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Los viajes son los viajeros. Lo que vemos no es lo que vemos, sino lo que somos. Fernando Pessoa
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Índice Nota de la autora ................................................................................................................ 4 Prólogo .................................................................................................................................. 5 ¿De qué va este libro? ....................................................................................................... 7 Cuando el viaje es todavía un sueño ........................................................................... 8 Establecer la fecha del inicio del viaje .............................................................................. 11 Decirle a tu gente que ‘dejas todo’ para irte de viaje ................................................... 12 Vale, ya le he dicho a mi gente que me voy, ¿y ahora qué? ......................................... 14 Ante todo no te estreses ......................................................................................................... 17 El último mes antes de tu viaje ............................................................................................ 18 ¡Bienvenido/a a tu sueño! ........................................................................................... 20 Viajar te abre la mente ........................................................................................................... 20 Viajar para ‘arreglar el mundo’ ........................................................................................... 21 Viajar fomenta la amistad ..................................................................................................... 22 Viajar te ayuda a ver que el mundo es menos peligroso de como lo pintan ........ 23 Viajar supone una constante superación personal ...................................................... 23 Viajar te hace más fuerte ....................................................................................................... 25 Viajar te permite acceder a tu parte desconocida ........................................................ 26 Viajar te permite aprender la historia de otros países ............................................... 26 Viajar te permite conocer y valorar más tu país ........................................................... 27 Viajar como mochilero hace que te replantees la necesidad de poseer tantas cosas materiales ....................................................................................................................... 27 Viajar te enseña a fluir ........................................................................................................... 29 Viajar me enseñó a darme cuenta de que es más grande lo que nos une que lo que nos separa .......................................................................................................................... 32 Viajar alimenta tu inspiración y creatividad .................................................................. 32 Viajar te enseña a valorar más la ayuda que te dan ..................................................... 33
Cuando el viaje llega a su fin ....................................................................................... 35 Gratitud ....................................................................................................................................... 36 Aplica lo que has aprendido ................................................................................................. 36 Haz cambios en tu vida ........................................................................................................... 37 Lleva a cabo otros sueños ...................................................................................................... 37 Después del viaje, ¿perdura la esencia viajera? ................................................... 38 Agradecimientos ............................................................................................................. 40 Sobre la autora ................................................................................................................ 41
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Nota de la autora
Antes de que comiences este viaje conmigo, me gustaría agradecerte el hecho de que hayas comprado este libro y de que hayas depositado tu confianza en mí como escritora. Espero ser capaz de trasmitirte algunas de las enseñanzas más importantes que aprendí durante mi recorrido por Asia y Oceanía, y deseo que éstas te resulten motivantes e inspiradoras. Si quieres saber más sobre algún destino concreto o darte una vuelta por algunas de las fotografías más importantes y representativas de mis viajes, te invito a que visites el portfolio que puedes encontrar en Impresiones del mundo: http://impresionesdelmundo.com/portfolio-‐3/ También te animo a que una vez hayas leído esta pequeña obra, me mandes un comentario al blog con tu opinión o alguna reflexión que te apetezca compartir. Ten por seguro que me encantará leerte y saber de ti. De nuevo, muchas gracias por estar ahí. Patri
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Prólogo Hacía mucho tiempo que quería escribir un libro como el que estás a punto de leer. Antes de iniciar mi viaje de 11 meses por Asia y Oceanía, cuando éste era todavía un sueño por cumplir, me llamaba la atención el hecho de que muchos de los viajeros que habían recorrido el mundo, hubiesen publicado un libro relatando sus experiencias sobre las aventuras vividas. Ahora puedo decir que sé por qué lo hicieron, y comparto con ellos la necesidad de poner por escrito lo que para mí supuso ese capítulo en mi vida y todo lo que me aportó (y me sigue aportando).
Viajar no es solamente ir de un país a otro, como quien mueve ficha de una casilla a la siguiente. Viajar es la universidad de la vida, toda una filosofía. Es una forma de estar en el mundo, de entenderlo, de percibirlo, de vivir. Consiste en un alejamiento de la zona de confort para descubrir lo que está más allá de nuestras fronteras, y al mismo tiempo embarcarse en un viaje interior a la esencia de uno mismo. Toda una paradoja, el hecho de que alejarte te acerque a ti, que conocer lo de fuera te permita conocer también lo de dentro.
Viajar es una experiencia tan transformadora e intensa que ahora sé por qué los viajeros sentimos ese deseo o necesidad de contar cómo ha sido nuestro periplo, de desglosar todos aquellos detalles que pueden ser de utilidad a otros que estén planeando una aventura similar, y de poner por escrito por qué pensamos que viajar es algo tan maravilloso.
Escribiendo este libro me he dado cuenta de que muchas de las cosas de las que hablo no solo aplican al tema de los viajes, sino a todo aquello que ocurre cuando uno decide salir de su zona de confort y dedicarse a descubrir lo que hay más allá. Porque ese viaje a lo desconocido puede ser la metáfora de lo que ocurre cuando uno escoge una nueva dirección en su vida sin tener muy claro qué es lo que va a pasar o a quién se va a encontrar.
No voy a descubrir el mundo, sino a descubrirme yo en él, escribía en un documento de Word antes de iniciar mi viaje. Ahora sé que esa intuición sobre lo que el viaje me podría aportar no solo era cierta sino que me ha permitido transformarme en una mejor versión de mí misma, menos ajena a mí, más humana.
Viajar para descubrirnos. Viajar para conocernos. Porque viajar, es una forma de estar en el mundo.
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Antes de iniciar este recorrido con el que espero poder ayudarte a preparar tu gran viaje y a darte un empujoncito para salir de tu zona de confort, quiero sinceramente agradecerte el hecho de haber adquirido este libro y de haber confiado en mí. Deseo que disfrutes de su lectura y que te permita comenzar a darle mecha a eso que todavía tiene la forma de una intuición, sueño o deseo, pero que con el tiempo se convertirá en algo más grande, y de lo que tú serás su principal protagonista. Ya lo verás.
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¿De qué va este libro?
Viajar, una forma de estar en el mundo no es un libro en el que cuento mi recorrido por los países que visité ni tampoco una lista de las experiencias que viví como tal. Más bien, es un libro sobre todo lo que aprendí en las diferentes etapas del viaje, tanto a nivel personal como a un nivel práctico, desde el punto de vista de la planificación del mismo.
En ‘Cuando el viaje es todavía un sueño’, hablo de cómo fue el proceso de tomar la decisión de viajar, de establecer la fecha de inicio y de empezar a realizar todos los preparativos que se suelen hacer.
En ‘¡Bienvenido/a a tu sueño!’, cuento todo aquello que aprendí viajando a un nivel más personal. Lo que descubrí de mí misma, la superación de obstáculos, la apertura a otras culturas, etc. están descritos en esta parte, aprendizajes que supusieron la verdadera esencia del viaje, y que por tanto configuran el corazón del libro.
En ‘Cuando el viaje llega a su fin’, escribo sobre lo que suele ocurrir cuando uno ya tiene fecha de vuelta y sabe que su vida volverá ‘a la normalidad’ (si es que eso existe). De nuevo, y siempre basándome en mi experiencia, doy algunos truquillos sobre cómo afrontar esta parte y conseguir que el regreso sea lo menos difícil posible.
¡Ah! Y otra cosa. Este libro no es un manual de viajes ni pretende serlo. No es una guía donde se den listas de cosas que no pueden faltar en tu botiquín, ni de pasos concretos y específicos a seguir (hay muchos blogs de viajes donde puedes conseguir toda esa información). Al fin y al cabo creo que cada uno tiene su estilo y hay gente a la que le gusta planificar todo y gente que es más de ir improvisando sobre la marcha. Lo que sí te vas a encontrar leyendo sus páginas son consejos y puntos de vista que te pueden ayudar a preparar tu viaje y a enfocar mejor ese gran cambio que va a suponer en tu vida (para mejor, siempre para mejor).
Así que sin más demora, espero que lo disfrutes y que te sirva de inspiración para llevar a cabo tu propia aventura.
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Cuando el viaje es todavía un sueño
Tienes un trabajo y quizás una relación de pareja. Tienes a tu grupo de amigos de siempre, una familia, la casa de tus padres a la que ir a comer y a dejarte mimar, tus hobbies, escapadas y planes de los domingos. Tienes una vida normal en la que cada mañana madrugas, realizas tu jornada en un trabajo que más o menos te gusta, sales, te juntas con amigos o vas al súper o al gimnasio, llegas a casa, preparas la cena, ves la tele y te vas a dormir para, al día siguiente, hacer lo mismo. Eso, así a priori y sin entrar en detalles del grado de felicidad y satisfacción que a cada uno le reporta, suele ser la archiconocida rutina por la que nos movemos de lunes a viernes. Creo que todos sabemos de lo que estoy hablando.
La cosa adquiere otros matices cuando comienzas a darte cuenta de que tu trabajo no es lo que tú habías soñado y que tampoco te reporta nada a nivel personal. A lo mejor llegas a una etapa en la que te empiezas a replantear las cosas y a vislumbrar otras alternativas profesionales que, por desgracia, tampoco te dicen nada. Poco a poco empiezas a tener la certeza de que no quieres convertirte en la típica persona que al llegar a mayor se lamenta por no haber realizado el trabajo de sus sueños, o de no haberle echado valor a la vida cuando tocaba.
Y es entonces, en algún punto intermedio entre el agobio y la desesperación, cuando comienzas a notar una especie de pálpito, muy tenue al principio, casi imperceptible, pero una nueva sensación al fin y al cabo. Empiezas a intuir que a lo mejor lo que necesitas es tomarte un paréntesis, parar y replantearte tu vida; coger fuerzas, meditar y dejar que el camino que quieras seguir vaya apareciendo delante de tus ojos.
Por otro lado, y si eres uno de esos a los que como a mí nos picó el insecto que trasmite el deseo de viajar, quizás te plantees que ese come come mental tenga algo que ver con realizar ese sueño que llevaba tanto tiempo en la lista de ‘cosas por hacer antes de morir’. Atas cabos, te llevas un dedo a la barbilla, mordisqueas un lápiz y tu cerebro empieza a funcionar a un ritmo distinto. Tu piel se eriza, tu corazón se acelera y empiezas a notar una especie de gusanillo recorriendo tu cuerpo mientras un pensamiento va acomodándose en tu mente: ¿y si el momento que estaba esperando resulta que es este?
Porque para los que hemos sentido en algún momento la necesidad de liarnos la manta a la cabeza y hacer un gran viaje, éste no representa una vía rápida de escape donde soñemos con tirarnos a la bartola por equis meses y no volver hasta que se acabe el dinero. Para los que tuvimos esa intuición de que lo que necesitábamos y queríamos en un momento dado era viajar, éste no suponía una oda a la vaguería o un portazo a una
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realidad que no nos gustase sino, y muy al contrario, representaba el inicio de algo grande, la realización de un sueño, el despertar a una nueva forma de ver las cosas que nos decía que eso de esperar a la jubilación para cumplir los sueños no iba con nosotros.
