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Los personajes del Evangelio de San Juan. La Samaritana (I)
Retomamos los personajes del Evangelio de Juan con un personaje que es fundamental. No sabemos su nombre, pero sí lo hemos oído muchas veces: la samaritana. Hoy hacemos un acercamiento a la samaritana desde la perspectiva teológica, desde el texto en sí mismo. Recordamos el texto, lleno de matices, genialidad de composición temática y ambiental: Jn 4, 1-42. “Llega, pues, a una ciudad de Samaria llamada Sicar, cerca de la heredad que Jacob dio a su hijo José. Allí estaba el pozo de Jacob. Jesús, como se había fatigado del camino, estaba sentado junto al pozo. Era alrededor de la hora sexta. Llega una mujer de Samaria a sacar agua. Jesús le dice: "Dame de beber". Pues sus discípulos se habían ido a la ciudad a comprar comida. Le dice la mujer samaritana: "¿Cómo tú, siendo judío, me pides de beber a mí, que soy una mujer samaritana?". (Porque los judíos no se tratan con los samaritanos). Jesús le respondió: "Si conocieras el don de Dios, y quién es el que te dice: ´Dame de beber´, tú le habrías pedido a él, y él te habría dado agua viva". Le dice la mujer: "Señor, no tienes con qué sacarla, y el pozo es hondo; ¿de dónde, pues, tienes esa agua viva? ¿Es que tú eres más que nuestro padre Jacob, que nos dio el pozo, y de él bebieron él y sus hijos y sus ganados?". Jesús le respondió: "Todo el que beba de esta agua, volverá a tener sed; pero el que beba del agua que yo le dé, no tendrá sed jamás, sino que el agua que yo le dé se convertirá en él en fuente de agua que brota para vida eterna". Le dice la mujer: "Señor, dame de esa agua, para que no tenga más sed y no tenga que venir aquí a sacarla". Él le dice: "Vete, llama a tu marido y vuelve acá". Respondió la mujer: "No tengo marido". Jesús le dice: "Bien has dicho que no tienes marido, porque has tenido cinco maridos y el que ahora tienes no es marido tuyo; en eso has dicho la verdad". Le dice la mujer: "Señor, veo que eres un profeta. Nuestros padres adoraron en este monte y vosotros decís que en Jerusalén es el lugar donde se debe adorar". Jesús le dice: "Créeme, mujer, que llega la hora en que, ni en este monte, ni en Jerusalén adoraréis al Padre. Vosotros adoráis lo que no conocéis; nosotros adoramos lo que conocemos, porque la salvación viene de los judíos. Pero llega la hora (ya estamos en ella) en que los adoradores verdaderos adorarán al Padre en espíritu y en verdad, porque así quiere el Padre que sean los que le adoren. Dios es espíritu, y los que adoran, deben adorar en espíritu y verdad". Le dice la mujer: "Sé que va a venir el Mesías, el llamado Cristo. Cuando venga, nos lo explicará todo". Jesús le dice: "Yo soy, el que te está hablando". En esto llegaron sus discípulos y se sorprendían de que hablara con una mujer. Pero nadie le dijo: "¿Qué quieres?" o "¿Qué hablas con ella?". La mujer, dejando su cántaro, corrió a la ciudad y dijo a la gente: "Venid a ver a un hombre que me ha dicho todo lo que he hecho. ¿No será el Cristo?". Salieron de la ciudad e iban donde él. Entretanto, los discípulos le insistían diciendo: "Rabbí, come". Pero él les dijo: "Yo tengo para comer un alimento que vosotros no sabéis". Los discípulos se decían unos a otros: "¿Le habrá traído alguien de comer?". Les dice Jesús: "Mi alimento es hacer la voluntad del que me ha enviado y llevar a cabo su obra. ¿No decís vosotros: Cuatro meses más y llega la siega? Pues bien, yo os digo: Alzad vuestros ojos y ved los campos, que blanquean ya para la siega. Ya el segador recibe el salario, y recoge fruto para vida eterna, de modo que el sembrador se alegra
