Los siglos de Oro: el Renacimiento. 1. El Renacimiento en Europa

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Los siglos de Oro: el Renacimiento

1. El Renacimiento en Europa Los románticos propalaron la idea según la cual el Renacimiento es el período más glorioso de la historia europea y, movidos por la veneración profesada por Rafael, Da Vinci y Michelangelo, en que vieron las propias encarnaciones del genio artístico, crearon el sintagma “El Renacimiento necesitó genios y llegó a engendrarlos”. Visto por una perspectiva menos exaltada, el Renacimiento corresponde a una etapa de profundos cambios sociales, que, en toda Europa, se da el paso del feudalismo al capitalismo incipiente, de la Cristianidad medieval a la Reforma y la Contrarreforma, de la disgregación del poder político a su concentración en el Estado moderno, de la vida rural a la vida urbana. Es el período en que el saber migra de los monasterios y universidades al ágora, un papel esencial siendo desempeñado por la difusión de la imprenta y del grabado. No se pasar por alto tampoco el descubrimiento de América, que cambió por completo la percepción sobre los límites del mundo y creó por eso la impresión, entre los estudiosos ulteriores, de que el año 1492 sería el primer año de la modernidad. Jacob Burckhardt, en La cultura del Renacimiento en Italia (1860), da como rasgos definitorios del Renacimientos los siguientes: 1) el Estado, obra del arte; 2) el desarrollo del individuo; 3) el resurgir de la Antigüedad; 4) el descubrimiento del mundo y del hombre; 5) el cambio de la vida social, porque los nobles y los burgueses aparecen mezclados gracias al dinero y la cultura; 6) la grave “crisis” de la fe y moral. Peter Burke, en The European Renaissance. Centres and Peripheries (1998), intenta mostrar el proceso por el cual las ideas del Renacimiento en tanto movimiento intelectual penetraron y se difundieron por Europa y se revela muchas veces muy crítico respecto a la idea de “descubrimiento del individuo” y de la “modernidad” renacentista. El historiador inglés indaga el paso paulatino de la mentalidad medieval a la renacentista, el papel cada vez mayor que desempeña la cultura clásica en la formación del intelectual y, más que la producción de ideas, la recepción y la transformación de ellas a lo largo del período comprendido entre 1330 y 1630. Por supuesto, la veneración que despertaba la Antigüedad en este período es un rasgo fundamental e incontrovertible, pero el propio hecho de que para los renacentistas el ideal intelectual y artístico se encuentra en el pasado es ya un motivo suficiente para considerarlos distintos de los modernos, cuyo ideal está siempre relacionado con el futuro. Además, aunque los humanistas militaron por la imposición de las lenguas vernáculas, muchas de sus obras seguían difundiéndose en latín y el conocimiento de esta lengua continuaba siendo un requisito fundamental para toda persona cultivada. Así como no se puede hablar de un marco temporal definido, tampoco se puede encontrar un “tipo ideal” de mentalidad del Renacimiento: siempre hay impurificación, mezcla de elementos “renascentistas” y “tradicionales” 1 . El concepto del “Renacimiento” fue, como la mayoría de los términos de la historia literaria, una creación tardía, a diferencia del término “humanismo”: éste había surgido en los medios intelectuales alrededor del 1330 que se propusieron restaurar el ideal educativo de la Antigüedad, orientándose, como la vieja paideia, a dar al hombre 1

De hecho, observa José Antonio Maravall, en las propias figuras de los “renacentistas” se da esta mezcla. Durero es gótico y medieval, en ciertos aspectos, adelantándose al barroco desde otros puntos de vista; Kepler es capaz de concebir una “física del cielo” pero la interpreta de la forma tradicional; Marsilio Ficino es a la vez platónico y tomista; Bartolomé de Las Casas queda impregnado de ideas escolásticas pero da voz a ideas de preilustrado; fray Antonio de Guevara, que por estar en medio del Renacimiento, resulta más barroco que medievalizante.

