Los grabados prehistóricos de la Cueva de Santa Cruz, en el término de Conquezuela (Soria)

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Los grabados prehistóricos de la Cueva de Santa Cruz, en el término de Conquezuela (Soria) Libro Homenaje al conde de la Vega del Sella Diputación Provincial de Asturias. Servicio de Investigaciones Arqueológicas Oviedo, 1.956 La Cueva de Santa Cruz. Localización y aspecto general

La Cueva de Santa Cruz se halla situada en el término de Conquezuela, kilómetro y medio a oriente de esta localidad soriana, en la zona meridional de la provincia limítrofe con la de Guadalajara. La ruta que nos conduce con alguna comodidad hasta la cueva, debe hacerse partiendo de la estación de Miño de Medinaceli, en la línea de Torralba a Soria. (Figura 1). Desde Miño hacia Conquezuela se toma un camino de herradura que discurre en 1

dirección Este-Oeste, a lo largo de los campos de cultivo y de los frescos pastizales contiguos a la vega. Por todo el flanco Norte se suceden ingentes formaciones de areniscas triásicas, elevadas en agudos mogotes hasta sesenta metros sobre el nivel de emergencia, muy afectadas por los trastornos geológicos y acusando formas redondeadas por la intensa acción de los agentes erosivos. A los tres kilómetros del punto de partida penetramos en la jurisdicción de Conquezuela, donde un compacto núcleo enriscado avanza hacia la vega, frente a una pantanosa laguna. Ambos determinan un sensible cambio de dirección en el camino, y salvados unos quinientos metros más, bordeando la estratigrafía basal, se llega frente a la ermita de Santa Cruz, emplazada a media altura en un rellano del accidentado talud y al pie de los enhiestos roquedales. El acceso de frente es difícil, por lo que procede avanzar algo más hasta la rampa lateral que habrá de llevarnos a la plataforma donde se asienta la citada ermita. Y contigua, en el frente enriscado, una gran cisura perpendicular acusa la rotura de la roca, presentando en su base amplios socavones de erosión que constituyen la entrada a la cueva del mismo nombre. Ya bajo la masa pétrea se destaca en alto un arcó de medio punto construido con sillería bien cortada, que se prolonga abovedando el primer tramo de la cueva. En el piso y costados son de notar pequeñas ampliaciones artificiales, todo lo ojal revela ser obra de época románica. Apenas penetramos en su interior se vislumbra el fondo del recinto; las paredes laterales no permiten expansión alguna, y a los nueve metros de iniciada la entrada se llega a una angostura de 0,90 metros de luz. Después se amplía brevemente en forma de lanza por ambos costados que se prolongan para converger a los 9,50 metros. En total mide la cueva una longitud de 18,50 metros. El piso ascendente muestra un perfil de rama de parábola ligeramente escalonada. Un hilo de agua la recorre en toda su longitud; tan breve caudal, producto de filtraciones pluviales, se recoge a los 7,25 metros en una pila de 90 por 80 centímetros, excavada en un desnivel hacia el centro del piso rocoso. En el centro del techo se dibuja longitudinalmente la otra rama de parábola que da unos ocho metros en la máxima divergencia. Desde las proximidades de la cueva se divisa en el centro de la vega la laguna de Conquezuela, cuyo extremo occidental y desagüe se ciñen a estas enriscadas formaciones. Al fondo limitan el horizonte los arranques de la divisoria entre Duero y Tajo con lomas y páramos barridos por todos los vientos. Sus cotas máximas llegan a 1.200 metros sobre el nivel del mar. Este significativo escenario natural, había de ser elegido por las tribus prehistóricas como lugar predilecto para plasmar, con sus primitivos recursos, las manifestaciones artísticas, cuyos son los frisos de insculturas que albergan las paredes de esta cueva. Los grabados rupestres Grupos parietales de la izquierda. Los pisos estratigráficos de la formación rocosa al ser cortados por la cisura de la cueva, presentan, a nuestro objeto, dos frentes macizos superpuestos en cuyos distintos planos se suceden notables agrupaciones de insculturas de diversidad técnica y estilística. 2

