Módulo 2 - Dignidad Humana, Justicia y Bien Común Flipbook PDF

Departamento de Humanidades y Formación Integral Julio de 2021 Espacio Académico: Humanismo, Sociedad y Ética - Nivel Ma

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Humanismo, Sociedad y Ética

Dignidad Humana, Justicia y Bien Común

Módulo 2 2021

Oficina de Educación

Virtual USTA

Humanismo, Sociedad y Ética

Módulo 2 Dignidad Humana, Justicia y Bien Común

Autores Luís Antonio Merchan Parra Ismael José González Guzmán 2021

Oficina de Educación

Virtual USTA

DIRECTIVOS SANTO TOMÁS Fr. José Gabriel Mesa Angulo, O.P. Rector General Fr. Eduardo González Gil, O.P. Vicerrector Académico General Fr. Wilson Fernando Mendoza Rivera, O.P. Vicerrector Administrativo y Financiero General PhD. Fabiola Inés Hernández Barriga Directora Departamento de Humanidades y Formación Integral AUTOR DISCIPLINAR Departamento de Humanidades y Formación Integral Julio de 2021 Espacio Académico: Humanismo, Sociedad y Ética - Nivel Maestría Líder Humanismo, Sociedad y Ética Sandra Posada Bernal Autores: Mg.Luis Antonio Mechán Parra PhD. Ismael José González Guzmán ASESORÍA Y PRODUCCIÓN Mg. Carlos Eduardo Alvarez Martínez Coordinador Oficina de Educación Virtual Mg. Wilson Arley Sánchez Pinzón Asesor Tecnopedagógico, Corrector de Estilo y Diseñodor Instruccional Prof. Diego Fernando Jaramillo Herrera Diseñador Gráfico Oficina de Educación Virtual Universidad Santo Tomás Sede Principal - Bogotá

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Dignidad Humana, Justicia y Bien Común

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CONTENIDO DEL MÓDULO 2 Problematización - Situación de aprendizaje - Contexto

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Preguntas orientadoras

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Análisis instruccional (Síntesis de contenido)

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Introducción – Presentación1. Definición de macroeconomía

6

La ética y la justicia en la historia: Criterios del actuar social

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1. Historia y valores

10

2. Descripción de algunos sistemas éticos

13

2.1 Sofistas

16

2.2 Sócrates

18

2.3 Platón

20

2.4 Aristóteles

21

2.5 Epicureísmo

22

2.6 Estoicismo

25

2.7 Cristianismo

26

2.8 Utilitarismo

27

2.9 La tradición kantiana

28 Páginas

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2.10 Ética de los valores

29

2.11 La teoría de la justicia

30

2.12 Ética del discurso

32

2.13 Deontología

33

2.14 Ética relativista

33

2.15 Ética anarquista

34

2.16 Ética marxista

34

2.17 Ética pragmatista

35

2.18 Ética aplicada

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Bibliografía / Webgrafía

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Páginas

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PROBLEMATIZACIÓN SITUACIÓN DE APRENDIZAJE - CONTEXTO Bienvenido estimado estudiante al módulo 2: “La ética y la justicia en la historia: criterios del actuar social”. Se realizará un breve recorrido por diferentes sistemas éticos, de modo que se puedan revisar distintos elementos que han servido a las diferentes sociedades para establecer criterios de acción y de planteamiento de los valores que orientan un grupo determinado, así como el desarrollo del concepto de la justicia en cada uno de ellos. Para poder comprender estas variaciones que se hacen en los modelos de comportamiento, en las escalas de valores, en los parámetros sociales, es necesario hacer un recorrido histórico por algunas formas de pensamiento que se han dado a lo largo de la historia, resaltando en algunas de ellas cómo se plantea una concepción respecto al ser humano y a la conformación u organización de las sociedades.

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PREGUNTAS ORIENTADORAS ¿De qué manera la dignidad humana, la justicia y el bien común aportan criterios para el análisis de las problemáticas sociales actuales?

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ANÁLISIS INSTRUCCIONAL (SÍNTESIS DE CONTENIDO) MÓDULO 2 . DIGNIDAD HUMANA, JUSTICIA Y BIEN COMÚN LA ÉTICA Y LA JUSTICIA EN LA HISTORIA: CRITERIOS DEL ACTUAR SOCIAL 1. Historia y valores 2. Descripción de algunos sistemas éticos 2.1 Sofistas 2.2 Sócrates 2.3 Platón 2.4 Aristóteles 2.5 Epicureísmo 2.6 Estoicismo 2.7 Cristianismo 2.8 Utilitarismo 2.9 La tradición kantiana 2.10 Ética de los valores 2.11 La teoría de la justicia 2.12 Ética del discurso 2.13 Deontología 2.14 Ética relativista 2.15 Ética anarquista 2.16 Ética marxista 2.17 Ética pragmatista 2.18 Ética aplicada

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INTRODUCCIÓN – PRESENTACIÓN Bienvenido estimado estudiante al módulo 2: “La ética y la justicia en la historia: criterios del actuar social”. Se continua con este proceso del humanismo, la sociedad y la ética, analizando este último componente y cómo desde allí se han dado elementos para la formulación del concepto y el sentido del hombre, además de los criterios que implica su comportamiento en un grupo social. Para poder comprender varios de estos modelos éticos, su concepción de valor, moral y justicia, dentro de algunos de los parámetros sociales establecidos, es necesario hacer un recorrido histórico por algunas formas de pensamiento que se han dado a lo largo de la historia, resaltando en algunas de ellas cómo se plantea una concepción respecto al ser humano y a la conformación u organización de las sociedades.

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LA ÉTICA Y LA JUSTICIA EN LA HISTORIA: CRITERIOS DEL ACTUAR SOCIAL En el anterior módulo se había hecho referencia a aquel periodo histórico donde el ser humano se conforma como tal, lo que denominamos actualmente como el “Homo Sapiens”. Así mismo, se afirmó que este se ve enfrentado a diferentes situaciones que pueden resultar ser una amenaza para su supervivencia. En este período histórico del surgimiento de la humanidad, una de las primeras formas que el ser humano encuentra para resolver o hacerle frente a la adversidad es asociarse con otros grupos humanos. “Si un ser vivo tiene dificultades alimenticias o de otra índole: materiales, hábitat, etc. busca establecer nexos para proporcionarse aquello que hace falta, buscar estrategias de cooperación, en vez de competición, lucha y violencia; imaginemos por un momento que fuera lo contrario, como resultado de la competencia y lucha hace tiempo que las especies se hubieran aniquilado, porque tal es el rumbo de la violencia. Por otro lado, por donde vayamos ora en el mundo inanimado, ora en el animado, se evidencia una red de conexiones todas cada vez más complejas tendientes a mantener y proliferar la vida en nuestro planeta” (Valqui-Zuta, 2021, p. 68). Es aquí donde comienzan a establecerse unas pautas a nivel de conformación de los grupos, estableciendo una especie de normas, a veces de manera implícita, otras de manera explícita, que desarrollan una serie de pautas de comportamiento al interior de esos grupos. Es en este contexto, donde surgen conceptos como bien, mal, bueno, malo, valor, moral, justicia, comportamiento, actuar… conceptos que van a determinar la forma como el ser humano establece criterios de conducta, acción y evaluación de sus actos. A partir de la conformación de los primeros grupos sociales (los grupos tribales) surge un nuevo reto: cómo lograr un orden y organización tal que permita el adecuado funcionamiento de dicho grupo. El ser humano comprende que es necesario el establecimiento de unas pautas de comportamiento (unas van surgiendo de forma implícita y con otras se ve la necesidad de plantear de manera explícita); estas pautas van surgiendo espontáneamente y otras requieren ser establecidas con el paso del tiempo para mantener un adecuado funcionamiento del conglomerado social. Un ejemplo claro de esto es, nuevamente, la pandemia dada a partir de 2019, la cual conlleva a asumir unas pautas de comportamiento y de normatividades que permitieran

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controlar posibilidades de contagio; así mismo, el consecuente encierro que esta situación acarreó, hizo que en cada hogar se asumieran roles y espacios determinados para intentar continuar con las actividades que en el ámbito cotidiano se llevaban, solo que ahora desde la propia casa. El ser humano ha asumido, a lo largo de la historia, que son necesarios al menos unos parámetros mínimos que favorezcan su convivencia con los demás y eviten posibles conflictos que pueden surgir a partir de ello. En el caso de aquellos primeros grupos tribales, se comienzan a determinar roles específicos, de acuerdo a la forma en que se entendió el género: los machos comienzan a desempeñar funciones de caza, mientras que las hembras cuidaban las criaturas pequeñas y realizaban algunas actividades de recolección. Se generan, así, unas pautas de comportamiento y se comienzan a establecer unos códigos que permitan el correcto funcionamiento del grupo; algunos de estos códigos surgen espontáneamente y otros hay que determinarlos, de acuerdo a las situaciones particulares que se van presentando. La aprobación o la censura por parte del grupo social es lo que determina los criterios de acción. En el caso de estos grupos, el término justicia no tiene mayor discusión, pues se asume como el cumplimiento de unas normas determinadas al interior del grupo social que ayudan a mantener la cohesión y estructura de dichos grupos. No hay un sentido de desigualdad, pues se asume un orden natural al cual hay que responder. Hay una actitud de asumir tranquilamente las normas que se establezcan por parte de la jerarquía del grupo, ya que hay la concepción de que todos pertenecen a un mismo linaje y, por lo tanto, conforman una misma familia o clan (por aquella idea de que todos tienen unos antepasados comunes, de acuerdo a sus relatos míticos). Sus actitudes, comportamientos y formas de asumir las normas están determinados por esta cosmovisión. Surgen, de este modo, una serie de costumbres, normas, valores que ayudan a establecer lo que está bien y mal en un grupo, lo que se debe hacer y lo que no, planteándose así un sistema moral y axiológico propio de cada grupo o de cada momento histórico. Incluso, al interior de cada grupo social pueden darse diferentes escalas de valores, lo que conlleva a un nuevo reto: frente a toda la multiplicidad de pareceres, perspectivas, formas de asumir la vida, se requiere de una normativa que enmarque los comportamientos sociales y se asuma como el criterio de actuar en dicho grupo. Esta normativa intenta tener una pretensión de definitiva en cada conglomerado o social o época histórica, pero con el tiempo se observa que requiere de continuas evaluaciones y ajustes. “Este conjunto de normas o reglas, valores o principios y costumbres que se encuentran implícitos o explícitos en un grupo humano determinado, y que buscan prescribir sobre el comportamiento humano estableciendo las obligaciones y deberes del sujeto o los sujetos es lo que podemos reconocer como moral” (Urguijo, 1999, p. 121). Hablar de la ética y del concepto de justicia no es fácil, ya que son temas complejos Módulo 2

