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Los Partidos Políticos Estudio introductorio
Ángel Rivera Granados Leopoldo Martínez Herrera
P L B C XXI L MESA DIRECTIVA
1 de febrero al 31 de mayo 2015
Presidente D. F A G L Vicepresidente D. L T R Secretario D. R L R Prosecratario D. J C V C Secretario Escrutador D. I M M INSTITUTO DE OPINIÓN CIUDADANA, ESTUDIOS ECONÓMICOS Y SOCIALES Director General M. M R L Coordinación de Investigación y Estudios M. Á R G Coordinación de Administración C.P. R O R Área Técnica M. J M G P B L. R T H COMITÉ EDITORIAL D. V A E V D. J F G MD D. M D P O G M. J A S S Primera edición: Febrero de 2015 © Ángel Rivera Granados y Leopoldo Martínez Herrera D.R. Poder Legislativo de Baja California ISBN: 978-607-8319-03-9 Edición: RR Servicios Editoriales Formación y diseño editorial: Editorial Artificios / RR Servicios Editoriales Diseño de portada: Editorial Artificios / RR Servicios Editoriales Impreso y hecho en México Prohibida su reproducción por cualquier medio mecánico o electrónico sin la autorización escrita del editor.
Los Partidos Políticos Estudio introductorio
Ángel Rivera Granados Leopoldo Martínez Herrera
Poder Legislativo de Baja California XXI Legislatura Instituto de Opinión Ciudadana, Estudios Económicos y Sociales
Índice Presentación (7) Introducción (9) Primera parte
O Etimología y desarrollo del vocablo “partido”. (17) Origen de los partidos políticos. (26) Definición de partido político. (32) Características y funciones de los partidos políticos. (41) Tipología de los partidos políticos. (47) Hacia nueva tipología. (63) La organización de los partidos políticos. (71) Segunda parte
L Conceptualización. (87) Tipología de los sistemas de partidos. (94) Diversos enfoques para el estudio de los sistemas de partidos. (98) Características de los sistemas de partidos. (108) Tercera parte
E Democracia, elecciones y partidos políticos. (121) Sistemas electorales y sistemas de partidos. (147)
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Partidos políticos y grupos de presión. (160) Partidos políticos y militancia política. (170) Teorías justificativas y no justificativas de los partidos políticos. (183) Crisis y perspectiva de los partidos políticos. (193) Referencias (206) Semblanzas de los autores (209)
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Presentación Es indiscutible la importancia que los partidos políticos tienen dentro de la teoría política moderna, y es válido decir que la democracia de nuestro tiempo sólo es concebible en función de ellos, más aún, han sido los creadores del sistema democrático de gobierno. El papel del partido político en el estado moderno es sustancial para la justificación de la autoridad política, del reclutamiento y remoción de los dirigentes, de la movilización de la opinión, la ordenación de la política pública y el equilibrio de los intereses de grupo. Por otra parte, el nivel de la lucha por el poder se desarrolla a través de los partidos, como formas de la vida social, pues se derivan de la estructura de clases de la sociedad, respondiendo a sus intereses ideales y materiales. El partido político viene a ser la institución que hace posible la convivencia humana y la lucha política dentro de un estado de derecho. El presente trabajo trata de la evolución de los partidos políticos en el mundo moderno, su práctica y quehacer en la actividad política; su organización; su relación con sus pares; su significancia en el sistema político; sus implicaciones con los sistemas electorales, etc. Se profundiza, sobre todo, en los elementos que lo identifican como instituciones permanentes e imprescindibles de la sociedad contemporánea. Con esta publicación, el Instituto de Opinión Ciudadana, Estudios Económicos y Sociales del H. Congreso del Estado de Baja California, espera dar respuesta a las sugerencias de varios legisladores, en el sentido de elaborar estudios que tengan como propósito contribuir a la 7
divulgación de la cultura democrática en nuestro estado a través de la información y los elementos básicos para el conocimiento de los sistemas políticos y electorales. Manuel Real Lizardi.
Introducción En la antigüedad, los griegos y romanos podían precisar, orientar, discutir y resolver los asuntos de la cosa pública en asambleas donde se reunía todo el pueblo; era éste quien directamente gobernaba. En la actualidad, el gobierno directo no es posible de ser llevado a cabo en la mayoría de los Estados, por diversos motivos. La gran extensión territorial que presentan los Estados modernos impide la reunión de todo el pueblo en una asamblea; por otra parte, un conglomerado tan numeroso no tendría la necesaria claridad para tratar los problemas comunes; otra dificultad sería la creciente estructura demográfica que dificultaría cada vez más el gobierno directo; además ¿en qué espacio podría realizarse este acto multitudinario? En vista de lo anterior, actualmente los Estados han adoptado la forma de gobierno democrático representativo como un medio para que el pueblo pueda seguir rigiendo su destino. La representación popular se opone al despotismo en el que el pueblo no designa a sus gobernantes y al régimen directo en el que se gobierna aquél a sí mismo. La evolución del concepto pueblo al concepto nación, contribuyó a la formación del régimen representativo. Cuando el conglomerado humano adquiere un pasado histórico común, solidaridad interna en el presente y un programa de vida para el futuro, se convierte en nación. La democracia representativa, de aliento liberal, ha experimentado una transformación radical que lleva de lleno al problema de los partidos políticos. En los países 9
desarrollados la universalización del sufragio masifica el ejercicio de la función electoral y hace necesaria la existencia de instituciones que encaucen la participación. Al irse ampliando el ámbito de validez del derecho a votar e ir desapareciendo los criterios censitarios y culturales que lo restringían, la tarea de elegir a los representantes se les fue confiriendo a las masas. Más aún, conforme la división funcional del poder público se arraigó en la estructuración del gobierno y, por ende, el órgano legislativo cobró mayor incidencia en el proceso decisorio, se necesitaba el establecimiento de una institución que coordinara a los grupos parlamentarios y los ligara a ciertos compromisos ideológicos y pragmáticos, también grupales. De esta forma, el sufragio que tiende a extenderse a todo el pueblo, la importancia que cobra el legislativo y el derecho de asociación, dieron a luz a los partidos políticos, de modo que en la democracia contemporánea el pueblo organizado como electorado es movilizado e inducido para la acción política por las instituciones partidarias. Sin embargo, las normas jurídicas ex profeso no recogieron de inmediato a la institución, sino que los partidos se desarrollaron como instrumentos articuladores, al margen del Derecho y hasta con la hostilidad de los gobernantes, porque la vieja concepción impedía que entre el ciudadano y el gobierno mediara otra entidad. El liberalismo individual estimaba que la democracia representativa sólo podía darse si el individuo directamente elegía a los funcionarios sin intermediación ninguna. De este modo, en la Francia burguesa, por ejemplo, se prohibió el derecho de asociación, declarándose ilícita a toda asociación y, so pretexto de igualitarismo, a los 10
sindicatos obreros y a las agrupaciones patronales. Sin embargo, y aunque no se trataba de asociaciones con personería, en el seno de los parlamentos, los legisladores se reunían en torno a un político o a una idea, con miras a lograr mayor fuerza. En la política fuera del parlamento no eran raros los clubes políticos, dada la necesidad de que no obraran aislada y descoordinadamente los que luchaban por los intereses. En un segundo momento, como consecuencia de los movimientos sociales del siglo xix, los textos fundamentales de las democracias liberales otorgan o reconocen el derecho de asociación y, por lo tanto, el de organizar partidos políticos, como asociaciones políticas que son, más no se consagra un régimen expreso y específico para ellos. En este momento, la formación, organización y funcionamiento de partidos es un fenómeno reservado a la órbita de los particulares y no de lo público y, por tanto, del Derecho. Esta abstención normativa se explica ideológicamente porque se consideran a los partidos políticos, síntomas de insania política, de patología política. No obstante, la política de masas que va originando la democracia basada en el sufragio universal, y la diferenciación a que va dando lugar el desarrollo económico, se canaliza a través de los partidos, de suerte que la legislación tiene que empezar a reglamentarlos. La importancia de los partidos en el proceso político de las modernas democracias ha sido causa para que algunos estudiosos establezcan opiniones encontradas y a favor de aquellos. Así se tiene que se habla de partidocracia o partitocracia, como democracia degenerada en el poder oligárquico de uno o más partidos políticos. El Estado partitocrático es aquel en el que el poder resulta 11
monopolizado (más o menos legítimamente) por un partido o una pluralidad de partidos coaligados. La partitocracia a las tendencias oligárquicas de los partidos modernos no permitió más que se pospusiera su control normativo, así, se atribuyeron al Estado facultades de control interno y externo en materia de partidos, de modo que se reconoce su existencia jurídica, se evalúan sus principios y programas, se conoce su gestión financiera y hasta se interviene en la nominación de candidatos. Por las funciones que desempeñan los partidos políticos, la democracia liberal se ha agilizado, porque las decisiones políticas verdaderamente trascendentes son tomadas por los funcionarios del Estado y los altos dirigentes. Los partidos políticos afectan el funcionamiento interparlamentario y hasta la división trilógica del poder público. De este modo, por ejemplo, puede decirse que el bipartidismo puede separar al Ejecutivo del Legislativo, si un partido logra la titularidad del primero y otro la mayoría en el segundo. A la inversa, pueda acercar a los dos poderes, si un solo partido obtiene la mayoría parlamentaria y la titularidad del Ejecutivo. Los partidos con disciplina rígida pueden trastocar la teoría clásica de la representación política y la oposición partidaria. Los sistemas electorales, como conjunto de normas y principios que regulan el voto ciudadano y su eficacia para elegir a los titulares de los órganos del Estado, repercuten en el régimen partidario de un sistema político. Hoy, los partidos políticos con todos los criterios de sus opositores son instrumentos indispensables; sin partidos políticos el funcionamiento de la representación política, es decir, de la base misma de las instituciones democráticas, es imposible. 12
El objetivo primario de este libro es mostrar y estudiar los elementos constantes y permanentes que identifican a los partidos políticos, es decir, los principios que son esenciales para la existencia y reconocimiento de estas instituciones políticas. Por principios no entendemos ideas o ideales abstractos, eternos, sino arreglos institucionales concretos que fueron inventados en determinados momentos de la historia y que, desde entonces, se ha podido observar su simultanea presencia en todos los partidos políticos descritos como modernos. Esta modernidad inicia, como lo señala el profesor Duverger, a partir de la segunda mitad del siglo diecinueve, y en algunos países como Gran Bretaña y Estados Unidos, esos arreglos permanecen desde su primera aparición. Este libro no aspira a discernir la esencia definitiva o el último significado de la existencia de los partidos en el seno de la sociedad; se dispone meramente a aclarar las propiedades y efectos de una serie de instituciones que han fortalecido la pervivencia y mantenimiento de los partidos políticos. A través del análisis comparado a los tratados de los diversos autores que han aportado sus reflexiones para crear una teoría general de los partidos políticos –la cual no está acabada–, hemos seleccionado los temas y explicado sus aportaciones más sobresalientes y que consideramos más convenientes para una comprensión básica y fundamental en la introducción al estudio de las instituciones que, sin duda, constituyen las fuerzas incentivas de la vida política en una democracia constitucional, esto es, los partidos políticos
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Primera parte
Origen y desarrollo de los partidos
Etimología y desarrollo del vocablo “partido” El estudio de los partidos debe comenzar con el análisis del lenguaje, porque éste es la base en la que se edifica toda la estructura posterior de una teoría sobre los mismos. El vocablo “partido” viene del verbo partire, que significa dividir. La palabra no se incorpora al léxico político sino hasta el siglo xvii, lo que implica que no se incorpora a la literatura política directamente del latín. Por otro lado, al analizar la palabra “partido” también hay que considerar el término “secta”, derivado del latín secare que significa separar, cortar o dividir, como vocablo que está vinculado de manera importante a la palabra “partido” y que, por ende, debemos examinar. El vocablo secare apareció en el horizonte lingüístico antes que partire y, debido a que tenía un significado muy similar a este último término, la palabra “partido” fue utilizada en forma más suelta e imprecisa. La sociedad erudita de tiempos antiguos, ya sea que hablara italiano, español, francés, alemán o inglés, comprendía su terminología por conducto del latín (y el griego), y por consiguiente, la derivación etimológica de la palabra partido desde partire, esto es, desde partición, no escapó en lo absoluto a los escritores de los siglos xvii y xviii. Sin embargo, el término “parte” había perdido hacía mucho tiempo su connotación inicial. Surge en el francés, como partager, que significa compartir, y en el inglés como partaking (participación). Posteriormente, cuando “parte” se convierte en “partido” el 17
término se vuelve ambiguo y significa, como derivación de partire, “dividir”, pero por otro lado, también significa compartir como consecuencia de la vinculación como participación. Debe señalarse una complicación, cuando el término “partido” iba ingresando en el vocabulario de la política, el término “secta” iba saliendo de él. Durante el siglo xvii, el vocablo “secta” pasó a ir unido a la religión, y especialmente al sectarismo protestante, por esto, la palabra “partido” adquirió gradualmente el significado que anteriormente expresaba –en el terreno político– la palabra “secta”, y esto vino a fortalecer la asociación del término “partido” con la idea de ruptura y participación. Fue en estas condiciones que “partido” y “facción” comenzaron a confundirse. Según nos dice Sartori, etimológicamente “facción” y “partido” no significan lo mismo. “Facción” es una palabra más usual y cimentada que “partido”, viene del verbo facere que significa hacer, actuar, y con el tiempo llegó a significar, en los textos latinos, un grupo político con inclinaciones desestabilizadoras y nocivas (Sartori, 1992). La anterior explicación aclara bastante bien porqué la palabra “partido” tuvo desde un principio una carga menos negativa que el vocablo “facción”, aunque en el lenguaje coloquial y en el de la literatura política se usaban como sinónimos. Así, durante el siglo xviii, los grandes pensadores políticos y los hombres de Estado satanizaron el “partido” equiparándolo con la “facción”. Acababa de iniciarse la segunda mitad del siglo xviii, cuando Voltaire afirmó en la enciclopedia: “El término partido no es, en sí mismo odioso; el término facción siempre lo es, un partido es una facción, un interés o una fuerza que se considera opuesta a otra”. De esta forma, 18
Voltaire no hace más que reflejar las ambigüedades y las perplejidades de todo el siglo xviii. Si al leer las diversas obras al respecto prestamos atención a lo que dice exactamente, cuando quiere que los dos términos no se utilicen en forma intercambiable, la diferencia consiste en que el de “facción” se aplica a un grupo concreto, mientras que el de “partido” constituye una medida mucho mayor, una participación analítica, una imagen mental, en lugar de una identidad concreta. Y ello explica por qué la distinción se ve rápidamente difuminada y no se sostiene. Si la “facción” es el grupo concreto y el “partido” es la agrupación abstracta, la referencia al mundo real hace que ambos sean indistinguibles. El primer autor importante que escribió extensamente acerca de los partidos fue lord John Bolingbroke (1735), contemporáneo de Montesquieu y miembro del parlamento inglés. La actitud de Bolingbroke es la siguiente: “El gobierno de un partido debe siempre terminar en el gobierno de una facción... Los partidos son un mal político y las facciones son los peores de todos los partidos”. Podría parecer que, en este caso, Bolingbroke establece sólo una diferencia de grado; mientras que la facción es peor que el partido, ambos problemas pertenecen a la misma familia. Pero deja bien claro que la diferencia también es de especie, pues los partidos dividen a un pueblo “por principios”. Así, según este autor, existe una diferencia real y no nominal entre los “partidos nacionales” del siglo xvii, que reflejaban una verdadera “diferencia de principios y proyectos” y las divisiones de su época, en la que ya no se trataba de los “intereses nacionales”, a los cuales “se convierte en subordinados de los intereses personales” lo cual es “la verdadera característica de 19
la facción”. Claro que Bolingbroke, dice Satori, también utiliza los términos de partido y facción de forma intercambiable, como si fueran sinónimos. Pero esto suele coincidir con su argumento de que la degeneración de los partidos en facciones es algo inevitable, y cuando ambas cosas se fusionan, también deben fusionarse los términos (Sartori, 1992). Debe reconocerse que la idea de Bolingbroke de partido es un tanto ambivalente, pues depende de que se refiera a los partidos de la Gran Rebelión que llevaron a la Constitución establecida en 1688 o al “partido del país” de su época, esto es, el partido que él mismo representaba. Su posición con respecto a este último es interesantísima. Por una parte, casi llega a legitimarlo, pues “el partido del país debe estar autorizado por la voz del país. Debe formarse con arreglo a principio de interés común”. Por otra parte, Bolingbroke se apresura a añadir que el partido del país se le “califica incorrectamente de partido. Es la nación que habla y actúa en el discurso y la conducta de determinados hombres”. El partido del país es –aunque sólo sea para la situación de urgencia– una necesidad: una necesidad en pro de una buena causa. Bolingbroke reconoce que existen partidos “que debemos tener” pero se trata sólo de los partidos, o de la coalición de partidos que combaten a los enemigos de la Constitución. Así ocurre con el partido del país, que defiende a la Constitución contra la usurpación de ésta por la facción de la Corte (que verdaderamente es una “facción”). Así, el partido del país no es un partido entre otros, sino –como implica el propio término– el país contra la Corte, los súbditos contra el soberano que actúa en contra de ellos. Si el rey no hace nada malo, si reina 20
con el parlamento como prescribe la Constitución, entonces el país no tiene ningún motivo para convertirse en partido. Por tanto, aquí tenemos la idea de un partido que no es partido, esto es, de un partido cuyo fin es acabar con todos los partidos. De hecho, ése es el objetivo de Bolingbroke. Resulta justo concluir que Bolingbroke era adversario de los partidos. Como el gobierno de los partidos termina siempre en el gobierno de las facciones, y como los partidos surgen de las pasiones y de los intereses, y no de la razón y la equidad, de ello se sigue que los partidos socavan y ponen en peligro el gobierno constitucional. Su ideal era el de la unidad y armonía. Pero Bolingbroke sí estableció mejor que nadie antes que él, una distinción entre facciones y partidos. Y su largo y apasionado análisis, vuelto a exponer en múltiples obras, atribuía vigorosamente un primer plano a los partidos y obligó a sus contemporáneos y sucesores a enfrentarse con el problema. El primer pensador político que realmente desenmarañó la confusión terminológica y conceptual que rodeaba la palabra “partido” fue Edmund Burke (1729-1797), quién casi tres décadas posteriores a Bolingbroke, estableció que mientras el partido busca el bien nacional, la facción busca favorecer intereses individuales. “Los partidos superan a las facciones porque no se basan sólo en intereses ni sólo en afectos, sino también, y sobre todo, en principios comunes”. A Burke se debe la primera definición que se tuvo de partido: “Un partido es un cuerpo de hombres unidos para promover, mediante su labor conjunta, el interés nacional sobre la base de algún principio particular acerca 21
del cual todos están de acuerdo. Los fines requieren medios, y los partidos son los medios adecuados para permitir a esos hombres poner en ejecución sus planes comunes, con todo el poder y toda la autoridad del Estado” (Burke, 1942). Evidentemente, señala Sartori, el partido de Burke no sólo es un medio respetable: es un partido con todo lo que diferencia de una parte, esto es, un organismo concreto, algo tan real como los son las facciones. Al mismo tiempo, ya no se puede mezclar facciones y partidos: están diferenciados por definición. Como decía el propio Burke: “Esta generosa ambición de poder (la del partido) se distinguirá fácilmente de la lucha mezquina e interesada por obtener puestos y emolumentos” y esto último es una espléndida definición del objetivo de las facciones. Ya no se trata de que un partido termine siempre en una facción, sino que en tal caso un partido no es un partido. Cuando Burke quiere hablar de facción dice facción; cuando quiere hablar de un partido dice partido (Burke, 1942). Para este autor, el partido representaba una conexión que vinculaba a los hombres en proyectos nacionales comunes, y sólo en esta “conexión” estos hombres pueden comunicarse fácil y rápidamente la alerta de cualquier proyecto malvado. De hecho, la palabra conexión era la clave para Burke; aducía que “las conexiones en la política son necesarias e indispensables para el cabal desempeño de nuestro deber público”. En una mejor comprensión diríamos que Bolingbroke sólo justificaba al partido como la oposición (cuando fuera necesaria) del país al soberano anticonstitucional. En cambio, Burke colocaba al partido dentro de la esfera del 22
gobierno y volvía a concebirlo como una partición que ya no se producía entre súbdito y soberano, sino entre soberanos. En su época existía un consenso acerca de la Constitución, pero existía poca comprensión y todavía menos consenso acerca de cómo debía conducirse el gobierno constitucional y quien debía llevarlo. Burke proponía que ésta fuera la tarea de los partidos, si se convertían en partidos. Burke la proponía, pues de hecho concibió el “partido” antes de que éste llegara a existir y, de hecho, brindó la idea que ayudó a los partidos, con el paso del tiempo, a pasar más allá de las facciones. Pero hubieron de pasar muchos decenios antes de que se comprendiera plenamente lo que él había percibido. No fue mucho después de este gran avance intelectual de Burke cuando la Revolución Francesa barrió el continente. Los girondinos, los jacobinos y otros grupos políticos que, de hecho, propulsaron los acontecimientos de 1789-1794 podrían perfectamente haber utilizado a Burke para poder legitimar sus conexiones y sus principios, esto es, su existencia. No lo hicieron. Durante el torbellino de aquellos memorables cinco años se expresaron casi todos los puntos de vista posibles. Hubo un solo aspecto en torno al cual los revolucionarios franceses mantuvieron la misma idea y hablaron con una sola voz: la unanimidad y la persistencia en sus condenaciones de los partidos. Condorcet, al asesorar a los girondinos sobre un proyecto constitucional, aducía –en contra de los partidos ingleses– que “una de las necesidades fundamentales de la República Francesa es no tener ninguno”. Por su parte, Dantón declaraba: “Si nos exasperamos los unos a los 23
otros acabaremos formando partidos, cuando no necesitamos más que uno, el de la razón”. Si bien no es de sorprender que los revolucionarios franceses no pudieran aceptar ni comprender a Burke, cabría esperar que fuese diferente con los padres fundadores de los Estados Unidos. En 1787-1788, Madison seguía hablando mucho de las facciones, desde luego, en el sentido clásico y derogatorio del término: “por facción entiendo a un grupo de ciudadanos, tanto si forman una mayoría como una minoría del todo, que están unidos y activados por algún impulso común de la pasión o del interés, que va contra de los derechos de otros ciudadanos o de los intereses permanentes y agregados de la comunidad”. Madison no era en absoluto el único en condenar lo que Burke había elogiado. Washington, en 1796, en su Discurso de Adiós señalaba: La libertad... es de hecho poco más de un nombre cuando el gobierno es demasiado débil para soportar los embates de las facciones... Permitidme... advertiros del modo más solemne en contra de los efectos nocivos del espíritu del partido... Existe una opinión de que los partidos en los países libres constituyen controles útiles... y sirven para mantener vivo el espíritu de la libertad… Es probable que así sea dentro de ciertos límites... Pero en los gobiernos puramente electivos es un espíritu que no se debe fomentar. (Washington, 1796)
El caso de Thomas Jefferson (1743-1826) resulta todavía más interesante. Si fue Burke el primero que identificó la idea moderna del partido, el primer partido moderno 24
se materializó, aunque sólo fuera para desintegrarse poco después, en los Estados Unidos bajo la dirección de Jefferson. Éste sí organizó conexiones y sí llevó el programa del Partido Republicano Demócrata a la victoria, al hacer un llamamiento, por encima de las cabezas de los federalistas, al país en general. Sin embargo, sería erróneo suponer que con el partido de Jefferson por fin había echado raíces el mensaje de Burke. Por paradójico que parezca, Jefferson concebía su partido de manera más parecida a como concebía Bolingbroke el partido del país: como un partido que terminaría con, o en todo caso minaría la legitimidad de, el partidismo, una vez que se hubiera llevado a la práctica y establecido plenamente los “principios republicanos”. Evidentemente, Burke es el punto crítico en la esfera de la historia intelectual. Pero el rumbo de los acontecimientos es otra cosa. Tuvo que pasar casi medio siglo para que los partidos, tal como él los había definido, eliminaran las facciones y llegaran a existir en el mundo de habla inglesa.
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Origen de los partidos políticos En la actualidad se han construido diferentes teorías que nos dan cuenta de los posibles orígenes de los partidos políticos. No cabe duda que una lógica social patrocina la idea de que los partidos políticos se originaron una vez que las condiciones se encontraban propicias para ello, y en este sentido cabría señalar que entre éstas jugó un papel muy relevante la extensión del voto a una cada vez más amplia gama de sectores sociales, así como la presión para encontrar una forma de representación frente al poder, originando formas orgánicas como los partidos políticos. Sin embargo, esta idea generalizada es fuertemente combatida hasta lograr matizarla con la argumentación que realiza Guy Hermet, pues en su estudio de las democracias fundadoras da cuenta de la resistencia que manifestaron los regímenes gubernamentales de Inglaterra, a fin de conceder algún margen a favor del reconocimiento de los derechos políticos de la población y, cuando estos se concedieron, ello se realizó en forma muy gradual, con la mira puesta por la nobleza y la alta burguesía en la conservación de sus privilegios económicos y el monopolio del poder (Hermet, 1989). Para tales efectos vamos a tomar como punto de partida a algunas teorías, las cuales parecen ser las más relevantes, ya que han perdurado más tiempo, no obstante el debate que han originado. LaPalombara, de origen norteamericano, es un estudioso de los temas políticos que ha configurado un agrupamiento tripartita de teorías que se refieren al origen de los partidos políticos, cuya finalidad es identificar y 26
sistematizar los diversos aportes que otros autores han realizado, en un esfuerzo por crear una teoría de los partidos políticos. Estas teorías las presenta a través de tres modelos: a) modelo institucional; b) modelo de la modernización y; c) modelo de crisis histórica (LaPalombara, 1956). a) Modelo institucional En este tema es relevante el aporte que hace Maurice Duverger. El planteamiento central es que los partidos políticos tienen dos orígenes: uno interno y otro externo. El origen interno, que el autor francés denomina parlamentario-electoral, se refiere a que los partidos políticos nacen como una necesidad de los grupos que dominaban en el parlamento, a efecto de seguir manteniendo un electorado acorde y leal a ellos. Por ello, se dice que los partidos políticos nacen como consecuencia de la extensión del voto, principalmente en Inglaterra. En este sentido los partidos nacen más como una especie de máquina electoral (comité electoral) para asegurar el mantenimiento del poder. Al adquirir los miembros de las asambleas fuerza política e independencia, comenzaron a formarse grupos parlamentarios con diputados que sustentaban ideas e intereses a fines. Por otra parte, la extensión del sufragio a un mayor número de personas hizo necesario organizar a estas últimas para que conocieran mejor a los futuros parlamentarios y, posteriormente, del electorado surgieron los comités electorales, formando un puente de comunicación entre el grupo parlamentario y el comité electoral, lo cual dio origen al partido político en su acepción moderna(Duverger, 1970).
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Duverger, sin embargo, hace una excepción y argumenta que algunos partidos nacen fuera de la institución parlamentaria ya que algunos nacieron como extensiones de los sindicatos, de sociedades de pensamiento, de asociaciones religiosas, etcétera, es decir, por grupos preexistentes. b) Modelo de modernización Para este modelo los partidos políticos son un producto gradual de la modernización y, fundamentalmente, ligados a los indicadores socioeconómicos y culturales. De esta manera, aquellas sociedades en las cuales se han cubierto elementos y grados de mayor crecimiento urbano, generalización del sufragio, secularización y grados mayores de educación, son factores que influyen en la generación de los partidos políticos. c) Modelo de las crisis históricas Los creadores de esta teoría son Rokkan y Lipset, y han sido popularizados por Von Beyme y Ramón Cotarelo. Éstos plantean que el origen de los partidos políticos habría que buscarlo en lo que ellos llaman los “clivajes” es decir, las crisis o rupturas profundas de la sociedad, de tal manera que éstas han configurado una escisión insalvable, cuya consecuencia es la partición de los intereses de los conglomerados sociales, lo cual se traduce en la recurrencia y agrupamiento en los diversos partidos políticos (Cotarelo, 1996). Sólo para indicar la dirección en que apunta esta teoría diremos lo siguiente: Rokkan descubre que existen dos grandes revoluciones que generan magnas rupturas societarias: la revolución de las naciones que generó la 28
ruptura de las localidades y regiones contra el centro, y la ruptura sobre la cultura nacional (laica) y la Iglesia dominante; la segunda gran revolución es la Industrial, que generó la ruptura entre campo y ciudad, y la ruptura de propietarios contra trabajadores. Estas rupturas van a traer como consecuencia la estructuración de diversos partidos, cuyo fin será la lucha por la defensa de intereses. Durante algunos años posteriores a su elaboración, la teoría planteada por Duverger fue muy dominante, sobre todo, para explicar el origen de los partidos gestados en Europa y en regímenes parlamentarios. Por su parte, la teoría de la modernización ha sido utilizada para explicar el fenómeno partidario en países del Tercer Mundo. El modelo de Rokkam cobró una gran notoriedad en los años ochenta, y aún permanece vigente, ya que resulta muy eficaz para explicar el nacimiento de nuevos partidos a partir de rupturas o conflictos que involucran a grandes conglomerados sociales (Rokkam, en Martínez, 1996). Premisas de los partidos políticos Sobre la finalidad de estudiar los orígenes de los partidos políticos, Sartori nos dice que éstos han actuado y se han desarrollado mucho más en sentido práctico que teórico, y que hoy, en la heterogeneidad de los mismos, son cada vez más densas las comunidades políticas de partido, ello hace que se pierda la realidad donde empezamos, a dónde nos encaminamos. Argumenta el maestro italiano que, para no perder el mensaje y reconstruir las razones por la que se entra a partidos, es importante no olvidar las premisas fundamentales de los partidos políticos: 29
1) Los partidos no son facciones Si un partido no es diferente a una facción, no es un partido. Los partidos no son un mal necesario, las facciones no son necesarias, sencillamente existen y son un mal. Las facciones son un comportamiento que valora el yo y desprecia el público. La diferencia es que los partidos son instrumentos para lograr beneficios colectivos, para lograr un fin que no es meramente el beneficio privado de sus miembros. Los partidos vinculan al pueblo a un gobierno, cosa que no hacen las facciones. 2) Un partido es parte de un todo En términos semánticos la palabra partido comunica la idea de parte. Esta asociación señala sutilmente el vínculo existente entre una parte y su todo. Un partido es una parte de un todo que trata de servir a los fines del todo. Si nos preocupan las partes que son partidos, la consecuencia es que pasamos a estudiar un todo pluralista. Aunque un partido sólo representa una parte, esta parte debe adoptar un enfoque no parcial del todo. Si un partido no es una parte capaz de gobernar en aras del todo, entonces no difiere de una facción. “Una concordia discordante, depende de que sea efectivo el imperativo que pide a la parte ganadora que sea imparcial, que gobierne para todos y no sólo para sí misma”. 3) Los partidos son conductos de expresión Los partidos pertenecen, en primer lugar y por encima de todo, a los medios de representación: son un instrumento para representar al pueblo al expresar sus exigencias. 30
Al ir desarrollándose los partidos, no lo hicieron para comunicar al pueblo de los deseos de las autoridades, sino más bien para comunicar a las autoridades los deseos del pueblo (Sartori, 1987).