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igual que el segador. Porque en esto resulta verdadero el refrán de que uno es el sembrador y otro el segador: yo os he enviado a segar donde vosotros no os habéis fatigado. Otros se fatigaron y vosotros os aprovecháis de su fatiga". Muchos samaritanos de aquella ciudad creyeron en él por las palabras de la mujer que atestiguaba: "Me ha dicho todo lo que he hecho". Cuando llegaron donde él los samaritanos, le rogaron que se quedara con ellos. Y se quedó allí dos días. Y fueron muchos más los que creyeron por sus palabras, y decían a la mujer: "Ya no creemos por tus palabras; que nosotros mismos hemos oído y sabemos que éste es verdaderamente el Salvador del mundo". Un texto largo pero riquísimo, con un montón de secciones llenas de contenido y con coherencia interna. Nos puede parecer que a veces los temas que aparecen en la conversación con la samaritana son temas muy dispares, sin embargo tiene una unidad, responde a todo un planteamiento que nos regala Juan a quienes queremos mirar más allá. El texto de la samaritana lo plantea Juan en el Libro de los Signos. Estos son lugares donde Jesús va manifestando quién es. Estos signos en los Evangelios sinópticos son llamados milagros. Nunca Juan los llama de esta forma, él nos los presenta como signos. Algunos son acciones proféticas, como cuando Jesús expulsa a los mercaderes del templo; este es un signo que nos deja entrever cómo relacionarnos con Dios y qué lugar ocupa Jesús en este movimiento. Así entendemos como si dijese: “mi templo es otra cosa, el templo soy yo”. Otros signos son una revelación profética, como el texto de la samaritana, donde Jesús dice quién es Dios y quién es Él. En la conversación con la samaritana no hay ningún milagro, simplemente tiene una conversación, y en el diálogo Jesús va diciendo quién es Él. Junto a estos, hay otros signos que son curaciones. Todos los signos despiertan una reacción. Cuando Jesús dice quién es, cuando Jesús propone algo, inmediatamente para Juan va apareciendo o gente que cree, o gente que duda (como Nicodemo), o gente que como la samaritana se convierte de repente en mensajera, o gente que rechaza a Jesús de plano. Cada vez que Jesús entra en conversación con alguien, inmediatamente hay una reacción, difícilmente no pasa nada. El personaje de la samaritana ¿existió o no existió? Este es el único sitio donde sale la samaritana, y no vuelve a salir en todo el Evangelio. De este personaje no sabemos nada, aparece aquí y se olvidó. Aparece además sin nombre, por lo que algunos creen que es un personaje simbólico que ha creado Juan para dar unidad a todo el discurso de Jesús, para contar la relevación de Jesús. Pero es raro que Juan de repente se invente un personaje, aunque hay teorías que lo defienden. La samaritana puede ser un personaje real. En los sinópticos, san Lucas nos dice que Jesús iba rodeado de un grupo de mujeres: Isabel, María, Ana, la pecadora, María de Betania, Marta, la viuda de Naín, las mujeres que servían a Jesús… Lucas también sabe que Jesús tiene cierto acercamiento
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con los samaritanos, hay buena y mala acogida con los samaritanos. Esto son pistas que no nos da Juan pero sí Lucas. Lo que sí sabemos es que, después de la resurrección de Jesús, hubo evangelizadores en la zona de Samaría y rápidamente prendieron varias comunidades cristianas en esta zona. El éxito en Samaría fue mucho más rápido que en el resto de Israel. El Evangelio de Juan se escribe más tarde, cuando esas comunidades ya habían dado los primeros pasos y vivían el momento de efervescencia. No entramos en la discusión de si existió o no la samaritana. Como hemos visto en otros momentos, en cada personaje que dibuja Juan aparecen elementos de realdad que se entretejen con rasgos simbólicos. Quizá Juan utiliza una realidad y un diálogo real de Jesús con el que elabora todo el texto y desde ahí hace sonar todo lo que allí pasó, pero de una forma amplia tomando elementos que van más allá de lo meramente histórico. Es como cuando vemos un cuadro y alguien nos lo explica: vamos entendiendo lo que allí vemos pero la explicación nos lleva a ver mucho más que una técnica o unas