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Maria Antònia Cantallops Alemany
DE LA INFLUENCIA DE LA PSICOLOGÍA EN LA POLÍTICA: LA PERSONALIDAD, LA IDEOLOGÍA Y EL COMPORTAMIENTO POLÍTICO
Maria Antònia Cantallops Alemany Madrid Enero del 2015
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«Every person is in certain respects like all other people, like some other person, like no other person» Kluckhohn y Murray, 1948
«We learn from diversity, but we were comforted by commonality» Carlos Ghosn, Presidente de Nissan-Renault
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CONTENIDOS 1. ¿Qué es la psicología política?
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2. El análisis psicológico del comportamiento humano
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3. Personalidad, ideología y comportamiento político
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3.1. La personalidad y la orientación izquierda-derecha 3.1.1. Los principales aspectos de la ideología de la derecha 3.1.2. Los predictores psicológicos de la orientación izquierda-derecha 3.1.3. Los factores situacionales y personales predictores de la ideología 3.2. La personalidad y el comportamiento político
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4. Conclusiones
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5. Bibliografía
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La presente monografía explora los procesos psicológicos que subyacen el pensamiento y el comportamiento político. La psicología política es la disciplina encargada de embarcarse en este apasionante campo de investigación que, en los últimos años, ha ido adquiriendo cada vez un mayor número de adeptos. Mediante la argumentación que será presentada acto seguido tengo la voluntad de dar respuesta a algunas de las preguntas que rodean dicha disciplina como, por ejemplo, qué mecanismos psicológicos determinan nuestro comportamiento político o cuáles son las influencias que, a corto y largo plazo, influyen en este último. Por otra parte, constituye un objetivo prioritario de este trabajo el dar a conocer uno de los enfoques de la psicología política más destacados y poderosos de la pasada década, la influencia de la personalidad en el comportamiento político. Por esta razón, algunas de las principales preguntas a las que se intentará dar respuesta son qué valores son capaces de predecir nuestra ideología, qué tipo de factores disposicionales o situacionales predicen la ideología de los individuos y la capacidad o no de la personalidad para predecir algunos comportamientos políticos específicos como, por ejemplo, la participación en protestas o el hecho de ir a votar.
1. ¿Qué es la psicología política? Lo que hace fascinante a los seres humanos es su comportamiento. De esta manera, los peores problemas en el mundo (las guerras, la contaminación, la pobreza o el crimen) son causados por el comportamiento humano. Sin embargo, las cosas más gratificantes y enriquecedoras de la vida (el amor, el arte, el aprendizaje o la libertad) son fruto, también, del comportamiento humano. En este sentido, la psicología es la investigación científica del comportamiento (manifiesto y mental). Es decir, la psicología estudia el comportamiento que es observable y los procesos mentales que son inferidos. Se centra, así, en los individuos y en sus contextos sociales. Debemos diferenciar el contexto social de las instituciones y el de las estructuras sociales. Sin embargo, muchos comportamientos son políticamente significativos y muchos fenómenos políticos tienen una fuerte relación con el comportamiento. Es en este punto en el que interviene la psicología política como una muy potente rama de especialización dentro de la investigación científica del comportamiento humano. ¿Qué es la psicología política? Es la exploración científica de los procesos psicológicos que subyacen el pensamiento y el comportamiento políticos. En otras palabras, como los factores políticos (las instituciones, los agentes y la información) afectan y son afectados por el comportamiento humano. Para entender el comportamiento, es necesario diferenciar tres niveles de análisis: el nivel de la naturaleza humana (el universal), el nivel grupal y el nivel individual. El primero de estos tres niveles es analizado, por ejemplo, por la biología. Del nivel grupal es estudiada la afiliación política, la cultura y el género o la influencia social. Finalmente, en el último de los niveles, la personalidad, la inteligencia o las actitudes son algunos de sus ítems de estudio.
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En otro orden de cosas, aquellas áreas de la psicología que más información aportan a la psicología política son: la psicología de la personalidad y la psicología social. La psicología de la personalidad es el estudio científico de los factores disposicionales únicos de un individuo (por ejemplo, los patrones únicos de emociones, deseos, motivaciones o rasgos). Son las variables «personales». La psicología social es el estudio científico de cómo el comportamiento y los procesos mentales de las personas son conformados por la presencia real o imaginaria de otros seres humanos o instituciones o prácticas humanas (por ejemplo, el poder de los contextos sociales). Son las variables «situacionales». Por añadidura, dos son los enfoques metodológicos usados por la psicología política para llevar a cabo sus estudios e investigaciones: El método ideográfico. Le son de interés las personas individuales. Sus principales objetivos son la profundidad y los detalles. El método nomotético. Su interés se centra en las variables y sus interrelaciones. Su principal objetivo es la consecución de toda una serie de normas generales.
El impulso de la psicología política llegó de la mano del análisis de la Segunda Guerra Mundial y del Holocausto. El principal motivo de dicho interés radicó en el hecho de que se pretendía entender el fenómeno que supuso el fascismo en sí mismo, así como, también a sus líderes y a sus seguidores. En el estudio de los factores «personales», tuvo una gran importancia el psicoanálisis. En este sentido, es posible destacar el libro de Adorno et al. «Authoritarian Personality». Por otra parte, los factores «situacionales» fueron objeto de estudio por parte de la psicología social, la cual se refugió en los experimentos de Milgram sobre la obediencia hacia la autoridad. De esta manera, muchos científicos sociales abandonaron y/o modificaron las explicaciones sociológicas y económicas marxistas sobre el comportamiento humano construidas y utilizadas hasta ese momento en favor de explicaciones psicológicas. Es el caso, por ejemplo, del autoritarismo explicado por un modelo de desarrollo freudiano. Este último apunta a que una crianza excesivamente dura y punitiva hace que los niños sientan una inmensa ira hacia sus padres. Sin embargo, el miedo a la desaprobación o el castigo de sus progenitores les impide enfrentarse directamente a ellos. Por lo tanto, como adultos, van a identificarse e idolatrar a otras figuras para solventar los problemas que tienen con sus padres (es decir, encontrar a un «buen» padre, valga la redundancia) y desplegar su reprimida frustración en otros (por ejemplo, el colectivo judío). Por otra parte, es posible destacar el estudio sobre obediencia de Milgram, el cual fue llevado a cabo en la Universidad de Yale en el año 1961. La pregunta que subyacía el experimento era si los alemanes eran real y psicológicamente diferentes. Es decir, se planteaba la pregunta de si la obediencia a los líderes nazis fue fruto, en verdad, de las personas o de la propia situación.
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Maria Antònia Cantallops Alemany 2. El análisis psicológico del comportamiento político Nuestro comportamiento (político) se encuentra afectado tanto por los mecanismos internos de los individuos (por ejemplo, las emociones, los rasgos de la personalidad, las motivaciones o las cogniciones) como por las influencias sociales externas1 (por ejemplo, las presiones de las situaciones, los roles sociales y las expectativas que éstos conllevan asociadas, las características de los líderes o las instituciones).