Para los que tuvimos ese pálpito, ya por aquel entonces intuíamos que viajar supondría un soplo de aire fresco, de aprendizaje y de inspiración. Algo que tenía que ver con llenarnos de vida y con recibir una enseñanza mayor que la que cualquier escuela o empleo pueda ofrecer jamás.
Realmente hasta aquí no hay nada raro porque quien más y quien menos asocia el viajar con esa desconexión de la rutina y del estrés, y con esa fuente de inspiración y recarga de energía.
El problema viene cuando quieres hacer un viaje más largo, uno de esos sin billete de vuelta en el que los días de la semana pierden su significado para convertirse simplemente en ‘días de vida’. Ahí, y justo ahí, es cuando la cosa empieza a enturbiarse porque es entonces cuando la mayoría de la gente te dirá aquello de que ‘estás loco/a’ y de que ‘ya viajarás cuando te jubiles’. Es en ese momento cuando tu intuición y tu entusiasmo chocan con una realidad desmotivadora, negativa (la llamarán ‘realista’ seguramente), y castrante de tu sueño. Y lo peor de todo, es cuando te empiezas a plantear si la loca por querer vivir la vida eres tú o son ellos. Si te sientes identificado/a con esa descripción, entonces te podrás hacer una idea de cómo fue ese momento para mí.
Vivía en Londres. Llegué allí en el otoño del 2006 con la idea de quedarme 6 o 7 meses para mejorar mi inglés y volverme al año siguiente a Madrid. Empecé como camarera en el Starbucks y aunque al principio el cambio fue un poco difícil, me fui adaptando a la nueva situación. A medida que mi inglés mejoraba me iba dando cuenta de varias cosas: por un lado, si quería realmente hablar bien inglés iba a necesitar algo más de seis meses para lograrlo. Y por otro lado, si seguía como hasta entonces podría optar a algún puesto de trabajo de lo mío, o sea, en algún medio de comunicación. Al tiempo que eso pasaba, a España no le iban las cosas nada bien. Cada vez había más desempleo y menos oportunidades para la gente recién graduada. La realidad era que mi situación mejoraba lejos de un país que ha vivido y sigue viviendo algunos de los años más difíciles del últimas décadas.
El caso es que el tiempo fue pasando y yo me encontraba a gusto en Londres. Allí comencé a trabajar de lo mío, me enamoré, aprendí a sacarme las castañas del fuego, me rodeé de grandes personas y mejores amigos, y aprendí a valorar aspectos de una cultura nueva para mí. No me voy a extender mucho más porque este relato no va sobre mi vida en Inglaterra, pero sí diré que una de las cosas que más me atrajeron de la
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cultura británica fue su flexibilidad, su apertura a lo nuevo, y su empeño para hacerte pensar fuera de la caja, out of the box, como dicen ellos.
En Inglaterra no hay tanta resistencia al cambio y allí es muy normal que alguien cambie de trabajo o incluso de profesión, con independencia de la edad que se tenga. Y dentro de todo ese emprendimiento y maleabilidad con respecto a las circunstancias de la vida, se encuentra un término precioso e inspirador, uno de esos descubrimientos que te llenan de alegría por el solo hecho de existir: el gap year.
Gap year se vendría a traducir en español como ‘año sabático’. Ahora bien, el concepto que se tiene en el mundo anglosajón del gap year es bien distinto al que tenemos nosotros. Mientras que para el mundo hispano es sinónimo de tirarse un tiempo de vacaciones sin hacer nada de provecho, de vaguería, o de vivir del cuento, para los ingleses equivale a hacer una inversión en uno mismo, a un paréntesis renovador realizado en un determinado momento de la vida, que puede ser al final del instituto, en medio de los estudios universitarios, al terminar la carrera, o en pleno desarrollo profesional.
Los ingleses entienden que viajar es la universidad de la vida. Saben que hay cosas como la motivación, el aprendizaje o la inspiración que mejoran y se fortalecen cuando uno viaja al extranjero por un largo periodo de tiempo, y que las experiencias que se viven hacen que las personas obtengan nuevas habilidades (skills), dignas de ser mencionadas en cualquier currículum. Si bien el viaje es lo que se ve desde fuera, lo cierto es que la esencia del mismo está formada por muchos sueños, ideas, proyectos y motivaciones que pueden provocar que la persona descubra en ella nuevas destrezas e inquietudes, valores hasta entonces desconocidos, o incluso una nueva pasión o profesión.
En mi caso, lo que más me llamaba la atención sobre la posibilidad de hacer un viaje tan largo, era el hecho de saber que de algún modo éste representaría el acceso a una parte desconocida de mí que me permitiría desarrollarme en nuevas facetas y contextos. No voy a descubrir el mundo, sino a descubrirme yo en él.
Siempre me ha gustado viajar. Mi primer sueldo fue para un viaje a Túnez y desde muy pequeña he tenido claro que lo mío con el mapamundi era una relación de amor para toda la vida. Cuando empezaba a vislumbrar la idea de un viaje tan largo, a menudo pensaba en todos esos aprendizajes y facetas desconocidas que de alguna forma sabía que estaban en mí pero que todavía no habían visto la luz. Esta razón, un tanto más espiritual por así decirlo, me parece que es una de las más poderosas e influyentes por la que la gente se decide a dar el paso, hacer la mochila y lanzarse a descubrir el mundo.
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Por tanto, y después de haberte explicado el concepto de año sabático, creo que este punto es importante para decirle a los demás que tu deseo de ponerte la mochila no tiene nada que ver con tirarte en una playa y no hacer nada por 6 meses o el tiempo que sea. Es precisamente todo lo contrario. Cuando uno viaja como mochilero lo menos que hará será descansar, y cuando digo descansar me refiero a todos los niveles: físico y mental. Pero a eso ya llegaremos.
Siguiendo con el relato por orden cronológico, te diré que ahora llegan dos de los momentos más difíciles de afrontar: el de establecer una fecha de inicio y el de decirle a tu gente que te vas.
Establecer la fecha del inicio del viaje
Sabes que te quieres ir y en tu cabeza más o menos la cosa funciona. Ahora bien no basta con imaginarse el viaje. Tienes que ponerte manos a la obra y comenzar a ‘desmantelar’ tu vida tal y como está. Pero para eso es importante establecer una fecha.
Yo llevaba un par de años con la idea del viaje pero nunca llegaba a concretar nada. Aunque sabía que era algo que quería hacer en algún momento dado de mi vida, siempre lo acababa posponiendo. Fue así como en el verano del 2012 decidí acabar con la postergación y establecer una fecha. Me iría en septiembre del año siguiente.
Tenía 12 meses por delante para ahorrar todo lo posible. Intenté limitar gastos y no excederme mucho durante las vacaciones que tomé ese año. Lo bueno de cuando uno ahorra para hacer algo que quiere es que no le cuesta tanto ni lo ve como un enorme sacrificio. Como se suele decir, sarna con gusto no pica y a mi me encantaba pensar en los futuros usos que le daría a ese dinero que me estaba ahorrando.
Ponerse un año de plazo me parece un buen margen para ahorrar y empezar a preparar todo, aunque eso también depende claro del nivel de preparativos que cada uno tenga que hacer. En mi caso tenía que dejar la casa de alquiler en la que vivía en Londres y hacer la mudanza de la mitad de mis cosas a Madrid. Aproveché el cambio para donar gran parte de mis pertenencias a charities y organizaciones de recogida de ropa. Tenía una necesidad de aligerar mi vida y de empezar a ‘soltar’ cosas, a desapegarme de ellas. Esto no es algo estrictamente relacionado con el viaje pero es una buena ocasión para hacer un barrido y ver todas aquellas cosas que ya no te sirven y puedes donar, vender o regalar para que otros les den un mejor uso. Es una práctica zen muy conocida y te aseguro que adquieres una sensación de ligereza muy chula. Aprender a vivir con menos es una de las
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grandes enseñanzas del viaje y puedes empezar a practicarla desde antes de su inicio.
Lo importante en toda esa cuenta atrás, bajo mi punto de vista, es no agobiarse con la lista de preparativos. Ten en cuenta que estás a punto de ‘dejar todo’ para cumplir un sueño, por algo que deseas hacer, así que disfruta de todo ello sin que te suponga un estrés. Además, vas a necesitar energía para la otra tarea pendiente y que te va a requerir todas tus fuerzas: decirle a tu gente que te vas a viajar por el mundo.
Decirle a tu gente que ‘dejas todo’ para irte de viaje
Este fue sin duda el momento más difícil para mí. El decírselo a la gente de mi entorno londinense fue sencillo. Como te decía antes, allí no hay que explicar demasiado las razones por las que te quieres tomar un año sabático porque muchísima gente lo hace. Es algo normal, forma parte de su cultura. De hecho, siempre recordaré las palabras de mi jefe cuando le dije que dejaba el trabajo: ‘haces bien. Ahora que eres joven, aprovecha a ver el mundo’. La cosa cambió cuando llegó el turno de explicárselo a mis padres y a mi entorno español. Aunque ya contaba con eso.
Antes de nada quiero decir que lo que explico en este punto no es ninguna crítica ni quiero que nadie se sienta ofendido. Simplemente, y como te comentaba más arriba, el concepto de año sabático es muy diferente en España y en países latinos, y es muy normal que la idea de que alguien ‘necesite’ unas ‘vacaciones’ tan largas cree confusión. A todo ello también contribuye el hecho de que en estos tiempos tan difíciles a nivel de empleo, a muchas personas no les sea fácil entender la idea de que alguien deje un trabajo estable para irse a viajar y lanzarse a la incertidumbre.
El caso es que esta parte de la película fue la más difícil para mí porque aunque tenía bien claro lo que quería decir y mis argumentos eran claros y honestos, todo eso chocó con el muro de ‘eso ya lo harás cuando te jubiles’, ‘cómo vas a tirar tu trabajo por la borda’, ‘hay cosas más importantes en la vida’, ‘la vida no ofrece tantas oportunidades como para estarlas desperdiciando’, ‘pues vete un mes por ahí y ya está’ y el archiconocido ‘estás loca’. Hablando con otros viajeros e incluso algunas personas que me han contactado este año a través de la Web, casi todos hemos pasado por este momento amargo y difícil pero todos hemos tenido claro también que eso de locura no tenía nada. En mi caso un viaje así era un sueño, pero también la necesidad de poner fin a una forma de trabajo (marcada por el tríptico silla/mesa/ordenador)
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que no me aportaba nada en lo personal ni en lo profesional. Sabía que era el momento adecuado por muchos motivos y así se lo haría saber a la gente de mi alrededor.
