LITURGIA Y MORAL XAVIER THEVENOT. Liturgie et morale, Etudes, 356 (1982)

XAVIER THEVENOT LITURGIA Y MORAL Liturgie et morale, Etudes, 356 (1982) 829-844 Liturgia y Moral: dos términos que muy pocos cristianos asociarían. Y

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1982,
TRIBUNAL DE CUENTAS Nº 1095 INFORME DE FISCALIZACIÓN DE LOS SERVICIOS PRESTADOS EN MATERIA DE MATADEROS Y MERCADOS EN EL SECTOR PÚBLICO LOCAL, EN COO

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XAVIER THEVENOT

LITURGIA Y MORAL Liturgie et morale, Etudes, 356 (1982) 829-844 Liturgia y Moral: dos términos que muy pocos cristianos asociarían. Y sin embargo, un cierto número de signos, como la relación entre práctica religiosa y voto a determinadas opciones políticas o reforma de los ritos y crítica de posturas éticas tradicionales, deberían hacer sospechar que se da una mutua fecundación entre ambas. La moral cristiana no debe jamás desvincularse de sus raíces místicas, si no quiere caer en un legalismo alienante.

ALGUNOS DATOS ANTROPOLÓGICOS Según el Vaticano II la liturgia es la experiencia eclesial en la cual se realiza, de modo visible, público y sensible, el don que Dios hace de Sí mismo a su pueblo y la respuesta comunitaria de fe provocada por este don (SC D. La liturgia, a través de los ritos y símbolos de los actos públicos y comunitarios del culto afecta a las relaciones, más o menos lúcidas, de los miembros individuales con la sociedad. Por tanto, intentar comprender la influencia de la liturgia en la ética significa reflexionar sobre el vínculo del rito con el modo de vivir de las comunidades humanas.

Ritualismo y sociedad La antropología pone de relieve la interrelación entre el rito religioso y el sistema social que lo adopta. El rito, como reflejo de relaciones sociales existentes, es conservador. Pero a la vez, como reafirmación periódica de los términos en que cada cultura busca la coherencia social, rechaza la repetición y es instancia crítica hacia un deber-hacer. Y en este sentido el rito es una provocación ética. Una modificación profunda de las relaciones sociales fuerza a una adaptación del simbolismo y del lenguaje ritual. Pero como verdadero "índice apuntado hacia el origen" posee una increíble resistencia a las representaciones dominantes y fuerza a la comunidad a rememorar su origen fundador y su pasado ante Dios. Es un recuerdo a veces "peligroso" para las ideologías dominantes del presente. Así la conmemoración litúrgica del sacrificio de Cristo en la cruz desenmascara la alienación de nuestras sociedades injustas. Una de las paradojas del rito es ser conservador y provocativo a la vez. Este doble carácter explica las posturas encontradas de los hombres frente a las celebraciones rituales. Tranquilizan, al mantener la tradición por' una cierta reactivación de las fuerzas regresivas de lo imaginario, pero inquietan en cuanto esta regresión tiende a insertar al grupo en el campo de la comunicación humana; es decir, en el campo de una verdadera ética.

El Rito y lo Sagrado Todo lo dicho induce a intuir la relación entre rito y obrar ético; pero lo aclara más el recordar que el rito religioso está estrechamente vinculado con la regulación de lo