Psicología de la personalidad Factores disposicionales
Psicología social Influencias externas
COMPORTAMIENTO
El contexto social da sentido a todos los comportamientos de los individuos. En otras palabras, es el contexto sociocultural el que aporta significado a los diferentes comportamientos cuotidianos. Así, podemos definir el comportamiento como la interacción de los atributos psicológicos de una persona (por ejemplo, los rasgos de personalidad, los valores o las preferencias) con el contexto o la situación. Es posible entender dicha definición si se presta atención a la siguiente metáfora: «El mismo calor que derrite la mantequilla, endurece el huevo» (Gordon Allport, 1897-1967). De acuerdo al presente símil, los atributos de la mantequilla y del huevo tienen una manera concreta de interaccionar con el contexto o la situación específica que se dé, en este caso, sería el calor. No obstante, si bien las especificidades de la mantequilla le conllevan a que ésta se derrita, las del huevo, implican su endurecimiento. De esta manera, es posible la apreciación de una interacción diferente de cada uno de los alimentos con el contexto en concreto. Ése sería, entonces, su propio comportamiento. Ahora bien, ¿cómo podemos estudiar esto científicamente? La respuesta es el interaccionismo. A menudo, una gran parte de la varianza en el comportamiento (político) (y) es predicha por la interacción única (es decir, por la sinergia) entre el factor situacional 2 (S) y los factores personales (P). Esto se traduce en: PxS. El comportamiento será entonces fruto de la siguiente ecuación: (y) = P + S + PxS + error. Ejemplo de estas enseñanzas es la obra de Graham Wallas (1858-1932), quien considera que es imposible entender la naturaleza de los asuntos políticos sin tener en consideración la naturaleza psicológica de aquellos que realizan y se encuentran afectados por dichos asuntos.
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En los contextos macro, meso y micro. En los contextos macro, meso y micro. 6
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Este último considera que es peligroso para la democracia el asumir que la acción política humana es solamente el resultado de un proceso intelectual, instrumental o racional (haciendo uso exclusivo de la aproximación o enfoque de la elección racional) y/o de instituciones. Por ejemplo, señalar que solo la pobreza relativa predice la delincuencia y el malestar social. Sin embargo, es necesario observar cómo los sentimientos de justicia social, el resentimiento o la envidia tienen, también, su grado de influencia en estos fenómenos. De manera que, es posible determinar que tanto los motivos individuales como las emociones son predictores clave. En este sentido, enseñar a la gente a tomar conciencia de los procesos psicológicos implicados en su propio comportamiento político les ayudará a defenderse de la explotación de estos procesos por parte de los demás, así como, les proporcionará más conocimiento, control y conciencia de su propio comportamiento. En la actualidad, más economistas y politólogos están aprendiendo de la psicología con el objetivo de obtener una visión más precisa de la toma de decisiones humana de la que es ofrecida por la teoría de la elección racional. Por ejemplo, el economista del comportamiento y psicólogo experimental Daniel Kahneman, ganador del Premio Nobel de Ciencias Económicas en el año 2002. Su obra contempla la denominada «Teoría de la Perspectiva». Según esta última, las personas toman decisiones basándose en el valor potencial de las pérdidas y las ganancias más que en el resultado final. Las pérdidas duelen más que bien sientan las ganancias (es aquello que se conoce como la «aversión a la pérdida»). Así, cuando la gente se enfrenta a la toma de decisiones, sobrevalora el valor de las pérdidas potenciales e infravalora el valor de las ganancias potenciales. Es decir, trabajamos duro para evitar pérdidas más que para aquellas ganancias que podamos alcanzar. Retomando el análisis del comportamiento humano en sí mismo, es necesario señalar los predictores a largo y corto plazo que lo condicionan y caracterizan. En primer lugar, cabe destacar aquellas influencias que son a largo plazo. Por ejemplo, los genes y la socialización de los individuos (padres, profesores y fuerzas culturales, históricas y económicas). Por otra parte, influencias a corto plazo son, entre otros, los medios de comunicación, los debates electorales, los resultados de las elecciones o las presiones de los grupos. Así, las influencias a largo plazo conjuntamente con aquellas a corto plazo dan origen a un determinado comportamiento político, el cual se concreta, por ejemplo, en la ideología o el voto de las personas. Dentro de los factores a largo plazo, destaca, sobre todo, la socialización política, la cual puede definirse como el proceso de aprendizaje por el cual las personas adquieren las creencias y los valores políticos que influyen en su comportamiento, valga la redundancia, político. La socialización ha sido entendida en gran parte como un instrumento capaz de reproducir el sistema de valores y actitudes establecido en un momento y lugar determinados mediante la interiorización de la realidad, la identificación con los roles atribuidos a cada persona y la transmisión de una generación a otra. Si bien uno de los aspectos fundamentales de la socialización es la reproducción de los valores dominantes, la socialización sirve también como un elemento dinamizador del sistema. El individuo no es
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un receptáculo pasivo de información, sino que, de la misma manera, la reinterpreta en un proceso de construcción de su identidad. A pesar de que la socialización en los primeros años de vida- hasta la juventud- es muy importante, es necesario destacar también la socialización adulta. Si la presente afirmación fuera falsa, sería imposible pensar, por ejemplo, que un cambio de régimen generase cambios actitudinales. Por lo tanto, la socialización se alarga a lo largo de todo el ciclo vital del individuo. Por otra parte, existen muchos agentes de socialización en el desarrollo de la vida. Los más estudiados tradicionalmente han sido la familia y la escuela y, cada vez más, los medios de comunicación de masas. Sin embargo, ciertos acontecimientos políticos y sociales pueden tener un gran efecto socializador rupturista. En definitiva, diferentes experiencias pueden marcar diferentes generaciones y esto, en consecuencia, puede tener un efecto en las actitudes y los comportamientos políticos de los individuos. En general, son distinguidos dos grandes grupos de agentes de socialización política: Los grupos primarios. En primer lugar, es posible señalar la familia como el principal grupo primario y, por tanto, uno de los principales agentes socializadores. En los primeros años de vida de un individuo, se adquieren una serie de conocimientos y una visión general del mundo político. A pesar de ser el principal agente socializador durante las primeras etapas, su importancia decrece en las etapas posteriores. En segundo lugar, los grupos de iguales (peer groups). El impacto de estos últimos refuerza las pautas recibidas en la familia si van en una misma dirección. Por el contrario, si acontecen en direcciones opuestas, el resultado resulta incierto. La importancia de los grupos de iguales se basa en la inclinación hacia la imitación y en la búsqueda de aprobación por parte de aquellos con los que se desee mantener una relación satisfactoria. En el caso del voto, por ejemplo, ha sido posible observar la orientación predominante de determinados grupos laborales hacia un partido político en concreto. Asimismo, estos referentes pueden debilitarse o reforzarse en la medida que los individuos entren en contacto con otros grupos de referencia. Los grupos secundarios. Son aquellos que se construyen por razones de objetivos comunes, a pesar de que no todos los miembros mantengan relaciones «cara a cara»; las cuales serían más propias de los grupos de iguales. Son, entre otros, los sistemas educativos, las diferentes religiones, los partidos políticos, las ONGs, los sindicatos o los medios de comunicación de masas. No obstante, aquellos que son considerados como más importantes son: el sistema educativo y los medios de comunicación. El sistema educativo ejerce su influencia a través de la transmisión de contenidos y de información, la adquisición de conocimiento que puede resultar útil para la posterior participación política, la experiencia en ciertas relaciones de poder o la iniciación en algunas formas de participación y de autoorganización. Esta determinante influencia socializadora que ejerce la escuela explica las grandes luchas por el control del sistema escolar, el cual, históricamente, fue una de las cuestiones políticas más importantes en los inicios y a lo largo de todo el siglo XX.
