Me encuentro con Cristo en la vida cotidiana?

21 TEMA Betania UNIDAD 9 ¿Me encuentro con Cristo en la vida cotidiana? Miramos la realidad Es innegable que hoy en día el ser humano da un valo

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UNIDAD 9

¿Me encuentro con Cristo en la vida cotidiana?

Miramos la realidad

Es innegable que hoy en día el ser humano da un valor muy grande a la acción que transforma su entorno y que lo realiza a sí mismo. Podemos considerar esto como un importante signo de los tiempos que nos invita a reflexionar sobre el quehacer humano, su relación con el Plan de Dios y la importancia en nuestro camino de santidad. El ser humano está llamado a su realización plena a través del Plan que Dios ha dispuesto para él. Nuestra Espiritualidad se caracteriza por vivir la acción procurando integrarla armónicamente con la oración, y de esta manera escuchar atentos los designios divinos en la vida cotidiana.

“Sea que ustedes coman, sea que beban, o cualquier cosa que hagan, háganlo todo para la gloria de Dios”1.

¿Cómo encontrarnos con el Señor Jesús en medio de todas las responsabilidades y acciones que realizamos? ¿Cómo hacer vida esta opción fundamental?

1 1Cor 10, 31.

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Iluminamos al mundo con la fe Dios nos ha llamado a ser santas, en nuestra vida cotidiana. En este tema reflexionaremos cómo encontrarnos con Él en medio de la acción, en nuestro día a día. La conformación con el Señor Jesús se forja de una manera integrada, sin divisiones. Toda nuestra vida debe ser un fiel cumplimiento del Plan de Dios y ésta es la razón de nuestra verdadera felicidad. En este sentido, resulta primordial llevar a la práctica nuestro lema:

“Oración para la vida y el apostolado, vida y apostolado hechos oración”.

Este camino de armonía e integración de la oración y la acción, que nos permite dar gloria a Dios y responder con generosidad al Señor Jesús, es lo que llamamos Espiritualidad de la Acción. Esto es, ponerse en presencia del Señor a la escucha de su Palabra, acogerla y meditarla en la intimidad del corazón, para volcarse luego a la acción fecunda en la que -fortalecidas por la gracia y en cooperación con ella- se pone por obra la Palabra escuchada. La oración constituye una “dimensión fundamental de la existencia humana, como expresión de la vida, como camino para vivificar la vida y la acción”2. Esta oración se hace concreta y se despliega en la acción, sin

embargo, oración y acción no pueden vivirse como polos opuestos, al contrario se trata de integrar estas dos dimensiones de la vida humana para que den frutos de despliegue personal en la vida cotidiana y en el apostolado, vocación a la que está llamado todo cristiano. Es importante aprender a vivir de manera cotidiana la integración de estas dos dimensiones de la existencia humana -oración y acción-, evitando cualquiera de los dos extremos negativos. Por un lado una actitud meramente pasiva que no lleva la oración a una acción consecuente; y, por el otro, un activismo desordenado que no dé gloria a Dios.

1. Oración para la vida y el apostolado Como hemos visto en el tema anterior, desde su nacimiento, el ser humano está invitado al diálogo con Dios, a un encuentro personal con el Padre que no es opcional y accesorio, sino que es un anhelo, una necesidad vital y permanente del ser humano. En la oración se da de manera privilegiada ese

Así “la oración para la vida y el apostolado” nos exige mantener en el día “momentos fuertes” de oración, en intensidad y dedicación, para que ese encuentro particular con el Padre se traduzca en obras concretas y en ello dar gloria a Dios, abriéndonos a la gracia y permitiendo que

la acción del Espíritu fructifique de manera fecunda y abundante. Existen formas concretas y sencillas de hacer oración: la meditación bíblica; el rezo frecuente del Rosario y otras devociones a Santa María; la participación activa en la Eucaristía; las visitas frecuentes al Santísimo; la lectura espiritual; la lectio; la liturgia de las horas; rezar jaculatorias, entre otras. Los momentos fuertes de oración podemos vivirlos personalmente o en comunidad, con nuestra familia, amigas, etc.

2. Vida y apostolado hechos oración Toda nuestra vida debe ser una ofrenda permanente a Dios, que oriente nuestros actos cotidianos según el designio divino, esforzándonos por el encuentro configurante con el Señor Jesús, donde nuestros pensamientos y acciones sean como los del Hijo de María. En ese sentido podríamos hablar de una “acción orante” que permite “hacer de cada día un acto litúrgico… consagrando todas las acciones a Aquel de cuya presencia buscamos estar conscientes”3. La misma acción puede convertirse en oración, como hemos indicado antes,en la medida en que sea respuesta a Dios que nos revela su Plan de amor. “La praxis o acción humana —nos dirá Luis Fernando— se inserta en el impulso global y orgánico de la persona hacia la santidad”4.