cierto tipo de “cultura general” a través de los studia humanitatis (lectura, interpretación, imitación de los maestras) 2 . Como lo muestra Peter Burke, el término “renacimiento” se impuso a partir de una metáfora que vino transformándose en la metáfora principal que regía el universo mental de los intelectuales de la época 3 . El Renacimiento en tanto movimiento intelectual empieza en Italia, más precisamente en unos grupos de hombres unidos por los lazos de la amistad que, sin abandonar por completo la mentalidad medieval, promueven otro tipo de cultura. El mismo Burke muestra que la causa de la aparición de este movimiento en Italia se debe al hecho de que, en comparación con otras regiones de nuestro continente, en este país han penetrado mucho menos los tres rasgos fundamentales (y pan-europeos) de la Edad Media, esto es el estilo gótico, la escolástica y los valores de la nobleza medieval expresados en la literatura de caballería. Aunque Dante y Giotto, de la generación anterior, suelen considerarse artistas que prefiguran la nueva orientación, la figura tutelar del Renacimiento queda Francesco Petrarca (1304-1374). Es este poeta y filósofo quien habla por primera vez de la Edad Media como edad “oscura” y forja la metáfora del despertar a una nueva luz, que, paradójicamente, está asociada con el pasado, o sea la Antigüedad grecorromana. Alrededor de Petrarca encontramos al pintor Simone Martini (el que realiza el primer retrato en el sentido moderno, esto es semejante a la persona pintada), al físico y astrónomo Giovanni Dondi, a los frailes Giovanni Colonna y Dionigi di Borgo San Sepolcro, al líder político Cola di Rienzo y al escritor Giovanni Boccacio. La segunda generación, que continúa la obra de rescate de los ideales de la Antigüedad empezada por Petrarca y su grupo, tiene como representantes en Florencia a Coluccio Salutati (13311406) y su grupo del cual forman parte Leonardo Bruni, Poggio Bracciolini y Niccolò Niccoli. En la misma ciudad y por los mismos años se manifiesta un grupo de artistas que incluyen al arquitecto Filippo Brunelleschi, a los escultores Donatello y Ghiberti y al pintor Masaccio: todos ellos introducen innovaciones plásticas que poco a poco, por la imitación y emulación, cambiarán el aspecto visual de la época. En la segunda generación de humanistas encontramos artistas e intelectuales que viajan mucho, viven en varios países y sostienen a lo largo de su vida una intensa actividad epistolar, que facilita el intercambio de ideas. Los centros más importantes de este movimiento son las ciudades Florencia, Roma, Nápoles 4 , Milán, Mantua, Aviñón por un lado, y por otro lado las pequeñas ciudades del sur de Flandes y de Borgoña, donde desempeñan su actividad los pintores de la escuela de Van Eyck y donde un grupo de intelectuales laicos crean la Hermandad de la Gente Común que se dedica al desarrollo de una red de escuelas en que se impartan disciplinas que fomenten la cultura general. Es por eso que algunos estudiosos hablan de dos Renacimientos, uno italiano y otro nórdico. Importa menos el 2

La dirección humanista en la educación consiste, en lineas generales, en el abandono de la escolástica y en la promoción de la filología al rango del más avanzado instrumento de indagación de la realidad. La lógica y la metafísica dejan paso, en el estudio filosófico, a los studia humanitatis. 3 Estudios relativamente recientes, entre ellos George Lakoff y Mark Johnsonn, Metaphors We Live By, Chicago, 1980, muestran el papel transcendental que desempeñan las metáforas en la organización mental de cada persona y en su vida cotidiana. 4 No hay que olvidar que en la época, Nápoles pertenecía a la corona de Aragón y que Alonso V de Aragón fue uno de los primeros reyes “humanistas”, más interesados por las letras que por las armas: Lorenzo Valla (1407-1457), nacido en Roma, pasó muchos años en Nápoles como secretario del rey Alonso V de Aragón y fue en su corte donde escribió sus tratados más importantes, en los cuales ambicionaba deshacer la autoridad medieval por antonomasia, la de Aristóteles, y llamar la atención sobre la importancia del conocimiento profundo de las lenguas clásicas y vulgares. Otro artista viajero que vivió por un período en la corte de Alonso de Aragón fue el escultor y medallista Pisanello (1395-1455), que reinstaura la moda de las medallas en cuyas caras están retratados los aristócratas de la época en posturas que recuerdan a los emperadores romanos.

