LITERATURA DE MUJERES: CRÍTICA FEMINISTA, CANON Y GENEALOGÍAS

Revista UNIVERSUM . Nº 17 . 2002 . Universidad de Talca ESCRITURA/LITERATURA DE MUJERES: CRÍTICA FEMINISTA, CANON Y GENEALOGÍAS Darcie Doll Ca

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Revista UNIVERSUM

.

Nº 17

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2002

.

Universidad de Talca

ESCRITURA/LITERATURA DE MUJERES: CRÍTICA FEMINISTA, CANON Y GENEALOGÍAS

Darcie Doll Castillo (*)

La reflexión crítica feminista en el campo literario, comienza a constituirse en Chile y América latina como un cuerpo crítico importante en la segunda mitad de los 80’ y se consolida a fines de la década de los 90’; su propia existencia viene a destacar la carencia de recepción crítica capaz de dar cuenta, en forma adecuada, de los textos literarios escritos por mujeres. Esta situación ya era parte, aunque no como un objeto de reflexión específico y desarrollado, de la reflexión de algunas escritoras e intelectuales que en décadas anteriores se ocuparon de la crítica y el estudio de la literatura. El grupo más importante de mujeres que ejercieron la crítica de textos literarios es posible situarlo, en Chile, alrededor de 1910 y con mayor fuerza en la dos décadas siguientes. La emergencia de intelectuales y escritoras como Amanda Labarca, Inés Echeverría (Iris), Elvira Santa Cruz (Roxane), Marta Brunet, Magdalena Petit, María Carolina Geel, Graciela Illanes, Lenka Franulic, Pepita Turín, y Gabriela Mistral1 , entre otras, incursionan el ámbito de la crítica literaria en su producción intelectual, y al mismo tiempo configuran el primer grupo de mujeres intelectuales de mayor participación en la vida pública, marcando un fenómeno que no es, obviamente (*) Magíster en Literatura Hispanoamericana y Chilena. Doctora (c) en Literatura. Universidad de Chile. Universidad Católica de Valparaíso. Este trabajo se enmarca en el desarrollo del Proyecto FONDECYT 1.000.213/2000 1 Uno de los escasos trabajos sobre el tema es el interesante texto de Patricia Pinto y Benjamín Rojas (eds.) Escritoras Chilenas. Críticas literarias (estudios, antología y bibliografía.) II Volumen, Cuarto Propio, Santiago, 1998.

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masivo, pero que señala una importante diferencia con épocas anteriores, ejerciendo la crítica literaria a través de revistas y diarios. Varias de ellas provienen de la pedagogía y también son escritoras, poetas y narradoras. Se trata de un momento pleno de contradicciones, de ambigüedades y diferencias que se ven reflejadas, por ejemplo, en las diversas concepciones acerca del papel de la mujer en la modernidad. Estas críticas comienzan a ocuparse de textos producidos por mujeres, es el caso de Mistral, que escribe trabajos sobre la escritura de María Monvel, Juana Inés de la Cruz, Alfonsina Storni, Victoria Ocampo, Marta Brunet, Teresa de La Parra, Carmen Conde, Carolina Nabuco, Esther Cáceres, entre otras. Algunas producen textos desde perspectivas que problematizan los roles genérico-sexuales atribuidos a las mujeres en los discursos hegemónicos; en ciertos casos asumiendo una visión claramente feminista, pero tendremos que avanzar hasta la década de los 80 para encontrar un grupo importante de mujeres que realicen una crítica que se autodefine, o puede ser definida como crítica feminista consciente de su ejercicio. Avanzando en la década de los 80’, críticas y escritoras asumen perspectivas que comienzan por reflexionar y dar cuenta de dos problemas centrales que marcan el inicio y posterior desarrollo de una crítica feminista y de género sexual en el campo de la escritura (en la amplitud de sus diferencias)2 . A. La reflexión sobre su objeto de estudio: la diferencia de la escritura femenina y/o discursos producidos por mujeres, y, B. La reflexión crítica acerca del canon literario y discursivo y las instituciones hegemónicas tradicionales que lo sostienen. Estos temas, por supuesto, interrelacionados con la incorporación de las categorías de género sexual o identidades genérico-sexuales; los métodos y metodología apropiados para su recepción; la relación entre lo político y lo estético; la crítica a las concepciones de mundo universalizantes; el modo de intervención del o la sujeto crítica en su tarea; y la especificidad de la escritura de mujeres latinoamericanas, entre otros asuntos. En este momento en que podemos afirmar que la crítica que se ocupa de textos escritos por mujeres, más allá de los rótulos que se le impongan, feminista o con perspectiva de género, no es una moda pasajera, o una intervención extranjera en nuestro continente, me interesa volver una vez más sobre el primer asunto señalado más arriba: la configuración de los cánones, y la necesaria construcción de genealogías en el contexto de la diferencia/especificidad de la escritura de mujeres. Una de las primeras constataciones, es la que indica que los textos producidos por mujeres han existido aisladamente y sin haber sido puestos en diálogo con los textos escritos por varones (aspecto obvio pero que puede ser peligrosamente olvidado). En su misma exclusión co-existen a veces ingresando en forma relativa en los diferentes movimientos, escuelas o corrientes de creación literaria y de