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Por otra parte, a los medios de comunicación de masas se les ha otorgado, tradicionalmente, un papel secundario con respecto a la familia o la escuela. Sin embargo, están adoptando un rol decisivo, especialmente en períodos posteriores de socialización (a partir de la adolescencia y la juventud). Con la progresiva instauración masiva de los media, se observa una menor necesidad de los mecanismos de intermediación informativa- como los partidos políticos o los sindicatos-. El grado de información y complejidad se incrementa en los lectores de prensa, mientras que es menor en la televisión y la radio. No obstante, todos ellos ayudan a incrementar el grado de información política. Los medios de comunicación, por tanto, no sólo generan opinión pública, sino que, se constituyen como uno de los principales agentes de socialización con un remarcable efecto a largo plazo. En este punto, sería necesario hacer alusión al papel de las nuevas tecnologías y a sus posibles efectos socializadores. Aunque dicho ámbito se encuentra en un estadio de investigación académica poco desarrollado, se ha afirmado que pueden tener un impacto elevado particularmente entre los jóvenes y los grupos sociales de mediana edad, los cuales configuran los grandes usuarios de Internet. En relación a la socialización política, encontramos el estudio longitudinal realizado por Niemi y Jennings en el año 1991. De acuerdo con los resultados alcanzados por este último, los individuos son socializados por sus padres y su entorno en edades tempranas (la correlación de 0,61 en la adolescencia se reduce a un 0,38 en los primeros y mediados de los veinte (años) y se mantiene a continuación). Asimismo, los padres más politizados eran aquellos más exitosos en la socialización de sus hijos. Por otra parte, el estudio demostró que el partidismo es el rasgo más persistente a lo largo de la vida de los individuos; mientras que, otros aspectos más específicos resultan menos estables. Sin embargo, ¿es bueno para los jóvenes tener unos padres que discutan sobre política y temas sociales? Esta pregunta ha sido analizada en el estudio «Political socialization in the family and young people’s educational achievement and ambition» publicado en el British Journal of Sociology of Education en el año 2011 elaborado por Lauglo, J. En él, se entrevistó a un total de 5.149 estudiantes noruegos de entre 13 y 16 años de edad.
Fuente: Lauglo, J. 2011. «Political socialization in the family and young people’s educational achievement and ambition». British Journal of Sociology of Education.
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Si analizamos los datos aquí presentados, es posible afirmar que más de la mitad de los adolescentes encuestados que afirmaron que hablaban a menudo sobre política y temas sociales con sus padres, ya sea con uno o con los dos, tienen el deseo de acceder a la educación superior. Por el contrario, sólo un 20% de los que nunca hablan con sus progenitores de dichos temas desean hacerlo.
Fuente: Lauglo, J. 2011. «Political socialization in the family and young people’s educational achievement and ambition». British Journal of Sociology of Education.
Asimismo, las afirmaciones anteriores enlazan con aquellas que pueden ser extraídas de la lectura del presente gráfico. Aquí es posible observar como los progenitores de aquellos adolescentes que afirman hablar a menudo con sus padres sobre política y temas sociales tienen ambos una educación superior. En cambio, la mayoría de los padres de aquellos jóvenes que no hablan nunca sobre estos temas con ellos no tienen estudios de educación superior. Ahora bien, ¿por qué la socialización política basada en la familia se encuentra vinculada con resultados académicos positivos? La involucración en la política y los temas sociales (por ejemplo, haciendo preguntas, cuestionando el status quo o preocupándose por la justicia) va de la mano con la orientación futura hacia una búsqueda de una mejora personal y la posesión de un pensamiento crítico.
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Maria Antònia Cantallops Alemany 3. Personalidad, ideología y comportamiento político La aproximación que trabaja la interrelación entre la personalidad y el comportamiento político ha sido muy poderosa en la pasada década dentro de la psicología política. Podemos definir la personalidad como un conjunto de predisposiciones o mecanismos psicológicos (cognitivos, emocionales, motivacionales y de comportamiento) de un individuo que influyen en sus interacciones con el entorno y en sus adaptaciones a él (interpersonal, intrapersonal y físico). Estas disposiciones están organizadas y son relativamente estables. En otras palabras, la personalidad es nuestro estilo cognitivo, emocional, motivacional y de comportamiento de interacción con el mundo (intra- e inter- personal). Por otra parte, nuestra personalidad es fruto de una toda una serie de interacciones entre nuestros genes, nuestra experiencia y nuestro temperamento. Las disposiciones de la personalidad (por ejemplo, la extraversión, el control de los impulsos o la amabilidad) y las variables relacionadas con ellas tienen la capacidad de predecir la orientación en la escala izquierda-derecha, el voto y la participación política de los individuos. Una aproximación científica moderna para el estudio de la influencia de la personalidad en el comportamiento político es el uso de «Los Cinco Grandes». Esto último son cinco grupos de rasgos: Apertura a la experiencia (Openness to experience) vs. Convencionalismo (Conventionality). Abierto a las nuevas experiencias, complejo vs. Convencional, poco creativo. Evalúa la búsqueda proactiva y la apreciación de la experiencia por sí mismo; exploración y tolerancia por lo desconocido. Sensibilidad, artístico e imaginativo vs. Irreflexivo, simple y rudo. Responsabilidad
(Conscientiousness)
vs.
Irresponsabilidad
(Unreliability).
Fiable,
auto-
disciplinado vs. Desorganizado, descuidado. Evalúa el grado de organización, persistencia y motivación de un individuo en el comportamiento dirigido a un determinado objetivo. Contrasta las personas exigentes y confiables con aquellas que son un tanto sosas y descuidadas. Ordenado, riguroso y perseverante vs. Descuidado, informal y sin escrúpulos. Extraversión (Extraversion) vs. Introversión (Introversion). Extrovertido, entusiasta vs. Reservado, tranquilo. Evalúa la cantidad y la intensidad de la interacción interpersonal, el nivel de la actividad, la necesidad de estimulación y la capacidad para el disfrute. Abierto, hablador y sociable vs. Reservado, callado y solitario. Amabilidad (Agreeableness) vs. Hostilidad (Hostility). Simpático, cálido vs. Crítico, belicoso. Evalúa la calidad de la orientación interpersonal de un individuo a lo largo de un continuum desde la compasión al antagonismo en los pensamientos, sentimientos y acciones. Buen carácter, cooperativo y pacífico vs. Irritable, negativo y receloso. Neurocitismo (Neuroticism) vs. Estabilidad emocional (Emotional stability). Ansioso, fácilmente alterable vs. Calmado, estable emocionalmente. Evalúa el ajuste frente a la inestabilidad emocional. Identifica a los individuos propensos a los trastornos psicológicos, las ideas poco realistas, los
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impulsos excesivos y las respuestas de enfrentamiento inadaptadas. Sereno, tranquilo y sosegado vs. Nervioso, ansioso y tenso. Estos cinco grupos de características representan un continuum en cada uno de ellos. Es decir, existe un nivel elevado y otro bajo en cada uno de los grupos. Ningún polo es mejor o más saludable que otro, sólo los extremos son ejemplos de una mala adaptación. Podemos vernos, a menudo, en ambos polos, pero un polo nos es más natural que otro. Por otra parte, si bien los rasgos de la personalidad son bastante estables, estos últimos cambian a lo largo de la vida de los individuos.
Fuente: Costa, P. T. Jr., McCrae, R.R., Martin, T.A. et al. 2000. Este gráfico presenta la evolución de los niveles medios de «Los Cinco Grandes» en varios grupos de edad de Estonia. Mientras que la amabilidad y la responsabilidad aumentan con los años, la apertura hacia nuevas experiencias y la extraversión disminuyen considerablemente.
