LOS ECÓLOGOS Y LA PROBLEMÁTICA ECOLÓGICA EN MÉXICO. Jorge Soberón M.*

LOS ECÓLOGOS Y LA PROBLEMÁTICA ECOLÓGICA EN MÉXICO Jorge Soberón M.* Las ideas que voy a presentar a continuación se han desarrollado como consecuenc

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LOS ECÓLOGOS Y LA PROBLEMÁTICA ECOLÓGICA EN MÉXICO Jorge Soberón M.*

Las ideas que voy a presentar a continuación se han desarrollado como consecuencia de una experiencia repetida una y otra vez y que compartimos prácticamente todos aquellos investigadores que hemos sido formados dentro del campo de la ecología sensu stricto, esto es, aquellos que estudiamos las interacciones de los organismos con su medio ambiente. La experiencia a que aludo es la de descubrir, la mayor parte de las veces con alarma, que los ecólogos profesionales muy rara vez son tomados en cuenta cuando en nuestro país se toman decisiones sobre ecología. Voy a mencionar algunos ejemplos de lo anterior para ilustrar la idea. Muy recientemente algunos grupos humanitaristas y sociedades protectoras de animales, justamente alarmados por el general desprecio que en nuestro país se tiene por la vida animal, y en particular por los sufrimientos de los animales domésticos, iniciaron una vigorosa campaña para legislar en esta materia. Sus esfuerzos condujeron, tal vez sin que este fuera el propósito original, a la propuesta de una Ley General de Fauna, en la que aparte de los puntos específicamente relacionados con el maltrato de los animales domésticos o de laboratorio, se legisla sobre conservación y fauna silvestre. Lo sorprendente del caso es que para proponer esta ley no se consultó a uno sólo de los expertos nacionales en la materia. La propuesta de la ley se salvó de contener errores garrafales en las definiciones y términos técnicos solamente por la intervención casual de un biólogo que participó en la redacción de una de las últimas versiones. Sin embargo, la conceptualización general de la ley que normará al país sobre conservación de la fauna silvestre, a menos que se logre un cambio en las cámaras, será la obra de un grupo que no incluye un sólo experto en este tema, que no sólo es de una gran relevancia para México, sino que es de una enorme complejidad técnica. Otro ejemplo reciente es la propuesta, hecha en serio por algunos ingenieros, de perforar grandes túneles en el Ajusco con el objeto de extraer el smog que aqueja a la ciudadanía del Valle de México. Esta propuesta circula ya por los periódicos y los medios de comunicación masiva y fue hecha ignorando olímpicamente complejidades tales como los efectos de dichos túneles en los patrones de precipitación pluvial en las laderas del norte del Ajusco y las consecuencias de desecar el aire de la serranía en las comunidades vegetales y animales de la zona, para no mencionar los efectos en la agricultura. El curioso hecho es que si bien nadie en su sano juicio se atrevería a legislar sobre ingeniería sin consultar ingenieros, o a educar sobre geografía sin preguntarle a geógrafos, o a asesorar sobre medicina sin ser médico, en México uno encuentra que la ecología se considera una tierra de todos. Que cualquier persona que haya leído un par de libros de divulgación, y por supuesto el Odum (texto de ecología de los años sesenta), está en condiciones de asesorar a los

* División de Posgrado, Facultad de Ciencias, UNAM.

gobernantes, legislar, escribir editoriales, educar, etc., sobre este tema. Si se toma en cuenta que un ecólogo moderno, solamente para entender la literatura que lee, necesita saber sobre taxonomía, biogeografía, estadística avanzada, química, matemáticas al nivel de ecuaciones diferenciales y álgebra lineal, etc., resulta paradójico que tanto lego, armado con unos cuantos slogans sobre esa entelequia que es el “equilibrio ecológico" se aviente al ruedo y legisle, diseñe planes de manejo de reservas o escriba libros sobre ecología. Obviamente no pretendo sugerir que los numerosos grupos ecologistas o simplemente los ciudadanos preocupados no tengan derecho a presionar y exigir la solución de sus problemas ambientales. Lo que es inaceptable es que las autoridades no se hayan percatado de que hacen falta técnicos para tratar las partes técnicas de los problemas ecológicos. Yo creo que este fenómeno es un síntoma cuyas causas se encuentran en el siguiente dilema: por un lado, la problemática ambiental nos afecta a todos. Nadie en México está al margen, desde el citadino agobiado por el ruido, el smog y la falta de áreas verdes, hasta el campesino cuya tierra ya no produce, o que se encuentra con que los pozos se agotan, o que sus hijos se enferman por los venenos que utiliza para intentar controlar las plagas. Por otro lado, la problemática ecológica es gigantescamente compleja. Los fenómenos ecológicos forman parte de jerarquías de procesos muy interconectados que ocurren a escalas espaciales y temporales muy distintas, y expresados dentro de la caleidoscópica diversidad de la vida. Tenemos entonces que existe un grupo de problemas agobiantes, urgentes, que afectan a casi todos los grupos ciudadanos, lo cual crea una gran demanda de soluciones y, por lo tanto de solucionadores, y como contraparte que tales soluciones no existen, o son difíciles, caras y lentas, y que los pocos expertos que hay en México, las raras ocasiones que son consultados tienen la tendencia a responder “no se”, o “pues depende”, o “para saberlo necesito investigar el problema unos cinco años”, o cosas de este tipo, impopulares entre los políticos y decididores profesionales que en México (y en todo el mundo) siempre quieren respuestas directas, instrumentables en el corto plazo, fácilmente inteligibles y de preferencia baratas. En esta situación no es de extrañar que casi cualquier autoridad haga caso del primer seudoexperto que proponga soluciones simples a cualquiera de los mil problemas de carácter ecológico que afectan a nuestro país. Lo trágico es que ninguno de los problemas ecológicos verdaderamente importantes de México (que caben todos en tres rubros: pérdida del suelo, agotamiento y envenenamiento del agua y aire, y destrucción de la biodiversidad) tiene soluciones simples ni baratas. Peor aún, el número de expertos con que cuenta México y que podrían participar en la búsqueda e instrumentación de las soluciones es patéticamente insuficiente. En efecto, consideremos como “ecólogos entrenados” a los investigadores con doctorado en ecología, y a los biólogos, veterinarios, arquitectos, etc., que han obtenido maestrías en manejo de recursos, restauración, y similares. El primer grupo no tiene más de