3 Ver Luis Fernando Figari, Luces de Emaús para la vida cristiana, Fondo Editorial, Lima 2000, p. 51. 4 Ver Luis Fernando Figari, Una Espiritualidad para nuestro tiempo, Vida y Espiritualidad, Lima 1988, p. 42.

2 Luis Fernando Figari, Una espiritualidad para nuestro tiempo, Vida y Espiritualidad, Lima 1988, p. 40.

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encuentro. La oración es diálogo, es comunión, es relación personal y personalizante, es entrega íntima. De ahí que quien prescinde de la oración en su existencia, mutila suvocación a ser persona humana, ya que priva a su ser del impulso fundamental que es el encuentro con lo divino.

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La misma acción puede convertirse en oración, en la medida que es fiel al Plan de Dios para cada uno.

Se trata de mantener los llamados “momentos fuertes” de oración en el día y a la vez hacer de la vida entera una oración incesante, a través de nuestras “acciones orantes”. El Catecismo de la Iglesia Católica afirma por ello que, “no se puede orar ‘en todo tiempo’ si no se ora, con particular dedicación, en algunos momentos: son los tiempos fuertes de la oración cristiana, en intensidad y en duración”5.

En la apertura al Espíritu —que permite la oración— donde el Señor Jesús se nos revela, se nos muestra y pone de manifiesto quiénes somos6. Y en ese encuentro cercano y personal con Jesús nos renovamos interiormente para emprender cada día la misión que se nos encomienda, haciendo de nuestra vida una plegaria constante. “Os exhorto, pues, hermanos, por la misericordia de Dios, a que os ofrezcáis a vosotros mismos como un sacrificio vivo, santo, agradable a Dios; tal será vuestro culto espiritual”7.

Estamos llamadas a hacer de nuestra vida una “acción orante” que permita hacer de cada día un acto litúrgico. Ciertamente es todo un reto el mantener una intensa vida de oración, pero no es menor desafío el que esa intensidad espiritual se traduzca en obras concretas de despliegue personal en la vida cotidiana y en el apostolado. Todo ello como una cooperación más activa con la gracia. Quien se ha encontrado con el Señor Jesús no puede permanecer indiferente, pues, se ve impulsado a un mayor amor, afectivo y efectivo, a Dios, a sí mismo y a los demás. La conversión personal, el servicio y el anuncio apostólico son sólo algunos

de los frutos en los que se despliega la oración. De esta manera, la oración debe nutrir cada instante de nuestra vida y cada acción apostólica, para que los frutos de este actuar sean una respuesta fiel al Plan de Dios. Así seremos capaces de vivir el horizonte de una “vida y apostolados hechos oración”, que nos invita a una presencia constante de Dios, haciendo de nuestra vida un despliegue santo y un apostolado fecundo.

5 Catecismo de la Iglesia Católica, 2697. 6 Ver Gaudium et spes, 22.

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3. Algunas características de la Espiritualidad de la Acción Oración y acción vividas en armonía cada día permiten que toda nuestra vida se convierta en un gesto litúrgico. San Pablo nos dice en su carta a los Romanos que “nos ofrezcamos a nosotros mismos como un sacrificio vivo agradable al Padre”8, para dar gloria a Dios y responder al Señor Jesús que nos exhorta a que “brille nuestra luz ante los hombres, vean nuestras obras y glorifiquen al Padre que está en los cielos”9. A continuación vamos a presentar algunas características de la Espiritualidad de la Acción. En la medida que te propongas vivirlas, cooperando con la gracia irás creciendo en ellas progresivamente.