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porque dependen de la perspectiva con que se estén asumiendo. No es lo mismo hablar de ellos en el siglo VIII que hacerlo en el siglo XX. Las pautas de comportamiento dependen directamente de un orden social, de una concepción del ser humano y de hechos específicos propios de una época. Es curioso observar cómo, a lo largo del tiempo, la ética se ha caracterizado por tener una pretensión de establecer parámetros de comportamiento permanentes, ya que elabora un análisis cuidadoso de la realidad y de las situaciones que se estén presentando en ese momento en un grupo social determinado y, a partir de ello, sugiere unos criterios que permitan definir las acciones que benefician al individuo y a la sociedad. Sin embargo, así como el hombre, su pensamiento, los grupos sociales y los hechos históricos se caracterizan por ser cambiantes, las reflexiones que el ser humano realiza también se transforman a lo largo de la historia. Este carácter definitivo termina siendo temporal, pues requiere ser adaptado a las nuevas situaciones que se le presentan a éste. En el caso de la justicia, se puede observar, así mismo, que su aplicación depende de las normas morales y reflexiones éticas que se desprenden de cada momento histórico, con sus particularidades; en este sentido, la manera como se asume la justicia en un grupo determinado depende de la manera como se concretan normas en las diferentes sociedades para garantizar un adecuado funcionamiento de sus esquemas de organización y aplicación de las normas. Igualmente, hablar de ética es un poco complicado porque involucra el tema de la moral, la cual puede llegar a ser diversa por cuanto parte de elementos que pueden ser clasificados como subjetivos: un estilo de sociedad y un individuo determinado. Claro está que la moral pretende también un cierto grado de objetividad al determinar, desde el concepto de bien o mal, las acciones que debe realizar el ser humano. La moral permite categorizar, entonces, los actos como buenos o malos y, en este sentido, generar unas pautas de comportamiento en un grupo determinado. Los actos se evalúan desde estos dos aspectos. El marco desde el cual se establecen estas categorías corresponde a la escala de valores que se maneje en un grupo social o en una persona; por ello, pueden surgir dificultades de unidad de criterios. Surge, por tanto, la particularidad como un reto a resolver para el establecimiento de acuerdos y de marcos de regulación. Plantear un esquema moral único y definitivo, al igual que un sistema ético absoluto, no es posible por la diversidad de individuos, pareceres, situaciones, perspectivas y reflexiones que se hallan acá implicados. Así mismo, hablar de normas absolutas o definitivas que se establezcan legalmente en las sociedades para garantizar el bien común y la justicia no es posible, ya que depende de estos mismos esquemas. Para poder comprender estas variaciones que se hacen en los modelos de comportamiento, en las escalas de valores, en los parámetros sociales, es necesario hacer un recorrido histórico por algunas formas de pensamiento que se han dado a lo largo de la historia, resaltando en algunas de ellas cómo se plantea una concepción respecto al ser humano y a la conformación u organización de las sociedades.

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1. HISTORIA Y VALORES En el módulo anterior se hizo referencia a todo lo correspondiente al humanismo y su relación con la producción de pensamiento de las sociedades. Es así como se entiende que la Edad Antigua se caracteriza por el interés que tiene el ser humano por explicar la realidad a través de la observación y la razón, considerando que el mundo o el universo guarda una armonía y, desde ella, es que se intentan construir u organizar las diferentes sociedades para que funcionen armónicamente. Surge el concepto de virtud, como algo característico en el ser humano que lo lleva a hacer el bien y a mantener un orden social adecuado para todos los individuos y la justicia es concebida como una virtud que tienen todos los individuos, pero que así mismo hay que generar las estrategias necesarias para garantizarla. Este ideal de justicia en esta época no quiere decir necesariamente una igualdad para todos, sino la búsqueda de un orden social. No obstante, el hombre es consciente de que las normas son producto de acuerdos, de determinaciones que establece el ser humano para una adecuada convivencia en un grupo social. Estas normas son producto de las reflexiones que éste realiza y que buscan mantener un orden en la coexistencia con los otros. Posteriormente, llega la Edad Media, diez siglos caracterizados por un pensamiento fuertemente cristiano, hasta el punto de que llega a ser un poco extrema esta forma de pensamiento; por lo tanto, lo que prima es la moral cristiana. Un personaje que influye fuertemente en esta forma de pensamiento en el cristianismo, como filosofía y como religión, es San Agustín, quien clasifica la realidad en dos elementos opuestos: el bien y el mal. Con su expansión, se asume una moral muy rígida, donde se busca el cumplimiento de la voluntad de Dios y evitar la tendencia del pecado en el ser humano. Se plantea así que los actos tienen una decisiva influencia en el futuro del ser humano, pues lo conducirán al cielo o al infierno. Desde esta perspectiva, se asume la justicia como un orden divino, decretado por Dios, donde cada individuo debe respetar ese orden y asumirlo con humildad y sumisión, pues corresponde a la voluntad de Dios; se asumen, por tanto, como algo normal las jerarquías establecidas y el poder que ellos detentan, correspondiéndole a cada persona velar por el respeto a las personas que lo representan y cultivar los bienes espirituales. A finales de la edad media aparece Santo Tomas como un personaje que intenta conciliar algunos de los elementos que se habían propuesto en la Edad Antigua y que el pensamiento cristiano había dejado de lado, sobre todo el pensamiento de Aristóteles.

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Reelabora las ideas aristotélicas desde la perspectiva cristiana y plantea la necesidad de cultivar todas las virtudes y capacidades que Dios da al ser humano, incluida la razón. La fe y la razón son elementos que se complementan, pues los dos ayudan a la construcción del ser humano, a la construcción de la sociedad y a que el ser humano actúe adecuadamente (para que de esa manera llegue a ese fin último al que está llamado, el cielo o la vida en Dios). Los conceptos de virtud y de bien supremo son los que encauzan dichas acciones y los que son utilizados como referentes para la noción de la justicia. Cuando aparece la Modernidad, se recupera el papel de la observación y la razón, pero concediéndole una importancia exagerada. El ser humano intenta recuperar su autonomía frente a lo religioso y, de este modo, busca desarrollar aspectos que se habían dejado de lado. El moralismo religioso, las categorías de bien, mal, bondad y pecado, pierden relevancia, frente a nuevas ideas que se desarrollan en este período respecto a categorías racionales que pueden orientar el actuar humano. En este momento de la historia, se asume la justicia desde la capacidad que tiene todo individuo de distinguir por sí mismo las leyes que deben gobernar una sociedad; se confía en que dichas leyes, aunque puedan ser fruto de un origen divino, son también producto del reconocimiento racional de los hombres en un poder estatal, quien vela por los intereses de los ciudadanos. El desarrollo tecnológico que comienza a darse desde la revolución industrial reafirma el papel de la razón. Se genera un cierto optimismo, al considerar que las sociedades van encaminadas inevitablemente a un proceso de mayor civilización y desarrollo. Se considera, por tanto, que la razón permite resolver los conflictos que se puedan presentar en las sociedades y a brindar soluciones realmente acertadas, ya que ésta puede identificar y entender de manera objetiva los principios y leyes bajo los que el hombre debe orientar su proceder. Los criterios morales desde donde se enfoca el actuar humano, por tanto, están determinados por las claridades que pueda ofrecer la razón, pues hay una confianza absoluta en ella. No obstante, llega un momento en que el ser humano se cuestiona realmente por el papel de la tecnología y de los avances científicos, al percibir que se da una simplificación de su rol en la sociedad, al verse instrumentalizado y reducido al mero campo laboral. Por otra parte, se da cuenta que puede ser reemplazado por esos mismos productos tecnológicos, llegando, incluso, a un valor inferior que el de una maquinaria. Además, su capacidad de producción es la que finalmente determina su valor en la sociedad. Desde este nuevo orden social, los valores están supeditados al cumplimiento laboral, a la ejecución adecuada de unas normas de trabajo, al seguimiento riguroso de unas tareas específicas, a la calidad de desempeño y al desarrollo del capital. Es así como el factor económico prima sobre el individuo como tal.

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Así mismo, el positivismo del siglo XIX plantea una perspectiva un tanto utilitarista, en tanto que, por la exagerada preponderancia de la razón, se categorizan unos conocimientos como realmente “necesarios” para la sociedad y otros como “accesorios” o “complementarios”, pues no le aporta mayor cosa a su desarrollo tecnológico y científico y, por ende, a su avance. Se asume, por tanto, que los criterios de valoración están determinados por aquello que cumpla con los criterios de verdad, rigurosidad y progreso. Quienes tengan la posibilidad de desarrollar o acceder a los avances tecnológicos, son quienes desempeñan un papel activo en la sociedad, favoreciendo aún más un distanciamiento y diferenciación social. La necesidad de una justicia igualitaria lleva a plantear posteriormente la necesidad de un concepto de equidad, por encima de los conceptos de civilización y de la historicismo tradicional. La reacción que implica el siglo XX frente a la Modernidad, lleva a que se cuestionen todas las respuestas que hasta ese momento se había dado el hombre. Incluso, respuestas que se tenían por evidentes, vuelven a replantearse. Así mismo, las normas, los valores y las creencias que hasta ese momento se tenían como ciertas, son objeto de revisión, por cuanto hay una búsqueda profunda del sentido de las cosas. Hasta la vida misma, el significado de ser humano y la normatividad no se escapan de esta búsqueda de resignificación. Este vacío que se origina al quedarse sin el sentido de muchas cosas y la consecuente búsqueda afanosa de nuevos criterios que solucionen esta situación conlleva a un sincretismo, a una amalgama de elementos que anteriormente se podían considerar incompatibles. Surge, por tanto, una forma de pensamiento que acepta o promueve la aceptación de diferentes esquemas y nuevas formas de asumir el mundo y de expresar su cosmovisión, sentando las bases para un relativismo del que aún en el siglo XXI no se ha podido escapar. El reto para estas nuevas generaciones ha sido el de poder determinar criterios o parámetros de acción y reflexión, aún en medio de la diversidad y el reconocimiento y respeto que ésta exige. Todo ese panorama general que se ha planteado permite comprender toda una serie de concepciones que se dan a nivel moral y ético, además de determinar las situaciones a las que se intentan responder desde cada corriente en cada época determinada.