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Es interesante revisar los prólogos al libro: Escribir en los bordes. Congreso internacional de literatura femenina latinoamericana 1987, Carmen Berenguer et al. (Comp.), Cuarto Propio, Santiago, 1990. Allí se expresa claramente la sensibilidad y el grado de autoconciencia sobre el trabajo crítico a fines de los años 80.

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recepción crítica, pero, siempre insertas problemáticamente en el campo intelectual; ubicadas como nombres aislados y excepcionales, en una interacción insuficientemente explicada a través de transformaciones económico-sociales y político culturales. En otras palabras, al margen de las historias de la literatura y la cultura, fuera de las construcciones que otorgan legitimidad pública a las producciones discursivas. Ante esta evidencia, la crítica feminista en general, es una de las tendencias más productivas respecto de la discusión actual acerca del canon hegemónico crítico, evidentemente desde una perspectiva que se opone a la concepción tradicional que lo ha entendido como una lista cerrada, representativa de los valores dominantes, sean estos adscritos a valores “estéticos”. En términos de Harold Bloom: “dominio del lenguaje metafórico, originalidad, poder cognitivo, sabiduría y exuberancia en la dicción”3 o, desde otro punto de vista, “como espejo cultural e ideológico de la identidad nacional”4 . Como alternativas al canon así entendido, nos enfrentamos a tres opciones: a) una apertura del canon para que refleje la pluralidad sociocultural; b) la destrucción de ese canon y su sustitución por cánones locales, parciales, que representen únicamente a los miembros de alguna comunidad específica; y, c) la radical supresión de todo canon. En este asunto, una de las argumentaciones más repetidas en contra de la crítica feminista afirma que la explicitación de los géneros sexuales como categoría, inscribe una oposición que pretende constituir un sector paralelo, cerrado, que termina aislando un sector de la “literatura”. Mediante estas afirmaciones se adjudica prejuiciosamente a todas las perspectivas críticas feministas intentar un canon separatista. Para rebatir este asunto basta con acotar que la categoría de género sexual remite a supuestos que señalan la diferencia genérico-sexual como experiencia común a todos los seres humanos, inscrita en las formas individuales y colectivas de cada cultura, y en las imágenes que esa cultura elabora. Las evidencias de la revisión de la gran mayoría de la crítica feminista evidencian en la actualidad una perspectiva muy diferente respecto al problema del canon o cánones. En primer lugar, plantear un canon aislacionista, en sentido simple, significa anular la potencialidad de las intenciones políticas y de cambio socio-cultural que atraviesan y presiden los supuestos del feminismo y las perspectivas de género, entendidas como intervención que requiere de las interrelaciones entre los distintos discursos, por una parte, y de la reflexión sobre la cultura y la sociedad en su dinámica compleja.