A mis padres les expliqué todo lo que llevaba dentro, lo que sentía y pensaba, de la mejor manera en que me supe y pude comunicar. Les dije que pensaba poner en marcha un blog de viajes, que quería dedicarme a la fotografía, que necesitaba reinventarme y descubrir qué me motivaba profesionalmente. Necesitaba tomar distancia para aclarar ideas. Necesitaba sol, hartarme de sol. Sentir que me llenaba de vitamina D para dar al traste con la falta de luz acumulada en todos esos años. El resultado fue que la conversación terminó convirtiéndose en una discusión en toda regla, un partido de tenis argumentativo en el que las razones de una parte eras incomprensibles para la otra y viceversa. Al final de esa acalorada hora que a mí se me hizo eterna, mi padre me contestó un tanto cabreado y con cierta resignación: ‘tú sabrás lo que haces… ya eres mayorcita’.
Si me pidieras un consejo para afrontar y superar este momento, te diría que tratases de enfocarlo desde lo personal, desde lo que para ti supone o supondría hacer un viaje así. Es muy útil tratar de explicar el concepto de año sabático desde el punto de vista del gap year (motivación, nuevas habilidades, apertura de mente, etc.), pero en vez de dar argumentos del tipo ‘todos lo hacen’ o ‘en otros países es muy común hacer un viaje tan largo’, creo que sería mejor que volcaras tus razones en ti y explicaras qué supondría para ti realizar ese sueño, por qué es tan importante cumplirlo.
Los argumentos que la gente utilizará para tratar de quitarte la idea de la cabeza siempre serán un tanto irreversibles y catastrofistas. Según éstos, pareciera que si uno deja su trabajo le será imposible encontrar otro cuando vuelva, o que por el hecho de querer viajar por un tiempo uno esté renunciando a su familia, o no valore todo lo que hay en su vida.
Un gran viaje no es una decisión irrevocable y sobre todo, la vida continúa a través y después de él (por no decir que hacer un viaje así fue para mí la mejor experiencia que he tenido y sin duda una de las mejores decisiones que he tomado en mi vida). Sé que el panorama profesional está tremendamente difícil en muchos países y sobre todo en determinados sectores. Pero pensar que por renunciar a un trabajo ya va a ser imposible encontrar otro a la vuelta es sacar las cosas de quicio, es dramatizar innecesariamente, y más aún cuando el trabajo al que estás renunciando no te satisface ni en lo profesional ni en lo personal. Creo que todos tenemos derecho a parar y a tomarnos un respiro para ordenar ideas, priorizar todo aquello que queremos y que no queremos. Como dice una de mis frases favoritas de Jorge Bucay: nadie puede hacer por ti lo que tú mismo debes hacer. La existencia no admite representantes.
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Así que para ir cerrando este apartado y secar la gota de sudor que aparece cuando pensamos en este tema, voy a resumir algunos consejos que te vendrán bien a la hora de plantear el viaje a tu gente:
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Trata de hacer entender, si es eso lo que sientes, que no se trata de una ruptura con todo lo anterior, sino de un punto y aparte o un nuevo capítulo en tu vida. No es algo irreversible y el hecho de que te vayas y dejes tu trabajo no va a hacer que ya nunca más vuelvas a encontrar otro empleo. Al contrario, aprenderás nuevas habilidades y valores que seguro te serán muy útiles para tu experiencia laboral.
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En caso de tener pensado algún proyecto para desarrollar durante el viaje, introdúcelo en la conversación. Puede ser escribir un blog o componer música o cualquier actividad que te ilusione y que para ti sea importante porque te gusta y lo sabes hacer.
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Explica las razones por las que piensas que es el momento adecuado para emprender el viaje, por qué ahora y no dentro de 5 meses o 2 años.
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Sé comprensivo. A mí me hubiera gustado que en su momento me hubieran dado una palmadita en el hombro a modo de ‘adelante, apoyamos tu idea’. No fue así, pero como te comenté antes es cierto que también contaba con ello. Iba preparada para la conversación que mantuve con mis padres y también entendía sus miedos, dudas y noes. Su preocupación no son los otros sino tú así que trata de ser comprensivo y de escuchar sus argumentos también.
Sé honesto/a y comunica aquello que el viaje supone o supondría para ti: qué es lo que pretendes conseguir y/o por qué quieres hacerlo y lo importante que sería para ti contar con su apoyo. Utiliza el significado del gap year para explicar tu año sabático. Trata de comunicar que no tiene nada que ver con irse a un lugar para no hacer nada sino todo lo contrario.
Vale, ya le he dicho a mi gente que me voy, ¿y ahora qué?
Como te dije antes, para mí la parte más difícil fue la de decirle a mi familia que me iba por un año, pero eso no quiere decir que a partir de ahí todo fuese sencillo. Por delante quedaban vaciar el piso, una mudanza hecha por tandas, dar el aviso en el trabajo y sobre todo, muchas despedidas. En mi caso a todo este proceso se sumó el final de una relación personal de
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más de cinco años, así que como te podrás imaginar, los meses previos al inicio del viaje no fueron un camino de rosas.
Me voy a ahorrar los detalles de la mudanza o de lo emotivo que fue el decirle ‘adiós’ a Londres porque creo que no aportan mucho al propósito del libro. Donde sí me voy a detener es en la compra de los artículos y algunos accesorios para el viaje porque creo que te puede interesar algún consejillo que otro. Sobra decir que por supuesto es solo una opinión y puede que tú tengas otra bien distinta con respecto a las compras que hacer y cuándo empezar a hacerlas. Pero en cualquier caso, no está de más mencionar algún que otro punto.
La mochila
Si vas a viajar como mochilero/a, la elección de la mochila es fundamental. Ten en cuenta que vas a vivir a lo ‘tortuga’ por un tiempo largo, con lo cual no te vale cualquier mochila sino una que te haga sentir que está hecha para ti.
Yo la compré con bastantes meses de antelación, aprovechando un descuento en una tienda de artículos de viajes y montaña. Las semanas anteriores a la compra de la que por fin sería mi mochila fueron un frustrante entrar y salir de tiendas en las que no veía nada interesante. Por otro lado, muchos vendedores me trataban de vender cualquier mochila sin tener en cuenta el tipo de viaje que iba a hacer o la duración del mismo. Porque no es igual una mochila que se use para hacer un trekking de 10 días en los que tienes que ir cargando con ella todo el rato, que otra con más capacidad pero que a su vez sea cómoda y se adapte bien a tu cuerpo. Mi mochila en cuestión era de la marca Osprey y fue la que la vendedora me recomendó nada más saber el tipo de viaje que iba a hacer. Lo que me encantó de la mochila fue que su cremallera se abría por completo y que tenía un tamaño intermedio, justo como yo quería. El hecho de que la mochila se abra entera como una maleta normal hace que todo esté siempre a mano y que no tengas que andar revolviendo las cosas. Durante los 11 meses que viajé con ella nunca me dio ningún problema y hasta la fecha sigo encantada con la compra que hice.
Guías y blogs de viaje
Este es quizás el aspecto más personal de todos porque hay gente que no puede salir de viaje sin una guía en la mochila y hay otros que pasan olímpicamente de ella. También es verdad que no es lo mismo visitar un país y por tanto cargar con una solo libro que tener distintos destinos. Si eres de los que prefiere recurrir a la guía de viaje pero no quieres tener que comprarte todas, hoy en día es posible adquirirlas en versión PDF
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para tu ebook, ordenador o tableta (en caso de que viajes con ellos), lo cual te ahorrará mucho peso y espacio. Si aún así prefieres el libro físico pero no te quieres comprar todas las guías porque además, cuestan su dinero, te puedo decir por ejemplo que en muchos países de Asia se venden guías de viaje pirateadas. Son fotocopias de las originales pero conservan el formato del libro. A excepción de las fotos, que pierden un poco de calidad, el resto de la guía es igual que la original y hace la misma función con la diferencia de que solo pagas alrededor de 3 euros por ella.
Desconozco si en otros países también se encuentran estas versiones pirateadas pero por lo menos en la parte de Vietnam, Tailandia y alrededores no tendrás problemas en encontrarlas.
Como alternativa a las guías de viaje yo consulto los blogs de otros viajeros, por la posibilidad también que existe de ponerme en contacto con ellos y preguntarles alguna cosa de antemano. Ahora bien, debido a la gran cantidad de blogs que existen creo que es muy importante hacer una selección de aquellos que más te gusten, bien por lo informativos y actualizados que sean o porque veas que sus autores viajan de una forma muy similar a la tuya y tenéis gustos parecidos.
Al principio de mi viaje, cuando estaba en la India, utilizaba la Lonely Planet para informarme sobre qué ver y alojamientos y sitios de comida recomendados que fuesen baratos. Pero cuando me fui de allí decidí que quería continuar el viaje sin la Lonely por varios motivos: en el momento en el que algo aparece en ella deja de ser secreto para convertirse en box populi, con lo cual todo el mundo acaba yendo a los mismos sitios. Además me parecía que leyendo la guía me estaba constriñendo mucho a sus consejos y recomendaciones y corría el riesgo de perderme todo eso desconocido y casual con lo que a mi tanto me gusta que me sorprenda el día. Y por otro lado, hay tantos blogs de viaje buenos y útiles que me parecía absurdo limitarme a solo un libro de viajes.
Medicinas y vacunas
Es importante llevar un kit médico. Aunque sea algo muy pequeño y muy básico, uno nunca sabe cuando puede necesitar unas tiritas, un paracetamol o un poco de povidona yodada, además de laxantes o saquitos con polvos para hacer suero. En este sentido me parece que uno mejor que nadie sabe lo que le conviene llevar o lo que puede necesitar. Ahora bien también es verdad que a menos que uno se vaya a un lugar sumamente remoto, en el mundo hay farmacias (puede parecer una obviedad pero yo preparé mi bolsa de medicinas como si no fuese a encontrar una en todo el año). Con lo cual y aunque es importantísimo llevar un pequeño neceser
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con lo básico, no te líes a comprar medicinas y tiritas como si no fueras a volver a ver una farmacia en el viaje.
Con respecto a las vacunas, decirte que es fundamental enterarse de qué tipo de enfermedades hay en la zona o zonas que vas a visitar y que actúes en consecuencia según lo que tú consideres. Hay vacunas que son obligatorias y otras recomendables pero en cualquier caso es una elección personal.
Ropa y otros accesorios
Este tema vuelve a ser bastante personal. Hay gente que prefiere irse a una tienda de accesorios y ropa de montaña y comprarse prendas con tejidos especiales de esos que transpiran o que se secan rápido. Yo personalmente seguí el consejo de unas amigas que habían ido a la India antes que yo: vete con lo puesto y lleva alguna manga larga por si hace frío. El resto cómpratelo allí cuando llegues. Además de ahorrarme bastante dinero comprándome las cosas en puestos callejeros en vez de en una tienda de montaña, eso me sirvió para adquirir un tipo de ropa apropiado para el país donde estaba. Lo que trato de decirte es que independientemente de la opción que prefieras, no dejes que las compras de ropa y de accesorios te estrese antes de empezar el viaje, ya que siempre te quedará la nada desdeñable opción de ir comprando sobre la marcha (algo que de todas formas harás en algún momento).
El seguro de viaje
De elección personal también y por eso no me enrollo mucho en este tema. Simplemente comentarte que mires la opción que ofrecen algunas compañías de asegurar solo un aspecto concreto del viaje. Por ejemplo, yo contraté dos seguros para cosas diferentes: uno que cubría solamente la parte médica y sanitaria y otro para asegurar mi cámara y mi portátil.
