y a la movible voluntad de los vientos". Uno de los peregrinos informa a su hija sobre Lisboa. Men­ ciona los "ricos templos" y la intensa vida comercial que ha con­ vertido a la ciudad en la mayor de Europa: "en ella se descargan las riquezas de Oriente y desde ella se reparten por el Universo''. Sus gentes sirven a Dios y a su prójimo; son caritativos y cuidan bien de sus enfermos en los hospitales públicos. Los lisboneses son corteses y bravos, liberales, discretos, enamorados; las mu­ jeres hermosas. Al mediodía pasaron por S a n g i a n y fueron aproximándose a la ribera de la ciudad. Desembarcaron en Belém, porque Auristela quiso adorar a Dios en el santo monasterio cuya fama conocía. Mucha gente se había volcado en la ribera para ver a los extran­ jeros, que habían desembarcado con su llamativo atuendo. Fueron por tierra hasta Lisboa, donde el virrey los hizo alojar en casa de un magnífico caballero portugués. Y Periandro consi­ deró conveniente cambiar sus trajes de bárbaros por los de pere­ grinos, más adecuados para el viaje que hacían a Roma. Un día, cuando salían de su alojamiento, un portugués se arrojó a los pies de Periandro y dijo ser uno de los veinte que al­ canzaron la libertad en la isla bárbara donde todos ellos habían estado prisioneros, y haber presenciado la muerte de Manuel de Sosa Coutiño. Pudo volver a su patria y contar a los parientes de aquél "la enamorada muerte", que fue creída "por tener casi en costumbre el morir de amores los portugueses". Un hermano del 2

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muerto, su heredero, hizo sus exequias, "y en una capilla de su linaje" le puso un epitafio en mármol, como si estuviese enterrado allí. Los invita a ver el epitafio, porque supone que les va a agraciar, "por discreto y por gracioso" . Fueron todos al templo, vieron la capilla y leyeron el epitafio que decía: "Aquí yace viva la memoria del ya muerto Manuel de Sosa Coutiño, caballero portugués que, a no ser portugués, aún fuera vivo; no murió a las manos de ningún castellano , sino a las de A m o r , , que todo lo puede; procura saber su vida, y envidiarás su muerte, pasajero". Juzgó Periandro que el portugués había tenido razón al alabar el epitafio, que en escribirlos "tiene gran primor la nación por­ tuguesa". Auristela preguntó cómo había recibido la monja la muerte de su enamorado, a lo que respondió el portugués que murió a los pocos días de saberla, por la estrecha vida que llevaba o por lamentar el "no pensado suceso". ( Libro III, capítulo I). La historia y la muerte del enamorado portugués se encuentra en los capítulos IX y X del libro I. Es una de las narraciones in­ troducida como "entremés" episódico dentro del argumento de la novela, a la que proporciona variedad y amenidad. Generalmente los otros personajes piden esos relatos autobiográficos a quienes entran en el ámbito de la novela; (Stegmann, 652); en algún caso el mismo protagonista cuenta espontáneamente su vida. Los peregrinos habían encontrado al enamorado portugués mientras navegaban en unas barcas, buscando dónde protegerse del frío y proveerse de alimentos. Oyeron todos que desde otra de las barcas alguien cantaba una canción en portugués y después otra en castellano, al compás de los remos. Periandro y Auristela tuvieron al cantor por enamorado, "que los enamorados fácilmente [...] traban amistad con los que [...] padecen su misma enfermedad". Autorizado por los demás que viajaban en su barca, Periandro hizo pasar a ella al cantor, por gozar de su canto y saber de él. El portugués agradeció al cielo y a los peregrinos haber mejorado de navio, pero les advirtió que a causa de sus penas se iba aproximando el final de su vida. Siguieron navegando y antes del anochecer llegaron a una isla desierta, donde encontraron algo para comer y construyeron una 6