pinceladas. Así Juan, desde ese encuentro con la samaritana, nos va explicado todos los ecos y todas las resonancias que allí aparecieron en ese y otros momentos de la vida de Jesús. Este es un personaje que pertenece a un “grupo selecto” de los exclusivos de Juan: Nicodemo, Nathanael, Lázaro y la samaritana, son los cuatro selectos de Juan. Ni siquiera sabemos su nombre, lo que sí nos puede dar a pensar es que, ya que Juan conocía muy bien a los samaritanos, ¿por qué no ha podido coger alguna de las tradiciones de las comunidades que había en Samaría?. Podría haber cogido algún relato, alguna historia que alguien contó de alguna vez en que Jesús habló con una mujer allí. Son hechos que marcan. Es decir, este relato ya se cuenta en la comunidad de forma oral: “pues cuando Jesús pasó por aquí estuvo hablando con una mujer y pasó esto…” Sobre eso va empezando Juan a elaborar el relato, con lo cual hay una raíz histórica: Jesús habló con la samaritana, lo hizo en la zona del pozo porque eso son datos muy concretos, y a partir de ahí Juan va redactando según lo que le aportan y conoce de este y otros momentos parecidos. El texto es largo, pero es maravilloso. Parte de un malentendido, y sigue con la ironía "¿Cómo tú, siendo judío, me pides de beber a mí, que soy una mujer samaritana?", eso es muy femenino, hay un trazo psicológico perfecto. Después viene el cambio rápido, el asunto del marido – no marido. Vemos cómo Jesús va por un lado y la mujer rápidamente le cambia el tercio, (eso también es signo de conocer muy bien la psicología femenina). Siguen después los primeros y segundos planos: los discípulos, el escenario del pozo y la aldea, los que están más allá… observamos cómo va incorporando gente en la escena, y lo va haciendo pausadamente. Al final, como en las tragedias de las obras griegas, a modo de moraleja, aparecen todos los del pueblo, como un coro “Ya no creemos por tus palabras; que nosotros mismos hemos oído y sabemos que éste es verdaderamente el Salvador del mundo". De repente Juan, de una
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forma mucho más fina, coloca a todo el pueblo de Samaría relatando o acogiendo eso que ahí ha sucedido. Aparte de la elaboración teológica de ese relato, hay una dimensión más personal de la samaritana, con datos y matices que nos sobrecogen. Y ahí aparecen temas fundamentales: el adulterio de la mujer que tiene cinco maridos y que con el que está ahora no es su marido, el tema de las nupcias, el tema del culto, el tema de la conversión de los samaritanos… En la parte personal, Juan, en la elaboración del personaje en sí, va poniendo unos temas y en la elaboración teológica va poniendo otros, para que nos hable de la salvación que se reconoce al final. En definitiva, el personaje de la samaritana es al mismo tiempo real y simbólico, tiene rasgos muy personales, muy psicológicos, y tiene rasgos muy teológicos. El dialogo El hilo conductor de todo es un diálogo, una lección magistral de diálogo y de escucha. Es el prototipo comunicativo donde uno escucha al otro. Por eso vemos que hay una comunicación profunda en el encuentro; donde no se trata de exponer cada uno lo suyo, sino donde cada uno va entrando en el interior del otro. Jesús es quien lleva la dirección. Al tiempo el mismo Jesús va dando pie a la samaritana para que se comunique y va contando quién es Él. Es un diálogo donde Jesús no simplemente está dando consejos a una mujer para que sea buena. Lo que va haciendo continuamente es ir dando datos de quién es Él, y al tiempo la mujer respecto a Jesús le va contando poco a poco todas sus dudas, sus preocupaciones y sus búsquedas, hasta que Jesús provoca un cambio fundamental en ella provocado por un diálogo profundo. Este es el eje, y Juan hace una presentación magistral de los personajes y de los datos. Es la hora del mediodía, la hora sexta, la hora de comer, hacia las tres de la tarde. A esta hora las mujeres no van a