cincuenta miembros, casi todos concentrados en la ciudad de México, y Jalapa, con unos pocos más en el norte del país y el sureste. En la segunda categoría tal vez haya unos más, que no pasan de muy pocos cientos. Este puñado de expertos es totalmente insuficiente para un país que cuenta con una de las mayores biodiversidades del planeta, con poco agua y muchas montañas y con una de las tasas de destrozo ecológico más altas del mundo. La celeridad con que en México se están alterando los procesos ecológicos es alarmante. La deforestación y las técnicas agrícolas inadecuadas están acabando o ya acabaron con el suelo y por ende con al capacidad agrícola de regiones completas del país (la Mixteca Alta, grandes zonas de los estados de México y de Michoacán, etc.). Las mismas causas están agotando los acuíferos, azolvando presas y secando ríos (la Comarca Lagunera, la cuenca del Lerma, los lagos de Cuitzeo, Chapala, Pátzcuaro, etc.). El inapreciable tesoro que es nuestra biodiversidad es pasto de unos cuantos explotadores voraces que saquean al país de sus riquezas animales y vegetales, o bien se consume anualmente en las quemas que permiten una magra subsistencia a un campesinado empobrecido que dilapida la riqueza de sus bosques y selvas por la ausencia de una política decidida para promover y financiar alternativas de uso no destructivas. Ante esta situación es imperativo que nuestro país cuente con los recursos humanos verdaderamente preparados para enfrentarla. Esto quiere decir formar técnicos, educadores e investigadores en las múltiples facetas de los problemas ambiéntales. La ecología es un área del conocimiento

en

la

que

nuestro

país

tiene

la

potencialidad

para

desarrollarse

independientemente, atacando problemas de frontera y contribuyendo al desarrollo de la disciplina “a nivel internacional”, como dicen algunos, y simultáneamente proveyendo de los aspectos técnicos para solucionar muchos de nuestros problemas nacionales más urgentes. Esto es así por varias razones:

1)

México tiene una historia de estudios en ecología con pioneros y contribuciones originales. Una de las ramas que se desarrolló en México se consolidó en el que sin duda es el grupo más fuerte de toda Latinoamérica en ecología básica. Este grupo (basado en el Centro de Ecología de la UNAM) ha realizado importantes contribuciones científicas y cuenta con todos los elementos para seguirlo haciendo. Por otra parte, la Ecología no es una ciencia “cara”, como la biología molecular, y esto, aunado a la tradición con la que ya contamos nos pone en una situación competitiva con respecto a otros países.

2)

En México, pese a descalabros recientes, como fue el caso del INIREB de Jalapa, cuya Maestría desapareció con él, existe una amplia demanda de formación en ecología. Actualmente esta demanda se cubre en parte por el Centro de Ecología y por Facultad de Ciencias de la UNAM, pero no está satisfecha en su totalidad. Esto contrasta

notablemente con el caso de otros posgrados en Ciencias, que sufren una baja en la matrícula desde los últimos años. 3)

Los problemas ecológicos son, en buena medida, “locales”, en el sentido de que casi todos los detalles de un fenómeno ecológico difieren de un sitio a otro y por lo tanto siempre se requieren soluciones locales, con un buen componente de investigación básica. Por lo tanto las posibilidades de investigación básica, investigación aplicada y desarrollo tecnológico son muy grandes.