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barraca que los defendiese del frío aquella noche. Antes de acostarse a descansar, Periandro rogó al cantor que les hiciese conocer sus desgracias. El cantor, que era cortés, no se hizo rogar. (L. I, cap. IX). Se presenta dando a conocer su nombre y condición. Se llama Manuel de Sosa Coutiño, es portugués, nacido en Lisboa, noble, rico, soldado. Se enamoró de una joven que vivía al lado de su casa , hija única de un caballero rico y de antiguo linaje, deseada por todos los mejores del reino de Portugal, por su belleza, su linaje y su riqueza. Sosa la pidió a su padre por esposa, enviando a tal fin a un pariente suyo. Se le respondió que Leonora no estaba en edad de casarse; que dejase pasar dos años, que le daba palabra de no disponer de su hija en esos dos años sin hacérselo saber. La joven daba a entender que no desestimaba sus servicios. Sosa fue enviado como capitán general a una de las guarniciones que Portugal tenía en Berbería. Antes de partir pidió al padre de Leonora le confirmase su palabra de esperar dos años, y profundamente turbado pudo despedirse de ella, que estaba acompañada por su madre. Cuando el enamorado portugués concluyó su misión, volvió a pedir se le diese a la joven por esposa. Finalmente le avisaron que un domingo se la entregarían. Convidó Sosa a parientes y amigos, y el día indicado fue "acompañado de todo lo mejor de la ciudad a un monasterio de monjas", donde ella lo esperaba desde la víspera, según le dijeron. Al llegar al monasterio fue recibido por "casi toda la gente principal del reino" que allí lo aguardaban mientras se ejecutaba música coral e instrumental. Acompañada Leonora de la priora y de otras muchas monjas salió por la puerta del claustro, ricamente vestida y alhajada, causando "envidia en las mujeres y admiración en los hombres" 10. Y tomando de la mano a su enamorado alzó la voz para decirle que había dado a Cristo la palabra antes que a él. El desairado galán le dijo, como para que todos lo pudiesen oír, las palabras del Evangelio de San Lucas: María optimam partem elegit. (X, 42). Confiesa, por último: "acompañado de mis amigos, me volví a mi casa, donde, yendo y viniendo con la imaginación en este extraño suceso, vine casi a perder el juicio; y 9

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ahora, por la mima causa, vengo a perder la vida". Dicho esto, dio "un gran suspiro y expiró". (L. I, cap. X). "Confusos y admirados del triste y no imaginado suceso", lo enterraron "como mejor pudieron". Le dejaron la ropa que llevaba puesta como mortaja; la nieve fue la tierra que lo cubrió; la cruz, la que le encontraron en el pecho con un escapulario, " que era la de Cristo, por ser caballero de su hábito". (L. I, cap. XI). Aunque esta historia del enamorado portugués termina con su muerte, parte de ella se recuerda en Lisboa al infomiar un compatriota suya acerca de su enterramiento ficticio y su epitafio. Diez días permanecieron en Lisboa los peregrinos, visitando sus templos y guiando sus almas hacia su salvación. Se dirigieron después a Castilla. En el camino, un hombre que iba a caballo los saludó y cayó con su cabalgadura que tropezó en un hoyo. Lo socorrieron y el viajero prefirió detenerse para contarles su historia, aunque estaba en condiciones de continuar su viaje. Nacido en Polonia, muy joven dejó su patria para ir a España, "centro de los extranjeros y madre común de las naciones". Sirvió a los españoles, aprendió castellano y quiso "ver la gran ciudad de Lisboa". La noche de su llegada a Lisboa, cuando recorría una de sus calles principales para buscar un alojamiento mejor que el que tenía, "al pasar de un lugar estrecho, y no muy limpio, un embozado portugués" lo desvió "con tanta fuerza", que tuvo necesidad de agacharse. Sin proponérselo dio muerte al portugués, por sentirse agraviado. Le pareció que se aproximaba gente y huyó. En su huida llegó a una "casa principal", donde vio luz. Atravesó dos salones y llegó adonde encontró a una señora en un "rico lecho", que le preguntó "quién era, qué buscaba y adonde iba", y quién le había dado 'licencia de entrar hasta allí con tan poco respeto". Le confesó ser extranjero y haber muerto a un hombre en la calle, "más por su desgracia y su soberbia" que por culpa propia. Le pidió que lo ayudara a escapar del rigor de la justicia. La señora le prometió ayudarlo, aunque fuera castellano . Lo hizo esconder y en seguida entró un criado para comunicarle que habían muerto a su hijo y que el matador había entrado allí, según un muchacho. La señora reflexiona: "Cuántas veces temí 10