3.1. La personalidad y la orientación izquierda-derecha Las reflexiones que serán presentadas a continuación se fundamentan, básicamente, en dos artículos. Por una parte, «Psychological needs and values underlying left-right political orientation: Cross-national evidence from Eastern and Western Europe» publicado en el Public Opinion Quarterly en el año 2007 y firmado por H. Thorisdottir, J. T. Jost, I. Liviatan y P. E. Shrout. Y, por otra parte, «The end of the end of ideology» de J. T. Jost publicado en American Psychologist en el año 2006. Con el objetivo de abordar su contenido, la presentación de ambos artículos tendrá una misma estructura, exponiendo en primer lugar la literatura mencionada en ellos y, a continuación, los principales resultados alcanzados. Los científicos sociales en general consideran la distinción izquierda-derecha como la forma de clasificar las actitudes políticas más poderosa y parsimoniosa (Feldman, 2003; Fuchs y Klingemann, 1990; Jost, 2006; Knight, 1999 citados en Thorisdottir, Jost, Liviatan y Shrout, 2007). En el ámbito de la psicología, más de 50 años de investigación se han centrado en las diferencias entre los partidarios de la izquierda frente a los de una ideología más derechista en términos de sus objetivos, valores, motivaciones
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y personalidades (Adorno et al, 1950; Altemeyer, 1996, 1998; Braithwaite, 1998; Di Renzo, 1974; McClosky, 1958; Rokeach, 1960, 1973; Sidanius, 1985; Tetlock, 1983; Tomkins, 1963; Wilson, 1973 citados en Thorisdottir, Jost, Liviatan y Shrout, 2007). Las dimensiones más frecuentemente estudiadas incluyen las necesidades de orden, estructura, cierre, certeza y disciplina, todas las cuales se asume que son más importantes para los partidarios de la derecha que para los de la izquierda. Todas estas perspectivas sugieren que deben existir predictores disposicionales (así como situacionales) de la orientación política y estos últimos incluyen las necesidades de orden y estructura, apertura a la experiencia y sensibilidad a la amenaza. De acuerdo con estos autores, los individuos abrazan la ideología de la derecha, en parte, porque sirve para reducir el miedo, la ansiedad y la incertidumbre; para evitar el cambio, la interrupción y la ambigüedad; y para explicar el orden y justificar la desigualdad entre grupos e individuos. La evidencia que Jost et al. (2003a, 2003b citado en Thorisdottir, Jost, Liviatan y Shrout, 2007) ha presentando ha tendido a apoyar la idea de que hay una «resonancia» o «emparejamiento» entre los motivos fuertes para reducir la ambigüedad y la ansiedad y los valores fundamentales de la ideología de la derecha, es decir, la resistencia al cambio (incluyendo el tradicionalismo) y la aceptación de la desigualdad (o jerarquía). En el mismo sentido, los autores proponen que ambas características se encuentran en la distinción entre las ideologías izquierda-derecha. En otras palabras, Jost, Kruglanski, Glaser y Sulloway (2003) definen el conservadurismo (la orientación de la derecha) como un respaldo a dos valores fundamentales, a saber: (a) la aceptación (frente al rechazo) de la desigualdad y (b) la preferencia por la preservación del status quo normativo, es decir, las normas y las tradiciones (frente al cambio social).
3.1.1.
Principales aspectos de la ideología de la derecha (frente a la de la izquierda)
Los científicos sociales han subrayado a menudo el tradicionalismo y la resistencia al cambio como características centrales de la derecha conservadora (Erikson, Luttbeg y Tedin, 1988; McClosky y Zaller, 1984; Muller, 2001 citados en Thorisdottir, Jost, Liviatan y Shrout, 2007). Wilson (1973), por ejemplo, define el conservadurismo como la resistencia al cambio y la tendencia a preferir las formas seguras, tradicionales y convencionales de las instituciones y del comportamiento. No obstante, la mejor manera de abordar esta cuestión es teniendo en consideración el mayor número posible de contextos políticos, incluyendo muestras de encuestados de países con una pasado de gobierno socialista o comunista (Thorisdottir, Jost, Liviatan y Shrout, 2007:178). Estas naciones proporcionan el fórum más adecuado para la observación de una asociación entre el tradicionalismo (como un aspecto de la resistencia al cambio) y la orientación política de izquierdas (por ejemplo, McFarland, Ageyev y Djintcharadze, 1996 citados en Thorisdottir, Jost, Liviatan y Shrout, 2007). Los datos de la ESS proporcionan una oportunidad única para determinar si los encuestados en los países con una historia de
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gobiernos de izquierdas difirieren, de hecho, de otros encuestados en términos del tradicionalismo y otros valores y necesidades. Otro de los aspectos centrales del conservadurismo de derechas identificado por Jost et al. (2003a citado en Thorisdottir, Jost, Liviatan y Shrout, 2007) fue la aceptación de la desigualdad. Este rasgo captura la idea de que la política de izquierdas tiende a anhelar la igualdad, mientras que la derecha ve inevitable y, a menudo adecuado, la jerarquía dentro de la sociedad. Muchos investigadores procedentes de las Ciencias Sociales, en general, y de la Psicología, en particular, comparten la idea de que la derecha conservadora abraza la desigualdad social y económica (Altemeyer, 1996, 1998; Jost et al. 2003a, 2003b; Sidanius y Pratto, 1999 citados en Thorisdottir, Jost, Liviatan y Shrout, 2007). Por tanto, H. Thorisdottir, J. T. Jost, I. Liviatan y P. E. Shrout confiaban, en un primer estadio de su investigación, en que la aceptación de la desigualdad (como el tradicionalismo) se encontrara asociada positivamente con la orientación política de la derecha (frente a la de la izquierda) en general. Asimismo, varios son aquellos investigadores que han distinguido entre las formas cultural y económica del conservadurismo (Johnson y Tamney, 2001; Lipset, 1981; Van Hiel, Pandelaere y Duriez, 2004 citados en Thorisdottir, Jost, Liviatan y Shrout, 2007). El conservadurismo cultural refleja una preocupación general por el mantenimiento del orden social y un rechazo al cambio social cualitativo, así como la creencia en la importancia de la religión, los arreglos o acuerdos tradicionales de la familia y los roles de género convencionales. El conservadurismo económico, por el contrario, implica un compromiso ideológico con el capitalismo, la empresa privada y el valor de la competencia entre los individuos y las empresas en el contexto de un sistema de libre mercado. Debido a que los mecanismos capitalistas magnifican la desigualdad, el conservadurismo económico implica la aceptación e incluso la justificación de dicha desigualdad. Sin embargo, existe cierta evidencia que sugiere que el conservadurismo cultural, el cual se relaciona con el tradicionalismo, y el conservadurismo económico, relacionado con la aceptación de la desigualdad, tienden a estar correlacionados positivamente en las sociedades occidentales, pero a menudo se correlacionan negativamente en los países del este de Europa (Duriez, Van Hiel y Kossowska, 2005 citados en Thorisdottir, Jost, Liviatan y Shrout, 2007). Esto significa que las personas que están especialmente interesadas en preservar aquello que les resulta familiar y conocido en Occidente (especialmente en los Estados Unidos) serán tanto cultural como económicamente conservadoras. En la Europa del Este, sin embargo, la situación es más compleja. Aquellos europeos del Este que deseen mantener aquello que les es familiar deberán ser culturalmente conservadores (tradicionales) pero no necesariamente económicamente conservadores, debido a la herencia comunista que prevaleció durante la segunda mitad del siglo XX (Thorisdottir, Jost, Liviatan y Shrout, 2007:179). En consonancia con las ideas expuestas, la investigación realizada sugiere que, si bien el convencionalismo, el tradicionalismo y la cerrazón mental están consistentemente relacionados con el conservadurismo cultural en todas las culturas, a veces se relacionan positivamente, otras, negativamente y a menudo no presentan ninguna relación con el conservadurismo económico en la Europa del Este
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(Duriez et al., 2005; Golec, 2001; Kossowska y Van Hiel, 2003 citados en Thorisdottir, Jost, Liviatan y Shrout, 2007).
3.1.2.