7 Rm 12, 1. 8 Ver Rm 12, 1. 9 Mt 5, 16.

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a. La adhesión obediente y amorosa al Plan de Dios En el Plan de Dios discernimos las coordenadas de nuestro recto despliegue, para así darle gloria con toda nuestra existencia, con la segura confianza de que es Él, quien obrará en nosotras y a través de nosotras obras maravillosas, si vivimos cotidianamente esa apertura a su gracia. El Señor Jesús nos llama a ser santas, obedeciendo a su plan de amor para cada una, realizando en nuestra vida actos orantes: siendo responsable con nuestra misión en la vida familiar, como esposa, madre,hija o abuela y en nuestro trabajo y/o apostolado; anunciando el evangelio reconciliador del Señor Jesús con nuestro testimonio y palabras; y ayudando a nuestros hermanos más necesitados.

b. El ejercicio continuo de la presencia de Dios Ponernos en presencia de Dios nos ayuda a colocar en el primer plano de nuestra existencia diaria el divino Plan y su intencionalidad, permitiendo que penetre toda nuestra vida y nuestras acciones nutriéndolas de un espíritu de oración, con la conciencia de saber, como San Pablo dice que “en Él vivimos, nos movemos y existimos”10.

a Dios siendo quiénes somos y poniendo a su servicio nuestros dones y talentos. En el caso de las casadas, la vida matrimonial es ocasión de dar gloria a Dios. El sacramento del matrimonio es un camino para que los esposos puedan compartir un amor pleno y definitivo, que a semejanza del amor de Dios, sea fecundo, siempre fiel e irrevocable. El don del matrimonio es, pues, una vocación para que esposo y esposa alcancen la santidad en familia. Los esposos cristianos, permaneciendo siempre fieles entre sí, superando con la fuerza de la gracia y la oración toda prueba y dificultad, son testimonio para el mundo de hoy de cómo se hace vida el mandato de Jesús: “lo que Dios ha unido no lo separe el hombre”11.

“María dijo: Mi alma glorifica al Señor y mi espíritu se goza en Dios mi salvador”12.

d. La consagración de las intenciones

Podemos rezar jaculatorias que nos ayuden a actualizar la presencia de Dios, que siempre está con nosotras y que quiere que reconozcamos su presencia. Entre otras están: “Señor mío y Dios”; “Mi alma glorifica al Señor y mi espíritu se goza en Dios mi salvador”, etc.

c. Dar gloria a Dios con nuestro despliegue personal La conciencia del despliegue personal, como un acto que da gloria a Dios es fundamental para vivir la espiritualidad de la acción. En la medida en que la persona humana se realiza, respondiendo a sus dinamismos fundamentales según el Plan de Dios, da gloria a Dios con su propia felicidad.

Esto significa comenzar el día con la intención u opción fundamental de consagrar amorosamente todos nuestros actos para la gloria de Dios. Esta consagración debe renovarse a lo largo del día, en los propósitos y resoluciones tomadas. En este punto resulta muy importante el examen continuo de las propias intenciones a lo largo de la jornada.

“La mayor gloria de Dios es la santidad del hombre”. Démosle gloria

10 Hch 17, 28.

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11 Mt 19, 6 12 Lc 1, 47.

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e. La vivencia cada vez más intensa del proceso de amorización

¿Sabes cuáles son los criterios errados que no te permiten ver la realidad con los ojos de Dios? La humildad es una muy buena consejera, para entrar en nosotras mismas, reconocerlos, trabajar por cambiarlos y pedir ayuda a personas prudentes, si fuera necesario.

g. Cultivar una visión de eternidad

Como bien sabemos se trata de ir “Por Cristo a María y por María más plenamente al Señor Jesús”, respondiendo a la invitación del Señor Jesús desde lo alto de la Cruz a profesar un amor filial a María, reconociéndola como Madre y profundizando en su Inmaculado Corazón, dejando que la desbordante presencia de Jesús llegue a nuestro propio corazón y nos enseñe a amar con sus mismos amores: al Padre Eterno con un amor obediencial; a María, su Madre y nuestra madre también, con profunda piedad filial; y a los seres humanos, con caridad fraterna. Para nosotras betanias, María tiene un papel muy importante en nuestras vidas. Debemos esforzarnos para vivir cada día un amor filial más intenso.

f. El esfuerzo constante por cambiar nuestros criterios errados por los criterios evangélicos Hemos nacido en una cultura que nos ha inculcado criterios, ideas, antivalores, que nos dificultan abrir nuestra mente a la verdad y claridad del mensaje reconciliador del Señor Jesús. Se trata pues de hacer un esfuerzo por cambiar nuestros hábitos mentales, de formarnos en la fe de la Iglesia y los criterios nacidos del Evangelio, comenzando por conocer al mismo Evangelio Vivo del Padre, que es Jesucristo. “Y no os acomodéis al mundo presente, antes bien transformaos mediante la renovación de vuestra mente, de forma que podáis distinguir cuál es la voluntad de Dios: lo bueno, lo agradable, lo perfecto”13.