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yo, ¡ay desdichada!, ver que traían a mi hijo sin vida, porque de su arrogante proceder no se podían esperar sino desgracias". Otros cuatro criados llevaron al muerto y lo tendieron en el suelo, frente a la atribulada madre. Cuando llegó la justicia, ella respondió, llena el alma de generoso ánimo y de piedad cristiana: " Si ese tal hombre ha entrado en esta casa, no, a lo menos, en esta estancia; por allá le pueden buscar, aunque plegué a Dios que no le hallen, porque mal se remedia una muerte con otra, y más cuando las injurias no proceden de malicia. ' " Mandó la señora llevasen el cuerpo de su hijo, lo amortajasen y se ordenase su sepultura; quiso estar sola, porque no tenía ánimo de recibir pésames. Llamó después a una doncella, le dio instrucciones y dijo al matador de su hijo: "Hombre, quienquiera que seas: ya ves que me has quitado el aliento de mi pecho, la luz de mis ojos, y, finalmente, la vida que me sustentaba; pero, porque entiendo que ha sido sin culpa tuya, quiero que se oponga mi palabra a mi venganza". Le dijo también que una doncella de la casa lo pondría en la calle con cien escudos de oro para que pudiese huir. Y él pasó la noche siguiente en su posada, "dando gracias a Dios de las mercedes recibidas y ponderando el nunca visto ánimo cristiano y admirable proceder de doña Guiomar de Sosa", su bienhechora. Al día siguiente se embarcó hacia las Indias donde sirvió durante quince años con muy valientes portugueses y logró formarse una posición económica sólida. (L. III, cap. VI) La historia de quien salva al asesino de su propio hijo es una leyenda popular, vinculada con la que circuló en la Edad Media sobre Trajano y una pobre viuda, cuyo hijo había sido muerto por el hijo del emperador. Al pedirle justicia la viuda, el emperador le ruega que acepte a su propio hijo en lugar del hijo muerto. Dante recuerda esa tradición en el canto X del Purgatorio " ; Giraldi Cinzio se inspira en la misma tradición para uno de sus relatos de Ecatommiti , Ricardo Palma la reelabora en sus Tradiciones peruanas . (Lida, 50). Conclusiones Todo el Persiles es un laberinto de historias que demuestran la imaginación sorprendente de Cervantes, su conocimiento del mundo, "su generosa confianza en la virtud de 2

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los hombres". (Ticknor, 212-213). Es, asimismo, la mayor creación en la literatura de peregrinaje, pero fusiona búsqueda de experiencia y gusto por la aventura. (Vilanova, 72). El espíritu que impregna la obra aparece explícito en la lección de sabiduría ofrecida por Auristela a Periandro, tras su propio aprendizaje con los penitenciarios en Roma: "Nuestras almas siempre están en continuo movimiento y no pueden parar sino en Dios". (Forcione, 656-657). Figuras singulares desfilan por el Persiles, obra que produce honda sensación de vida que pasa, que cambia, que va dejando cosas en el camino. (Azorín, 95: 109-110). Para esas figuras la conversación no es mero pasatiempo, sino pauta para interpretar su experiencia. (Boruchoff, 859). Indudable simpatía por Lisboa y sus gentes hay en el Persiles, a juzgar por lo que sobre ambos se dice y se cuenta. Se brinda un relato sorprendente sobre un cortés y sensible enamorado, que se deja morir (según parece) al ver frustradas sus aspiraciones, cifradas en el amor. Y otro relato acerca de una generosa dama, que al proteger al matador de su hijo, reconoce, apenada, la áspera índole del muerto, que lo llevaría a ese lamentable fin. Ambos relatos producen el asombro que se propuso despertar su autor, con esta obra compleja y extraña.

