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2 Cuenta la historia que cuando en 1553 los indios le mostraron a don Pedro de Valdivia una batea llena con oro que habían extraído del estero de Quilacoya, éste exclamó de inmediato: “desde ahora comienzo a ser un señor”. Se daba inicio así a la legendaria ruta del oro, una ruta que se remonta mucho antes de la llegada de los conquistadores. Antiguas crónicas señalan que los incas del Perú llegaron hasta las orillas del gran Biobío, cerca de Hualqui, estableciendo un centro ceremonial en el cual ocultaron valiosos tesoros. Hoy en día el lugar conserva las huellas de quienes han intentado desenterrar aquellas riquezas. Un siglo después don Pedro de Valdivia estableció cerca de allí una encomienda de indios con el fin de explotar las minas de oro del estero de Quilacoya, pero su muerte interrumpió este breve auge minero. Más tarde la época del oro se trasladará a Buena Esperanza de Rere, un pueblo de gran atractivo histórico y por cuyos campos cruzan una infinidad de esteros que arrastran ricas arenas auríferas que aún son explotadas por los lugareños. La riqueza acumulada permitió que los jesuitas fundieran a comienzos del siglo XVIII una campana que contiene gran cantidad de oro y cuyo tamaño, belleza y sonido son inigualables. Incluso se logró la formación de un banco privado a fines del siglo XIX, el que alcanzó a emitir billetes. No obstante las dificultades que afectaron su explotación, la ruta del oro en la frontera del Biobío ha seguido enriqueciéndose a lo largo de los siglos con las múltiples historias y tradiciones que se han transmitido de generación en generación, convirtiéndose en un atractivo desafío por conocer y valorar nuestro patrimonio regional.
Los escudos de Yumbel y Hualqui, dos históricas ciudades que jugaron un importante rol en la zona de la frontera del Bio Bío y en el auge del oro.
La ruta del oro conectaba Concepción a lo largo de la ribera norte del gran Bío Bío con las antiguas villas de San Juan Bautista de Hualqui, Quilacoya, San Rafael de Talcamávida y Buena Esperanza de Rere.
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LAS LEYENDAS DEL ORO: No hay duda que el oro ha sido el metal que más ha influido en la codicia del hombre y en la historia de las naciones. La conquista en América y Chile no estuvo exenta de esta motivación. Eso explica las innumerables leyendas que surgieron en los primeros años acerca de la existencia de míticos lugares repletos del preciado metal como lo fue “El Dorado” en Colombia y “La ciudad de los Césares” en la remota Patagonia argentina. Esta última provocó un interés inusitado entre las autoridades españolas hasta bien entrado el siglo XVIII.
“Es ésta una ciudad encantada, no dada a ningún viajero descubrirla. Sola al fin del mundo, la ciudad se hará visible para convencer a los incrédulos de su existencia” - Tradición oral de Chiloé
EL VALOR DEL ORO: Entre los indígenas prehispánicos el oro sólo tenía valor como elemento ritual de sus prácticas religiosas. Eso explica su extrañeza al ver que los españoles fundieran las piezas para enviarlas a España. En Chile su explotación sólo existió en la zona centro-norte, precisamente entre los aborígenes que recibieron la influencia de los incas peruanos. Los mapuches de la zona del Biobío conocían los metales pero nunca llegaron a desarrollar técnicas metalúrgicas, es decir, no trabajaron con ellos.
LOS PRIMEROS TIEMPOS: Uno de los primeros lavaderos de oro que trabajaron los españoles fueron los del estero de Marga Marga, cuyas aguas atraviesan la ciudad de Viña del Mar. Debido a la gran riqueza de sus arenas, los conquistadores lo bautizaron como “río de las minas”. Su producción comenzó a bajar desde el siglo XVII, quedando casi abandonadas. Don Benjamín Vicuña Mackenna recorrió el valle hacia 1877 y se encontró con la existencia de una faena minera impulsada con vapor. Si bien en la actualidad aún encontramos personas removiendo las arenas en busca de oro, su productividad es muy limitada.
La caza, la recolección y una agricultura de subsistencia eran las ocupaciones principales de los mapuches. A la llegada de los españoles conocían los metales, entre ellos el oro, pero no los trabajaban.
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Después de recorrer las serranías de la Cordillera de la Costa, el estero de Marga Marga atraviesa la hermosa ciudad de Viña del Mar.
Luego de fundar Santiago en 1541, don Pedro de Valdivia continuó la conquista hacia la zona del Bio Bío buscando nuevos yacimientos auríferos. Sin saberlo, la historia del oro había comenzado mucho antes de su llegada a la zona. A comienzos del s. XV el rey Inca Huáscar había enviado tropas a Chile las que llegaron hasta la ribera del Biobío en el sector de Quilacoya, cerca de la actual ciudad de Hualqui, el mismo lugar Extrañas formaciones rocosas del Cerro donde un siglo más tarde el gobernador de la Costilla Valdivia descubriría los famosos lavaderos de oro que comenzó a explotar de inmediato. Una antigua leyenda que aún deambula entre los lugareños, basada en las crónicas del Padre Diego de Rosales, cuenta que los incas instalaron un centro ceremonial en uno de los cerros más elevados con el fin de ofrecer sacrificios a su rey.