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2. DESCRIPCIÓN DE ALGUNOS SISTEMAS ÉTICOS LA ÉTICA Y LA JUSTICIA EN LA HISTORIA: CRITERIOS DEL ACTUAR SOCIAL En el anterior módulo se había hecho referencia a aquel periodo histórico donde el ser humano se conforma como tal, lo que denominamos actualmente como el “Homo Sapiens”. Así mismo, se afirmó que este se ve enfrentado a diferentes situaciones que pueden resultar ser una amenaza para su supervivencia. En este período histórico del surgimiento de la humanidad, una de las primeras formas que el ser humano encuentra para resolver o hacerle frente a la adversidad es asociarse con otros grupos humanos. “Si un ser vivo tiene dificultades alimenticias o de otra índole: materiales, hábitat, etc. busca establecer nexos para proporcionarse aquello que hace falta, buscar estrategias de cooperación, en vez de competición, lucha y violencia; imaginemos por un momento que fuera lo contrario, como resultado de la competencia y lucha hace tiempo que las especies se hubieran aniquilado, porque tal es el rumbo de la violencia. Por otro lado, por donde vayamos ora en el mundo inanimado, ora en el animado, se evidencia una red de conexiones todas cada vez más complejas tendientes a mantener y proliferar la vida en nuestro planeta” (Valqui-Zuta, 2021, p. 68). Es aquí donde comienzan a establecerse unas pautas a nivel de conformación de los grupos, estableciendo una especie de normas, a veces de manera implícita, otras de manera explícita, que desarrollan una serie de pautas de comportamiento al interior de esos grupos. Es en este contexto, donde surgen conceptos como bien, mal, bueno, malo, valor, moral, justicia, comportamiento, actuar… conceptos que van a determinar la forma como el ser humano establece criterios de conducta, acción y evaluación de sus actos. A partir de la conformación de los primeros grupos sociales (los grupos tribales) surge un nuevo reto: cómo lograr un orden y organización tal que permita el adecuado funcionamiento de dicho grupo. El ser humano comprende que es necesario el establecimiento de unas pautas de comportamiento (unas van surgiendo de forma implícita y con otras se ve la necesidad de plantear de manera explícita); estas pautas van surgiendo espontáneamente y otras requieren ser establecidas con el paso del tiempo para mantener un adecuado funcionamiento del conglomerado social. Un ejemplo claro de esto es, nuevamente, la pandemia dada a partir de 2019, la cual conlleva a asumir unas pautas de comportamiento y de normatividades que permitieran controlar posibilidades de contagio; así mismo, el consecuente encierro que esta situación acarreó, hizo que en cada hogar se asumieran roles y espacios determinados

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para intentar continuar con las actividades que en el ámbito cotidiano se llevaban, solo que ahora desde la propia casa. El ser humano ha asumido, a lo largo de la historia, que son necesarios al menos unos parámetros mínimos que favorezcan su convivencia con los demás y eviten posibles conflictos que pueden surgir a partir de ello. En el caso de aquellos primeros grupos tribales, se comienzan a determinar roles específicos, de acuerdo a la forma en que se entendió el género: los machos comienzan a desempeñar funciones de caza, mientras que las hembras cuidaban las criaturas pequeñas y realizaban algunas actividades de recolección. Se generan, así, unas pautas de comportamiento y se comienzan a establecer unos códigos que permitan el correcto funcionamiento del grupo; algunos de estos códigos surgen espontáneamente y otros hay que determinarlos, de acuerdo a las situaciones particulares que se van presentando. La aprobación o la censura por parte del grupo social es lo que determina los criterios de acción. En el caso de estos grupos, el término justicia no tiene mayor discusión, pues se asume como el cumplimiento de unas normas determinadas al interior del grupo social que ayudan a mantener la cohesión y estructura de dichos grupos. No hay un sentido de desigualdad, pues se asume un orden natural al cual hay que responder. Hay una actitud de asumir tranquilamente las normas que se establezcan por parte de la jerarquía del grupo, ya que hay la concepción de que todos pertenecen a un mismo linaje y, por lo tanto, conforman una misma familia o clan (por aquella idea de que todos tienen unos antepasados comunes, de acuerdo a sus relatos míticos). Sus actitudes, comportamientos y formas de asumir las normas están determinados por esta cosmovisión. Surgen, de este modo, una serie de costumbres, normas, valores que ayudan a establecer lo que está bien y mal en un grupo, lo que se debe hacer y lo que no, planteándose así un sistema moral y axiológico propio de cada grupo o de cada momento histórico. Incluso, al interior de cada grupo social pueden darse diferentes escalas de valores, lo que conlleva a un nuevo reto: frente a toda la multiplicidad de pareceres, perspectivas, formas de asumir la vida, se requiere de una normativa que enmarque los comportamientos sociales y se asuma como el criterio de actuar en dicho grupo. Esta normativa intenta tener una pretensión de definitiva en cada conglomerado o social o época histórica, pero con el tiempo se observa que requiere de continuas evaluaciones y ajustes. “Este conjunto de normas o reglas, valores o principios y costumbres que se encuentran implícitos o explícitos en un grupo humano determinado, y que buscan prescribir sobre el comportamiento humano estableciendo las obligaciones y deberes del sujeto o los sujetos es lo que podemos reconocer como moral” (Urguijo, 1999, p. 121). Hablar de la ética y del concepto de justicia no es fácil, ya que son temas complejos porque dependen de la perspectiva con que se estén asumiendo. No es lo mismo hablar de ellos en el siglo VIII que hacerlo en el siglo XX. Las pautas de comportamiento dependen directamente de un orden social, de una concepción del ser humano y de Módulo 2

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hechos específicos propios de una época. Es curioso observar cómo, a lo largo del tiempo, la ética se ha caracterizado por tener una pretensión de establecer parámetros de comportamiento permanentes, ya que elabora un análisis cuidadoso de la realidad y de las situaciones que se estén presentando en ese momento en un grupo social determinado y, a partir de ello, sugiere unos criterios que permitan definir las acciones que benefician al individuo y a la sociedad. Sin embargo, así como el hombre, su pensamiento, los grupos sociales y los hechos históricos se caracterizan por ser cambiantes, las reflexiones que el ser humano realiza también se transforman a lo largo de la historia. Este carácter definitivo termina siendo temporal, pues requiere ser adaptado a las nuevas situaciones que se le presentan a éste. En el caso de la justicia, se puede observar, así mismo, que su aplicación depende de las normas morales y reflexiones éticas que se desprenden de cada momento histórico, con sus particularidades; en este sentido, la manera como se asume la justicia en un grupo determinado depende de la manera como se concretan normas en las diferentes sociedades para garantizar un adecuado funcionamiento de sus esquemas de organización y aplicación de las normas. Igualmente, hablar de ética es un poco complicado porque involucra el tema de la moral, la cual puede llegar a ser diversa por cuanto parte de elementos que pueden ser clasificados como subjetivos: un estilo de sociedad y un individuo determinado. Claro está que la moral pretende también un cierto grado de objetividad al determinar, desde el concepto de bien o mal, las acciones que debe realizar el ser humano. La moral permite categorizar, entonces, los actos como buenos o malos y, en este sentido, generar unas pautas de comportamiento en un grupo determinado. Los actos se evalúan desde estos dos aspectos. El marco desde el cual se establecen estas categorías corresponde a la escala de valores que se maneje en un grupo social o en una persona; por ello, pueden surgir dificultades de unidad de criterios. Surge, por tanto, la particularidad como un reto a resolver para el establecimiento de acuerdos y de marcos de regulación. Plantear un esquema moral único y definitivo, al igual que un sistema ético absoluto, no es posible por la diversidad de individuos, pareceres, situaciones, perspectivas y reflexiones que se hallan acá implicados. Así mismo, hablar de normas absolutas o definitivas que se establezcan legalmente en las sociedades para garantizar el bien común y la justicia no es posible, ya que depende de estos mismos esquemas. Para poder comprender estas variaciones que se hacen en los modelos de comportamiento, en las escalas de valores, en los parámetros sociales, es necesario hacer un recorrido histórico por algunas formas de pensamiento que se han dado a lo largo de la historia, resaltando en algunas de ellas cómo se plantea una concepción respecto al ser humano y a la conformación u organización de las sociedades.