número de focos del Renacimiento, dado que una de sus características más destacadas consiste precisamente en el mayor contacto, epistolario o físico, entre los hombres movidos por las mismas inquietudes intelectuales. Los humanistas circulan en Europa mucho más que en los siglos anteriores y hay un constante ir y venir entre Italia y Flandes por un lado y Alemania, Francia, España, Polonia, Hungría e incluso Rusia por otro lado. La guerra queda un importante vehículo de ideas y no yerran mucho los que afirman que Italia fue “descubierta” por los franceses durante las guerras itálicas que llevaron Francisco I y el emperador Carlos V. De forma más pacífica, el humanismo se difunde en las periferias porque muchos nobles europeos, e incluso el sultán de Constantinopla, invitan a sus cortes a los humanistas; por otra parte, los mismos nobles envían a los jóvenes dotados de sus países a las escuelas de pintura o a las universidades para que aprendan con los maestros renacentistas. Otro factor de primera importancia, si no el esencial, que facilita la creación de esta red intelectual lo constituye la imprenta. Peter Burke observa que el descubrimiento y la rápida difusión de la imprenta, inventada hacia 1450 por Johan Gutenberg en Alemania, representa la causa por la cual el Renacimiento no decayó tras dos generaciones, como ocurrió con “el renacimiento carolingio” o el “renacimiento del siglo XII”. El “gran Renacimiento”, la época de Leonardo da Vinci, Michelangelo y Rafael, de Ariosto, Erasmo y Durero, corresponde a la etapa de madurez de las ideas que habían empezado a circular en Europa en el Quattrocento. Burke considera que esta etapa sería la de la “emulación”, en que los artistas y escritores tienen ya la confianza de poder igualar e incluso superar las grandes obras de los antiguos. Todo período histórico encierra contradicciones, pero también se caracteriza por un estilo de vida y pensamiento propio: en el Renacimiento este estilo está dictado por Italia. La arquitectura, las artes plásticas, la decoración y la moda de Italia se imitan en toda Europa y asimismo las literaturas francesa, inglesa, española, alemana etc. empiezan a enriquecerse con poemas escritos en metros italianos. Ahora bien, de igual forma que hoy en día los Estados Unidos están a la vez admirados y vituperados, en el siglo XVI la italianofilia coexiste con la italofobia en muchos sectores y del mismo modo que en todos los tiempos se han enfrentado el canon y el anticanon, igualmente se oponen en este tiempo el “estilo alto” o clasicista – majestuoso, refinado y ornado (de un Pietro Bembo) – y el “estilo bajo” o anticlasicista – sencillo, popular, lleno de humor (de un Pietro Aretino) –. Por supuesto, existen innumerables formas de resistencia y muchos grupos intelectuales critican la difusión del nuevo estilo de vida y de pensamiento, porque lo consideran demasiado “pagano” y desvinculado de los valores cristianos. Esta crítica es infundada: al redescubrir la Antigüedad y especialmente a Platón, los humanistas han intentado conciliar el platonismo y el cristianismo, dando una nueva conformación a la doctrina neoplatónica, que en estos siglos también recibe influjos de la tradición hermética en la obra de Marsilio Ficino, Pico della Mirandola, Giordano Bruno, Johan Reuchlin etc. Huelga decir que muchos de los escritos de estos autores fueron censurados por contravenir al dogma católico. Aunque se opusieran al esoterismo, pensadores como Erasmo, Luís Vives, Alfonso de Valdés, Tomás Moro asimismo conocieron la censura, el exilio o la muerte por razones religiosas o políticas. Eso revela el lado oscuro del Renacimiento, el clima de intolerancia y de agudización de las disputas sobre la manifestación de la fe. La acusación del “paganismo” queda grave en una época de crisis religiosa, en que la Reforma protestante conquista gran parte de Alemania y de los Países Bajos, desatando la fuerte reacción de la Iglesia Católica que conocemos como la Contrarreforma. En esta época de guerras religiosas, de hogueras y de arduas disputas teológicas, un autor como Erasmo de Rótterdam, que probablemente fue el más influyente pensador de esta época, tuvo tantos enemigos cuantos discípulos y conoció las