Concluyendo. México tiene una urgente necesidad de formar personal calificado en todas las áreas de la ecología. No sólo la gravedad de nuestros problemas, sino el inmenso potencial de nuestros recursos ecológicos nos enfrentan al reto de convertirnos, en el mediano plazo, en potencia mundial en el capo de la ecología, pues solamente así podremos desarrollar las condiciones básicos y la tecnología para revertir la catástrofe que nos amenaza, y para aprovechar en forma racional y sostenible nuestra riquísima fauna y flora, que cada día adquieren más valor. México cuenta con algunos de los elementos necesarios para enfrentar el reto, pues ya existe un núcleo de ecólogos sólidamente formado y hay un gran número de jóvenes deseosos de prepararse en el área. Para poder aprovechar estos elementos se requiere una decisión política que apoye sustencialmente a la formación de recursos humanos, desde técnicos hasta doctores, y genética hasta ecología básica, y que también apoye adecuadamente el crecimiento y consolidación de los grupos ya existentes, así como la formación, en los estados, de otro nuevos que eviten los errores del pasado (falta de apoyos, pionerismos, contratación indiscriminada de personal poco formado, etc.). Si en nuestro país se fuera dando el caso de que las autoridades de las dependencias relacionadas con la ecología se hicieran asesorar por ecólogos más que por ecologistas, que los editorialistas sobre ecología fueran ecólogos en lugar de siquiatras, que las compañías de asesores en ecología tuvieran ecólogos entre sus consultores en lugar de ingenieros, en fin, que se separara el “estar preocupado por la ecología” del “ser experto en ecología”, no tengo duda de que México estaría en mejores condiciones de afrontar exitosamente la severa problemática cuyas manifestaciones ya estamos sufriendo.

Fuga de gas cloro en la ciudad de México

Complicando aún más los problemas ambiéntales de la Ciudad de México, durante la segunda quincena de mayo, se produjeron dos fugas de gas en zonas ampliamente pobladas; la primera, de gas cloro (empleado en proporciones mínimas para potabilizar agua), ocurrió en las colonias Olivar de los Padres y Minas de Cristo y la segunda, de amoniaco, en Portales. Indudablemente fue la primera la que acaparó el interés de la opinión pública, pues provocó al menos ocho muertos y afectó en diversos grados a decenas de miles de personas. Los vecinos de la zona del accidente debieron tirar el agua de sus tinacos, sus alimentos y gran cantidad de mobiliario que se había impregnado del gas, que de esa manera continuaba provocando trastornos. Por desgracia los servicios de socorro no tenían antecedentes para el tratamiento de pacientes expuestos a este gas y aún la prensa siguió publicando, varios días después, mientras reportaba el aumento del número de fallecimientos, que el gas escapado era “clorhídrico”. En una operación de limpieza de la zona, los bomberos lavaron las acalles con chorros de manguera, provocando una nueva reacción del gas, la que después se quiso neutralizar rociando bicarbonato de sodio. A fin de disponer de información básica sobre la materia, los editores de OMNIA solicitaron al doctor Federico Bolaños una descripción de los efectos de la exposición e inhlación del gas cloro, por parte de seres humanos. Este es su informe: Los niveles de umbral para el olfato y la irritación van de 0.02 a 2.0 ppm*, a niveles de 1 a 2 ppm o mayores, la irritación constituye un problema y por encima de 4 ppm se hace intolerable. A bajas concentraciones los efectos agudos de la exposición se limitan así, a la percepción de un olor picante y a una leve irritación de los ojos y las vías respiratorias altas, síntomas que se resuelven rápidamente al terminarse la exposición. No obstante en algunas personas sensibles la exposición a bajas concentraciones de cloro ha provocado ataques de asma. A medida que aumentan las concentraciones, los síntomas cobran mayor gravedad y afectan a porciones más alejadas del tracto respiratorio. Además de la irritación inmediata y de la consiguiente tos paroxística, las víctimas manifiestan ansiedad. A concentraciones más elevadas hay diseña (dificultad para respirar), cianosis (coloración azul de la cara y manos acompañada de frío), vómitos, dolores de cabeza y una intensificación de la ansiedad. Los volúmenes respiratorios disminuyen y puede formarse edema pulmonar, pneumonitis, enfisema y bronquitis (18 ppm con exposición de 30 a 60 minutos). Con la exposición a elevadas concentraciones de cloro se agravan las cardiopatías existentes y

al ser inhalado el gas, alcanza los tejidos pulmonares y se combina con el hidrógeno del agua allí presente para formar ácido hidroclorhídrico, el que es altamente corrosivo produciendo hemorragias pulmonares. En caso de exposición aguda como la que se presenta en un accidente con el cloro, las hemorragias son comunes, así como una tos de tipo asmático e infiltración pulmonar tipo pneumonía, las cuales pueden durar varios meses dependiendo de diversos factores. A concentraciones sufientemente elevadas hay obstrucción de las vías aéreas, hipoxemia (niveles bajos de oxígeno en la sangre), shock, paro respiratorio y muerte.



Un ppm (parte por millón) es equivalente a una gota de agua en 62 litros.

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