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1. Historia y valores En el módulo anterior se hizo referencia a todo lo correspondiente al humanismo y su relación con la producción de pensamiento de las sociedades. Es así como se entiende que la Edad Antigua se caracteriza por el interés que tiene el ser humano por explicar la realidad a través de la observación y la razón, considerando que el mundo o el universo guarda una armonía y, desde ella, es que se intentan construir u organizar las diferentes sociedades para que funcionen armónicamente. Surge el concepto de virtud, como algo característico en el ser humano que lo lleva a hacer el bien y a mantener un orden social adecuado para todos los individuos y la justicia es concebida como una virtud que tienen todos los individuos, pero que así mismo hay que generar las estrategias necesarias para garantizarla. Este ideal de justicia en esta época no quiere decir necesariamente una igualdad para todos, sino la búsqueda de un orden social. No obstante, el hombre es consciente de que las normas son producto de acuerdos, de determinaciones que establece el ser humano para una adecuada convivencia en un grupo social. Estas normas son producto de las reflexiones que éste realiza y que buscan mantener un orden en la coexistencia con los otros. Posteriormente, llega la Edad Media, diez siglos caracterizados por un pensamiento fuertemente cristiano, hasta el punto de que llega a ser un poco extrema esta forma de pensamiento; por lo tanto, lo que prima es la moral cristiana. Un personaje que influye fuertemente en esta forma de pensamiento en el cristianismo, como filosofía y como religión, es San Agustín, quien clasifica la realidad en dos elementos opuestos: el bien y el mal. Con su expansión, se asume una moral muy rígida, donde se busca el cumplimiento de la voluntad de Dios y evitar la tendencia del pecado en el ser humano. Se plantea así que los actos tienen una decisiva influencia en el futuro del ser humano, pues lo conducirán al cielo o al infierno. Desde esta perspectiva, se asume la justicia como un orden divino, decretado por Dios, donde cada individuo debe respetar ese orden y asumirlo con humildad y sumisión, pues corresponde a la voluntad de Dios; se asumen, por tanto, como algo normal las jerarquías establecidas y el poder que ellos detentan, correspondiéndole a cada persona velar por el respeto a las personas que lo representan y cultivar los bienes espirituales. A finales de la edad media aparece Santo Tomas como un personaje que intenta conciliar algunos de los elementos que se habían propuesto en la Edad Antigua y que el pensamiento cristiano había dejado de lado, sobre todo el pensamiento de Aristóteles. Reelabora las ideas aristotélicas desde la perspectiva cristiana y plantea la necesidad de cultivar todas las virtudes y capacidades que Dios da al ser humano, incluida la razón. La fe y la razón son elementos que se complementan, pues los dos ayudan a la construcción del ser humano, a la construcción de la sociedad y a que el ser humano actúe adecuadamente (para que de esa manera llegue a ese fin último al que está llamado, el cielo o la vida en Dios). Los conceptos de virtud y de bien supremo son los que

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encauzan dichas acciones y los que son utilizados como referentes para la noción de la justicia. Cuando aparece la Modernidad, se recupera el papel de la observación y la razón, pero concediéndole una importancia exagerada. El ser humano intenta recuperar su autonomía frente a lo religioso y, de este modo, busca desarrollar aspectos que se habían dejado de lado. El moralismo religioso, las categorías de bien, mal, bondad y pecado, pierden relevancia, frente a nuevas ideas que se desarrollan en este período respecto a categorías racionales que pueden orientar el actuar humano. En este momento de la historia, se asume la justicia desde la capacidad que tiene todo individuo de distinguir por sí mismo las leyes que deben gobernar una sociedad; se confía en que dichas leyes, aunque puedan ser fruto de un origen divino, son también producto del reconocimiento racional de los hombres en un poder estatal, quien vela por los intereses de los ciudadanos. El desarrollo tecnológico que comienza a darse desde la revolución industrial reafirma el papel de la razón. Se genera un cierto optimismo, al considerar que las sociedades van encaminadas inevitablemente a un proceso de mayor civilización y desarrollo. Se considera, por tanto, que la razón permite resolver los conflictos que se puedan presentar en las sociedades y a brindar soluciones realmente acertadas, ya que ésta puede identificar y entender de manera objetiva los principios y leyes bajo los que el hombre debe orientar su proceder. Los criterios morales desde donde se enfoca el actuar humano, por tanto, están determinados por las claridades que pueda ofrecer la razón, pues hay una confianza absoluta en ella. No obstante, llega un momento en que el ser humano se cuestiona realmente por el papel de la tecnología y de los avances científicos, al percibir que se da una simplificación de su rol en la sociedad, al verse instrumentalizado y reducido al mero campo laboral. Por otra parte, se da cuenta que puede ser reemplazado por esos mismos productos tecnológicos, llegando, incluso, a un valor inferior que el de una maquinaria. Además, su capacidad de producción es la que finalmente determina su valor en la sociedad. Desde este nuevo orden social, los valores están supeditados al cumplimiento laboral, a la ejecución adecuada de unas normas de trabajo, al seguimiento riguroso de unas tareas específicas, a la calidad de desempeño y al desarrollo del capital. Es así como el factor económico prima sobre el individuo como tal. Así mismo, el positivismo del siglo XIX plantea una perspectiva un tanto utilitarista, en tanto que, por la exagerada preponderancia de la razón, se categorizan unos conocimientos como realmente “necesarios” para la sociedad y otros como “accesorios” o “complementarios”, pues no le aporta mayor cosa a su desarrollo tecnológico y científico y, por ende, a su avance. Se asume, por tanto, que los criterios de valoración están determinados por aquello que cumpla con los criterios de verdad, rigurosidad y progreso. Quienes tengan la posibilidad de desarrollar o acceder a los avances

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tecnológicos, son quienes desempeñan un papel activo en la sociedad, favoreciendo aún más un distanciamiento y diferenciación social. La necesidad de una justicia igualitaria lleva a plantear posteriormente la necesidad de un concepto de equidad, por encima de los conceptos de civilización y de la historicismo tradicional. La reacción que implica el siglo XX frente a la Modernidad, lleva a que se cuestionen todas las respuestas que hasta ese momento se había dado el hombre. Incluso, respuestas que se tenían por evidentes, vuelven a replantearse. Así mismo, las normas, los valores y las creencias que hasta ese momento se tenían como ciertas, son objeto de revisión, por cuanto hay una búsqueda profunda del sentido de las cosas. Hasta la vida misma, el significado de ser humano y la normatividad no se escapan de esta búsqueda de resignificación. Este vacío que se origina al quedarse sin el sentido de muchas cosas y la consecuente búsqueda afanosa de nuevos criterios que solucionen esta situación conlleva a un sincretismo, a una amalgama de elementos que anteriormente se podían considerar incompatibles. Surge, por tanto, una forma de pensamiento que acepta o promueve la aceptación de diferentes esquemas y nuevas formas de asumir el mundo y de expresar su cosmovisión, sentando las bases para un relativismo del que aún en el siglo XXI no se ha podido escapar. El reto para estas nuevas generaciones ha sido el de poder determinar criterios o parámetros de acción y reflexión, aún en medio de la diversidad y el reconocimiento y respeto que ésta exige. Todo ese panorama general que se ha planteado permite comprender toda una serie de concepciones que se dan a nivel moral y ético, además de determinar las situaciones a las que se intentan responder desde cada corriente en cada época determinada.

2. Descripción de algunos sistemas éticos Bien se sabe que el ser humano cambia, evoluciona, se adapta a las diferentes situaciones que se le presentan a lo largo de su vida. Así mismo, las sociedades también son cambiantes, modifican sus concepciones de acuerdo a las situaciones que se les van presentando y regulan el comportamiento de sus individuos a partir de normas que responden a sus circunstancias particulares. Un ejemplo de ello, en el mundo contemporáneo, es el teletrabajo. Durante algunos años fue considerada una alternativa poco viable para el desarrollo del trabajo, por cuanto se consideraba que no era necesaria y tampoco permitía asegurar un adecuado desempeño de las funciones laborales, además del cumplimiento de las respectivas funciones. Con el surgimiento de la pandemia en el 2019, se asume como una nueva posibilidad de mantener el dinamismo social y se ve la necesidad de regularlo para poder superar las prevenciones y temores que había generado. Se van presentando así diferentes formas de comportamiento, diferentes formas de entender y asumir la realidad y, por lo tanto, diferentes códigos de conducta que responden a las situaciones del momento. Estos códigos se encuentran basados en una escala de valores determinados por un grupo

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social específico, que, como ya se dijo, puede ser variable entre diferentes grupos o épocas históricas. Los valores, por tanto, adquieren sentido dentro de la normativa que una sociedad ha establecido para justificar o limitar las acciones que se pueden presentar en la interacción cotidiana de los sujetos sociales; son, a su vez, jerarquizados entre sí, de modo que se puedan solucionar conflictos a la hora de escoger entre uno u otro. Dicha jerarquización puede, incluso, variar al interior de los componentes de ese grupo. Estas particularidades personales o culturales en el ámbito de la ética y la moral implica que, así ya se tenga asumido un esquema de valores, se requiere, así mismo, que se observe la realidad desde múltiples perspectivas para poder tener una cierta objetividad (aunque ya se sabe que hablar de objetividad en este campo es un poco complicado). El papel de la ética consiste en una reflexión constante sobre las sociedades, el comportamiento del ser humano en ellas, los valores y la manera como se organizan, y los parámetros y criterios que se establecen para regular la convivencia social. Su pretensión consiste, como se dijo anteriormente, en plantear nuevos criterios o ajustes a sistemas anteriores, de modo que se logren resolver los diferentes conflictos y situaciones a las que se pueda ver abocado el ser humano en su convivencia diaria, además de intentar solucionar el aparente relativismo que se puede dar por la diferencia de perspectivas que se encuentran en el terreno moral y ético, ya enunciado anteriormente. Por otra parte, llama la atención en este punto cómo los valores sirven de fundamento para la posterior determinación de las normas en el ámbito legal y judicial, con sus consecuentes conceptos de perdón, castigo, absolución, pena, y hasta reconciliación. Para comenzar a hablar de algunos de estos sistemas éticos que se han dado en la historia, conviene precisar que hay dos grandes perspectivas o fines que han enfocado la discusión: por un lado, hay unas corrientes que enfatizan la búsqueda de la felicidad como criterio del actuar humano y otras que plantean que todo este actuar debe estar enmarcado por la consecución de la justicia. La primera pone de relieve el ser humano como el centro de las reflexiones y acciones que se den en un grupo o comunidad; el segundo subraya el papel de la sociedad sobre el individuo, para la consecución de un bien común. En el caso de la justicia se busca el cumplimiento del deber, porque esto garantiza un orden social y un bienestar a nivel social; en el caso de la felicidad, se prioriza un bienestar de carácter individual. La justicia, por tanto, ha sido asumida como un concepto mucho más objetivo que el segundo. El criterio desde el cual se asume que la felicidad se está dando en una sociedad o en un individuo está determinado por el sentir humano; su nivel de satisfacción, tranquilidad y hasta placer demuestran si se está alcanzando dicha felicidad. En el caso de la justicia, el criterio de verificación se encuentra en los mismos actos, donde la razón desempeña un papel fundamental al verificar si se da un nivel de igualdad, libertad, equidad y equilibrio grupal.