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Definición de partido político Definir lo que es un partido político ha sido, desde siempre, un verdadero problema para los estudiosos y científicos políticos. Prueba de ello es que el propio Duverger omite en su obra clásica sobre los partidos políticos, una conceptualización de estas instituciones. Esto quizá pueda deberse a la precisión y confusión que caracterizó al vocablo desde su uso en el lenguaje político; o tal vez por la diversidad de estos grupos políticos que existen en el mundo y que se autocalifican partidos; y también, por qué no, por lo reciente de su aparición en el escenario constitucional, que por lo mismo obliga a tener una precisión no sólo lingüística sino jurídica. La importancia de una definición clara de lo que es un partido, es que se logra tener una delimitación que más adelante nos permita distinguir a los partidos de aquellas entidades que no lo son. Y a la importancia de esta claridad, en los elementos necesarios que contenga la definición de los partidos, nos permitirá construir posteriormente una teoría general de los partidos y de los sistemas de partidos. Criterios interpretativos Los partidos políticos se encuentran íntimamente vinculados al desarrollo y evolución de la sociedad actual, refleja la oposición de las fuerzas sociales dentro de cada sociedad global, materializando en los niveles de poder y en forma más o menos visible el antagonismo entre sectores sociales. Desde tiempo atrás se han dado diversos puntos de vista acerca de la concepción de los partidos políticos, cayendo 32
siempre en definiciones de tipo particular, según el momento histórico o bien, atendiendo a una determinada ideología; así tenemos conceptos de partido político que son exclusivos de sistemas políticos como el fascismo, socialismo, capitalismo, parlamentarismo, etcétera. De las diversas concepciones acerca de los partidos políticos se ha extraído lo que es común a todos ellos, la sociología, ciencia política, Derecho constitucional. Estas concepciones generales pueden agruparse en cuatro grandes categorías que corresponden a los criterios interpretativos que pueden formularse: a. Interpretación sociológica. Los partidos son producto de las fuerzas sociales y de la lucha de clases, resultado de la integración social de los grupos segregados, que se orientan hacia el poder teniendo como objetivo el control. b. Interpretación científico-política. Que los considera agrupaciones destinadas a proporcionar la clase o estamento gobernante y obtener el control de gobierno para realizar sus fines, ideales y materiales: postulando candidatos y formulando doctrinas y programas políticos. c. Interpretación jurídica. Que ve en los partidos políticos, organizaciones de Derecho público, necesarios para el desenvolvimiento de la democracia representativa, instrumentos de gobierno cuya institucionalización genera vínculos y efectos jurídicos entre los miembros del partido; entre éstos y el partido, y el partido en su relación con el cuerpo electoral y con la estructura del Estado, de los que los partidos son parte integrante.
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d. Interpretación psicológica. Según la cual los partidos son producto de los impulsos y tendencias existentes entre los hombres y su instinto de lucha y su tendencia a la dominación, siendo este el substractum sobre el cual los sentimientos, pasiones e intereses, en su correspondencia con el siglo vital humano, conforman el comportamiento individual que encuentra expresión en y a través de los partidos. De lo anterior se desprende que la existencia de los partidos políticos se explican cómo fuerzas que despliegan poder social hacia la conformación del Estado, que de ser fuerzas sociales han pasado a construir las fuerzas políticas vitales de la estructura del Estado contemporáneo. Distintas perspectivas sobre el partido Jean Charlot propone algunas pistas a partir de las cuales resulta viable cualquier estudio posterior sobre dichas organizaciones, desarrollando un sistema de definiciones desde la perspectiva más dominante, es decir, el partido visto como organización, el partido como portador de ideales y el partido a través de sus funciones (Charlot, 1987). El partido visto como organización En este enfoque caben las definiciones de Duverger, Max Weber, así como Sorauf. Para este enfoque el partido político constituye una organización o una organización de organizaciones, es decir, existe la idea dominante de que se desarrolla en
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estos una voluntad asociativa, a la vez que persiste un principio de jerarquía. Resalta el planteamiento de Sorauf, el cual, inclusive desarrolla el principio de la organización a través de un esquema trinitario a saber: La organización propiamente dicha Es decir, el partido tiene estructuras orgánicas visibles, las cuales le permiten operar a través de procedimientos y normas internas. Existe una búsqueda de objetivos para lo cual corresponde una aplicación de capacidades y recursos lo que le permiten el logro de objetivos y fines. Existe a su vez una estructura de funcionarios permanentes y militantes. El partido de gobierno El partido y sus miembros forman un gobierno y son relevantes en cuando el gobierno está integrado por un acuerdo para adherirse a una direccionalidad determinada. Por su parte, en los regímenes presidenciales, los partidos constituyen gobierno, al formar parte de las asambleas legislativas. El partido del electorado Se refiere al sector de la población que se asume comprometida con un partido político en forma más o menos ancestral. A partir de su relación, el individuo estructura buena parte de sus percepciones y comportamientos políticos. El partido portador de ideales En éste podemos agrupar a Burke, Burdeau, Lenin y Wallas. 35
Este enfoque hace una notación muy especial del partido como una entidad que es capaz de estructurar una idea y una imagen de la realidad y traspasarla al futuro. Es decir, el principio del partido es la comunión de ideas y de nociones sobre lo que puede hacerse con el poder. Tal vez de este modelo el criterio menos elaborado sea el de Burdeau, ya que enfatiza la comunidad de opiniones políticas sobre diversos temas. Por su parte, es Lenin quien ofrece una idea más acabada e instrumentada de lo que puede significar un partido como portador de ideas, ya que establece como condición existencial la prevalencia de un programa capaz de mantener una línea ideológica; resulta también notorio en este autor la existencia de una táctica que permita una explicación y respuesta específica a las cuestiones más trascendentes del momento. Finalmente, Wallas desarrolla una propuesta interesante, pues para él, el nombre del partido político debe evocar ideas e imágenes, las cuales deben provocar de inmediato una reacción de los ciudadanos, en las que se transporta la finalidad del partido político. Por sus funciones En este modelo incluye a Aron, Lenin, Downs, Schattschneider y, finalmente, a Apter. Para esclarecer los conceptos de este modelo se entendería como función, retomando a Merton, como aquellas actividades cumplidas por agentes específicos y cuyo desempeño resulta funcional o favorable hacia el sistema dominante o la unidad mayor responsable del tema o asunto. Bajo esta noción sólo falta hacer la precisión que si identificamos las funciones con las actividades, resulta 36
coherente para este planteamiento que son tomadas en cuenta los efectos o consecuencias, más que el contenido de éstas, en esta hipótesis se centra la opinión, por ejemplo, de Aron y Apter. En este sentido la función puede ser tomada como el efecto o la consecuencia del ejercicio de las actividades, cuyo fin se busca en forma deliberada utilizando tácticas y medios para ello, en esta posición se encuentran Lenin, Downs y Schattschneider. Para Lenin, se constituye en un referente existencial la obtención del poder. El planteamiento de Downs va un poco más lejos cuando establece, como una finalidad del partido político en el poder, la toma de decisiones, el lugar en donde se elabora la política gubernamental. Es Schattschneider quien con mayor amplitud y claridad define la finalidad funcional de los partidos políticos aplicándoles una teleología pura, ya que para él un partido político se define según sus medios utilizados para realizar los fines, y que se traduce en una tentativa organizada para obtener el poder. Para este autor es función de los partidos políticos la reivindicación del poder, precisando que los métodos o formas para llegar a ello son precisamente el método pacífico o electoral (Charlot, 1987). Algunas definiciones de partido político A continuación examinaremos algunas definiciones contemporáneas de lo que es un partido político. Los partidos son comunidades y, como tales, son objeto de estudio de la sociología. Desde este punto de vista, Max Weber en su obra Economía y sociedad, señala que los partidos políticos son: 37
Formas de ‘socialización’ que descansando en un reclutamiento (formalmente) libre, tienen como fin proporcionar poder a su dirigentes dentro de una asociación y otorgar por ese medio a sus miembros activos determinadas probabilidades ideales o materiales (la realización de fines objetivos o el logro ele ventajas personales o ambas cosas). (Weber, 1964)
Pablo Lucas Verdú y Karl Loewenstein en sus definiciones de partido político nos proporcionan otros elementos que nos permitirán completar lo antes señalado. Para el primer autor: “El partido es una agrupación organizada, estable, que solicita apoyo a su ideología y propaganda políticas para competir por el poder y participan en la organización política del Estado” (Lucas, 1971). Karl Loewenstein, en su obra Teoría de la Constitución, afirma “que un partido político es una asociación de personas con las mismas concepciones ideológicas que se propone participar en el poder político o conquistarlo y que para la realización de este objetivo posee una organización permanente” (Loewenstein, 1976). Las definiciones anteriores nos proporcionan una idea parcial de lo que es un partido político, ya que si bien es importante el hecho de la agrupación o unión de individuos y el objetivo de realizar ciertos fines, ellas no constituyen notas esenciales de un partido. Grupos unidos que persiguen objetivos comunes, organizados generalmente en la relación líderpartidarios, también se dieron frecuentemente en el pasado, sin embargo, la ausencia de una relación permanente no los defiende como partidos políticos en el sentido moderno. Desde el punto de vista estructural, los partidos políticos, afirma Carlos S. Fayt en su Teoría política: 38
…buscan la dirección política de la sociedad empleando toda clase de medios para el logro del poder y están formados por tres elementos: a) dirigentes; b) miembros activos que actúan como aclamantes o como instancias de control, discusión o reorganización; y c) las masas no activamente asociadas y que sólo son objeto de movilización en época de elección o votación, interesando su opinión únicamente como medio de orientación para el trabajo de reclutamiento del cuadro dirigente en los casos de la lucha efectiva por el poder. (Fayt, 1966)
Desde una perspectiva funcional, Sigmund Neumann establece que el partido político tiene por función: …representar a los grupos sociales, organizando la voluntad popular mediante la exposición y clarificación de las ideas políticas, educar cívicamente a los ciudadanos para hacer buen uso de la herramienta cívica que es el voto, servir de enlace entre el gobierno y la opinión pública instrumentando la interacción entre los individuos y el gobierno, e intervenir activamente entre el proceso de selección de los gobernantes. (Neumann, 1965)
Es incuestionable que la importante función desarrollada por los partidos políticos hace que estos marquen el ritmo interior de la democracia moderna, en la que la política, como forma suprema de la actividad humana, extiende su influencia en todos los campos de la sociedad, cuya transformación busca o para cuya conservación lucha. Por lo tanto los partidos políticos se encuentran íntimamente vinculados al desarrollo y evolución de la sociedad moderna, reflejando la oposición de las fuerzas sociales 39
dentro de cada sociedad global, materializando su acción en la estructura del poder del Estado contemporáneo. Para Giovanni Sartori, un partido político es “cualquier grupo político identificable mediante un membrete oficial que se presenta en las elecciones y es capaz de colocar a través de elecciones (libres o no) a candidatos para los cargos públicos” (Sartori, 1987). La definición de Sartori tiene el mérito de incorporar a su texto un requisito imprescindible para el funcionamiento de los partidos políticos. Nos referimos al criterio electoral que diferencia al partido de otras entidades políticas. Respecto a su definición, el propio Sartori nos dice: Mi principal propósito es reemplazar el requisito de la organización –que, o bien dice demasiado, o bien se evapora– con el requisito de que el grupo en cuestión sea lo suficiente efectivo y cohesivo (aunque sea tan sólo en términos electorales) como para conseguir que sus candidatos sean elegidos. (Sartori, 1987).
La definición de Sartori pretende explicar globalmente el fenómeno partidario, y ayuda a despejar la incertidumbre respecto a lo que debe estar incluido o excluido del conjunto de los partidos políticos. Por último, podemos decir que en la realpolitik, cuanto más se identifica un partido político con los intereses comunitarios nacionales, más representa objetivamente la voluntad popular. Todo partido que verdaderamente quiere conquistar el poder y conservarse en él, debe tener en cuenta esta circunstancia que condiciona la acción política.
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Características y funciones de los partidos políticos Características de los partidos políticos Si consideramos a los partidos políticos como instituciones modernas y analizamos su evolución y diversidad, por cierto, ésta última muy amplia; y si nos ajustamos estrictamente a su ejercicio pragmático, es decir, a su quehacer político, podemos identificar que las características indispensables que todo partido político debe manifestar para ser considerado o no, con cierto rigor científico, como partido político, son las que Joseph LaPalombara estableció en 1956 en su obra Political parties and political development. Características necesarias y suficientes para definir a un partido político y así distinguirlo de grupos tales como los grupos de presión, clubes, grupos parlamentarios, clanes y otros. Estas características son las siguientes: Ser una organización permanente Esto significa que el partido político deberá mostrar ser una organización durable, permanente, una organización en la que la esperanza de vida política sea superior a la de sus dirigentes. Ser una organización completa Esto quiere decir que los partidos políticos deben ser organizaciones estructuralmente completas; es decir, una organización con esquemas de jerarquías, funciones y competencias claramente establecidas. Implica también
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la existencia de una red permanente de relaciones entre el centro nacional y las unidades de base de la organización. Tener una voluntad para ejercer el poder Manifestar una voluntad deliberada de querer ejercer directamente el poder, sea de manera exclusiva o compartida, en el ámbito local o nacional, en el sistema político vigente o en otro distinto; debe ser una característica necesaria del partido político. De esta manera se distinguen los partidos de los grupos de presión que sólo buscan influir en el poder. Una búsqueda del apoyo popular Tener una voluntad manifiesta de buscar el apoyo popular, que es lo que distingue esencialmente a los partidos políticos de los clubes políticos. Funciones de los partidos políticos En todo sistema político los partidos políticos desempeñan una diversidad de funciones que hacen posible su mantenimiento y transformación. Independientemente de la base social que representan o de su estructura interna; el medio en el que actúan los partidos es el marco institucional, el sistema electoral, la estructura de clases, etcétera. En todo este campo de referencia se encuentran las funciones que de alguna forma son comunes a todos los partidos políticos. Los diversos autores que hacen referencia en sus obras de las funciones de los partidos políticos tienen coincidencia en lo general con estas actividades. Cotarelo nos presenta un aporte significativo sobre este asunto y no
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sólo complementa lo de los demás, sino que clasifica o divide aquellas. Para Ramón Cotarelo las funciones de los partidos se dividen en dos grupos: a) funciones sociales y b) funciones institucionales. Son funciones sociales: • La socialización política. Se refiere a la función cultural en el sentido de transmisión de valores y creencias respecto a la actividad política con interés específico hacia el partido que realiza la transmisión de mensajes. • La organización y movilización de la opinión pública. Se trata de aquel espacio público en el cual son debatibles y discutidos los asuntos del gobierno. Por lo que los partidos políticos actúan como canales de comunicación que encauzan las opiniones de amplios sectores de la población en torno de temas de interés público. • La representación y articulación de plurales intereses. En las sociedades complejas como las de ahora, los partidos ejercen su representación, conjugando, incluso para ello, una gran capacidad de ajuste a las preferencias a veces muy disímbolas. • La legitimidad de la totalidad del sistema político. Se puede decir que la legitimación es una función un tanto difusa, pero que en síntesis se alimenta de las anteriores funciones y que sumado a su propia existencia y operación como cuerpo cohesionador de intereses y espacio de deliberación coadyuva a la legitimación del sistema político.
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Son funciones institucionales: El reclutamiento y selección de elites. La llamada clase política directriz se constituye paulatinamente por obra, aunque no sólo de los partidos políticos La organización y realización de las elecciones. Esta función la realizan por dos vías, la primera por conducto de la elaboración de las leyes en este campo, la otra, cuando son partícipes del mismo proceso electoral en su papel de candidatos. La organización y funcionamiento del parlamento o cámara de representantes. En este caso las cámaras son fuertemente inyectadas por la inclinación diversificada de los partidos, por su cuenta corre también el hecho de darle funcionalidad en la deliberación y resolución de los temas que son de su interés. La composición y funcionamiento del gobierno. La función de composición del gobierno la realizan en los regímenes parlamentarios, sin embargo, también podemos observar que aún en los regímenes presidencialistas, el partido triunfador estructura el gabinete de secretarios y ministros que van a gobernar durante un período determinado (Cotarelo, 1996).
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Con un enfoque sintético presentamos la siguiente gráfica:
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Legitimación del sistema político.
Representación de intereses.
Movilización de la opinión pública.
Socialización política.
CON RELACIÓN A LA SOCIEDAD
Elaborado por Leopoldo Martínez Herrera.
SOCIEDAD
Figura 1
PARTIDOS POLÍTICOS
Composición y Funcionamiento del Gobierno.
Organización y funcionamiento del Parlamento.
realización de las elecciones.
Organización y
Reclutamiento y selección de elites.
CON RELACIÓN AL GOBIERNO
FUNCIONES DE LOS PARTIDOS POLÍTICOS
GOBIERNO
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Cuadro 1
Esta la realizan cuando el partido triunfador constituye gobierno en los regímenes parlamentarios o el gabinete en el régimen presidencial.
La llamada clase política se constituye paulatinamente por obra, aunque no sólo de los partidos políticos.
La realizan por dos vías, la primera por conducto de las leyes en este campo, y la otra cuando son partícipes como candidatos.
Organización y realización de elecciones:
Composición y funcionamiento de gobierno:
Su operación como cuerpo cohesionador de intereses y espacio de deliberación coadyuva a legitimar al sistema.
Reclutamiento y selección de elites:
Legitimidad de la totalidad del sistema político: •
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Representación y articulación de plurales intereses:
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Los partidos ejercen una representación, ajustándose a las preferencias más disímbolas.
Transmisión de valores y creencias respecto a la actividad política con interés específico hacia el partido político.
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Socialización política:
Los partidos actúan como canales de comunicación encauzando la opinión pública en torno de temas de interés público.
FUNCIONES-EFECTOS
Organización y movilización de la opinión pública:
FUNCIONES-ACTIVIDADES
Elaborado por Leopoldo Martínez Herrera.
INSTITUCIONALES
SOCIALES
TIPO
MODELO CLASIFICATORIO DE LAS FUNCIONES DE LOS PARTIDOS POLÍTICOS
Tipología de los partidos políticos Una vez que los países habían experimentado los cambios sorprendentes como consecuencia de la ampliación de la economía liberal, así como las mutaciones que ello implicó en la modelación de gobiernos y regímenes que fueron suficientemente capaces de asegurar las condiciones para que sus propias economías y mercados fueran exitosos; el ámbito de la política sufrió también grandes transformaciones. Uno de los ámbitos que comienzan a llamar la atención de los estudiosos de los fenómenos societarios es, precisamente, el relativo a la proliferación de formas orgánicas que adoptan los diversos intereses, con la idea de que a través de ellos, sus agendas pudieran ser incorporadas a las decisiones de gobierno; en este sentido los partidos políticos son un signo muy notorio de la modernidad. Por supuesto que no siempre los partidos políticos fueron aceptados como instancias no sólo de representación de intereses, sino como aparatos que van a la lucha por el poder, todo lo contrario, los grupos dominantes que se habían apropiado del poder fueron generalmente reacios y se resistieron de diferente manera a su aceptación. Un poco más tarde, el autor francés Duverger, en un libro clásico de su inspiración Los partidos políticos, publicado en la década de los cincuenta, establece una primera sistematización sobre la teoría de los partidos políticos y, entre otras tesis, establece la ya célebre en el sentido de que estas organizaciones tienen un diverso origen: en primera son interparlamentarias, en la medida en que su 47
creación parte del interior de los grupos parlamentarios a fin de asegurar la permanencia en el poder de un cierto sector de la sociedad y evitar con ello la incursión en su seno de aquellos sectores no pertinentes; una segunda forma de aparición son aquellas que brotan a partir de una serie de organizaciones ya preestablecidas en la sociedad, y el autor se refiere a los sindicatos, a las asociaciones. Lo antes dicho sólo tiene como pretexto enunciar las elaboraciones de distintos autores y que en el transcurso del tiempo han constituido lo que ahora podemos identificar algo así como una teoría de los partidos políticos. La percepción que los autores tienen a este respecto, pueden ayudarnos a asentir que lo que podemos denominar los diferentes significados que tienen estas organizaciones de acuerdo a vectores temporales y espaciales en los cuales las condicionantes económicas, culturales, sociales, institucionales y políticas son un aporte sustancial en su configuración final. Resulta interesante, tal vez como una pieza de museo, el ensayo que publicó Johan Caspar Bluntschli, en Alemania, en 1869. En éste, además de anticiparse a Sartori, por cierto, inicia su elaboración teórica con una condena apabullante de lo que significan las facciones en el campo de la política, realizando a su vez una diferenciación radical entre éstas y los partidos, calificando de enfermizos a aquellos pueblos que prohíjan a las facciones. Pasando a otro aspecto de su publicación, el autor elabora una tipología de partidos políticos, la cual, debido a su sistematicidad, orden y precisión de criterios normativos, tal vez sea la tipología más primigenia que se tenga a la mano.
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Para Bluntschli los partidos pueden clasificarse de la siguiente manera: Partidos mixtos religioso-políticos En este caso estamos ante la presencia de partidos políticos que a través de la historia han existido y en los cuales la política y el Estado se encuentran fuertemente influidos por el pensamiento y la institución religiosa. Aquí se trata de partidos políticos con características incluyentes de la creencia y defensa de los intereses ligados a la Iglesia y a la religión. Son partidos pues, que en el campo de la política pretenden la defensa de intereses religiosos a la vez que específicamente políticos. Partidos que se apoyan en determinados Estados, naciones o grupos étnicos En este caso se trata de partidos políticos que se constituyen por lazos de afinidad, identidad y pertenencia, ya sea racial, étnica o estamental. Es decir, que en el seno de un Estado pueden existir varias naciones o etnias, éstas pueden llegar a configurar razonablemente un partido político. El autor llamaba la atención sobre el peligro que un partido étnico o estamental puede representar para la unidad de un Estado-nacional. Estos partidos se configuraron en el lapso intermedio a la formación de los Estados-nación de los siglos xix y xx. Partidos estamentales Estos partidos están conformados por los residuos de la estructura estamental.
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Estos partidos, en cierto momento y circunstancia, pueden cobrar una relativa importancia, sobre todo cuando a ellos se conectan ciertos estamentos cuya finalidad es la preservación de sus privilegios. En cierto momento, dichos partidos pueden constituir una amenaza de ruptura y de cohesión hacia el Estado. Partidos constitucionales Esta clase de partidos los define el autor como organizaciones políticas un tanto transitorias, pues se constituyen a partir de la identidad grupal de ciertas ideas políticas, ya no se agrupan en torno de estamento o de etnias, sino por conducto de una idea política que concierne al logro de una meta institucional. Son partidos que se constituyen para transformar o aplicar la constitución y desaparecen cuando estas luchas han logrado un resultado. Si bien pueden ser apoyados por los viejos estamentos y añejos estratos sociales, lo que prevalece es un conjunto de ideas políticas cuyo logro se reclama. Partidos gubernamentales y de oposición Existen dos variantes de esta tipología: En un primer caso, el sistema político establece la posibilidad de que se pueda dar una rotación en el gobierno, por ello en esta modalidad la clasificación es extremadamente transitoria ya que el partido gubernamental será aquel que en un momento determinado se encuentre en el poder, mientras que el partido de oposición será aquel que tenga la posibilidad de obtenerlo. La diferencia es el hecho de tener el poder o no. La otra variante se da cuando un partido es gubernamental si está en el poder, pero además ha extendido su influencia hacia un sector amplio 50
de la comunidad, mientras que el partido de oposición será en la medida en que ejerza una función de combate, que no se sustenta en principios trascendentes, sino por el simple hecho de combatir la política gubernamental. En esta tipología, el autor realiza una acerva crítica mostrando un desprecio por los excesos en los que pueden incurrir los partidos políticos de la segunda modalidad, lo que los puede llevar a una posición de degradación como organismos políticos. Partidos puramente políticos Para Bluntschli, esta tipología constituye el nivel más alto que han alcanzado los partidos políticos, pues como lo ha señalado, son: La forma más elevada y depurada de la configuración política de un partido [...] sólo están determinados por principios políticos [...] y que al mismo tiempo acompañan de manera constante, pero libre, la vida pública (Bluntschli, 1980).
Termina su estudio, el autor alemán, dando los parabienes a lo que él llama la evolución histórica de los partidos políticos, siempre en dirección de una mejora de los mismos hasta llegar a un estadio en el cual son estrechamente políticos, con disposiciones antagónicas (Bluntschli, 1980). Al igual que los ya señalados existen otros como LaPalombara, Sartori, Cotarelo, Pasquino y Panebianco quienes han realizado aporte sustanciales. Desde su muy particular visión y registro empírico, Manuel Martínez Sospedra 51
ha elaborado un trabajo de síntesis el cual sistematiza de la siguiente manera la tipología de los partidos políticos: Por su origen, los partidos pueden ser (según Duverger): Parlamentario-electoral Es el más antiguo de los tipos de partidos, y debe su existencia a la agrupación de los parlamentarios por razones de similitud de intereses y opiniones: esta asociación, que supone la aparición de los grupos parlamentarios junto con el deseo de asegurar la reelección y, por ello, la necesidad de conectar de forma más o menos permanente con los electores, hace aparecer la necesidad de creación de los comités electorales en los diferentes distritos. Los partidos políticos nacen de la confluencia de los comités por la base y los grupos parlamentarios por la cima, cuando entre ellos se establece una relación de carácter estable y permanente. De origen exterior Son aquellos partidos creados por instituciones o grupos sociales preexistentes, es decir instituciones cuya actividad se sitúa fuera de las elecciones y del parlamento. Partidos nacidos por fusión o escisión Es la forma actual más frecuente de creación y aparición de los partidos políticos. Surge cuando se produce una división interna, lo suficientemente grave en un partido preexistente como para que una parte del mismo lo abandone para fundar una nueva agrupación. O, por el contrario, que dos o más formaciones preexistentes adoptan la decisión de proceder a integrarse en una nueva. 52
Por los fines que persiguen (según Max Weber): Partido de patronazgo Cuya finalidad es sencillamente la obtención de prebendas y cargos para los dirigentes y miembros de partido. Partidos estamentales o de clase Cuya finalidad es expresar políticamente los intereses de un estamento o clase y se hallan dirigidos por los intereses organizados correspondientes. Partidos ideológicos Basados en una intuición del mundo, que se crean en torno a principios abstractos o fines obtenidos concretos. Por su tipo de legitimación y base social (según Blondel): Partidos de clientela Estos partidos son la respuesta de las élites tradicionales a la modernización y suponen su adaptación a las necesidades de la lucha política en el seno de un marco político moderno. Se trata de partidos en los que tienen un papel central los mecanismos de clientela y cuentan con organización débil y escasa disciplina. Partidos étnicos Que expresan políticamente un grupo social diferenciado en el seno de un Estado multiétnico. Partidos religiosos Que expresan políticamente la comunidad religiosa. 53
Partidos de clase Se refiere específicamente a la clase obrera y que exigen el desarrollo del proletariado industrial, la impugnación del orden social capitalista y la no emergencia de otros separatismos competitivos. En función del factor ideológico: Partidos especializados Aquellos cuya ideología sólo está referida a los aspectos propiamente políticos de la vida social, sin afectar o referirse a las restantes actividades de la vida humana, aceptando que las mismas escapan al control del poder político. Partidos totalitarios Son aquellos cuya ideología ofrece una visión integral del mundo, una cosmovisión, que engloba absolutamente todos los aspectos de la existencia humana, que aspira a modelar; la ideología así ofrecida presenta rasgos semireligiosos y exige, en consecuencia, una adhesión total, porque aspira a la obtención de un control igualmente total de la vida de los afiliados. Partidos de carácter intermedio Aquellos que, teniendo una ideología que trata de explicar fenómenos que van más allá de lo meramente político, no alcanzan a ofrecer una cosmovisión. La intensidad de la adhesión a estos partidos es mayor que en los especializados, pero no alcanza a ser la adhesión absoluta y total que exigen los totalitarios.
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Por su estructura interna (siguiendo a Duverger): Partidos de cuadros Es el tipo primitivo de partido político, producto de la ideología liberal. Se dirige a encuadrar una minoría selecta de ciudadanos, los notables, con vistas a la obtención de los sufragios por la vía de la utilización de la influencia de sus miembros; el reclutamiento se funda en la calidad, no en la cantidad, la estructura del partido es muy laxa, la disciplina escasa, la ideología poco consistente y el grupo parlamentario goza de un alto grado de autonomía. Partidos de masas Aparecen con la estructuración política de la ideología socialista y se dirigen a obtener la adhesión del mayor número posible de ciudadanos. Los partidos de masas cuentan con claros mecanismos de adhesión, tienen habitualmente una ideología marcadamente definida, su organización interna está muy desarrollada, el “aparato” bien estructurado, alto nivel de disciplina, y el poder se encuentra concentrado en manos de los dirigentes. Partido de electores (Catch-all), que Charlot denomina “partido de electores”. Resultan típicos de la moderna política europea y, aun cuando cuentan con una estructura interna similar a la de los partidos de masas, su ideología está escasamente definida, su disciplina con frecuencia carece de rigidez, y en el caso de los partidos de orientación conservadora la dirección se encuentra confiada a un grupo de “notables”. Este tipo de partidos pretenden obtener una adhesión poli o interclasista y para ello postulan programas de 55
agregación de intereses muy variados e incluso, teóricamente contrapuestos. Tal tipo de partidos se diferencian de los partidos de masas clásicos no por la desaparición, sino por la atenuación de la ideología y su flexibilización, por la reducción de la importancia en su seno de los afiliados, el reforzamiento del liderazgo y la tendencia a su personalización, la adopción de una estructura más abierta y permeable a los grupos sociales, por la selección de un “terreno de caza” electoral socialmente complejo. Por el tipo de representación, Neumann establece: Representación individual Se limitan a agrupar núcleos reducidos de personas cualificadas por su riqueza, influencia o posición social. De Integración Se caracterizan por ser instrumentos de movilización y politización de ciudadanos y grupos en la política del partido y, mediante ésta, en la política general. Por su consistencia organizativa, Panebianco establece: Fuertemente institucionalizados Cuentan con una implantación social fuerte, una sólida estructura organizativa, personal profesional a su servicio, han desarrollado una fuerte identificación de partido y, en consecuencia, un patriotismo de partido sólido y una disciplina notable.