XAVIER THEVENOT sagrado en la sociedad. Parece que el sacrificio está en el centro de todo sistema ritual religioso. Prescindiendo ahora de la posible unilateralidad en los estudios de R. Girard, de una desmesurada valoración de la violencia y el deseo mimético y de una minusvaloración de la función comunicativa en la regulación social, lo que queda claro es que lo religioso y lo moral coinciden en pretender impedir el desencadenamiento de la violencia. Para Girard el sacrificio, como núcleo del rito sagrado, es el secreto de relaciones sociales pacíficas, ya que rompe la espiral de la venganza sin fin al desviar la violencia de todos hacia una víctima emisaria. La sociedad estaría, pues, fundada en un primer asesinato colectivo. Y el sacrificio ritual reproduciría simbólicamente la unanimidad de esta muerte, renovaría sus efectos pacificadores y protegería a los hombres de su propia violencia, mediante un mecanismo desconocido por los propios beneficiarios. La misma protección es el objetivo de los preceptos éticos. Habrá, pues, mutua dependencia entre lo sagrado y la moral, de manera que esta última deberá tomar el relevo cuando el sacrificio pierda su eficacia o el hombre desenmascare la violencia oculta en él mismo. Es lo que ocurre en las sociedades occidentales, inmersas en una profunda crisis del sacrificio, que deben "reconciliarse sin el sacrificio o perecer". Quizá es simplista identificar lo sagrado y la violencia. Pero no cabe duda que la desacralización de ciertos ritos cristianos coincide con una nueva forma ética de afrontar la violencia y el conflicto. Y veríamos probablemente que la reforma de los sacramentos y la desacralización de los ministros del culto van unidos a una moral que pone el acento en la comunión interpersonal y la no-violencia.

Ritos e imágenes del cuerpo Además de evocar un pasado que responsabiliza y de canalizar lo sagrado y la violencia, la liturgia es acción de una comunidad jerarquizada. Y origina bajo este aspecto un cierto tipo de ética. Como ejemplo bastará considerar cómo la imagen del cuerpo que celebra el culto influye, aunque ocultamente, en los comportamientos éticos. Los antropólogos han subrayado la interacción de la concepción de una sociedad como cuerpo y el comportamiento individual respecto del propio cuerpo. Una liturgia, por ejemplo la eucarística, supone una cierta concepción de cuerpo: el cuerpo de Cristo, sacralizado o no, tocable o intocable; el cuerpo eclesial que privilegia la cabeza o los miembros; el cuerpo místico de Cristo como tema para ocultar o revelar los conflictos comunitarios. Es curioso comprobar cómo la valoración del cuerpo en la moral reciente es paralela al cambio en la forma como la comunidad se comprende como cuerpo: hay una penumbra sobre el tema del cuerpo místico; el presbítero, en cuanto "cabeza" pierde relieve frente a los miembros; el mismo cuerpo eucarístico es más accesible a todos. Bastan estos datos antropológicos para demostrar que el moralista está interesado en conocer el sistema ético que se deduce de las celebraciones litúrgicas de su Iglesia.

CULTO Y MORAL SEGÚN LA BIBLIA En la Biblia como en la mayoría de religiones no hay fundamento para una separación entre ética, dogmática y liturgia. La actitud religiosa supone la convicción de una

XAVIER THEVENOT Presencia en el universo superior al hombre, que ha de ser venerada ritualmente y respetada éticamente. El indicativo del saber religioso sobre Dios y el hombre origina un imperativo para la vida en sociedad. Más aún, el sentido de las verdades religiosas no se percibe más que produciendo una acción. Por eso en Israel hay un vínculo íntimo entre elección divina culto y exigencias éticas. Unas breves referencias al decálogo nos ayudarán a percibirlo mejor.

Culto y moral en el decálogo Los exegetas subrayan que el decálogo, al menos desde el tiempo de los jueces, era el centro de la solemnidad que cada siete años conmemoraba la renovación de la Alianza (Dt 31,10ss). En el Exodo sigue al relato de la proposición de Alianza hecha al pueblo por Moisés. Los mandamientos de Dios nacen en un clima litúrgico de rememoración de la acción salvadora de Dios. Más claramente todavía aparece esta vinculación de la estructura misma del decálogo en Ex 20, 1-17. El versículo inicial, descuidado en exceso por los cristianos: "Yo, Yahvé, soy tu Dios, que te he sacado del país de Egipto, de la casa de servidumbre", establece el nombre propio del Dios de Israel y el hecho de que es un Dios que inicia cada día una historia de salvación. Esta doble afirmación es importante desde un punto de vista antropológico. En primer lugar el nombre de Yahvé supone situarse frente a la alteridad absoluta, más allá de cualquier esfuerzo especulativo conceptual. En segundo lugar el decálogo no es un conjunto de fatales exigencias derivadas de una definición metafísica de Dios, sino el recuerdo de un nombre que impulsa hacia una historia de libertad. Los imperativos éticos están recogidos sólo para subrayar las conductas que contradicen la invocación del nombre del Dios que hace la historia. Revivir Htúrgicarnente los hechos salvadores impele a superar las servidumbres y a seguir el movimiento creador del obrar divino.