Los predictores psicológicos de la orientación izquierda-derecha
Los tres predictores psicológicos del tradicionalismo, la aceptación de la desigualdad y, en definitiva, de la orientación política de izquierda-derecha son: (1) la necesidad de orden (o seguimiento de las reglas), (2) la necesidad de seguridad y (3) la apertura hacia nuevas experiencias (Thorisdottir, Jost, Liviatan y Shrout, 2007:180-181). Necesidad de orden y seguimiento de las reglas. La evidencia existente sugiere que hay una correlación positiva entre la necesidad de orden y estructura y el apoyo a la ideología de la derecha. No obstante, este efecto se ha investigado en sólo una serie de países hasta la fecha. Necesidad de seguridad. Las investigaciones anteriores sugieren que las necesidades de seguridad y protección deben estar relacionadas con las preferencias por las actitudes de la derecha. Los estudios sobre el autoritarismo, por ejemplo, muestran que los líderes derechistas son preferidos generalmente a los líderes de izquierda durante los períodos de crisis o de amenaza (Doty, Peterson y Winter, 1991; McCann, 1997; Sales, 1973 citados en Thorisdottir, Jost, Liviatan y Shrout, 2007). Apertura a nuevas experiencias. Varios estudios realizados en los Estados Unidos y en Europa Occidental sugieren que los liberales son más propensos que los conservadores a presentar una puntuación más alta en las medidas de búsqueda de sensaciones y la apertura (Caprara, Barbaranelli, y Zimbardo, 1999;. Carney et al., 2006; Goldstein y Blackman, 1978; Gosling, Rentfrow, y Swann, 2003; Levin y Schalmo, 1974; Riemann et al., 1993; Stenner, 2005; Trapnell, 1994 citados en Thorisdottir, Jost, Liviatan y Shrout, 2007). La consistencia de los resultados reportados en la literatura de investigación llevó a McCrae (1996) a declarar que las variaciones en la apertura hacia la experiencia son el principal determinante psicológico de las polaridades políticas. La mayoría de las teorías sobre la naturaleza y el fundamento psicológico de la ideología política provienen del trabajo llevado a cabo en Estados-nación occidentales, en su mayoría, democráticos. La medida en que estas aproximaciones son aplicadas a otros contextos- especialmente a los antiguos países comunistas de Europa Oriental- es de un interés científico primordial. Estos países, en especial los cuatro que fueron influidos en la ESS (República Checa, Hungría, Polonia y Eslovenia), han sido objeto de una rápida transición del comunismo a las formas de gobierno democráticas y a los sistemas económicos capitalistas (Tucker, 2002; Whitefield, 2002 citados en Thorisdottir, Jost, Liviatan y Shrout, 2007). Cabe la posibilidad de que en el contexto de la Europa del Este, en consecuencia, el tradicionalismo, el seguimiento de las reglas y la necesidad de seguridad estarían más fuertemente asociados con preferencias por las viejas (o de izquierdas) maneras de hacer las cosas que con las preferencias de la derecha. De la misma manera, también es posible que la apertura se asocie con una orientación política de derecha en la Europa del Este en lugar de con una orientación de izquierda como sucede en Occidente (Thorisdottir, Jost, Liviatan y Shrout, 2007:182). 15
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Los resultados del artículo que se ha escogido aquí para ser referenciado demuestran que hay un fuerte apoyo a la hipótesis de que el tradicionalismo se encuentra asociado positivamente con el conservadurismo de derecha en diferentes contextos nacionales (Thorisdottir, Jost, Liviatan y Shrout, 2007:198). Esta predicción fue ratificada en 18 de los 19 países. Por otra parte, el otro componente principal del conservadurismo, la aceptación de la desigualdad, está fuertemente relacionada con la orientación política de la derecha en Europa Occidental (14 de los 15 países), pero no en cualquiera de los cuatro países de Europa del Este. Así, las actitudes acerca de la desigualdad son unos predictores más determinantes de la orientación política que las actitudes sobre el tradicionalismo -como sugieren Bobbio (1996) y Giddens (1998)-, pero sólo en Europa Occidental. Asimismo, el hecho de que el seguimiento de la reglas estaría lineal y positivamente asociado con la ideología de derechas es confirmado en los países de Europa Occidental, pero no en los países del antiguo bloque del Este incluidos en el estudio (Thorisdottir, Jost, Liviatan y Shrout, 2007:198). Fuerte apoyo, también, a la afirmación de que la necesidad de seguridad se asocia positivamente con la orientación hacia la derecha en Europa Occidental. Por el contrario, el modelo de ecuaciones estructurales para Europa del Este indicó que la necesidad de seguridad resulta predictiva de una orientación política de izquierda en lugar de derecha. Esto sugiere que la gente en Europa del Este sigue, más de una década después de la caída del comunismo, confiando en la forma de gobierno socialista para satisfacer sus necesidades de seguridad y protección (Thorisdottir, Jost, Liviatan y Shrout, 2007:198). Y es que en muchos de estos países, la transición al capitalismo ha comportado la inseguridad económica, el miedo y el resentimiento (Flanagan et al., 2003; Weiss, 2003 citados en Thorisdottir, Jost, Liviatan y Shrout, 2007). Por añadidura, en Europa Occidental, la apertura está asociada con las preferencias hacia una mayor igualdad y el igualitarismo, con una orientación política de izquierdas. Sin embargo, no es posible observar un efecto directo de la apertura en relación a la orientación política. De la misma manera, el estudio sugiere que en Europa Occidental los niveles más elevados de apertura están relacionados con la extremidad ideológica (en relación con el centro político) en lugar de con la orientación de izquierda exclusivamente. En Europa del Este, por su parte, la apertura tiende a estar asociada con la orientación política hacia la derecha (a pesar de que también se encuentra asociada con el igualitarismo). El patrón que emergió con más consistencia en dicho análisis, especialmente en Europa Occidental, fue el de la asociación de la apertura con la extremidad ideológica en cualquier dirección (Thorisdottir, Jost, Liviatan y Shrout, 2007:198-199). No obstante, cabe reconocer que se dieron algunas pruebas que apuntaban que, en Europa Oriental, la necesidad de seguridad se asociaba con la orientación política de la izquierda y la apertura a nuevas experiencias, con la orientación a la derecha (Thorisdottir, Jost, Liviatan y Shrout, 2007:199). Finalmente, es necesario afirmar que probablemente el que sólo cuatro países de la Europa del Este hayan sido incluidos en la ESS no es algo ideal, ya que estos países pueden haber experimentado un desarrollo económico y democrático más rápido que otros países ex comunistas. No obstante, es cierto
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que los resultados fueron relativamente claros y coherentes en estos cuatro países (Thorisdottir, Jost, Liviatan y Shrout, 2007:199), lo que sugiere un grado razonable de generalización. La ideología fue declarada muerta hace ya más de una generación (Bell, 1960; Rejai, 191; Waxman, 1968 citados en Thorisdottir, Jost, Liviatan y Shrout, 2007) y, desde entonces, los sociólogos y los politólogos han descuidado mucho esta temática. Aunque puede ser cierto que, como Converse (1964) famosamente argumentó, las creencias y las opiniones políticas de los ciudadanos son relativamente libres de las presiones de la coherencias y de la razón, esto no quiere decir que no se encuentren coartadas por otras fuerzas psicológicas (Jost, 2006 citado en Thorisdottir, Jost, Liviatan y Shrout, 2007). Una creciente evidencia obliga a tomar en consideración la idea de que existen diferencias cognitivas-motivacionales generales relativas a la gestión de la incertidumbre y la amenaza y que éstas subyacen las diferencias en la orientación ideológica. Mientras algunos de estos efectos son relativamente generales y replicables en diferentes contextos sociales y políticos, otros están más ligados a las características locales e históricas del entorno nacional. Más específicamente, el hecho de dar un gran valor a la tradición y al seguimiento de las reglas se encuentra casi universalmente asociado con la adhesión a la ideología de derecha, mientras que una alta necesidad de seguridad y una baja de apertura hacia nuevas experiencias se asocian a la derecha en Europa Occidental, pero con la izquierda en la Europa del Este (Thorisdottir, Jost, Liviatan y Shrout, 2007:200).