1—Penetrando siete metros a partir de la perpendicular trazada desde la visera que protege la entrada, y a una altura de 2,50 metros, se encuentran, en primer lugar, dos series de hoyuelos en forma de cazoletas, alineados de izquierda a derecha. Su diámetro oscila entre 25 y 40 milímetros. 2.—Seguidamente aparece la primera banda de figuras humanas, las más altas de 3 metros sobre el piso actual, en el orden siguiente :

Un antropomorfo esquemático reducido a un eje que sintetiza tronco y piernas, cruzado por brazos arqueados. Está aislado y sin aparente relación con los temas próximos. Más arriba, hacia el interior, destaca una significativa figura, a grandes rasgos bitriangular, de carácter femenino, muy parecida a los idolillos más simplificados de tipo almeriense, de la que encontramos también paralelos estilíticos en el círculo cultural de Troya y el Egeo así corno en el área de la gran cultura megalítica. A la derecha, tres notables esquematizaciones humanas acéfalas, con los brazos abiertos y en flexión que deja las manos a la altura de los hombros, evidencian una solemne actitud ritual de tipo mágico-religioso donde toda forma concreta se sacrifica en aras de una expresiva versión intelectualista. Aunque pertenecen estas tres figuras, con la precedente, a un mismo criterio artístico de movimiento de masas más que de líneas o surcos, presentan algunas variantes en el tamaño y detalles que intencionadamente pretenden asignar a cada figura una determina función. En la primera de estas figuras, el brazo derecho termina en horquilla, queriendo representar con ello, más que una mano bífida, la exposición en alto de algún objeto ritual. La segunda es de traza simétrica y no ofrece distintivo alguno. La tercera de mayor tamaño (24 cm. de altura), y de ejecución más meticulosa, perfila un haz de músculos en hombros y antebrazo. Acusa en síntesis la mano izquierda, en tanto que la derecha se prolonga y ondula hacia arriba como cola de reptil. En ésta, como en las restantes del grupo, el tronco remata en amplia peana que comprende las extremidades inferiores, sin acusarlas, acaso bajo un faldellín o indumento ceremonial. Las figuras se ven ordenadas intencionadamente buscando cierta perspectiva lograda por la situación y tamaño de cada una, acorde con su respectiva dignidad. La de primer término corresponde, sin duda, a un personaje extraordinario, oficiante en esta ceremonia funerario-religiosa, ya que a sus pies vemos tendido, como difunto, un ser humano de mayor realismo, con brazos arqueados y encogido de piernas, por excepción con la cabeza definida, que se prolonga con un apéndice contiguo indeterminable. 3

Interpretada así la escena, la segunda figura sería un ayudante del mago o sacerdote que tiene abajo, a su derecha, un signo curvado, como elemento ritual. La figura de segundo término, entre las dos primeras y el ídolo, vendría a representar un allegado del difunto o de la víctima propiciatoria. Completan este grupo las series de cazoletas que, en orden variable, están distribuidas, en su mayor parte, al pié de las figuras descritas. (Lám. II; figura 4). 3.—El último tramo de esta banda, se ve animado por una composición integrada por veintitrés esquematizaciones humanas en su mayor parte femeninas, grabadas en frontalidad plena.

El más ligero examen del conjunto nos advierte de la existencia de agrupaciones de diversa significación, aparte de algunos elementos desconectados de las escenas fundamentales correspondientes a otra fase estilística. En el centro del primer grupo campea un varón hercúleo, de 14,5 centímetros de altura, en actitud simiesca, en el que el artista ha procurado dar mayor naturalismo a la figura mediante un grabado-silueta en el que exalta la musculatura, acusa el sexo y dibuja los pies en aguda visión frontal de marcha. Relacionada con esta figura queda a la izquierda una pareja de mujeres cogidas por el brazo a la altura de los hombros. La más próxima parece ofrecer al varón un objeto que, por su forma, podría representar un útil de trabajo agrícola. A la derecha, otra mujer de menor tamaño toma parte en la escena. La expresión serena de estas figuras contrasta con el grupo inmediato en el que, todas ellas con los brazos en alto, parecen danzar a un mismo ritmo. En primer lugar se advierte un varón con el tronco flexionado, enfrente de una mujer; ambos tienen la particularidad de elevar muñones en vez de brazos. A continuación, sobre el grupo de la derecha, aparece la simbólica aspa, y en el centro de la escena, destaca una figura de mujer adulta de 21 centímetros de altura, en la que, al igual que al grabar el varón de la primera escena, se ha procurado acusar su musculatura y caracteres femeninos. Al lacio, una figura masculina forma irregular pareja por su menor tamaño y alterna posición de los brazos. A derecha e izquierda danzan a un mismo ritmo, con expresiva actitud de brazos y piernas, un grupo de mujeres jóvenes. En el ángulo inferior derecha queda parte de otra mutilada figura masculina, y un ancoriforme que por su expresión tranquila parece desligado de cuanto acontece en el grupo. 4