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Débilmente institucionalizados Adolecen de fallas notables en el control de su base social, en su estructura orgánica, en su identificación de partido, cuentan con una débil disciplina interna y, asimismo, un control débil de la organización por los órganos centrales. Por su tamaño, de nueva cuenta tomando a Duverger: De vocación mayoritaria Poseen o son susceptibles de poseer la mayoría parlamentaria y, en consecuencia, cuentan con la expectativa razonable y próxima de formar gobierno por sí solos. Grandes Cuentan con un apoyo electoral importante, pero su tamaño es tal que no pueden conservar esperanzas razonables de obtener por sí solos la mayoría parlamentaria. Medios Son de tamaño intermedio que, por lo general, no tienen posibilidad de formar gobierno por sí solos, y sólo pueden aspirar a entrar en la condición de socios de una coalición, pese a lo cual, su tamaño y/o su posición en el sistema de partidos les convierten en socios relevantes. Pequeños Son de tamaño reducido, en general expresión de minorías significativas, cuya importancia depende de su potencial de coalición (Martínez, 1996). Finalmente, Ramón Cotarelo, citando a Jorge de Esteban y Luis López Guerra, registra una nueva tipología: 57
Por su evolución histórica: De notables Seguramente hace alusión a los partidos que se formaron alrededor de personas de fama pública o por alguna distinción de rango social hereditario o no. De militantes Es un partido cuya vida y sustento social son miembros o adherentes que mantienen una identidad y disciplina rígida. De electores Son típicos de una sociedad de masas y de ciudadanos libres y cuya actividad se acentúa durante cada proceso electivo, no existen factores de identidad perenne, propiamente no tienen organizaciones de control y su actividad permanente casi es inexistente (Charlot, 1987). En relación a las tipologías descritas haremos algunos comentarios que nos parecen pertinentes; en una primera aproximación cabe resaltar el gran esfuerzo que realizó Martínez Sospedra, al lograr exitosamente generar un encuadramiento de las propuestas más sobresalientes y consistentes en términos conceptuales, así como de los elementos que son característicos de cada tipología. Decía Cotarelo que la tarea de clasificación de los partidos políticos es sumamente elusiva y todavía lo es más tratar de generar una teoría de dichas organizaciones políticas. Lo que queda claro con lo anterior es que ninguno de los dos tipos de esfuerzos puede concretarse por una sola 58
persona ni en un lapso demasiado corto, pues si fuera poco la complejidad inherente del fenómeno en sí, éste tiende a transformarse con gran velocidad con el fin de adaptarse a las mutaciones del paisaje social. En este sentido la complejidad del fenómeno acompaña al difícil y a veces no muy exitoso esfuerzo de los científicos sociales por tomarle una radiografía a los partidos políticos. En otro momento, de nuevo Cotarelo se quejaba de la a veces poco útil acometida intelectual por tratar de sistematizar y clasificar a las organizaciones ya mencionadas, ya que éstas pueden iniciar en un punto, tomando como factor categorial algún dato sobresaliente y desplazarse casi al infinito, pues como veremos más adelante, algunos partidos políticos pueden compartir una o varias categorías supuestamente definitorias (Cotarelo, 1996). Éste es uno de los aspectos que con mayor frecuencia podemos encontrar en la propuesta tipológica que realiza Martínez Sospedra, por lo que vale la pena llamar la atención sobre ello, al tiempo de enfatizar que las tipologías desarrolladas no son excluyentes; quisiera insistir que la sistematización expuesta lo único que hace es tomar como referente alguno o algunos de los elementos diferenciadores comunes y elabora una serie de clasificaciones, lo cual permite tener un panorama más extenso, radicalizando y no repitiendo las categorías distintivas; esto permite generar grupos separables que permea crear artificial o convencionalmente divisiones, estancos por cada uno de ellos. Resulta muy evidente que con este panorama tipológico podemos desarrollar múltiples combinaciones, de tal manera que un partido político del tipo 1, como el 59
parlamentario, puede muy bien identificarse con un partido del tipo 5, como lo es el partido de cuadros, y ambos pueden compartirse con un partido del tipo 9, precisamente, con el partido de notables. Lo anterior lo podemos hacer porque los criterios diferenciales con que se establecen las tipologías, insisto, son diferentes, pero en general no son excluyentes ni contradictorios. De hecho podemos elaborar una matriz que busque una mayor concurrencia con otros elementos, en este caso, proponemos cuatro conceptos categoriales que son: Elemento histórico-temporal Este factor propone como referente, un criterio histórico mediante el cual los partidos, a partir de su origen, se fueron desarrollando a través de formas primarias y con fines muy específicos hasta ahondar la diferencia, tras mutarse en partidos más complejos y con fines también más integrales y/o múltiples. Magnitud Este concepto se refiere principalmente al tamaño originario de dichos partidos, o bien, que por su composición y estructura su vocación los convierta en organizaciones de determinada magnitud. Ideología Este concepto, tiene coincidencia con el que desarrolla Martínez Sospedra, y se expresa en los términos conocidos con los que describimos el concepto de ideología
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Fines-intereses Expresa la idea de que los fines representan las primeras motivaciones que originan un partido, de similar manera estos se constituyen a partir de intereses explícitos o implícitos de sus componentes o de sus dirigentes y que quieren realizar o poner a salvo (Martínez, 1996). Si efectuamos un esfuerzo interactivo para encontrar la afinidad con las tipologías descritas por Martínez Sospedra e integrado por nueve tipologías podemos descubrir un sistema tipológico de sólo cuatro agrupamientos precisos y un quinto de carácter residual. Lo que queremos mostrar con esta red o cuadro de doble entrada (vertical y horizontal) es la ductilidad con la que podemos manipular las tipologías de partidos políticos elaboradas hasta ahora por la ciencia política; pero también queremos iluminar la utilidad no sólo conceptual sino práctica, ya que permite al lector ubicar con más facilidad a los partidos políticos en cualquier circunstancia en que se encuentren en un tiempo y en un espacio determinado (Ver cuadro 1). Después de todo, tampoco sale sobrando la sugerencia, en el sentido de que se actúe con suma cautela en este campo, pues se requiere una acuciosa indagación a efecto de determinar con mayor acierto la ubicación tipológica de cualquier organización política que nos interese ubicar en este sistema clasificatorio. Aún después de todo podemos asentir que la colocación de los partidos políticos puede ser dual o trial, es decir, que estas organizaciones políticas pueden compartir con gran facilidad uno o varios factores de cualquier otra
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u otras tipologías, es decir que su ubicación puede ser muy relativa e inclusive multivalente. Finalmente, lo que le dará sentido definitivo a algún intento clasificatorio será el tipo de interés o motivación que tenga el investigador durante su pesquisa.
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Hacia nuevas tipologías Como se sabe, una de las preocupaciones centrales de la politología, se ubica en el esfuerzo sistemático y teórico para elaborar una o varias taxonomías de los partidos políticos durante la historia política vigente, sobre todo, en los sistemas políticos occidentales. Las taxonomías son múltiples, en ellas, el instrumento teórico metodológico siempre presente ha sido un cierto sentido progresivoevolucionista, es decir, que a un sistema tipológico predominante le sigue en línea progresiva otro, el cual se yergue en el nuevo dominante; la eficacia de tal método consiste, sin lugar a dudas, en el establecimiento previo de criterios caracterológicos que sirven de referencia para dicha clasificación. Estos son componentes esenciales, no sólo por cuanto hace a su denominación, sino también, por cuanto hace a su genética. De ello da cuenta una multiplicidad de tipologías tanto nominativas como aquellas que se aplican para explicar sus génesis. Hasta hace poco, las taxonomías dominantes respecto de los partidos políticos, sin duda, provienen de algunos autores que son claves en este esfuerzo, como son Neumann, Kirchheimer y Sartori. Durante una etapa muy reciente la tipología dominante fue aquella que partiendo de una propuesta de Kirchheimer se reducía a tres componentes: partido burocrático de masas, partido catch-all y partido profesional electoral. En particular, cobró importancia el segundo de ellos, pues una vez que las democracias irrumpen en el escenario internacional, tanto en los países de democracias tempranas como aquellas que proceden de una redemocratización, su vida política 63
partidaria parece que se desplaza a través de este modelo que fue dominante, pues lejanas a una postura autocrática o de una disputa ideológica radical, las sociedades se desplazaron en un ambiente orientado, principalmente por necesidades, intereses y preferencias. A este tipo de sociedad, respondía en gran eficacia el partido catch-all o llamado también partido escoba. A su vez, en sociedades con un mayor desarrollo y progreso, cuyo sistema democrático se consolidó, a la vez que la competencia fue una marca distintiva, los partidos políticos tuvieron que experimentar ajustes no sólo en su estructura, sino también en su vocación; ello llevará a algunos de ellos a sofisticar sus estrategias de proselitismo y de campañas, con el fin de reducir los riesgos y ganar cada vez más poder a través de las elecciones. El expertismo y la profesionalización así como el mayor uso de técnicas electorales, de planeación y marketing político, dieron la pauta para que el nuevo tipo de partido emergiera en el panorama de la democracia y de los sistemas de partidos. No obstante lo anterior, aunque pareciera la aparición de un nuevo panorama partidario, se confirma la idea de que existe una especie de teoría evaluativa que domina los procesos de aparición de partidos cada vez más eficiente. Existe una segunda postura en el sentido de que tal vez lo que patrocina la trasformación de los partidos políticos es una especie de adaptación de dichas organizaciones a partir no solamente de la búsqueda de eficiencia electoral, sino de apremios que pudieran complementar la matriz motivacional de dichas mutaciones. Al respecto, una primera argumentación estriba en que la sociedad, y con ella los intereses motivacionales 64
cada vez más complejos y diversificados, la sociedad y la ciudadanía se encuentran más segmentadas, no solamente a nivel de agrupamiento sino que, incluso, las unidades individuales no mantienen en forma unimodal sus preferencias políticas. En una siguiente instancia, parece que a nivel político no están muy bien demarcados los cotos de caza para los partidos políticos: una consecuencia de lo anterior pudiera ser la siguiente pregunta: ¿Los partidos políticos se modifican o refundan atendiendo a las condiciones de los ciudadanos o atendiendo las preferencias de los propios partidos? La pregunta deja por asentada una proposición, en el sentido de que, entonces, existe una bifurcación de caminos en los cuales uno es el interés ciudadano y otro distinto es el interés del partido político. En cierto sentido parece que esto es así ya que el partido, conociendo las tendencias regulares, dominantes y estables de un comportamiento medio de los electores, tendrá que vérselas con la problemática que le plantean los matices de intereses de los ciudadanos. Los que todavía y aun siendo este un panorama muy complejo, pensamos que los partidos políticos no se ajustan en forma estricta a alguna tipología de las ya señaladas, por lo que adoptan una formación, vocación y orientación un tanto flexible, a efecto de que su perfil camaleónico permita su funcionalidad de acuerdo a diversos cotos de caza. La orientación estratégica de los partidos, así como sus formas orgánicas son componentes deudores de las circunstancias sociales, de sus mutaciones y de sistemas de interés, por ello se constituyen en entidades ajustables 65
a los contextos descritos para Katz y Mair (2007). Por ejemplo, no hay, por supuesto, una única forma de organización partidista, por lo contrario, lo que comprobamos hoy en día, como en épocas anteriores, son variaciones de un amplio número de diferentes temas que resultan influidos no sólo por los contextos sociales y económicos en los que operan, sino también por las estructuras institucionales existentes, así como por su historia. En el panorama de la discusión teórica ha surgido una nueva y novedosa veta de estudios encabezados por Katz y Mair, connotados politólogos norteamericanos que han desarrollado un tipo de partido al cual han denominado “cartel”. Éste apela a un electorado más amplio y difuso, se involucra principalmente en campañas costosas, subraya sus habilidades para la gestión y la eficacia, sus lazos organizativos son más débiles y se alejan de sus afiliados, que un poco o nada se distinguen de los no afiliados. Y sobre todo, más que competir para ganar o conservar apoyos a toda costa, los partidos cartel se conforman con garantizarse el acceso al Estado, compartiendo el poder con otro partidos (Katz y Mair, 2007). Lo anterior, si bien pudiera mostrar que los partidos políticos finalmente tienden a transformarse (de alguna manera el partido cartel sería entonces una nueva estación o punto de llegada, aunque transitoria, de todos los partidos políticos), lo cierto es que cualquier tipología está compuesta por entidades que tienden a estar integrados al Estado, ya que es en este el sitio, y no otro, en el cual se forman las decisiones políticas más influyentes; por lo que la gran mayoría por los partidos pretenden el poder del Estado y lo consiguen, si no de manera individual, lo hacen formando una alianza. Sin embargo, las 66
variables de esta tipología sirven como un modo de referencia al que los partidos en activo pueden asimilarse en mayor o menor medida o rechazar su filiación. En el marco de nuevas teorías Steven Wolinetz (2007) elabora una propuesta, la cual se suma a los modelos existentes, por lo que más que rechazarlos constituye un aporte, el cual, mediante su aplicación logra mayor éxito en el ejercicio de la ubicación de los diversos tipos de partidos. El autor inicia poniendo en duda los sistemas de aplicación de los esquemas clasificatorios hasta ahora utilizados, pues para él no son universalmente válidos, sino más bien su utilidad depende, en parte, de lo que queremos saber y de que una clasificación eficaz para un propósito puede no serla para otro. (Wolinetz, 2007). Wolinetz reelabora y abunda en el esquema de Strom, a través del cual los partidos podrán clasificarse a partir de tres criterios: partidos políticos orientados a los votos, partidos orientados a las políticas y partidos orientados cargos. El modelo requiere alguna explicación: una de ellas es que los criterios no son mutuamente excluyentes, pues uno o más partidos pueden orientarse a un solo tiempo hacia cualquiera de las opciones, las orientaciones se expresan en un tiempo y espacio en diferentes niveles: alto, medio o bajo; la organización dependerá de su postura central y determinante hacia cualquiera de las opciones. Partido orientado a las políticas Responde idealmente a la imagen de un partido, se orientan hacia temas específicos y dan prioridad a las políticas de gobierno. Particularmente son partidos que sostienen elementos ideológicos y con programas bien definidos. Un partido muy estable descansaría en un esquema de 67
afiliados y miembros, dando prioridad a la defensa de sus programas y de los temas que enarbolan doctrinalmente. Partido orientado a los votos La máxima prioridad es ganar las elecciones. Es un partido que busca la mayor eficacia posible en lo que se refiere a la monopolización de votos. Su estrategia es la búsqueda, bajo ciertas condiciones, para lograr la mayor alianza social posible a efecto de integrar a una mayor cantidad de sectores y segmentos de ciudadanos. Para este partido los debates programáticos y las políticas no son prioridad. En un sistema multipartidario sería un partido escoba tratando de maximizar su resultado integrando el mayor número, conglomerados y masas sociales a efecto de garantizar los votos. Partido orientado a los cargos La prioridad es asegurarse un cargo gubernamental, incluso, a costa de los objetivos políticos o la maximización de votos. Aspiran a llegar al poder en solitario o de manera más realista comparten el poder con otros, bien para sobrevivir, para actuar como un estabilizador o proveedor de equilibrio dentro del sistema, o lo que más probable, para lograr el acceso a las subvenciones. Su objetivo es un contexto de partidos bien asentado y proclive a obtener suficientes votos para asegurar su inclusión en una coalición
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Figura 2
CRITERIOS TIPOLÓGICOS DE LOS PARTIDOS POLÍTICOS
Buscadores de Votos
Partido Catch-all o Profesional Electoral
Partido Programatico Partido Orientado al Patronazgo Partido de la Nueva Politica
Partido de Integracion De masas
Partido Cartel
Buscadores de Politicas
Buscadores de Cargos
Tomado de Wolinetz. S. (2007)
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o escisión
De fusión
Estamentales o de clase.
Patronazgo.
Ideológico.
(Max Weber)
(Duverger)
Parlamentario exterior.
Por los fines que persigue
Por su origen
Elaborado por Leopoldo Martínez Herrera.
Categorías no compatibles
Finesintereses
Ideología
Magnitud
Históricotemporal
Categoría clasificatoria
Cuadro 2
De integración.
Representación individual.
(Neumann)
Por el tipo de representación
De clase.
Religiosos.
Étnicos.
Religiosos.
Étnicos.
Tribuales
(Blondel)
Por el tipo de legitimación y base social
Masas electorales.
Masas.
Cuadros.
(Duverger)
Por su estructura interna
De carácter intermedio.
Totalitarios.
Especializados.
Por el factor ideológico (Panebianco)
Por su consistencia organizativa
Débilmente Institucionalizados.
Fuertemente Institucionalizados.
TIPOLOGÍA DE LOS PARTIDOS POLÍTICOS
Pequeños.
Medios.
Grandes.
Vocación mayoritaria.
(Duverger)
Por su tamaño
De electores.
De militantes.
De notables.
(de Esteban)
Por su evolución histórica
La organización de los partidos políticos La organización de los partidos políticos se caracteriza porque no son homogéneos, es decir, no siguen un patrón o diseño único, desde su origen estas unidades sociales han registrado una dinámica en su evolución interna, quizá debido a la competición entre partidos, o tal vez por los cambios acontecidos en la sociedad. Bastaría lo anterior para animarnos a estudiar la conformación interna de los partidos, pero se ha dicho con veracidad, hoy en día, el estudio de este tema ha dejado de interesar a los estudiosos y analistas del fenómeno partidario, tal pareciera que el trabajo de Duverger fue suficiente para comprender las variantes que pudieran presentarse en la organización de los partidos (Duverger, 1994). Lo cierto es que desde hace cinco décadas no se han presentado aportes significantes a lo señalado por el maestro francés. Los tiempos modernos han reclamado la atención sobre cuestiones como los sistemas de partidos, sus bases sociales, su comportamiento electoral, su financiamiento, etcétera, dejando a un lado la cuestión organizativa. Siguiendo en parte la estructura duvergeriana sobre la organización que adoptan los partidos políticos, a continuación expondremos a grandes rasgos, los elementos principales que intervienen en aquella. En primer lugar, veremos la parte que conforma la estructura o armazón del partido; en segundo lugar, el tipo de miembros o integrantes del partido y, en tercer lugar, a su gobierno interno o dirección del partido.
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L
Para identificar la estructura que adopta el partido político ésta se estudia bajo tres elementos: por el sistema de adhesión de sus miembros, por la forma de sus unidades básicas de organización y por la forma de relación entre los distintos niveles de jerarquía de la estructura. La adhesión y sus formas Partidos de estructura directa. Se identifican así este tipo de partidos cuando sólo admiten adhesiones individuales, es decir, existe un sistema formalizado de admisión a través de una declaración personal y expresa del candidato solicitando la inscripción del partido, estableciendo así el compromiso de lealtad al partido y la aceptación de su programa y acuerdos. Partidos de estructura indirecta. Estos son cuando la adhesión individual no es posible, sino de forma indirecta, integrándose a una organización afiliada al partido. En este caso, baste mencionar la medida en que se ha consolidado la democracia política, los partidos indirectos han desarrollado formas de afiliación directa, dándose en la práctica una forma mixta. Las unidades de base Las unidades de base constituyen la organización más elemental del partido, a partir de las cuales se establece su estructura orgánica y funcional. Según sea la forma que el partido político tenga sus unidades básicas, éstas nos señalarán el grado de participación y el nivel de formación de los miembros del partido. Según el autor francés de referencia, existen cuatro tipos básicos:
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1. El comité. Es una junta o grupo de personalidades notables, sea por su peso económico o social, que actúan en un ámbito territorial determinado. Los comités se han desarrollado en los partidos políticos de estructura indirecta con el fin de agrupar a los representantes de las distintas corporaciones o colectividades que los integran. Esta forma de organización se da en los inicios en que aparece el partido, cuando no se buscaba la afiliación masiva, sino la selección, formado por pocas personas el comité constituye una unidad esporádica de la actuación reducida a los períodos electorales; históricamente ha caracterizado a los partidos de ideología liberal. 2. La sección. Es una agrupación de afiliados que residen en determinada área territorial –por lo regular reducida–, dotada de una estructura interna que es elegida por la propia asamblea del grupo. Es una unidad de carácter permanente cuya actividad descansa en la formación y movilización de las masas; históricamente, surgen con los partidos de ideología socialista. 3. La célula. Unidad muy reducida que agrupa a los afiliados en función de sus lugares de trabajo o por profesiones. Es una unidad permanente que carece de estructura orgánica definida, pero sus miembros se encuentran estrechamente unidos, permitiendo así una mayor operatividad, mayor penetración social y mejor control de su actividad. Es una unidad dirigida fundamentalmente a labores de agitación y propaganda; realiza una potente socialización de sus afiliados; fomenta el gremialismo en el interior del partido dando una primacía casi absoluta a los 73
incentivos de identidad y condicionando su libertad de acción a la dirección del partido. 4. La milicia. Es una unidad de carácter paramilitar muy reducida, con estructura piramidal fuertemente jerarquizada que le da cohesión y un sentido de la disciplina. Dedicada preferentemente a labores de propaganda o ejercicio de la violencia como instrumento ordinario de acción política, este tipo de unidades son desarrolladas por los partidos fascistas y movimientos nacionalistas. Es muy importante señalar que en la actualidad ningún partido político (o casi ninguno) se dan formas de absoluta pureza, los grandes partidos adoptan una estructura interna que permite la combinación o yuxtaposición de diversos tipos de unidades de base, en mayor o menor proporción. Por ejemplo, hoy en día, los comités son utilizados por partidos socialistas, comunistas o fascistas, principalmente como fórmula de organización en localidades de poca filiación. Por otra parte, los partidos comunistas, fascistas y hasta partidos de cuadros han adoptado las secciones para adherir sectores poco dados al activismo. Las milicias han sido adoptadas por partidos conservadores, socialistas o comunistas, como grupos de choque o de defensa. Las relaciones jerárquicas Los enlaces. Son las relaciones de coordinación que se dan entre las distintas unidades de base, entre sí y con respecto a los diferentes niveles jerárquicos del partido. Según Duverger, estos se clasifican en horizontales y verticales.
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Enlaces horizontales. Se llaman así cuando las distintas unidades de base pueden relacionarse entre sí aun estando sometidas al control de instancias superiores comunes. Esta forma de enlaces asegura un libre flujo de la información a lo largo del organigrama del partido, así como a reforzar la posición de los dirigentes. Por el contrario, conforman una organización con débil disciplina y vulnerable a las escisiones. Enlaces verticales.Cuando las distintas unidades de base sólo pueden relacionarse entre sí a través de las instancias superiores comunes. Este sistema tiende a producir la concentración del control de los flujos de información en la cúspide u órgano superior del partido y conforma una estructura disciplinada y poco vulnerable a las escisiones; por el contrario, su existencia es poco propicia al diálogo y debate interno, y dificulta absolutamente todo el desarrollo de fracciones o de oposiciones dentro del partido. Una disidencia nacida en una célula no puede contaminar directamente a las células vecinas. No puede llegar al escalón de la sección sino a través del delegado de la célula. Pero se está entonces en un medio ya más escogido y más seguro. En la práctica es difícil encontrar un partido en el que las relaciones entre las organizaciones locales y las de los niveles superiores se relaciones exclusivamente mediante un solo tipo de enlace, lo normal, es que combinen en su organización los dos. Descentralización y centralización Se confunden a menudo los enlaces verticales y la centralización, los enlaces horizontales y la descentralización. 75
Ambas categorías se unen en muchos puntos, pero sus fundamentos son totalmente diferentes. Pero hay que recordar que enlaces verticales y horizontales definen modos de coordinación de las unidades de base que componen el partido; centralización y descentralización se refieren a la repartición de los poderes entre los escalones de dirección. La descentralización Se pueden distinguir cuatro grandes tipos de descentralización: local, ideológica, social y federal. • Local. Esta se da cuando se deja un amplio margen de actuación a las unidades partidarias de ámbito local en, al menos, algunas funciones clave de los partidos, en especial las relaciones con las elecciones y el gobierno local. Esta situación tiene grandes consecuencias sobre la actitud política de los partidos: tiende al “localismo”, es decir, que orienta al partido hacia las cuestiones de interés regional en detrimento de las grandes cuestiones nacionales e internacionales. No existe, propiamente hablando, una política de partido nacional, sino políticas locales yuxtapuestas y contradictorias que se inspiran en intereses especiales y particulares, sin expresar un interés general ni un punto de vista de conjunto de los problemas. • Ideológica. Se produce cuando se permite la existencia de tendencias o corrientes organizadas, constituidas dentro del partido mediante la influencia dada a cada una de ellas en los comités directivos o el reconocimiento de una organización separada. Casi todos los partidos socialistas directos han conocido más o menos la descentralización ideológica y las tendencias. El peligro de 76
una descentralización ideológica es, evidentemente, el de conducir a la escisión, pero presenta también la ventaja de mantener una atmósfera de discusión, de rivalidad intelectual, de libertad. Al mismo tiempo, da paso a los problemas generales a las consideraciones locales. • Social. Consiste en organizar de manera autónoma, en el seno del partido, cada categoría económica: clases medias, agricultores, asalariados, etcétera, y dar poderes importantes a estas secciones corporativas. La descentralización social corresponde a los partidos indirectos. Puede decirse que la descentralización social es más eficaz que la descentralización local, ya que la división del trabajo, el progreso de los cambios y la evolución técnica, engendran diversidad de intereses particulares, a menudo más poderosos que las localizaciones geográficas. • Federal. Esta forma descentralizada se presenta cuando los partidos se reflejan en la estructura federal del Estado, la independencia del grupo directivo dentro del partido toma más bien la forma de una descentralización local. La centralización Sobre este tema hay poco que agregar después de ver la situación en que se presenta la descentralización. Por exclusión diremos que toda aquella actividad que no se identifique plenamente como descentralizada, será centralizada. Dice Duverger que muchos partidos se declaran descentralizados, cuando son, en realidad, centralizados. No hay que dejarse engañar por la letra de sus estatutos, sino analizar su aplicación concreta antes de llegar a una 77
conclusión. Generalmente, los dirigentes locales están orgullosos de su importancia y comentan que desempeñan un papel esencial, incluso cuando la realidad es diferente. Otros partidos reconocen abiertamente que su estructura es centralizada, pero corrigen el defecto llamándole “centralismo democrático” (Duverger, 1957).
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Atendiendo a la calidad y cantidad de los miembros que pertenecen a un partido político, aquéllos se pueden estudiar bajo dos formas: por su integración y por su grado de participación. Por su integración La integración de los miembros de un partido político se debe analizar a través de la formación misma del partido. Así tendríamos que los miembros corresponden a partidos de cuadros, partidos de masas, partidos de electores (catch-all party) y partidos de países subdesarrollados. Partidos de Cuadros • Tipo europeo. Los partidos de cuadros no se proponen agrupar un número de adherentes lo más elevado posible, sino reunir a figuras notables. La calidad les importa más que la cantidad. Estos notables se reclutan, bien a causa de su prestigio, bien a causa de su fortuna y están agrupados en comités locales con autonomía amplia. Los parlamentarios desempeñan un papel dirigente. • Tipo americano. Las directrices esenciales emanan de comités de notables que no son elegidos democráticamente, 78
pero se abren a la influencia de las masas electorales obligados por la “legislación de las primarias”. Partidos de masas Ejemplo de este tipo de partidos son el tipo socialista, el comunista y el fascista. • El tipo socialista. La técnica del partido de masas fue inventada por los movimientos socialistas. Los partidos de masas corresponden a la ampliación de la democracia que se abre a la casi totalidad de la población. Se enrola directamente en un partido a la mayor masa de adherentes, de forma permanente, haciéndoles pagar una cotización regular para la financiación de las elecciones por candidatos obreros. Los candidatos del partido no son elegidos en el círculo estrecho de un pequeño comité. Los militantes eligen a sus dirigentes internos en el seno de congresos locales o nacionales y también designan a sus candidatos que deben subordinarse a los primeros. Tienen un aparato complejo y jerarquizado y una organización administrativa más rígida. • El tipo comunista. Los partidos comunistas son los partidos mejor organizados y se crearon por una escisión de los partidos socialistas. El elemento de base: la célula. Los partidos comunistas tratan de atraer a un gran número de adherentes, pero en lugar de agruparlos según su domicilio, los agrupan según su lugar de trabajo. Las células no reúnen normalmente más que algunas decenas y están organizados de manera autoritaria y centralizada. La ideología es de gran importancia y está estrechamente vinculada a la acción. Ningún partido se preocupa tanto de dar una formación teórica, ni hace
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tanto esfuerzo para explicar su estrategia práctica con principios doctrinales. • El tipo fascista. Los partidos fascistas poseen una armadura rígida, una fuerte centralización y un sistema de vínculos verticales. El fascismo se ha inspirado en el comunismo para la idea del partido único, pero, con estructuras muy diferentes. La originalidad de estos partidos consiste en aplicar técnicas militares en el encuadramiento político de las masas. El elemento base es un grupo reducido (decena). Un partido fascista es esencialmente una especie de ejército privado, con el que se trata de tomar el poder por la fuerza, y conservarlo de la misma manera. Por su grado de participación Otra de las formas en que se analiza a los miembros de los partidos políticos es atendiendo su grado de participación o pertenencia a los institutos políticos. Así tenemos que, normalmente, todos los estudiosos de esta temática los dividen en electores, simpatizantes, adherentes o afiliados y militantes o activistas. La definición de “miembro” de un partido político no es absoluta y única, pues depende de lo que establezca o señale cada organización, así, podemos encontrar que existen varias categorías, las que analizaremos enseguida: Elector o votante Es aquel ciudadano que teniendo una preferencia política definida, otorga sistemáticamente sus sufragios a una formación política, pero cuyo compromiso no va más allá del sufragio. Los electores demandan a la organización sustancialmente incentivos colectivos y de identidad. 80
El simpatizante Es aquel ciudadano que además de otorgar su sufragio sistemáticamente al partido, reconoce públicamente su preferencia política y, de acuerdo con la misma, colabora con mayor o menor intensidad en los trabajos de partido, pero sin que tal compromiso conduzca y se materialice en una adhesión formal. Los simpatizantes demandan principalmente incentivos colectivos de identidad, pero también demandan servicios colaterales. El adherente o afiliado Es el simpatizante afiliado, es decir, se trata del ciudadano cuya preferencia política es lo suficientemente intensa para llevarle a la formalización de la condición de miembro del partido, pero cuyo grado de actividad es bajo y su participación en las actividades partidarias es esporádica y discontinua. Normalmente el afiliado constituye a la gran mayoría de los miembros de cualquier partido. El militante o activista Es el adherente activo, aquel que vive con mayor intensidad su preferencia política, participa de modo regular en las actividades del partido, se postula como candidato en las elecciones internas y cubre los cargos de los órganos del partido y de los funcionarios del mismo. Su número es muy escaso y puede oscilar entre 10% y 25% de los afiliados en condiciones de normalidad política. Sobre ellos descansa el partido, proveen de cuadros y personal directivo a la organización y actúan de facto como motor de los demás adherentes. Existen otros actores que impulsan a los partidos a darse una articulación centralizada o una articulación descentralizada, fuera de su voluntad deliberada de adoptar uno u otro 81
sistema. El modo de financiamiento y el régimen electoral tienen, igualmente, bastante influencia en ese campo. El financiamiento en los partidos burgueses donde los gastos electorales son cubiertos en gran parte por los candidatos o sus apoyos locales, los comités de base son más ricos que el centro y, por lo tanto, independientes; por lo contrario, si los que aportan fondos han adquirido la costumbre de subvencionar directamente al centro, éste puede ejercer una presión mayor sobre los grupos locales. El régimen electoral también tiene cierta influencia, así tenemos que, por ejemplo, el escrutinio uninominal mayoritario tiende a la descentralización, dando la prioridad a los puntos de vista estrictamente locales y a la personalidad de los candidatos, que pueden hacerse independientes del centro, ellos y sus comités de partidarios. Sólo los regímenes de representación proporcional funcionando en un marco nacional parecen llevar a la centralización, pudiendo considerarse entonces, que los mecanismos electorales tienden generalmente a la descentralización, más que a la centralización; de hecho, los partidos más centralizados dan a las elecciones una importancia secundaria y no se organizan en función de ellas (son ejemplos los partidos de tipo comunista o fascista). Por supuesto que no todo es homogéneo, así tenemos el caso de los partidos ingleses que son centralizados, mientras que los partidos norteamericanos son muy descentralizados, aunque se trate del mismo sistema uninominal de una sola vuelta. En definitiva, no puede formularse ninguna conclusión precisa respecto a la influencia del escrutinio mayoritario de una sola vuelta sobre la centralización de los partidos.
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Figura 3
FORMAS DE ORGANIZACIÓN DE LOS PARTIDOS POLÍTICOS
Por su adhesión.
1.-La estructura. Unidades de base.
Las relaciones jerárquicas.
Organización de los partidos políticos.
Partidos de estructura directa. Partidos de estructura indirecta. El comité. La sección. La célula. La milicia. Los enlaces. Descentralización y centralización Partidos de cuadros Partidos de masas.
Por su integración. Partidos de electores (catch all).
2.-Los miembros. Por su participación.
3.-El Gobierno o dirección.
Elector o votante. Simpatizante. Adherentes o afiliados. Militantes o activistas.
Los dirigentes. Los parlamentarios.
Elaborado por Ángel Rivera Granados.