Tres mandamientos positivos Esto lo expresan admirablemente los tres mandamientos que son como el fiel de las dos tablas del decálogo: Recuerda el día del sábado para santificarlo (v. g). Seis días trabajarás... pero el día séptimo es el sábado para el Señor tu Dios (v. 9-11). Honra a tu padre y a tu madre... (v. 12). Frente a los restantes mandamientos, contrasta su aspecto positivo de pasos necesarios de una vida en la alianza y se refieren todos a la relación del hombre a su origen. El primer precepto vincula al hombre a su origen: a Dios. Podría formularse así: "Reconoce que no eres tu propio creador y da culto a tu Señor, santificando el séptimo

XAVIER THEVENOT día". Invita, en definitiva, al hombre a reconocer su radical finitud y a no absolutizar su dominio sobre la creación. No es extraño que el tema del sábado culmine las exigencias de la comunidad como pueblo de Yahvé y que fundamente las relaciones entre las creaturas; sólo teniendo presente la dependencia del Creador se puede evitar la fascinación alienante de la acción humana como testifica la prohibición de fabricar ídolos (v. 4). En efecto, fabricas Ido. los es pervertir la acción que, de medio de crecimiento humano, se convierte en intento de negar su finitud, construyendo lo sobrehumano y adorándolo, o de tener la fuerza de Dios a disposic ión, atribuyendo la fuerza divina a un ser estático al que controla. Adorar a un ídolo supone siempre rechazar al Dios de la historia y las exigencias éticas derivadas. Por eso el segundo de los preceptos citados trata precisamente de la responsabilidad humana sobre la historia: "Trabajarás seis días...". También aquí hay una referencia al origen humano, ya que el trabajo es la mediación transformadora de sus raíces: de la tierra. Lo que significa que no es postura correcta utilizar la invocación litúrgica para dispensarse de las mediaciones temporales, sociales, políticas o económicas. Y que en ningún caso es lícito desvincular el culto litúrgico de la comunión con el Señor vivida en la responsabilidad ética de la construcción del mundo. No es casual que la primera tentación de Jesús (Lc 4,3) consista en ahorrarse la mediación del trabajo para obtener el pan. Las prohibiciones de la segunda tabla de la ley regulan la acción del hombre en la historia y son la norma de las pulsiones más poderosas o violentas. Pero vienen enmarcadas por el tercero de los preceptos positivos antes indicados: honrar al padre y a la madre , es decir, los gadre3 como origen del hombre. Lo que implica, según el decálogo, la imposibilidad de actuar con responsabilidad ética en el campo social sin atender a "las dos rocas de la realidad", la diferencia de sexos y de generaciones y sin situarse adecuadamente ante los que son el origen de la propia historia. Estas reflexiones demuestran que las dos tablas de la ley son inseparables; es decir, que la alabanza del culto litúrgico es indisociable del obrar ético mundano. Y que la celebración del Dios salvador posibilita relaciones humanizadoras con los hombres y las cosas y, a la Inversa, un correcto comportamiento ético abre a la alabanza del Creador. La asociación veterotestamentaria de lectura de la ley y celebración de la Alianza funda lo que la tradición de la Iglesia desarrollará a lo largo de los siglos: el vínculo de la acción del cristiano y la celebración de Cristo, su Señor. Al subrayar el Vaticano II (SC 10) que la liturgia y su centro, la eucaristía, es cumbre de la acción de la Iglesia y la fuente de su comportamiento, desvela el error de amputar la moral de su fundamento místico y de limitar su objetivo al mero crecimiento de las virtudes humanas. El fin de la ética cristiana debe concebirse, siguiendo a Pablo (Rm 15,16), como una especie de acción eucarística que por la fuerza del Espíritu transforma el mundo, sometido al señorío liberador del Resucitado como una ofrenda al Padre. Resulta, por tanto, esencial comprender las implicaciones morales de lo vivido en la liturgia y en especial en la Eucaristía. Vamos a verlas a continuación.