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De acuerdo a esto, el lenguaje que se utiliza en las éticas de la felicidad hace referencia principalmente a las preferencias y deseos, es decir a los gustos, mientras que en el caso de las corrientes que enfatizan la justicia está dado por los imperativos. Cabe plantear acá una situación particular que se da en el siglo XX, donde la primera mitad enfatiza más en el actuar desde ese sentido del deber y lo social, procedente de ese esquema racional de la modernidad, mientras que en la segunda mitad se busca recuperar ese ideal de felicidad individual, incluso por encima del bien común y por encima del concepto de la justicia. Se podría acá asumir una postura de antagonismo entre estas dos tendencias, sin embargo, cabe resaltar que se busca pretender un equilibrio, al igual que una complementariedad entre ellas. No se puede perder de vista que hay que buscar, no solo el bien del individuo, sino también el de todo el conglomerado social.

2.1 Sofistas En la época clásica, a partir de los sofistas posteriores a Protágoras y Gorgias, se da una tendencia que cuestiona la posibilidad de acceso al conocimiento, lo que implica que no se puede hacer referencia a una verdad absoluta y, por ende, a un conocimiento exacto de la realidad. Esto conlleva a una actitud relativista frente a la vida, donde los valores y los criterios de acción dependen de la postura personal; cada individuo, por tanto, establece sus pautas desde sus concepciones e intereses. Su interés, por tanto, está centrado en el arte del discurso: “Es ahí donde el lenguaje juega un papel central. Gramática, retórica y poética están ya en las preocupaciones del trabajo de los sofistas. Ellos son los precursores de lo que hoy denominamos lingüística. Es decir, quienes formalizan la estructura de la lengua griega lo mismo que de la poética, porque ellos son los que empiezan a sacar provecho de las grandes narraciones épicas con fines educativos conscientes, para usarlas como la materia fundamental de la enseñanza de las nuevas generaciones. Y de la retórica, que es por lo que se hicieron más famosos y que era el arte de la elocuencia, el arte de persuadir y convencer. Aquí está en ciernes, toda una perspectiva de la racionalidad práctica anclada en el lenguaje: gramática, poética y retórica” (Cuadros, 2013, p. 88). La perspectiva de la justicia que de acá se deriva parte de la concepción de un sujeto que pertenece a un estado y su rol en él tiene unos fines muy prácticos; su racionalidad desempeña un lugar fundamental en el engranaje social, por cuanto permite el adecuado funcionamiento de la sociedad, de acuerdo a los ideales que ésta presente, ya que formula una “teoría según la cual el derecho a gobernar reside en una ley natural (νόμος κατα φύσιν) [que] será retomada por la élite intelectual de la oligarquía ateniense de mediados del siglo V a. C. Dicha teoría confiere a los partidarios de la oligarquía un soporte teórico sólido en contra de la isonomía democrática y de la convicción en la

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supremacía de la ley escrita como norma llamada a limitar la expresión de la fuerza bruta de los defensores del derecho natural” (Montoya, 2016, p. 86). Las acciones políticas y el seguimiento de las normas determinadas por ese estado son las que determinan el cumplimiento de la justicia, desde esta perspectiva(Cadavid, 2014).

2.2 Sócrates Sócrates aparece en este contexto, rechazando esta postura, planteando que el ser humano no se puede quedar en un relativismo absoluto por cuanto todo dependería del sujeto. Éste insiste en que, aún a pesar de que la realidad sea cambiante y haya diferencia en las percepciones que cada individuo haga de esa misma realidad, la razón permite distinguir los elementos objetivos de los que no lo son. Para este pensador, el relativismo es una situación real, pero no es determinante ni una limitante para no poder hablar de dicha realidad de una manera objetiva y veraz. Por consiguiente, en el plano ético, aunque haya diferencia de pareceres, perspectivas y planteamientos, eso no obsta para poder establecer criterios claros de acción y de convivencia en un grupo social. Las virtudes, para Sócrates, son objetivas; por lo tanto, se pueden determinar y se pueden cultivar en la sociedad. La ignorancia, no solo de estas virtudes, sino de todo aquello que el hombre puede y debe conocer, conducen al error y a equivocar su función y actuar en la sociedad. A este respecto, plantea Pereira (2020): “I do not discuss here whether virtue contributes to happiness as an instrument or as an ingredient, however I sympathize with a moderate version of the instrumentalist view: virtue is surely the best means to attain happiness, but as the art of living it is not limited to a specific realm of human action; as it encompasses life as a whole, virtue should be inseparable from living well. Also, I do not address the question whether it is sufficient or only necessary for good life, but I stress that when Socrates asserts that only virtue or wisdom can lead to happiness, he does not necessarily mean that it alone makes it. It seems clear that, for Socrates, even if wisdom is the only thing good in itself, it is still good for the sake of a final good, eudaimonia, the utmost end of all our actions. As is well known, Socrates held the two following tenets concerning human psychological motivation for action: each person desires the good, that is happiness; and, in pursuing it, no one errs willingly. Under the influence of these ideas, Socrates advanced the identity between virtue and knowledge – the core of his ethical doctrine. This identity is implied by the argument that there is no good fortune without wisdom. Through an inductive argument, Socrates intended to show that smart craftsmen are much more successful in their areas of expertise than ignorant craftsmen; this for the obvious reason that the former have while the latter lack knowledge. Therefore, if people have knowledge, they do not need luck. Notice, however, that Socrates’ suggestion is not to eliminate good fortune as conducive to happiness […]. Good fortune, in the sense of success, was just

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reduced to wisdom. Therefore, without knowledge nobody can be good. That is why virtue is knowledge” (p. 129). El concepto de justicia en Sócrates, por tanto, se fundamenta en el hecho de que el ser humano vale por sí mismo, no se encuentra en una condición de inferioridad frente a los demás, sino que está posibilitado para acceder al conocimiento de las cosas y al dominio de su ser. Su dignidad humana no necesita ser justificada, sino que viene de su propia condición.

2.3 Platón En el caso del pensamiento platónico, no se puede perder de vista la división que él plantea con respecto al hombre: su alma se encuentra aprisionada en el cuerpo, que es de condición material y, por ende, finita, imperfecta. El deber del ser humano, por tanto, consiste en lograr liberarse de esta condición, de modo que alcance el bien supremo, la felicidad, la contemplación de lo que verdaderamente son las cosas. El camino para lograr dicho bien consiste en lograr dominar las pasiones que se despiertan a partir de su condición material y buscar cultivar el conocimiento y las virtudes que se logra a través de la razón. El alma, pues, desempeña un papel fundamental en el proceso de superación de la condición mortal, ya que es la que permitirá el acceso a la verdad y la comprensión de la armonía que se da en la realidad; armonía que debe ser plasmada en la convivencia social. En este sentido, el hombre es consciente de sus imperfecciones o vicios, los cuales debe superar a través del dominio de sí mismo y de la vivencia de aquellas virtudes, lo que finalmente lo conducirá al ideal de sociedad y de ser humano que tanto anhela recuperar. “Según Platón, la justicia es un bien y, a diferencia de otros bienes, deseable tanto por sí mismo como por sus resultados. Así lo afirma en la República, obra política donde expone su ideal de Estado, cuyo tema principal es la justicia. La principal virtud del alma es la justicia y su vicio, la injusticia. El método que Platón propone para alcanzar racionalmente una idea o concepto de justicia, como así también del resto de los principios éticos, es la dialéctica, es decir, la consideración y la evaluación de los principios generales, de sus aplicaciones y consecuencias, con los ajustes resultantes, hasta alcanzar un equilibrio sostenido racionalmente” (Fraga, 2015, p. 74). Este concepto (que realmente corresponde a un ideal y una virtud) es entendido como la consecución final de la armonía que existe en el cosmos, pero al que no todo el mundo tiene acceso, sino que debe ser garantizado por aquellos que ya hayan iniciado un camino de conocimiento verdadero y de práctica de las virtudes. “Una asociación de ética con política es notable en Platón y, en esta óptica lo que por virtudes se asume conduce a la unidad de hombres dispuestos que desean contribuir

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con el bien de la ciudad considerando, de antemano, que es ella misma la que ofrece, a todos sus miembros, posibilidades de desarrollo moral. De este modo, aunque la práctica de la justicia revela al hombre el ser una virtud esencial para las relaciones entre civiles, es necesario también, en aras de la realización del Estado perfecto, comprender lo justo y el bien universal, lo cual implica que por las acciones e ideas/formas recíprocamente articuladas se alcanza conocimiento” (Valencia, 2021, p. 21).