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Segunda parte
Los sistemas de partido
Conceptualización En páginas precedentes ya se expuso la serie de dificultades que entraña el estudio y la clasificación de los partidos, con la intención de crear alguna teoría que nos permita una generalización prudente y racional de dicho fenómeno político; así como generar potenciales posibilidades de aligerar la carga que implica cualquier estudio específico y empírico de dichas organizaciones. Si lo anterior implicaba ya un grave desafío, dice bien Cotarelo cuando afirma que el tratamiento cognoscitivo de los sistemas de partidos parte de por sí de un concepto problemático, pues esta idea se debilita ante la presencia de un agregado de orden mayor: el sistema político. Las dificultades son del todo comprensibles ya que este fenómeno resulta novedoso, no sólo como un tema práctico y cotidiano en el campo de la política sino que lo es más en el ámbito de la indagación. Por lo demás, pero vinculado con las anteriores vicisitudes teóricas, no es muy preciso el ámbito de la percepción en un país respecto de cuál puede ser el contacto que realizan los partidos entre sí y de estos con relación al Estado o las instituciones del poder. De acuerdo con un enfoque histórico, podemos estar dispuestos a recorrer la pesquisa de los partidos políticos en función de las mutaciones que le ha impreso el cambio societario durante un período determinado, pero resulta que aquí surge un problema, y es que los cambios que sufren los países, lo hacen a partir de diferentes estadios de desarrollo, es decir, no lo hacen desde un punto de salida común y equitativo. 87
Por otro lado, el enfoque espacial nos permite entender que las latitudes y los espacios territoriales contienen en su interior un entramado de circunstancias, procesos, fuerzas e intereses, las cuales, sin duda, van a sobre determinar la vocación y la funcionalidad de tales organizaciones. En este sentido surgen varios cuestionamientos que detonan cualquier búsqueda inteligible: ¿Qué es un sistema de partidos?, ¿cómo poder racionalmente estudiarlos para obtener alguna utilidad práctica? Para dar respuesta a la primera pregunta vamos a acudir al auxilio de los politólogos que sobre este tema ya han elaborado teorías, así por ejemplo para Estefano Bartolini un sistema de partidos: Es el resultado de las interacciones entre unidades partidistas que lo componen; más concretamente es el resultado de las interacciones que resultan de la competición política electoral. (Bartolini, 1991). Para Dieter Nohlen es: El conjunto de partidos en un determinado Estado y los elementos que caracterizan su estructura: cantidad de partidos, las relaciones entre sí, tanto respecto a la magnitud de ellos como de sus fuerzas relacionales y en tercer lugar, las ubicaciones mutuas, ideológicas y estratégicas, como elementos para determinar las formas de interacción; las relaciones con el medio circundante, con la base social y el sistema político. (Nohlen: 1997).
Para el autor español Ruiz de Azúa es el “conjunto formado por los siguientes elementos: el número de partidos 88
existentes, sus tamaños, sus relaciones, sus alianzas, su ubicación ideológica» (Ruiz, 1997). Finalmente, para pasar a realizar algunos comentarios, presentamos lo que nos dice Martínez Sospedra; para éste, el sistema de partidos lo vamos a entender como: Marco general en el que se desenvuelven los partidos y su actividad, y está integrado fundamentalmente por los mismos partidos y por la red de interrelaciones que establecen entre sí, pero que comprende adicionalmente las relaciones de los partidos con el resto de la sociedad civil y con las instituciones de gobierno. (Martínez, 1996).
De lo expresado por lo anteriores especialistas cabe hacer algunas reflexiones que me parecen pertinentes. Una primera observación sobre el apunte de Bartolini es que, para él, lo importante del sistema es lo que se produce con los contactos entre los partidos, es decir, lo que le da significado y viabilidad como forma más o menos orgánica es la producción de las relaciones recíprocas entre ellos, por otro lado, la idea de Bartolini es que el sistema de partidos se pone en funcionamiento luego de que opera un juego de competencia; es decir, es la relación competitiva lo que le da sentido al sistema. Las elaboraciones de otros autores, como vamos a observar enseguida, si bien es cierto que le dan un peso muy significativo a las relaciones de competencia, el universo de su acción y significado no se colma sólo con ello, ya que como hemos visto, los partidos desarrollan una multiplicidad de funciones las cuales van más allá del horizonte de la competencia, en consecuencia, son herederos vinculantes de dichas funciones. 89
El apunte de Ruiz de Azúa tiene la virtud, aunque muy esquemática, de enumerar una variedad muy amplia de componentes del sistema y de alguna forma es una introducción metodológica de la manera en la que podemos estudiar a los sistemas de partidos, diríamos que es sumamente enunciativa, dejando muchas dudas respecto a algunos elementos que introduce en su definición, en este sentido, por ejemplo, queda un tanto al garete la idea de conjunto, pues no lo delimita ni le imprime precisión alguna. El planteamiento de Nohlen me parece sumamente completo, ya que determina que es necesario localizar una estructura en la que subsisten varios componentes; de manera clara me parece que apunta hacia algunos elementos conceptuales y metodológicos a través de los cuales podemos acercarnos a los sistemas de partido. En su concepto cobra una gran relevancia el proceso de interacción y relación entre los elementos que lo conforman; un segundo aspecto que resulta relevante es la imprescindible articulación del sistema con la base social y las instituciones públicas (aparato de Estado). Martínez Sospedra logra de una manera explícita determinar dos grandes ámbitos en los cuales podemos incluir el estudio de los sistemas de partidos. La primera es que existe un marco general en el que se desenvuelven los partidos, sin duda que se refiere a los elementos normativos e institucionales, los cuales determinan los cauces por donde se desplazarán las organizaciones en la consecución de sus fines, garantizando con ello, en todo momento, la estabilidad del sistema político y la resolución del poder por vías legales y políticas. El segundo lugar se refiere a los propios partidos políticos como sujetos primarios de 90
la actividad política, incluyéndose en ello las interrelaciones recíprocas y múltiples que se realizan en ellas. En suma, que con los comentarios que se adhieren, después de todo, creo que tenemos una idea del significado conceptual de lo que son los sistemas de partidos. Existen otros aspectos que debemos considerar en este tema, y me quiero referir a que si bien existen algunas clasificaciones o tipologías que pretenden dar cuenta de las características del sistema en términos modelísticos, estos se deben aplicar tomando en cuenta todas las precauciones del caso, pues podemos cometer serios errores de apreciación, ya que en algún país puede darse una situación contradictoria al presentar visualmente un sistema de partidos bipartidario o multipartidario cuando en realidad, la naturaleza de las interrelaciones, la posición de los partidos con el Estado o la subsistencia de una modalidad hegemónica o corporativa, deteriora la verdadera funcionalidad y, por ende, la vigencia real y objetiva de un sistema como el que se enuncia inicialmente; esto es, que se pueden dar casos en la práctica de un país que sostenga publicitariamente un modelo falso, mientras que la realidad nos refleja que éste se encuentra muy alejado del prototipo. Lo anterior tiene explicación porque en estos países el sistema político todavía anida constituciones y prácticas predemocráticas y/o premodernas y que en la búsqueda de la aceptación internacional se construye un modelo simulado en el que, aparentemente, se promueve la existencia de diversos partidos políticos, pero que en el fondo no atienden a motivaciones ni a intereses sociales genuinos. Otro aspecto que está inserto en este tema es que, ciertamente, podemos establecer cuál es el origen de los 91
partidos políticos así como construir uno o varios modelos de sistemas partidarios, pero tenemos que asentir que dichas construcciones modelísticas serán siempre provisionales y relativas ya que, las motivaciones sociales no sólo dinamizan con gran rapidez sino que la sociedad contemporánea y compleja, ha creado otra serie de necesidades y motivaciones lo cual evidentemente patrocina a veces cambios radicales en la configuración partidaria. Es decir, no parece algo inusitado que de una época a otra surjan nuevos partidos políticos y otros tiendan a su extinción o fusión y con ello se modifica el espectro del sistema de partidos. Ya señalamos brevemente la manera en que el sistema de partidos puede afectarse por la construcción y funcionamiento del sistema político. Abundando más en este campo de análisis, podemos inferir, como lo hace Bartolini, que su impacto puede ser mayor si nos desplazamos al ámbito parlamentario o de la Cámara de Diputados, según sea el caso, ya que las mayorías en estas instituciones legislativas, así como la división de los gobiernos (gobiernos divididos) son causadas por las interrelaciones generadas al interior del sistema de partidos, pues aquí es donde se concretiza una línea coalicionista parlamentaria o gubernamental. Lo anterior abre un nuevo panorama en el estudio de los sistemas de partidos, pues parece que ha cobrado un mayor interés la reconfiguración de su papel en el sistema político y electoral, a través de una estrategia aliancista, la cual le permite, en momentos climáticos, reposicionarse frente al poder y frente a sus adversarios. Sin duda que lo que plantea Bartolini introduce un elemento perturbador, pues relativiza con ello y vuelve tremendamente frágiles a los modelos de sistemas de partidos. Con 92
esto cobra vigencia un principio de complejidad y de diferenciación política, a la vez que de transitoriedad de las posiciones políticas de los partidos, pero me temo que, en consecuencia, recupera un papel central la búsqueda inocultable del poder (Bartolini, 1991).
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Tipologías de los sistemas de partidos políticos El tiempo de la democracia representativa en los momentos actuales, en el concierto de las naciones, deviene implícitamente en el reconocimiento de dos instituciones además del parlamento o las Cámaras. Así es, ya que por un lado el proceso electivo se convierte en un procedimiento inseparable de dicha fórmula, pues con él se hace presente la participación del cuerpo electoral en la operación de una serie de eventos participacionistas que definen a la soberanía; en segundo lugar la institución partidaria se convierte también en el otro instrumento que funge como organización mediadora entre los intereses y la opinión pública, a efecto de cerrar el ciclo de la expresión y de la representación implícita, que es la que detentan los partidos políticos. Como ya lo explicamos en su oportunidad, la expansión de la participación política motivada por múltiples fenómenos concurrentes como son: la masificación de la sociedad, el advenimiento de la sociedad urbana, la expansión de las actividades secundarias y terciarias, el extenso aforo a la educación, requirieron en su fase crítica la creación de mecanismos de intermediación y de organización que tuvieren la dualidad de encauzar y encabezar las demandas e intereses frente al poder estatal, al tiempo de generar una expectativa de cambio en su rol de oposición, con una propuesta nueva, con opciones reales para encabezar un nuevo poder. En este sentido, la proliferación y sistematización de la presencia de los partidos políticos reflejan un fenómeno 94
nuevo; el cual tiene una relación intrínseca con el fortalecimiento y dominio de la democracia representativa como forma política. La diversificación de las formas estructurales, la diversidad de su origen, la forma de su lucha, la apetencia por una ideología y otros aspectos que generan de por sí una grave dificultad para encasillarlos en tipologías y agrupamientos que sean necesarios y útiles para su estudio. Aunado a lo anterior, existen condiciones del entorno, es decir, medioambientales, las cuales le imprimen diversas marcas al conjunto de partidos que se debaten en los distintos países. El sistema político vigente, por ejemplo, genera una marca al conjunto de partidos que integran a las fuerzas políticas de un país; es decir, un Estado autoritario o uno liberal democrático o republicano va a imprimir una lógica distinta al desempeño de los partidos políticos en un Estado. En este sentido, creo que resulta conveniente el que a nivel de conglomerados partidarios, referidos a los regímenes políticos, ha resultado más benéfico para la comprensión cabal del funcionamiento de un sistema político en su sentido integral. Resulta evidente, por demás, que cualquier intento que se haga a efecto de diseñar una tipología de los sistemas de partidos es, de hecho, una sofisticación, pero que va a la par del desarrollo teórico y empírico que ya ha experimentado este fenómeno. Existe una gran variedad de estudiosos que ahora ofrecen su propia propuesta tipológica, nosotros haremos un breve recuento de algunas de ellas para finalizar con un comentario, en el cual podemos reflejar la preferencia por alguna, así como las razones de esta toma de posición. 95
Existen varios criterios que son utilizados con la finalidad de generar en forma racional diversas tipologías, así por ejemplo, sólo para enumerarlas con brevedad, diremos lo siguiente: Maurice Duverger toma en cuenta como criterios para determinar su tipología el número o la cantidad de partidos que sistemáticamente participan en la vida política y electiva de un país. Así, para él, los sistemas políticos pueden contener en su interior los siguientes sistemas: • Unipartidistas. Con un solo partido operativo y existencia legal. • Bipartidistas. En éste sólo existen dos partidos relevantes. • Multipartidistas. Aquellos en los que el número de partidos excede a dos. Para Douglas Rae, el criterio es mucho más dinámico pues su existencia se reduce a dos: • Sistema de partidos parlamentarios que son aquellos que registran escaños en los parlamentos o en las Cámaras de representantes. • Sistema de partidos electorales; éste abarca a todas las formaciones que consiguen votos en las elecciones. Por su parte, LaPalombara y Weiner establecen su modelo de sistemas de partidos tomando como base el criterio de la competitividad y la no competitividad, pero tomando en cuenta también la diferenciación entre ideológica y pragmática, su tipología se presenta de la siguiente manera: • Sistemas competitivos; éste a su vez lo divide en alternanteideológico, alternante-pragmático, hegemónico-ideológico 96
y hegemónico-pragmático. La utilización del criterio alternante hace alusión a la posibilidad real que se haga del poder a partidos distintos. La categoría de hegemonía se refiere a la prevalencia de uno u otro partido en el seno de un sistema multipartidario. El criterio ideológico se refiere a que los eventos políticos pueden ser provocados o animados por elementos doctrinarios, mientras que el carácter programático se lo confiere el suceso de eventos o hechos por el mismo discurrir de las cosas. • Sistemas no competitivos; éste se integra con los subsistemas unipartidistas autoritario, el unipartidista pluralista y el unipartidista totalitario (Cotarelo, 1990). Finalmente, haremos mención de la más reciente de todas, la cual incluso ha cobrado mayor auge y legitimidad, de tal manera que es la que actualmente es utilizada por la mayoría de los estudiosos. Giovanni Sartori endereza su crítica tanto a Duverger como a LaPalombara y Weiner, y establece una tipología en la cual toma como referente categorial el factor dinámico, así como el elemento numérico y la competitividad, de tal manera que con estos factores construye su modelo. • Sistemas competitivos que se componen de los subsistemas de partido predominante, bipartidista, pluralismo moderado y pluralismo extremo. • Sistemas no competitivos que integran a los siguientes subsistemas: partido único, el cual a su vez integra al unipartidista-totalitario, al unipartidista-autoritario y al unipartidista-pragmático; enseguida integra al de partido hegemónico, el que a su vez se subdivide en hegemónico-ideológico y hegemónico pragmático
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Diversos enfoques para el estudio de los sistemas de partidos El interesante trabajo que a este respecto nos ofrece Stefano Bartolini, constituye el mayor esfuerzo intelectual de sistematización y de aplicación de rigor metodológico, con el propósito de agrupar a las diversas teorías que tratan de explicar los motivos y las condiciones que originan el nacimiento de los distintos sistemas de partidos políticos. Para Bartolini, igual que para otros analistas, existen distintos criterios, los cuales son más relevantes y significativos que otros, por ello, propone que el estudio de los sistemas de partidos políticos lo podemos abordar desde tres enfoques: Enfoque genético Este modelo explicativo advierte que los partidos y los sistemas de partidos que se han fraguado en los distintos países pueden tener su origen en el desarrollo de procesos históricos de gran trascendencia, de tal manera que han impactado en forma permanente y profunda a los conglomerados sociales. Estos fenómenos han patrocinado distintas configuraciones políticas, las que finalmente se han concretizado, en algunos casos, en agrupamientos partidarios, y otras, en formaciones políticas de diversa índole. El autor de esta hipótesis, Stein Rokkan, argumenta que, sobre todo en la Europa occidental, se dieron cuatro grandes líneas de fracturas en las sociedades de cada Estado, las cuales provinieron, a su vez, de dos macro 98
procesos revolucionarios, el modelo entonces se explicaría de la siguiente manera: a) Revolución de las naciones La revolución de las naciones dada con la configuración de los Estados-naciones, una vez concluida la etapa medieval y resuelto el modelo absolutista; la creación de los Estados modernos implicó el establecimiento de un poder central en términos de dominio territorial-espacial, este fenómeno se realiza en detrimento de las tradiciones y de la fuerza que se localizaba en las regiones y en las localidades, por lo que surge un sistema de tensión entre el centro y la periferia, el cual se caracterizó por la resistencia de un gran sector de la sociedad que se enfrentó al proceso de sometimiento del poder del Estado. De esta manera surge una primera línea de fractura trascendente. Una segunda línea de fractura se va a dar entre la institución eclesiástica y el Estado nacional, ya que el Estado moderno, una de las primeras tensiones que enfrenta es la causada por la confiscación de los procedimientos que la Iglesia ejercía en uso de un poder excesivo, lo cual fue también acicateado por el surgimiento de un espíritu laico y liberal, y que genera una ruptura con el dominio ideológico de los cuerpos eclesiásticos. Aunado a ello, el Estado realiza un esfuerzo monumental al tratar de sustituir las creencias y actitudes de los súbditos, lo que lo lleva a extender, en un proceso de socialización escolarizada, los nuevos elementos con los que se construirían así las identidades y la cohesión de las nuevas naciones; lo anterior genera la oposición entre sectores eclesiásticos o ligados a dichos intereses, mientras que en contrapartida surgen otras coaliciones 99
o agrupamientos laicos y/o contrarios al otrora gran poder de la Iglesia. Como consecuencia de estas dos líneas de fractura derivadas de la revolución de las naciones, aparecen cuatro familias de partidos: • De la fractura centro-periferia brotan los sistemas de partidos centralistas contra los defensores de la periferia o regionales. • De la fractura Estado-Iglesia surgen dos familias de partidos creándose el sistema de defensores de la religión contra el sistema de partidos de posición anticlerical. b) Revolución Industrial Durante la Revolución Industrial, en el siglo xix, se genera una gran fractura de profundidad que va a conmover a los conglomerados sociales, y a partir de la cual se gesta una multiplicidad de alineamientos sociales motivados por los cambios económicos, sociales y políticos, a la luz de las grandes transformaciones; sin embargo, podemos caracterizar dos líneas de rupturas que van a supervivir desde aquella época hasta nuestros días. De esta gran fractura fundamental se genera en primer lugar una línea de fractura delineada por los intereses de la explosión económico-productiva, de tal manera que los intereses urbanos, acelerados por el desarrollo del aparato productivo industrial, genera una tensión contra los intereses de los sectores primarios y fundamentalmente campesinos. Esta línea de fractura consolida la creación de sistemas partidarios de naturaleza burguesa contra el sistema de partidos de origen agrario. Una segunda línea de fractura se genera, propiciada por la Revolución Industrial y la expansión de la economía 100
capitalista, por la defensa de los intereses de los propietarios o dueños de las fábricas y del capital en contra de una serie de agrupamientos sociales, cuyo papel es, en este contexto, el de simples trabajadores o sea vendedores de su fuerza de trabajo. La consecuencia de ello es la proliferación de organizaciones de defensa y protección de los intereses de ambos bandos; como resultado de lo anterior se configura, por un lado, un sistema de partidos de carácter propietario del capital o burgués, mientras que, de otro lado, surge un sistema contrario constituido por los sectores de trabajadores y obreros (Bartolini, 1991). A todo lo antes dicho, cabe hacer algunas precisiones, las que apoyarán la validez del modelo de Rokkan; y nos referimos a que todo parecería que las fracturas de la sociedad automáticamente se convierten o dan origen a partidos políticos, lo cual sería admitir que el modelo demuestra una gran simplicidad o una consecuencia prescriptiva, lo que se encuentra muy alejado de la posición del autor. Dice Rokkan que no todas las fracturas, incluso las grandes líneas de fracturas, propician la formación de partidos políticos, es decir, que se requiere una básica condición para que ello suceda; y parece que el autor enfatiza tres aspectos; primero, el hecho de que la fractura, en efecto, sea de tal magnitud que indudablemente provoque la alineación y división de los intereses de grandes conglomerados sociales; segundo, que la línea de fractura tenga una duración temporal necesaria como para que las fuerzas y los intereses en conflicto puedan madurar en fracciones de sectores sociales; una tercera condición pudiera ser el hecho que otras formaciones políticas no partidarias no asuman la mediación y encabezamiento de los conflictos derivados del choque de intereses. Finalmente, 101
la presencia de una institución estatal y de actores relevantes puede acelerar o pautar la cristalización de la formación de dichos sistemas partidarios. Enfoque morfológico En este modelo explicativo cobra una importancia crucial la morfología de los sistemas partidarios. Si asumimos, como lo hicimos en páginas anteriores, que lo que caracteriza a estos sistemas es la multiplicidad de interacciones que se dan entre sus elementos, por ello, cobra una gran relevancia el número de partidos políticos que interactúan en él; a su vez, esto nos brinda información con respecto a la concentración-dispersión del poder, pero aún más, también nos informa de interacciones del tipo más o menos complejas. Congruente con lo establecido, este modelo recae en una primera instancia en los sistemas de bipartidistas y multipartidistas, ya que éstos constituyen el campo en el cual se generan grandes experiencias empíricamente registradas, así como la mayor y más compleja serie de interacciones no sólo interpartidarias sino de éstos con los diversos actores políticos y sociales de un país. De esta manera, el modelo bipartidario-multipartidario constituye una aportación relevante, ya que a través de su estudio se ha podido determinar la consecuencia de las múltiples interacciones y su influencia referente a la calidad de la oposición, las posibilidades a la alternancia, la construcción de las mayorías gubernamentales, así como las posibilidades de las coaliciones gubernamentales y la inestabilidad potencial de los gobiernos. Pero el simple criterio numérico del que hace uso Duverger no es suficiente para intentar clasificar con eficacia 102
a los sistemas partidarios, y de ello se da cuenta el autor, por lo que agrega otro criterio más que se relaciona con el potencial rol gubernativo, y en este sentido se puede dar el caso de sistemas electorales en los cuales se distinguen sistemas: • De vocación mayoritaria; pueden aspirar a obtener una mayoría de escaños. • De partidos grandes; pueden alcanzar mayoría gubernamental con algún apoyo externo. • De partidos medios; pueden conformar alianzas para compartir el poder, pero no constituyen el centro de agregación. • De partidos menores; su papel es poco significativo tanto en el gobierno como en la oposición. Lo dicho hasta ahora fue confrontado por Giovanni Sartori, para quien ni el elemento numérico ni la supuesta fuerza para formar mayorías gubernamentales son suficientes para entender la complejidad de este fenómeno. Una de las objeciones es que el número no da cuenta de la fuerza real de los partidos en pugna, además de que el tamaño de un partido puede tener implicaciones en la conformación de una coalición, o bien puede suceder que un pequeño partido antisistema propulse una dinámica, sobre todo, a los partidos gubernamentales. Sartori entonces ha agregado un elemento cualitativo para facilitar la explicación de aquellos países en los cuales la práctica rebasa a la teoría, indicando que existen otras variantes de sistemas partidarios, así tenemos que el factor denominado “distancia ideológica que separa a los partidos en competencia”, gesta los sistemas de multipartidismo moderado y otro denominado polarizado; 103
caracterizados los primeros por un número medio-bajo de partidos y por una escasa distancia ideológica entre sí en términos de derecha-izquierda, y en el segundo caso constituido por un elevado número de partidos y una fuerte distancia ideológica entre sí. Finalmente, para el autor italiano fue necesario desagregar al bloque multipartidario en un tercero, que sería el de partido predominante, que es aquel en el que un único partido y a lo largo de un período de tiempo prolongado, mantiene una posición de mayoría absoluta de escaños. Sin duda que los agregados teóricos que desarrolla Sartori nos brindan un mapa teórico más prolifero y plausible que al principio; después de todo, esta contribución pasará a la historia como una gran contribución, pero no será definitiva, ya que la práctica de los sistemas en los diversos países gestará nuevas visiones a este fenómeno político. Enfoque de competencia Este enfoque parte de dos premisas. La primera es concebir a la política como un mercado, por lo que en éste se establecen relaciones múltiples entre varios sujetos, y a similitud con el mercado económico, existen también vendedores y consumidores. La otra premisa es que este mercado se encuentra en estado de competencia, por lo que se generan dos consecuencias: una, que existe la posibilidad de que los consumidores (ciudadanos) puedan asumir una posición racional y seleccionar una entre varias opciones; dos, que entonces los partidos son concebidos en interacciones competitivas por el acaparamiento del mercado de consumidores formado por los ciudadanos, 104
esto es, que los votos son la fuente de inspiración para que los partidos políticos logren su maximización de estrategias y acciones para lograr una mayor conquista de ellas. Éstos son elementos descriptivos que están vinculados a esta visión competitiva, el argumento de que si esto es así, entonces los ciudadanos son vistos como entes muy racionales, para los cuales, los vínculos de adhesión construidos a partir de la identidad y la solidaridad con los partidos, resultan innecesarias. Bajo esta perspectiva es posible definir el espacio de la competencia electoral en el que se desplazaron libremente las múltiples preferencias electorales de los ciudadanos, mientras que los partidos, por lo tanto, deberán diseñar sus estrategias propagandísticas con el fin de atraer para sí al mayor número de ciudadanos para su causa, y que se encuentran disponibles en el espacio político (mercado electoral). Resulta prudente enmarcar que aún en esta configuración de los sistemas de partidos, es trascendente la configuración y la presencia de un eje izquierda-derecha, el cual se define por la mayor o menor presencia del Estado en la economía. Para la configuración de un sistema de partidos bajo los elementos que han descrito los expositores de esta corriente, como Downs, establecen que es el comportamiento del elector, a través de un período determinado, el que determina el proceso de alineamiento de los partidos, de tal manera que lo que está en el centro de la competencia en la confrontación política es una lucha muy racional y estratégica de los partidos por detectar hacia qué lugar especialmente se está desplazando el llamado voto elástico. 105
Lo antes señalado sucede porque en el continuum eje de izquierda-derecha, los conglomerados electorales se desplazan hacia las posiciones intermedias, alejándose, en consecuencia, de los extremos, por lo que la función de los partidos estriba en captar a los votos elásticos que se encuentran en posiciones indefinidas. Esto permite diseñar una estrategia de pequeños desplazamientos programáticos con el objeto de no arriesgar al elector ya cautivo. Con los aspectos antes señalados, el enfoque de competencia arriba a una conclusión muy importante: a partir de la creación de un espectro partidario que tiende a ir siempre en busca de un electorado racional y suficientemente informado, el cual, finalmente, parece que toma una decisión electoral pensando más en sus preferencias e intereses, y que pueden estar allí en el espacio electoral partidario como componente de su oferta de cada institución política. Existe, por lo tanto, una dinámica competitiva centrípeta y otra centrífuga, las que determinan la posición de los partidos en el seno de un sistema de partidos políticos: por un lado, las organizaciones políticas son centrípetas en la medida en que se constituyan los distintos clusters que denotan un desplazamiento de aquellos hacia el centro del eje continuum; o bien, se puede configurar un sistema de partidos políticos con un esquema centrífugo, en el cual los agrupamientos (clusters) se desplacen hacia los extremos del eje que ya hemos mencionado. La conclusión al respecto es que los sistemas partidarios centrípetos determinan competencias no polarizadas, porque la lucha se desarrolla por dos o tres partidos en relación a posiciones ideológicas centristas. Por su parte, el sistema partidario centrífugo, de seguro que será uno 106
muy confrontado, dado que la polarización de las posiciones genera este tipo de lucha política. Para terminar esta parte sólo habría que agregar que parece que este enfoque tiene algunos puntos vulnerables, y estos consisten en que se sustenta en la premisa de que es en el espacio político –en el que exclusivamente y en el contexto de un proceso electoral– en donde el ciudadano conforma y toma su decisión, lo cual rivaliza con dos criterios distintos. Uno es que nos referimos a que existen elementos de identidad (pennes) que generan adherencias muy consistentes entre un elector y su partido, de allí que su decisión resulta claramente predeterminada, independientemente del contexto y contenido del espacio político; el segundo es que nos referimos a que una gran parte de sus intereses y preferencias, el ciudadano las resuelve frecuentemente afuera del espacio estrictamente político y por agentes distintos a los partidos. No obstante lo anterior este enfoque ha sido de gran utilidad por el uso del método espacial, ya que debemos aceptar que, en efecto, todo actor o sujeto social actuará y tomará siempre sus decisiones con un mínimo de racionalidad (Bartolini, 1991).
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Características de los diversos sistemas de partidos En este apartado, como ya lo señalamos, vamos a retomar la tipología que propuso Giovanni Sartori –por considerar, personalmente, que actualmente ha cobrado mayor legitimidad teórica en este campo–, no obstante, alimentaremos la explicación del modelo sartoriano con algunos aportes que realiza Martínez Sospedra, por considerar que sin apartarse de la tipología, realiza algunos agregados que enriquecen dicho planteamiento, haciéndolo, incluso, más explícito. Comenzaremos a desarrollar el modelo de la manera inversa como lo hace en su texto Giovanni Sartori, por lo que iniciamos a partir de los sistemas competitivos y de la siguiente manera: Sistemas competitivos Un sistema de partidos es competitivo cuando el gobierno se alcance y, en su caso, se pierda, mediante mecanismos que implican la existencia de elecciones libres en las cuales los partidos se enfrentan entre sí para obtener el apoyo de los electores. (Martínez, 1996). Efectivamente, tomando como cierto lo antes dicho por Martínez Sospedra, podemos concluir que depende de los partidos políticos mismos, de su capacidad y eficacia, el que puedan insertarse en el circuito de la competencia por allegarse el mayor número de electores; también aquí queda claro que lo que está o debe estar efectivamente en juego es el poder o el gobierno, y un último dato que se
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desprende del concepto es que este fenómeno electoral se dio en condiciones de libertad electiva. Siguiendo a Martínez Sospedra, complementa esta idea de la competitividad con bastante precisión y con suficientes argumentos, sobre todo, cuando señala que la competencia entre partidos produce una serie de interacciones entre los componentes del sistema partidario, siendo los más relevantes los siguientes: Relaciones de oposición En este caso estamos hablando de una realidad altamente polarizada, pues la disputa se da entre partidos claramente diferenciados y contrapuestos ideológicamente. Relaciones de coexistencia En este caso la competitividad es muy baja ya que los partidos en pugna pertenecen a familias ideológicas similares, o bien, dotados de cierta especialización electoral. Relaciones de competencia en sentido estricto Esta situación se produce cuando los partidos se encuentran ideológicamente próximos y aspiran a adherirse y/o cooptar a los mismos grupos sociales o los mismos segmentos electorales. Los sistemas competitivos se integran por los sistemas de multipartidismo, bipartidismo y predominante: Multipartidismo En general, se califica de esa manera cuando el número de partidos relevantes es superior a tres. En este caso se dan dos modalidades: 109
• Multipartidismo Moderado. En este caso el número de partidos relevantes se cuentan entre tres y cinco. Este modelo registra algunas características notorias entre las que sobresalen las siguientes: no produce gobiernos alternos sino gobiernos en coalición; su estructura sigue siendo bipolar aunque en su estructura no prevalezcan dos partidos sino alineaciones bipolares de coaliciones alternativas, su dinámica centrípeta lleva al sistema a una política moderada, carece de partidos antisistema importantes o grandes, los partidos no gobernantes se colocan como oposición y esto significa que la oposición será unilateral, estará toda de un lado, sea la izquierda o la derecha; en síntesis, que el pluralismo moderado mantiene una distancia ideológica relativamente pequeña entre sus partidos importantes, que también mantiene una configuración de coalición bipolar y, finalmente, una competencia centrípeta (Sartori, 1987). • Multipartidismo polarizado. Podemos proponer que en este caso se pueden contar entre cinco y seis partidos. Algunas de sus características más notorias, según lo propone Sartori, son las siguientes: es distintivo de dicho modelo la presencia de partidos antisistema importantes; una existencia de oposiciones bilaterales; existe la ubicación central de un partido o de un grupo de partidos; la competencia es centrífuga, ya que persisten grandes distancias ideológicas; una estructura ideológica congénita, pues existen en la sociedad desacuerdos en cuestiones fundamentales; la presencia de oposiciones irresponsables en relación con la mecánica de la alternancia gubernamental en comunidades basadas en el centro. 110
Bipartidismo Éste es, sin duda, el más conocido, y se debe a que es demasiado sencillo para su comprensión, ya que en éste sólo dos partidos son realmente relevantes. Existen algunos elementos que son característicos de un sistema bipartidario; si bien, estos son sumamente debatibles, incluso por el propio Sartori, que es quien los somete a una contra argumentación y es la siguiente: generalmente en este sistema debe descartarse un tercer o terceros partidos, ya que estos no impiden que los partidos principales gobiernen solos, el formato bipartidista se evalúa por el número de escaños, un elemento central es la existencia siempre presente no tanto de la alternancia electiva, pero sí de ésta como una expectativa fuertemente normalizada, el hecho de la capacidad para gobernar solos, lo cual implica que cualquiera de los dos partidos fundamentales puedan asumir el poder sin necesidad de una coalición, el sistema funciona en condiciones de competencia centrípeta ya que las diferencias entre ambos partidos son menores, lo cual es causado por una posición centrista del electorado, en este sistema los partidos políticos son agregados que mantienen una cuasi igualdad competitiva y que tiende a una sociedad de consenso. Predominante Podemos definirlo como aquel sistema en que el principal partido podrá ostentar el poder por un largo tiempo. Las características centrales de este sistema es que permite la existencia de partidos distintos al principal, lo cual sucede en forma legal y legítima; la rotación del poder o alternancia, aunque existe hipotética y normativamente, 111
no sucede en la práctica; el partido predominante gana siempre, a través de un largo tiempo, la mayoría absoluta de los escaños, ello sin detrimento de que en algún momento pueda perder el poder. Cabe señalar que este tipo de sistema se encuentra en el borde de la zona competitiva ya que no se encuentra excluido de él la posibilidad de la alternancia. Finalmente, por lo que hace a la duración o temporalidad de un partido predominante, éste lo será mientras perdure durante tres períodos con dominio de mayoría absoluta en forma consecutiva en la Cámara (Sartori, 1987). Sistemas no competitivos Para Martínez Sospedra, un sistema de partidos: Es no competitivo cuando en su seno no existe pluralismo, o bien cuando aun existiendo algún grado del mismo, la selección de los gobernantes y la definición de las políticas públicas se hacen por mecanismos distintos de la obtención del apoyo popular mediante las correspondientes elecciones. (Martínez, 1996).