Ante todo no te estreses
Son muchos los preparativos que hay que hacer antes del viaje pero eso no significa que haya que estresarse. Lo más importante es el tema de las vacunas, el seguro y encontrar una buena mochila. El resto creo que lo puedes ir viendo sobre la marcha y que en cualquier caso son cosas que vas a poder resolver fácilmente. Si tienes claro lo que quieres meter en tu mochila, siempre es buena idea empezar a mirar con antelación en tiendas o en internet porque puedes sacar partido a los descuentos que hay a veces. Yo en la compra de mi mochila me ahorré un 20% por ser el mes
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dedicado a las bolsas de viaje, lo cual me vino de perlas porque no era precisamente de las más baratas.
El último mes antes de tu viaje
He decidido incluir este apartado en el libro porque leyendo las experiencias de otros viajeros, algunos comentaban que en las semanas previas al viaje de repente empezaban a tener algunas dudas con respecto al mismo. Yo creo que es esa especie de vértigo que sentimos cuando tomamos consciencia del giro tan grande que va a tomar nuestra vida, y de aquello que estamos a punto de hacer. Algo así como ¿y si tenían razón y todo esto es una locura? ¿Y si me canso pronto o empiezo a viajar y no me gusta la experiencia? ¿Y si no me adapto? ¿Y si me pongo malo/a? ¿Y si lo mejor fuera quedarse aquí?
He de confesar que todas esas dudas existenciales se mantuvieron lejos de mí y nunca me planteé lo que estaba a punto de hacer desde el miedo o la incertidumbre, sino desde la certeza de que era algo que quería y necesitaba hacer. Era un sueño, una oportunidad al alcance de la mano que estaba a punto de comenzar. Por otro lado, los últimos meses estuve tan ocupada diciendo ‘adiós’ a la ciudad en la que había vivido los siete últimos años que tampoco tenía mucho tiempo para pararme a pensar en lo que estaba a punto de ocurrir. Pero en cualquier caso, y ante la posibilidad de que tú puedas ser uno de esos a los que las dudas les invaden en el último momento, te ofrezco un pensamiento para reducir los interrogantes y los miedos:
Piensa en el viaje como algo que si por algún motivo no te agrada tanto como tú pensabas, o que si echas mucho de menos a tu país y a tu gente, en cualquier momento puedes volver. Parece muy obvio, pero como te decía en otra parte del libro, hay veces que por la forma en la que lo pinta la gente parece que sea algo irrevocable, como si estuvieras renunciando a lo demás, como si te estuvieses jugando todo a una única carta. Desdramatiza, toma distancia de tus pensamientos y analízalos: estás en ese punto porque así lo has decidido y no solo eso, sino que tienes la suerte de poder estar en el umbral de tu sueño. Eres un/a afortunado/a, con letras mayúsculas. No todo el mundo tiene la oportunidad que tú estás a punto de vivir, no a todo el mundo se le cumple su sueño o hace por cumplirlo. Así que si ves que te empieza a entrar el tembleque, toma aire y respira. Coge distancia de ese pensamiento un tanto exagerado y repítete a ti mismo que en caso de que no te guste la experiencia siempre puedes comprarte un vuelo de vuelta y estar en tu casa de nuevo un par de días más tarde.
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Y si ves que lo que te entran son los agobios del ‘no me da tiempo a hacer todo lo que tengo que hacer antes de irme’, te digo lo mismo: toma aire, respira y en este caso hazte una lista de prioridades, es decir, con las cosas que tú crees que tienes que hacer sí o sí antes de irte. Todo aquello que de verdad tienes que hacer, subráyalo con un color o asígnale los primeros puestos de la lista. Todo lo que a ti te gustaría hacer pero no es necesario o fundamental para irte, táchalo y deja que no te estrese. Te lo digo por experiencia, porque yo me llené la cabeza de quehaceres y al final hubo cosas que no me dio tiempo a hacer como a mí me hubiesen gustado, o que directamente ni siquiera pude hacer (es lo que ocurre cuando te tienen que quitar las muelas del juicio dos semanas antes de irte a un viaje de casi un año. Cosas del directo…). Insisto: si no te impiden irte y no son tan importantes como tú crees, relégalas a las últimas posiciones de la lista y no dejes que te agobien.
También te recomiendo que trates de estar enfocado en ese momento. El giro que va a tomar tu vida es muy grande, sí, pero tan importante como el viaje en sí lo es disfrutar de esa etapa previa al mismo. Toma conciencia de todo lo que tienes (y cuando digo ‘todo’ me refiero a ‘todo’): familia, amigos, compañeros de trabajo, las escapadas al cine, tus visitas semanales a la casa de tus padres, tus conversaciones con tu familia, tus cañas con los amigos, tus noches de fiesta en el lugar donde vives, etc. Ese tiempo previo al viaje es fundamental porque aunque después regreses al mismo entorno, lo cierto es que estás a punto de decirle ‘adiós’ por un tiempo, y sería una pena que por pensar tanto en los preparativos pasaras por alto la intensidad de ese ‘hasta luego gente’ tan especial.
Por muchas ganas que tengamos de comenzar a viajar no deja de ser importante el tener los pies en la tierra y no adelantarnos a lo que de todas formas estamos a punto de comenzar a vivir. Dejamos atrás nuestro entorno y eso se merece toda la importancia, atención y gratitud que podamos ofrecer porque en definitiva, eso también es único.
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¡Bienvenido/a a tu sueño!
Amo viajar. Adoro viajar. Soy adicta a esa sensación de llegar a un lugar nuevo, de sentarme en un bar o terraza y hasta en una acera de la calle viendo a la gente pasar, aprendiendo de esa cultura, de ese país. Viajar es magia, es una aventura constante donde no sabes lo que el día te va a deparar ni a quién conocerás. Es un continuo aprendizaje ya no solo del mundo y de los demás sino de ti en él. Es el polo opuesto a la zona de confort en la que solemos vivir y por eso es una experiencia tan transformadora.
Antes de empezar a recorrer el mundo recuerdo que una tarde me puse a escribir algo así como lo que esperaba de mi viaje. Recalco el ‘algo así’ porque precisamente una de las ideas del mismo era no esperar nada concreto ni aferrarme a ningún tipo de expectativas. ‘No espero nada para encontrarlo todo’, escribía en un documento de Word.
También por aquel entonces intuía que lo que estaba a punto de ocurrir no tenía nada que ver con búsquedas ni metas definidas, sino con un proceso más largo, una parte del aprendizaje vital en mi línea del tiempo que se convertiría en un tatuaje en mi memoria, un recuerdo imborrable para toda la vida.
Así que teniendo todo eso en mente, te diré que lo que te voy a contar a partir de ahora van a ser las cosas más importantes que aprendí, lecciones de vida que aparecieron durante esos once meses entre estaciones de tren, habitaciones de albergues, noches de autobús y paseos en bicicleta. Aprendizajes y lecciones de vida a los que por supuesto contribuyó toda la gente maravillosa que se cruzó en mi camino y a la que tuve el privilegio de poder conocer.
Viajar te abre la mente
Viajar es algo así como adentrase en el maravilloso país de Alicia donde cada puerta que se abre te conduce a una realidad única y diferente. El ponerte en contacto con distintas culturas, idiomas, estilos y formas de vida, hace que te empieces a plantear cómo es la existencia más allá de tu zona de confort y de tu país. Aprendes a ver cómo otras culturas afrontan la muerte, su día a día o la educación de sus hijos. Aprendes a ir adaptándote a toda esa novedad y ver lo bueno y lo no tan bueno, lo que a ti te sirve y lo que no, aquello a lo que te podrías acostumbrar si vivieras allí y aquello que te llevarás contigo de vuelta. En definitiva, te abre la mente como ninguna otra experiencia lo haya hecho hasta entonces. ¿Y sabes qué es lo mejor de todo? Que una vez que tu mente absorbe toda esa
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información se moldea y se hace más flexible, haciendo que a partir de ese momento no vuelvas a pensar las cosas desde un punto de vista cerrado y limitado, sino abierto a otras posibilidades que nunca antes te abrías planteado. No solo aumenta tu imaginación y creatividad sino que te vuelves más tolerante hacia lo desconocido porque te das cuenta que todo aquello que ignoras no es más que el resultado de no haber nacido en esa parte del mundo.
Cuando empiezas a viajar y comienzas a rodearte de otros viajeros que se mueven en unas condiciones parecidas a las tuyas (me refiero a viajeros de verdad y no turistas que van de resort en resort), te das cuenta de que toda esa gente y tú compartís ya no solo la pasión por los viajes sino una forma de pensar muy parecida, esto es: abierta, tolerante y agradecida. Empaparte de toda esa energía es algo maravilloso y sin duda alguna es una de las cosas que hacen que viajar sea algo tan especial.
Viajar para ‘arreglar el mundo’
Recuerdo con especial cariño las conversaciones que tuve con amigos viajeros que fui encontrando a mi paso. Lo especial de todas ellas fue siempre, además de la belleza del paisaje que nos rodeaba, ese deseo común de querer arreglar el mundo, de fomentar todos aquellos valores que el viaje nos iba enseñando, de saber que un mundo mejor sería posible si la gente se mirase menos el ombligo y viese más allá de sus cuatro paredes.
Recuerdo sobre todo una de las últimas conversaciones a la luz de la luna y bebiendo cerveza en el tranquilo pueblo de Mae Salong, en el norte de Tailandia, con otra amiga española y un chico argentino. Hablamos de política pero sin defender ningún partido concreto, desde el punto de vista del bienestar social, proponiendo escenarios donde los políticos actuasen en función de aquello que es mejor para los ciudadanos sin llenarse ellos los bolsillos por detrás. Hablamos de la lección más importante que el viaje nos había enseñado. Hablamos de sueños y de las reacciones de nuestras familias cuando les dijimos que nos íbamos a recorrer mundo. Hablamos de la soledad que a veces puedes llegar a sentir cuando estás rodeado de gente con la que no compartes nada, de lo estúpido que es el dedicarte a algo que no te satisface ni te llena personal ni profesionalmente. Entre sorbo y sorbo de cerveza templada nos aventuramos a sugerir la idea de que un mundo liderado por gente viajera sería más justo y homogéneo, en el que no habrían tantas diferencias sociales ni existiría la tiranía del dinero o del poder. En ese mundo, los pobres enseñarían a los ricos que la felicidad no depende de las cosas materiales, y los ricos compartirían con los pobres el placer de la lectura, les enseñarían a sumar y a escribir para
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acabar con esa ignorancia doliente e inmisericorde que contribuye a levantar muros entre unos y otros, y a crear mayores diferencias sociales.
Las conversaciones sobre arreglar el mundo encuentran su mejor caldo de cultivo en el propio viaje, porque es ahí donde los sentimientos afloran y se habla con la honestidad que otorga el compartir opiniones con alguien relativamente desconocido. Son momentos únicos que siempre recordaré con la morriña de quien sabe que ese tipo de charlas no se repiten demasiado a menudo.