2.4 Aristóteles Igualmente, Aristóteles se enmarca dentro de los pensadores que promueven la felicidad como elemento fundamental para los individuos y la sociedad. Su gran aporte es darle relevancia al ser humano, lo que termina redundando en beneficio de la sociedad. Mientras el ser humano sea capaz de actuar adecuadamente, esto beneficiará, a su vez, a los demás. Para ello, se requiere que éste aprenda a reconocer las virtudes que existen en sí mismo y a dejarse guiar por ellas, pues tienen la facultad de orientar las acciones del ser humano hacia lo recto, bondadoso y justo. Es, de esta forma, como el hombre accede a la felicidad, pues éstas lo encausarán hacia ella; igualmente, una persona guiada por sus virtudes, permiten el buen funcionamiento de la sociedad y el hecho de que el grupo social funcione armónicamente. La razón acá desempeña un papel fundamental por cuanto permite reconocer las virtudes y la manera como se pueden practicar; ésta le posibilita al hombre distinguir que el bien supremo al que debe aspirar es esa felicidad. La práctica constante de esas virtudes conlleva al ser humano a una virtud mayor que es la virtud ética, la cual lo conduce a controlar los deseos que surgen de sí mismo (lo cual se da a partir de la prudencia y la razón). “La virtud es, para Aristóteles, un hábito elegido desde una disposición intelectual que él llama prudencia. La prudencia no puede ser ejercida sino sobre la base de otras disposiciones intelectuales -o virtudes del logos- que elaboran formas de juicio necesarias e incontingentes con aspiraciones verdaderas. La investigación aristotélica inicia con una comprensión precisa de la naturaleza humana y de su destino, de donde el filósofo parte para desprender los juicios de valor y prescriptivos que traduce, sin más, en virtudes. Es sin duda alguna, la prudencia (phrónesis) que une el conocimiento y la acción, la más importante de las virtudes; ya que es esta la que sustenta el entramado de las demás virtudes” (Garcés, 2015, p. 130) Para Aristóteles, por tanto, el hombre tiene una serie de condiciones que lo ponen por encima de todo lo que existe en su entorno: su capacidad racional, el ejercicio de las virtudes y la posibilidad de la consecución del bien supremo. Se constituye en un sujeto activo dentro del estado, desempeñando una función vital, como la de los demás. El concepto de justicia, por tanto, parte del carácter social del ser humano, donde se hace indispensable determinar parámetros de comportamiento que aseguren su cumplimiento en una comunidad (Garcés & Giraldo, 2014, pp. 71-74). Sin embargo, a

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diferencia de Platón, Aristóteles establece una justicia donde la libertad desempeña un papel importante en la realización del ser humano; hay que cumplir unas leyes establecidas por el estado, pero se hace no por el estado mismo, sino por un deseo de perfección del hombre. De estos actos es como posteriormente se va a evidenciar el ejercicio de la prudencia y la práctica de las virtudes a través de la política, pues el hombre tiene la capacidad de afectar positiva o negativamente a la sociedad.

2.5 Epicureísmo Sumada a estas posturas que defienden el ideal de la felicidad, se encuentran los Epicúreos, quienes enfatizan que el criterio para actuar está fundamentado en el placer. Ellos entienden el placer como una ausencia de dolor; como el cultivo de unos placeres superiores de tipo intelectual o del alma, por encima de los placeres inferiores (que son los corporales), ya que los primeros tienen un efecto inmediato y temporal, mientras que los segundos se caracterizan por conllevar un efecto mucho más profundo y permanente. Asumen que el ser humano es una unión entre su cuerpo (que involucra unos deseos pasionales) y su alma o intelecto. Por tanto, el concepto de felicidad está ligado a un equilibrio entre estos dos componentes, es decir, se busca un dominio de los diferentes deseos de placer que se dan en el hombre y las reacciones de dolor o sufrimiento que se despiertan en él. Aclaran que hay que diferenciar cuáles son los placeres que realmente contribuyen al bienestar y los que en el fondo van a tener consecuencias nocivas para el ser humano. Junto con Aristóteles, introducen en la reflexión ética el concepto de consecuencias de los actos, por el cual se determina el valor moral de un acto en concreto. “La clave para una ética del deseo está en la salud y la serenidad –del cuerpo y del alma– lo cual constituye todo un programa y un método de catarsis moral” (Lenis, 2016, p. 166). Por tanto, el fin que pretende esta corriente consiste en eliminar el temor en el ser humano y garantizar las condiciones para una ataraxia o equilibrio de los deseos. La fortaleza y la serenidad se constituyen en valores fundamentales para este sistema ético. Desde este marco, la justicia es comprendida como una búsqueda por parte de los hombres que conforman el estado para conseguir la felicidad. Las leyes establecidas se constituyen así en un pacto social que pretenden garantizar tal fin: “Epicuro pretende destacar que la justicia, que Platón, en la República había considerado como una virtud de los individuos, no es una propiedad del hombre en sí mismo sino que concierne a las relaciones entre los hombres. También Bignone, Müller y Goldschmidt insistieron posteriormente en el antiplatonismo de la máxima, pero haciendo ver que Epicuro establecía una oposición entre la justicia, entendida como algo subsistente en sí, eterno e inmutable, y la especie de convenio concretado en cada caso en condiciones geográficas e históricas singulares en que se fundaría la justicia” (Aoiz, 2013, p. 17).

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La validez de los actos, por ende, son categorizados de acuerdo a su eficacia en la consecución del bienestar de las personas.

2.6 Estoicismo A estas posturas, se opone otra corriente que en muchas ocasiones ha sido identificada como una indiferencia ante la realidad o, incluso, como una especie de conformismo y hasta masoquismo. El estoicismo plantea una actitud que pretende asumir las situaciones de la vida como se vayan presentando, sin dejarse afectar en la medida de lo posible. La virtud es entendida por ellos como el intento de dejarse afectar más de lo necesario por el dolor, el temor, el placer y el deseo sexual. Se pretende así el dominar las reacciones que se producen en el hombre, de forma que esas reacciones, no lo lleven a equivocarse; manejarlas con sabiduría, es decir, aceptando la realidad, sin pelear con ella y manejando todo aquello que se pueda despertar al interior de éste. “A diferencia de los epicúreos, los estoicos no evitan el dolor refugiándose en el culto del placer. Placer y dolor son reacciones equívocas en relación con el mundo externo porque supondrían unos juicios de valores (buenos o malos) que el hombre en tanto que parte del Todo (physis o cosmos) no puede emitir so pena de volverse, precisamente, apasionado, es decir, infeliz y esclavo. Indirectamente el conocimiento de las pasiones implica una re-apropiación del ‘conócete a ti mismo’ y, de igual manera, implican un conocimiento de las condiciones ontológicas que preceden la existencia humana” (Antoine, 2006, pp. 193-194). Esta corriente demuestra no tener grandes pretensiones, sino solo buscar un equilibrio en todos los aspectos de la vida: “No busca el sabio estoico un saber enciclopédico, erudito, como al estilo de hacer filosofía de los platónicos o aristotélicos, no requiere de un maestro experto en saberes dispersos, sino que más bien el discurso estoico prefiere la sencillez y la evidencia del propio lenguaje y la de sus imágenes concretas, realistas”(Quiroz, 2013, p. 131). Se busca, por tanto, dominar lo que se va despertando en el hombre, saber manejarlo, intentar que la realidad le afecte lo menos posible, dominando las cuatro pasiones fundamentales, que son el dolor, el temor, el placer y el deseo sensual. Finalmente, “la noción de justicia aparece ligada al concepto de destino, ley universal y cósmica de la vida que se cumple rigurosa e inexorablemente” (Fraga, 2015, p. 76), lo cual quiere decir que asumen las condiciones que la vida les presenta, intentando no prestar mayor atención a eso, sino intentando mantener el orden que la realidad misma tiene y asumiéndolo como algo determinado de antemano. Cabe aclarar que esta tendencia originó posteriormente, en la época medieval, la idea de concebir la ataraxia como un sufrir por sufrir, como la búsqueda intencional del sufrimiento, con el fin de un bien

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mayor, lo cual discrepa con el sentido original de esta forma de pensamiento estoicista. El concepto de justicia, por tanto, que de acá se desprende, plantea que el hombre se encuentra determinado por una realidad que debe asumir de manera tranquila, consciente y racional. Prima la idea de un respeto por las leyes naturales, así como un respeto por las situaciones que vivan los demás. Se promueve, así, el seguimiento de las normas que la naturaleza ha establecido. Si cada hombre se preocupa por esto, los conflictos sociales realmente no deberían existir, ya que la inconformidad o descontento social proviene de impulsos egoístas e individuales.

2.7 Cristianismo Como ya se ha dicho en anteriores ocasiones, el cristianismo, en sus orígenes, no tenía la intención de conformarse como una religión y, mucho menos, como una filosofía. Con el paso del tiempo, se consolida como tal y plantea de forma, no solo experiencial, sino también racional sus fundamentos. “Ser cristiano es cuestión de práctica, se aprende a seguir a Cristo caminando; por eso, uno de los nombres con el que la Iglesia se denominó a sí misma en los inicios fue el de ‘Camino’. El cristianismo no es un sistema teórico, sino una respuesta existencial a la revelación de Dios en Jesús, sostenida por la fuerza del Espíritu. Es vida. La reflexión teológica viene en un segundo momento, tratando de articular modelos explicativos de aquello que ha acontecido, de aquello que se vive y de lo que se vive. La Teología moral es la rama de la Teología que se ocupa de la dimensión práctica de esta fe; por eso, ‘Ética cristiana’ y ‘Teología moral’ resultan ser sinónimos” (De Mingo, 2015, p. 7). Dentro de sus fundamentos se encuentran el amor, la misericordia y la caridad como los valores que determinan los parámetros de comportamiento del ser humano. Bajo este esquema, el individuo ocupa el lugar central sobre todo, pues se asume que lo que se debe buscar es su bien, su felicidad y su cercanía con Dios. No obstante, cuando el cristianismo se erige también como una filosofía, le concede a los valores un carácter normativo, donde el individuo pierde su centralidad para ser reemplazado por la figura de Dios. El hombre es alguien que debe buscar su felicidad en dicha figura; sus actos están encaminados al acceso al cielo. Para llegar a tal sitio, debe guiarse por las virtudes y renunciar al pecado que se encuentra presente como una fuerza en él; para ello, Dios le ha dado una conciencia que le permite distinguir la voluntad de Dios de sus propias pasiones y le concede fuerza de voluntad para llevar a cabo su voluntad. “El problema fundamental de este modo de reflexionar sobre el comportamiento cristiano fue producir una Teología moral paradójicamente poco teológica; obsesionados por cumplir la ley, se podía perder de vista al Dios que llama a vivir del Amor” (p. 11). La ética cristiana, pasa a convertirse, en la Edad Media, en un modelo muy rígido de normas que regulan absolutamente todos los comportamientos

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humanos desde el carácter retributivo; las ideas de premio y castigo pasan a ser así los criterios de acción frente a una idea de salvación que debe lograr el hombre. El concepto de felicidad está orientado al bien supremo, que Santo Tomás lo asume bajo la figura de Dios. “Esta religión recomienda el sufrimiento (como un medio de purificación), estimula el conformismo y establece una nueva jerarquía de virtudes centrada en el individuo en tanto ser aislado, porque en última instancia la relación entre el hombre y su creador es una relación de tipo personal en la que el primero debe rendir cuentas a su Dios por los actos que ha realizado durante su vida” (García, 1993, p. 37). La justicia se asume como los actos que permiten mantener un orden natural creado por Dios y como el cumplimiento de unas normas consideradas fundamentales en el ejercicio de la fe, las cuales son veladas por la Inquisición.