Los sistemas no competitivos forman parte esencial de los regímenes del siglo xx, en la medida en que proliferan los sistemas autoritarios. Ante la existencia de sistemas partidarios de este género cabe la pregunta ¿cuál es el umbral del principio de la competencia como categoría definitoria? Esta confrontación viene a propósito porque, de frente a lo que se cree, en los regímenes autoritarios e incluso totalitarios existe un régimen de partidos en los cuales, incluso, no es uno,
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sino varios de este tipo de organismos políticos los que participan en procesos electorales. A propósito de este tema, es Sartori quien lo discute de la forma más prolífera y consistente. Para este autor la competencia se genera cuando los puestos públicos se encuentran en disputa entre dos o más candidatos al puesto. Pero el apunte contiene algunos elementos de imprecisión, porque si bien, estando en las condiciones antes descritas surge la interrogante ¿la competencia formal se traduce siempre en una competencia real? La respuesta, desde luego, es que no. Además de que no toda competencia puede favorecer a un sistema político; y Sartori introduce entonces el concepto de “competencia óptima” es decir, aquella que se genera con el fin de alejar al sistema de partidos de un choque inevitable por un exceso de competencia, así como de una competencia no significativa por ser ficticia. La no competencia, entonces, surge cuando los escaños o los puestos son disputados con los candidatos del partido predominante, por ejemplo, en condiciones de temor y desigualdad para los candidatos del resto de los partidos (Sartori, 1987). Una vez señalado lo anterior, describiremos enseguida las variantes de este género que son: el sistema del partido hegemónico, el cual puede ser ideológico y pragmático; y el sistema de partido único. a) Sistema de partido hegemónico En este caso estamos ante un sistema, el cual, bien puede mostrar la existencia de varios partidos, pero se centran finalmente en un partido. De hecho, los partidos restantes en este escenario son de carácter secundario e incluso 113
pueden formar una coalición forzosa alrededor de un solo partido, es decir, el resto de los partidos por sí solos no cuentan en una elección. El partido hegemónico no permite una competencial oficial por el poder ni una competencia de facto. En este sistema, tanto la existencia como la operación de los partidos tienen una función de carácter ornamental, ya que nunca existirá una posibilidad de alternancia. Cabe agregar que un sistema de estas características sólo es posible en la medida en que el aparato político del Estado está dominando al extremo de convertir al partido hegemónico en su brazo político. Es en esencia no competitivo y no permite el enfrentamiento abierto ni efectivo. Este sistema registra dos variantes: • Hegemónico-Ideológico. En este caso los partidos periféricos son verdaderamente partidos satélites, en el cual los partidos tolerados no participan en la toma de decisiones, aunque pueden, en ciertos casos, aceptar algún puesto en el poder. Se puede presentar el caso de que exista un mercado político simulado; esta simulación existe más que nada atendiendo a las necesidades del grupo hegemónico, por tener acceso a una mayor información respecto a lo que sucede tanto en la esfera política como en la esfera social. • Hegemónico-pragmático. En este modelo también se permite la existencia de partidos, pero muy pequeños y sin ninguna posibilidad de arrebatar el poder al grupo hegemónico. En este caso, el domino no se ejerce a través de una visión única del mundo y del desarrollo, sino que está vinculado a la práctica y a los sucesos, 114
los cuales se han arraigado normativamente por el uso monopólico del poder (Sartori, 1987). b) Los sistemas de partido único Éste constituye el caso más extremo de los sistemas no competitivos. El partido, en este caso, no permite ni de hecho ni de derecho la existencia de un partido distinto. En este caso, el sistema de partido registra una notoria coincidencia con las características del sistema político, es decir, el Estado es opresivo e intolerante. Sin embargo, las comunidades políticas tienen variantes por cuanto hace a la intensidad de la coerción. Por ello, estos sistemas muestran tres variantes: unipartidistas-totalitarios, unipartidistas-autoritarios y unipartidistas-pragmáticos. El autor Martínez Sospedra establece las siguientes diferencias entre ellos: • El encuadramiento de las masas y la movilización política. Mientras que el totalitario se denomina partido de vanguardia, que se atribuye un papel dirigente de la sociedad y ejecuta un papel motriz en el sistema político; los partidos autoritarios se caracterizan por la preeminencia de un líder, y su papel movilizador es reducido; por último, el pragmático se vertebra a la administración estatal, opera como factor de socialización nacionalista de la población mediante el desarrollo de participación controlada. • Por su relación con los demás aparatos. En el caso del totalitario, el partido es el aparato fundamental, mientras que el autoritario puede sólo corresponder a la administración o a las fuerzas armadas, esto ocurre de similar manera en el pragmático. 115
• Por su relación con los grupos sociales. En el caso del totalitario, el partido puede obtener el control completo sobre las fuerzas sociales organizadas o puede controlar completamente partes importantes de la sociedad civil y no otras, como lo hace el autoritario, o puede respetar en amplio grado el pluralismo social y éste es el caso del unipartidismo pragmático (Martínez, 1996). Enseguida se esboza un resumen de las características más sobresalientes de estos sistemas: • Unipartidista totalitario. Mantiene una tentativa de alcance total, de penetración y politización total. No admite la autonomía de otros grupos políticos. Las esferas de la vida privada son controladas por el Estado. La sociedad se encuentra moldeada por una idea y por los aparatos de la política. Como ya se señaló, existe una función muy notoria del partido y del Estado, de tal manera que el proyecto de vida de los individuos es dominado y moldeado por esta fuerza dual. • Unipartidista autoritario. Éste mantiene un sistema de control, pero no tiene el poder ni la ambición de permear toda la sociedad. Por lo tanto, se identifica más que por el principio de “totalismo” por el principio de exclusión. La actividad política de las masas gira en torno a la imagen carismática del líder. La exclusión permite que grupos no adheridos funcionen con relativa autonomía o, por lo menos, con su propia dirección. • Unipartidismo pragmático. Carece de una legitimidad ideológica, dado que no tiene un fuerte sustento ideológico no realiza una intensa coacción hacia los diversos sectores. Dado que no tiene capacidad de exclusión más 116
bien mantiene mecanismos de absorción y adherencias. Dadas estas características y debilidades manifiestas, no puede ejercer un eficaz control sobre los otros agrupamientos políticos, por lo que también funcionan con cierta flexibilidad permitiendo un cierto pluralismo (Sartori, 1987). Enseguida se presenta un cuadro que permite establecer un sistema de interacción entre el sistema de partidos, el Estado y los grupos sociales; de la tipología unipartidista. Cuadro 3
CARACTERÍSTICAS DE LOS SISTEMAS UNIPARTIDISTAS CRITERIO
UNIPARTIDISMO TOTALITARIO
UNIPARTIDISMO UNIPARTIDISMO AUTORITARIO PRAGMÁTICO
Ideología
Fuerte y totalista
Más débil y no totalista
Sin importancia o muy débil
Coacción, extracción y movilización
Alta
Media
Baja
Políticas respecto de grupos externos
Destructoras
Excluyentes
Absorbentes
Independencia de los subgrupos
Ninguna
Limitada a los grupos no políticos
Permitida o tolerada
Arbitrariedad
Ilimitada e impredecible
Dentro de límites predecibles
Limitada
Tomado de Giovanni Sartori, 1987.
Para finalizar, sólo diremos que los sistemas de partidos incluidos en este mapa teórico que diseña Giovanni Sartori tienen una deuda muy notoria con todos aquellos científicos sociales que le antecedieron, sobre todo, con 117
Duverger y LaPalombara, pues el autor italiano parte, para su propia elaboración, de los aportes de los productos de los autores señalados. Conviene también, como ya lo registraron otros autores, tener la precaución de no tomar como definitivo ni con ánimo totalitario el modelo sartoriano, pues la velocidad de la realidad termina por rebasar la rigidez y estabilidad de las tipologías, por otro lado, es prudente también hacer las salvedades del caso, a efecto de proteger la validez del modelo, y es que la realidad presenta múltiples variantes y combinaciones, las cuales, en ocasiones aparentan que las características definitorias del modelo no existen; ante esto, se recomienda recordar que el mapa teórico-conceptual del autor lo que hace es realizar y relevar las características más notorias y extremas a efecto de configurar el modelo, y él deberá contener cierta estabilidad y dirección.
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Tercera parte
El entorno de los partidos políticos
Democracia, elecciones y partidos políticos Una de las primeras cosas que podemos decir, a propósito del gran tema que da título a este módulo, es que tal vez nos parece paradójico argumentar que no siempre la democracia estuvo relacionada tan estrechamente con las elecciones. Si nos remontamos a la edad clásica griega, entre los actos democráticos que realizaban no se incluía ningún procedimiento que tuviera algún parecido con una elección. Si asumimos que elección, como hace poco Bobero lo señalara, es sinónimo de “selección”, por lo tanto, elegir es un verbo que da igual significado que la acción de seleccionar, éste implica la toma de una decisión racional a partir de una cantidad diversa de ofertas, de tal manera que el sujeto de la acción tiene frente a sí la posibilidad y la condición de evaluar lo que mejor convenga a sus intereses. Lo anterior se relata sin menoscabo de los procedimientos de exclusión a que estaban sometidos los habitantes de Atenas, lo cual reducía el cuerpo electoral a una cantidad mucho menor de lo que se pudiera pensar; es decir, sólo a aquellos a quienes las leyes otorgaban este derecho ciudadano. En el caso de la democracia griega (y particularmente la ateniense), existía un concepto incluyente-excluyente, que realizaba concretamente una función de igualar a todos los habitantes de dicha ciudad sin importar el linaje, la propiedad o la riqueza: la isonomía; por conducto de este principio el “demos” tenía el derecho de igualarse entre sí bajo la suposición que el pueblo en general tenía 121
la responsabilidad y la habilidad para ejercitar funciones públicas. En sentido contrario, la isonomía sólo se aplicaba a aquellos que eran ciudadanos de Atenas, exceptuando, en consecuencia, de disfrutar este principio a aquellos que siendo inclusive habitantes de la ciudad, fueran esclavos o extranjeros. Por otra parte, el procedimiento de elección no lo era en sentido estricto, en virtud de que el principio de la isonomía los igualaba absolutamente a todos, tanto en posibilidades como en habilidades, no existía el principio de la diferencia, ni por lo tanto, el de la competencia entre distintas propuestas de personas y programas. Por lo que se infiere que no existía propiamente un principio de elección (selección); como todos sabemos, ante tal situación, este procedimiento se cumplía cabalmente mediante la insaculación, es decir, se introducía a un saco a los aspirantes a algún puesto y de allí se extraía el nombre o los nombres de las personas que deberían asumir algún cargo público en la ciudad. Como podemos concluir, aquella democracia clásica se caracterizó por lo siguiente: • Cuerpo electoral muy reducido y excluyente. • Concepto de isonomía, que evitaba la confrontación y la competencia. • No existían diversas opciones programáticas u ofertas políticas diversas. • No se desarrollaba, propiamente, el principio y la acción de la elección, por lo que se utilizaba un procedimiento un tanto azaroso. Conviene ahora, situar en su momento y en su espacio esta relación compleja y que ahora nos parece muy natural entre la democracia y las elecciones, para ello, me 122
parece oportuno retomar un planteamiento que desarrolla Mac Pherson, relativo a la época en que los procedimientos electivos comienzan a ser utilizados para integrar los cuerpos gubernamentales. Efectivamente, como señala el autor en mención, este procedimiento electivo, en el cual el cuerpo electoral emite una decisión, es un evento público que se traduce en la integración de uno o varios poderes, habrá que buscarlo más en la tradición de libertad del siglo xviii en Inglaterra que en la tradición democrática que nos heredó la Grecia clásica. Es decir, que es en el contexto de la irrupción del liberalismo económico del siglo xviii y de las resoluciones que patrocina en el ámbito de la política y de sociedad, en el cual los procedimientos electivos cobran vigencia y se cotidianizan a lo largo del siglo xix. No será hasta en pleno siglo xix cuando la democracia política comienza a atribuirse dicho procedimiento como el mecanismo imprescindible, a través del cual se articularía la participación del cuerpo electoral en la integración de los órganos de gobiernos con el propósito de atribuirle legitimidad al poder. Cabría, por lo tanto, enfatizar que este procedimiento electoral de naturaleza liberal contenía también las siguientes características: • Cuerpo electoral también muy reducido, al igual que en la democracia griega. • Es por su naturaleza un procedimiento de selección, pues ya existen diferentes candidatos y propuestas que compiten entre sí. • Es un procedimiento excluyente, pues es de carácter censitario, con autorización para aquellos que tienen renta o propiedad, negándose el principio del voto universal. 123
En conclusión, podemos decir que el mecanismo electoral que se utiliza en forma incipiente para formar gobiernos en esta etapa de desarrollo de la economía liberal, más que obedecer a una especie de valores y principios democráticos, estaba más estrechamente vinculado al espíritu de la tradición liberal, pues como dice McPherson “el sistema político debía producir gobiernos que establecieran y protegieran una sociedad de mercado libre” (McPherson, 1982). No será sino hasta ya entrado el siglo xix cuando podemos asegurar que se comienza a configurar el modelo propiamente de la democracia liberal, que tiene sus expresiones germinales en Inglaterra, Francia y Estados Unidos, tema que trataremos posteriormente. La democracia y la representación política Sin duda que el título del tema representa explícitamente una limitación y, de alguna manera, señala que la ruta que podemos seguir es establecer la conexión entre un tipo especial de democracia (democracia representativa) y aquellos que forman parte como sujetos de este modelo (representantes y representados), así como una tercera y cercana instancia a la cual vamos a llamar “el poder” (encarnado en los órganos institucionales del Estado). Antes de entrar al tema queremos hacer un útil y necesario rodeo, sólo para insistir en algunos apuntes que nos pueden apoyar para comprender este fenómeno de la democracia y, en especial, de la democracia moderna o representativa. Una primera precisión es que en el campo de la teoría política, cuando se habla de representación política, de inmediato surge la figura del órgano-gubernamental que 124
tiene asignada esta función; por decirlo pronto, en este campo de estudio el poder representativo lo detentan las cámaras o asambleas de Cámara de Diputados. Esto provoca una sensata ruta, pues evita, para este caso, la inútil discusión relativa a que la función legislativa (hacer leyes) es la más representativa del poder soberano, pues existen regímenes (como el presidencial), en el que vemos como este poder realiza sin rubor algunas tareas relacionadas con esta función soberana. El tema pues de la democracia y la representación política tiene que ver, visto desde una perspectiva más amplia de la teoría política, con varias aristas, algunas de las cuales resultan muy debatibles; nosotros nos vamos a referir a dos, las cuales se encuentran incrustadas en este esfuerzo de encontrarle un eficaz significado a este modelo. Una de las primeras cosas que debemos decir es que la democracia representativa tiene muy poco que ver con la democracia clásica, ya que la democracia representativa se promueve más en la tradición del pensamiento occidental y, sobre todo, a partir de la maduración del pensamiento, la teoría del liberalismo y de la economía de mercado. Por su parte, la democracia directa está más uncida al pensamiento de la filosofía y de las prácticas de gobierno de los estados egeos de la antigüedad y, por lo tanto, correspondiente a las condiciones no sólo de un modelo de pensamiento, sino de relaciones económicas diametralmente distintas. En suma, corresponden a espacios y tiempos muy distintos. Mientras que la democracia representativa es producto de la civilización moderna y más concretamente se produce en el seno del liberalismo económico, la democracia directa es representativa de la 125
civilización antigua, sostenida por un modelo económico esclavista. En la misma línea ya señalada, la democracia representativa se va configurando como modelo asequible en el curso de una larga y accidentada trayectoria, a través de la cual, el concepto de la representación y su función tuvo diversos significados así como diversos destinatarios. Así, el órgano de la representación política –sólo parar regresar al campo de la teoría política– tuvo que enfrentar durante un largo período, desde su incipiente aparición hacia el siglo xiii y xiv, con la curia regia en la Corona inglesa, el asedio de la dominación absolutista. El problema comienza a surgir con el advenimiento de la sociedad industrial y, por consecuencia, la sociedad moderna, pues en sus umbrales se inicia, hasta llegar a la radicalización, la pugna y el conflicto con los intereses del rey, príncipe o soberano y una serie de agentes sociales. La sociedad observa como el poder unificado, ejercido por un solo hombre, representa un obstáculo para satisfacer los propios. Con el advenimiento de la representación política encarnada en las asambleas legislativas se daba paso a la ruptura del poder unificado del rey o príncipe, lo cual resultó definitivo, instaurándose en adelante el modelo de la representación política no sólo como un mecanismo de mediación entre el pueblo y el poder, sino como uno de control, a partir del cual, el ejercicio del poder ya no podrá ser absoluto o en beneficio de un pequeño sector privilegiado. La segunda perspectiva en la que deseamos insertar esta relación entre la democracia y la representación política, tiene que ver con las condiciones históricas, a partir de las cuales podemos justificar el hecho de que la 126
representación política se convierta en un componente inherente de la democracia moderna, para ello, podemos retomar el planteamiento que nos propone el maestro Fernández Santillán cuando señala que la perspectiva histórica permite situar en cada tiempo las condiciones en que la democracia pudo, con cierta eficacia, vencer los desafíos que le planteaba cada época, cada civilización y cada Estado. La relación con el entorno generó mutaciones sustanciales en el modelo democrático, pues “hay una correspondencia histórica y geográfica en el devenir de las formas de gobierno” (Fernández, 1994) al tiempo que existen como resultado de este devenir dificultades insalvables que la democracia originaria no podía resolver. Estamos aquí ante la presencia de fenómenos globales derivados del desarrollo de las naciones en el devenir; entre estos, impactando a la democracia de manera sustancial, aquellas que generó la economía de mercado en pleno desarrollo del modelo del liberalismo económico, y de lo cual ya hemos dado cuenta. No obstante, vendrían luego las grandes transformaciones de la sociedad, la política, la economía y la cultura a partir del advenimiento de la sociedad de masas (siglo xix y siglo xx), y con ello, las dificultades del poder para mantener el orden social, con un régimen político que no sólo pudiera promover el desarrollo y el bienestar de las masas, sino que a su vez pudiera mantenerse erguido con márgenes suficientes de legitimidad y credibilidad. La paradoja en tales circunstancias seguía siendo, parafraseando a Bobbio: ¿cómo hacer que funcione la democracia en medio de condiciones que dificultan cada vez más su realización? 127
En tales circunstancias no hubo otra opción que darle paso y hacer consistente la argumentación a favor de la representación política, es decir, de la democracia representativa. Señala Bobbio, en un viejo pero siempre vigente texto, que la época actual genera cada vez mayores obstáculos para que la democracia se realice plenamente, y sustenta su argumentación en lo que él denominó las paradojas de la democracia; es decir, dado que la democracia es un producto de la modernidad, ésta, paradójicamente, coloca una serie de obstáculos que bloquean su realización; uno de ellos es el cada vez mayor crecimiento poblacional que no permite que los ciudadanos participen con mayor intensidad, complicando el ejercicio de la democracia representativa; aunado a esta paradoja, existe la complejidad de la sociedad, lo cual incluye que las instituciones necesiten cada vez la utilización de especialistas y de burocracia, a efecto de que sean estos sectores quienes tomen la mayor parte de las decisiones de carácter público, que impactan a los diversos conglomerados sociales. Lo señalado por Bobbio nos permite inferir que a un mayor crecimiento y complejidad de las sociedades existen mayores obstáculos para que la democracia pueda realizarse, sobre todo, atendiendo a los principios que le son inherentes. La conclusión resulta inmediata: en esta dinámica, y de seguir esta trayectoria civilizatoria, la democracia cada vez será más representativa, pues cada vez existirán condiciones más desfavorables para que el modelo democrático regrese a los niveles de mayor intervención directa del cuerpo electoral de la sociedad. La sentencia parece fatídica e ineludible, la democracia representativa por los 128
imponderables de la historia llegó para quedarse, pues es la única capaz de brindar los espacios mínimos por donde la preferencia y los intereses de la sociedad, tendrán margen para desplazarse. Origen y fundamento de la representación política La trayectoria de la representación política tiene una larga historia, ya que podemos recordar en el pasado, por ejemplo, el papel que jugaban los tribunos populares durante la república romana, quienes tenían una especie de representación, en la medida en que trasladaban al Senado las iniciativas y problemas que agrupaban a los diversos sectores de la población. Quisiéramos retomar de manera un tanto estricta aquel proceso en el cual tiene origen esta figura de la representación, y en este sentido nos queda claro que lo que ahora reconocemos como uno de los valores de la democracia moderna, o sea la representación política, se manifiesta en las relaciones palaciegas de los reyes durante el bajo medioevo con los señores feudales. La representación que los señores feudales operaban, estaba más sujeta a un cierto tipo de relaciones privadas, ya que ésta se definía más como una delegación específica y temporal sólo para que a nombre del señor feudal se arreglaran los asuntos del representado frente al rey. En este sentido, la representación contenía una serie muy trascendente de limitaciones, pues el agente no podía hacer ni decidir sino sólo aquello para lo cual estaba expresamente autorizado por su representado o titular del poder. Otra de las limitaciones era que el titular del derecho tenía capacidad de revocar cuando así lo deseara el mandato otorgado, porque además, éste era conferido 129
para representar y resolver cada negocio en forma particular, es decir, la designación no tenía duración temporal ni por períodos previamente definidos. A esta situación tan especial y tan vulnerable para el representante se le denomina mandato imperativo, el cual tiene la virtud de que en este caso, el que recibe la representación tiene sobre sí el mando o poder del titular del poder en todo momento, lo que da como consecuencia que el representante queda sujeto a la absoluta voluntad e intereses del titular del poder, so pena de ser castigado con la destitución, e incluso, al pago de los daños que provocara su conducta. Es decir, este tipo de representación que operó durante la baja Edad Media y hasta muy entrada la etapa del Renacimiento no era esencialmente una representación política. Lo que sí resulta necesario recuperar es que a esta representación incipiente fue adjudicándose una serie de atribuciones como la curia regia en el siglo xiii de Inglaterra, hasta llegar a madurar en un cuerpo de representación política de lo que ahora conocemos como Parlamento. Hasta aquí se antoja una pregunta, y entonces ¿qué significa la representación política? Antes de abordar en forma específica este concepto vale la pena abundar primero sobre el concepto de la representación, a este respecto vamos a tomar como referente, aunque sea en forma breve, lo que señala Francisco Vanaclocha, quien retomando a Fenichel Pitkin, autora de un ya clásico texto El concepto de la representación, propone que existen dos tipos de representación: una, la cual denomina simbólica y que podemos entenderla “como un modo de suplir las estructuras políticas, de hacerlas presente a 130
través de determinadas personas o cosas” (Vanaclocha, 1997). En este caso, la representación ejerce la función de sustitución en forma cultural, es decir, que debe existir una actitud y una percepción previa de los sujetos para percibir el significado del código del campo o esfera de lo representado, así por ejemplo, podemos observar que el juez transmite en los ciudadanos una representación simbólica de la justicia. Por otro lado, existe la representación descriptiva, la cual el mismo autor la define como: La idea de que, en la medida de lo posible, el órgano representativo […] debe intentar ser, en su composición política, una maqueta a escala, un espejo, una fotografía de los valores e intereses del colectivo representado, esto es, de la correlación de fuerzas existentes en él. (Vanaclocha, 1997).
En esta última argumentación el autor nos define, ciertamente, lo que podemos denominar la representación política; sin embargo, cabe hacer una acotación, y es que en este caso, el modelo de Vanaclocha nos remite a un elemento que tiene que ver con la recapitulación necesaria de la representación relativa a un escenario político, el cual idealmente, debe de ser reproducido por la representación política; con ello se agrega una característica adjunta, que es el de la representatividad; es decir, que para el autor no basta que el órgano o la persona sea representante electo o designado sino que además debe acumular en su composición los elementos o rasgos de los que representa, de aquí que también deba ser representativo. Por lo antes señalado vale la pena retomar de nueva cuenta a Bobbio, quien en forma por demás sucinta 131
registra que la representación política moderna así como su detentador reviste las siguientes características: En cuanto goza de la confianza del cuerpo electoral, una vez elegido ya no es responsable frente a sus electores y en consecuencia no es revocable; b) no es responsable directamente frente a sus electores, precisamente porque él está llamado a tutelar los intereses generales de la sociedad civil y no los intereses particulares. (Bobbio, 1986).
Como puede observarse, el apunte de Bobbio se dirige a dos elementos sustanciales de lo que se ha dado en llamar fundamentos del mandato representativo, ya que una vez otorgada la representación a un órgano o a un sujeto, éste, en consonancia con el principio de la democracia representativa, ya no puede ser revocado sin antes cumplir el período por el cual fue investido, es decir, este principio protege al sujeto en términos de temporalidad. Por su lado, el segundo elemento apunta hacia el fundamento de la representación, es decir, al principio de la soberanía popular, esta categoría remite al representante a una función: la representación del interés común, el cual se encuentra en la base de sustentación de la función electiva para la constitución de los poderes, que van a operar en consonancia con el interés y la voluntad popular. A lo antes dicho cabe agregar algunos otros elementos que se integran al mandato representativo o representación política. • El representante representa a todo el cuerpo político y no a grupos del mismo. • Las asambleas integradas por tales representantes constituyen órganos colegiados con fines generales y que 132
pueden desarrollar una labor de carácter decisorio y, en concreto, ostentan potestades, como la legislativa [...] que exigen la capacidad de obrar con fines generales. (Sánchez, 1995). Sánchez Ferriz enfatiza desde aquí algo que es característico del mandato representativo, lo cual en consecuencia lo convierte en representación política, esto es, que se trasciende el mandato orgánico para representar a un todo, es decir, al conjunto de la sociedad. La segunda característica enfatiza lo que es la función más soberana de la representación, como lo es la legislativa. Democracia y elecciones Ya habíamos señalado en párrafos anteriores que la democracia antigua no contempló entre sus prácticas algún procedimiento electivo, pues la práctica de la insaculación, bajo ningún concepto, tiene la similitud con este procedimiento. Podemos ubicar en el seno de las sociedades de la Europa Occidental y propiamente en Inglaterra, donde vamos a encontrar los vestigios más primarios de un proceso electivo, el cual fue utilizado para integrar el Parlamento, es decir, que este procedimiento obedece más a la tradición liberal que a la democrática. La idea de legitimar los gobiernos cada vez con una mayor apertura a los ciudadanos y el asentimiento de la burguesía inglesa para permitir una mayor participación del pueblo en los procesos electivos, ésta sí obedece a una tradición democrática; de allí que la mezcla de una prioridad legitimante, mediante la participación con un procedimiento electivo, sentaba las bases, sin duda, para el desarrollo de la democracia liberal. 133
Y se preguntará: ¿y la división de poderes? Bueno, esta asignatura obedece más a la tradición republicana, por lo que podemos asumir que lo que ahora conocemos como democracia moderna o representativa se alimentó de estas tres tradiciones: liberalismo, democracia y republicanismo. El desarrollo civilizatorio, sobre todo aquel que fue dinamizado aceleradamente a partir de la Revolución Industrial, propició como todos sabemos las mutaciones más notorias en la cultura, la economía, la política, la urbanización y la industrialización y como una consecuencia de ellas, el advenimiento de la sociedad de masas. Una vez ocurrido lo anterior, los Estados y los regímenes cada vez confrontarán mayores retos para gobernar y estabilizar a las sociedades. Uno de los campos que tuvieron mutaciones trascendentes fue el de la política y cada vez más, éste se convirtió en la palestra privilegiada en la cual se debatía por el poder y la dominación al tiempo que por los instrumentos institucionales, con los cuales fue posible darle orientaciones específicas a las instituciones del Estado. En esta perspectiva, la democracia fue ganando cada vez más terreno, pues la presión de los intereses organizados modificó constantemente las reglas del juego político. Del voto censitario, capacitario y discriminatorio se pasa al voto universal, no sin antes lograr la plenitud de los derechos políticos de las sociedades actuales. Finalmente, ahora podemos observar que en cualquier texto de teoría política, al proceso democrático le es consustancial el procedimiento electivo. En los párrafos siguientes trataremos de explicar las razones que den cuenta de este argumento.
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Funciones de las elecciones Las elecciones como un procedimiento que se incorpora tardíamente al modelo democrático hasta convertirse en una de sus señas distintivas, cumple varios y muy diversos cometidos. Desde luego, en un acercamiento muy general podemos enunciar que algunas de las funciones en un modelo democrático es que permite encauzar, por una dirección no conflictiva la lucha y los conflictos sociales derivados de la proliferación en ésta, de diversos y contradictorios intereses. Por otro lado, permite la expresión de una preferencia política y programática en forma libre por los electores que componen el cuerpo electoral. Finalmente, sólo para hablar someramente de algunas funciones que saltan fácilmente a la vista es que las elecciones en un contexto democrático permiten al Estado y al régimen tomar el pulso respecto a la funcionalidad y pertinencia de las acciones gubernamentales. La perspectiva puede abrirse un poco más, y entonces cabría buscar cuáles son las funciones de las elecciones desde la visión y el interés del Estado, o de la sociedad y el cuerpo electoral, o finalmente, cuál es la evaluación que de estas funciones harían los partidos políticos. Pero, como ya apuntó en el tema anterior, ¿cuál es la función de las elecciones en un régimen autoritario o no competitivo? Como podemos observar asomándonos al fenómeno de las elecciones desde otra visión, resulta que éstas pueden tener una gran variedad de funciones y cubrir también una diversidad muy amplia de propósitos. En los párrafos siguientes trataremos de esclarecer con mayor precisión este fenómeno de las elecciones.