NOTAS 1

Esos nombres podrían tener un sentido simbólico: Periandro (del griego, perí, alrededor, y anér, andrós, varón) y Auristela (del latín, aunan, i, oro, y stella, ae¡ estrella). Resulta curioso que uno de los nom­ bres derive del griego y otro del latín. Pero habrá de recordarse que "Dios formó al hombre" y después "fonnó el Señor Dios una mujer". (Génesis, 2: 7, 22. Sagr. Bibl. Barcelona: Herder, 1964). En el relato cervantino Periandro guía, aunque será Auristela quien llegue a descubrir, hacia el final de la obra, que nuestras almas se mueven hacia Dios. Ella alcanza, pues, una luminosidad que envolverá a quien había sido una especie de eje de la peregrinación. " Lisboa, la reina del Tajo, tiene una ubicación privilegiada y una rica historia. La tradición hace derivar su nombre de Ulises (Olisipo). Se acepta como más probable la etimología de la palabra fenicia Alisubbo, 'bahía deliciosa'; al-Usbum la denominaron los musulmanes al conquis­ tarla en el siglo XIII. En 1147 la reconquistó Alfonso I Enríquez; en 1256

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fue capital de Portugal, bajo Alfonso III, y sede (desde 1290) de la célebre universidad (Escolas Gerais) trasladada después a Coimbra. Se convirtió en la metrópoli de un gran imperio oceánico durante la época de los descubrimientos y fue el centro mercantil de Europa, por la riqueza obte­ nida con el comercio de especias. (Enciclopedia Rialp; Travel Guide). Aludiría Cervantes al fuerte San Julián, una de las defensas de la boca del río antes de llegar a Belém, edificado por Felipe II, pues los ma­ pas de la época no consignan ningún lugar con el nombre de Sangian. (Nota de Schevill y Bonilla). La Torre de Belém y el magnífico Mosteiro dos Jerónimos, de estilo gótico tardío conocido como manuelino, fueron hechos construir por Manuel I, como agradecimiento a Dios por los grandes progresos alcan­ zados en Portugal (Travel Guide). El Manuel de Sosa Coutiño de la historia intercalada fue un hidalgo portugués que compartió con Cervantes el cautiverio argelino. (Vilanova, 74). "En esto de los epitafios burlescos, los castellanos de los siglos XVI y XVII dieron continua broma a sus vecinos". (Nota de Schevill y Bonilla). Los portugueses tendrían cierta inquina a los castellanos, que sojuz­ garon su patria durante los reinados de Felipe II y Felipe III. La muerte de amor, tópico corriente en el siglo XV, se consideraba también una realidad vivida. El Marqués de Santillana, en su Prohemio a carta [...] al Condestable de Portugal, afirma que "Johán Suares de Pavía [...] se dize aver muerto en Galizia [fue el primer poeta gallego-portugués de nombre conocido, de fines del siglo XII o comienzos del XIII] por amores de una infanta de Portogal". (Iñigo López de Mednoza, Marqués de Santillana, Obras completas. Barcelona: Planeta, 1988, 450). La canción tradicional de la Edad de Oro (ed. de Vicente Beltrán, Barce­ lona: Planeta, 1990) incluye ésta, anónima: "Amor es un no sé qué/ que nace no sé de dónde,/ y mata no sé por dónde/ y hiere no sé con qué". Un romance del siglo XVT presenta una situación similar: "así entraba por la iglesia' relumbrando como sol./ Las damas mueren de envidia,/ y los galanes de amor". (R. Menéndez Pidal, Flor nueva de romances viejos. Buenos Aires: Esasa-Calpe, Col. Austral, 1952,211). Vid. nota 7. " En la primera cornisa del canto X se purifica el pecado de soberbia. Entre los ejemplos de humildad se encuentra el emperador Trajano (que rigió Roma desde el año 97 hasta el 117 hasta después de Cristo), ante quien una viuda reclama justicia por la muerte de su hijo. El episodio figura en la Vita Gregorii Magni de Juan Diácono (siglo III) y aunque no tiene fundamento histórico, tuvo proyecciones ejemplares. (Dante Ali3