Viajar fomenta la amistad
En el día a día suele ser relativamente fácil encontrarse con gente que te cae bien y a la que eventualmente acabas considerando un amigo. Esto pasa sobre todo en culturas como la española o la latina donde la parte social y familiar es tan importante.
Lo peculiar de cuando uno viaja es que el tiempo que pasa desde que conoces a alguien hasta que le consideras un buen amigo se reduce considerablemente. Claro que esto no sucede con todos los viajeros con los que te encuentras porque a veces sencillamente no surge ningún feeling con esa persona. Pero muy a menudo surgen lazos muy fuertes con gente a la que apenas has conocido. Prácticamente todas aquellas personas que se convirtieron en amigos con los que sigo en contacto, lo hicieron después de haber compartido una conversación de media hora. Es algo que se ve enseguida, que se palpa, como si supieras que esa persona se va a convertir en alguien importante para ti y que estará para siempre en tu vida.
Estoy pensando en mi amiga italiana Anna, con la que compartí un día y medio fantástico en la isla de Koh Rong (Camboya), tras haber charlado por media hora; o en dos amigas de Venezuela y Argentina con las que después de hacer un tour acabamos pasando varios días juntas en Fort Kochi (India). O en mi amigo de Colombia, el cual conocí esperando un tren en Agra para ir a Jaipur y con el que acabé viajando por unos días en el norte de India para terminar quedándome en su casa de Melbourne dos meses después. También recuerdo con especial cariño los días que compartí en el norte de Myanmar con una pareja, ella de Rumanía y él de Brasil, donde después de una conversación en el autobús acabamos pasando varios días juntos, y a los que volví a ver en Madrid. Y por supuesto no me puedo olvidar de otra buena amiga española que conocí en un curso de buceo y con la que recorrí el norte de Tailandia justo antes de finalizar mi viaje.
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Estas son solo algunas de las personas que me marcaron y que tuve la suerte de conocer y de considerarles grandes amigos, gente con la que compartí vivencias y recuerdos únicos que marcan algunos de los momentos más especiales de mi viaje.
Viajar te ayuda a ver que el mundo es menos peligroso de como lo pintan
Mucha gente me suele decir que soy muy valiente por haber viajado sola. Tenemos la idea de que el mundo es muy peligroso y de que la gente te va a tratar de timar o aprovecharse de ti en todo momento. Para el que crea que eso es verdad solo le aconsejo una cosa: que viaje. Ni el mundo ni las personas son tan malos como nos lo pintan. Es más, yo diría que todo lo contrario. Teniendo un poco de sentido común y valiéndote de tu intuición a la hora de ir a los sitios, verás que no hace falta ser tan valiente como pensabas porque en el fondo predomina más lo bueno que lo malo. En ese sentido, también creo que cada uno de nosotros somos y vemos lo que decidimos creer. Es decir, si yo creo que el mundo es inseguro, trataré de buscar situaciones que ejemplifiquen que, efectivamente, el mundo es muy inseguro. Y si pienso que es un lugar donde abunda más lo bueno que lo malo, encontraré casos que me demuestren esa creencia. Considero fundamental el hecho de intentar viajar sin prejuicios y evitando las comparaciones. Cada país es como es, con sus cosas buenas y sus cosas menos favorecedoras. Creo que el encanto de viajar es precisamente ese, el de descubrir ese crisol de culturas y pasados, de presentes y de interrogantes que aunque en muchos casos puedan ser incomprensibles, no por ello quiere decir que sean malos o peligrosos.
Viajar supone una constante superación personal Abandonar tu zona de confort te abre un nuevo mundo de situaciones y escenarios distintos. Ese lanzarte a lo desconocido hace que cada día pueda convertirse en un reto en potencia que te ayude a conocerte mejor, donde las hipótesis tipo qué haría yo si me encontrara ante esa o aquella situación, pasan a convertirse en realidades que te ponen a prueba y que te enseñan sobre todo a traspasar tus propios límites (o mejor dicho, los límites que tú pensabas que tenías porque al fin y al cabo, son mentales). He querido puntualizar en este aspecto para poder definir mejor el tipo de superación a la que realmente me refiero. Te pongo un ejemplo: cuando
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llegué a la India me llamó mucho la atención la forma que tienen de comer con la mano derecha. No hablo de remover el arroz suavemente con los dedos sino haciéndolo casi como si fueran niños pequeños, llenándose de curry hasta las muñecas, tragando porciones enormes a dos carrillos donde los granos de arroz se les quedan pegados en la comisura de los labios. Cuando vi todo eso me dije a mí misma que sería incapaz de comer así (reconozco que me daba un poco de asco). Un tiempo después no solo aprendí a comer con la mano derecha sino que descubrí que aquello me encantaba. Si bien es verdad que nunca llegué a engullir y a ‘manosear’ la comida como ellos, aprendí a integrarme en esa costumbre y a no tener prejuicios ante esa forma de comer.
En otra ocasión, cuando llegué a Australia un amigo me propuso ir a Nueva Zelanda por un par de semanas. Resulta que en ambos países se conduce por la derecha como en Inglaterra. Aunque había vivido muchos años en Londres, nunca había llegado a conducir allí y por tanto no tenía experiencia conduciendo por ese lado. Tras sopesar las consecuencias que tendría visitar Nueva Zelanda dependiendo de encontrar a otros conductores, o explorar el país saltando de un tour a otro, decidí que merecía la pena probar y conducir cinco minutos en Australia a ver qué tal me encontraba al volante. Tras superar la prueba, llamé a mi amigo diciéndole que había encontrado a una conductora para el viaje: yo. Y así fue como pasé de una incapacidad mental a conducir por la derecha, a hacerme algo así como 1500 km al volante yo sola a través de las islas norte y sur de Nueva Zelanda. También pueden darse situaciones un tanto más fuertes que se te cruzan en el camino de golpe y porrazo, sin ningún tipo de aviso ni anticipación. Eso es lo que me ocurrió una buena mañana trabajando como voluntaria en uno de los centros de la Madre Teresa, en Calcuta. Resulta que cada mañana el grupo de voluntarios que llegábamos a la sede de la Fundación éramos repartidos por los distintos centros. En Prem Dan, el centro en el que yo estuve varios días, solíamos llegar y ayudar con las tareas de limpieza de la enorme habitación en la que dormían las enfermas. Una vez hecho esto, salíamos al patio para la ‘sesión de belleza’ de las mujeres. Les poníamos crema para calmar la sequedad de su piel, les peinábamos los cuatro pelos que tenían y les dábamos un ligero masaje que agradecían como agua de mayo. Una de las veces en las que tenía algo de crema en la mano oí que una de las enfermeras me llamaba por detrás y señalaba a una de las mujeres que estaban sentadas en un lateral del patio. Siguiendo la dirección de su dedo me topé con una mujer ciega cuyo brazo estaba totalmente destrozado a consecuencia del ácido que le había echado su marido. Todavía hoy recuerdo ese segundo que a mí me pareció una eternidad, viendo aquel trozo de carne que un maldito día dejó de ser un brazo para convertirse en una enorme herida supurante y deformada. Aún
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hoy me veo incapaz de describir la forma imposible de aquel brazo, de aquella injusticia. Solo puedo decir que me quedé paralizada, petrificada ante aquella visión. Mi mano temblaba ligeramente y una gota de sudor me empezaba a bajar por el cuello. No iba a ser capaz de lo que se me estaba pidiendo. Eso no. Aquello no. No podría. No sabría cómo hacerlo. Pero sucedió que un instante después, y sin haber sido consciente de mandar ninguna orden a mi cerebro, noté cómo mi pie se despegaba del suelo. Mi cuerpo, todavía titubeante, empezaba a caminar hacia aquella mujer. Poco a poco, casi conteniendo la respiración, me agaché y me puse a su altura. Y tomando ese trozo de piel como si sujetase una nube de algodón, empecé a esparcirle la crema por las cicatrices de esa herida. Lo hice lo mejor que supe, lo mejor que pude, movida por un profundo sentimiento de compasión y amor hacia aquella mujer gracias a la cual logré entender una gran lección de mi viaje: que las barreras y los ‘no podré’ solo existen en la mente, y que lo mejor que te puede suceder es precisamente enfrentarte a tus miedos y a todo aquello que te paraliza, que te frena. Como dice una de las frases que más me gustan: cuando desaparecen tus miedos, apareces tú.
Viajar te hace más fuerte
Me refiero a una fortaleza mental y emocional, a todo ese cambio tan maravilloso que ocurre en tu mente. La superación de la que hablaba antes es precisamente una de las razones por las que el viajero experimenta una sensación de bienestar y plenitud. En mi caso aprendí habilidades y destrezas nuevas y muy a menudo solía embargarme un sentimiento profundo de gratitud hacia la vida, por permitirme vivir todo aquello, e incluso hacia mí misma, por haberme concedido esa experiencia tan increíble. Viajar te hace vivir en valores, apreciar las cosas que antes dabas por hecho, extrañar a tu gente, sumergirte en la soledad a veces, en el gentío otras muchas. Viajar es un excelente ejercicio para soltar, fluir y desapegarte de las cosas y de la gente. Cada vez que tenía que despedirme de un amigo con el que había compartido unos días se me partía el alma. Por muchos ‘hasta pronto’ que acumulase aquello nunca llegaba a hacerse más fácil, menos cuesta arriba. Pero precisamente cada adiós me enseñaba una lección importantísima: la que dice que en la vida hay que fluir, la que enseña que todo está en movimiento, que nada permanece, y que por eso mismo hay que disfrutar las cosas en el presente, en el momento exacto en que suceden.
El último día que pasaba en cada país solía repasar mentalmente a la persona que había llegado y la que al día siguiente se iría para descubrir
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otro lugar. Me gustaba pasar un rato sola o incluso el día entero para poder enfocarme en todo lo que ese lugar me había aportado y de qué manera me había influido. Siempre tuve la sensación de abandonar el país sintiéndome más fuerte y más completa, menos ajena a mí.
Viajar te permite acceder a tu parte desconocida
Siempre digo que viajar es la universidad de la vida. Pero también creo, y eso es lo más maravilloso, que es la universidad que te enseña a descubrirte a ti en ti. Antes de comenzar mi aventura por Asia y Oceanía desconocía hasta qué punto me iba a gustar tanto la aventura, la comida picante y el placer de vivir en países un tanto caóticos y no demasiado ‘limpios’. Tampoco sabía que iba a ser capaz de superar el miedo a coger un tren sola en la India o que me atrevería a conducir en condiciones meteorológicas un tanto adversas. No sabía hasta qué punto no me iban a dar miedo las serpientes a la hora de dormir en pleno desierto australiano ni de lo fácil que me iba a resultar moverme por distintos sitios. Desconocía mis dotes para negociar el precio con los a veces soporíferos conductores de tuk-‐tuk o los vendedores de algunos negocios. Ignoraba mi pasión por probar comidas y sabores nuevos y ni por asomo podía imaginarme que después de 11 meses viajando, todavía tendría ganas de más. Creo que la mejor parte de descubrir algo nuevo en uno mismo, además del subidón de adrenalina y de un cierto orgullo personal a lo héroe de cómic, es la importancia que ese ejemplo tendrá para el resto de tu vida, el peso tan grande que tendrá en tu andadura personal. Algo así como el recuerdo de aquella persona que un buen día se superó a ella misma y se descubrió como un ser más capaz y más completo. Por volver con el tema de las frases que tanto me gustan, aquí te dejo mi favorita: piensa en todo aquello en lo que te has convertido y úsalo para permitirte ser todo lo que puedes llegar a ser.
