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Marisa Gallero
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BÁRCENAS. LA CAJA FUERTE
Los papeles secretos del tesorero del PP
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Prólogo federico jiménez losantos
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Introducción
Jueves 27 de junio de 2013, 13.08
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SMS de Luis Bárcenas a Marisa Gallero: «Declaración terminada.Ya me darás tu opinión. Besos».1
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Mensaje de móvil enviado por Luis Bárcenas cuando se encontraba en el interior de la Audiencia Nacional, después de declarar ante el juez Pablo Ruz y antes de saber que habría una vistilla para estudiar si se aprobaban medidas cautelares. Todavía no se conocía que la Fiscalía acabaría pidiendo prisión provisional sin fianza.
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El día que Luis Bárcenas perdió su libertad aún mantenía una confianza absoluta en Mariano Rajoy. No había sido solo el tesorero del Partido Popular, sino también el guardián de todos sus secretos. Habíamos quedado a comer al día siguiente para continuar con la entrevista para un reportaje de investigación. Con este mensaje («Declaración terminada.Ya me darás tu opinión») me avisaba de que había cumplido el trámite ante el juez Pablo Ruz. Las horas le conducirían no a un reservado del restaurante Lavinia, sino a una celda compartida en la cárcel de Soto del Real. «En ese furgón va toda la historia del PP», me reconocería alguien de las entrañas de Génova. Tan confiado estaba entonces Luis Bárcenas que le pidió a su mujer, Rosalía Iglesias, que se marchara nada más declarar. No se le pasó por la cabeza que sin fianza ni fecha de salida se convertiría en preso preventivo. Casi diecinueve meses después, sin yo buscarlo, fui protagonista colateral de su puesta en libertad. El viernes 9 de enero de 2015, a las seis de la tarde, me dirigí a la casa de Luis Bárcenas en la madrileña calle de Príncipe de Vergara para hablar con Rosalía —Rosa para los amigos—. Quería darme un mensaje y no se atrevía a contarlo por teléfono. En ese momento, no le di mayor importancia. Mantenía una relación fluida con ella desde que Bárcenas entró en prisión. Desde entonces había sufrido una gran transformación. De ser la mujer que firmaba una hoja en blanco, de no saber dónde estaban las llaves del buzón de correos, había pasado a llevar el control de su casa, dando un paso más allá. «Te ha tocado gestionar la economía familiar cuando no hay economía», lamentaba Luis durante sus visitas. Ante la situación desesperada, cogió las riendas y se colocó en el papel de su marido, con carácter, sorprendiendo a propios y extraños. Hasta que se rompió. La gota de su abatimiento se produjo al filtrarse el enfrentamiento que mantuvo con un funcionario de prisiones durante el mes de noviembre sin que contaran su versión.2 Fue la primera vez que la es-
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Rosalía Iglesias fue sancionada por la Secretaría General de Instituciones Penitenciarias a un mes sin poder visitar a su marido en Soto del Real.
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cuché decir con lágrimas en los ojos: «No tengo fuerzas para seguir». Su seguridad se había desmoronado. Así lo sintió Luis. Hasta ese día siempre le había mostrado su mejor cara, su mejor aspecto, ahorrándole saber cada una de las decepciones, de los desplantes diarios de su caída en desgracia. Estas fueron las circunstancias que pesaron en el ánimo de Bárcenas para dar su siguiente paso: hablar, sincerarse, lanzar en una sola bocanada toda su cólera por lo que consideraba una situación injusta. Entre distintas opciones, decidió hablar conmigo. Solo con unos minutos de antelación, Rosa me avisó de su llamada desde una cabina de Soto del Real. El tiempo de encender la grabadora y de que nos pusiéramos al borde de un ataque de nervios. Fue una conversación acelerada pero con un tono templado. Ni su voz ni su forma de expresarse se habían alterado. «Estoy viviendo un auténtico atropello. Quieren que sea el icono de toda la corrupción». No estaba dispuesto a pagar sin juicio con unas medidas cautelares que no recibían otros imputados, con los mismos fiscales y el mismo juez que llevaban su caso: «¡Que me digan de una vez dónde está mi riesgo de fuga! ¿Por qué no tengo el mismo tratamiento que Rato?», era su lamento. Cuando me llamó, su único objetivo era hablar del trato recibido por la Fiscalía, pero a lo largo de esos intensos ocho minutos fui alternando otras preguntas sobre el origen de su fortuna en Suiza, si querían silenciarlo, si pensaba tirar de la manta o cómo se sentía al pagar los platos rotos de la financiación ilegal de su partido. «Estoy bastante bien y le he hecho caso a Mariano. Estoy siendo fuerte», fue su mensaje. Antes de despedirse, me avisó de que Instituciones Penitenciarias me había denegado la visita: tenía que olvidarme de verle en persona.