2.8 Utilitarismo La Modernidad abre la posibilidad a nuevas perspectivas diferentes de la moral cristiana. Una de ellas parte del concepto de utilidad, planteando que las cosas son buenas en la medida en la que produzcan bienestar y dicho bienestar está determinado por el hecho de que le implique beneficios a la mayoría de un grupo social determinado. Para esta corriente es clara la idea de que es difícil lograr satisfacer a todos los individuos, por lo cual se debe asegurar al menos que una mayoría se vea beneficiada de los efectos de decisiones que se puedan tomar. El concepto de felicidad, por tanto, está sujeto al bienestar de una mayoría poblacional, donde se considera que se debe garantizar el placer o la ausencia del dolor o sufrimiento. Estos placeres, al igual que en el epicureísmo, tienen una jerarquía y están categorizados desde los que le causan bien al espíritu o intelecto hasta los que le causan un bienestar corporal. El hombre, desde esta perspectiva, tiene una función social y está supeditado al bien común; priman, por ende, los valores sociales sobre los individuales. Su concepto de justicia, por tanto, se funda en el hecho de que la sociedad debe promover la búsqueda de la felicidad social. Esta felicidad se consigue socialmente cuando cada hombre realiza un acto de simpatía hacia el otro, es decir, se pone en su lugar e intenta ver las cosas de manera objetiva, superando su propia individualidad. La solidaridad se convierte así en un concepto que impulsa los actos humanos. La crítica que se le hace a este esquema plantea que se deja de lado a quienes les corresponde estar en la minoría, por cuanto tienen que aceptar decisiones que no los implica directamente o en las cuales no se toma en cuenta sus necesidades o gustos.

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2.9 La tradición Kantiana Kant parte del interrogante de si los valores dependen de las determinaciones sociales o si, por el contrario, parten del individuo. Se desliga de la tradición ética que planteaba que los valores y el carácter de decisión del ser humano se encuentra fuera de él, sosteniendo que ellos son de carácter intrínseco. En este sentido, el hombre tiene la autonomía suficiente para poder tomar decisiones por sí mismo, sin tener que hallarse necesariamente sujeto a disposiciones sociales que pueden generar confusiones o situaciones conflictivas. “La clave de la concepción de Kant es la libertad. Tan pronto sabemos que debemos hacer algo, sabemos que podemos hacerlo; y esto sólo puede ser verdad si somos libres. La libertad de acción excluye la determinación por algo externo a nosotros mismos, y no es una conducta meramente indeterminada o aleatoria. Para Kant, la única forma en que podemos ser libres es que nuestras acciones estén determinadas por algo que se desprende de nuestra propia naturaleza. Esto significa que en la acción libre no podemos perseguir bienes naturales, ni adecuarnos a leyes eternas o leyes impuestas por Dios, porque en todos esos casos estaríamos determinados por algo externo a nosotros mismos. Nuestras obligaciones morales deben desprenderse de una ley que legislamos nosotros mismos” (Singer, 2004, p. 220). El ser humano, por tanto, está facultado para poder distinguir los actos buenos de los actos malos, a partir de las categorías que su razón le permite reconocer; ésta le posibilita identificar unos criterios que le ayudan a diferenciar como tiene que ser la realidad. Es así como a partir de su razón, el ser humano diferencia unas máximas que orientan todo el actuar humano, que son objetivamente claras para el hombre y que terminan adquiriendo el carácter de leyes o normas. El deber se constituye así en un elemento fundamental en el actuar, por cuanto es el que le impone al hombre lo que debe realizar. Él mismo puede darse cuenta del valor de sus actos y así poder categorizarlos por sí mismo como correctos o incorrectos. De esta manera, Kant intenta recuperar la centralidad del ser humano en el propio curso de su historia; éste es capaz de distinguir perfectamente la manera como tiene que comportarse en sociedad para su propio bien, pero también para el beneficio de todo el grupo social. Su concepto de justicia se fundamenta en la concepción del individuo: “(...) en relación con su propia humanidad y la de los otros. En otras palabras, la humanidad va a ser definida en términos de una idea de razón que se proyecta como ideal y que corresponde a lo que Kant toma como la verdadera naturaleza final del hombre, aquella que lo define como ser racional y, por ende, libre. Ahora el individuo, antes que sujeto de derechos, o al menos a la par con eso, es miembro de una humanidad que es un fin en sí misma y, como tal, miembro de una comunidad moral, no simplemente parte de un contrato político que funda el orden institucional. El punto

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culminante de esta mirada está en el imperativo categórico, que incorpora magistralmente las exigencias de universalidad y autonomía moral. Y es en este imperativo donde vamos a encontrar la clave de la teoría kantiana de la justicia, que debe ser entendida como un concepto distinto del concepto de derecho” (Grueso, 2005, p. 29). Es decir, el hombre tiene ahora la posibilidad de elegir el destino que le dará a la sociedad y a sí mismo. A partir del uso de su inteligencia y razón, el hombre establece las leyes que considera pertinentes para un adecuado orden social, desde el concepto de la equidad; la razón práctica le permite al hombre poder comprender las decisiones que debe tomar para establecer unas leyes que sean de carácter universal y aplicables a todas las circunstancias posibles.

2.10 Ética de los valores Surge otro sistema que plantea que el actuar debe estar guiado por valores mismos; hay valores que son claros y evidentes en las sociedades en cuanto a los beneficios y consecuencias que traen para todas las personas en general. Por ejemplo, uno de los valores que es indiscutible en el mundo occidental es el de la vida, pues se le considera el valor por excelencia. Atentar contra dicho valor implica consecuencias para quien lo hace. Es así como se asume que los valores, por sí mismos, tienen una categoría de positivos o negativos. El ser humano, desde su capacidad racional, puede diferenciarlos claramente. Igualmente, ellos guardan una jerarquía entre sí; unos son considerados más importantes que otros. Por consiguiente, a la hora de tomar decisiones, el ser humano tiene que sopesar todos los valores que entran en juego; ellos establecen la manera como se tiene que relacionar el hombre con el mundo, con su entorno y los demás. Ese orden que se ha establecido le permite satisfacer sus necesidades, le permite cumplir con sus deseos. No es que haya valores que son negativos, sino que dependen de sus consecuencias para establecer si son buenos o malos. Cabe recordar que en el siglo XXI ya no se hace referencia únicamente a unos actos que afectan al hombre y a la sociedad, sino que también se habla de un entorno, de un ambiente al que se puede afectar positiva o negativamente. Este es, pues, otro elemento que empieza a desempeñar un papel importante como valor en el mundo contemporáneo. No obstante, a pesar de la objetividad con que se consideran, la misma sociedad puede interpretar su contexto, sus situaciones particulares, y desde ello modificar la relevancia de estos. Por consiguiente, los intereses sociales (o incluso particulares) pueden determinar cambios en esa escala de valores. Desde esta perspectiva, el hombre es asumido como un ser racional, capaz de comprender de manera objetiva los valores presentes en su grupo social; pero puede, así mismo, verse afectado por circunstancias sociales que alteran su incidencia en la toma de decisiones.

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Conviene aclarar acá que el papel de la ética, en este tipo de situaciones, consiste en revisar los criterios con los cuales se hacen modificaciones en la manera como se viven los valores o, por el contrario, alertar cuando se requieran adaptaciones en las escalas y determinaciones de los valores para bien del sujeto o del conglomerado social. Tal puede llegar a ser su alcance en las reflexiones que realice en torno a estas situaciones, que sus conclusiones o propuestas se pueden ver reflejadas en el campo legal o normativo. Se establece, de este modo, una relación entre la ética y el derecho; la ética, en cuanto que plantea reflexiones continua o periódicas, donde se evalué la forma como se está viviendo una escala de valores determinada, para plantear criterios de legislación o establecimiento de normas, y el derecho en cuanto que lleva a la concreción dichos parámetros. Sin embargo, también hay que reconocer que el campo del derecho, cuando se ve enfrentado a situaciones muy particulares, tiene que generar cuestionamientos y espacios de debate para el ajuste de los criterios y normas que se hayan establecido, lo que evidencia que en estos dos campos no hay una absolutez. Igualmente, se presentan ocasiones en que el derecho establece una serie de elementos que no siempre están en consonancia con las reflexiones éticas o van en contravía de ciertos valores que se consideran fundamentales, tomando así decisiones un poco independiente de lo que se ha establecido a nivel de las reflexiones que se hayan dado desde el punto de vista ético. Un ejemplo de esto es la situación en algunos gobiernos toman determinaciones, independiente parámetros establecidos por entes internacionales u organismos encargados de establecer criterios a este nivel.