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En un primer acercamiento vamos a intentar conceptualizar este principio, para Mackenzie, citado por Vanaclocha, la elección: Puede definirse como un procedimiento reconocido por las normas de una organización, en virtud del cual, todos o parte de los miembros de la misma, escogen a un número menor de personas, o a una sola, para ocupar determinados cargos de autoridad en dicha organización. (Vanaclocha, 1997).
Este sencillo apunte de Mackenzie tiene varias implicaciones, como desde luego apunta Vanaclocha, ya que se refiere a que: • La elección no es un fenómeno que sólo se aplica a la selección de sujetos políticos. • Que este procedimiento o acto está claramente reglamentado y que además implica algo que, líneas arriba, ya habíamos señalado, es decir, la acción de escoger, de seleccionar. • El mismo enunciado del autor nos permite inferir que en un momento determinado el universo de los que pueden ejercer esta función se encuentra determinado previamente. • La elección es un ejercicio individual, puesto que es mediante la agregación de actos repetibles por el cuerpo electoral como se determina a quien ostentará la representación. • Un último elemento que se encuentra implícito, pero que es de alto significado, es que finalmente, en todo acto electivo mediante un procedimiento de escrutinio, éstos se convierten en escaños, en puestos de gobierno. 136
Como podemos observar, las consecuencias del acto electivo contienen múltiples implicaciones que rebasan propiamente a la acción electoral en sí; lo que tiene su explicación en el hecho de que esta función fue construyéndose al paso de muchos años, durante los cuales, a la idea y el significado original se le fueran integrando otros, acicateando esto por las nuevas condiciones que se fueron fraguando al calor del advenimiento de la sociedad de masas, de la incorporación de estos a la vida política mediante la integración de los partidos políticos, así como la cada vez mayor necesidad de los gobiernos de obtener legitimidad y autorización de los gobernados para expandir sus funciones y campos de actuación. De los anteriores aspectos enunciados, dos de ellos me parecen de un alto significado, porque además son los que mayormente exhiben el signo de los tiempos de la democracia moderna: • En primer lugar, el hecho de que toda función electoral se encuentra suficientemente reglamentada, esto garantiza no sólo que exista un apartado que desglosa las garantías y los derechos políticos de los ciudadanos, sino que también nos permite asegurar que, a partir de ello, la lucha por el poder tiene reglas claras y debidamente consensadas y que son, por añadidura, de carácter vinculante. • En segundo lugar, que se define con claridad la extensión del cuerpo electoral en el seno de la sociedad, esto es, que la democracia moderna permitió mediante una expansión del derecho universal de la elección, que amplios sectores de la población, cuyos derechos se encontraban bloqueados pudieron liberarse, de tal manera
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que, cada vez más, el cuerpo electoral permite que este derecho se generalice. Podemos concluir enfatizando que la actual democracia representativa contiene en forma inherente otra característica: es electiva. No es electiva por simple procedimiento, pues la teoría de la soberanía popular le confiere a la función electiva un elemento de fortaleza y de sustanciación. A partir de ello, la soberanía popular, que es expresión del voto ciudadano, no se podrá explicar sin una fortaleza, expansión y expresión de la función electiva. La votación es un proceso de condensación y síntesis de los intereses en pugna de la sociedad, de lo cual brota como una respuesta mediadora la voluntad única y válida para la democracia que es la voluntad general, la cual, da vida en forma simbólica e institucional a la soberanía popular. ¿Cuáles son las funciones de la elección? Sobre el particular, el avance teórico es significativo. A continuación haremos una breve síntesis de las propuestas existentes, con algunos comentarios al margen sobre las mismas. Para Luis Sánchez Agesta, por ejemplo, las elecciones cumplen las siguientes funciones: • Es un procedimiento de elegir magistratura y de asegurar su sucesión. • Son una vía de influencia entre electores y candidatos. • Legitiman la autoridad y el régimen y crean lealtades. • Son instrumentos de control en cuanto el voto periódico pronuncia un juicio sobre una actuación. • Pueden definir y consensar repudiaciones o desafecciones. 138
• Son un factor de integración en cuanto tienen una significación emocional en la vida política. (Sánchez, 1990). De lo enunciado para el autor español, es muy poco lo que podremos agregar, tal vez una nota pertinente es que me parece sumamente enunciativa y muy limitado el desarrollo de esta propuesta, pues no plantea explicación alguna que permita una argumentación solvente, sin embargo, como veremos más adelante, se adhiere a tres temas que son de frecuente localización en otros autores, por lo pronto, me quiero referir a que las elecciones realizan la función de integrar los órganos de gobierno, en efecto, también resulta claro que agencian márgenes de legitimidad y finalmente, podemos observar que cada evento electivo plantea la oportunidad para ejercer un juicio evaluativo de la acción de los gobernantes. En segunda instancia, uno de los más respetados estudiosos de los sistemas electorales, Dieter Nohlen, señala las siguientes funciones. • Legitimación del sistema político y del gobierno. • Expresión de confianza en personas y partidos. • Reclutamiento de las élites políticas. • Representación de opiniones e intereses del electorado. • Ajuste de las instituciones políticas a las preferencias del electorado. • Movilización del electorado en torno a valores sociales, metas y programas políticos, intereses políticos-partidistas. • Concientización política de la población mediante la explicación de problemas y exposición de alternativas. • Canalización de conflictos políticos mediante procedimientos pacíficos. 139
• Integración de la pluralidad social y formación de una voluntad común políticamente viable. • Estímulo de la competencia por el poder con base en alternativas programáticas. • Designación del gobierno mediante la formación de mayorías parlamentarias. • Establecimiento de una oposición capaz de ejercer control. • Oportunidad de cambio de gobierno. (Nohlen, 1994). Como podemos observar, la propuesta de Nohlen es mucho más extensa a su vez que más rica en sus significados, ya que toca diversos datos de la función electiva. Uno de los aspectos que resulta muy notorio en el autor alemán es que su propuesta no se restringe al acto propiamente electoral, es decir, a la votación como evento, sino a todo un trayecto de actividades preparatorias, pero que son inherentes al desenlace final, es decir, la función electoral contendría entonces las actividades preelectorales, propiamente, el acto de votación así como los efectos posteriores de éste. Tiene razón Nohlen, pues en un modelo democrático, la función electivo contiene múltiples eventos a través de los cuales se fortalece la viabilidad del mismo, a la vez que no será posible ni el evento electivo si en un país no se generan las condiciones de libertad, seguridad, legalidad e información hacia los ciudadanos, a fin de que puedan ejercitar su ciudadanía en forma plena. Retomando a Nohlen en su texto que consultamos, establece ciertas condiciones como requisitos para que éstas se puedan manifestar, por lo tanto, los efectos descritos tienen múltiples variantes dependiendo sobre todo si las elecciones se desarrollan en modelos de países competitivos electoralmente. 140
Por lo que cuando se habla de funciones de las elecciones como simples enunciados es recomendable pasar de inmediato a las características de éstas en el terreno de la especificidad en el tiempo y en el espacio. Para el propósito nuestro nos basta con el apunte de este último autor, a lo cual trataremos de proponer un agrupamiento que promueva una comprensión más clara y eficaz. Cuadro 4
FUNCIONES DE LAS ELECCIONES GRUPO FUNCIONAL
FUNCIONES •
• Legitimación • •
Designación del gobierno mediante la formación de mayorías parlamentarias. Reclutamiento de elites políticas.
Contribución a la institucionalidad
• • •
Representación de opiniones e intereses del electorado. Movilización del electorado en torno a valores sociales, metas y programas políticos, intereses políticos-partidistas. Concientización política de la población mediante la explicación de problemas y exposición de alternativas. Estímulo de la competencia por el poder en base en alternativas programáticas. Oportunidades de cambio de gobierno. •
fortalecimiento de la pluralidad política •
• • Control del gobierno
Legitimación del sistema político y del gobierno (expresión de confianza en personas y partidos). Ajuste de las instituciones políticas a las preferencias del electorado. Canalización de conflictos políticos mediante procedimientos pacíficos. Integración de la pluralidad social y formación de una voluntad común políticamente viable.
•
Establecimiento de una oposición capaz de ejercer control .
Tomado de Nohlen, 1994.
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El grupo de funciones legitimadoras resultan de primer orden en un sistema político, ya que si convenimos que la legitimidad de un régimen está dada esencialmente por los márgenes de credibilidad de los gobernados respecto de la funcionalidad, no sólo de las instituciones gubernamentales y políticas, sino en la validez de las leyes, normas y reglas de juego con que la sociedad se administra, luego entonces, resulta comprensible que las funciones específicas que cumplen las elecciones tienen un gran valor que se dirige hacia la estabilidad y fortalecimiento del régimen. En este grupo sobresalen por su gran aporte a este fin, el hecho de que las elecciones, en efecto, canalizan los conflictos políticos para su desenlace en forma pacífica, así como la integración de la pluralidad al cuerpo social y a los aparatos políticos. Del grupo que contribuye a la institucionalidad resulta claro que las funciones específicas ya descritas forman un núcleo que apunta hacia esta dirección, ya que tiene dos virtudes, por una parte, la designación de un gobierno y que esto se hace mediante la expresión del voto mayoritario, fortalece a la vez que estabiliza el mecanismo institucional-normativo a través del cual se forman los regímenes, negando así que exista otro mecanismo para ello; por otro lado, el principio de las mayorías es reiterado como el pilar de la democracia electiva, lo que también contribuye a su consistencia y observancia por la sociedad y sus actores. El grupo que fortalece la pluralidad política resulta tal vez el más prolífico de todos, ya que una de las prioridades de la democracia moderna es la difusión del principio de reconocimiento de la diferencia, de su integración en el cuerpo electoral y del cuerpo político de la nación. 142
Un estado democrático no sólo es plural sino que debe ser pluralista, es decir, a la diversidad y su reconocimiento debe seguirle la proliferación de instituciones que estén constituidas y funcionen por los componentes de la diversidad. El reconocimiento de la pluralidad incluye otros diversos valores y principios como el de la diferencia, el de la oposición, el de las minorías, el de la posibilidad del cambio. Asumiendo que la sociedad cada vez es más diversa y compleja, las instituciones deben reflejar esta multiplicidad de estatus y de roles del ciudadano, y la política es un campo en donde se sintetizan una gran cantidad de estas nociones de la diferencia y de lo diverso. Finalmente, la función relacionada con el control de gobierno por conducto de una oposición, revela tal vez una de las más antiguas pretensiones del cuerpo social, ya que tradicionalmente ha existido la sensación de que por condición humana los gobernantes deben ser estrictamente vigilados. En esa dirección es que se encamina lo que en algunos países anglosajones se conoce como el acountability, es decir, la capacidad de la sociedad, por sí sola o por sus representantes, para llamar a cuentas a los gobernantes. Tal vez la expresión más acabada de la construcción de una oposición a través de la elección sea lo que en Inglaterra se denomina el gabinete sombra, el cual consiste en el establecimiento de un gabinete paralelo constituido por los integrantes del partido que perdió, y que tiene como finalidad vigilar y denunciar públicamente la mala actuación del gobierno en turno. La percepción que tenemos de la representación implícita que tienen los partidos políticos les confiere el derecho de controlar el ejercicio del gobierno del partido que está en el poder, pues aquellos son depositarios materiales de la 143
agenda y de los intereses que no son tomados en cuenta por el sistema político. Lo dicho hasta aquí nos obliga a remitirnos a un punto de llegada, y éste se refiere a los partidos como colectivos políticos a través de los cuales se materializan tanto la representación política como la elección. No obstante el accidentado camino que tuvo que recorrer el modelo de representación política hasta configurarse con los atributos que actualmente tiene, ahora integra uno de los elementos constituyentes del modelo de democracia moderna; pero como ya hemos señalado, a este factor constitutivo le resultó consustancial el proceso electivo como un patrón ampliado y universal, cuyo beneficiario fue el cuerpo de ciudadanos de la sociedad. Podemos asegurar sin temor a equivocarnos, que el proceso de construcción del modelo de representación caminó a la par del fenómeno electivo universal; pues ello obedece a dos lógicas claramente explicables: la primera, al proceso de crecimiento de población y al advenimiento de las masas causado por el proceso del fenómeno de la industrialización; y segundo, a la búsqueda de una mayor estabilización de los gobiernos con el propósito de ejercer un mayor control de la movilización y el conflicto social. La búsqueda de mecanismos representativos que permitan una mediación política frente a la ampliación desmesurada de una gran masa ciudadana, va en la dirección de una mayor gobernabilidad y permanencia de los sectores gubernamentales. La otra parte es decir que la vertiente electoral va de la mano de la representación, pues el sufragio y el proceso electivo permiten unir la cadena que se inicia con el
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ciudadano, prosigue con el instrumento de mediación y culmina con el Estado o el poder. El problema surge de inmediato desde varios frentes. Desde la visión de los sectores de la sociedad demandante y opositora, el problema se da respecto a las formas y métodos (orgánicos y sistemáticos) para efectos de obtener mayor capacidad y eficacia para ser escuchados por el poder, e incluso, para ocuparse de éste en su afán de efectuar los cambios radicales que su preferencia ideológica requería. Desde la visión de los grupos que tradicionalmente habían dominado el poder, ante los acosos de las masas y de los opositores amenazantes se requería ceder en materia de representación y en materia del voto universal, con el fin de no perderlo todo. Finalmente, desde la visión del Estado se buscó una solución a una amenaza de desestabilización e ingobernabilidad a causa de la frecuente amenaza de estallido social. En los tres casos, el punto de llegada fue hacer mayormente permisible la integración y persistencia de la llamada oposición leal, la cual se materializó en los partidos políticos. Como ya se señaló en anteriores páginas, el tema de la representación se extiende hasta el ámbito de los partidos políticos, ya que la democracia moderna y la teoría de los partidos políticos les reconoce una especie de representación implícita, pues son estos colectivos los que encabezando las demandas sociales y a través de su instalación en los circuitos del poder, se convierten en el medio para que la sociedad logre reconocimiento y solución. Por otra parte, el principio de la representación política, ahora más que nunca, se encuentra dominado por los partidos políticos, ya que son éstos quienes por conducto de los procesos electivos constituyen los poderes de 145
la nación; específicamente me refiero al monopolio de la representación política que ejercen en los parlamentos o congresos, ya que estos se constituyen a partir y en forma casi exclusiva de los contingentes partidarios. Por ello, la institución cameral (mecanismo de representación política por excelencia) no es otra cosa sino un reflejo del mosaico partidario de la nación. Por otro lado, en el modelo democrático moderno también podemos observar que la práctica y el ejercicio de la función electoral tiene como referente, si no obligatorio sí dominante, al partido político, el cual, acompañado del concepto del ciudadano, constituyen una fórmula indisoluble de la política actual. El partido en este campo ejerce una función de primera importancia como mecanismo de agregación de la opinión pública, así como factor integrador y orientador de la voluntad popular, la cual se expresa a través del sufragio en las elecciones.
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Sistemas electorales y los sistemas de partidos El título de este subtema apunta, desde luego, hacia una dirección; localizar algunos puntos de convergencia o de conexión entre ambos sistemas, de tal manera que en condiciones de complementariedad, de interacción influyente o bien de subalternidad de alguno de ellos, confieren una cierta dinamicidad, cambio o variante a los sistemas que son objeto de estudio. Un primer apunte debe dirigirse a colocar en un plano los diversos sistemas que ahora estamos desarrollando. De esta manera podemos registrar que en un primer nivel se encuentra en la mayor jerarquía el sistema político; luego, subordinado a él, el sistema electoral; y, en segunda instancia, pero al mismo nivel que el anterior, colocamos al sistema de partidos políticos. Existen varios autores que establecen tempranamente una relación estrecha entre los sistemas electorales y los sistemas de partidos, entre ellos, Duverger, el cual diseña sus famosas leyes en las que establece una serie de principios un tanto rígidos que relaciona a los sistemas antes referidos, de igual manera lo hacen Jean Charlot así como Giovanni Sartori, entre otros. Ya famosa es la réplica que realiza Sartori a la propuesta prescriptiva de Duverger, y de lo cual daremos cuenta en su momento. Por ahora, vale la pena que dejemos claro, aunque sea de manera breve, en qué consiste un sistema electoral. A simple vista, parece que no existe mayor problema para que tengamos una concepción primaria de lo que es un sistema electoral, sin embargo, cuando pretendemos 147
imprimirle sistematicidad a esta exploración, resulta que existen elementos que frecuentemente pasamos desapercibidos, por lo que puede suceder que construyamos una idea reductora. Para Francisco Vanaclocha el sistema electoral es: El conjunto de elementos, contenidos en la normativa electoral, que efectúan o inciden directamente en la transformación de las preferencias electorales en cuotas de poder institucionalizadas. (Vanaclocha, 1997).
A efecto de realizar una comparación crítica de dicho concepto, enseguida enunciaremos lo que propone Josep M. Vallés a este respecto; él menciona que el sistema electoral se puede definir: Como el conjunto de elementos normativos y sociopolíticos que configuran el proceso de designación de titulares de poder, cuando este proceso se basa en preferencias expresadas por los ciudadanos de una determinada comunidad política. (Vallés, 1997).
Finalmente, para Dieter Nohlen: El concepto de sistema electoral se refiere al principio de representación que subyace el procedimiento técnico de la elección, y al procedimiento mismo, por medio del cual los electores expresan su voluntad política en votos que a su vez se convierten en escaños o poder público. (Nohlen, 1994, 636-637).
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Con los conceptos aquí vertidos podemos iniciar un análisis aunque sea somero, a efecto de puntualizar algunos aspectos relevantes de acuerdo a la visión de cada uno de los autores. De manera clara se observa que existe una afinidad entre los tres conceptos en lo que se refiere a que el sistema electoral determina la representación o la titularidad del puesto que se somete al escrutinio del cuerpo de ciudadanos. De similar manera, el elemento normativo o procedimental es un factor común en los autores ya señalados, lo cual resulta necesario para entender y ejercer en la práctica un proceso electivo, pues es, sin duda, una clave que le da certidumbre y estabilidad al sistema, ello denota, además, que los actores políticos –como fuerza y suma de intereses orgánicos– se han puesto de acuerdo en las reglas del juego por la disputa del poder. Me parece que hay una nota distintiva que la da Josep M. Vallés, diferente a los demás, y es que este autor introduce los elementos sociopolíticos en la propia definición del sistema electoral. Es decir, que este autor confiere una relevancia muy notoria en la configuración y operación del sistema electoral a las condiciones sociales y la situación y grado en que se encuentran desarrolladas las fuerzas políticas de una nación. Sin duda que Vallés tiene razón en su planteamiento, pues en otro momento, otro autor ya señalaba que finalmente las normas y procedimientos que rigen los procesos electivos no son otra cosa que el reflejo de la situación que guarda la correlación de fuerzas políticas de un país. De alguna manera, Vanaclocha, siguiendo con su elaboración teórica hace algo similar cuando propone que los sistemas electorales habrá que analizarlos desde 149
diferentes perspectivas, ya que su funcionalidad afecta al sistema político en su conjunto. El autor más relevante sobre este tema, Dieter Nohlen, hace énfasis –sin descuidar la parte normativa– en el elemento técnico; y en efecto, si nosotros profundizamos en el estudio de los sistemas electorales existe una parte o una tecnología depurada, la cual permite dilucidar distintos modelos de valoración, de determinación de la magnitud y configuración de los distritos o circunscripciones territoriales, así como de fórmulas matemáticas con el fin de determinar el modelo más acertado para establecer la relación entre votos y representación política. Los sistemas electorales básicamente se clasifican en: • Mayoritarios. Es el sistema en el cual el candidato es elegido por haber alcanzado la mayoría absoluta o relativa de los votos. Se subdividen en a) de mayoría relativa; y b) de mayoría absoluta. • Proporcionales. En éste, la representación política refleja lo más exactamente posible la distribución de los votos entre los partidos. Estos a su vez se subdividen en a) proporcional pura; y b) proporcional imperfecto (Nohlen, 1994). A lo antes dicho por Nohlen, otro autor francés, Jean Marie Cotteret, agrega una tipología distinta: • Sistemas mixtos. Son el resultado de una combinación de los sistemas mayoritarios y de representación proporcional y tienen por objeto eliminar las imperfecciones o desajustes en la representación por la aplicación de cualquiera de los sistemas primarios. De este sistema existen tres variantes posibles: a) mixto con dominante
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mayoritario; b) mixto con dominante proporcional y; c) mixto equilibrado (Cotteret, 1973). Las tipologías antes señaladas encuentran su real expresión de acuerdo a las condiciones del entorno, así como a los factores relacionados con la situación política del régimen y los intereses incorporados a su propia agenda, de singular manera, su aplicación y normatividad se sustentan en la situación que guardan las fuerzas políticas de una nación. Resultan también condicionantes de la puesta en marcha de cualquiera de estos modelos, las circunstancias y formas en que se agrupan o no los conglomerados sociales y el reconocimiento de la existencia de una pluralidad y diversidades del cuerpo social. El sistema electoral, por otra parte, se constituye por diversos elementos, Nohlen enumera cuatro, y agregaremos un quinto elemento propuesto por Josep Vallés: 1. Distribución de las circunscripciones electorales. Es el conjunto de electores generalmente agrupados sobre una base territorial a partir de cuyos votos se procede a la distribución de los escaños que constituyen el órgano colegiado a elegir. 2. Candidatura. Podemos considerarla como la forma en que el sistema electoral permite la presentación de las candidaturas, ya que se puede realizar a través de dos grandes mecanismos: candidatura unipersonal o candidatura de listas. 3. Votación. Es la forma adoptada para la manifestación de la voluntad individual que se contiene en la emisión de un sufragio. Esta voluntad puede configurarse de modo diverso según atendamos 151
dos criterios: el destinatario del apoyo que el voto contiene y la exclusividad o distribución de dicho apoyo. 4. Conversión de votos en escaños. Es el procedimiento de cálculo que convierte las preferencias expresadas por los electores en una distribución de escaños entre los diversos candidatos o candidaturas contendientes en el distrito correspondiente. 5. Barrera legal. Es un requisito legal por el que se establece que, para participar en la distribución de escaños, los partidos o candidaturas habrán de reunir un apoyo electoral mínimo (Vallés, 1997). Dado que el objeto primordial de este subtema es detectar algún tipo de relación entre el sistema electoral y el sistema de partidos políticos, el propósito central que quisimos cumplir con lo anterior es introducir el tema de los elementos de referencia y facilitar de esta manera la tarea que nos parece de mayor significación. Efectivamente, en la teoría política contemporánea se ha abundado suficiente en la búsqueda de relaciones más notorias e impactantes en las relaciones entre ambos sistemas en cuestión, y en este propósito, Cotteret, establece tempranamente una relación más bien relativa y hasta cierto punto no tan determinante. Lo anterior lo apunta con precisión cuando rebate una corriente de pensamiento que durante los años cincuenta había ponderado en un nivel muy superior a su real peso, la influencia que el sistema electoral comunica a los sistemas de partidos; a este respecto es muy enérgico asegurando que “en realidad [...] el sistema electoral es un elemento entre muchos del sistema político global” (Cotteret, 1973). Más 152
adelante afirma que “la influencia de los sistemas electorales sobre la estructura de los partidos no se evidencia al primer momento” (Cotteret, 1973). Sin embargo, acierta al decir que en algunos casos un sistema electoral proporcional tiene un impacto importante en los partidos políticos, sobre todo, en la influencia que estos tienen en los candidatos. En términos de la representación como componente del sistema electoral, ésta produce un efecto relativo en el sistema de partidos, ya que la modalidad proporcional, por ejemplo, puede producir sobrerrepresentación para los partidos grandes y una subrepresentación para los partidos pequeños; por su lado, la representación mayoritaria puede inhibir la aparición de nuevos partidos al tiempo que los partidos pequeños actúan en franca desventaja. Como sabemos, existe en los sistemas electorales lo que se llama el escrutinio de lista, esta modalidad ayuda a que exista una mayor coherencia y afinidad entre el candidato y el partido político correspondiente, ello sucede porque la representación proporcional que da una dimensión más extensa a la competencia electoral, determina una mayor influencia del partido sobre el candidato. Una última observación de Charlot es que, en lo que respecta al fenómeno, en la relación entre los partidos políticos, el sistema mayoritario tiene una gran influencia para mantener el statu quo (Cotteret, 1973). Sin lugar a dudas, el debate respecto a la influencia potencial que puede ejercer el sistema electoral sobre el sistema de partidos es aquel que se expresó entre las llamadas leyes de Duverger y las de Giovanni Sartori, para los efectos de esta parte de la exposición vamos a tomar 153
como referente la elaboración que al respecto realiza Dieter Nohlen. El autor francés Maurice Duverger, en su texto Los partidos políticos, propone dos enunciados que, al transcurrir el tiempo, se convertirían en famosos, ya que gestaron una serie de discusiones, en las cuales se dudaba de su validez y consistencia. Dichos enunciados (leyes) son los siguientes: • Ley 1. El sistema de vuelta única de mayoría relativa tiende al dualismo partidario. • Ley 2. El sistema doble vuelta de mayoría y el de representación, tiende al multipartidismo. Al respecto, el propio Nohlen señala algunas objeciones con argumentos sumamente fuertes que debilitan la validez de lo expresado por Duverger; citamos por ejemplo: • Existen una serie de modalidades y variantes de los modelos básicos de los sistemas electorales por lo que, el planteamiento de Duverger parece un tanto prescriptivo, pues se dan las combinaciones de sistemas mayoritarios con proporcionales así como sistema bipartidarios con representación proporcional, lo cual amplía el universo de los efectos del funcionamiento de un tipo de sistema electoral. • Las leyes no indican las restricciones ni las condiciones bajo las cuales éstas son verificables, pero además, no se enuncia en qué casos ésta no se cumple; es decir, que existen bajo ciertas circunstancias, eventos o casos realizables y que rompen con la regla. Todo ello se encuentra ausente en la elaboración de la regla. • Las leyes son inadecuadas porque no comparan un sistema electoral con otro, sino el sistema de pluralidad con un “principio de proporcionalidad”. Sin embargo, 154
el principio puede expresarse de diferente manera en los sistemas electorales y pueden tener efectos muy distintos. Por su parte Sartori, en enérgica crítica a Duverger elabora cuatro leyes, a las cuales le agrega el término de “tendencia”, así el autor propone el siguiente esquema de relaciones entre los sistemas electorales y los sistemas de partidos: • Ley de tendencia 1. Dadas una estructuración partidista sistémica y una dispersión a través de los distritos (como condiciones necesarias conjuntas), los sistemas electorales pluralistas causan (es decir, son condición suficiente para) un formato bipartidista. Alternativamente, una estructuración sistémica de partidos particularmente fuertes es, por sí sola, la condición necesaria y sustitutiva para causar un formato de competencia bipartidista. • Ley de tendencia 2. Dada una estructuración sistémica, pero faltando una dispersión a través de los distritos, los sistemas electorales pluralistas causan la eliminación de partidos situados por debajo de la pluralidad, pero no pueden eliminar y, en consecuencia, permiten tantos partidos por encima de dos, como lo permitan considerables concentraciones de preferencias por sobre la pluralidad. • Ley de tendencia 3. Dada una estructuración sistémica de partidos, la representación proporcional obtiene un efecto reductivo causado (como condición suficiente) por su no proporcionalidad. Así, mientras más sea la impureza de la representación proporcional mayor será el efecto reductivo; y a la inversa, mientras menor sea 155
su impureza, más débil será el efecto reductivo. Alternativamente, una estructuración sistémica de partidos particularmente fuertes es por sí sola condición necesaria y suficiente para mantener cualquier formato de partidos que antecedieron a la introducción de la representación proporcional. • Ley de tendencia 4. Si falla la estructuración sistémica de partidos y se da por supuesta la existencia de un sistema de representación proporcional puro, esto es, un costo de entrada igual para todos no habrá discriminación para que el número de partidos alcanzara el tamaño que permite la cuota (Nohlen, 1994). De lo antes dicho, el propio Nohlen señala que estas leyes tendenciales serán válidas a partir de dos condiciones primarias: una es la existencia de partidos estructurados en condiciones de masas políticas, ya que partidos estables generan en el sistema de partidos una gran resistencia a los efectos de los sistemas electorales; la segunda es la forma en que se encuentra distribuido geográficamente el electorado de los partidos, del cual depende, en los hechos, los efectos de los sistemas electorales. Para Nohlen, el sistema electoral provoca dos tipos de efectos: a) el directo; y b) el indirecto. El primero se refiere a la consecuencia que tiene para la conversión de los votos en poder. El segundo tipo de efecto es el que nos interesa, pues se relaciona con la influencia tanto en la cantidad como en el formato de los sistemas de partido, y en estos efectos se observa que: • El sistema de pluralidad fomenta más vigorosamente la representación proporcional, la formación de mayorías a través de un partido. 156
• En el sistema electoral proporcional a menudo se favorece al partido más grande, no obstante que el principio de representación no tiende a eso (Nohlen, 1994). Dejando de lado al anterior autor, Josep M. Vallés retoma lo dicho por otros, y argumenta y acusa la mirada sobre algunos temas con los cuales se encuentra articulado con mayor claridad el sistema electoral y los sistemas de partido. En efecto, Vallés hace notar que las leyes de Duverger tienen la finalidad de apuntar los efectos que primordialmente tienen los sistemas electorales con la dispersión mayor o menor de los partidos. Reseñando a Duverger, señala que si bien puede ser certera la propuesta en el sentido de que el sistema de mayoría a una vuelta se relaciona con el bipartidismo, el sistema proporcional con el pluripartidismo y el sistema mayoritario a dos vueltas con las coaliciones pluripartidistas, su formulación concreta requiere introducir otros elementos para dejar explícita esta relación. Hacia este fin apunta su siguiente elaboración: • La magnitud del distrito y la barrera mínima tienen un impacto claro sobre la fragmentación del sistema de partidos. • La acumulación de divisiones sociales (clivajes) se expresa en el mapa de los partidos políticos. • La distribución territorial del apoyo a los partidos influye también en su número, fragmentando el sistema de partidos aun tratándose de sistemas mayoritarios, como es el caso de partidos pequeños con influencia bastionaria. • La fragmentación de partidos propiciada por una fragmentación del electorado, está limitada por la saturación del mercado electoral. 157
• En sistemas mayoritarios con distritos uninominales, una competencia localizada puede ser accesible a opciones con menos recursos, favoreciendo con ello la proliferación de candidaturas y partidos. • La existencia de una barrera efectiva elevada disminuye de manera sustancial el número de partidos. • La modalidad del voto también puede tener un efecto en el sistema de partidos, pues el voto categórico reduce la proliferación de partidos, mientras que el voto ordinal o preferencial contribuye a una mayor fragmentación del panorama de partidos políticos (Vallés, 1997). Por otra parte, Francisco Vanaclocha nos presenta sus siguientes reflexiones: • Los partidos pueden incidir más en las candidaturas, en un sistema de mayor competitividad y esto se da claramente en un sistema de mayor proporcionalidad. • El sistema electoral amplifica o modera, en términos de representación, las diferencias existentes electoralmente entre los partidos políticos. • Los sistemas electorales generan dobles efectos: favorecen con la sobrerrepresentación a los partidos con mayor porcentaje de votos y penaliza con la subrepresentación a aquellos menos votados. • El sistema electoral al premiar al partido más votado delimita el número de partidos representados. • Cuanto más mayoritario resulta un sistema electoral más tiende a producir los siguientes efectos: a) favorece en mayor medida a los primeros partidos y sobre todo, al primero; b) impide que alcance representación un mayor número de partidos y; c) propicia una
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distribución más desigual de la representación de los partidos políticos (Vanaclocha, 1997).