EL PUEBLO DE QUILACOYA: En la actualidad Quilacoya es una pequeña localidad ubicada a orillas del Biobío. Cerca de allí desemboca el estero homónimo en cuyo curso superior se localizaron los famosos lavaderos de oro que explotó don Pedro de Valdivia en el siglo XVI. También en sus proximidades se encuentran los vestigios incásicos del Cerro o Piedra de la Costilla. Sin embargo, su existencia como pueblo se remonta a la llegada del ferrocarril a fines del siglo XIX. Hoy es una tranquila comunidad que invita al descanso y disfrute de sus bellos parajes campestres.
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Estación ferroviaria de Quilacoya. El sosiego es parte del paisaje urbano y rural de este singular pueblo.
Puente ferroviario sobre el río Quilacoya. El tren “Corto del Laja” une diariamente al pueblo con la ciudad de Concepción.
Un viejo letrero ferroviario recibe a los viajeros Recorrer la ruta del oro nos hace de algún modo regresar en el tiempo.
LEYENDA DEL CERRO O PIEDRA DE LA COSTILLA: El lugar está constituido por formaciones rocosas de gran tamaño, algunas de las cuales presentan extraños dibujos. Un cronista del s. XVII señalaba que hacia el año 1425 los incas tuvieron en Quilacoya una fortaleza “… y allí hay siete piedras a manera de pirámides labradas que fueron puestas por los indios del Perú para hacer la ceremonia llamada Calpa Inca, que se hacía para la salud del rey cada año…y así escogían dos niños de edad de 6 años, varón y mujer, y los vestían en traje de inca y los embriagaban y ligaban juntos, y así ligados y vivos los enterraban, diciendo que el pecado que su rey hubiese hecho lo pagaban aquellos inocentes en aquel sacrificio.” (Rosales, Diego de: “Historia General del Reino de Chile”, cap. 2, pág. 339)
6 El “Cerro o Piedra de La Costilla” recibe este singular nombre por la similitud que presentan las piedras que rodean el paraje con esta parte del cuerpo humano. Desde remotos tiempos ha sido visitado por muchos aventureros, la mayoría de ellos llevados por la ambición de encontrar un tesoro dejando innumerables excavaciones y señales sobre las mismas rocas. Se cuenta que en cierta ocasión uno de estos aventureros intentó mover las piedras con dinamita, destruyendo de esta forma un patrimonio histórico que sin duda guardaba secretos mucho más valiosos que el supuesto tesoro inca que nunca se ha encontrado.
“Pasaron adelante(los incas) y en Quilacoya tuvieron otra fortaleza, y allí hay siete piedras a manera de pirámides labradas que fueron puestas por los indios del Perú para hacer la ceremonia llamada Calpa Inca..”(Diego de Rosales)
HUALQUI, PUERTA DE ENTRADA A LA RUTA DEL ORO: 1. Camino a Hualqui, puerta de entrada a la ruta del oro. Dumont D’Urville (1838)
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Establecida como fuerte en los inicios de la conquista, fue fundada más tarde en el s. XVIII por el gobernador Amat y Juniet bajo el título de villa de San Juan Bautista de Hualqui, voz mapuche que significa “rodear o dar la vuelta”. Junto con la ciudad de La Concepción, se transformó en la puerta de entrada a la ruta del oro durante el proceso de conquista y colonización de la zona
Plaza de Hualqui alfombrada con las hojas de los añosos tilos que la circundan.
2. Hace muchos años una machi lanzó una maldición contra Hualqui para que no progresara. Sin embargo, hoy es una pujante ciudad que ha sabido conservar la riqueza de su pasado.
fronteriza. Hoy en día es una ciudad y comuna de fuertes raíces campesinas que ha sabido conservar el encanto de sus tradiciones. Conocidas son sus leyendas “La Maldición de la Machi”, “El agua del obispo” , “La casa embrujada” y “La República independiente de Hualqui” entre otras tantas historias que nos conducen al fantástico mundo de la imaginación campesina.
Hualqui, ciudad en constante desarrollo que ha sabido armonizar los tiempos modernos con las tradiciones que la han caracterizado por siglos.
La fiesta del choclo es una de las actividades veraniegas de gran atracción en la comuna.
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UN VIAJE A LA PIEDRA O CERRO EN BUSCA DEL TESORO DE “LA DE LA COSTILLA: PIEDRA DE LA COSTILLA”: Llegar a este lugar lleno de misterios es un desafío que vale la pena sortear. Se puede acceder en vehículo desde Hualqui o Quilacoya a través del sector de la Santa de Piedra recorriendo unos cuantos kilómetros de caminos rurales. Hoy el sector es un predio forestal. Inescrupulosos han intervenido lo que fue originalmente un sitio de gran interés histórico dejado por los incas peruanos en el siglo XV.
Las excavaciones dan testimonio de la ambición de muchos visitantes que han pretendido encontrar un tesoro.
Las enormes piedras semejan costillas humanas, lo que le ha dado el nombre al lugar.
Un viajero dejó estampada su visita hacia 1918.
Misteriosas figuras talladas en las rocas parecen mirar a los viajeros como si vigilaran celosamente algún tesoro.