Estos conjuntos de idéntica técnica y estilo, grabados diestramente con pico de cuarzo o pedernal y dando mayor corporeidad a las figuras más significativas, se amplían con otras de mayor esquematismo y rigidez lineal, cuyo surco en V fue trazado con agudo buril o lasca de piedra capaz de grabar en la roca arenisca por frotamiento o repetida incisión. . De éstos tenernos a la izquierda dos figuras masculinas y, además, sobre el corpulento varón ya citado, un notable grupito de otros tres íntimamente relacionados. Curioso es el de la derecha por llevar un sombrerete; único caso entre tanta figura, de cabeza cubierta corno adorno circunstancial o distintivo jerárquico. Y más a la derecha, a la misma altura, con el tronco estrangulado y roto, queda otra figura asociable a este último grupo, esculpido con técnica de abrasión, por lo que las consideramos anteriores a las escenas de mayor dinamismo ya descritas. Pueden apreciarse todavía en el costado izquierdo, como dos piernas arqueadas y un apéndice, pertenecientes a una figura horizontal incompleta por lascado de la roca, y algunos hoyuelos dispersos entre las representaciones humanos. (Lám. II; figura 5). Parece evidente que estos expresivos conjuntos responden con su actitud a manifestaciones faústicas o religiosas, a ritos de fecundidad o a expansiones orgiásticas. Para una y otra interpretación contamos en cada escena con elementos significativos. 4.—Sin pasar más adelante, debajo de los grupos II y III aproximadamente entre ambos, y en la cara del estrato inferior, se hallan otras agrupaciones de cazoletas, y seguidamente, a 1,83 metros del piso de la cueva, un grueso surco mixto, indeterminable, en cuyo extremo superior se ha insculpido un cazoleta. Otras se extiende más altas en corto número, y a la derecha una singular representación femenina, deja presumir una divinidad a la que clan carácter sus menudas y arqueadas piernas, sus senos y cortos brazos arrancando en estilización rameada, con ritmo uniforme, del alargado e inexpresivo tronco. La parte de la cabeza se ha perdido por desmoronamiento del borde de la roca, y de la cintura arranca alargada para apoyarse en el pecho, una insignia, acaso distintivo de dignidad. Mide 23 centímetros de altura. (Lám. III; figura 6).

5.—Este friso queda interrumpido por una breve angulosidad de la roca cortada en diedro. Salvado éste, encontramos otra agrupación de grabados antropomorfos y serpentiformes hacia la angostura donde está la pila rupestre que recoge las filtraciones encauzadas por la roca. Esta serie de grabados se desarrolla en una extensión de 90 centímetros. El detenido examen nos revela en primer término una esquematización humana de 16 centímetros 5

de altura, reducida a un eje y dos trazos curvos para representar hombros y brazos. A sus pies aparecen dos barras verticales, la más próxima ganchuda, y a su alrededor se amplía la escena con seis reptiles grabados con surco sinuoso. A ambos costados, en la parte superior, quedan dos figuras antropomorfas de idéntico estilo. La primera se grabó con un eje por tronco terminado en arqueadas piernas; los brazos se apoyan en el eje acéfalo con mayor abertura. Una serie de cazoletas alineadas cruzan la figura afectando una de ellas a la base del tronco. De la segunda figura sólo queda la mitad inferior acusando parte del tronco y extremidades. Algunas cazoletas más se desparraman por el grupo, según puede apreciarse en la figura 7 de la lámina III, que lo reproduce en su totalidad.