XAVIER THEVENOT IMPLICACIONES ÉTICAS DE LA EUCARISTÍA Una ética de respuesta Vimos antes en el prólogo del decálogo que toda celebración de la Alianza es respuesta a una convocatoria anterior que constituye al pueblo librándole de la esclavitud. También en la liturgia cristiana, en vez de llamar a Dios, se invoca su nombre para recordar la llamada precedente de Dios que impulsa al pueblo a proseguir su historia de liberación. A diferencia de las morales "ascéticas" dominadas por los propios esfuerzos hacia el hombre perfecto, la cristiana es receptiva, es decir, que en el seno de su debilidad, reconoce la fuerza del Resucitado (lCor 1) y la acción del Espíritu (Gol, 5). La moral implicada en la celebración litúrgica corta las alas a cualquier ambición prometeica de liberación. El esfuerzo humano no busca, como el culto a los ídolos, apoderarse de la benevolencia divina, sino dar gracias de esa benevolencia ya presente. Esto explica el acento de la Escritura en la humildad y la pobreza interior. El cristiano, como Jesús, vive y muere con las manos abiertas al otro (Fil 2,6-11) en vez de agarrarse febrilmente, como Adán, a la falsa, omnipotencia de los dioses.

Una ética de la comunidad Todo culto, y especialmente el eucarístico, es comunitario. En él el pueblo de Dios, como pueblo, adquiere conciencia de la alianza definitiva sellada por Jesús en el Espíritu. Y el obrar cristiano es la forma concreta de despegar en el mundo las consecuencias de esta nueva situación ante Dice por la edificación de la comunidad. Y por esto los carismas se orientan al servicio comunitario y los límites a la libertad se aceptan por respeto a la libertad de los demás. La regla de la reciprocidad de Mt 7,12 está perfectamente traducida en el precepto del amor (Rm 13,810),que es el centro del comportamiento como la celebración del amor es el centro del culto litúrgico. El lector del evangelio puede comprender perfectamente que Jn sustituya el relato de la institución de la Eucaristía por el del lavatorio de los pies ya que la lógica de la celebración litúrgica tiende a realizar en la vida práctica el humilde servicio al hermano. Desde luego eso no significa que el horizonte de la ética cristiana se limite al grupo eclesial, sino que tiende al Reino universal que implora en la plegaria. (Mt 6,10).

Una ética de "seguimiento" del Crucificado La contemplación litúrgica del Crucificado recuerda incesantemente al cristiano que su ética no es la del oyente pasivo de un mensaje, sino la del que. compromete radicalmente su futuro en el Reino, a ejemplo del Maestro. De ninguna manera es una ética de la aurea mediocritas, sino de la radicalidad en la confianza en Dios y en el amor, que puede significar persecuciones e incluso el martirio. La Cruz recuerda también que la moral cristiana tiene algo de locura, de provocación ante los modelos éticos dominantes o las sabidurías humanas prudentemente equilibradas. El criterio de la cruz es la solidaridad efectiva con los marginados y

XAVIER THEVENOT oprimidos de nuestras sociedades y una celebración cultual que no lo tuviera en cuenta sería incoherente (St. 2,213). Y finalmente el misterio de la Cruz recuerda a la comunidad que el pecado humano prefiere siempre condenar al inocente antes que admitir la verdad y el amor. Lo cierto es que, encerrado en al mismo, el mundo acaba siempre por condenar al justo. Por eso la liturgia insiste en la necesidad del perdón y la transformación por el Espíritu. Con ello se condenan todos los optimismos morales ingenuos y los pesimismos radicales. En las celebraciones litúrgicas el cristiano aprende que su esfuerzo ético es más una "reeducación" que una educación, pero que es eficaz para triunfar del poder del mal.