José Lermanda es un lugareño que vive en Talcamávida, localidad situada a unos 25 kilómetros de Hualqui. Cuando era un muchacho fue contratado por José Lermanda asegura unos hombres de que el lugar posee Santiago para que una fuerza misteriosa los llevara al Cerro o difícil de entender. Piedra de la Costilla. Según relata Lermanda, en su equipaje traían mapas y planos muy antiguos y en sus conversaciones diarias mencionaban la existencia de una gran cantidad de oro sepultado bajo las piedras. Cada día se levantaban muy temprano con la intención de seguir las sombras que proyectaban aquellas formaciones en distintas direcciones y luego indicaban el lugar donde debían excavar. Cuenta que estuvo trabajando cerca de una semana siguiendo cada una de las pistas dadas por aquellos hombres pero no encontró nada. Lo curioso es que al caminar todo el lugar retumbaba como si bajo tierra hubiese algún vacío. Amparado en sus años de experiencia, asegura que el cerro está maldito y que mientras más ambición tenga el hombre que se atreva a buscar ese tesoro, menos posibilidades tendrá de encontrarlo.
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Cerro de la Cruz, en el sector de Chillancito, comuna de Hualqui. Según Depolinares Altamirano cerca de este lugar se encontrarían las siete cargas de oro de Pedro de Valdivia.
Por su parte, Depolinares Altamirano Soto, un avezado historiador autodidacta de la zona, sostiene que una leyenda confirma la existencia de un tesoro, precisamente las siete cargas de oro que Pedro de Valdivia enterró antes de morir, pero que no estarían allí, sino en un lugar intermedio entre el Cerro de la Costilla y el Cerro de la Cruz.
LOS CONQUISTADORES LLEGAN A LA FRONTERA DEL BIO BIO: Un siglo después de la incursión de las tropas incas, don Pedro de Valdivia surcaba la orilla norte del Bío Bío en busca de un lugar donde asentar una gran ciudad. Funda así La Concepción del Nuevo Extremo en la actual bahía de Penco. Corría el año 1550. La ciudad de La Concepción se convertía así en un punto estratégico destinado a proseguir la conquista al sur del Bio Bio. A pesar de sus escasos Fundación de Concepción en Penco (Diorama Galería de la hombres y recursos, el gobernador no Historia – Concepción) tardó en adentrarse en dichas tierras y fundar nuevas ciudades y fuertes en medio de una zona que más tarde se convertiría en un sangriento campo de batalla. Surgen así La Imperial, Valdivia, Villarrica, Angol, Tucapel, Arauco y Purén. Junto con ello se preocupó de inmediato en buscar lugares donde hubiera oro en abundancia.
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“…me contó un capitán que entró en nuestra Compañía (de Jesús) que a media legua de la ciudad de La Concepción hay una laguna que da el agua a la cintura y que cuando los indios no tienen qué gastar, envían a sus mujeres a esta laguna y buscan entre la arena con los dedos de los pies la pepita de oro y reconociéndola con el tacto se bajan por ella, y sacando dos o tres pesos de oro no buscan más y se van con Dios y no vuelven hasta gastar aquello porque no son gente de codicia.” Rosales, Diego de – Histórica relación del Reino de Chile, cap. IV, pág. 10) > Comienza la búsqueda de oro entre los indígenas del Biobío.
DESCUBRIMIENTO DE ORO EN QUILACOYA: “…se puso cuidado en todas partes en catear la tierra y descubrir minas de oro, y se hallaron algunas riquísimas, particularmente en Quilacoya…” (Rosales, Diego de, “Hist. Gral del Reino de Chile”, p. 470) > Pedro de Valdivia, Gobernador de Chile entre 1540-1553. Poco antes de morir logró dar con los riquísimos lavaderos de oro de Quilacoya.
“…volvieron los emisarios gozosos por la descubierta que habían hecho y que demostraban ser muy ricas, principalmente las de Quilacoya, cuya noticia la celebraron los españoles con demostraciones singulares de alegría.” (Cordova y Figueroa, Pedro de, “Hist. de Chile”, CHCH, cap. 26, pág. 54) De inmediato Valdivia se preocupó personalmente de iniciar los trabajos en los lavaderos acompañado por un contingente de soldados. Según la voluntad del rey, los conquistadores tenían el derecho de cobrar a todos los indígenas un tributo que debía ser pagado en dinero, especies o trabajo personal. Como los naturales no disponían de grandes bienes, entonces fueron obligados a trabajar lavando las arenas de los ríos en busca de oro.
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Curso inferior del río Quilacoya, a escasos metros de entregar sus aguas y arenas auríferas al gran Bío Bío.
Vista del Bio Bio desde la cuesta de Quilacoya
Curso superior del río Quilacoya
La historia descansa mansamente a orillas de la ruta del oro
Las vegas de Quilacoya, lugar donde supuestamente Valdivia encontró oro. “Challado” de las arenas del río Quilacoya en búsqueda del preciado metal.
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Según Vicuña Mackenna el oro era abundantísimo en tiempos de Valdivia, el suelo parecía estar cuajado del precioso metal y aún en los tiempos que escribía (fines del siglo XIX) lo estaba todavía, salvo que se hallaba diseminado en moléculas muy diminutas y difíciles de amalgamar y recoger. Hoy en día cualquier persona que se aventure por los riachuelos de la zona podrá sin mayor dificultad sacar oro con las herramientas adecuadas. Sin embargo, se requiere de paciencia y esfuerzo para hacer rentable el trabajo. Sin duda que en tiempos de don Pedro de Valdivia había más abundancia de oro, pero además existía suficiente mano de obra indígena para el trabajo en los lavaderos, el cual se hacía en cierto modo de manera forzada y a muy bajo costo a través del sistema de encomienda creado por los españoles.