Viajar te permite aprender la historia de otros países
En el colegio mi asignatura favorita era historia. Siempre he pensado que conocer el pasado nos permite comprender mejor cómo somos y hacia dónde nos dirigimos. A pesar de haber estudiado durante años no solo la historia de España sino del resto del mundo, lo cierto es que nunca nadie me había explicado que la guerra de Vietnam había afectado también a Laos, o el genocidio por parte de un tirano de tres millones de camboyanos, o la difícil situación política de Myanmar (antigua Birmania),
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o la problemática social que sigue existiendo en Australia con la integración del pueblo aborigen y el respeto de sus derechos. Poco o nada sabía sobre la historia de estos lugares así que te puedes imaginar cuál fue mi sorpresa al ir desgranando el contenido histórico de cada país.
Viajar te permite no solo ubicar en el mapa los países que vas conociendo sino que te abre las puertas a su pasado y a sus hechos históricos, lo que hace que puedas entender mejor la cultura, las costumbres y hasta el comportamiento social de una población. Es algo así como ir al lugar de los hechos para conocer de primera mano cómo eso que pasó sigue afectando al presente y las cicatrices sociales que todavía provoca.
Viajar te permite conocer y valorar más tu país
Creo que tomar distancia y alejarte de tu país de origen te permite conocer y apreciar muchas cosas que desde dentro no serías capaz de observar. Tengo que decir que empecé a vislumbrar tales beneficios mucho antes del viaje, en mi época en Londres. Allí aprendí, a valorar primero y a echar de menos después, las cañas con los amigos, las largas sobremesas con la familia, la comida de mi madre, los planes espontáneos y las tapas. También aprendí a hacer crítica constructiva sobre mi país y la lejanía me sirvió para tratar de comprender el origen de muchos problemas y situaciones causados y/o agravados por la crisis, mostrándome una radiografía social más completa del panorama español.
Tomar distancia con respecto a nuestra zona de confort nos hace recapacitar sobre el país en el que nacimos, sobre cómo somos y cómo tratamos a los de fuera. Está claro que cada lugar tiene su encanto y sus cosas buenas y malas. Pero no salir nunca de él hace que tengamos una percepción un tanto distorsionada de nuestra identidad como país y que perdamos la oportunidad de aprender sobre otras culturas del mundo y las aportaciones que podrían tener en nosotros.
Viajar como mochilero hace que te replantees la necesidad de poseer tantas cosas materiales
El hecho de que todo lo que necesitas para tu viaje quepa en una mochila es algo que todo el mundo debería probar aunque fuera una vez en la vida. Es difícil explicar la agradable sensación de libertad y ligereza que uno adquiere cuando eso ocurre porque se da cuenta de que todos esos ‘necesito’ que nos colocamos, son, en el fondo, mentales.
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Cuando uno viaja con una mochila aprende a valorar más sus pocas pertenencias, a reutilizarlas y a darles otros usos. A mí en concreto me encantaba utilizar de distintas formas mi inseparable foulard amarillo. Me hizo las veces de sábana, de gorro para el sol, de mangas para no quemarme, de espanta moscas, de antifaz para dormir, de pareo, de toalla de playa, de falda y de almohada. Y no solo era que no necesitase nada más que lo que llevaba a cuestas sino que la mayoría de las veces me podría haber apañado con la mitad de las cosas (el resto eras los famosos ‘por si’: por si me llega a hacer falta, por si llueve, etc.).
Poder vivir 11 meses con cosas que caben en una mochila hace que te replantees muchas cosas. Empiezas a dudar sobre esa necesidad que creías tener de tener 10 jerseys, veinte camisetas y dieciocho pares de zapatos. Comienzas a visualizar tu armario cargado de ropa que ya no usabas pero que seguías guardando, y de objetos y recuerdos que pensabas que sin ellos tu vida no iba a ser igual. Esa mochila viajera te hace darte cuenta de hasta qué punto vivías con la creencia equivocada de que a más cosas, más felices.
Si a eso le sumas el recorrido por países con menos recursos como India o Myanmar donde la gente vive con lo justo (y a veces ni eso), y sin embargo son felices, seguramente que empieces a valorar otras muchas cosas y a bajar del pedestal todo ese ruido material que hace que más que en casas, vivamos en almacenes.
Debo decir que ese cambio de mentalidad comenzó en un viaje que hice a Uganda en el 2012. Esa experiencia cambió mi vida en muchos aspectos ya que fue ahí donde comprendí que acumular cosas y apegarse a ellas no tiene ningún sentido.
Ver lo poco con que viven algunas personas en el mundo hace que te replantees muchas cosas, y a mi desde luego Uganda me tocó la fibra sensible. Fue así como después de ese viaje empecé a consumir menos, a suprimir el comprar por comprar y a regalar/donar/deshacerme de cosas a las que estaba tontamente apegada aún cuando ya hacía tiempo que no usaba, o no me valían.
Antes del viaje por Asia y Oceanía decidí dar un paso más y donar prácticamente la mitad de mis pertenencias. No fue ningún ataque de locura ni tampoco me quedé con lo puesto. Simplemente, entendí que llevaba demasiados años aferrada a cosas materiales que nada contribuían a mi felicidad, y dar ese paso me hizo sentir más libre, más ligera. Tenía claro que quería empezar a vivir una vida donde el mayor peso lo tuvieran las experiencias y no las cosas materiales.
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Viajar te enseña a fluir
Antes, durante y después del viaje aprendí lecciones muy valiosas, perspectivas muy distintas a las que habían guiado mi vida hasta entonces, y las cuales me han permitido crecer como persona. Pero si tuviera que escoger una de ellas me quedaría con el aprendizaje de intentar fluir con la vida. Y fíjate que no he dicho en sino con la vida, que no es otra cosa que el saber adaptarse a los cambios que se producen en el día, y tener una actitud flexible y positiva ante distintas situaciones inesperadas.
Planear las cosas está muy bien. Es una habilidad como cualquier otra y nos permite organizar nuestro tiempo y aquello que haremos con él. Pero también creo que el querer tener todo atado y bien atado sin dejar un espacio para los imprevistos, es una postura demasiado cerrada e inflexible.
A todos nos gusta que las cosas se desarrollen como nosotros queremos pero sabemos que muchas veces la vida no es así. Siempre habrá imprevistos, situaciones diferentes a las que imaginábamos, cambios de planes, cancelaciones, retrasos o cosas que simplemente no se lleguen a dar. En este sentido, viajar es un constante ejercicio de adaptación al cambio. Te enseña a fluir.
Quizás ese aprendizaje sea uno de los motivos por los que tanto amé India. En un país donde casi todo es caos y la planificación, la lógica y el sentido común muchas veces brillan por su ausencia, la capacidad de saber adaptarse a los imprevistos es fundamental. Y no lo digo porque piense que esa actitud es la buena y que las demás son equivocadas sino porque nos permitirá disfrutar más la experiencia en aquellos países donde no hay conciencia de puntualidad, compromiso o formalidad.
Durante los primeros meses en India mi actitud ante lo que sucedía era demasiado rígida e inflexible. Enseguida juzgué y sentencié, dije ‘a esto sí y a esto no’, lo que me impedía tener una experiencia plena e integradora con ese país y sus costumbres. En el momento que dejé de frustrarme porque los camareros no entendieran lo que había pedido, o porque los vendedores de las tiendas me repitieran mil veces ‘come to my shop’, o porque el autobús había tardado dos horas más en salir, empecé a experimentar la India en toda su plenitud. Me permití vivir todas esas situaciones de la forma más abierta posible, donde los suspiros empezaron a convertirse en risas por los momentos tan cómicos y surrealistas que a menudo se repetían.
Con esto no quiero decir que siempre haya que poner buena cara ante los imprevistos o que a mí me guste que un tren llegue seis horas más tarde a
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un destino. Lo único que digo es que para no echar todo por la borda y poder disfrutar al máximo de lo que ocurre en la vida creo que es importante no ponerse una coraza que nos impida vivir una experiencia de lo más plena posible.
Con el tiempo le empecé a ver el lado más positivo a los cambios de planes e imprevistos. Empecé a dejar de insistir para que algo tuviera que ocurrir a mi manera. Dejar que las cosas sucedan y aprender a fluir con ellas puede ser todo un reto. Pero te aseguro que una vez que aprendas a no desesperarte y a reestructurar tu día sobre la marcha, empezarás a disfrutar más de cada día de tu viaje. Además, recordar todo eso te será muy útil cuando vuelvas al entorno que creías tener dominado y las cosas no sucedan como tú quieres.
Creo también que a veces se nos olvida que no en todo el mundo rigen los mismos valores. Por ejemplo en Occidente suele ser bastante importante la puntualidad, el sentido común, la lógica, el orden y lo estructurado. Pero hay países en los que eso, o no es importante o no significa lo mismo. Te voy a poner el ejemplo de algo que me pasó esperando a comprar un billete de tren en Jodhpur, India. Resulta que enfrente de la ventanilla había un batiburrillo de personas al que llamarle fila sería demasiado decir. Me puse en lo que supuse que sería el último lugar y en cuestión de minutos más gente fue apareciendo y se fue colocando detrás mía. La persona a la que le estaban atendiendo seguía allí acodada en la ventanilla y mientras nada pasaba sentía como poco a poco un hombre se apoyaba cada vez más en mí. No había espacio, no había ninguna línea amarilla sobre la que situarse. Éramos directamente como un rebaño de ovejas apelotonadas. Después de un buen rato esperando por fin llegó mi turno, o eso creía yo, porque el hombre que se había apoyado en mí extendió su mano impidiéndome el paso y se puso delante mía. Yo decidí no quedarme callada y me quejé. En ese momento una chica que también formaba parte del batiburrillo me dijo que le tocaba el turno al hombre porque a la gente se la atendía siguiendo este orden: un hombre, una mujer, un hombre, una mujer, y así sucesivamente. Ante mi perplejidad y porque no estaba segura de haberlo entendido bien, le dije que yo había llegado antes que él, y la chica me volvió a repetir que él iba antes que yo porque ahora le tocaba el turno a un hombre aunque él hubiese llegado después. Y no solo eso sino que me espetó en un tono bastante contundente: señorita, las normas están para respetarlas, así que respételas.