Un funcionario de prisiones le susurró al oído a la mujer de Bárcenas: «Estoy deseando verte aquí dentro».Y ella, sin pensarlo dos veces, le respondió: «Y yo a ti, colgado». Tras explicar lo ocurrido a un periódico, el director de dicho centro penitenciario tuvo una reunión con Rosalía para que no emprendiera ninguna acción judicial. Marisa Gallero, «La mujer de Bárcenas denuncia el trato recibido en Soto del Real», ABC, 23 de diciembre de 2014.
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Durante el fin de semana escuché hasta la saciedad esas dos llamadas, evaluando sus posibles efectos, intentando que un amigo me ayudara a quitarle las interferencias a la grabación, sin decirle siquiera qué me traía entre manos. No me atrevía a contárselo a nadie, pero quería tener una prueba por si alguien dudaba. El lunes recabé información en el despacho de Gómez de Liaño y llamé al director de ABC, Bieito Rubido, periódico en el que publico los domingos una sección de entrevistas a expolíticos titulada «Conversaciones con causa». Su respuesta dice mucho de su forma de entender este oficio: «Los gobiernos cambian. El periódico continúa». Una semana más tarde, el mismo día en que hubiera querido declarar por videoconferencia en la Audiencia Nacional ante el recurso de apelación por el que se le denegaba la libertad provisional, se publicó la entrevista a dos páginas en el diario ABC. Fue toda una conmoción. El extesorero del PP volvía a hablar y lo hacía en un periódico en sintonía con el Gobierno, cruzando lo que, para Moncloa, era una línea roja. A Rubido le llamaron tanto para felicitarle y preguntarle por qué no lo había llevado a portada, como para cuestionarle desde la sede del PP en la calle de Génova por dar voz a un presunto delincuente. La Fiscalía también eligió esa fecha para entregar su escrito de acusación, explicando por qué pedía cuarenta y dos años y medio de cárcel para el hombre que había tenido su despacho solo una planta por debajo del jefe del poder ejecutivo. A Rosalía Iglesias, por su parte, le reclamaban veinticuatro años y un mes de prisión por varios delitos fiscales y blanqueo de capitales. No recibió ninguna llamada del despacho de abogados para comunicárselo. Al día siguiente, Bárcenas tuvo en prisión una visita inesperada de María Dolores Márquez de Prado y su hijo, Ignacio Martínez-Arrieta. Le entregaron una carta de renuncia de Javier Gómez de Liaño que se haría efectiva el lunes 19 de enero. Se negó a leerla, no se lo creía. Después se derrumbó e imploró que no le dejaran. Se sentía absolutamente perdido. De nuevo otro abogado le dejaba tirado por una conversación publicada en un periódico. Y con el agra-
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vante de que durante el tiempo que llevó su defensa se habían divulgado mensajes, papeles y cartas sin que Gómez de Liaño perdiera ni un gramo de confianza, sin que se produjera ningún problema con la filtración de esa documentación en el diario El Mundo. Fue una sensación amarga escuchar en distintos medios que su abogado renunciaba porque «no tenía ni pajolera idea de que Bárcenas había concedido una entrevista»,3 como contó a muchos, cuando se lo confirmé por mensaje y con una llamada telefónica al despacho, explicando los argumentos del extesorero y su crítica sin contemplaciones a la Fiscalía. Si conoces a Bárcenas, es un mantra, no hay conversación que no lo diga. Ese lunes, cuando nadie se imaginaba cómo se iban a desarrollar los acontecimientos, más de uno apuntó el motivo real de la renuncia. «El tema del dinero no ha sido un asunto menor».