Las pepitas encontradas en la ruta del oro son poco usuales. Sin embargo, su hallazgo ha provocado períodos de fiebre aurífera.
“Lo que puedo decir con verdad de la bondad de esta tierra es que cuanto vasallos de V.M. están en ellas y han visto la Nueva España, dicen ser mucho más cantidad de gente que la de allá: es todo un pueblo y una sementera y una mina de oro” (Carta de P. de valdivia al rey, Concepción, 25 sept. De 1551)
Diorama de la Galería de la Historia - Concepción
El número de indígenas y la cantidad de oro que obtuvo Valdivia en Quilacoya es muy difícil de determinar. El cronista Góngora y Marmolejo hablaba de que en aquel tiempo había 800 indios sacando oro. Distinta es la visión de don Pedro de Córdova y Figueroa, quien muchos años después visitó la zona de los lavaderos, señalando que donde hubo más actividad aurífera fue en Quilacoya “…cuyo dilatado espacio está trasegado y desentrañado, y bien se ve que aquella fue obra de diez y séis a veinte mil indios que allí tuvo Valdivia, quienes le pagaban el tributo en oro..”( Ob. Cit. Cap. 16, p. 32)
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Indígenas encomendados lavando las arenas ricas en oro con sus bateas o challas
El Gobernador quedó extasiado con la riqueza encontrada en Quilacoya. En el siglo XVI el cronista Góngora y Marmolejo señalaba que en cierta ocasión los indios le trajeron una batea llena de oro “…este oro le sacaron los indios en breves días. Valdivia habiéndolo visto no dijo más, según me dijeron los que se hallaban presentes, de estas palabras: “Desde ahora comienzo a ser señor”.( Góngora y Marmolejo, Alonso: “Hist. de todas las cosas acaecidas en el gobierno de Chile”, CHCH, pág. 33 y 34) LA SAL Y EL ORO: El padre jesuita Alonso de Ovalle en su “Histórica relación del Reino de Chile” escribía durante la primera mitad del s. XVII acerca de la abundancia de oro que “…la gran riqueza que han sacado los españoles de estas minas es tanta, que oí decir a mis mayores que en los banquetes y bodas ponían en los saleros en lugar de sal oro en polvo, y que cuando barrían las casas, hallaban los muchachos pepitas de oro en la basura lavándolo en las acequia.” (Ob. cit.,cap. IV, pág. 10) EL TRABAJO EN LOS LAVADEROS: El trabajo que realizaban los indios encomendados se hacía de manera muy rudimentaria. Las herramientas se reducían a una challa o batea hecha principalmente de álamo, madera blanda para tallar y además liviana para el lavado de las arenas durante largas jornadas. Con palas se buscaban los depósitos auríferos en medio del río y luego se lavaban en la batea a través de movimientos circulares que permitían eliminar gradualmente las piedras y, debido a su mayor peso, dejar las pepitas de oro en el fondo.
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En la actualidad el sistema de búsqueda de oro no ha variado mucho. La batea o challa sigue utilizándose para la búsqueda de lugares apropiados para trabajar. Una vez que se da con arenas ricas en el preciado metal, se instalan canoas de madera o metal mediante las cuales es posible lavar mayores volúmenes de material y obtener un mejor rendimiento. En su extremo inferior se coloca una malla de metal bajo la cual se instala un género que permita capturar las pepitas de oro al momento de lavar la arena.
La codicia de los conquistadores por hacer trabajar de manera abusiva a los indios en los lavaderos traía aparejado otro problema: los constantes intentos de rebelión. Carentes de una legislación, los pobres indígenas eran obligados a trabajar extensas jornadas lavando en sus bateas de palo el cascajo de los esteros “…sin más salario que el látigo y sin más alimento que un puñado de maíz tostado. (Vicuña Mackenna, Benjamín – Ob. cit, pág. 17). Es por eso que en una de las visitas que realizó el gobernador Valdivia a los lavaderos, y viendo la gran cantidad de indios, mandó hacer un fuerte donde pudieran estar seguros los españoles que cuidaban los trabajos. A fines del s. XIX, Vicuña Mackenna hace referencia a dicho fuerte en una visita que hicieron unos amigos hacia el año 1879 entusiasmados por las leyendas del oro que en esa época circulaban y para reconocer los vestigios de las minas de Quilacoya.
Poco o nada debía quedar de ellas y del fuerte después de más de tres siglos de su existencia. Pero veamos lo que nos relata Vicuña Mackenna:
Benjamín Vicuña Mackenna, destacado político e historiador chileno. En 1881 publicó “La edad del oro en Chile” , una obra imprescindible para quienes deseen profundizar acerca del tema.