coger agua al pozo, las que tienen que hacer la comida para sus casas van por las mañanas. A esta hora va a buscar agua quien no quiere que le vean, es la hora donde no hay nadie. Los discípulos se van al pueblo, pero Jesús va al pozo, ya sabe quién va al pozo a esa hora. Aquí hay un deseo de espera. Aparece un Jesús solo, que está esperando. Un Jesús que tiene sed y una mujer que acude sola al pozo. Con todo el calor y el peso del día acude a esa hora para no encontrarse con nadie más, porque todos la conocían y no debía tener buena fama. Aunque Jesús va a hablar con una mujer y nada de eso le interesa. El encuentro junto al pozo sugiere el tema de los encuentros con mujeres junto al pozo. Todos los patriarcas jóvenes, cuando han conocido a sus esposas, las han conocido junto al pozo: Isaac y
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Rebeca –Gn 24,11-, Moisés y Séfora –Ex 2,17-, Jacob y Raquel –Gn 29,10-. Todos estos encuentros acaban en boda, dan origen a una relación nupcial. Flavio Josefo hace un relato muy similar al de Juan sobre Moisés: “Moisés se sienta junto al pozo, a poca distancia de la ciudad, y descansa de sus fatigas y sus miserias. Era alrededor del mediodía”. También en el trasfondo está el tema del agua como don, como regalo. En una cultura de sequía, de desierto, el agua es un regalo. El agua va asimilada a la Ley de Moisés. Si el agua es un regalo, en el desierto, la Ley de Moisés fue un regalo como el agua. En todos los relatos aparece. Para los israelitas la palabra “pozo” suena como “beer”, y no hay diferencia entre la palabra pozo y agua, sólo un matiz fonético. En el Libro de los Números aparece: “…y de allí vinieron a Beer: éste es el pozo del cual el Señor dijo a Moisés: Junta al pueblo, y les daré agua. Entonces cantó Israel esta canción: Sube, oh pozo; a él cantad. Pozo, el cual cavaron los príncipes; lo cavaron los príncipes del pueblo, y el legislador, con sus bordones. Del desierto vinieron a Matana. Y de Matana a Nahaliel; y de Nahaliel a Bamot. Y de Bamot al valle que está en los campos de Moab, y a la cumbre de Pisga, que mira a Jesimón..” El torrente de Dios. El pozo, el agua, siempre es un regalo que Dios nos da. La Ley va paralela al agua: allí donde hay agua pura, hay Ley pura. Para Juan el tema de la hora es fundamental. Jesús aparece en la hora sexta. Nos muestra a un Jesús que está cansado, fatigado, es una hora alta. La hora sirve para ambientar el calor y el cansancio de Jesús. Lo normal sería que encontrara algún árbol por allí y que descansara. Casi todos los patriarcas, cuando hablan, llegan cansados al pozo y en una hora parecida. Cuando Juan coloca esta hora sexta es porque nos está hablando de más cosas. En la hora sexta Pilato hizo sentar a Jesús, lo declaró rey y lo condenó a muerte. En Samaría a la hora sexta, Jesús se sienta en el pozo y termina el texto reconociéndolo Salvador; en el Pretorio de Pilato, se sienta como rey. No dice Juan que Jesús se sentó junto al pozo, sino sobre el pozo, quizás para indicar que Él mismo era el pozo. La sed de Jesús aquí, en la hora sexta, también está relacionada con la sed de la cruz en la hora sexta. En la cruz dice “tengo sed”, y aquí dice “dame de beber”, Juan establece paralelismos entre uno y otro lugar. Aquí le está diciendo a la samaritana “tengo sed de ti”, lo mismo que está diciendo Jesús a todos los que están delante de él en la cruz: “ tengo sed de vosotros”. La fatiga de Jesús no es meramente anecdótica, ni un recurso literario. La fatiga es cierta, real, a esta hora del día es lógico que Jesús estuviera cansado del camino. Pero su fatiga representa las fatigas del misionero, a las que alude al final del pasaje: “yo os he enviado a segar donde vosotros no os habéis fatigado. Otros se fatigaron y vosotros os aprovecháis de su fatiga” (4, 38). La fatiga tiene mucho que ver con el misionero, con aquel que testimonia: aquel que anuncia, se cansa, se fatiga, se desgasta.