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Mensaje enviado al abogado Javier Gómez de Liaño la tarde del jueves 15 de enero de 2015.
Ernesto Ekaizer, «El divorcio», El País, 19 de enero de 2015.
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Antes de las once de la mañana del martes 20 de enero la realidad superó a la ficción. Rosalía me llamó exultante desde un teléfono que no era el suyo —tenía cortada la línea por impago de 70 euros— para contarme que Luis saldría de la cárcel tan pronto pudiera recolectar entre sus familiares los 200.000 euros que le habían impuesto como fianza. Rosa gritaba de alegría. Bárcenas estaba en estado de shock. Ahora se podrán hacer muchas cábalas sobre la decisión de la Sección Cuarta de la Sala de lo Penal, pero realmente hasta ese momento todos, y al decir todos me incluyo, daban por hecho que Bárcenas no pondría un pie en la calle, que iría directo en un furgón de Soto al juicio del caso Gürtel. Mucho menos en un año tan electoral como 2015 y a solo unos días de la convención política del Partido Popular. «Marisa, dirán lo que quieran, pero en mi salida tú tienes una parte alícuota —me reconocía Luis Bárcenas en la comida que tuvimos aplazada diecinueve meses—. Se unen mi escrito de cuatro páginas, que leyó Gómez de Liaño en la Audiencia, y la entrevista que publicaste en ABC». A partir de ese encuentro, y como prueba de confianza, Bárcenas me dejará grabar nuestras conversaciones sin reparos. • • •
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A Bárcenas le había conocido en la cafetería de un gimnasio muy exclusivo del barrio de Salamanca, en Madrid, un mes antes de que pisara «el agujero» —como suele llamar a la cárcel de Soto—. Fue una auténtica cita a ciegas. El encuentro lo cerramos un día antes por teléfono. —¡Hola, soy Luis Bárcenas! —escuché nada más coger el móvil con un número desconocido. —Marisa Gallero. Me dijeron que me ibas a llamar. —Sí. Nos vamos a ver. Mañana a las doce [del mediodía] en una cafetería que está en el interior del centro comercial ABC Serrano. [...] —respondió sin ningún tipo de preámbulo—. Sube hasta la
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sexta planta y en el mostrador de entrada pregunta por mí. Tenemos una hora.4 Aunque es cierto que me avisaron de que le habían pasado mi teléfono al hombre más perseguido por toda la prensa española, no me hacía ilusiones de que me llamara. ¿Por qué iba a hacerlo? En esos momentos, trataba de darle forma a un programa especial para Cuatro sobre los papeles secretos del extesorero con el equipo de investigación dirigido por Melchor Miralles en la productora Mandarina, pero sin que hubiera un compromiso firme para emitirlo. Atiné a responderle escuetamente, intentando controlar los nervios, de forma muy poco original: —De acuerdo. Allí estaré. —Quiero que sepas que es una entrevista off the record. Llevo cinco meses de perfil bajo y últimamente no me prodigo. La presión es insoportable. Te contestaré a todo lo que me preguntes. Ten seguro que lo que te cuente será la verdad. Y si no, no te diré nada. No te voy a mentir. La verdad. Siempre sale a relucir la verdad. Todos tenemos una. Luis Bárcenas tiene la suya y, desde luego, no coincide con la que nos quiere hacer creer su partido durante los últimos treinta años. La cuestión es averiguar quién realmente cuenta menos mentiras. —Pero me ha dicho mi fuente —insistí, por si colaba— que en el momento en que puedas hablar concederás una entrevista... —No ahora. Tendrás que buscar otro camino, porque no puedes decir que te lo he contado yo. —Vale. Lo pienso. —En mi ánimo está contarte solo información veraz para ese programa que estás preparando… —Entonces, los papeles ¿son apócrifos?