6.—Seguidamente, en plano algo más bajo, aparece otro grupo de insculturas componiendo dinámica escena de 73 centímetros de amplitud en la que todo parece agitarse en torno a la figura humana que centra la composición. Esta figura de 21 centímetros de altura, adopta una posición vigorosa, ostentando en los brazos abiertos en cruz, sendos objetos ovalados de distinta significación, aunque a simple vista parecen escudos. El primero podría traducirse como un arco sujeto por la mano derecha; el segundo tiene en su campo pequeños trazos grabados componiendo una especie de careta cuya significación en este caso es difícil precisar. El tronco robusto, sin acusar el sexo, termina en una cabeza melenuda sobre la que un surco anguloso parece completar la cabeza o su atuendo. Las piernas se desarrollan articuladas en uve doble; la izquierda remata en un ensanchamiento ovalado que simula el pié, y la derecha se confunde con un reptil que, enfrente, con la cabeza erguida se ondula vivamente en posición de ataque. Evidentemente el hombre se apresta a la lucha poniendo en juego sus complicados pertrechos.

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Los grabados según Gómez Barrera

De la cola del reptil, hacia la izquierda, arranca una figura sinuosa que pudiera representar otro reptil. En el centro de la curvatura lleva un abultamiento; el extremo opuesto se ve desfigurado por una cazoleta grabada con posteridad. Sigue arriba un ancoriforme de 13,5 centímetros de altura, con el tronco prolongado en quebrada extremidad, a la que, a pesar de haber absorbido en su típico grafismo los trazos de las piernas, se le ha dado un expresivo movimiento hacia el grupo central. Debajo, un objeto alargado se dobla en círculo en un extremo, como un lazo o cayado relacionado con esta escena de lucha. En alto, sobre la figura central y prolongándose hacia la derecha, se esquematiza un animal de 35 centímetros de longitud con cuello esbelto y flexionado. La cabeza y extremidades se bosquejan sumariamente con expresión dinámica de cuadrúpedo aunque carece de elementos concretos para poder determinar su especie (Lam IV, figura 8). Algunos hoyuelos de distintas formas y tamaños rellenan los temas grabados en esta singular escena, de cuyo conjunto descartamos un signo cruciforme inscrito en un círculo, bien destacado a la izquierda del grupo, cuya técnica y pátina nos permiten disociarla de las series prehistóricas, aunque sí le concedemos antigüedad suficiente para considerarlo como viejo indicio de cristianización de este lugar, en el que indudablemente venían realizándose prácticas religiosas primitivas. Sin embargo no excluimos la posibilidad de que este símbolo pudiera tener idéntica significación a la que se asignó a otras similares grabadas en la extensa zona ligada a la cultura megalítica cristiana. 7

El tema fundamental desarrollado en los grupos V y VI descritos, nos lleva a considerar el lugar como sede de una nueva ofiussa o tierra de serpientes. Su presencia escenificada, parece darnos con su abundancia y la expresiva actitud de las representaciones humanas, la doble faceta de adoración y de lucha, que resume, al fin, dos aspectos de la mitología oriental arraigados en las tradiciones culturales mediterráneas, introducidos en la Península y conservados en Noroeste hasta los tiempos históricos. Grabados parietales de la derecha Volviendo hacia el frente rocoso que constituye la pared derecha de la cueva, encontramos una banda de cuatro metros de longitud por 1,70 metros de anchura en la que, a 1,25 metros del piso se destaca insculpida una sorprendente cantidad de cazoletas y algunas figuras antropomorfas en distinto grado de esquematización. Esta banda se halla perdida en sus comienzos al interior, por alteración de su superficie, acaso rota intencionadamente de antiguo para dar más amplitud a la angostura de la cueva. Las cazoletas se encuentran alineadas, en grupos o aislados rellenando todo el espacio libre y aun superponiéndose, según puede apreciarse en la foto directa de la lámina V; figura 10.