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Partidos políticos y grupos de presión Para poder establecer las características de los grupos de presión y de los partidos políticos debemos partir de la base incuestionable de que ambos constituyen importantes estructuras del sistema político. Entonces, si consideramos a los partidos políticos y a los grupos de presión como protagonistas de la escena política ¿cómo los identificaremos? Pues por las actuaciones que representen, es decir, por las funciones que correspondan a uno y a otro. Los partidos políticos y los grupos de presión desarrollan independientemente no solamente numerosas funciones, sino también ciertas funciones que pueden ser desarrolladas tanto por una estructura de partido como por una estructura de grupo de presión. Entre estas funciones podemos mencionar las de participación, las de movilización, las de agregación de intereses, las de reclutamiento. Obviamente, no es que todas las diferencias entre partidos políticos y grupos de presión vengan canceladas, sino que es necesario establecer las diferencias funcionales entre grupos de presión y partidos políticos en razón de la frecuencia, del estilo y del performance de las funciones. También es necesario señalar que no todas las funciones puedan desarrollarse indistintamente por ambas estructuras políticas. Puesto que existen funciones que son de partido y no funciones de grupos de presión. Entre las funciones que sólo pueden ser realizadas por un partido político se pueden citar principalmente: • La función de la competencia electoral. 160
• La función de gestionar directamente el poder público. • La función de expresión democrática partidista. Como se puede deducir claramente, un grupo de presión considerado como tal, no busca los votos de los electores, no aspira a conquistar el poder público, no busca ejercitar directamente dicho poder y no realiza la función expresiva democrática. Grupos de presión o grupos de intereses Los términos grupos de presión y grupos de intereses vienen empleados como sinónimos o equivalentes. Así que debemos ser cautos en el empleo de los términos y saber distinguir entre los grupos, puesto que representan diversas estructuras del subsistema político. Aun cuando numerosos politólogos emplean el término de grupo de intereses como equivalente al de grupo de presión, es más propio emplear este último término en virtud de las dos siguientes razones: El término “intereses” no es muy preciso atendiendo a la semántica. Además, su significado puede ser demasiado estrecho y unilateral, o bien, llega a ser indefinido o demasiado extenso. El término “intereses” denota en la mayoría de casos intereses económicos, utilitarios. Además, si estamos atentos al empleo del término “interés” es conveniente señalar que éste no abarca aquellos grupos promotores y grupos de propaganda, así como tampoco comprende a todos aquellos grupos que persiguen valores, peticiones, finalidades de cambio, etcétera, y que tienen como denominador común objetivos alejados de intereses económicos. La segunda razón nos aconseja el rechazo del empleo del término de grupos de intereses, puesto que no todos 161
estos grupos se consideran como protagonistas de la escena política y muchos de sus objetivos reales están alejados en este campo. Para concluir, el término grupo de presión es más conveniente en la terminología política, puesto que su significado revela más claramente la idea de actores o protagonistas en política. ¿Dónde actúan los grupos de presión? Es incuestionable la existencia de los grupos de presión. Sin embargo, no es igualmente fácil delimitar con certeza el campo de actividad de dichos grupos. Los grupos de presión tienden a estructurarse y a adaptarse al sistema constitucional político estructural desde un punto de vista formal. Pero ellos buscarán más los puntos reales donde efectivamente se encuentre distribuido el poder. En otras palabras, los grupos de presión estarán presentes en donde se pueda conquistar la influencia política de los verdaderos centros emanadores de decisiones políticas. Los grupos de presión van a la búsqueda de la influencia de los órganos emanadores del poder, dejando a un lado los mitos políticos y la manipulación política. Muchas veces resulta curioso que a través de las actividades de grupos de presión se logre identificar centros reales de poder político, que formalmente están vacíos de funciones decisionales. Existen muchas agrupaciones que pretenden ser consideradas como grupos de presión, pero en realidad no son otra cosa que meras agrupaciones a la búsqueda de satisfacciones económicas y de poder. Los grupos de presión tienden a estructurarse formalmente tratando de imitar la estructura jurídico-formal 162
de los órganos de poder, para poder realizar mejor sus actividades. Por otra parte, es necesario revelar la importancia que reviste la base del grupo de presión dentro de su estructura. Pensemos por ejemplo, en los grupos de presión que siendo numerosos controlarán, obviamente, un gran número de votantes y que seguramente los leadership de estos grupos de presión tenderán a ejercer presiones sobre funcionarios que ocupan sus puestos por elección. Otro ejemplo es un grupo de presión que al disponer de fuertes recursos financieros buscará presionar los mecanismos y las personas que formen parte del aparato del partido en el gobierno y que tengan injerencias decisivas en la preselección de candidatos. Un último ejemplo será el del grupo de presión que teniendo especialistas dentro de la administración pública buscará presionar altos funcionarios de la misma con estudios y opiniones. Debemos distinguir dos tipos de relaciones entre grupos de presión y representantes o funcionarios gubernamentales: las consultativas y las tratativas. Serán tratativas cuando un órgano gobernativo condiciona una determinada decisión a la aprobación de ésta por la organización que represente a los grupos de presión, teniendo éstos en algunos casos, el derecho de veto. Serán consultativas cuando el órgano gobernativo pida la opinión a las organizaciones que representan a los grupos de presión, pero sin considerarla como decisiva. Para llevar a cabo estos dos tipos de actividades es necesario tener en cuenta que las organizaciones que representan a los grupos de presión sean realmente sus representantes y, además, estar estructuradas en aparatos jerárquicos organizativos reconocidos. 163
Para que se realicen tratativas es necesario que haya concentración de poder en los organismos que representen a los grupos de presión y que gocen sus directivos de verdaderas facultades con amplio criterio para tomar decisiones, pues de lo contrario sólo se traducirían en meras consultas que, en muchos casos, propiciado por la publicidad, se traducen en denigrantes luchas sectoriales que buscan intereses bastardos. Elementos que determinan la acción de presión De manera definitiva tres son los elementos que determinan la intensidad y la amplitud de las actividades de los grupos de presión: • La política general. • La orientación política. • La estructura jurídico-constitucional del Estado. No todos los grupos de presión desarrollan esta clase de actividades, recordemos a los grupos que tienen objetivos promocionales y de propaganda ajenas a la política, aparentemente, pero que persiguen fines que superan intereses sectarios para comprender intereses nacionales. Ahora bien, es común considerar que los grupos de presión realizan actividades de carácter político que presentan características específicas de gran importancia. Por una parte, persiguen metas políticas que representan valores e intereses y, por la otra, sus actividades no tienen por objeto la conquista directa del poder gobernativo. • Política general. Sin restar la importancia que tiene la estructura del gobierno en las actividades realizadas por los grupos de presión, para el politólogo no pasan desapercibidas las actividades que desarrollan los grupos 164
de presión organizados para desvirtuar e impedir, si es posible, toda política general que busca hacer llegar la justicia social a la mayor parte de la población. • La orientación política. Los grupos de presión para desarrollar sus actividades, en muchos casos, con finalidades poco nacionalistas, determinan su orientación política identificándola con el gobierno o con el partido en el gobierno, para poder usufructuar la legitimidad. Es necesidad imperante, para cualquier grupo de presión que pretenda ejercer influencia en la escena política, el buscar fines legítimos y ser un grupo de presión legítimo. • La estructura del gobierno. Aparentemente, el punto que menos influye en la amplitud y en la intensidad de la actividad de los grupos de presión es la estructura del gobierno. Sin embargo, este punto debe ser considerado con su debida importancia. Los grupos buscarán la realización de sus objetivos mediante el desarrollo de actividades consideradas en la dimensión política de los grupos de presión y no como partidos políticos, puesto que les restarán fuerza, en el primer caso, y serán debilitados en la lucha política, en el segundo caso. La observación de las actividades de los grupos de presión en general, permite revelar factores que dan a esos grupos políticos eficiencia en sus actividades. Se pueden dividir en cuatro categorías a los grupos de presión, de acuerdo con las características o elementos que confieren más eficacia a sus labores. • Características que son propias de ciertos grupos de presión.
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• Características relacionadas con el ambiente político gobernativo. • Características derivadas de la estructura decisional del gobierno. • Características reveladas por el modo de actuar. Características que son propias de ciertos grupos de presión La observación de las actividades de los grupos de presión indica al estudioso político que estos presentan determinadas características que permiten distinguirlos de otros grupos de presión que aparentemente son afines. ¿Cuáles son los elementos a los que se debe recurrir para defender esta tesis? Pues a los recursos materiales, a la dimensión cualitativa y cuantitativa, a la cohesión organizativa, a la habilidad y capacidad política de sus dirigentes; entre otros elementos serán éstos los que nos permitirán identificar y en consecuencia distinguir a los grupos de presión de otros grupos. Los recursos materiales comprenden también la estima, el prestigio, los canales de información pública, etcétera, de los que pueda disponer el grupo de presión para lograr sus objetivos. Otros recursos con los que pueda contar determinado grupo de presión será la dimensión cuantitativa y cualitativa del mismo. Es obvio que si un grupo es numeroso pues realizará la presión masivamente; si el grupo es reducido en cuanto a miembros, pero fuerte en cuanto cualidad por su prestigio, sus cerebros, etcétera, influirá menos abiertamente, pero no menos eficazmente. Consideremos también la eficacia de un grupo de presión derivada de su cohesión organizativa. Ésta dependerá 166
de las relaciones interpersonales de los componentes, de que si en realidad sus intereses son compartibles, del grado de lealtad y compañerismo, etcétera. Estos factores están, asimismo, relacionados estrechamente con la capacidad política y administrativa de sus dirigentes. De igual manera, si es posible lograr entre sus integrantes una verdadera cohesión de sentimientos, rasgos culturales e ideológicos, etcétera Por otra parte, los grupos de presión son fácilmente identificables en cuanto al marco físico sobre el cual van a operar. Es decir, si su campo de acción se limita a determinada circunscripción o abarca todo el territorio nacional. Características relacionadas con el ambiente político El marco social dentro del cual van a operar ciertas estructuras de los grupos de presión, es determinante. La atmósfera política, el ambiente político son unos de los factores que determinarán decisivamente la eficacia de la acción de los grupos de presión. Los programas políticos de un gobierno en un Estado serán los termómetros a través de los cuales los politólogos conocerán la temperatura de la política general, del ambiente político en el cual los grupos de presión actuarán. Características derivadas de la estructura decisional del gobierno Está fuera de discusión que la estructura del gobierno influye no sólo en la organización de los grupos de presión, sino también en su eficacia y su amplitud de resultados.
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En un sistema de estructura gobernativa descentralizada como es Estados Unidos de Norteamérica, los grupos de presión, para lograr sus objetivos, deben obtener favores de un gran número de organismos, que van desde las asambleas legislativas a sus comisiones, a altos funcionarios, etcétera. En cambio, en estructuras gobernativas centralizadas, los grupos de presión no actuarán sobre numerosos organismos, sino sobre centros decisionales que, obviamente, serán menos numerosos. Por otra parte, la actividad de los grupos de presión cambiará en los Estados según el sistema electoral que hayan establecido. En todos los casos, las actividades de estos grupos serán diferentes en los sistemas uninominales que en los proporcionales. En unos influirá mayormente el número y, en otros, la calidad. Características reveladas por el modo de actuar Finalmente, existe una relación directa entre la actividad realizada por grupos de presión y el carácter de la estructura administrativa sobre la cual piensan influir. Esta opinión se basa sobre el hecho político de que la administración pública no es simplemente el instrumento de aplicación de una determinada política gubernamental, sino que, por su amplitud y complejidad de aparato y procedimiento, viene a constituir un poder estatal dentro del Estado mismo. Por último y para concluir, es lícito clasificar a los grupos de presión en relación a la manera de actuar en sus propósitos: • Los que realizan sus actividades públicamente, a la luz de la opinión.
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• Los que trabajan en la obscuridad, revelando con su actuación invisible posibles fines ilícitos. • Los que trabajan permanentemente. La vida de estos grupos no está supeditada a los cambios de las personas que dirigen periódicamente los destinos de los Estados. Con su actuación revelan seriedad en sus fines.
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Los partidos políticos y la militancia política La militancia política es una actividad humana que tiene como característica fundamental la obtención de fines políticos, es participación activa de los individuos o de los grupos en los procesos de consecución del poder. El campo de acción donde se desenvuelve con mayor posibilidad de éxito la militancia, es el de los partidos. Estos son asociaciones compuestas por miembros participantes en los procesos políticos que, unidos por una comunidad de ideologías e intereses, buscan una misma finalidad. Ahora bien, si los partidos políticos están compuestos de miembros, es lógico que no todos estos participen con la misma intensidad en las actividades partidistas. La intensidad en la participación será la que nos revele la existencia dentro de los partidos de cuatro clases de participantes: • Los votantes. Son los ciudadanos que sin tener vínculos expresos con determinado partido, sufragan por él cuando se llevan a cabo los procesos electorales. • Los simpatizantes. Son las personas que teniendo o no la categoría de ciudadanos, se solidarizan con determinado partido político coadyuvando en sus actividades partidistas, como son la difusión ideológica, la propaganda, asistencia a reuniones, etcétera. Inclusive, pueden realizar aportaciones económicas para el sostenimiento del partido, sólo que esas serán espontáneas y no tendrán características de obligatoriedad y periodicidad. 170
• Los inscritos. Son los miembros de los partidos que han cumplido con las formalidades de ingreso. Su vínculo de relación con el partido es claro, puesto que la inscripción es la declaración expresa o la aceptación tácita de formar parte de la organización, con los derechos y obligaciones que ese acto implica. • Los militantes. Son los miembros de los partidos cuya participación en todas las actividades partidistas está revestida de mayor intensidad. El militante de un partido es el activista que no solamente vota, asiste a las reuniones y paga las cuotas, sino que vive todas y cada una de las actividades de su partido. Inclusive, manifiesta su activismo partidista en su trabajo y en las ocupaciones diversas que desempeña. La clasificación de la colaboración dentro de un partido limita el campo de estudio, reduciéndolo a los miembros. En este caso, el análisis de la participación revelaría varias categorías que incluirían desde el simple propagandista con opiniones hasta el activista de tiempo completo. Su análisis, señala el profesor Duverger, aparece como una serie de círculos concéntricos, entre los cuales, la solidaridad partidista va aumentando en la medida en que se dirige del círculo mayor hacia el centro, de tal manera que llega a ser más fuerte e intensa (Duverger, 1972). El militante político El militante político es la persona inscrita a un partido. Su actividad intensa lo identifica como el protagonista de la escena política. Es un profundo pensador de la acción y un decidido intérprete de la teoría en la práctica. Los
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partidos se nutren y vigorizan de la fuerza, número y calidad de sus militantes. En la conceptualización europea los términos adherente, inscrito y militante son diferenciados también en relación a la intensidad de la participación. En la terminología italiana el término adherente es equiparado al de inscrito. En la jerga política francesa los términos adherente y miembro son empleados con frecuencia como sinónimos. En la terminología latinoamericana los conceptos miembro, adherente e inscrito son empleados indistintamente; el término militante se emplea como sinónimo de activista y será esta característica la que determine, al igual que en la conceptualización europea, su diferencia con los anteriores. El militante lleva a cabo una acción continua, permanente, para conseguir las metas de su asociación. Su actividad está regida por las directrices del partido; no le es permitido actuar fuera de los lineamientos fijados por el órgano político en el cual milite. Los partidos políticos, en general, están integrados por miembros. Aparentemente esta afirmación excede la obviedad, pero al estudioso de estos problemas le interesa en manera particular precisarlo, puesto que no todos los miembros que integran los partidos políticos son individuos. En los partidos políticos de masa, los miembros colectivos desempeñan funciones determinantes, incluso en la vida misma de estas agrupaciones. La aparición de los partidos socialistas en los albores del siglo xx, que son esencialmente partidos de masa, y su ingreso en la vida de los Estados, ha aportado en los procesos políticos nuevas prácticas e instituciones. Una de ellas, entre las más importantes, es la de considerar 172
a sindicatos y asociaciones como miembros del partido. Asimismo, estos partidos de masa, al aumentar su importancia e influencia en el curso histórico de los acontecimientos políticos, aceptan como miembros del mismo a individuos. Actualmente, esta clase de partidos acoge entre sus filas a individuos y a asociaciones. Las conclusiones a las que se puede llegar es que todo militante se revela como miembro de un partido y no todos los miembros de un partido son militantes. ¿Cuál es la razón de estas dos afirmaciones? La razón está fundada en el hecho de que únicamente los individuos están en posibilidad de actuar; su propia naturaleza lo permite, y en cambio, los miembros colectivos no podrán ser militantes en el sentido estricto del término, puesto que no tienen realidad física que les permita fungir en el hecho político práctico. Actividades del militante Con base en lo señalado anteriormente, cabe preguntarse ¿quién es un militante? Un militante es una persona física, miembro del partido, comisionada para actuar siguiendo directivas determinadas con una estrategia específica y con el fin de lograr metas previstas consideradas como finalidades del partido. La primera afirmación válida que puede hacerse es la que nos revela al militante como una persona encuadrada dentro de una organización y que, consecuentemente, actúa no para satisfacer egoísmos personales sino para la satisfacción de intereses de partido. Considerándola así, la figura del militante aumenta en importancia hasta alcanzar la categoría del verdadero autor y ejecutor de las actividades partidistas.
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Encumbrándolos dentro de los partidos políticos, las funciones, la existencia misma de éstos depende de sus militantes. La calidad de ellos determinará e influenciará notablemente el papel que desempeñará un partido en los procesos políticos. Si el militante es el actor y principal ejecutor de las directivas partidistas, obviamente los partidos buscarán un aumento en cuanto al número y la superación de los mismos. Nutriéndose con nuevos militantes y vigorizando ideológicamente a los ya existentes, los partidos estarán en posibilidad de preparar y madurar dentro de sus contextos a sus futuros dirigentes. La actividad del militante, como miembro de un partido, no es autónoma: tienen las mismas limitaciones del partido, pues busca la obtención de fines comunes con estrategias predeterminadas. Es oportuno subrayar la dependencia del militante respecto a las directivas de los partidos. El militante como canal de entendimiento político Al considerar al militante en los partidos políticos como el ejecutor de las directivas partidistas, el rol por él desempeñado aumenta en cuanto a importancia, puesto que al actuar entra en contacto directo con los electores, de los cuales recoge sus pretensiones e inquietudes y, posteriormente, las transmite a los dirigentes cuando recibe nuevas instrucciones. Este papel de transmisor-receptor desempeñado por el militante va definiendo en él una personalidad con características propias. La personalidad del militante, objeto de estudios de la psicología política revela las características de la personalidad de la sociedad en la cual se desenvuelve. Una sociedad moderna, en la 174
que los partidos actúan intensamente, exige militantes dinámicos, conscientes de los cambios sociales estructurales. Una sociedad no moderna, en la que faltan cultura política, clase media, industrialización, etcétera, revelará una militancia, en cuanto a participación política, con características propias de las sociedades de masas. Empleando las palabras de Lerner: Una sociedad moderna exige una personalidad móvil, capaz de adaptarse a un cambio rápido. El desarrollo de una sensibilidad móvil, tan adaptable al cambio que una reorganización del propio sistema constituya su rasgo distintivo […] la personalidad de la sociedad de masas implica la falta de todo valor personal sólido basado en la participación gratificadora [...] (Limpset, 1963).
El dinamismo señalado por Lerner, que acontece en las sociedades modernas, exige del militante un contacto directo y permanente con el pueblo, le obliga a ser conocedor de sus problemas, lo sensibiliza y motiva dentro de la naturaleza cambiante de su fenomenología. En cambio, en las sociedades no modernas, siguiendo el criterio de Lerner, la personalidad de los militantes que en ella actúan será caracterizada por la apatía y el conformismo. El militante, motivador de la politización y de la concientización política La continua y permanente actividad del militante determina una elevación en el índice de la cultura política; su labor responsable motiva a la población a interesarse en los problemas de la responsabilidad pública; coadyuva
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definitivamente en la politización y en la concientización política. El militante responsable tiene la obligación de despertar el interés de sus conciudadanos a intervenir en los procesos políticos. Critica la indiferencia y el conformismo que conducen, de hecho, a la adopción de actitudes hostiles, intransigentes e incomprensibles hacia los encargados de la gestión pública. Trata de convencer a aquellos que con su apatía cometen el error de dejar el gobierno en manos de unos pocos. Busca con bríos la adhesión de los gobernados y los motiva a intervenir en los asuntos públicos. El militante es motivador de la politización, entendida ésta como participación consciente no manipulada en los procesos políticos. Coadyuva en una tarea importantísima, consistente en que los ciudadanos posean un mínimo de conciencia política; es decir: “concientiza”, entendido este concepto como la comprensión de los problemas fundamentales que deben ser decididos por el voto. Considerado bajo estos aspectos, el militante buscará los medios idóneos para que su actuación sea positiva y pugne por mejorar el ambiente sobre el cual actuará. Tenderá a atenuar los antagonismos existentes procurando, dentro del respeto del pluralismo político, fomentar el apoyo de los electores para su partido. El contacto continuo con las realidades políticas y sociales auxiliará al militante para transformarse en un profundo conocedor de la realidad y en crítico positivo de las instituciones. La relación diaria con los electores sensibilizará su vocación, conformándola dentro de un espíritu de servicio.
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Los problemas principales de índole política, a los cuales se enfrenta el militante en los tiempos actuales, son la conformidad y la apatía de las masas por la resolución y dirección de la problemática social. Una investigación de la participación ciudadana sería parcial, si no es complementada con un análisis del conformismo y de la pasividad política. El militante y la contienda militar Tarea primordial del militante es la conquista del apoyo popular a su partido. El trabajo por el desempeñado es difícil y escabroso, puesto que debe respetar las reglas del juego político. Su labor será obtener el consenso, pero respetando el disenso; debe lograrlo en un clima de competitividad y sensibilidad particularmente delicada. Debe buscar la cohesión, es decir, debe superar los antagonismos existentes sin dañar la pluralidad de los centros emanadores de decisiones. No está por demás señalar que el militante debe actuar con libertad dentro de las directivas fijadas. Al mencionar competitividad y pluralismo políticos estamos disertando en la esfera de los Estados democrático-liberales. Dentro de este cuadro político el militante es propagandista, organizador de reuniones y mítines, mediador entre la base y los dirigentes del partido. Es portavoz del llamado a la intervención de las masas en los procedimientos de selección y elección de los líderes partidistas y de los futuros gobernantes; su actividad tiene por objeto la conquista del voto. Consciente de su responsabilidad, está atento a que la contienda electoral se lleve a cabo dentro de los límites del orden jurídico para evitar la lucha política caracterizada por actos delictuosos. 177
Siempre dispuesto a las confrontaciones ideológicas, su espíritu estará nutrido de los principios de libertad e independencia. Los mecanismos democráticos puestos a prueba, en movimiento, al realizarse las contiendas electorales, deberán reforzarse con la participación, cada vez más numerosa, de nuevos contingentes de población, al ampliarse el sufragio que día con día deviene más amplio y más universal. Con la actividad del militante, la participación política se transforma en más consciente y responsable, dejando atrás la espontaneidad y el conformismo, que son campos propicios para la manipulación. El trabajo del militante es de suma importancia aun cuando, algunas veces, no es tan difícil limitar e identificar los campos de acción en los que va a desarrollar sus tareas. La decadencia en la intensidad de la aplicación de las directivas jerárquicas superiores afecta la estructura global de los partidos y la imagen de éstos. En la extensa gama de actividades que desarrolla el militante, debe pugnar por fortalecer sus iniciativas. Darle la debida importancia a la imaginación del militante, encuadrada dentro del contexto de las directivas supremas de los partidos, produce la confianza de que su labor es evaluada. Esto trae como última consecuencia una vigorización en los lazos de unión entre los ejecutores de las directivas y las jerarquías horizontales y verticales de los partidos. El operar cotidiano del militante le permite convertirse en orientador de soluciones. Pretende, transmitiendo sus convicciones, una elevación en la cultura política de los ciudadanos; mejora con su intervención responsable los mecanismos electorales, haciéndolos más ágiles y eficientes. 178
La militancia en los sistemas democráticos-liberales La militancia, como actividad política, impulsa y vigoriza las instituciones y mecanismos de la democracia-liberal, que como sistema político debe ser entendido como gobierno de las mayorías, con el respeto absoluto de las minorías. Para lograr esto, es necesaria la participación continua y permanente de las masas en cualquiera de los mecanismos democráticos. De los cuales, el más importante es la elección de los gobernantes. En opinión del profesor Lipset, una situación que origina una alta participación de los miembros de un grupo posee, generalmente, más posibilidades democráticas que una en la cual poca gente muestra interés o participa en el proceso político. El interés que la población fije en los mecanismos y procedimientos democrático- liberales debe ser no solamente respetado por los gobiernos, sino que éstos deben procurar todos los medios que tengan a su alcance, posibles y lícitos, para que los ciudadanos tengan acceso con facilidad a la participación. Un gobierno será más o menos democrático en la medida en que respete señalar que estamos hablando de participación y no de manipulación, puesto que los gobiernos totalitarios y autocráticos buscan por todos los medios que la participación se lleve a cabo para ocultar sus fines y propiciar un mercado político controlado. La diferencia entre la participación y la manipulación está determinada por la libertad para los ciudadanos de escoger en última instancia con su voto, los candidatos que en futuro próximo se transformarán en gobernantes. Los sistemas políticos democráticos sólo de nombre, ya que el término democracia es imán inigualable para 179
atraer clientela con un subsistema partidista en el que funciona un solo partido, están en el polo opuesto a la posición de los sistemas democrático-liberales, en donde los subsistemas partidistas permiten un clima de competitividad al reconocer y respetar la existencia de varios partidos políticos. La defensa de los sistemas democrático-liberales se encuentra en la participación popular. Debe ser tarea primordial del militante fomentar y vigorizar esta participación. Sin embargo, es problema común en estos sistemas el conformismo y la apatía popular hacia los asuntos de interés público. Las abstenciones en los procesos electorales son frecuentes y, en algunos casos, no sólo revelan anticonformismo con el partido o con sus candidatos. Es muy importante, no solo para el militante sino también para el politólogo, saber interpretar el distencionismo y lo que éste contiene en el fondo. La no participación en los asuntos públicos, por parte de la población, es síntoma de graves consecuencias para el sistema mismo. Aparentemente, las actividades desarrolladas por el militante sólo se limitan a la ejecución de comisiones partidistas. Sin embargo, su acción voluntaria influye en las transformaciones de las estructuras sociales y políticas; y propicia cambios y renovaciones en los procedimientos. La dinámica misma, contenida en la movilidad social, viene auxiliada por la labor del militante. Analizado bajo este nuevo aspecto, el militante se nos presenta como el principal agente transformador de los partidos políticos. Estos instrumentos fueron generados por necesidades sociales. La categoría del militante aparece cuando nacen los partidos y su labor política empieza a cancelar la opinión que se tenía de ellos, hasta llegar 180
a hoy en día, que son considerados como instrumentos producto de la democracia, conjugadores de intereses y opiniones, con la convicción de que sólo a través de ellos se puede lograr el ascenso al poder. El militante, al actuar dentro de un sistema que reconoce la libertad de la persona, está obligado a respetar las prerrogativas del pueblo a escoger soluciones a sus problemas. La posibilidad de alternativa o de alternativas define al pluralismo político. Una sociedad pluralista en lo político, reconoce la lucha antagónica que desarrollan intereses y posiciones ideológicas. El reconocimiento de estos antagonismos implica un reconocimiento a la oposición. El militante, en la sociedad ideológica plural, debe ser consecuente y responsable de su acción dentro del sistema en que se desenvuelve. Desarrollo de los partidos y los militantes El partido político condensa un sistema de actividades determinadas y tipificadas dentro de una sociedad. Sus integrantes, especialmente los militantes, desempeñan actividades específicas dentro de esta semi sociedad plenamente identificable. Los militantes, sujetos activos de tareas tipificadas, persiguen objetivos que su sensibilidad les permite considerar como las más oportunas para lograr los fines que su organización pretende lograr. La vida interna de los partidos ofrece al científico político un vasto laboratorio sobre el cual se dan estructuras, jerarquías, distribución de poder, procesos y sub-procesos de elección y designación, etcétera. Este sistema sui géneris de actividades, conforma las características propias de los partidos. 181
Dentro del grupo social especifico del partido, los militantes son el elemento humano sobre el cual gravita la responsabilidad de acción de los instrumentos políticos. Para conocer y evaluar los comportamientos, canales internos de comunicación, procesos de decision-making, jerarquías, etcétera, es conveniente elaborar teorías, cuyas finalidades especificas sean las de proporcionar estructuradamente el funcionamiento interno de los partidos. Teorías que nos revelarán, dentro de una estructura completa, la vida interna de los partidos. El porqué de esta apreciación, deriva del hecho de que los partidos no sólo cumplen tareas políticas específicas como son las elecciones, sino que su labor trasciende fuera de ellos al preparar y seleccionar las clases que dirigirán a los países. Centrar únicamente la atención sobre aquellos que detentan el poder o pertenecen al círculo restringido de la elaboración de las decisiones, conduce al conocimiento parcial del funcionamiento de los partidos. Es pues, necesario, no olvidar la masa activa que actúa dentro de ellos, a los militantes. Una visión completa de los partidos, considerados como unidades funcionales de los sistemas socio-políticos, nos inclina a compartir la opinión de quienes sostienen que el desarrollo mostrado por las unidades sociales o países, refleja necesariamente un desarrollo de los partidos. Desarrollo que consciente apreciaciones cualitativas y cuantitativas. Asimismo, y para concluir, podemos afirmar que el avance político mostrado a través del desarrollo en los partidos políticos, implica el reconocimiento a la capacidad de los militantes.
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Teorías justificativas y no justificativas de los partidos políticos Una idea inicial, antes de proceder al estudio más detallado de los partidos, es que hay un acuerdo generalizado en los círculos de los científicos sociales respecto a que los partidos políticos son una prenda de la modernidad, incluso, de la modernidad más reciente. Su aceptación como instrumentos de agregación de intereses y opiniones sobre una realidad política determinada, estuvo seriamente cuestionada, no solamente cuando éstos apenas se integraban rudimentariamente en el contexto inicial de las democracias occidentales fundadoras (Inglaterra, Francia y Estados Unidos), sino en aquellos países en los cuales ya habían tenido experiencias exitosas, como mecanismos que atemperaron el conflicto social; una muestra de ello lo tenemos, por ejemplo, en la Alemania del primer cuarto del siglo xx, en la cual se convirtieron famosas –y puntos de partida para cualquier estudio sobre los riesgos que implica el desarrollo de un Estado de partidos– las palabras del pensador Triepel, en las que fustigó el papel que desempeñaban dichas organizaciones en la pérdida de la función y el deterioro de los parlamentos (Triepel, 1980). En los debates, a veces campearon las discusiones incendiarias sobre las formas de gobierno propicias para su adaptación, entre los padres fundadores y creadores de la constitución de Estados Unidos; durante el último cuarto del siglo xviii fue muy recurrente el rechazo a las formas orgánicas que en política pudieran fraguar los sectores 183
sociales, lo cual queda sintetizado con la siguiente frase de Madison “de allí la necesidad de poner trabas contra estas tendencias facciosas” (Gargarella,1997). Como un elemento que debemos agregar al tema de los partidos políticos, en esto que podemos calificar como una aproximación teórica, lo es, sin duda, la disputa entre dos corrientes de pensamiento respecto a los partidos políticos. La primera apunta hacia una posición que condena a los partidos a un proceso de endurecimiento, sobre todo de las estructuras directrices, cristalizando en lo que Roberto Michels –un autor alemán del primer cuarto del siglo xx– calificó como la Ley del hierro de los partidos políticos; la segunda, que rebatiendo a la anterior, argumenta que los partidos políticos son finalmente organizaciones laxas y abiertas, lo cual impide que se genere un proceso de elitización, para la argumentación de esta última parte retomaremos el trabajo de Jean Charlot. Teorías no justificativas de los partidos políticos La disputa anterior tiene relevancia si asumimos, como ahora más que nunca lo acepta la teoría política moderna, que los partidos políticos son una condición sine qua non de la democracia y su consolidación; el alegato de Michels es muy puntual cuando argumenta que el deterioro de los partidos, supuestamente democráticos, contribuyen al deterioro de la vida democrática de un país. En realidad, como podemos observar más adelante, el texto cimero de Michels constituye un aporte extraordinario al estudio de las organizaciones, pues su famosa Ley de hierro la aplica a toda forma de organización humana. Me parece oportuno, por lapidario y premonitorio, el siguiente párrafo de Robert Michels: 184
La organización es lo que da origen a la dominación de los elegidos sobre los electores, de los mandatarios sobre los mandantes, de los delegados sobre las delegaciones. Quien dice organización dice oligarquía. (Michels, 1983).