3.1.3.
Los factores situacionales y personales predictores de la ideología
El «fin de la ideología» fue declarado por los científicos sociales después de la Segunda Guerra Mundial. Argumentaron que las actitudes políticas de los ciudadanos corrientes carecían de la estabilidad, consistencia y restricción que la ideología requiere; las construcciones ideológicas como el liberalismo y el conservadurismo no contaban con la potencia de motivación y el significado del comportamiento; no había diferencias importantes en el contenido (o sustancia) entre los puntos de vista liberales y conservadores; y había pocas diferencias importantes en los procesos (o estilos) psicológicos que subyacían la orientación liberal frente a la conservadora (Jost, 2006:651). Estos ideólogos eran tan influyentes que los investigadores estuvieron ignorando el tema de la ideología durante muchos años. Así, el fin de la ideología fue declarado hace más de una generación atrás por sociólogos y politólogos que, después de presenciar la lucha titánica entre los extremos ideológicos del fascismo y del comunismo en el medio del vigésimo siglo, estaban más que encantados de declarar su fin. Los trabajos de Edward Shils (1955, 1968b), Raymond Aron (1957, 1968), Daniel Bell (1960), Seymour Lipset (1960) y Philip Converse (1964) fueron muy influyentes en las Ciencias Sociales y del comportamiento, incluyendo la psicología (Jost, 2006:651). La tesis del artículo objeto de reseña apunta a que la anunciada desaparición de la ideología, al igual que la que se rumorea en torno a la personalidad y a las actitudes (Kenrick y Funder, 1988; McGuire, 1986,1999; Mischel y Shoda, 1995 citados en Jost, 2006), fueron declaradas prematuramente (Jost, 2006:651). Asimismo, las realidades políticas actuales, los últimos datos de los Estudios Electorales Nacionales Americanos y los resultados de un paradigma psicológico emergente ofrecen razones de peso para volver al estudio de la ideología. 17
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De acuerdo con John T. Jost, la evolución reciente de la investigación psicológica y del mundo de la política- incluyendo las respuestas al 9/11, la presidencia de Bush, la guerra de Irak, la polarización de las nominaciones de la Corte Suprema, el huracán Katrina y las controversias en curso sobre las políticas científicas y ambientales- proveen sobrados motivos para la revisión de las demandas hechas por los teóricos del fin de la ideología. Para dicho autor es dudoso que haya habido una época realmente no ideológica en la política americana o en la de la Europa moderna (Bobbio, 1996; Lefebvre, 1968; Mills, 1960, 1968 citados en Jost, 2006). Además, remarca el hecho de que la ideología se encuentre en todas partes: en los titulares de la prensa de cualquier día, en los noticieros e, incluso, en los programas de entrevistas del late night. Así, la ideología política y sus efectos son experimentados diariamente, no sólo en Estados Unidos, sino alrededor del mundo. Todas las definiciones posibles de la ideología, incluso aquellas que no han sido escritas por psicólogos, cuentan con un componente psicológico en su naturaleza. Es posible conceptualizar la ideología como un sistema de creencias de un individuo que normalmente comparte con un grupo identificable y que organiza, motiva y da sentido a su conducta política, en un sentido amplio (Jost, 2006:653). No obstante, Jost aboga por adoptar la definición relativamente modesta de Tedin (1987) de la ideología política como un conjunto interrelacionado de las actitudes morales y políticas que posee componentes cognitivos, afectivos y motivacionales. Es decir, la ideología ayudaría a explicar por qué las personas hacen lo que hacen, organiza sus valores y creencias y conduce a un comportamiento político concreto. Los teóricos del fin de la ideología defienden cuatro principales demandas que, según Jost, requieren de una reevaluación. Estos han argumentado que las ideologías como el liberalismo y el conservadurismo tienen una falta de estructura cognitiva, potencia de motivación, diferencias filosóficas substanciales y perfiles psicológicos característicos (Jost, 2006:655). Si bien estas afirmaciones eran (o no) defendibles en la década de los años 50 cuando fueron desarrolladas, éstas no lo son en el actual clima político. Para desarrollar este argumento, el autor se basa en los datos de los American National Election Studies (ANES), así como en otros estudios experimentales y encuestas recientemente realizadas por psicólogos (Jost, 2006:655). La mayor parte de dicha evidencia revela que la ideología constituye una parte muy importante de la vida de la mayoría de las personas. La reticencia de los sociólogos y politólogos a tomar en serio la ideología en las últimas décadas ha creado oportunidades para que los psicólogos no sólo describan las diferencias ideológicas en la teoría, sino también para que las expliquen en la práctica (Jost, 2006:662). Los psicólogos sociales y de la personalidad han avanzado relativamente rápido en la identificación de todo un conjunto de factores situacionales y disposicionales que están vinculados a los fundamentos motivacionales de la orientación política. Ahora existe la posibilidad de explicar las diferencias ideológicas entre la derecha y la izquierda en términos de necesidades psicológicas de estabilidad frente al cambio, orden frente a la complejidad, familiaridad frente a la novedad, conformidad frente a la creatividad y lealtad frente a la rebelión (Jost, 2006:662). Estas y otras dimensiones de significado personal y social son los bloques de construcción básicos de un paradigma psicológico emergente que ya
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ha comenzado a arrojar luz sobre el por qué la ideología (y, por desgracia, el conflicto ideológico) son siempre propensos a estar con nosotros. En otras palabras, los estudios revelan que existen diferencias políticas y psicológicas significativas que covarían con la autoubicación ideológica. Las variables situacionales- incluyendo la amenaza del sistema o las amenazas externas y la notoriedad de la mortalidad- y las variables disposicionales- incluyendo la apertura hacia nuevas experiencias y la responsabilidad, es decir, la personalidad de un individuo- afectan el grado en el que un individuo se decanta por los líderes, los partidos y las opiniones liberales frente a las conservadoras.
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Los factores situacionales Varios estudios han demostrado que las alusiones a la muerte y al terrorismo aumentan el atractivo de
los líderes y las opiniones conservadoras (Jost, 2006:663). Willer (2004), por ejemplo, demostró que los índices de aprobación del presidente Bush aumentaron cada vez que su gobierno decidió elevar los niveles de alerta terrorista entre los años 2001 y 2004. Landau et al. (2004) demostraron que todos los acontecimientos que rodearon al 9/11 llevaron a los estudiantes universitarios (un grupo poblacional relativamente liberal) a mostrar un mayor grado de apoyo al presidente Bush y a sus políticas antiterroristas, disminuyendo su apoyo al aspirante liberal John Kerry. Estos efectos fueron replicados por Cohen et al. (2005), inmediatamente antes de la elección de Bush-Kerry en el año 2004. Asimismo, un estudio español encontró que, a raíz de los atentados terroristas de Madrid del 11 de marzo del 2004, los encuestados puntuaron más alto en los ítems del autoritarismo y del prejuicio, siendo más propensos a apoyar los valores conservadores en lugar de aquellos liberales en comparación con los niveles de referencia calculados con anterioridad a los ataques (Echebarría y Fernández, 2006 citado en Jost, 2006). Además, cuando las personas se enfrentan a eventos traumáticos que ponen en peligro el sistema (por ejemplo, una guerra o la crisis mundial) tienden, también, a cambiar hacia una ideología mucho más conservadora como medio de hacer frente a la incertidumbre y a la amenaza.
Fuente: Jost, J.T. 2006. «The End of the End of Ideology». American Psychologist 61: 651-670.
