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LOS PECADOS DE LAS CIUDADES DE LA LLANURA o Los recuerdos de un prostituto
Con un breve ensayo sobre sodomía y tribadismo
INTRODUCCIÓN
P
aseaba por Leicester Square una tarde soleada de noviembre pasado, cuando me fijé en un muchacho joven, algo afeminado aunque de muy buen ver, que caminaba unos metros por delante, aparentemente contemplando escaparates, pero que de vez en cuando me lanzaba miradas, como si tratase de atraer mi atención. Vestía ropas muy ajustadas que permitían percibir con claridad un cuerpo de Adonis, especialmente en esa parte que los snobs llaman la horquilla del pantalón, donde se evidenciaba que la naturaleza lo había favorecido con un extraordinario desarrollo de sus atributos masculinos; tenía los pies pequeños y elegantes, calzados por unas bonitas botas de charol, una cara de aspecto fresco y sin barba, de facciones casi femeninas, pelo castaño y ojos azules chispeantes, todo lo cual me hizo pensar que, con seguridad, aquel guapo joven debía ser, de hecho, uno de los famosos prostitutos de Londres, de los que, a menudo, había escuchado decir que podían verse paseando por la zona de Regent Street o del Haymarket, en las tardes o noches de buen tiempo. En un momento el objeto de mi curiosidad casi se detuvo y quedó de pie frente a mí mientras se quitaba el sombrero y se secaba la cara con un hermoso pañuelo de seda blanco. El bulto en sus pantalones ejercía un efecto fascinante sobre mí. ¿Sería natural o hecho por medios artificiales? De ser real, menudo tamaño tendría cuando se excitase; cómo me gustaría manejar una joya varonil así, etc. Todo esto pasó por mi mente, lo que me hizo desear conocerlo para así poder despejar aquella duda; también, a ser posible, para averiguar lo que pudiese de él y del modo en que vivía, pues estaba seguro de que debía ser extraordinariamente interesante. Cuando se movió de nuevo lo hizo para adentrarse por una pequeña calle lateral, en la que se puso a curiosear en una tienda de fotografías. Lo seguí, y tras hacerle algunas observaciones sobre el escaso ropaje de algunas de las actrices y de otras bellezas cuyos retratos se exponían en el escaparate, le pregunté si le apetecía tomar una copa de vino. 25
Pareció entender que había posibilidades de negocio en mi propuesta, pero aun así se mostró muy tímido ante el hecho de beber en algún lugar público. –Bueno –le dije–, ¿le importaría, entonces, si tomamos un coche hasta mi casa (vivo en las Cornwall Mansions, cerca de la estación de Baker Street), nos fumamos un cigarro y charlamos un rato?; y ya que veo que es un muchacho avispado, seguramente podrá incitarme a cometer alguna que otra travesura. –Está bien. Hable claro, pues creo saber lo que pretende. ¿Por qué parece tener tanto miedo de decir lo que quiere? –respondió él con gran seguridad en su mirada. –No soy para nada miedoso, pero no quiero problemas ¿Quién sabe si alguien podría escucharnos? –dije mientras llamaba a un coche–. No me gusta que me vean hablando con un joven en la calle. Estaremos mejor en mi casa. Llegamos a mi residencia a la hora en que normalmente ceno, así que pedí a mi vieja ama de llaves que pusiese la mesa para dos, y ambos dimos cuenta de unos buenos filetes de la mejor carne con salsa de ostras, regados con un par de botellas de champán extra sec. Tan pronto como retiraron el servicio, nos instalamos cómodamente con sendas copas de brandy y cigarros habanos junto a la chimenea, ya que, fuera, el día se había tornado frío. –Muchacho, espero que haya disfrutado de la cena –dije acariciando la copa de brandy templada–, pero no me ha dicho aún su nombre. El mío, como habrá podido ver en la placa de mi puerta, es Mr. Cambon. –Saul, Jack Saul, señor, de Lisle Street, en la zona de Leicester Square, y listo, en cualquier momento, para correrse una juerga con cualquier caballero liberal. ¿Qué fue lo que le gustó de mí? ¿Observó algún punto particularmente interesante en su humilde servidor? –dijo mientras disimuladamente miraba hacia la parte prominente de su anatomía que he mencionado anteriormente. –Usted tiene una estupenda figura y parece tan bien dotado que me he sentido necesitado de satisfacer mi curiosidad al respecto. ¿Es real o simplemente un medio de llamar la atención? –pregunté. –Tan real como mi cara, señor, y un gran negocio. ¿Alguna vez ha visto algo mejor? –respondió abriendo sus pantalones y extrayendo una polla tremenda, que ya presentaba un estado de semi erección–. Es mi única fortuna, señor; pero me proporciona todo lo que quiero, y muchas veces me introduce en lo mejor de la sociedad, tanto con señoras como con caballeros. No hay una chica en Leicester Square a la que no le gustaría tenerme por amante, pero va más con mi interés el no desperdiciar mi fuerza con las mujeres; el juego pederasta se paga muy bien, y es tan agradable. No me iría con una mujer a menos que me pagase mucho. 26