Para el autor alemán, la complejidad de la organización partidaria a la que se ve obligado todo partido al incorporar las transformaciones de la palestra política, por efecto de la relación del Estado y de una determinada percepción de los cuadros dirigentes partidarios, propicia que tales instituciones tiendan fundamentalmente al exceso de burocratización. Pero, diría Michels: El precio de este aumento de la burocracia es la concentración del poder en la cumbre y la pérdida de la influencia de los miembros de número. (Michels, 1983).
El planteamiento crítico del autor respecto a la elite que dirige a los partidos políticos llegó al grado que, incluso, nos habla de un desapego peligroso de los cuadros directrices de los fines del propio partido, así como de los intereses que dice representar, de tal manera que el sector dominante en los partidos constituye una especie ampliada de elite de poder que domina con el Estado, ello trae repercusiones muy serias, porque su desvío llega al punto que “elaboran los propósitos y desarrollan intereses derivados de su posición entre los elementos más privilegiados”. La pérdida de directriz de los partidos políticos y, en consecuencia, la falta de convergencia entre los intereses y la agenda de los sectores sociales aglutinados, ya sea 185
como miembros o como simpatizantes, fue observada y vaticinada por el autor, ya que señala que la conducta de los dirigentes partidarios refleja más bien un conservadurismo democrático que la adhesión a la defensa de sus intereses. Una de las condenas más beligerantes que el autor profesa es hacia este proceso de burocratización, lo cual lleva indefectiblemente a dos efectos: el fortalecimiento de una elite directriz, por un lado, cuya estancia en los altos niveles se reproduce por su papel dominante; y el otro lo constituye el que en la práctica, los intereses de los miembros o afiliados son sustituidos por la burocracia que los representa (Michels, 1983). En suma, no cabe duda que el discurso de Michels es demasiado pesimista, por lo que hace ver de la verdadera función que los partidos políticos pueden desempeñar, incluso, en el seno de un modelo democrático; y algunos de los conceptos en los cuales desemboca su tesis son los siguientes: • Que en todas las formas de organización compleja siempre existe un sector dirigente y/o dominante. • Que en toda organización humana, conforme se desarrolla, surge un proceso de burocratización y elitización (Ley del hierro). • Que se da, en consecuencia, un proceso de centralización de las decisiones fundamentales del partido en la cumbre, con menoscabo de la participación de sus miembros. • Que esta burocratización produce una distancia del partido político entre los intereses de su elite u oligarquía y las de los miembros y sectores sociales que dice representar. 186
• Que en consecuencia, las instituciones u organizaciones de la democracia están impregnadas de las anteriores fallas y debilidades, por lo que los partidos políticos poco pueden hacer por sí mismos para contribuir a su desarrollo o mejoramiento. A propósito de ello, uno de los pensadores políticos alemanes, tempranamente realiza en un discurso que ahora se ha convertido en clásico, un ataque severo en contra de la situación que guardan los partidos en el seno de los parlamentos. El discurso de Triepel comienza diciendo que la actitud del Estado frente a los partidos políticos ha pasado por cuatro etapas sucesivas: • Estado de lucha. • Estado de ignorancia. • Período de reconocimiento y legalización. • Período de constitucionalización (Triepel, 1980). El autor remata con aquellos efectos perversos de los partidos en las Cámaras de representantes, de la siguiente manera: El fortalecimiento constante y progresivo del pensamiento democrático ha debilitado, y al final casi aniquilado [...] la originalidad de sus decisiones adoptadas en deliberación y debate, la independencia de los diputados respecto de influjos parlamentarios [...], la organización de los partidos al parlamentarismo desde fuera y desde dentro. Se apodera del procedimiento parlamentario [...] cada vez se hace más estrecho el nexo entre del partido extraparlamentario [...] y sus exponentes parlamentarios, las fracciones.
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Las decisiones de las representaciones populares se preparan en la deliberación y votación de las fracciones. La discusión en el pleno [...] se convierte en una forma vacía. Y el diputado ya no es un representante del pueblo, sino un representante de su partido y como tal se vierte y actúa (Triepel, 1980).
Lo antes dicho es sólo una muestra menor de la elaboración del autor alemán. Sin duda que algunos detractores contemporáneos de los partidos políticos pudieran elaborar una condena muy similar, enfatizando esta relación no muy constructiva y edificante entre los partidos y la Cámara de diputados, sólo queremos aclarar, sin embargo, que Triepel escribió lo enunciado en 1928. Resulta evidente que lo dicho por este autor se refiere a la experiencia muy puntual con relación al medio y contexto de la política en Alemania, en cuya república se experimentó una trayectoria partidaria desde su primer estadio, en el cual, precisamente, la aceptación de estas instituciones como mediadoras de ciertos sectores sociales frente al Estado no tuvo muy buena acogida; resulta por demás coincidente que este ánimo antipartidario, una centuria antes, también fue experimentado con mayor virulencia en los Estados Unidos, país en el cual, con una actitud de denuestos, se calificaba a dichos agrupamientos como grupos facciosos. Teorías justificativas de los partidos políticos A su vez, Jean Charlot reelabora un discurso que podríamos llamar optimista sobre los partidos políticos, en este planteamiento, y en el cual se apoya de otro autor, Samuel Eldersueld, Charlot propone, de entrada, “que 188
un partido no es una pirámide burocrática bien definida, ni una clase elitista, ni una oligarquía” (Charlot,1987). Contra el argumento de la burocratización y la centralización del poder en los partidos políticos, establece que existen más bien cuatro rasgos que los caracterizan, los cuales, por sí mismos, son un mentís a lo que propone el autor alemán, dichas características son las siguientes: • La estructura de los partidos políticos es de carácter abierta y laxa, de tal manera que, por su naturaleza de atracción, promueven la mayor incorporación de los diversos sectores sociales, permitiendo su participación tanto en los procesos decisorios como su incrustación en los cuadros dirigentes. • Existen en los partidos políticos procesos de decisión concebidos de tal manera, que originan diversas escalas y niveles, de este modo, el control y la decisión no se encuentra acumulada en un solo sector, sino que están distribuidos y dispuestos en forma recíproca. Existe un control más bien estratárquico. • En este punto, se elabora una argumentación mediante la cual se patrocina la idea de que, en efecto, los partidos pueden mostrar un principio de unidad e identidad, que dicha cohesión existe atendiendo a distintos factores o variables múltiples. A su vez, el partido no puede verse como el reflejo puntual y directo de los intereses de un solo tipo, de un solo grupo, pues esta relación no resulta predominante, sino apenas presente. • En el partido político existen demasiadas fuerzas autónomas, lo cual propulsa la existencia de una estructura constituida por demasiados miembros, existiendo además, en su seno, una serie más o menos extensa de 189
categorías dirigentes que realizan diversas funciones, así como en el nivel superior también tienen asignados determinados campos y esferas de decisión. La condición primaria que señalamos evita que sea una elite la que se apropie de la dirección y de la estructura del partido. (Charlot, 1987). La respuesta a Triepel, a favor de los partidos políticos, se da relativamente pronto, en 1941, cuando un autor de origen también alemán, E. E. Schattschneider, publica su texto del que basta recordar las palabras con las que inicia para darnos cuenta que es un devoto de dichas formas de organización: Lo partidos han jugado un importante papel como artífices de sistemas políticos: más aún: han sido los creadores del sistema democrático de gobierno [...], y la democracia de nuestros días sólo cabe en función de aquéllos [...], la distinción más importante de la moderna filosofía política, la de democracia y dictadura, puede hacerse en función de la política de partidos. (Schattschneider, 1941).
Naturalmente que el texto de Schattschneider se sustenta en un análisis de la realidad política de los partidos políticos de Estados Unidos, es decir, que ya para esa época en este país, efectivamente, el régimen de partidos constituido primordialmente por dos organizaciones, había cobrado una gran madurez como método privilegiado, mediante el cual, los grupos políticos resolvían el tema de la lucha por el poder en forma pacífica. Es decir, como la historia da cuenta de ello, los partidos políticos en 190
Estados Unidos ya se habían convertido en verdaderas máquinas electorales, por cuyas instancias, cualquier político de prestigio veía potenciar sus posibilidades a través de su utilización. Lo antes señalado por ambos autores no hace sino avivar el fuego de una discusión teórica que no culmina con lo antes dicho. Creemos que existen suficientes razones para fortalecer la argumentación de las dos corrientes, pensamos que lo que puede dar luz sobre este tema es el estudio de casos, en el que cada partido o sistema de partidos puede ser diseccionado y estudiado a profundidad para encontrar las características más definitorias de dichas unidades. Lo anterior deberá ser acometido con un gran rigor metodológico, científico y, desde luego, bajo las coordenadas de tiempo y espacio. Sin duda que el análisis de Robert Michels, aunque pesimista, fue cierto porque las condiciones en que operaron los partidos, sobre todo los socialistas, fueron marcadas por las características espaciales de Alemania e Italia, pero a su vez, también fueron marcadas por el episodio de preguerra y postguerra. No así sucede con el análisis de Eldersveld que sirve de base a Charlot, lo cual ocurrió en momentos en los cuales la democracia y los partidos políticos habían cobrado (en los años sesenta) patente de precondición de la sociedad moderna. Hasta ya entrada la mitad del siglo xx, una vez consolidada la democracia moderna (representativa), y con ella los principios y valores que la hacen asequible, es que también se desarrolla y cobra vigencia la innegable e insustituible presencia de los partidos políticos en dichos países. A partir de la segunda mitad del siglo xx, 191
se plantea la necesidad de que el modelo democrático sólo podrá funcionar si es que cuenta entre sus elementos constitutivos con un sólido y funcional sistema de partidos. Ahora, a casi un siglo de que en Europa Occidental y en Estados Unidos se desarrollara un vigoroso movimiento de la sociedad por constituir instancias representativas de carácter político, y luego de su culminación en lo que podemos denominar el Estado de partidos, nuevamente, parece que se inicia un nuevo ciclo de debate en el que los partidos políticos son puestos a discusión, dado su decaimiento y falta de credibilidad por la sociedad. En este sentido, caben algunas preguntas: ¿Estamos viviendo un nuevo proceso de transformación de los sujetos colectivos? ¿Los partidos políticos han perdido representatividad y desplazamiento de sus funciones por otras organizaciones? Probablemente, las respuestas rebasan este somero apunte, sin embargo, a lo largo de este libro podremos apuntalar algunas conclusiones iniciales.
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Crisis y perspectivas de los partidos políticos L
No cabe duda de que el tema sobre la crisis de los partidos políticos debe ser puesto a discusión y a revisión toda vez de que en los medios masivos de comunicación, en los que se expresa la opinión pública, ésta no ha sido muy benévola con ellos en los últimos diez años. De similar manera y en el mismo tenor se manifiestan los datos estadísticos, en los que podemos constatar el agudo decaimiento de la nómina de adherentes de dichas organizaciones. En el plano de la especulación teórica existen algunas ideas iniciales que pueden ser retomadas, al menos como un factor disparador de pesquisas de mayor profundidad, algunas van en el siguiente sentido: por una parte, lo que sucede es que en el fondo existe un decaimiento del modelo representativo que surge de un desencanto de la sociedad, al no responder los partidos con eficacia a la fórmula representación-defensa de intereses; en una segunda línea se ubica lo que se puede denominar: la tendencia generalizada al debilitamiento de las instituciones del poder político en la sociedad moderna. Pero si bien es cierto que en la actualidad los partidos políticos sufren los efectos de los síndromes antes señalados, su expresión no resulta homogénea, ya que existen países, en los cuales, los partidos políticos son concebidos como actores privilegiados por los agentes individuales, para insertarse en el campo de la lucha política por el poder. 193
A efecto de encontrar una posible explicación, tal vez resulta prudente sistematizar una serie de propuestas descriptivas y explicativas que nos puedan brindar algunas líneas de razonamiento, para tales efectos, proponemos el siguiente esquema analítico: • Explicación de la crisis partidaria a partir de un debilitamiento orgánico. • Explicación de la crisis partidaria a partir de un desplazamiento de sus funciones existenciales. • Explicación a partir del debilitamiento de la oposición política. Enseguida se propone una somera descripción de cada una de ellas. Explicación de la crisis partidaria a partir de un debilitamiento orgánico En este caso, una de las argumentaciones más sólidas viene dándose a partir de la posición crítica de Robert Michels, el cual, como ya observamos, endereza un análisis contumaz no sólo de los partidos políticos, sino, en consecuencia, hacia toda forma de organización humana. El punto clave es que a partir de los factores de Michels podemos argumentar que dado el proceso de oligarquización de las organizaciones, éstas pierden viabilidad política, pues sus consecuencias funestas son: a) una elitización de las decisiones partidarias; b) una sobreposición de los intereses de la élite directriz en lugar de los intereses partidarios y de sus agremiados y; c) una desarticulación orgánica de sus adherentes. Retomando aquella idea que conceptualiza a los partidos como organización y al proceso de toma de decisiones como uno de sus procedimientos inherentes, éste 194
elemento se adhiere a los causales de la crisis de los partidos políticos, ya que dicho ámbito es monopolizado cada vez más por la oligarquía partidaria, bloqueando con ello la posibilidad de la participación de los militantes. La decadencia de los partidos vendría como consecuencia de una serie de prácticas operadas al seno de la organización, y que traerá como consecuencia una pérdida de capacidad competitiva, así como una disminución de sus adherentes, proveniente del desencanto y de la pérdida de credibilidad hacia sus dirigentes. En una visión estructurada con premisas un tanto diferentes, Panebianco llega a conclusiones muy similares y que, de alguna manera, representan en realidad un nuevo aditamento conceptual que le da mayor variedad teórica a lo apuntado por Robert Michels. En efecto, Panebianco, retomando a los partidos políticos como unidades organizacionales, señala que, como tales, existen una serie de factores que resultan muy influyentes respecto a la funcionalidad y eficacia, esto se relaciona con los elementos ambientales a los cuales se tienen que enfrentar los partidos políticos. Para el autor, los partidos como organizaciones tienen que enfrentar un medio ambiente en el que pueden desarrollar tres características que son desafiantes para la supervivencia y la funcionalidad, estas son: a) la complejidad del ambiente; b) la inestabilidad del ambiente y; c) la hostilidad del ambiente. Daremos enseguida una breve explicación de cada una de ellas: La complejidad del ambiente Panebianco supone que dadas las condiciones cambiantes y el aumento de los actores políticos en un sistema social, 195
éste cada vez se torna más complejo, surgiendo con él nuevas y muy diversas funciones y demandas sociales en el entorno; lo anterior genera que el interior de los partidos sea impactado con dichas mutaciones, lo que origina una modificación de la capa directriz del partido, el cual se vuelve más especializado con el objeto de tomar decisiones en condiciones de una mayor incertidumbre causada por el medio ambiente. Una consecuencia de ello es que los partidos políticos estarán sujetos a una condición de permanente tensión, tratando de conseguir una mayor eficacia, sin poder lograrlo con frecuencia. La inestabilidad del ambiente El argumento es que cuando existe un ambiente turbulento o altamente inestable, las organizaciones partidarias difícilmente pueden funcionar con altos grados de certidumbre y, en consecuencia, de certeza. La inestabilidad puede ser promovida por movimientos sociales constantes, la incursión frecuente de actores políticos sociales no esperados, el cambio surgido por modificaciones coyunturales de los mercados políticos, y como consecuencia de las decisiones erróneas del gobierno. La inestabilidad del medio mete en un proceso difícil de tensión a la estructura partidaria, sobre todo, en el ámbito de la toma de decisiones, patrocinando, en ocasiones, la proliferación de liderazgos providenciales con capacidad de resolución ante tal situación de crisis interpartidaria. La hostilidad ambiental Está representada por una serie de amenazas reales y/o potenciales que les salen al paso a los partidos políticos. Está representada por actores políticos hostiles o polarizados, 196
por elementos jurídico-normativos, por elementos gestados a través de la opinión pública o una cultura política atávica, por impedimentos electorales que bloquean el libre desarrollo de algún o algunos partidos políticos. En el anterior contexto, algunos partidos pueden caer en un proceso de crisis de supervivencia, sin poder salir de ella, sucumbiendo en forma definitiva (Panebianco, 1990). Explicación de la crisis partidaria a partir de un desplazamiento de sus funciones existenciales Este modelo explicativo trata de inducir un argumento doble. El primero se refiere a que, efectivamente, la dinámica de las organizaciones políticas y la consecutiva preeminencia por la búsqueda del poder culmina con que los partidos se alejan, cada vez más, de las funciones que la democracia representativa y liberal les había conferido. El segundo se relaciona más con la dinámica de la sociedad en el sentido de que ésta se ha hecho cada vez más compleja, con la adquisición de más y diferentes roles, de manera que una gran parte de las funciones que antaño realizaban las organizaciones políticas fueron suplantadas por una serie de organizaciones sociales. De alguna manera, en la posición que tempranamente expusiera el autor alemán Triepel, en su discurso de 1929, se traslucía la condena hacia aquella pauta que habían asumido diversos partidos políticos, cuando éstos, trascendiendo su función originaria de representación de los intereses de la sociedad, se habían apropiado del Parlamento, y los parlamentarios legislaban de acuerdo y atendiendo a consignas de las directrices de los partidos 197
políticos, olvidándose del papel que teóricamente les correspondía. En un acuciante estudio que realiza otro autor alemán, Claus Offe, en fecha reciente, asume que ya de por sí los partidos políticos, cumpliendo con su representación, tratan de incorporar en la agenda gubernamental y en las prioridades de gobierno, una serie de intereses y demandas selectivas, dejando fuera de sí una multitud de ellas, las cuales se quedan rezagadas y con pocas posibilidades de que sean procesadas por el sistema político, dándole con ello: Vigencia a los intereses y a la voluntad del pueblo de una forma altamente selectiva […] reformándolos, recortándolos, y transformándolos hasta que resulten compatibles con las estructuras de producción y distribución dominantes, y con los imperativos políticos consiguientes. (Offe, 1996).
El segundo supuesto se deriva de lo que podemos llamar un exceso de complejidad y de dinámica de la transformación societaria, que ha causado una falta de acoplamiento de los partidos políticos. Una consecuencia es que en esta trayectoria, los partidos políticos pierden su capacidad de mediación, y dichas organizaciones “ven obstaculizados los roles tradicionales […] por la multiplicación de asociaciones que se constituyen en torno a problemas concretos” (Mena, 1999). Panebianco, acertadamente, retoma el tema y argumenta que, efectivamente, existe un declive de los partidos políticos causado por una crisis de la función integrativa-expresiva, la cual consiste en la estructuración de las 198
demandas generales, así como la defensa/transformación del orden social y político; una de las misiones más importantes que señala es la gestación y mantenimiento de una identidad colectiva, la cual resulta decisiva en la estabilidad de los sistemas políticos. El autor llega a una conclusión similar que Mena, cuando sentencia que: Los partidos […] se ven obstaculizados por los grupos de intereses, por la tendencia a la autonomía de las estructuras […] se ven obligados a entrar en competencia directa de los grupos de interés en la transmisión/satisfacción de reivindicaciones particulares. (Panebianco, 1990).
Explicación a partir del debilitamiento de la oposición política Este punto se sostiene argumentalmente a partir de múltiples expresiones relativas tanto con la eficacia e ineficacia de las organizaciones políticas, con el juego que deben asumir en el seno de un sistema político, así como el fenómeno ideológico que proviene de las tendencias predominantes en el exterior y su impacto en el terreno doméstico. Enseguida abordaremos, auxiliados de algunos autores, estos temas en forma breve. En efecto, una línea en este sentido argumenta que actualmente, en los partidos políticos, existe una deficiencia por su falta de capacidad de acercarse a los electores y obtener los votos necesarios para integrarse a los circuitos del poder; esto es originado al no comprender los cambios que han suscitado a nivel de la clientela política, la cual se ha desplazado de los valores de una cultura 199
materialista hacia valores de una cultura postmaterialista, lo cual propicia la compactación de objetivos electorales y la fijación de clientelas más específicas (Alarcón, 2000). Alineado con el anterior tema se sitúa el problema de diversos partidos de oposición, que con el afán de competir con mayor eficacia y rendimiento en el mercado político-electoral, inician un proceso de búsqueda de electores, los cuales se encuentran en una posición de centro. En dicho trayecto, algunas organizaciones políticas terminan por proponer una identificación ideológica difusa frente a la sociedad. Uno de los problemas derivados de esta situación es que dichos partidos pueden verse presionados, por el medio o por alguna coyuntura, a definir con precisión su posición ideológica. Sin embargo, no logran su recomposición ideológica entrando en un proceso de deterioro (Alarcón, 2000). Gianfranco Pasquino, el célebre politólogo italiano, se asoma desde una perspectiva sumamente interesante a este tema, y en un texto que él coordina, especializado en el estudio de la oposición, deja caer como una lápida la frase en el sentido de que actualmente hay poca, “demasiada poca” oposición. Desde esta perspectiva, la declinación de los partidos va de la mano de la declinación de la oposición. Uno de los argumentos que me parecen sólidos en esta vertiente, entre otros, se refiere al declive de los partidos políticos, originado por un notorio fortalecimiento de las funciones gubernamentales y, particularmente, del Ejecutivo; éste “puede utilizar el aparato público para crear y difundir un sistema provisional-asistencial, […] puede manipular la estructura de las oportunidades políticas” (Pasquino,1997).
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La conjetura de Pasquino se encuentra suficientemente argumentada a lo largo de dicha obra, sin embargo, en relación con la decadencia de los partidos políticos, la premisa es que ante la amplitud de cobertura del Ejecutivo en diversos campos de la vida de los Estados, el espacio de maniobra de los partidos políticos opositores se va reduciendo constantemente, y concluye con un espectro bastante asimétrico, en el cual vemos al partido en el poder, con una amplitud extendida de cobertura social, al tiempo que el espacio disponible para la oposición y/o los partidos no coalicionados con el poder resulta cada vez de menor dimensión. Ante tal circunstancia, el problema se puede agravar, ya que a los partidos les puede quedar una disyuntiva: o se sostienen como partidos de alternativa, un tanto marginales y disputando reducidos reductos de poder; o se resignan a participar en un juego político, adheridos a la estructura del poder dominante, reemplazando cualquier vocación opositora por una posición de cohabitación y complicidad con el partido que ostenta el poder del Estado. Finalmente, llegamos a un punto crucial, al que refiere la pregunta: ¿tienen alguna perspectiva en el futuro los partidos políticos?
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La respuesta reviste una gran complejidad, sobre todo después de arribar, en materia de partidos políticos, hasta el punto en que una teoría moderna de la democracia los considera como inherentes en el desarrollo político de una nación. En tal sentido, desde una perspectiva de la democracia representativa, resulta impensable que el 201
sistema político pudiera operar con eficacia estando ausentes estos mecanismos que desarrollan funciones múltiples, ya sea como instrumentos de mediación entre la sociedad y el poder estatal, como negociadores de la agenda social frente al Estado, o inclusive, como aglutinadores sociales en una función muy justificada por la sociología política, la que desempeñan con relativa eficacia. Desde una perspectiva de la teoría política, resulta necesario acomodar en un lugar relevante a los partidos políticos, pues es a través de ellos como se imprime funcionalidad al equilibrio gubernamental mediante la presencia de la oposición partidaria; la integración de los poderes supone una mayor regularidad, estabilidad y consenso a través de la participación de los partidos políticos en todos estos complejos procesos; por su lado, la identidad y la ideología proporcionan referentes a partir de los cuales realizamos una interpretación de la realidad presente y futura del mundo, y con ello, precisamos y seleccionamos nuestro posicionamiento y nuestra conducta política. O bien, desde una perspectiva ética, lo partidos políticos nos permiten confrontar las conductas y el producto del pensamiento, el cual se materializa en propuestas proyectuales. El partido político permite seleccionar caminos más acordes a nuestros puntos selectivos. El partido político se expresa en un modelo de valores y comportamientos que nos permiten compatibilizarnos o no con uno u otro. Todos los modelos de partidos se configuran con un cuerpo prescriptivo-valorativo, el cual pretende atender a los sentidos más profundos del ser; en esta perspectiva se debe situar la condición imprescindible de dichas organizaciones. Sin embargo, la pregunta sigue estando en el aire. 202
Un autor de origen alemán, tempranamente, pone el dedo en la llaga, cuando a mediados de la década de los cincuenta, desarrolla la idea de que los partidos políticos, para tener una cierta vigencia y actualidad deben sufrir una serie de transformaciones y adecuamientos ya que, de no hacerlo así, no tendrán éxito en sus distintos cometidos. Para tales efectos, Otto Kirchheimer establece que la vida de los partidos políticos se ha desarrollado a través de ciertas etapas, y que una de ellas, que estuvo muy en boga, fue aquella de final del siglo xix hasta mediados del xx; en este período se desarrollaron y cristalizaron lo que llamamos partidos de masas y de integración, los cuales tenían la virtud de incorporar indiscriminadamente a todos los adherentes que fueran posibles, con la finalidad de combatir al Estado para obtener el poder. Dicho modelo fue sustituido, o se encuentra en vías de lograrlo, por el llamado partido-escoba, el cual es lo más parecido a una verdadera agencia electoral (Kirchheimer, 1980). En este proceso de transformación, como señala el mismo autor, el partido-escoba debe realizar algunas transformaciones, las cuales, a la larga, constituyen también puntos vulnerables; dichos ajustes son: • Posponer de manera radical los componentes ideológicos del partido. • Mayor fortalecimiento de los políticos situados en la cumbre del partido. • Desvalorización del papel del miembro individual. • Rechazo de un territorio de caza, de un electorado de clase. • Esfuerzos por establecer lazos con los más diferentes grupos de intereses (Kirchheimer, 1980).
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Siguiendo a Kirchheimer, otro autor, éste italiano, Panebianco, establece que la gran expectativa se sitúa en lo que él denomina: el partido profesional-electoral, el cual es un tipo ideal de partido, que se encuentra en plena constitución a partir, desde luego, de las experiencias transformistas de los viejos partidos de masas o burocráticos de masas. Para Panebianco, tomando como verdadero el modelo del autor alemán ya señalado, se deben de considerar dos elementos adicionales en la perspectiva de un partido que atienda los imperativos del cambio, éstos son: a) la relevancia que tiene el proceso de profesionalización de las organizaciones políticas y; b) su desplazamiento hacia la clientela política mediante el uso de la tecnología de la comunicación. Enseguida se presentan dos modelos como tipos ideales, en los cuales se establecen las características en ellas contenidas (Panebianco, 1998:492,493). Cuadro 5
Tipos locales de Partidos Políticos Partido burocrático de masas
Partido profesional-electoral
A) Papel central de la burocracia (competencia políticoadministrativa). B) Partido de afiliación con fuertes lazos organizativos de tipo vertical, que se dirige, sobre todo, a un electorado fiel. C) Posición de preeminencia de la dirección del partido; dirección colegiada. D) Financiación por medio de las cuotas de los afiliados y mediante actividades colaterales. E) Acentuación de la ideología. Papel central de los creyentes dentro de la organización.
A) Papel central de los profesionales (competencias especializadas). B) Partido electoralista, con débiles lazos organizativos de tipo vertical y que se dirige, ante todo, al electorado de opinión. C) Posición de preeminencia de los representantes públicos; dirección personificada. D) Financiación a través de los grupos de interés y por medio de fondos públicos. E) El acento recae sobre los problemas concretos y sobre el liderazgo. El papel central lo desempeñan los arribistas y los representantes de los grupos de interés dentro de la organización.
Tomado de Panebianco, 1990.
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Desde la perspectiva de Panebianco, el cuadro anterior explicaría modelísticamente hablando, el trayecto de un tipo de partido político que dominó hasta mediados del siglo xx, incluso, parcialmente aún se encuentran vigentes algunas de sus características en algunos partidos de clase. En segunda instancia nos muestra el tipo de partido profesional-electoral, el cual contiene en su seno algunas de las características que debió asumir, como consecuencia del ajuste que la maquinaria política tuvo que adoptar, dada su falta de eficacia electoral y su cada vez más reducida credibilidad. Lo anterior sólo muestra que las organizaciones políticas tienen una gran capacidad de transformación, por lo que la expectativa está planteada en el potencial y la vocación que éstas tengan para imprimir el ritmo y la profundidad que la sociedad y las instituciones políticas de cada nación requieran. Los partidos son variables dependientes, que se mueven al ritmo de los tiempos y de los apremios de la sociedad, por lo que los factores ambientales en las próximas décadas serán determinantes respecto a la mutación de dichas organizaciones en el futuro. Quedarán rezagados o fenecerán en el camino, aquellos partidos políticos que con excesiva institucionalización, no puedan con agilidad dejar sus anquilosadas estructuras a tiempo, o bien, no se incorporen en su momento a los signos de la eficacísima tecnología de la comunicación. Ésta es la clave.
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Semblanzas de los autores
Ángel Rivera Granados es licenciado en Administración Pública y Ciencias Políticas, Maestro en Ciencias con Especialidad en Administración Pública (tesista) por el I.P.N., Maestro en Administración Pública por la UABC e Ingeniero Mecánico por el IPN. Cuenta con Diplomados en Políticas Públicas (CONACYT), Derecho Electoral (UABC) y en Alta Administración Municipal (ITESM). Fue profesor-investigador en la Escuela de Ciencias Sociales y Políticas de la UABC, de la que fue Director (1973-1977 y 1979-1981). Durante 8 años fue miembro del Programa de Mejoramiento al Profesorado (SEPCONACYT), fue Asesor del Vocal Ejecutivo de la Junta Local Ejecutiva del IFE en Baja California (1992-1997 y 2010) y Asesor del Director del Instituto Electoral de Baja California (2007). Recibió el nombramiento de Profesor Emérito de la Universidad Autónoma de Baja California (2006). Actualmente es coordinador de Estudios del IOCEES, del Congreso del Estado de Baja California.
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Leopoldo Martínez Herrera es licenciado en ciencias políticas y administración pública por la UABC y Maestro en Ciencia Política y Desarrollo Democrático por el CUT e hizo estudios de posgrado en Administración Pública (UVIX), en Procesos e Instituciones Electorales (IFE-SEP) y actualmente cursa el doctorado en Gerencia Publica y Política Social; ha sido profesor-investigador en instituciones académicas como la UABC y la UVM. Ha publicado, en coautoría, ocho libros sobre temas políticos electorales, entre ellos: La experiencia del poder compartido en B.C., Plaza y Valdez; Gobierno y políticas públicas en B.C., Porrúa; El desafío de la consolidación democrática en México, Miguel Ángel Porrúa, La reforma del Estado en B.C, Congreso del Estado. Es también autor de diversos artículos y ensayos publicados en revistas nacionales y locales. Desde el año de 1991, es el Vocal Ejecutivo del Distrito Electoral Federal 01 en el Estado de Baja California.
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Los partidos políticos. Una introducción a su estudio, de Ángel Rivera Granados y Leopoldo Martínez Herrera, fue impreso en febrero de 2015 por RR Servicios Editoriales, Av José María Larroque 1475, Col Nueva, Mexicali, Baja California, CP 21100 El tiraje consta de 100 ejemplares.