En la reproducción de este frente que ofrecemos en la lámina V; figura 11, puede verse la situación de las figuras humanas y sus agrupaciones escénicas. Para mayor claridad hemos prescindido de la monótona masa de cazoletas, reproduciendo solamente las que se encuentran en torno a las figuras por la posible relación que pudieran tener con las mismas.

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7.—De izquierda a derecha, en la mitad inferior, se encuentra un grupo de cuatro estilizaciones humanas de tipo ancoriforme, más una barra como eje de otra que parece no llegó a terminarse. En las dos más altas el surco logrado por abrasión es decidido y profundo. En las inferiores el picado es superficial y vacilante. Ello revela que dentro de una misma concepción ideológica y artística, se aplicaron ambas técnicas, acaso por distinta mano. En la lámina IV, figura 9, reproducimos este grupo con las cazoletas en torno, que vienen a enlazar con cuanto sigue, prolongándose hasta el final del friso.

8.—En orden ascendente se presentan ahora, escalonadas, cinco representaciones humanas con los brazos en idénticas actitud de adoración. La primera lleva superpuesta una cazoleta que prolonga la mano derecha; el cuello y cabeza son erguidos y el tronco se reduce a un eje que remata en un muñón circular para interpretar el faldellín. La segunda y tercera, muy próximas y de cabeza lobulado, difieren por la longitud de los brazos y porque una termina en muñón como la anterior, y en la otra, el tronco, se reduce a un eje vertical en cuyo extremo se grabó posteriormente tila cazoleta. A la derecha, sobre la mano izquierda de esta figura se aprecia un ángulo de surco fino y profundo que puede representar un objeto simbólico ritual. Centra el friso una excepcional figura de 25 centímetros de altura, en cuya ejecución se ha cuidado de perfilar la mano derecha, caderas y piernas apodas. La cabeza 9

descomunal como las otras tres del grupo, arrancan, sin cuello, desde los hombros. En la mano izquierda soporta un enmangado instrumento de aplicación bélica o laboral, terminado en tres garfios, del que cuelgan especie de ataderos en rectángulo, como para transportarlo al hombro o facilitar su manejo. El conjunto se ve afectado por cinco cazoletas grabadas posteriormente. A continuación sigue escalonada la quinta figura de esta serie de cabeza lobulada. Los brazos se refuerzan en el extremo para acusar las manos; el tronco se apoya en un compendio de faldellín en forma de peana que, a su vez, abarca las piernas y los pies. Debajo quedan dos grabados más, reducidos a dos barras; una oblicua y puntiaguda y otra de sintético perfil antropoide. Por último, queda en alto una compleja escena formada por cuatro figuras humanas, tres de las cuales, compenetradas como individuos afines, acusan su dinamismo en la contorsión de los troncos que en eje único absorben las extremidades inferiores. Más allá, un trazo curvado y puntiagudo, como asta de un bovino destinado a arma o recipiente, pone fin a esta composición. En la prolongación de los brazos de este grupo, se adivina un sencillo armamento de palos y cayados y su impulso agresivo parece dirigirse contra otra figura que huye delante de ellos. Esta se articula con buen arte y tensión de movimiento se ha logrado plenamente en la posición del tronco y grabado excepcional de brazos y piernas. En esta escena se ha pretendido conservar, seguramente, el recuerdo vivo de algún episodio memorable acaecido a la familia o a la tribu. (Lámina V; figura 11). Los múltiples hoyuelos o cazoletas que se intercalan entre las figuras, superponiéndose a veces en las mismas o formando grupos y alineaciones, llegan a ocupar todos los espacios libres del friso. Sobre estas cazoletas, se han sostenido, como es sabido, teorías muy diversas por los arqueólogos y etnógrafos. Hay quien las considera como objetos rituales relacionados con el culto a los muertos; otros ven en ellas un motivo de culto astral; signos de escritura ógmica o hemisférica, y síntesis antropomorficas. Con relativa certeza para algunos lugares, no faltan quienes ven en ellas un incipiente sistema de contabilidad, o un calendario lunar, sin que tengamos en cuenta otras opiniones menos sólidas. Ahí quedan con su interrogante, sin que nos satisfaga aplicarles alguna de las interpretaciones formuladas y sin que contemos con elementos de juicio suficientes para atribuirles una significación nueva y concreta. Relaciones estilísticas. - Cronología. Notas finales Los grupos de grabados descritos vienen a ampliar el área de los estudiados por Cabré en la zona meridional de esta misma provincia y en las limítrofes de Guadalajara y Segovia. Aunque estilísticamente tienen ciertas afinidades y paralelismos en las figuras tipo, acusan también diferencias y novedades que nos obligan a buscarles entronque lógico en las pinturas rupestres esquemáticas de las serranías hispanas y paralelos evidentes en las insculturas dolménicas. Todo ello viene a confirmar la existencia de un círculo artístico de pinturas y grabados en estas comarcas centrales en el que se compenetran las supervivencias neolíticas y la vigorosa corriente del Bronce Mediterráneo. Esta cultura, con su modalidad hispana, irrumpe por el alto Jalón para irradiar hacia estas tierras de altura, en las que tantos testimonios vamos descubriendo como exponente de la organización social y preocupaciones espirituales del pueblo que representan. 10