Se masturbaba suavemente mientras hablaba y ya presentaba una erección gloriosa cuando calló, así que lancé el final de mi cigarro al fuego y me arrodillé a su lado para examinar aquel maravilloso juguete. Abriendo un poco más sus pantalones, dejó todo a la vista: un Príapo de casi veinticinco centímetros de largo, muy grueso, con un par de gloriosas bolas y adornado por profusos rizos de color castaño claro. ¿Cómo manejar esos apéndices, con sus testículos tan deliciosamente duros, lo cual es un signo seguro de fuerza y de que no han sido sometidos a un uso excesivo, ya fuese follando o masturbándose? Detesto ver esos cojones que cuelgan excesivamente, o, también, esas pollas hermosas pero de huevos diminutos o escasos: tales instrumentos a medias, incompletos, son una abominación. Lo masturbé parsimoniosamente primero, luego lamí aquella cabeza rubí durante unos minutos, hasta que él me detuvo: –¡Pare, pare, señor, o terminaré en su boca! Yo no deseaba eso; quería verle correrse, por lo que retiré mis labios, apunté su espléndida herramienta en dirección a la chimenea y se la meneé con decisión. En un momento eyaculó; primero expulsó un coágulo espeso, como la piedra que lanza un volcán, y luego un buen chorro de esperma que alcanzó casi un metro de altura, se adentró en la chimenea y cayó sobre las brasas, chisporroteando. –¡Por Dios, qué potencia! –exclamé–. Vamos a desnudarnos ahora y haremos algo más divertido, Jack. Quiero verte completamente desnudo, muchacho, ya que no hay nada tan delicioso como contemplar a un atractivo joven bien formado y mejor equipado en todos los aspectos. ¿Me la chupas? Eso es lo que primero me gusta hacer; meneártela solo me ha servido para que se me ponga medio dura. –Si lo hago, usted debe ser generoso conmigo, o de lo contrario no volveré nunca –respondió con una sonrisa que dio a su cara la dulzura de la expresión de una niña. Rápidamente nos desnudamos y, tras haber cerrado la puerta, me senté con el hermoso joven sobre mis rodillas; nos besamos, y él metió su lengua con vehemencia en mi boca, mientras mis manos acariciaban todo su cuerpo; pero su polla gloriosa reclamaba mayor atención, por lo que pronto conseguí ponerla de nuevo en un espléndido estado de erección. –Ahora arrodíllate y mámamela a mí –le dije–, mientras yo acaricio tu hermosa polla con el pie. Así, yendo rápidamente al asunto, en un instante el muchacho estaba de rodillas entre mis piernas, comenzando por acariciar deliciosamente mi miembro que se mostraba aún algo flácido, para luego introducirse el glande con voluptuosidad en su boca cálida y hacer girar su lengua a su alrededor, de la manera más lasciva que es posible imaginar. Con aquellas excitantes caricias se me puso dura con rapidez, titilando, lo que produjo un efecto similar en él, pues podía sentir que su 27
polla se estaba poniendo tan rígida como un rodillo de amasar, pues con mis pies lo masturbaba suavemente apoyándome en sus muslos abiertos, hasta que de repente se corrió sobre la planta de mis pies, a pesar de lo cual yo continué suavemente con aquella apasionante fricción. Ahora me concentré más en su mamada, sujetando su cabeza con mis dos manos, y, de vez en cuando, levantando su cara hasta alcanzar mis labios, para darnos deliciosos besos de amor, lo que permitía prolongar mi placer casi indefinidamente. Por fin le permití que me llevase hasta el éxtasis; y él se tragó, con evidente fruición, hasta la última gota de mi semen. Después de descansar un rato, y tomando un poco más de estimulante brandy, le pregunté cómo había llegado a adquirir aquel evidente gusto por la felación, que le permitía hacerlo de manera tan deliciosa como me había demostrado. –Sería un relato demasiado largo para contarlo ahora –respondió–. Otro día, si cree que vale la pena, le contaré la historia completa. –¿Podrías escribirlo, o al menos darme algunos detalles para que yo pudiese ponerlo en forma de relato? –Ciertamente; pero me llevaría tanto tiempo que usted tendría que hacerme un regalo de por lo menos veinte libras. Me llevaría tres o cuatro semanas, varias horas al día. –No me importaría pagarte cinco libras por semana si me entregas una cantidad adecuada, digamos treinta o cuarenta hojas, cada siete días, aceptablemente bien escritas –le contesté. Así, acordamos que él escribiría para mí Los Recuerdos de un Prostituto, título que yo le sugerí, a pesar de que no pareció gustar de tal nombre aplicado a sí mismo, pues decía que eso era lo que las peores muchachas de su barrio le llamaban cuando deseaban insultarlo; sin embargo, concluyó diciendo, «las