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“En mayo de 1879 algunos de mis amigos del sur…se dirigieron a reconocer los vestigios de las minas de Quilacoya, y he aquí lo que uno de ellos nos decía en carta de Chillán, junio 4 de 1879: El estero de Quilacoya nace en la cima de la montaña de la costa y, después de recorrer cinco leguas por inmensas pendientes y pasar al pié de altos cerros todos auríferos, desemboca en el Bío Bío. Se tiene evidencia que lo que se llama vega de Quilacoya está compuesta de arenas auríferas…Hace algún tiempo que a don Manuel Barragán se le ocurrió hacer un pique en la ribera del río, y a los doce metros encontró palas gruesas y trabajadas con serrucho, y bajo esas palas, cieno de mal olor. Este trabajo estaba ubicado frente al fuerte de don Pedro de Valdivia. Existen todavía los fosos del fuerte de Valdivia y los perales que circundaban el castillo. Existe también el rasgo de un canal que sacaron sobre los cerros. Y como para decir a los codiciosos y viajeros que en aquella tierra también se muere, existe aún una cruz sobre la tumba de alguno de los compañeros del conquistador, conservada por los moradores de aquella comarca con respetuoso cuidado” ( Vicuña Mackenna, Benjamín, “La Edad del Las Vegas de Quilacoya, lugar donde estuvo Oro en Chile”, pp. 101-102) el fuerte del gobernador Valdivia. Debido al paso En la actualidad no existen los del tiempo y el breve período de explotación, vestigios aludidos por estos viajeros no existen indicios del lugar en que estuvo el hace más de un siglo, pero algunas gobernador Pedro de Valdivia. huellas nos hacen recordar el esplendor de aquella época dorada. Los lugareños aún sacan oro del lugar del mismo modo como lo hicieron los viejos conquistadores, es decir, con challas y bateas que ellos mismos construyen y que en ocasiones suelen ser de metal. Incluso existe un sector denominado Millahue, que en lengua mapuche significa “lugar de oro”. Una antigua familia de Hualqui ha sido la propietaria por largos años de vastos sectores donde supuestamente estuvieron los lavaderos de oro de don Pedro de Valdivia: la familia Morales. Uno de sus jerarcas ya fallecido encontró unas medidas destinadas a pesar el oro que se extraía en algún tiempo remoto, además de herramientas trabajadas por los indígenas.
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Don René Morales y su fiel perro.
Medidas destinadas a pesar el oro encontradas cerca de Hualqui
LA HISTORIA DEL TESORO DE DON PEDRO DE VALDIVIA: En 1553 el Gobernador acudía a defender el fuerte de Tucapel desde Concepción. Hizo un alto en sus lavaderos de Quilacoya para asegurarse que los que allí trabajaban no se sumarían a la rebelión. Días después cruzó el Biobío por el vado de Talcamávida en dirección a Arauco y Tucapel, donde encontró finalmente la muerte. La noticia de este desastre alentó la sublevación a lo largo de la zona fronteriza provocando el abandono de los lavaderos de oro. Luego de su captura Valdivia es torturado. Una de las versiones señala que los indios le dieron a beber oro derretido como una forma de vengarse de su codicia.
¿Qué pasó entonces con la inmensa riqueza acumulada por don Pedro de Valdivia en Quilacoya? Benjamín Vicuña Mackenna nos relata que “...después de
la muerte de Valdivia, las opulentísimas minas de Quilacoya, que en un día natural rendían hasta dos quintales de oro, según lo afirma quien lo viera y lo pesara, fueron precipitadamente desamparadas y no quedó de ellas más memoria que la de dos botijas que junto a unos perales enterró uno de los mayordomos de Valdivia al huir, y que más tarde misterio de encantadores transmutaron de lugar y de sepultura para hacer perder la huella a los ávidos cristianos.”
¿Hubo realmente un tesoro? No cabe duda que así fue, aunque Valdivia no pudo disfrutar de él, ni ninguno de sus compañeros pues el tiempo se encargó de borrar todo indicio acerca de su existencia, pero no pudo borrar la leyenda que de allí nació. (Espinoza, Luis: “Leyendas y tradiciones de la República de Hualqui”)
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Don José Orellana ha pasado sus 74 años de vida en Chillancito, junto al estero de Quilacoya. Vive a un costado de la ruta del oro. Cuenta que mucha gente ha ido en busca del tesoro de don Pedro de Valdivia, el que estaría enterrado en el cerro de La Cruz, pero hasta el momento nadie lo ha encontrado.
QUILACOYA ¿ TRES ROBLES O TRES MENTIRAS?: Existen dos versiones derivadas del mapuche para explicar el significado de Quilacoya. La primera se traduce como “Tres robles”, mientras que la segunda versión indica que significaría “Tres mentiras” y una antiguo relato lo explica. En cierta oportunidad los españoles encontraron a los indios que trabajaban en los lavaderos un tanto exaltados. Para evitar una sublevación y revertir el escaso número de españoles que cuidaban las faenas, al capitán español se le ocurrió un ingenioso plan. Aprovechando la oscuridad de la noche y el estado en que se encontraban los indígenas, hizo desfilar en círculo sus pocos hombres para que hicieran alarde de sus armas y de una supuesta superioridad numérica. De ese modo cada soldado debía desfilar en tres oportunidades poniendo cuidado de nos ser descubiertos. De súbito uno de los indígenas saltó de entre los cuerpos musculosos y sedientos de sus compañeros y comenzó a gritar: - ¡ Coila, coila, coila...! Los soldados continuaron desfilando disciplinadamente ignorando los gritos de aquel indígena mientras se perdían en la oscuridad de los matorrales. - ¡ Coila, coila, coila...! - insistió poco después y con más energía el indígena, apuntando en forma amenazante a uno de los soldados de la línea. El resto de los indios hicieron caso omiso de los gritos de su compañero, cuyas palabras terminaron perdiéndose en la espesura de la selva araucana. Nadie se dio cuenta, más que el indio de negros cabellos, acerca del engaño pues entre las filas españolas se destacaba un soldado calvo que por supuesto no podía pasar desapercibido, más aún cuando le brillaba el cuero cabelludo cada vez que pasaba ante las fogatas. El capitán no había considerado esa particularidad que en un momento dado hizo peligrar su treta. Para fortuna de ellos, el desesperado indígena no logró alertar a sus compañeros. De este modo los españoles se salvaron “por un pelo” y gracias a sus “tres mentiras”.