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En el texto aparece el eco del profeta Oseas. Oseas tiene experiencia de que el pueblo es pecador, el pueblo es infiel. En su propia vida había experimentado el pecado del pueblo en la persona de su propia esposa, adúltera. Oseas lee la experiencia de su mujer en los ojos de Dios y piensa que eso es lo que ha hecho el pueblo de Israel. El pueblo ha hecho lo que su mujer y, ¿qué ha hecho Dios?, ha ido a por él y lo ha vuelto a enamorar, y Dios promete reenamorarlo, y ahí es donde se sitúa Oseas. La tragedia personal de Oseas se monta sobre la tragedia del amor del pueblo de Israel. La mujer de Oseas se había prostituido yéndose detrás de los amantes, e Israel se había ido detrás de otros ídolos que le daban su pan y su agua, y dice Oseas “y no habían conocido que era yo quien le daba el agua…” (Os 2, 7-10). “Si conocieras el don de Dios…” (Jn 4,10). Oseas y Juan están usando los mismos verbos. Oseas está diciendo que Israel no había conocido a Dios, que les estaba dando el agua sin que Israel se diera cuenta. Lo dice en boca de la mujer prostituta, y Juan utiliza el mismo verbo: "Si conocieras el don de Dios, y quién es el que te dice: ´Dame de beber…" Dios promete a la adúltera, a la luz del Antiguo Testamento, que “…volverá a desposarla, que la llevará al desierto para seducirla de nuevo, que la hablará al corazón” (Os 2,16) ¿No es lo mismo que está haciendo Jesús? Jesús va a un descampado, en medio del desierto, habla al corazón de la mujer para seducirla de nuevo como un esposo en el lugar del noviazgo, el pozo, y la conduce a una nueva alianza. De repente aquello que prometía Isaías ¿no se está cumpliendo ya personificándolo en una mujer? Los tiempos antiguos ya se van cumpliendo en Jesús, y aquello que decía Dios que iba a hacer con el pueblo de Israel, ya lo está haciendo Jesús: la llevará al desierto, la seducirá, la enamorará de nuevo y la llevará de nuevo a la nueva alianza. Cuando llegan los discípulos se sorprenden. Se preguntan: ¿cómo es posible que este hombre esté hablando con esta mujer?. Aparece un Jesús tremendamente libre que no tiene problema en comunicarse, es más, la va buscando a la persona, “para seducirla de nuevo” (Como Dios al pueblo). Jesús es totalmente libre y supera todos los prejuicios: Él va a buscarla para rescatarla de la sed, como hará con la humanidad. Nos damos cuenta del gran atrevimiento. Los judíos tenían prohibido usar los mismos vasos que los samaritanos porque quedaban contaminados. El agua, que es lo puro, no se puede compartir, y si un samaritano bebe en un vaso contamina el agua, y si los restos de esa agua los bebe un judío, queda impuro. El contacto de un judío con una mujer durante su regla era causa de impureza, y las mujeres samaritanas se suponía que tenían la impureza desde la cuna, y su trato producía impureza ritual. El pecador tendría que ir al templo a hacer una ofrenda para recuperarse. Jesús, de cara a los judíos,
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cuando está hablando con la samaritana queda como un pecador, y se tendría que confesar. Lo dice la Ley. Los dichos rabínicos dicen: “No estés nunca a solas con una mujer casada”. “No se debe estar solo con una mujer ni en el albergue, ni con la propia hermana, o con la propia hija, a causa de los pensamientos de los demás. No se debe charlar con una mujer en el camino…” “Cada vez que uno se entretiene un largo rato con una mujer, va al encuentro de la desdicha, abandona la palabra de la Ley, y finalmente hereda la Gehenna”. Algunos autores piensan que este diálogo tiene mucho que ver con la evangelización de toda Samaría. En los Hechos de los Apóstoles se habla de que en la evangelización de Samaría hubo