críticas acérrimas tanto de parte de los católicos como de parte de los protestantes, porque los primeros los consideraban demasiado reformista y los últimos lo veían como demasiado tímido o débil. El autor que hoy está conocido sobre todo por su Elogio de la locura (1509), pero famoso en su época por su Enquiridion Militiis Christiani, tuvo una influencia muy grande en España, los avatares de su recepción y censura siendo una imagen fiel del devenir del pensamiento renacentista en la Península Ibérica. Hay que evitar el tópico del optimismo renacentista, porque las obras de Maquiavelo, de Hobbes o La Celestina delatan un destacado pesimismo en la moral, la antropología y la política. No obstante, estos rasgos se acentuarán en el siglo XVII y, en comparación con éste, la mentalidad renacentista nos parece desde lejos como animada por un gran entusiasmo por sí misma, por sus conquistas y realizaciones. Tampoco se puede sostener mucho la tesis del “individualismo” renacentista, que parece más bien una creación intelectual y una bella especulación de ensayista que quiere dar una interpretación atractiva a unos fenómenos dispares. Los que abogan por el “descubrimiento del yo” en el Renacimiento suelen aducir como argumentos la vuelta de la antigua idea del conocimiento de sí mismo en tanto primer paso hacia Dios (San Juan de la Cruz), el abandono de la autoridad en la ciencia y el inicio del experimentalismo, la aparición (no sabemos si primero en Inglaterra o España) de la narración en primera persona. Se alude también a la introducción en la economía del régimen del “salario” como modo de remuneración del trabajo y se interpreta como un paso hacia la individualismo. Estas interpretaciones son bellas, pero difícilmente podrían crear una imagen muy exacta de lo que fue la mentalidad renacentista. Un historiador de la Escuela de los Anales, Jean Delumeau, analizando por métodos modernos la mentalidad, se limita a destacar sólo la importancia de la movilidad social que altera la estructura demográfica y económica, así como la aparición de nuevos ricos debido a las guerras, al comercio y a la colonización. La época renacentista no se termina de repente sino su influjo quedará constante en el siglo XVII, en el cual la coexistencia y las interacciones entre el protestantismo y el catolicismo reformado producirán nuevas formas del humanismo. El Renacimiento en España ¿Existe un renacimiento en España? Si nos guiamos por los dos elementos de mayor importancia para definir el renacimiento en Europa – el humanismo y la Reforma – en España no existe un humanismo paganizante como en Italia y tanto menos una variante específica de reforma, pues nunca hubo una postura mayoritaria de ruptura con Roma como fue el luteranismo, el calvinismo o el anabaptismo. Por cierto, es innegable el influjo de Erasmo de Rótterdam, este “católico” protestante, que abogaba por un cristianismo más íntimo y más personal, fue fortísimo durante el reinado de Carlos V. Tampoco existe en España un fenómeno socioeconómico específicamente renacentista, porque en la península no se da el mismo despegue de una burguesía comerciante, industrial y financiera como en Italia, en Alemania o en los Países Bajos. Y con todo eso, aunque hay estudiosos (como Hans Wantoch) que proclama en 1927 en su libro homónimo “España – un país sin renacimiento”, hay que reconocer que así como en España la Edad Media es atípica (por la Reconquista), el Renacimiento también lo es. En resumidas cuentas: en el último cuarto del siglo XV, España pasa de ser un conjunto de reinos ingobernables y llega a convertirse en la potencia del Occidente cristiano. Los galeones españoles llegan a América durante el reinado de los Reyes Católicos que ya son reyes “renacentistas”, pues son introducen la monarquía absolutista. Pero, a pesar del ambiente intelectual de la corte de Isabel de Castilla que “importa” cerebros de Italia,