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Uno de los indios se dio cuenta de la mentira, pero no fue escuchado por sus compañeros (ilustración libro “Leyendas y tradiciones de la República de Hualqui”) Esta historia se conoció y se difundió de generación en generación, y para muchos habitantes de Quilacoya ha servido para explicar el verdadero origen del nombre de su pueblo, es decir “Tres Mentiras”.(Espinoza, Luis : “Leyendas y tradiciones de la República de Hualqui”)
CAMINO A LA MONTAÑA DEL TRUENO: Bordeando la ribera norte del Bio Bio se sigue una sinuosa ruta que nos lleva a las localidades de Unihue y Talcamávida. La primera de ellas es un poblado relativamente nuevo y fue un asentamiento indígena en tiempos de la conquista. Su nombre deriva del mapuche y significa “lugar de camarones”. Actualmente es estación ferroviaria y su gente se dedica principalmente a la agricultura y la actividad forestal.
Siguiendo la ruta del oro nos encontramos con el“Puente de Fierro” sobre el río Quilacoya,
A escasos kilómetros de Unihue llegamos a la villa de Talcamávida, voz mapuche que significa “Montaña del Trueno” (Tralca. Trueno / mahuida: montaña). Su origen se remonta a mucho antes de la llegada de los españoles pues fue asentamiento de los indios llamados “Antileo”, quienes se ubicaron a orillas del Bío Bío. El hallazgo de piedras horadadas y restos de cerámica dan testimonio de ello. Unihue forma parte de uno de los pocos ramales ferroviarios de pasajeros que aún perduran en Chile. Un pequeño tren llamado “Corto del Laja” une diariamente esa localidad con Concepción. Piedras horadadas pertenecientes a los indios de Talcamávida. (Colección privada de Depolinares Altamirano Soto)
18 Depolinares Altamirano Soto, más conocido como don Polo, es un amante de la historia de Talcamávida.Su casa es un verdadero museo donde guarda una interesante colección de antigüedades.Una de ellas es esta antigua challa destinada a sacar oro en los riachuelos de la zona.
Un enorme tronco petrificado nos recibe a la entrada de la casa-museo de don Polo.
Parte de la riquísima colección privada de don Depolinares Altamirano Soto en Talcamávida.
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Foto y plano del fuerte de Talcamávida. Se aprecia el foso que rodeaba la fortaleza, único vestigio existente hoy en día. El sitio es un predio particular
LA LEYENDA DE LAS LAGUNAS DE TALCAMAVIDA Y SANTA JUANA Junto al pueblo existe una hermosa laguna que es similar a la existente al otro lado del río en Santa Juana . Una antigua leyenda nos cuenta que se formaron por el llanto de dos enamorados, la hija del cacique de Talcamávida y el hijo del cacique de Santa Juana, cuyas familias se vieron enfrentadas en un combate librado en las orillas del gran Biobío en una noche de lluvia y grandiosos truenos y relámpagos. Al amanecer del otro día se vio la cruenta realidad: casi nadie de los dos bandos había salvado con vida. El desastre fue total y pavoroso. Sucumbieron los caciques, sus hijos y los mejores mocetones, además de los dos jóvenes. Corrió la fama de lo acontecido por todos los contornos, se hizo célebre el caso y se transmitió de generación en generación. El cerro recibió desde entonces la denominación que se extendió a todo el lugar: “TRALCAMAHUIDA”, es decir, “Montaña del Trueno”, nombre que hasta hoy conserva. Al día siguiente de aquella trágica noche se dice que aparecieron en Santa Juana y Talcamávida dos lagunas gemelas que hoy en día son un gran atractivo para la zona. La leyenda afirma que se formó con el llanto de las almas de aquellos que perecieron esa noche fatal y por el estremecimiento que sufrió la tierra en aquella tempestad infernal de truenos, relámpagos, lluvia y viento, que más que tempestad pareció acabo de mundo u obra de misteriosos espíritus araucanos.
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Atardecer en la laguna de Talcamávida. Su verdadero nombre es Rayencura o “Flor de Piedra”
TALCAMAVIDA Y SU EPOCA DORADA:
Laguna de Santa Juana llamada Rayenantu, “(Flor dorada)”. A un costado los españoles construyeron el fuerte de Santa Juana de Guadalcazar hacia 1626.
Hasta fines del siglo XX, el cruce del Bio Bio desde Talcamávida a Santa Juana se realizaba diariamente. Hoy en día sólo es parte del recuerdo. El vado o paso de Talcamávida era utilizado por los conquistadores para cruzar la frontera del Bio Bio. El 19 de diciembre de 1553 don Pedro de Valdivia pasó por este lugar procedente de las minas de oro de Quilacoya para ir en auxilio del fuerte de Tucapel donde encontraría la muerte. Al frente se puede divisar las montañas de Catiray, al pie de las cuales se encuentra la ciudad y fuerte de Santa Juana de Guadalcazar.