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ghieri, La Divina Comedia. Trad., pról. y n. de Ángel J. Battistessa. Bue­ nos Aires: Ediciones Carlos Lohlé, 1972, v.73-93]. Schevill y Bonilla consideran el relato cervantino imitación de la sexta novela de la sexta década de los Hecatommithi (1565) de Giovanni Giraldi Cinthio. Para ellos los dos relatos son casi idénticos hasta el fin. Señalan la diferencia esencial: en el relato italiano la madre acepta como hijo al asesino de su propio hijo. Encuentran superior el relato de Cer­ vantes, por su estilo más digno, narración más rápida, tono más noble. Osuna, por el contrario, afirma que no siempre Cervantes mejora al ita­ liano, que pone de manifiesto una fuerza dramática inexistente en Cer­ vantes (por las vacilaciones de la madre al advertir que tiene escondido al matador de su hijo); y nobleza de ideales (al aceptar la madre italiana al matador como hijo adoptivo) (65). 12

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En la tradición "Haz bien sin mirar a quién" una mujer humilde protege, sin saberlo, al matador de su hijo. Cuando "el sentimiento de caridad cristiana venció al de venganza", ella lo perdona; le entrega todos sus ahorros, el caballo de su hijo y provisiones para que pueda huir. Du­ rante dos años ella vive de la caridad pública, hasta que el matador, rege­ nerado por la abnegación de esta mujer, trabaja bien y dispone que el cura del lugar le entregue mensualmente una suma de dinero igual a la que ella le había dado. (Ricardo Palma, Tradiciones peruanas. Selección, intr. y n. de Alicia Alonso. Buenos Aires: Editorial Kapelusz, 1971, 152-129).

Bibliografía Textos •CERVANTES SAAVEDRA, Miguel de. Obras completas. Reco­ pilación, estudio y notas por Ángel Valbuena Prat. Madrid: Aguilar, 1980. Persiles y Sigismunda, t. II. • . Obras completas. Los trabajos de Perisles y Sigismunda, historia setentrional. Edición publicada por Rodolfo Schevill y Adolfo Bonilla. Madrid: Imprenta de Bernardo Rodríguez, 1914.

Obras de consulta •LIDA DE MALKEL, María Rosa. El cuento popular y otros ensayos. [1941]. Buenos Aires: Editorial Losada, 1976. •T1CKNOR, Jorge. Historia de la literatura española. [1849]. Buenos Aires: Editorial Bajel, 1948, II, 211-213. »GRAN ENCICLOPEDIA RIAL. GER. Madrid: Ediciones Rialp, 1981, XIV. *TRAVEL GUIDE. Dorling Kindersley Lün. Barcelona: Ediciones El País/Grupo Santillana, 1997.

Estudios

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•AVALLE-ARCE, Juan Bautista. "Cervantes y el Quijote". [1969]. En Francisco Rico, Historia y crítica de la literatura española. Barcelona: Editorial Crítica, 1980, II, 591-612. •AZORÍN. "Al margen del Persiles". En Al margen de los clásicos. Buenos Aires: Editorial Losada, 1942, 95-110. •BORUCHOFF, David A. "Persiles y la poética de la salvación cristiana". En Volver a Cenantes. Univ. De les Ules Balears. Palma, 2001, 853-874. •FERRER-CHIVITE, Manuel. "Aspectos de la oralidad en el Persiles". En Volver aJCervantes. Univ. De les Ules Balears. Palma, 2001, 895-906. •FORCIONE, Alban K. "Cervantes' Christian Romance: A Study of Persiles y Sigismundo. Barcelona, 1980, II, 655-660. •NAVARRO GONZÁLEZ, Alberto. Cervantes entre el Persiles y el Quijote. Salamanca: Sigismunda. En Francisco López Estrada, Historia y crítica de la literatura española. Ediciones de la Universidad, 1981. En Anales Cervantinos, XIX, 1981. •OSUNA, Rafael. "El olvido del Persiles". Boletín de la Real Academia Española. T XLVIII, Cuaderno CLXXXIII, Enero-abril 1968,

55-75. •RILEY, Edward. Teoría de la novela en Cervantes. [1962]. Madrid: Taurus, 1966. •STEGMANN, Tilbert Diego. Cervantes 'Musteroman Persiles. Epentheorie und Romanpraxls um 1600. [1971, 288-295]. En F. López Estrada, Hist. y crít. De la lit. esp., Barcelona, 1980, II, 651-655. •V1LANOVA. "El peregrino andante en el Persiles de Cervantes". Boletín de la Real Academia de Buenas Letras de Barcelona. XXII, 1949, 97-159.

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