sigue respirándose todavía un aire medieval debido al cristianismo exacerbado con su producto más atroz, la Inquisición. Los estudiosos concuerdan en ver en el Renacimiento peninsular un momento menos “avanzado” que en otros países, porque el espíritu medieval tiene todavía mucha influencia. S. Gilman [1977] opina que en la conciencia de los españoles entre los siglos XV y XVII, en vez del sentimiento de ruptura con la Edad Media, pesaba más bien la nostalgia del pasado nacional perdido. El Romancero deja ver que la “Edad de Oro” soñada por los españoles no era la Antigüedad grecorromana sino eran los tiempos austeros y combativos de la Reconquista. Esta idea no es nueva: Federico de Onís [1926] apuntaba que en el caso de España no se trata tanto de ruptura con el pasado, sino que lo que se da es más bien una conciliación con la Edad Media, una continuación armónica, revelada por el estilo plateresco y la pervivencia de la poesía tradicional. En cambio, Américo Castro, en el primer trabajo importante sobre el Renacimiento español, considera que este movimiento es muy semejante al europeo, distinguiéndose sólo por un rasgo específico, esto es la convivencia aquí de las tres razas. Por ejemplo, muestra Castro, hay una retardataria aversión al quehacer intelectual – tildado de cosa de conversos – que convive conflictivamente con “dos modernidades: la de signo europeo de los médicos filósofos [Gómez Pereira, Huarte de San Juan y Francisco Sánchez el escéptico], implícitamente heterodoxa en el sentido del criticismo postcartesiano, y también la de un renovado universo intelectual cristiano entrevisto por místicos y biblistas”. La tesis de Américo Castro se podría resumir de esta forma: en la España medieval existieron tres comunidades religiosas: cristianos, musulmanes y judíos; a fines de la Edad Media se rompe este equilibrio y se inicia lo que Américo Castro llamó “la edad conflictiva”. Los judíos que no se convierten deben emigrar en 1492, los musulmanes pasan por lo mismo unos años después; la situación de los conversos no deja de ser difícil, porque el poder pertenece a los “cristianos viejos”. En 1556 el papa Pablo IV y, más tarde, Felipe II aprueban un “estatuto de limpieza de sangre” promovido desde 1449 por el cardenal Juan Martínez Silíceo, cuya repercusión mayor era la prohibición de acceder a cargos públicos, a la universidad y a la emigración a las Indias de todos los que no poseían dicho estatuto. O sea, en las palabras de Avalle-Arce, “no ser de sangre limpia era la muerte civil”. Lo paradójico, sin embargo, es que la clase dominante (la aristocracia, los tenedores del poder financiero y político, así como en muchos casos los mayores artistas) tiene vínculos con la raza hebrea. Con otras palabras, las amenazas inquisitoriales y las discriminaciones sociales no impidieron la permanencia de los judioconversos en “puntos clave del Estado”. Dadas las circunstancias especiales de la España de este período, podríamos llegar al compromiso de trazar un límite entre el primer y el segundo Renacimiento: 1) desde el reinado de los Reyes Católicos (1457-1516) hasta finales del reinado de Carlos V (1516-1558) cuyo lema sería “un monarca, un Imperio, una espada”; 2) el reinado de Felipe II (1559-1598), en que el vitalismo inicial está reemplazado por la renuncia ascética. Si durante el primer período España es la primera potencia mundial, la pérdida de su importancia en la política mundial empieza muy pronto: su gloria es corta, dura unas décadas, y su decadencia muy larga, dura más de un siglo. Es por eso que la cultura del Renacimiento español es casi inseparable de la de la época ulterior, barroca, por lo cual el período comprendido entre finales del siglo XV y 1681 (fecha de la muerte de Calderón) suele llevar el nombre del Siglo (o Edad) de Oro. Menéndez Pelayo propuso para las diversas etapas del Siglo de Oro unos términos más apropiados, pero no muy vehiculados: época de Nebrija, época de Gracilaso, época de los grandes místicos, período de Cervantes y Lope de Vega.