BUENA ESPERANZA DE RERE EN LA RUTA DEL ORO: Dejamos la Montaña del Trueno (Talcamávida)
para adentrarnos en los cerros que nos conducen por un agreste camino al histórico pueblo de Rere, distante unos 21 kilómetros. A mitad del recorrido, en el sector llamado Santo Domingo, nos encontramos con el río Gomero, un pequeño caudal que tiene fama de arrastrar ricas arenas auríferas.
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1. Una pausa en el camino nos permite ensayar el lavado de las arenas del río Gomero en busca de oro. Durante la época estival las aguas de este río se tranquilizan y ofrecen las arenas auríferas que han arrastrado durante el invierno. 2. A orillas de río Gomero, la Sra. María Salas nos muestra la balanza que utiliza su marido para pesar el oro que extrae cada temporada del río y que luego vende en Concepción.
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LA LEYENDA DE LA CAMPANA DE ORO: El glorioso pasado religioso del pueblo de Rere muestra obras que por su esplendor constituyen verdaderas maravillas del arte, como lo es su famosa campana de oro. Construida en 1721 por los misioneros jesuitas, constituye hoy en día la reliquia más preciada del pueblo, la que junto a su leyenda, le otorgan un valor incalculable. No se sabe a ciencia cierta cómo y dónde fue fundida. Lo más probable es que fuera en el mismo pueblo y aprovechando los conocimientos que tenían los jesuitas sobre el particular. La leyenda cuenta que debido a su belleza y sonido, el que puede escucharse a varios kilómetros a la redonda, las autoridades eclesiásticas de Concepción intentaron llevársela en más de una ocasión. Algunas versiones señalan que su destino sería el campanario de la iglesia de San Sebastián, santo que en ese entonces ya atraía a miles de peregrinos. Otros señalan que la intención era llevársela a la catedral de Concepción. Como quiera que sea, lo más interesante de esta historia fue su traslado. Debido a su enorme tamaño y peso se dispuso de un par de yuntas de bueyes. Sin embargo, y debido a alguna fuerza misteriosa, a medida que las carretas avanzaban la campana se volvía más pesada. Fue necesario conseguir más yuntas hasta alcanzar según las versiones más de cuarenta, pero ni aún así pudieron sacarla del pueblo. Hubo que dar vuelta y regresarla a su legítimo lugar. Pero para ello sólo bastó una yunta. Cuentan que los vecinos la recibieron con gran alegría y la regresaron de inmediato al campanario. Y allí permanece hasta el día de hoy, tan hermosa y formidable como lo ha sido siempre, sin que nadie se atreva a pensar siquiera en sacarla del pueblo nuevamente porque eso significaría llevarse el alma de Rere.
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Un particular letrero a la entrada de Rere invita a los turistas a “saborear” la rica historia del pueblo > Con más de cuarenta yuntas de bueyes fue imposible sacarla del pueblo. Sin embargo, para regresarla sólo bastó una.(Detalle mural “Historia de Rere· de Eugenio Brito, 1981)
EL ORO EN RERE: Fundado como estancia agrícola hacia 1603 por el gobernador Alonso de Ribera, con el transcurso de los siglos adquirió una importancia vital en el proceso de conquista de la zona de la frontera del Bio Bio. Prontamente fue convertido en una misión jesuita, en una fortaleza militar y en lugar de residencia de los gobernadores en la época estival. Hacia el siglo XVII una nueva actividad centrará la atención de la creciente población: la minería del oro. Refiere el gobernador Amat y Juniet que “… por medio de la villa corre un estero pequeño que le da buen beber, y se origina de la misma quebrada en cuyas arenas tienen los pobres fincado su alimento diurno, porque ocurren por la madrugada a lavarlas y sacar la cantidad de oro que les basta para el día…y todo el terreno es panadizo de oro y se saca de todos los arroyos. En tiempos pasados fue célebre una pepita que se halló en la hacienda de un minero nombrado Saturnino Matamala, la cual tenía la figura de un gallo pequeño.”(27)
Lavado del oro en los riachuelos de Rere. Al fondo, la campana regresando a su lugar llevada, según la leyenda, por una sola yunta de bueyes. ( Detalle mural “Historia de Rere” de Eugenio Brito, Parroquia de Rere, 1981)
Las famosa mina de don Saturnino Matamala aún perdura como fiel testimonio de la época del oro en Rere. Se ubica en el sector de Las Minas y consta de una estrecha galería de aproximadamente 40 metros de largo que se adentra en un cerro separándose en dos túneles interiores. A un costado, una segunda galería yace cubierta por escombros. Hasta hace algunos años aún se encontraban indicios de haber sido explotada en época reciente.
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> Las minas de oro de Matamala. Según testimonios, fueron explotadas hasta el año 1934, no obstante existir indicios actuales de que aún se saca material del lugar. Sector de las Minas en Rere. Cada invierno las lluvias arrastran las arenas, muchas de ellas ricas en oro. Durante el siglo XVIII y XIX la extracción del preciado metal ocupó un lugar de importancia en la economía local.