Es precisamente en esa etapa cultural del Bronce, aproximadamente comprendida entre los años 2.000 y 1.700 antes de J. C. donde situamos estas producciones de arte esquemático, cuyo valor representativo supera las dificultades materiales y la pobreza de recursos. La cueva de Santa Cruz carece de condiciones para ser elegida como vivienda temporal o permanente. En su angostura no puede pretenderse comodidad alguna. Los vientos circulan silbando en las grietas de la cortadura. Las lluvias se filtran bañando las paredes y anegando el piso. Sin embargo, su situación corno ventanal abierto frente a la mansa laguna y a las circundantes tierras fecundas, nos explican su situación privilegiada corno lugar predilecto de culto para unas tribus de economía pastoril y agrícola, siguiendo los mitos y tradiciones del mundo mediterráneo, heredados de Oriente. Así podernos suponer celebraciones de adoración a la diosa Madre; de homenaje a los muertos y, dentro de una misma línea de pensamiento mágico-religioso, la veneración del toro y de la serpiente, cultos hondamente arraigados en diversas regiones de la Península. Estas prácticas religiosas primitivas debieron mantenerse en auge a lo largo de los siglos. Ya iría avanzada nuestra Era cuando para desterrar los ritos paganos hubo de exaltarse la veneración de la Santa Cruz. En las fechas de la tardía cristianización del lugar, abierto como una flecha hacia el cielo, se cubrió en parte, según puede deducirse de las muescas trabajadas en la roca para asiento de una elemental techumbre de madera. La devoción creciente a la Santa Cruz debió reclamar posteriormente un espacio más digno, y a tal fin se amplió el costado derecho de la entrada, se allanó el piso y se recortó el fondo en semicírculo para darle un aspecto de planta románica. La cubierta se estructuró ahora más alta con claro sentido arquitectónico, mediante una bovedilla de medio punto, de 1,80 metros de luz, de la que quedan todavía cuatro metros de su longitud y cuyos sillares se apoyan en una escotadura tallada a lo largo de las paredes de la cueva. Serían las postrimerías del siglo XII. Estas obras, que poco a poco fueron dando amplitud y excelencia al culto cristiano, anularon por completo la estratigrafía del piso de la cueva y sus proximidades. En cambio, al rebajar el piso, quedaron los grabados más visibles alejados del alcance de la mano, por lo que, salvo los desperfectos producidos por el tiempo, han llegado hasta nosotros muy completos. En los tiempos modernos la ermita rupestre salió al exterior. En el rellano contiguo a la cueva se levantó sobre espaciosa planta. La nueva ermita fue consagrada bajo la advocación de la Virgen de la Santa Cruz; trasunto emotivo de un culto cuatro veces milenario tributado en estos parajes a la Gran Madre por las tribus de la primitiva Edad del Bronce, afincadas codiciosamente en tomo a la laguna de Conquezuela. Nota: en http://www.soriaymas.com se ha publicado una serie sobre esta covacha de Conquezuela y entorno, bajo el título LOS ENIGMAS DE CONQUEZUELA. Asimismo una veintena de fotografías de la misma pueden verse en http://www.facebook.com/album.php?aid=38823&id=155240374516370

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