España pasa por un período de transición durante el reinado de los Reyes Católicos (1475-1516). La figura más importante, en el ambíto intelectual, es la de Antonio Nebrija, considerado unánimemente patriarca del Renacimiento. Este primer gramático español, que escribió la primera gramática de las lenguas romances, dejó a la historia una frase premonitoria: “la lengua es compañera del Imperio”. Es cierto que en el siglo XVI el español se convierte en la lengua franca de Europa (y de América inevitablemente) y Castiglione incluye entre los rasgos del cortesano el saber hablar español. Nebrija presenta a la reina Isabel su gramática de 1492 y le sugiere que el modelo de difusión de la lengua es la del latín: “entonces por esta arte gramatical podrán venir en el conocimiento de ella [de nuestra lengua], como agora nosotros deprendemos el arte de la lengua latina para deprender latín”. Pero por supuesto, como en toda Europa, el latín no desapareció de repente, y grandes obras siguieron escribiéndose en latín: la Minerva del Brocense, el derecho de Vitoria, la filosofía de Suárez o la primera redacción de la Historia de rebus Hispaniae de Mariana (más tarde traducida por el autor). El gran mecena del humanismo durante el reinado de los Reyes Católicos: el cardenal Francisco Jiménez de Cisneros (1436-1517), el cual, a fin de extirpar el desorden en las costumbres de las órdenes religiosas, se interesó por una reforma de la educación y de los nuevos estudios. Fundó la Universidad de Alcalá de Henares en 1498 y eligió el estilo italiano para la arquitectura de esta institución muy moderna. Aquí invitó a profesores como Erasmo y Luis Vives (pero ninguno de ellos lo aceptó), y a Nebrija (que se trasladó desde Salamanca). La orientación humanista se nota en el interés que tiene en revisar la versión de la Biblia, realizando el gran monumento Biblia Poliglota Complutense, cuya impresión empezó en 1502 y terminó en 1517, y se publicó en seis grandes volúmenes. El objetivo del promotor de esta traducción era volver al texto original, con la ayuda de grandes especialistas en hebreo, griego, latín y arameo 5 .. Tanto en Salamanca como en Alcalá se estudiaba el latín y el griego (impartido por primera vez por Arias Barbosa, muerto en 1540) y todos los studia humanitatis. Cisneros dotó a la nueva Universidad de Alcalá con una magnífica biblioteca, donde un elevado porcentaje de libros versaba sobre ciencias naturales. La cultura humanista no se limitaba sólo al espacio universitario. En la corte real encontramos a Pedro Mexía (1499-1551), autor de Silva de varia lección, que exalta la nobleza del hombre y el culto a su razón. Juan de Mal Lara (1542-1571) dio clases en el colegio de Sevilla fundado por él mismo, y actuó de “presidente” de una especie de Academia literaria que funcionaba en Sevilla. Sus estudios versan sobre los proverbios, considerados nada menos que los orígenes del pensamiento, puesto que, argumentaba él, proceden de la gente que ha guardado su relación con la naturaleza. La filosofía empieza, muy tímidamente, a alejarse de la escolástica: el médico y filósofo Gómez Pereira (15001560) se adelanta a Descartes con su principio de la duda y del escrutinio por la razón. Hay investigadores que afirman que hay demasiadas semejanzas entre las filosofías de los dos como para no haber influjo directo en Descartes de este autor del siglo XVI que escribía: “conozco que yo conozco algo, todo el que conoce existe, luego yo existo”. Los admiradores de Gómez Pereira lo equiparan con los empiristas ingleses, porque el español igualmente deduce las ideas de los sentidos. Exagerados o no, estos paralelos rinden homenaje a un filósofo muy innovador, que escribía: “En no tratándose de cosas de religión, no me rendiré al parecer y sentencia de ningún filósofo, si no está fundado en la razón. En cuestiones de especulación, no de fe, toda autoridad debe ser condenada”. El 5

Una empresa semejante fue llevada a cabo 50 años después, durante el reinado de Felipe II: Biblia Poliglota Anteurpiense (de Amberes), realizada entre 1569 y 1572.