La vegetación y el abandono han sabido resguardar celosamente la entrada a la mina de oro.
Los restos de una antorcha son mudos testigos de visitas esporádicas.
Al interior, las vetas de oro obligaron a dividir la mina en dos galerías
El hallazgo de don Saturnino Matamala hará entrar a Rere en la famosa Ruta del Oro, ruta que ya había comenzado a gestarse en el s. XVI con el descubrimiento por parte de don Pedro de Valdivia de los famosos lavaderos de oro de Quilacoya. A legua y media de Rere esta la quebrada llamada Colchagua, receptáculo de todas las corridas de los ricos minerales de Matamala y Rere al decir de aquellos habitantes, más ricos que los de Quilacoya. (Vicuña Mackena “La edad del oro en chile”. pág.318 ) Desde esos remotos tiempos de esplendor, muchos lugareños han intentado lavar las arenas auríferas de ríos y esteros con suerte desigual. Uno de ellos es don Luis Pincheira, tal vez la única huella viviente de lo que fuera en su tiempo el buscador de oro. El peso de los años le dificulta caminar, pero aún recuerda los tiempos en que se aventuraba por esteros y quebradas en busca de los mantos y vetas del preciado metal.
24 Sentado sobre un viejo sillón y afirmado en su antigua challa que usó durante muchos años para sacar oro en quebradas y riachuelos, don Luis Pincheira mantiene su vista extraviada en los recuerdos. Hoy sus sobrinos y nietos “juegan” a buscar oro cada verano en el estero que corre cerca de su casa en el sector de Las Minas de Matamala. El oro que extraían los lugareños se vendía usualmente en Concepción y Santiago. Algunos intermediarios compraban la producción local, como es el caso de don José Moreno en Rere. Hoy en día ha dejado de adquirir el preciado metal, pero aún conserva como recuerdo pequeñas muestras. Al pesarlas, obtuvimos 46 gramos. Sin duda que para don José es un recuerdo muy valioso.
Junto a la ruta del oro, una solitaria tumba descansa desde el año 1914. Las pestes de antaño obligaban a enterrar a los afectados lejos del pueblo de Rere.
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A orillas de la ruta del oro, en el sector de Los Chequenes y a sólo un kilómetro al este del pueblo de Rere, la Sra. Norma Montoya Jara ha preservado por generaciones los secretos de la artesanía en greda. Uno de sus grandes orgullos fue haber moldeado un copón de greda para el Papa Juan Pablo II en su visita a Chile en 1987. EL BANCO DE RERE: La antigua grandeza del pueblo de Rere, basada en gran parte en la extracción de oro, se verá reflejada en la formación de un banco privado hacia 1889. No obstante su corta existencia, fue el fiel reflejo de una época de gran esplendor.
Billete de veinte pesos del Banco de Rere. Fueron impresos en Londres, Inglaterra, y hoy constituyen una valiosa pieza de colección.
En su restaurante “Casa Vieja”, don Daniel Santelices no sólo ofrece comida típica sino también parte de la historia del pueblo.
Las verdaderas vetas de oro de Rere están en su historia y su valioso patrimonio cultural. Al decir de uno de sus habitantes, el tiempo parece haberse detenido en el pueblo. Hay algo en Rere que no se puede explicar, sólo se puede sentir.
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Hoy en día la ruta del oro sigue más viva que nunca, pero ella no sólo se sustenta en la búsqueda de placeres auríferos, sino también en las innumerables tradiciones que se conservan en cada uno de las localidades y pueblos en los que algún día pasaron indios y conquistadores en busca del preciado metal que los convirtiera en verdaderos señores. En cada uno de estos pueblos quedan buscadores de oro que de tanto en tanto escudriñan las arenas de los riachuelos, vendiendo lo producido en las joyerías del gran Concepción. Estero que cruza el pueblo de Rere y en el cual hasta hace poco se extraía oro. La tradición cuenta que antiguamente era tal la abundancia del metal que muchas gallinas se tragaban las pepitas que habían en los patios de las casas guardándolas en su buche.
Al igual que en Talcamávida, en Rere encontramos a un amante de la historia del pueblo: don Luis Bermedo. En su casa reúne las antigüedades que ha podido recuperar durante su vida, como la rueda de carretilla que utilizaban los mineros del oro a comienzo del s. XX.
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El museo de Rere nos permite viajar a la época de oro del pueblo. Sin embargo, tanto en Rere como en otros pueblos de la zona fronteriza las casas-museos reflejan sin duda el esplendor de una época que intenta sobrevivir al paso de los siglos y que simbolizan el verdadero tesoro de una ruta que recién comenzamos a descubrir.
Luis Hernán Espinoza Olivares (Rere, 1963): Profesor de Historia y Ciencias Sociales, escritor e investigador. Ha publicado “Leyendas y tradiciones de la República de Hualqui” (1994), “ Rere, antigua grandeza” (1996), “Motel Caribe”(cuentos, 2000) y “Ojos de Rey Machuca” (novela, 2008). Actualmente se desempeña como profesor del liceo C-41 “San Juan Bautista de Hualqui”. El presente trabajo es una síntesis de la investigación “La ruta del oro en la zona fronteriza del Biobío”, proyecto financiado por el Fondo Nacional de Desarrollo Cultural y las Artes 2010.
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