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En este punto, debemos prestar atención al hecho de que las correlaciones indican relación, no que una persona sea conservadora (por ejemplo, alguien podría haber pasado de la extrema izquierda a la izquierda moderada). Por otra parte, un estudio experimental realizado por Jost, Fitzsimons y Kay (2004) demostró que llevar a cabo un primming a los individuos con imágenes que evocan la muerte (por ejemplo, imágenes de un coche fúnebre o de una placa que anuncie un «callejón sin salida») llevó a liberales y moderados, así como a conservadores, a aprobar con más fuerza opiniones políticamente conservadoras en temas como la fiscalidad, el matrimonio entre personas del mismo sexo o la investigación con células madre, en comparación con una condición de control estándar en el que a los participantes les fueron enseñadas imágenes que evocaban el dolor (por ejemplo, una silla de dentista o un brazo vendado). Este hallazgo es particularmente importante porque demuestra que los recordatorios acerca de la muerte aumentan el apoyo a aquellas opiniones más conservadoras, así como a sus líderes, y, por tanto, descarta el liderazgo carismático como una explicación alternativa a los resultados (Cohen et al., 2005 citado en Jost, 2006). En la actualidad hay pruebas suficientes para concluir que Adorno et al. (1950) tenían razón cuando afirmaban que los conservadores son, de promedio, más rígidos y cerrados de mente que los liberales. Jost et al. (2003a, 2003b) publicaron un meta-análisis que identificó varias variables psicológicas que predicen, en diferentes grados, la adhesión a las opiniones políticamente conservadoras (frente a las liberales). Los estudios originales, los cuales fueron llevados a cabo durante un período de 44 años que incluyó la época del «fin de la ideología», hicieron uso de un total de 88 muestras de investigación con 22.818 casos individuales y elaboraron en 12 países diferentes: Australia, Canadá, Inglaterra, Alemania, Israel, Italia, Nueva Zelanda, Polonia, Escocia, Sudáfrica, Suecia y Estados Unidos. Los resultados, que son resumidos en la siguiente tabla, muestran una clara tendencia de los conservadores a puntuar más alto en las medidas del dogmatismo, la intolerancia a la ambigüedad, las necesidades de orden, estructura y cierre y a hacerlo más bajo en los ítems de apertura a la experiencia y de integración de la complejidad que los moderados y los liberales. De la misma manera, varios estudios han demostrado que en una variedad de dominios de percepción y estéticos, el conservadurismo es asociado con las preferencias hacia los estímulos relativamente simples, sin ambigüedades y familiares, ya sean pinturas, poemas o canciones (Wilson, 1973 citado en Jost, 2006).
Fuente: Jost, J.T. 2006. «The End of the End of Ideology». American Psychologist 61: 651-670. 20
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Hay otras diferencias psicológicas entre los liberales y conservadores. Estos últimos son, en promedio, más probables que los liberales a percibir el mundo como un lugar peligroso (Altemeyer, 1998; Duckitt, 2001 citados en Jost, 2006) y a experimentar miedo hacia la delincuencia, el terrorismo y la muerte (Jost et al., 2003a, Wilson, 1973 citados en Jost, 2006). Igualmente, son más propensos a hacer atribuciones puramente internas para explicar las causas de los comportamientos de los demás individuos (Skitka, Mullen, Griffin, Hutchinson y Chamberlin, 2002 citados en Jost, 2006) y a participar en la condena moral de los demás, especialmente en cuanto a los dominios sexuales (Haidt y Hersh, 2001 citado en Jost, 2006). Como ya señalaron Adorno et al. (1950) hace mucho tiempo atrás, los conservadores tienden a tener actitudes más perjudiciales, al menos en parte, hacia los miembros de grupos estigmatizados que los liberales, debido a los niveles crónicamente elevados de amenaza y rigidez (Altemeyer, 1988, 1998; Cunningham et al., 2004; Duckitt, 2001; Sidanius et al., 1996; Whitley, 1999 citados en Jost, 2006). ¿Pero no son los extremistas de la izquierda y de la derecha igualmente probables a presentar una baja intención de apertura? Es decir, ser dogmáticos, presentar un alto grado de necesidad de orden y unos niveles bajos en relación a la tolerancia hacia la ambigüedad y la complejidad cognitiva. Las investigaciones al respecto demuestran una casi lineal, es decir, una curvilínea suave, relación entre el conservadurismo y el liberalismo y la necesidad de orden y estructura. En otros términos, algunos estudios, especialmente aquellos que comparan varios partidos políticos en Europa, permiten a los investigadores enfrentar a la (lineal) hipótesis de la rigidez de la derecha contra la (cuadrática) hipótesis que plantea que el aumento de la extremidad ideológica en cualquier dirección (izquierda o derecha) debería ser asociado con un aumento del dogmatismo y la rigidez (Jost, 2006:662). En resumen, pues, existe mucha evidencia que confirma la hipótesis de la rigidez de la derecha planteada por Adorno et al. y que contradice afirmaciones persistentes acerca de que los liberales y los conservadores son igualmente rígidos y dogmáticos (por ejemplo, Greenberg y Jonas, 2003).
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Los factores disposicionales Además de los factores situacionales, existe una fuerte evidencia de que los factores disposicionales
contribuyen a la orientación política hacia la izquierda o la derecha. Carney et al. (2006) encontraron que los conservadores obtuvieron una puntuación algo más alta que los liberales en la dimensión de la responsabilidad dentro de los Cinco Grandes, aunque las diferencias fiables surgieron en sólo dos de los aspectos, el esfuerzo para alcanzar el logro y el orden.
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Fuente: Jost, J.T. 2006. «The End of the End of Ideology». American Psychologist 61: 651-670. Resultados como éstos demuestran que las diferencias ideológicas entre la izquierda y la derecha impregnan casi todos los aspectos de nuestra vida pública y privada. Como regla general, los liberales mantienen una actitud de mente más abierta en su búsqueda de la creatividad, novedad y diversidad, mientras que los conservadores tienden a llevar una vida más ordenada, convencional y mejor organizada (Carnet et al., 2006 citado en Jost, 2006).
¿Existe un componente genético?
Alford, Frunk y Hibbing pusieron a prueba la posibilidad de que las actitudes y los comportamientos políticos fueran el resultado del entorno y de factores genéticos. Los resultados demostraron que la genética juega un papel importante en la formación de las actitudes políticas y las ideologías, pero un papel más modesto en la configuración de la identificación partidista (Jost, 2006:665). Asimismo, resaltaron la necesidad de llevar a cabo distinciones más concretas en la teorización de las fuentes sobre las que se fundamentan las actitudes políticas. El estudio concluye con una llamada a los politólogos a incorporar las influencias genéticas, en especial las interacciones entre la genética hereditaria y el entorno social, en los modelos de formación de las actitudes políticas. De la misma manera, los estudios que comparan las actitudes sociales y políticas de los gemelos monocigóticos y dicigóticos criados por separado revelan que los gemelos idénticos tienen actitudes más similares que los gemelos fraternos (por ejemplo, Alford, Funk y Hibbing, 2005; Bouchard, Segal, Tellegen y Krueger, 2003 citados en Jost, 2006). Esta investigación sugiere que existe un componente hereditario importante de las actitudes políticas, aunque eso no quiere decir que hay un gen para la orientación política per se. Una explicación más probable es que hay predisposiciones cognitivas y motivacionales básicas, incluyendo las orientaciones hacia la incertidumbre y la amenaza (Jost et al., 2003a, 2003b; Wilson, 1973 citados en Jost, 2006), y que estas predisposiciones tienen un componente hereditario y conllevan unas preferencias hacia las ideas conservadoras o liberales. Por tanto, es cada vez 22
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más plausible que las diferencias en las características (o procesos) psicológicas subyacentes pueden, eventualmente, ayudar a explicar las diferencias entre la izquierda y la derecha en el nivel del contenido ideológico (es decir, la resistencia al cambio y la aceptación de la desigualdad).