3 Citado por Enric Sullà en “El debate sobre el canon literario” El canon literario, VV. AA. Arco Libros, Madrid, 1998, 28.

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Ibid., 11.

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Respecto de la otra alternativa frente al canon, proyectar una abolición total de los cánones resulta imposible frente a la realidad de los hechos. Ante estas alternativas, a un sector importante de la crítica feminista le parece más conveniente trabajar por la opción que propone la apertura del canon, siempre y cuando no signifique la pretensión de insertar los textos de mujeres en un canon ya determinado sin transformar sus códigos. Para nosotros, un aspecto central de esta postura, radica en que los corpus y genealogías han de pensarse siempre en diálogo (pensando en la profundidad del dialogismo bajtiniano, formal, cultural, epistémico) con las otras literaturas y los cánones, situados históricamente y en contexto, lo que no implica un canon paralelo, ni la adaptación a los cánones prescindiendo de la discusión, la que dirige, de hecho, la construcción misma del corpus. En estas perspectivas podemos incluir lo afirmado por la crítica feminista chilena Raquel Olea: “El trabajo de construir tradición de mujeres resulta necesario como constitución de un corpus que no podría permanecer en un afuera desinstalado del corpus dominante, pero el requerimiento de una crítica feminista es construir sentidos de los textos, como productividad cultural que pueda intervenir y ampliar los corpus masculinos, cerrados en corrientes, generaciones, épocas, sin posibilitar cruces y transversalidades textuales.”5 Por su parte, otra de nuestras críticas, Eliana Ortega asevera que la crítica feminista, tiene un quehacer triple, “redimir lo que se ha devaluado”, “compartir el terreno que se ha reservado exclusivamente a los varones”, y “resolver y trascender las oposiciones”6 . En cuanto a lo primero, Ortega señala también que “Para valorar lo que se ha descuidado se ha hecho necesario reconstruir la historia literaria”7 . En esta línea, un primer paso es el trabajo por construir un corpus que recupere las escrituras de mujeres, -que es también construir un canon-, y establecer genealogías de mujeres escritoras. Aunque mucho se ha mencionado que la recuperación de escritura/literatura de mujeres constituye una etapa superada, a cada momento vemos los vacíos en la recepción y la falta de información debidamente documentada, cuando no, una gran cantidad de textos que no han sido estudiados. La crítica feminista o de género en nuestro país, se ocupó, en los comienzos, mayoritariamente de los textos de mujeres contemporáneos al momento de su emergencia, debido a los imperativos de su contexto, pero, últimamente observamos un giro que va más allá de las últimas décadas, incorporando nuevas investigaciones en escritura de mujeres de la primera mitad del siglo XX.

5

Raquel Olea. Lengua víbora. Producciones de lo femenino en la escritura de mujeres chilenas, Cuarto PropioCorporación de desarrollo de la mujer La Morada, Santiago, 1998, p. 38.

6

Ortega, Eliana, Lo que se hereda no se hurta, Editorial Cuarto Propio, Santiago, 1996, p. 23.

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Ibíd.