veinte libras compensarán eso». –Ahora –añadió–, supongo que le gustaría follarme. Pero antes ¿puede prestarme algo parecido a una fusta? Usted no es tan joven como yo, y deseo hacer previamente algo que lo estimule, pues quiero que me folle bien, dado que siempre fantaseo mucho con pollas de tamaño moderado, como la suya ¿Sabe que a mí me gusta mucho que me jodan hombres atractivos, más incluso de lo que le puede gustar a cualquier mujer? Le entregué una vara de abedul, y él insistió en atarme al sillón para que no pudiese escapar al uso de la férula. Empezó a aplicarla de manera constante, con suaves azotes dolorosos, que pronto pusieron en evidencia que él era un joven –pero consumado– maestro de escuela lidiando con mi trasero, en el cual sentía un hormigueo que comenzó a tornarse placentero después de unos cuantos golpes. El picotazo de cada azote era intenso, aunque las ardientes oleadas de sangre que provocaban hacia mi miembro viril, tenían un 28
efecto tan estimulante que, a pesar de que me retorcía con cada golpe, me estaban llevando rápidamente a un delicioso estado de excitación. Las ligera vara de abedul parecía buscar cada punto sensible, flexionándose alrededor de mis nalgas y mis muslos, alcanzando tanto mi pene como mis testículos, dejando marcas sonrosadas en mi trasero, hasta que tuve una erección poderosa, mientras clamaba que me dejase poseerlo de una vez. –¡Todavía no! ¡Todavía no, joder! Usted quiere entrar en mi culo, ¿no? Yo le enseñaré cómo se folla a un tipo como yo, amigo mío –exclamó riéndose, sin tener en cuenta ni mi dolor ni la excitación que me embargaban. –¿Le gusta esto, y esto, y esto, y esto? –El último golpe fue tan doloroso que casi me dejó sin aliento, y supuse que habría hecho brotar sangre. Estaba furioso, con mi polla sintiéndola al rojo vivo, casi a punto de estallar, cuando desató mis manos y mis tobillos. Yo lo agarré con furia llena de lujuria. Su verga también estaba encabritada, como una barra de hierro; se había excitado flagelándome. Rápidamente se dio la vuelta para arrodillase en el sillón, presentando su flanco posterior a mi ataque. Nadie al mirarlo podría pensar que el pequeño agujero color de rosa y ligeramente arrugado que me mostraba hubiese sido utilizado para otros fines que no fuesen los usos propios y necesarios de la naturaleza. Su visión me resultó enloquecedora, deliciosa. Como me detuve por un momento para lubricar con saliva la cabeza de mi polla, él llevó sus dedos a la boca y lubricó luego su pequeño orificio, intentando hacerme el trabajo lo más fácil posible. Al penetrarlo, lo encontré placenteramente duro, pero pude introducirme lentamente gracias a que él me ayudó al dirigir mi pene con su mano, mientras yo lo abrazaba por la cintura y masajeaba su hermoso instrumento, lo que incrementaba grandemente mi placer. Por fin me sentí suficientemente dentro, pero no quería correrme demasiado pronto, por lo que solo me movía muy lentamente, disfrutando de la sensación de posesión y de la presión deliciosa que sobre mi pene él sabía muy bien cómo aplicar. Mis caricias a su verga pronto lo llevaron a correrse, expulsando todo su líquido en mi mano, cuya cremosa esencia de vida utilicé para embadurnar su pene, sus huevos e, incluso, mi propia polla mientras entraba y salía de su ano. Mi placer era indescriptible. Lo penetré durante mucho tiempo, siempre deteniéndome un rato cuando el clímax parecía inminente, pero al final sus contorsiones y presiones tuvieron un efecto tan irresistible que ya no pude contener la avalancha de esperma que hasta entonces había conseguido parar; al sentirlo salir de mí como un torrente al rojo 29
vivo, el deleite agonizante que produjo hizo que ambos diésemos gritos de éxtasis. Casi caímos desmayados, pero mi instrumento estaba tan duro e inflamado que pasó un buen rato antes de que empezase a perder su rigidez. Todavía estaba dentro de él, deleitándome en su bien lubricado agujero, cuando noté que podría volver otra vez a buscar el éxtasis, pero tuve miedo de agotarme en exceso en una sola sesión, por lo que permití que mi pene asumiese su tamaño normal, y saliese de aquel delicioso orificio que me había dado tanto placer. Una semana después de nuestro primer encuentro Jack regresó trayendo consigo la primera entrega de sus notas en borrador, a partir de las cuales se compilaría este manuscrito. Por supuesto que en cada visita tuvimos un delicioso encuentro sexual, pero como describir una y otra vez situaciones idénticas podría, probablemente, aburrir a mis lectores, omitiremos la repetición de nuestros numerosos y lujuriosos encuentros, todos muy similares al ya relatado, y nos concentraremos en el sencillo relato de sus aventuras.
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