algunos discípulos, como Felipe, que fueron los que trabajaron primeramente y se fatigaron, pero luego vinieron Pedro y Juan al final y ellos recogieron las comunidades ya constituidas. La evangelización de Samaría tiene ese eco, sobre el que construye Juan. Jesús, al hablar de la samaritana, está hablando también de cómo se ha evangelizado esa zona y cómo la evangelización supone mucha fatiga y mucha gente que se ha incorporado a ella. Conversación con la mujer Juan nos presenta a una mujer que tiene sed. A la mirada de Jesús es una mujer buscadora e insatisfecha. Va buscando lo mismo que buscamos todos: amar y ser amados. En toda sed, de una u otra forma, Jesús va descubriendo que en el fondo de la sed hay un deseo de Dios, lo que pasa que a veces lo malinterpretamos. En nuestra sed, en nuestra búsqueda de algo más pleno, a veces nos quedamos con sucedáneos, pero en el fondo es que estamos sedientos. Jesús, mediante la conversación, ayuda a la mujer a descubrir ese deseo y ese anhelo de fondo, desde aquí le empieza a enseñar a leer de dónde viene la sed. Los Salmos siempre nos han enseñado que el fondo de nuestros deseos hay una búsqueda de plenitud, una búsqueda de Dios. Lo que pasa es que a veces equivocamos la dirección, o nos quedamos con los sucedáneos creyendo que ese es el alimento, y cuando se acaba vemos que realmente no lo era o hasta nos provoca más insatisfacción. Esa mujer es la que Jesús nos presenta. Una mujer con múltiples aventuras sentimentales. En todos los tiempos siempre ha existido en el hombre y en la mujer el miedo al AMOR, con mayúsculas, porque es exigente y comprometido y siempre, en todas las culturas, los sucedáneos suelen ser más atractivos. Esa es la historia de esta mujer. Había acudido al agua de cinco pozos, cinco maridos, y cada uno le daba más sed. Lo que Jesús hace es prometerle un agua que no está estancada, un agua que le va a quitar esa sed que tiene. ¿No será que está bebiendo de un pozo que no le quita la sed? ¿No se ha dado cuenta que cada vez que parecía que había bebido, le daba más sed? ¿No será que hay otro tipo de pozo? Ella se va dejando guiar por Jesús, y por la forma que tiene Jesús de hablar con ella, se deja conducir hasta la fuente que Jesús ofrece.
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Extraña que Jesús no la llame pecadora. En el Evangelio de Juan los pecadores no son nombrados como en los sinópticos, allí se presenta a los pecadores como los débiles, marginales, personas por las que se tiene que sentir compasión. Para Juan los pecadores son los dirigentes soberbios, los que mandan y provocan la injusticia, o los que los secundan. El problema aparente de la samaritana es un problema moral: que ha tenido cinco maridos, pero Jesús en eso no entra directamente. El problema de fondo, que es donde Jesús va y lo que a Jesús más le preocupa, no es que tenga cinco maridos, sino que hay una relación viciada con Dios. Hay una búsqueda malentendida de Dios, y hay un culto y una forma de vivir la fe que no es auténtica, y por eso no la hace feliz. Jesús va al fondo porque sabe que, arreglando el fondo, se arregla todo lo demás. Lo único que le dice es ¿tú de qué tienes sed? ¿qué es lo que vas buscando realmente? ¿y quién te puede dar el agua? Jesús lleva a la samaritana a comprender que necesita relacionarse con Dios de una forma nueva. Todo el diálogo nos lleva a ver que el verdadero culto es en el espíritu, y Jesús es la fuente del nuevo culto, no las leyes morales ni los códigos. Jesús es la fuente y el agua del nuevo culto, y la nueva forma de relacionarse con Dios. Por eso la conduce durante todo el diálogo hasta el momento en que Jesús dice “Yo soy”. No tiene que decir más, eso sólo lo puede decir Dios, pues su