Una ética de la esperanza La liturgia es ante todo la actualización de la victoria de Cristo sobre la muerte y garantía y primicia de la nuestra. Subrayemos como consecuencia fundamental que la liturgia refuerza la certeza del creyente en la inauguración del reino definitivo de Cristo y la plenitud de su cumplimiento en la ciudad de la que "Dios es arquitecto y constructor" (lib 11,10). Por eso puede calificarse la ética cristiana como de transición en una dialéctica de relativización y de valoración de la tarea mundana. Esta paradoja de la precariedad del mundo está fuertemente presente en la liturgia que celebra la Promesa, en parte realizada, del mundo nuevo pero también advierte que "la imagen de este mundo pasa". Cuando la moral cristiana es coherente con ella, relativiza implacablemente las ideologías, los proyectos políticos y las instituciones, pero fuerza a la vez a asumir más radicalmente el compromiso para la transformación de la sociedad. La liturgia revela la apuesta definitiva de nuestras conductas: que el fruto de nuestro obrar es lo que accederá, transfigurado, al Reino definitivo. En una palabra, recuerda a la ética humana, lo que frecuentemente olvida, su futuro escatológico. Cabe, desde luego, que el interés por el "cielo" se convierta en desinterés terreno. Esta corrupción viene favorecida por una celebración de la Resurrección Interpretada según un modelo mítico de triunfo de la Vida sobre la Muerte o del sucederse de las estaciones del año. Pero la liturgia auténtica no celebra un mito ni una abstracción, sino al resucitado Jesús de Nazaret como primicias de nuestra resurrección. En otras palabras, no hay celebración cristiana de la Resurrección si no existe conciencia de que se celebra un suceso que es la respuesta del Padre al compromiso en la acción histórica de quien tomó el partido de los oprimidos. La esperanza pascual garantiza la fecundidad de la lucha por la justicia y por el pobre, aunque encuentre el rechazo de los poderosos. Añadiría todavía que una ética anclada en una verdadera liturgia cristiana tiene un enorme potencial subversivo contra las sociedades injustas, pero también contra quien las combate, porque le recuerda que no está inmune, él mismo, del pecado y no es, por tanto, el juez definitivo de la calidad propia ni del pecado ajeno. La ética cristiana, transida de la esperanza del don gratuito de la Eternidad, fuerza paradójicamente a tomar muy en serio la coyuntura temporal. Y el cristiano, al entregarse al juicio libre de Dios no puede cerrar la propia historia autojustificándose ni la ajena "demonizando" definitivamente la del otro.

XAVIER THEVENOT Conclusión Este último dato refuerza la convicción que resumiría afirmando que vivir el rito litúrgico o la ética cristiana es hacer una experiencia fundamental de lo provisional. Rito y moral son realidades efímeras, ofrecidas al hombre "nómada" en su camino hacia el Reino. En la definitividad no habrá ritos ni moral. La etimología de "provisional", además de precariedad, indica que ética y moral son visiones anticipadas de la gloria de Dios que se interpelan mutuamente. Cuando el cristiano cree demasiado que "la gloria de Dios es la sola vida del hombre", la liturgia le recuerda que "la auténtica vida del hombre es la visión de Dios". Y cuando la contemplación le impulsa a refugiarse en el rito, la ética subraya que no hay visión de Dios en este mundo fuera del obrar en favor del otro, porque "quien obra el bien es de Dios, y el que hace el mal no la ve" (3Jn 11). Tradujo y extractó: JOSE M. BERNAL JOSEP M. ROCAFIGUERA

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