El poner la mirada en nuestro horizonte último, que es la comunión con el Padre, nos hace más sensibles a descubrir el sentido de las realidades cotidianas. Esto nos lleva a descubrir cómo la naturaleza, lo verdadero, lo bueno y lo bello se refiere a Dios. También nos eleva por encima de las circunstancias inmediatas, incluso de las contradicciones con cargas emocionales, del cansancio natural, de los fracasos en el apostolado, del rechazo, del dolor, la incomprensión, del trabajo rutinario o excesivo, para contemplar el horizonte de realización trascendente al que somos invitadas.

h. Una vida sana y virtuosa Se trata de dar gloria a Dios llevando una “vida buena”, equilibrada, buscando que la propia existencia cotidiana responda al designio de Dios. Este “vivir bien”, supone, entre otras cosas, vivir una vida saludable, sana, con los momentos necesarios de actividad y su correspondiente descanso. Implica también un esfuerzo consciente por responder a la gracia con la vivencia de la virtud entendida no sólo como disposición habitual para el bien sino como sentido heroico de la propia vida, vivida en entrega generosa y constante al servicio del Plan de Dios.

13 Rm 2, 2.

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Es importante que haya un recto equilibrio entre nuestra vida de oración y acción. En la oración donde nos encontramos con nosotras mismas y con Dios, podremos comprender el Plan de Dios para cada una y desde su luz veremos aquellos vicios de los que tenemos que despojarnos y aquellas virtudes de las que tenemos que revestirnos,para alcanzar la santidad y servir a los demás siguiendo su plan de amor.

4. Paradigmas de la vivencia de la Espiritualidad de la Acción

su unidad interior! La respuesta a la acción de la gracia, cooperando desde sus dinamismos fundamentales, muestra un camino sólido, seguro, de la acogida a la gracia que se hace unidad personal desde la mismidad del ser. Con cuánta claridad nos permite la consideración del Santo Custodio ver la excelencia del horizonte de unidad personal que se expresa en esa idea fuerza, en ese lema tan querido: “Oración para la vida y el apostolado, vida y apostolados hechos oración”16.

5. Conclusión Hacer cotidiano en nuestra vida una dinámica de oración, crea las condiciones para que nuestras acciones sean iluminadas y permanezcan unidas a Quien es la fuente de la Vida.

a. Señor Jesús La vida del Señor Jesús es un claro modelo de la dinámica oracional que tiene como motivo principal realizar la obra encomendada por el Padre. Como mencionó en una de sus catequesis el recordado Juan Pablo II “podemos decir perfectamente que Jesús de Nazaret ‘oraba todo el tiempo sin desfallecer’14. La oración era la vida de su alma, y toda su vida era oración”15.

b. Santa María En María, la madre de Jesús, encontramos un singular ejemplo de la espiritualidad de la acción. El pasaje de la visita a su prima Isabel resulta emblemático como lección de unidad entre oración y acción, integrada en el cumplimiento del Plan de Dios. Y así también en todos los momentos de su vida al lado del Señor Jesús. En María oración y acción se armonizan, pues, en Ella la vida misma se torna oración. El amor que vive se expresa en todo su ser y actuar.

“Yo soy la vid; vosotros los sarmientos. El que permanece en mí y yo en él, ése da mucho fruto; porque separados de mí no podéis hacer nada”17.

Si sustentamos nuestra vida en la oración, y hacemos de nuestra vida y apostolado una continua oración, permaneceremos unidos a la fuente de la Vida -tal y como sucede con el sarmiento y la vid-. Sólo así podremos responder fielmente al Plan de Dios.

c. San José San José es modelo de vida en la dinámica oracional, lo señala nuestro Fundador, Luis Fernando: “San José se presenta como un modelo paradigmático para quien está llamado a la vida activa, como un clamor para evitar desventuradas rupturas y dicotomías entre la vida de oración y la de la acción. ¡Cómo se vislumbra

14 Ver Lc 18, 1. 15 Juan Pablo II, La oración del Hijo al Padre, 22 de julio de 1987, 1.

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16 Luis Fernando Figari, Enseñanzas de San José para la vida cristiana, Fondo Editorial, Lima 1997, pp. 35-36. 17 Jn 15, 5.

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Vivamos nuestra fe

“… en Él vivimos, nos movemos y existimos”. Hch 17,28.

¿Qué haré para cooperar con la gracia?