Veamos a continuación una investigación académica capaz de ejemplificar lo afirmado hasta este momento. Con la intención de investigar los patrones de la ideología regional, Rentfrow et al. realizaron una encuesta en Internet en la que se obtuvieron los valores de la personalidad, de acuerdo al modelo de los Cinco Grandes, de cientos de miles de estadounidenses, analizándose en una base de datos Estado por Estado. Utilizaron dichas estimaciones de la personalidad a nivel estatal para predecir el porcentaje de votos del Partido Demócrata frente a los candidatos republicanos en las Elecciones Presidenciales comprendidas entre los años 1996 y 2004, todo ello bajo el supuesto de que el comportamiento electoral tuviera que ver con la ideología. De acuerdo con los resultados del análisis a nivel individual (Carney et al. 2006; McCrae, 1996 citados en Jost, 2006), la apertura hacia nuevas experiencias fue el predictor más fuerte de la personalidad regional dentro del porcentaje de los votos emitidos en todo el Estado para los candidatos demócratas frente a los republicanos en las Elecciones Presidenciales más recientes. Es decir, los Estados con las puntuaciones más altas en los niveles medios de apertura fueron significativamente más propensos a tener los votos emitidos para Clinton, Gore y Kerry en estas elecciones y significativamente menos probabilidades de tener los votos emitidos para Dole o Bush. Por otra parte, aunque los impactos de su efecto no eran tan grandes, la responsabilidad también ha demostrado ser un predictor razonablemente fuerte y único de los patrones de votación. Así, aquellos Estados en los que los niveles medios de la responsabilidad eran más elevados fueron significativamente más propensos a tener los votos emitidos para Dole y Bush en las últimas tres elecciones y menos probabilidades de tener los votos emitidos para Clinton, Gore o Kerry.
Fuente: Jost, J.T. 2006. «The End of the End of Ideology». American Psychologist 61: 651-670.
En definitiva, hay razones para suponer que los seres humanos han requerido y seguirán requiriendo las características que son asociadas con la izquierda política, así como las que lo son con la derecha. 23
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Necesitamos tradición, orden, estructura, convencionalismo, disciplina y responsabilidad para estar seguros, pero si la raza humana quiere continuar sobreviviendo a los nuevos desafíos, necesitaremos, también, de la creatividad, la curiosidad, la tolerancia, la diversidad y la apertura de miras (Jost, 2006:667).
3.2. La personalidad y el comportamiento político Con la voluntad de dar respuesta a la presente cuestión, se usará como referencia el artículo «Personality and Political Participation: The Mediation Hypothesis» de A. Gallego y D. Oberski publicado en el año 2011 en Political Behavior.
Fuente: Gallego, A. y Oberski, D. 2011. «Personality and Political Participation: The Mediation Hypothesis». Political Behavior. Mediante la siguiente tabla es posible observar como la responsabilidad tiene un efecto positivo sobre el acto de ir a votar y uno negativo sobre el desarrollo de actividades ilegales. El primero de ambos efectos, sin embargo, se encuentra mediado por la obligación ciudadana que sienten los individuos que se caracterizan por este rasgo. La apertura hacia nuevas experiencias se muestra como un factor favorable al voto y al activismo, siendo su efecto mediado por el interés en política y el sentimiento de eficacia política. De la misma forma acontece con aquellos individuos caracterizados por el atributo de la extraversión. No obstante, para estos últimos tiene una importancia destacada la discusión política. Finalmente, en coherencia con lo aquí presentado, la amabilidad supone un factor limitador de la realización de actividades ilegales. Dicho estudio concluye que a pesar de ser indirectos, los efectos de los rasgos de la personalidad en la participación política (voto y activismo) no son para nada despreciables en cuanto a su magnitud. Los efectos totales de los rasgos examinados tienen al menos la mitad del tamaño de algunos de los mejores y más fuertes predictores ya establecidos de la participación política, como la eficacia política interna o la edad. La personalidad es, por lo tanto, importante para entender no sólo la ideología política o la orientación, sino, también, el por qué y el cómo algunas personas participan en la política, mientras que otros no lo hacen.
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Maria Antònia Cantallops Alemany 4. Conclusiones Con la voluntad de concluir la presente monografía, resulta propicio recalcar algunas de las principales ideas argumentadas en ella y que dan respuesta a las preguntas planteadas en un primer estadio. Es posible recordar, entonces, que el comportamiento político se encuentra afectado tanto por mecanismos internos propios de los individuos como por influencias sociales externas. De la misma manera, éste es el resultado de influencias a largo y corto plazo. En relación al primer grupo, resulta necesario destacar el papel ejercido por los genes y el proceso de socialización política. Por el contrario, la segunda tipología engloba aspectos como los medios de comunicación de masas, los debates o los resultados electorales. Por otra parte, la aceptación o el rechazo de la desigualdad y la preferencia por la preservación del status quo normativo o por el cambio social son las dos principales dimensiones encargadas de configurar la posición de los individuos en relación a la orientación izquierda-derecha, de acuerdo a la cual los ciudadanos tomarán sus decisiones de voto. Asimismo, todo un seguido de factores disposicionales (como, por ejemplo, la personalidad) y situacionales (como, por ejemplo, el miedo) llevan a las personas a gravitar más hacia las opiniones, los partidos y los líderes conservadores frente a aquellos liberales. Finalmente, a pesar de ser indirectos, la investigación reciente nos invita a tener en consideración los efectos de los rasgos de la personalidad sobre la participación política (el hecho de ir a votar y/o el activismo). De esta manera, podemos considerar la personalidad como un elemento necesario para entender la ideología u orientación política y el por qué y cómo algunas personas participan en política mientras que otras no lo hacen. En este sentido, la psicología política ha demostrado su capacidad de contribución al entendimiento académico del pensamiento y comportamiento políticos. En consecuencia, tanto los politólogos como los científicos sociales deben tomar consciencia de las oportunidades que dicha disciplina les pone a su disposición, no contribuyendo, de ese modo, a la supremacía indiscutible de la aproximación de la elección racional. La academia se ha cansado ya de insistir en que una parte explicativa importante del comportamiento humano es fruto del componente no racional de los individuos. Es por ese motivo por el cual disciplinas como la psicología política deben ser respetadas y tenidas en consideración por los investigadores sociales y políticos. Sólo si nos acercamos al conocimiento de aquellos aspectos no racionales que condicionan el comportamiento y la orientación política de los individuos podremos optar a tener un mayor margen de influencia sobre ellos, obteniendo, así, mejores resultados en aquellas acciones comunicativas y de cualquier otro calibre que, como consultores políticos, pongamos en marcha. Unas acciones que, recordemos, están diseñadas con el fin de alcanzar un mayor grado de apoyo por parte del electorado.
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Maria Antònia Cantallops Alemany 5. Bibliografía Elaborada según el formato de citación de la American Political Science Review.
Gallego, A. y Oberski, D. 2011. «Personality and Political Participation: The Mediation Hypothesis». Political Behavior. Jost, J.T. 2006. «The End of the End of Ideology». American Psychologist 61: 651-670. Jost, J.T., Glaser, J., Kruglanski, A.W. y Sulloway, F. 2003. «Political conservatism as motivated social cognition». Psychological Bulletin 129: 339-375. Jost, J. T. y Sidanius, J. 2004. Political psychology: Key readings. Philadelphia: Psychology Press. Thorisdottir, H., Jost, J. T., Liviatan, I. y Shrout, P. E. 2007. «Psychological needs and values underlying left-right political orientation: Cross-national evidence from Eastern and Western Europe». Public Opinion Quarterly 71 (2): 175-203.
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