pensador más influyente de la España del Renacimiento fue Juan Huarte de San Juan (1529- 1588), que influenció a Francis Bacon y más tarde a Lessing. quien fue el primero en proponer la especialización de la enseñanza (tuvo más impacto en el extranjero: Bacon, más tarde en Lessing). Su Examen de ingenios para las ciencias se considera precursora de tres disciplinas: la psicología diferencial, la orientación profesional y la eugenesia. Esta obra, que da una interpretación muy original a la antigua doctrina de los cuatro humores y de los temperamentos sanguino, flemático, colérico y melancólica, que propone la educación adecuada para cada tipo de persona, en función de su constitución física, psíquica y mental, fue perseguida por la Inquisición y censurada por largo tiempo en España y Portugal. En el campo del derecho se destaca la figura de Bartolomé de las Casas, cuya controversia con el latinista e historiador salmantino Juan Ginés de Sepúlveda queda como ejemplo de humanismo. Juan Ginés de Sepúlveda acudía a Aristóteles para demostrar que los pueblos superiores tienen derecho a conquistar y gobernar las razas inferiores. Bartolomé de las Casas, en cambio, defendía la causa de los indios: “Hoy en día no existe ni puede existir nación alguna, por bárbaras, feroces o depravadas que sean sus costumbres, que no pueda ser atraída y convertida a todas las virtudes políticas y a toda la humanidad del hombre doméstico, político y racional”. Se organizó un tribunal en Valladolid (1550-1551) para aclarar estas posiciones y el propio Carlos V ordenó la cesación de toda conquista en ultramar hasta que los teólogos y políticos, decidieran quién tiene razón. Es notable también la figura del padre Vitoria, que, desde su cátedra de Salamanca, ponía en duda la justificación del papa sobre el dominio de los almas de los indios, así como el derecho de Carlos V sobre las tierras americanas, y abogaba por las libertades de palabra, de comunicación, de comercio y de tránsito por los mares de todos los hombres, aduciendo como argumento muy moderno el que los hombres forman la misma familia y deben regirse por el derecho natural. Según él, los españoles podrían justificar su intervención en América sólo bajo la forma de una “ayuda” dada a los indios, subdesarrollados, a volver a ser iguales con sus “hermanos” de todo el mundo: “El dominio español debía ejercerse en interés de los indios, y no tan sólo en provecho de los españoles”. Si la primera etapa del Renacimiento español fue dominada por el influjo benéfico ejercitado por la corriente renovadora iniciada por Erasmo de Rótterdam, el erasmismo fue vencido por la segunda fase del Concilio de Trento (1552), que abre la Contrarreforma. Si se pierde el espíritu de la tolerancia, no se pierde el sentimiento religioso, y las comparaciones entre Erasmo y San Juan de la Cruz, Fray Luis de León o Santa Teresa lo ponen claramente de manifiesto. Además, en este segundo período se funda la nueva orden de la compañía de Jesús, fundada por San Ignacio de Loyola (14911556), que va a prolongar el espíritu renascentista por el gran interés dado a la cultura y a los estudios clásicos. Eugenio Asensio distingue tres fases de la recepción de Erasmo en España: - 1516-1536 (desde la primera cita de su nombre en España y entronización de Carlos V hasta la muerte de Erasmo y el momento en que en España sus partidarios se escuadan tras el nombre el emperador y de las altas jerarquías eclesiásticas). Es el momento de la mayor influencia del erasmismo en España. - 1536-1556 (desde la abdicación del Emperador y la última publicación de Enquiridión hasta 1559, cuando el Supremo Inquisidor Fernando de Valdés publica su devastador Índice prohibitorio). Se da ahora un erasmismo cauteloso, adaptado a las circunstancias españolas, que pone en el centro de sus meditaciones la justificación por la fe y la sublimación del espíritu.