Esa misma tarde, mientras repasaba el incidente de la fila, me planteaba el concepto tan distinto que podemos tener las personas sobre el sentido común, y el hecho de que porque lo del otro no coincida con lo que yo creo no significa que sea peor. Viendo lo que había ocurrido desde ese otro ángulo, hasta le había empezado a ver la gracia al asunto.
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Es bastante común enfadarnos cuando un transporte se retrasa porque en Occidente estamos acostumbrados a que un tren llegue cuando está anunciado. En muchos países de Oriente no solo no se quejan sino que no ven el motivo por el que tendrían que ponerse nerviosos: el tren llega cuando llega, ni antes ni después.
A lo largo de mi paso por los distintos países asiáticos fui aprendiendo a relajarme y a aceptar las cosas como venían, incluso cuando éstas no se produjeran como a mí me hubieran gustado o convenido. Fui viendo el lado positivo que ese cambio de planes podría tener si aprendía a enfocar la situación de un modo distinto. Siempre que pasaba algún imprevisto o no estaba segura de algo me repetía lo mismo: Patri fluye. Aprendí a confiar en mi intuición, a dejarme llevar cuando presentía que me iba a ir mejor si hacía eso. Aprendí a no obcecarme con hábitos a los que me costaba más adaptarme para dejar paso al placer de disfrutar el momento, aunque ese momento fuese una espera en una fría estación de tren a las seis de la mañana. Podremos no controlar la situación, pero sí elegir cómo la vivimos y cómo nos afecta.
Intentar fluir y saber aceptar lo que ocurre. Siempre me acordaré de las cenas que un amigo y yo solíamos hacernos con el camping gas mientras viajábamos por Nueva Zelanda. Casi siempre eran días agotadores donde después de trekkings y horas al volante acabábamos en medio de ninguna parte para aparcar la caravana y pasar ahí la noche. Solíamos cocinar pasta, huevos o arroz por ser lo más fácil y barato. Recuerdo una noche en la que él estaba haciendo una pasta con la media cebolla que nos quedaba y alguna lata de algo. Estábamos helados de frío y sentados en dos sillas de camping. Tras los primeros bocados yo hice un comentario sobre lo rica que estaba la pasta, a lo que mi amigo me dijo: tú no eres demasiado exigente con la comida, ¿verdad? Yo le contesté: sí, soy muy exigente con la comida, ¿pero de qué me sirve pensar en lo bueno que estaría con un poco de parmesano, pimienta y pesto casero cuando solo tenemos atún y tomate? En ese momento tenía dos opciones: salivar pensando en lo que no teníamos o disfrutar aquel plato que aunque bastante modesto, a mí se sabía a gloria.
Con el tiempo me fui dando cuenta de que todas esas situaciones en las que se producían cambios, carencias o imprevistos, me estaban ayudando a comprender una de las lecciones más importantes de la vida, la que dice que debemos aprender a valorar más lo que tenemos.
Solemos tener un nivel de frustración bastante bajo cuando las cosas no salen como queremos. No soy ninguna gurú sobre este tema ni pretendo dar lecciones al respecto. De hecho creo que aprender a fluir con la vida es una de las habilidades más difíciles de desarrollar, porque bueno, se ve muy fácil cuando a uno le van bien las cosas pero no cuando sucede lo
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contrario. Pero sí es cierto que desde que empecé a viajar, e incluso después de haber vuelto, es algo que intento tener muy presente. Creo que tener la capacidad de saber reaccionar a través de lo que a veces se nos escapa de las manos es algo muy positivo. Quizás no sea la única llave para abrir las puertas de la felicidad pero sin duda alguna creo que los tiros andan por ahí.
Viajar me enseñó a darme cuenta de que es más grande lo que nos une que lo que nos separa
Si la gente viajase más (y lo hiciera con respeto y siendo consciente del impacto que genera), el mundo sería un lugar mejor. Se darían cuenta de que las fronteras son ficticias y de que los miedos y muchas de las ideas preconcebidas que tenemos sobre otras culturas y países, son infundados. Nos diferencia el color de la piel, los rasgos, la cultura, la gastronomía, el sentido que le damos a muchos conceptos, la religión, la historia vivida. Todo eso es verdad y es precisamente lo que hace que viajar sea algo tan instructivo y apasionante. Pero por encima de todo, creo que todos somos uno y que es más grande lo que nos une que lo que nos separa.
Por mucho que las noticias de la televisión se empeñen en resaltar los aspectos negativos surgidos de los conflictos entre los seres humanos, lo cierto es que una sonrisa tiene el mismo efecto en España y en Laos, y una persona amable que te intenta ayudar es igual de gratificante en todo el mundo. He estado en situaciones donde el idioma no suponía ningún problema con mujeres del desierto del Thar, en India, precisamente por ese calor humano que no entiende de diferencias sociales ni culturales. He tenido la suerte de vivir momentos en los que el cariño de una mirada o una mano apoyada en mi brazo lo decían todo. Creo que en los momentos de necesidad y de vulnerabilidad las personas sacamos lo mejor de nosotros para ayudar y cobijar al otro, porque entendemos que al fin y al cabo, ese otro algún día podríamos ser nosotros mismos. Habrá personas que piensen lo contrario, pero yo prefiero buscar ejemplos de ese lado más humano y bondadoso y centrarme en esos gestos, más que en las faltas que puedan cometer los otros conmigo.
Viajar alimenta tu inspiración y creatividad
Viajar supone una constante novedad. Salir de lo conocido te permite descubrir todo un nuevo mundo de posibilidades y alternativas, y te abre la puerta a nuevas ideas y a algo de lo que muchas veces estamos carentes: la inspiración.
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Uno de mis lemas favoritos es aquel que dice ‘conviértete en aquello que te inspira’. Muchas veces buscamos referentes y ejemplos que nos motiven en personas ajenas a nosotros. Suelen ser personajes famosos con grandes biografías, o incluso amigos y familiares, seres cuya motivación y actitud ante la vida nosotros usamos como espejo en el que reflejarnos. Eso está muy bien, pero yo creo que uno mismo ha de convertirse en su propio referente, en aquello que le inspire en la vida. Porque si lo piensas bien, quién mejor que tú para convertirte en aquello que deseas, en aquello que quieres para ti.
Cuando leía las historias de otros viajeros, siempre me llamaba la atención el hecho de que viajar supusiera para todos ellos una fuente de inspiración donde nacían nuevas ideas y posibilidades. Muy a menudo solía preguntarme sobre qué nuevas ideas surgirían el día que yo decidiera emprender mi viaje. Me generaba curiosidad y me moría de ganas por saber hasta qué punto mi inspiración iba a salir favorecida de todo aquello.
Ahora que el viaje ha terminado, puedo decir que entiendo perfectamente eso de que viajar te abre la mente y te estimula para crear nuevas ideas. Solía tener grandes momentos de inspiración cuando menos me lo esperaba y normalmente coincidían con largos paseos en bici. La mayoría de ellos tuvieron lugar en Vietnam, quizás porque fue el país en el que más tiempo pasé sola, lo cual me permitió centrarme en mí y en mis cosas, en proyectos por desarrollar y en apreciar todo lo que ya tenía en mi vida, lo que había construido, y lo que me faltaba por vivir.
Montando en bici se me ocurrió la idea de impartir el curso de fotografía ‘Saca al fotógrafo que llevas dentro’. Y no solo eso, sino que desde el mismo sillín ya tuve claro su estructura, cómo lo impartiría, cuáles serían sus puntos fuertes y hasta el título del mismo.
Viajando se te ocurren ideas y puntos de vista distintos, incluso reflexiones que antes nunca te habías planteado. Te vuelves más creativo y aprendes a inventar otros usos para lo poco con lo que viajas y lo que tienes. Si algo no existía, me lo inventaba. Si de algo no tenía, lo sustituía por otra cosa. Allí donde antes hubiera visto un hueco, ahora veía opciones de lo más variopinto.
Viajar te enseña a valorar más la ayuda que te dan
Cuando viajas puede haber momentos en los que te puedes sentir un poco desprotegido o vulnerable. Es algo normal y comprensible, dado que te encuentras a miles de kilómetros de tu familia y de ese ambiente casero donde uno tiene la sensación de estar entre algodones. Esa vulnerabilidad
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es la causante de que uno aprecie más la ayuda que le ofrecen mientras está viajando. Y no solo eso, sino que el mismo gesto adquiere una importancia y un valor mayor que el que tendría en un ambiente más conocido.
Ahora, cada vez que veo a alguien un poco perdido en alguna ciudad o buscando un lugar concreto, procuro ofrecerle mi ayuda o algún tipo de indicación porque me acuerdo que durante mi viaje esa persona era yo. También intento compartir siempre alguna palabra de ánimo hacia las otras personas, ya que a veces creo que lo que más necesitamos oír es lo que menos nos dicen o nos decimos a nosotros mismos. Una palabra de aliento, un gesto de cariño, el ceder un asiento o desear buenos días son acciones que no cuestan nada y que pueden significar mucho. Ayudar al otro a hacerle su día un poquito más fácil y más feliz es un gran gesto. La diferencia entre tener un gran día o uno mediocre está en nosotros.
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Cuando el viaje llega a su fin
Y de repente y casi sin darte cuenta, sucede que el viaje llega a su fin.
He conocido a muchas personas que llevan viajando por años, gente cuyo deseo de conocer y dar la vuelta al mundo es tan fuerte que todavía no se plantean la vuelta a casa. En mi caso, el motivo del retorno a Madrid se debió al nacimiento de mi primera sobrina, un acontecimiento familiar que no me quería perder. Aún así, y antes de que la pequeña Carla llegase al mundo, tuve la oportunidad de viajar once meses en una aventura que me abrió las puertas a muchos de los grandes tesoros de la vida. A día de hoy, y escribiendo estas líneas, todavía me parece mentira el hecho de que fuese yo la que hizo aquel viaje, la que fuera quien vivió cinco meses en India, la que se enamoró de la comida picante, la que atravesó Nueva Zelanda en coche, la que se enamoró de Varanasi y la que se descubrió en el mundo como una persona feliz.
Creo que me estoy desviando del tema, pero esto es lo que me suele suceder cuando llego a esta parte del relato, quizás por ser la más emotiva y sentimental, la de la despedida de rigor que toca cuando uno sabe que está llegando el momento de decir adiós.
Yo empecé a prepararme emocionalmente para el regreso varios meses antes. Aunque todavía me quedasen por delante tres meses, algo en mi interior me decía que había llegado la hora de irse preparando para volver a Madrid, o lo que era lo mismo, el lugar del que me había ido hacía ocho años.
Y es que más allá de los motivos por los que cada uno decidamos regresar, lo cierto es que esa última etapa es la más difícil para los que tanto amamos viajar. Más que nunca sentimos y experimentamos aquello de que un capítulo se cierra, algo así como el carpetazo final de un sueño, del modo de vida que nos ha acompañado durante los últimos meses. La sola idea de no tener que cargar la mochila produce extrañeza y uno empieza a temer el regreso como una vuelta a lo de antes, donde no sabe si los valores aprendidos en el viaje habrán cuajado, donde es imposible pronosticar si la vorágine y el estrés nos volverán a engatusar, o si el consumismo y el materialismo del que tanto huíamos nos rozarán la piel.