existencia se funda en sí mismo. En este trato, en este enamoramiento, en este perfecto diálogo, Jesús va sosteniendo la situación, como maestro, para llevar a la samaritana y confrontarla con la fuente de su deseo y con la forma de entender a Dios. Jesús empieza pidiéndole de beber. Aquí vemos un gran paralelismo con la escena en la cruz donde dice: “Dame de beber”. Esto debería replantearnos muchas formas de actuar nuestras. Cuando queremos entrar en diálogo con alguien lo primero que hacemos es decir “yo te voy a dar…”. Tendemos a iniciar las relaciones dando a las personas para empezar, sobre todo si consideramos que son un poco menos. Así nosotros les damos porque nosotros somos más y ellos menos. Jesús no empieza así. Él, antes de decir Yo soy más y tú eres menos, dice:” dame, dame tú a mí” Con esto se coloca en una situación de normalidad increíble. No se sitúa por encima. Esta disposición que consiste en nivelar la relación y sentirse necesitado del don del otro: por eso Jesús antes de dar pregunta: tú ¿qué me puedes dar?, pero no porque me des, sino porque reconozco que tienes una riqueza que yo no tengo. Ofrécemela, vamos a hablar de tu riqueza. Es la paradoja de que sólo el sediento puede dar agua. Este agua que pide el sediento se produce en la hora sexta, como aquella hora sexta donde pide Jesús beber, en la cruz. Y es que Jesús, siempre que pide agua, termina dándola Él. A la hora sexta Jesús pide agua a la samaritana, y termina dándole el agua viva que salta hasta la vida eterna. En la hora sexta Jesús pide agua en la cruz a todos los que allí estaban y, en ellos, a toda la humanidad, y termina abriéndosele el corazón y saliendo agua del costado junto con la sangre.
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Siempre Jesús pide agua y al final, lo que Él pide, lo da. Y si no lo tiene se abre el corazón para que salga, hasta el final. En el diálogo con la samaritana hablan poco, pero van buscando un lenguaje común. Al principio no se entienden, hablan de cosas diferentes, y Jesús, hábil, va intentando ponerse a su nivel. Empiezan con una especie de coquetería, o un pudor sobrio, así empiezan discutiendo de temas. Jesús la deja hablar, pero la va “seduciendo” como hace Dios con el pueblo, y la va hablando al corazón. De repente le dice "Vete, llama a tu marido y vuelve acá". La mujer podría haberse ido, pero primero intenta negarlo “no tengo marido”, y Jesús le dice “Bien has dicho que no tienes marido, porque has tenido cinco maridos y el que ahora tienes no es marido tuyo; en eso has dicho la verdad". A una mujer a la que todos insultan, que tiene que ir a por agua a las tres de la tarde para que no la vean, que alguien le diga “has dicho la verdad”, ya se queda sin defensas, no se lo espera. Esta mujer tiene sed de verdad, la va buscando. A Jesús le pregunta lo que le preocupa. Esta mujer tiene sed de amor y reconoce que ha fracasado, por eso lo primero que hace es reconocer a Jesús como profeta. Jesús sigue adelante en el diálogo y le descubre que no sólo tiene sed de amor, sino que tiene sed de adorar a Dios, y eso es lo que le preocupa. Jesús le propone el culto en espíritu, le dice que el auténtico culto no necesita ni templos, ni montes. Es un manantial que brota desde dentro. Y Él es el pozo y Él tiene el agua, pero el verdadero culto tiene que salir de dentro. La mujer no necesita más, deja el cántaro y se va corriendo al pueblo a contarlo. El diálogo ha terminado. La samaritana se convierte en evangelizadora, porque el amor siempre pone alas, siempre. Ella va al pueblo porque ya ha encontrado su verdadero amor. Convence a todos de que “…sabemos que éste es verdaderamente el Salvador del mundo".
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