Acciones personales

Interiorizamos... ¿Cómo vivo esto? En Santa María plegaria y acción se armonizan como dos rostros de una misma “dinámica oracional”18. Preguntas para el diálogo • ¿Por qué es necesario tener un momento fuerte de oración cada día además de los momentos cotidianos de presencia de Dios y de consagración de intenciones? • María no sólo es mujer de profunda oración, también es mujer de acción. Se encuentra con el Señor en la oración y pone por obra aquello que el Señor le va mostrando, ¿Cuál es tu actitud frente a las invitaciones del Señor? ¿Respondes con prontitud? • ¿Vivo en mi familia la espiritualidad de la acción?

• S i no lo haces aún, establece en tu horario de actividades de cada día un momento para tener un encuentro especial con el Señor Jesús, un momento fuerte de oración y prepara algún material para esto (lectio, lectura espiritual, lecturas del Domingo…) • La Espiritualidad de la Acción tiene varias características que se relacionan unas con otras, elige una y pon algún medio concreto para vivirla mejor de ahora en adelante. • Medita personalmente: -- ¿Qué es lo que da vida a tu acción? ¿Es el Señor Jesús o tus intereses personales? ¿La presión de la sociedad o las prisas? -- ¿Qué puedes hacer para responder como Santa María que se pone en camino hacia la casa de Isabel “con prontitud”? • Revisa cómo está siendo tu apostolado interno (al interior de tu familia y

en tu grupo de betania) y externo y pon medios concretos para que sea cada vez más efectivo.

Acciones Comunitarias • Organiza con tu grupo de Betania una oración comunitaria. Prepara una lectio con material relacionado a nuestro lema “Oración para la vida y el apostolado, vida y apostolado hechos oración”. • Compartan en el grupo como viven la Espiritualidad de la Acción en su vida cotidiana. • En tu grupo de Betania pregúntense si se conocen bien unas a otras, sabrían decir ¿Qué sueños e ideales tienen cada una? ¿Cuáles son los mayores problemas o alegrías que están viviendo actualmente? • ¿Qué apostolado, aparte de su testimonio, realiza tu grupo de Betania? ¿Qué acción concreta podrían realizar como grupo?

18 Luis Fernando Figari, Una Espiritualidad para nuestro tiempo, Vida y Espiritualidad, Lima 1988, p. 42.

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Celebramos nuestra fe

Cantamos juntas “María testigo”.

Recemos en comunidad

DICHOSO QUIEN EN SU VIDA VIVE COMO VIVIÓ MARÍA: (2v) SIEMPRE AMANDO A LOS DEMÁS, SIEMPRE SIRVIENDO A LOS DEMÁS. (2v)

Todas: En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Amén. Monitora: Señor Jesús, tú siempre estás presente en nuestra vida cotidiana, ayúdanos a reconocerte y a realizar en ella acciones orantes con las que demos gloria al Padre. Lectora 1: “Mira, también Isabel, tu pariente, ha concebido un hijo en su vejez, y este es ya el sexto mes de aquella que llamaban estéril, porque ninguna cosa es imposible para Dios. Dijo María: ‘He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra’. Y el ángel dejándola se fue. En aquellos días, se levantó María y se fue con prontitud a la región montañosa, a una ciudad de Judá; entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel. Y sucedió que, en cuanto oyó Isabel el saludo de María, saltó de gozo el niño en su seno, e Isabel quedó llena de Espíritu Santo; y exclamando con gran voz, dijo: ‘Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu seno; y ¿de dónde a mí que la madre de mi Señor venga a mí? Porque, apenas llegó a mis oídos la voz de tu saludo, saltó de gozo el niño en mi seno. ¡Feliz la que ha creído que se cumplirían las cosas que le fueron dichas de parte del Señor!’”19. Lectora 2: María nos enseña cómo la presencia del Señor en su seno la mueve al anuncio y al servicio. Ella es la Madre del fuego del Divino Amor, que arde con Él, haciendo de su vida una liturgia continua. Pidámosle que nos ayude a irradiar como ella a su Hijo el Señor Jesús en cada uno de nuestros actos.

1. Con tu entrega permitiste que nos acompañe Dios, y creciendo Él a tu lado compartía nuestra vida. 2. En tu canto de alabanza retrataste nuestro mundo, donde siempre los pequeños del Señor son preferidos. 3. Que sigamos la Palabra de Dios Padre que nos ama, por María todos sepan que su Amor a todos llega. Monitora: Rezamos juntas un Ave María. Todas: En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.

19 Lc 1, 36- 45

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