Expresadas de una u otra manera, todos tenemos las mismas dudas e inquietudes en los últimos meses del viaje, incógnitas que se acentúan y suben de intensidad a medida que el día del regreso se va acercando.
En mi caso albergaba un cúmulo de sentimientos contradictorios que se movían entre la alegría y la tristeza. Es cierto que desde el primer
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momento en que supe que iba a ser tía, tenía claro que no me quería perder aquel acontecimiento. Una de las cosas que comprendí durante el viaje fue que hay momentos en la vida que no admiten segundas oportunidades. El nacimiento de una persona solo ocurre una vez en la vida y por nada del mundo renunciaría a ello. Pero a pesar de tener claras mis intenciones y de la inmensa alegría que aquella noticia me producía, tuve que llevar a cabo el proceso de ajuste del que te hablaba anteriormente.
Así que partiendo de mi experiencia te voy a dar una serie de consejos para realizar ese paso de forma más gradual cuando te toque volver ti, y que te permita disfrutar del final de tu viaje de forma más positiva.
Gratitud
Ahora que estás a punto de finalizar el viaje trata más que nunca de enfocarte en todo lo que has aprendido y en lo que esta etapa de tu vida te ha aportado (y que tú has aportado a ella). Creo que la palabra clave en este sentido es gratitud. Trata de recordarte en tus primeros días como mochilero, cuando todavía no contabas con la seguridad propia del que ya lleva mucho andado. Obsérvate ahora, después de todo ese tiempo, con todos esos aprendizajes y experiencias increíbles a tu espalda. Creo que estar agradecido (a la vida o a lo que uno quiera) por haber tenido la oportunidad de viajar, y hacer balance de todos esos meses, son las mejores recetas para disfrutar de las últimas semanas del viaje. Si por el contrario te centras en lo mucho que te deprime que éste se acabe, creo que estarás contribuyendo a mermar parte de la magia del mismo y de la importancia del momento (además, que con quejarse y lamentarse uno no arregla nada).
Aplica lo que has aprendido
Trata de traer al presente esos aprendizajes, enuméralos y repítelos como si fueran tu mantra particular. Puede parecer una tontería, pero rescatar los principales puntos a modo de enseñanzas puede servirte para aplicarlos también en la nueva etapa que se inicia. Por ejemplo, yo aprendí a valorar mucho a la gente que me ayudaba durante el viaje y desarrollé el hábito de agradecer. Así que empecé a volcar esos sentimientos a la propia vuelta a Madrid, diciéndome a mí misma algo así como ‘qué afortunada soy por tener algo a lo que volver’. Te digo lo mismo que antes, con quejarnos no solucionamos nada, así que qué mejor que ser positivo y no ver todo como una tragedia.
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Haz cambios en tu vida
Si te deprime o te asusta la vuelta a lo de antes, es porque había algo en tu vida anterior que no te hacía del todo feliz. Así que plantéate qué cosas podrías cambiar. No hay nada que no pueda arreglarse ni modificarse. Ahora que ya has vivido una experiencia tan intensa, te puedes plantear qué es aquello que no quieres volver a hacer, o lo que mejorarías, o lo que ahora ya es imprescindible en y para tu vida. Supongo que nos entra el agobio cuando pensamos en la vuelta porque relacionamos zona de confort con aburrimiento. Es verdad que la vuelta a lo de siempre no supone una cantidad tan grande de experiencias nuevas, ni el conocer a tanta gente distinta cada día. Pero el que tú lo identifiques como una vuelta atrás solo te indica que ahí hay un trabajo por hacer y que solo a ti te corresponde hacer los cambios que consideres para tener una vida que te guste y te llame la atención.
Lleva a cabo otros sueños
Trata de pensar en cosas nuevas que puedes hacer. Piensa que es un buen momento para empezar a cumplir otros sueños apuntados en esa lista de cosas pendientes por vivir. Seguro que hay un par de actividades o proyectos que hace tiempo te planteabas realizar, o cosas a las que nunca les habías encontrado un hueco en tu agenda. En mi caso, aproveché para diseñar e impartir el curso de fotografía y un montón de actividades en relación al blog. También me apunté a un curso de PNL (Programación Neuro Lingüística) y empecé a fotografiar Madrid desde nuevos rincones y perspectivas. Una de las cosas que más me preocupaba era echar de menos conocer a gente nueva, así que me apunté a actividades que podía hacer para ampliar un poco más mi círculo de amigos. Y por supuesto volví a bailar salsa y bachata como una loca, dedicándole hora sobre hora a uno de mis principales hobbies.
Con todos estos consejos no digo que te centres tanto en la vuelta que te acabes olvidando de vivir el presente, ese que todavía se desarrolla en lugares como Asia o Sudamérica. Lo que digo es que pensar un poco en todas esas novedades a la que vuelvas te puede servir para cambiar tu percepción sobre el final del viaje y no verlo como algo dramático sino como un punto y a parte que dará paso a otro capítulo también interesante.
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Después del viaje, ¿perdura la esencia viajera?
Yo lo tengo claro. Para mí, viajar es una forma de estar en el mundo. Aunque ya terminé mi periplo de once meses por ahí y di por cumplido un sueño, sé que la esencia viajera sigue tan presente (o más) como antes del viaje. Es verdad que pasar cinco meses en España junto a mi familia y amigos me ha permitido valorar otros momentos y experiencias, agradecer el hecho de tener una casa a la que volver y en la que poder disfrutar nuevos instantes rodeada de los míos.
También es cierto que por muy suave que sea la vuelta, no deja de ser un choque por el nuevo cambio de estilo de vida. Uno ya no depende de su mochila (se me hacían raros los primeros días sin ella), ni cambia de destino cada pocos días, ni conoce a tanta gente nueva en tan poco tiempo. En mi caso lo que más me costó de la vuelta fue la dificultad de encontrar momentos para estar sola, para estar conmigo misma, y el hecho de sentir cómo a veces el estrés con el que se vive en Occidente me arrastraba un poco de vuelta a ese torrente de prisas.
Pero a pesar de las diferencias por unos modos de vida tan distintos, tengo claro no ya solo que sigo teniendo muy presente todo lo que aprendí en el viaje, sino que éste forma parte de mí y de quien soy. Soy menos consumista y más consciente de los problemas que ocurren en el mundo. He aprendido a no ver otras realidades como algo ajeno que pasa lejos de donde vivo y he sabido que el mundo no es tan grande ni diferente como nos lo quieren vender. Estoy más concienciada con el problema de la sostenibilidad ecológica y ahora utilizo mi dinero de forma más coherente. Creo que viajar me ha hecho más humana y mejor persona. Ver cómo vive la gente más allá de mi mundo de cuatro paredes me ha permitido conocer otras realidades y puntos de vista. Mi mente ya no es igual. Ya no juzgo tan a la ligera tradiciones con cuyos valores o principios no comparto porque sé que en la vida todo es más complicado que medir con la vara del blanco y negro. Ahora sé que la vida es un degradado de grises. Los mismos que antes podía no comprender ahora me sirven para entender que la riqueza del mundo y del ser humano es precisamente esa, la de la variedad y riqueza de tonos que nos conforman, unen y separan.
Así que en relación a esa duda existencial que nos invade a los que viajamos cuando pensamos en la vuelta, sobre si volveremos a ser como éramos o seremos unas personas más coherentes gracias a todo lo que hemos vivido, la respuesta que yo tuve fue la segunda. Y en relación a la pregunta de si mi gran viaje me ha saciado las ganas de seguir viajando,
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recorriendo, explorando, conociendo y viviendo el mundo la respuesta es un rotundo NO.
Escribo estas líneas sentada en el sofá de un apartamento alquilado en Santo Domingo, República Dominicana. Un nuevo sueño, el de vivir en el Caribe, y la perspectiva de nuevas oportunidades laborales me trajeron aquí hace una semana. Espero que esta nueva experiencia me permita seguir conociéndome y evolucionando como persona, y que me ayude a seguir extrayendo grises de esa increíble paleta de colores que es la vida.
Porque viajar es una manera de estar en el mundo. Es una inquietud, una ilusión, un regalo cubierto por un envoltorio de sueños que patalean por ser destapados, por ser vividos. Viajar es la oportunidad que tenemos para descubrir el mundo en el que hemos nacido. La universidad de la vida, como yo lo llamo. Deseo de corazón que tú encuentres en tu viaje y en tu vida ese degradado de grises que te permita descubrirte y descubrir a los otros, desarrollarte, fluir y ser feliz.
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Agradecimientos
Quiero aprovechar la oportunidad que me brinda este pequeño libro para agradecer a mi familia el apoyo que me transmitió mientras estuve viajando. Desde la distancia, ellos siempre fueron partícipes de mis aventuras, de los lugares que visitaba, de la gente que iba conociendo y en definitiva, de mi aventura como mochilera. Por supuesto también quiero dar las gracias a todos los grandes amigos que tengo esparcidos por todo el mundo, los cuales siempre me mostraban y me siguen mostrando que están ahí. Como escribía en alguna parte del libro, ‘qué afortunada soy de tener algo a lo que volver’. Mi familia y amigos son sin duda ese algo especial en mi vida, y poder compartir con ellos cada experiencia me supone el mayor de los privilegios. Me siento además muy afortunada por haber encontrado a gente tan maravillosa a lo largo de mi viaje, los cuales me permitieron colarme por las rendijas de su vida, y con los que compartí días y aventuras únicas e imborrables de mi mente. Grandes amigos con los que sigo en contacto y con los que espero repetir alguna escapada en algún momento de nuestras vidas. Y por supuesto, muchísimas gracias a ti por haber comprado este pequeño libro. Espero que hayas disfrutado de su lectura, que te haya podido aportar algo nuevo, y que te sirva de inspiración para lanzarte a la aventura, si no para hacer un gran viaje, por lo menos para salir de tu zona de confort y viajar de manera más consciente y más abierta a las situaciones y personas tan maravillosas que nos ocurren y aparecen en la vida. A todos vosotros, mil gracias. De verdad. De corazón.
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Sobre la autora
Patricia Ibáñez Cano nació en Madrid en 1983. Desde aquella madrugada que la vio nacer y hasta el día de hoy, Patricia ha desarrollado muchas de sus pasiones en la vida. La comunicación es una de ellas, plasmada en los estudios universitarios de comunicación audiovisual, en el lenguaje visual de sus fotografías, en las impresiones de sus relatos, en los ritmos latinos que tanto le gusta bailar. Después, está la inteligencia emocional y la neurociencia, su otro pilar en la vida, el mismo que le ha enseñado que más importante que las respuestas, son las preguntas que nos hacemos. Y por supuesto, están los viajes, esos sin los que no concibe su vida. Adicta a probar sabores nuevos, le encantan las situaciones surrealistas que suceden en la vida y las conversaciones sobre desarrollo personal. Se apunta a un bombardeo, y si se baila, mejor.
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Viajar. Una forma de estar en el mundo.
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