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El rescate o reconstrucción de un corpus que dé cuenta de la producción escrita de mujeres en un tiempo y espacio concretos plantea diversos problemas de crucial importancia, el deseo de revisar el pasado, que está siempre presente, pero que parece cobrar nueva fuerza en momentos de crisis, es un práctica constante en el ámbito de la literatura. Pero esto adquiere una perspectiva e importancia diferentes en el caso de la escritura de mujeres, que siempre ha experimentado dramáticamente la falta de tradiciones y filiaciones que expliquen y convoquen las relaciones, influencias, y diferencias de la escritura femenina, a diferencia de otras literaturas y prácticas discursivas. “Debemos indagar en el pasado propio, no para asumir el modelo evolucionista del “desarrollo” literario tradicional, ese modo que toma el ahora como el único lugar real, como la autoridad máxima”8 , sino para pensar la diferencia existente en el pasado, lo que involucra al mismo tiempo un proceso de reconocimiento y de relación con el ahora, señala Eliana Ortega. En este sentido, no sólo se trata de estudiar a las escritoras ingresadas como excepciones sino de reconstruir un mapa mucho más complejo que lo que podría significar un listado de obras y autoras. Además de establecer filiaciones y afinidades entre textos, se trata de re-visar, volver a mirar, bajo otro foco, las relaciones, en varios sentidos, establecidas por la actividad escrituraria de las mujeres, incluyendo sus lecturas, su formación, sus interrelaciones en general. Diana Bellesi afirmaba que: “Las mujeres insistimos en la profunda necesidad de constituir una genealogía, de mirarnos en una galería de mujeres. Porque, antes de pasar a la universalidad del género humano, es necesario tener rostro en el espejo”9 . Abandonar la idea de “tradición” entendida como conjunto de obras canonizadas es un paso previo para abocarnos a la construcción de “genealogías” de la escritura de mujeres y de mujeres que escriben, implica ahondar en aspectos frecuentemente no considerados de importancia en este terreno. Michel Foucault describe las genealogías como␣ un: “(...) acoplamiento de los conocimientos eruditos y de las memorias locales que permita la constitución de un saber histórico de la lucha y la utilización de ese saber en las tácticas actuales... se trata de hacer entrar en juego los saberes locales, discontinuos, descalificados, no legitimados, contra la instancia teórica unitaria que pretende filtrarlos, jerarquizarlos, ordenarlos en nombre del conocimiento verdadero y de los derechos de una ciencia que está regentada por unos pocos (...).”10

8

Op. cit., p. 25.

9

Citada por Ortega, Ibíd.

10

Foucault, Michel, Microfísica del poder, La Piqueta, Madrid, 1978, p. 130.

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Este planteamiento nos permite incluir y hacer visible lo no legitimado respecto de los discursos literarios de mujeres y de los discursos sobre la literatura, estudiar las relaciones entre textos y efectuar el seguimiento y estudio de las estructuras de poder que “determinan quién tiene acceso al saber, quién puede producirlo, qué valoraciones rigen su transmisión, desde qué instituciones se producen los discursos, cuál es el criterio de legitimidad, cuáles son los condicionantes sociohistóricos, etc.”11 . Si, por un lado, el análisis crítico de los textos es imprescindible y estratégico, tomando en cuenta que uno de los aspectos a considerar es el relativo a utilizar las herramientas que den cuenta de ellos en su especificidad e incluyan como eje el género sexual, tarea que la crítica feminista cumple, es importante resaltar, a su vez, que es necesario el establecimiento de otro tipo de relaciones que desbordan las consideraciones de la sintaxis, pasando al ámbito material de las prácticas discursivas, por ejemplo, el problema de las editoriales y el mercado, las publicaciones y la circulación de los textos. Rosa Mª Rodríguez Magda, plantea acertadamente que “la invisibilidad y los mecanismos de poder que obran sobre las mujeres forman parte de las estrategias más sutiles y dolorosas, por cuanto no son sólo superestructurales sino que se entretejen de forma indisoluble en las mismas relaciones de amor y deseo, y en la raíz íntima de la subjetivación.”12 Esto tiene que ver con la consideración de aspectos que no suelen incluirse, aún cuando la crítica y / o las periodizaciones o la historiografía, hagan intervenir con más o menos fuerza, según sea el caso, las condiciones de producción, puesta en contexto, factores políticos, la incidencia de la clase social, etc. De hecho, nunca han llegado a percibir, p.e. la importancia del derecho a voto, la planificación familiar, la incidencia de la doble jornada o triple de la escritora “profesional”, los modelos androcéntricos de educación y su influencia en la autoestima de las mujeres, la configuración de los modelos de pareja y las formas de la intimidad amorosa y erótica,13 y los cambios que se producen en estos componentes de la experiencia, elementos que debemos considerar en sus avances y retrocesos, y cómo afectan a los imaginarios de las mujeres que escriben. En un trabajo anterior14 llegamos a la conclusión que el establecimiento de relaciones y alianzas entre mujeres que escribían entre 1920 y 1950 eran más profundas

11

Rodríguez Magda, Rosa María, “Del olvido a la ficción. Hacia una genealogía de las mujeres”. Mujeres en la historia del pensamiento. Ed. Rosa Mª Rodríguez Magda, Anthropos, Barcelona, 1997, pp. 35-36.