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Los diálogos de este libro son fruto de conversaciones, entrevistas, declaraciones judiciales, informes o documentos, y todos ellos se ajustan a la realidad.
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—Los «papeles de Bárcenas» son reales. Mentí al decir que no es mi letra. Mintió. Los papeles eran suyos. En esas fechas la versión oficial del que había anotado minuciosamente durante dieciocho años los movimientos ocultos de mordidas y sobresueldos era un comunicado negando que hubiera una contabilidad paralela en el Partido Popular y que los «papeles secretos de Bárcenas» fueran ciertos. «Esa letra no es mía. Es una operación de acoso y derribo al PP y especialmente a su presidente. Hay quien no sabe llegar al poder y usa la conspiración pura y dura. Jamás se han pagado sobresueldos. Todo es rigurosamente falso», decía Bárcenas a Antonio Jiménez en una entrevista grabada para 13TV con una chaqueta estrecha que no era suya, para dar una imagen más informal. —Me han contado que llevas contigo los originales —le contesté. No era la única periodista que se reunía con Luis Bárcenas, por supuesto. El que fue durante muchos años gerente del partido conservador había desplegado los últimos meses una actividad frenética. Uno de sus encuentros, el que duró cuatro horas, sería la gota que colmó el vaso, el que le sentenció. «¡Hasta aquí hemos llegado!», me cuenta una garganta profunda del partido que dijo el ministro de Justicia cuando conoció la reunión con Pedro J., entonces director de El Mundo.Y me corrobora: «Es el PP y la Fiscalía quienes deciden su ingreso en prisión». —Se dicen muchas cosas… Esta será una primera toma de contacto. Cuando me veas, me conocerás enseguida —me dijo Bárcenas muy seguro de sí mismo—.Yo a ti no, para que te presentes... —No te preocupes.Yo tampoco paso desapercibida —lancé como un guante. Estas palabras le pusieron en alerta. Más tarde me confesaría que dudó en presentarse. Creía que estaba cometiendo un error y que había quedado con «una de esas chicas que van con ropa ceñida y mucho escote». Nada más lejos de mi intención, aunque tampoco elegí mi mejor vestuario para la cafetería de un gimnasio.
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Bárcenas gana mucho en las distancias cortas. Es persuasivo. Se demora en cada detalle. Le gusta hablar y explicarse. Todo lo que cuenta tiene una doble intención. No deja nada al azar. En sucesivas reuniones descubrí a un hombre ordenado, meticuloso y con una memoria prodigiosa, más que un dispositivo electrónico. Sus recuerdos, su control absoluto de todas las intimidades del Partido Popular, son su arma más destructiva. Era uno de ellos. Tiene cajas de documentos y hasta catorce maletines repletos de papeles. Grabaciones de reuniones con el presidente del Gobierno —una de ellas cerca de una trituradora de papel—. Agendas fotocopiadas. Imágenes de las cámaras de seguridad de los empresarios que entregaron donaciones anónimas. Copias de los discos duros de los dos ordenadores destruidos en la sede de Génova. SMS y correos electrónicos. Recibís firmados. Un vídeo del propio Bárcenas, mirando a cámara, que solo verá la luz si literalmente se lo cargan… Él me lo ha reconocido. Hay material suficiente para destruir a la cúpula de cualquier gobierno.Y estas pruebas no solo están guardadas en un lugar físico, sino también en una nube digital. Todos los que le conocen apuntan su peor cualidad: el rencor. Luis Bárcenas es Edmundo Dantés. Da igual los años que pasen, da igual qué partido gobierne, se vengará de todos y de cada uno de los que le han traicionado. Poco a poco. «¡Conservadme la memoria!», inscribió en el verdoso muro de su calabozo el conde de Montecristo. Sé que no ha anotado ningún mensaje en las paredes de Soto, pero a Bárcenas no le hace falta rogarle a nadie. «Soy obsesivo, obsesivo, obsesivo.Y todavía no le he pasado la factura de los diecinueve meses de prisión al Partido Popular». Esta es mi fuente: Luis Bárcenas. Es la oficial. No es la única.
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