- 1556-1650. El último erasmismo es soterrado, no osa confesar su nombre, pero se prolonga hasta fray Luis y Cervantes. Marcel Bataillon explica que el éxito de Erasmo en España se debe también a la influencia de la conversión de los judíos. El cristianismo por el cual abogaba Erasmo era uno lleno de paz y tolerancia, que abraza a católicos y protestantes, pero el estilo en que estas ideas están expresadas es irónico y lleno de humor. Este espíritu que aúna el pacifismo con la ironía y el rechazo de los extremos, es un factor de primera importancia para la creación cervantina. El neoplatonismo, la filosofía característica del Renacimiento, llegó a España procedente de Italia y las obras que mayor éxito tuvieron fueron unos libros que hoy consideraríamos de segunda fila: Dialoghi d’amore de León Hebreo (Judá León Abranavel) (1535) e Il Cortigiano de Castiglione (1582) que expone la doctrina neoplatónica del amor. En esta doctrina, el paso de lo inmaterial a lo material tiene más importancia que en Platón mismo, y el amor es visto como capaz de transfigurar completamente al hombre. Castiglione y Pietro Bembo desarrollaron el concepto del “amor platónico”, según el cual un hombre supera la sensualidad cuando su razón le hace comprender que la belleza es tanto más perfecta cuanto más apartada está de la materia corruptible. El espíritu se transfiere de las zonas “bajas” a las altas, intelectuales y voluntarias. Por medio del amor físico se llega a Dios, porque se trata de unión de las almas y, dado que no existe una distancia insuperable entre lo humano y lo divino, sino una elevación natural, el amor tiene fines religiosos del amor; no existe laguna entre lo humano y lo divino sino una elevación natural. En sus argumentaciones, Castiglione no es menos convincente que Hebreo, pero sí es más frívolo: en su caso el amor platónico es una justificación. En el caso de Hebreo hay un sufrimiento por lo inalcanzable de su amor, parecido en cierta medida al amor cortés del siglo XV. La conversión de Magdalena (1588) del fraile Pedro Malón de Chaide interpreta originalmente esta concepción típica de la época. Él ve el amor como descendiendo de Dios y regresando a Él por el amor humano espiritualizado, creándose así un círculo del amor. La tragedia del hombre es que la parte material de él lo impulsa a romper este círculo, y es por eso que Malón de Chaide critica a Garcilaso, el Amadis de Gaula y la Diana por no advertir que representan un círculo roto. En cambio, su crítica no es demoledora, porque, acudiendo de nuevo a la enseñanza cristiana, da el ejemplo de Magdalena, la pecadora, que no puede llegar sola al amor, sin el sufrimiento y el remordimiento. Lo que empezó como un tratado neoplatónico se vuelve al fin un tratado sobre la ayuda que da Dios cuando el hombre le pide perdón.

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