12

Ibíd., p. 42.

13

Véase, entre otros, el texto de Anthony Giddens, La transformación de la intimidad. Sexualidad, amor y erotismo en las sociedades modernas, Cátedra, Madrid, 1998; y de Anna G. Jónasdóttir, El poder del amor. ¿Le importa el sexo a la Democracia?, Cátedra, Madrid, 1996.

14

Doll, Darcie y Salomone, Alicia, “Diálogos y alianzas␣ : cartas y otras pr osas de Gabriela Mistral y Victoria Ocampo.” Revista de Estudios Trasandinos, II (1998).

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e importantes que lo que se podía suponer, relaciones que atraviesan los terrenos del intercambio intelectual, literario, político e ideológico, y también el terreno de lo privado, lo afectivo, lo solidario. Al mismo tiempo que abarcaban una preocupación por los temas latinoamericanos desde perspectivas desconocidas por la crítica oficial, las escritoras que revisamos, iban estableciendo una red de alianzas editoriales, políticas, sociales, intelectuales, afectivas, geográficas, y al mismo tiempo, construyendo sus propias genealogías, sus afinidades y diferencias. Es el caso de Gabriela Mistral y Victoria Ocampo, que nos remiten en sus escritos, por preferencias o diferencias a Virginia Woolf, Emily Brönte, Alfonsina Storni, Juana Inés de la Cruz, Teresa de la Parra, Delmira Agustini, entre otras. Así como se han establecido las relaciones y alianzas entre varones de las letras, de acuerdo a sus idearios políticos, sus participaciones “cívicas” e intelectuales, sus preferencias literarias, sus adscripciones a tendencias o movimientos literarios, sus afanes revolucionarios en diversos terrenos; han de considerarse estos factores, y especialmente otros, para trabajar con las mujeres escritoras. “Se nos arrebatan las armas conceptuales y de reconocimiento: la palabra, la tradición, la genealogía, la imagen, la legitimidad, el derecho... Por ello es tan importante el que aparezcan modelos, historia, figuras, evidencias discursivas, que sirvan de base para crear lugares de visibilidad y reconocimiento. No tanto estereotipos a seguir, como pruebas, usos, ejemplos, complicidades, que evidencien que la tarea de construir el propio rostro no es una empresa siempre inexistente y recomenzada en solitario por cada mujer, frente a la indiferencia o la franca animadversión de toda una historia que nos anula”15 , insiste Rodríguez Magda. Para enfrentar la discusión y la intervención en los cánones hegemónicos, creemos que debemos trabajar, en primer lugar, aislando nuestro objeto de estudio, es decir, no basta con reconocer la existencia de producción literaria realizada por mujeres sin establecer las diferencias o especificidades respecto de otras producciones, como señala Adriana Valdés: “Podría postularse que, si bien la escritura -cualquiera sea el sexo del sujeto que escribe- lleva en sí lo ‘femenino’ como uno de sus polos y una de las condiciones de su producción, el sujeto que escribe, cuando es mujer, se encuentra con condicionamientos que en ciertos aspectos decisivos (relación con el sexo, con la tradición literaria, con la recepción de su producto, etc.) difieren de los condicionamientos con que se encuentra un sujeto cuando es hombre; (...)”16

15

Rodríguez Magda, Op. cit., p. 42.

16

Valdés, Adriana, Composición de lugar. Escritos sobre cultura, Editorial Universitaria, Santiago, 1996, p. 190.

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En segundo lugar, la escritura o textos escritos por mujeres han de inscribirse en la elaboración de las relaciones o genealogías rastreadas, siempre en contexto, y en diálogo y/o polémica con la recepción general de que han sido objeto, a fin de producir nuevos sentidos, perspectivas, e interrogaciones que permitan transformar los discursos canónicos.

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