2.11 La teoría de la justicia John Rawls, Hans Kelsen y Ronald Dworkin son los principales exponentes que han desarrollado el tema de la justicia. Plantea que la justicia es un valor fundamental en las sociedades, que se origina en el individuo y debe orientar su actuar en un grupo social. Se formula que dicho actuar no debe partir solamente de la utilidad de los valores, sino que, como en el caso de la justicia, los valores tienen sentido por sí mismos y se deben promover en cualquier sociedad. En el caso de Rawls, sostiene que el principio de la igualdad es el fundamento de la justicia, por cuanto se debe garantizar el respeto a los derechos y libertades de absolutamente todas las personas. Su énfasis está en que no se debe promover para una mayoría, sino que hay que pretender para todas aquellas personas que integran la sociedad. En el momento en que se deje a alguien por fuera o que no se tome en cuenta, ya se está fallando a dicho principio. Esto implica, así mismo, que se brinde también el respeto a la diferencia, ya que es necesario el respeto a la diferencia de perspectivas y cosmovisiones, sin demostrar sesgo alguno. El aseguramiento de los derechos y la libertad es la mejor muestra de la justicia social (libertad e igualdad son los principios que enmarcan la justicia). El concepto de mayoría termina siendo excluyente, pues siempre

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termina dejando por fuera a un grupo de personas que, aunque minoritario, no recibe las mismas garantías del grupo mayoritario. En este punto, cabe aclarar que se le concede una importancia grande a la razón, ya que se considera que el hombre está capacitado para poder distinguir racionalmente las situaciones que se presentan en su entorno y poder tomar decisiones frente ello. Rawls parte de la idea contractualista de las sociedades, es decir, éstas establecen cuáles son los principios e ideas que deben regir cada norma, de modo que se constituye “un acuerdo donde los ciudadanos regulan sus derechos y deberes a partir de una autoridad que los dirija, de esta manera el estado queda legitimado por el consenso acordado” (Flores, 2017, p. 37). La característica principal es que deber realmente imparcial, es decir, los actores participantes deben ignorar sus intereses particulares y todo aquello que anteriormente se ha creado a nivel social como generador de diferencias (lo que denomina -velo de ignorancia-): “Dado que todos están situados de manera semejante y que ninguno es capaz de delinear principios que favorezcan su condición particular, los principios de la justicia serán el resultado de un acuerdo o de un convenio justo, pues dadas las circunstancias de la posición original y la simetría de las relaciones entre las partes, esta situación inicial es equitativa entre las personas en tanto que seres morales, esto es, en tanto que seres racionales con sus propios fines, a quienes supondré capaces de un sentido de la justicia. Podría decirse que la posición original es el statu quo inicial apropiado y que, en consecuencia, los acuerdos fundamentales logrados en ella son justos. Esto explica lo apropiado del nombre ‘justicia como imparcialidad’: transmite la idea de que los principios de la justicia se acuerdan en una situación inicial que es justa. El nombre no significa que los conceptos de justicia y equidad sean los mismos, al igual que la frase ‘poesía como metáfora’ tampoco quiere decir que los conceptos de poesía y metáfora sean los mismos” (Rawls, 2006, p. 25). Este será, entonces, el punto de partida para el establecimiento de acuerdos que garanticen la justicia en la sociedades; si se llega a producir un desacuerdo por alguno de los implicados, debe revisarse y hacer los ajustes o modificaciones necesarios, hasta que se logre un consenso. Los principios sobre los que se sustenta la justicia son, entonces, la igualdad, la diferencia, la libertad y la verdad; éstos permiten que no se mezclen intereses particulares a las decisiones que se tomen. Finalmente, esta teoría hace referencia a la justicia distributiva, donde se considera que las cosas deben ser repartidas bajo ese principio de equidad, pero no niega que, para que realmente haya una igualdad social, se puede dar prioridad a aquellos que se han encontrado en desventaja y modificar así la cantidad que se asigne a determinadas personas para que se alcance cada vez más la igualdad social.

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2.12 Ética del discurso Este sistema parte de la idea de que el discurso desempeña un papel fundamental en la consecución y mantenimiento del poder. El lenguaje se convierte así en un paradigma que es capaz de realizar transformaciones sociales, positiva o negativamente. Esto genera una dinámica social que lleva a establecer acuerdos y consensos en diferentes terrenos que son especialmente decisivos para cada integrante que compone un grupo social. Plantea un reto a nivel mundial, ya que son múltiples los conflictos que se han generado por la diferencia de perspectivas en elementos que pueden considerarse fundamentales. En muchas ocasiones la intención de defender los propios ideales origina que en ciertos momentos se dé una postura un tanto radical frente a otro tipo de concepciones. Es aquí donde se plantea el diálogo como una forma, no solo de los puntos de vista, sino también como posibilidad el reconocimiento del otro. Es acá donde se asume el concepto de justicia como la generación de mecanismos y normas que permitan a cada integrante de un grupo social sentirse vinculado a éste, a través de la posibilidad de la construcción de un discurso que logre conectar todas las perspectivas. de Al igual que la anterior corriente, promueve la necesidad de que cada integrante del grupo social tenga la posibilidad de expresarse y de ser escuchado; no basta con que se escuche a una mayoría, sino que se deben garantizar el que todos puedan participar de los diálogos que se establezcan. Lo anterior implica un reconocimiento del otro y permitirle la oportunidad de la comunicación. Para ello se requiere generar unas condiciones fundamentales, tales como el silencio, el respeto, la valoración o reconocimiento social y la escucha. No obstante, a veces se olvida la necesidad de asumir estas mismas condiciones a la hora de desarrollar un discurso, donde también es necesaria la asertividad. Es importante ser escuchado, pero también se hace necesaria una actitud de respeto por el otro y sus convicciones, sin imponer sus puntos de vista, al momento de poder expresarse. Como normas, para que se garantice un correcto proceso de desarrollo discursivo, se plantean: Autonomía de cada uno de los participantes para expresar libremente aquellos argumentos que representan sus intereses, teniendo como horizonte último la representación simultánea de los intereses potenciales del resto de sujetos afectados. Simetría de los participantes en cuanto al valor de sus argumentaciones, donde sólo la coacción no violenta del mejor argumento se impondrá definitivamente. Se trata del argumento que mejor representa los intereses de todo el colectivo. Falibilidad del consenso adquirido, en la medida en que nuevas y futuras argumentaciones pueden criticar y mejorar el argumento considerado como el más válido de todos (Moreno, 2008, p. 97).

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Se requiere, igualmente, el elemento racional para analizar los componentes de ese diálogo, los argumentos, los disensos y todas las situaciones que puedan estar implicadas. Se requiere de discernimiento para poder tomar decisiones al respecto. La ética del discurso no plantea un mero diálogo donde se limite a expresar posturas, sino que se pretende llegar a conclusiones para poder tomar decisiones o para poder establecer elementos o nuevos criterios que permitan avanzar socialmente. Otro de los retos consiste en superar el posible relativismo, dónde se da un aparente respeto por las ideas del otro al permitir expresarlas, pero sin haber un verdadero reconocimiento de estas.

2.13 Deontología Este sistema enfatiza en la necesidad de prever las posibles consecuencias que se puedan presentar en las decisiones. Esto genera unos deberes u obligaciones en las personas que conforman ese grupo social y que están de acuerdo con que esa normatividad que se ha establecido es la adecuada para el desarrollo por el buen funcionamiento y organización de la sociedad. Este sistema ético tiende a predominar sobre todo a nivel legislativo, a nivel de la organización de las sociedades, pero también en las éticas de las profesiones, dentro de las instituciones y en las diferentes profesiones se han establecido códigos éticos, desde el cual se regula su correcto funcionamiento. La deontología es lo que más predomina como sistema ético a nivel pragmático, buscando el bien de la mayoría Y planteando un carácter de deber frente a dichas normas. Su concepto de justicia está basado en el sentido regulador de unas normas que establecen lo que está permitido y lo que no; desde allí se implantan las consecuencias que pueden acarrear situaciones específicas. Tiene la pretensión de especificar de manera muy concreta todo lo que sea posible, con el fin de no permitir situaciones ambiguas que se escapen de dicha regulación.

2.14 Ética relativista Plantea la diferencia de perspectivas, de maneras de asumir la realidad y, por lo tanto, de esquemas morales o valores. Asume que un acto puede ser bueno o malo, conveniente o no apropiado, dependiendo de la situación, del individuo o de las ideas de los implicados. El problema es que se terminan originando muchos conflictos, ya que no se da un punto sobre el que se pueda establecer un acuerdo. El problema de la ética relativista es que termina dejando sin bases a la misma sociedad, pues considera que todo se puede adecuar y, por lo tanto, todo puede ser válido. Un aspecto positivo del relativismo es que permite tener en cuenta la diferencia, plantear una postura flexible frente a los otros y poder ver las acciones o las decisiones desde otras perspectivas o posibilidades. Su concepción de justicia es igualmente relativista, por lo cual puede, a su vez, generar conflictos para su resolución o el poder llegar a acuerdos en donde las

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partes se puedan sentir satisfechas. Su valor primordial es el respeto por el otro, el cual puede terminar afectando negativamente a otras personas por priorizar el interés individual.

2.15 Ética anarquista Se dio en un momento de la historia, en el siglo pasado, donde se plantea abolir absolutamente toda normatividad, rechazando todos los modelos anteriores de ética y planteando el ideal de la libertad absoluta del ser humano. Asume que no hay un ente, grupo de personas o alguien designado para establecer criterios o normas, pues lo que se ha establecido anteriormente como corrientes han manipulado al hombre y no le ha permitido desplegar todo su potencial. Parte de la base de que todo lo que surja en cada individuo es válido mientras le haga sentir satisfecho. Su valor supremo es la individualidad y el propio parecer de los sujetos. “El ejercicio de interpretación activa del mundo que Nietzsche propone se constituye en la herramienta desde la cual cada ser humano es capaz de deslindarse de aquella conciencia colectiva y de forjar para sí mismo un carácter que le permita ubicarse dentro de su entorno, pero ya no por medio de conceptos heredados por adoctrinamiento; sino como parte de un constante ejercicio de deconstrucción, a la manera en que Derridá lo propone” (Huitrón, 2018, p. 23). En algún momento tuvo fuerza y se cuestionó el papel de la sociedad, precisamente por los equívocos que en algún momento se estaban cometiendo en la historia; el aspecto positivo de esta corriente fue que en su momento llegó a cuestionar el sentido de la regulación, el sentido de un grupo de personas que orientan y establecen esa parte normativa, llevando a resignificar nuevamente el sentido de las leyes, de los gobernantes y de las estructuras sociales.

2.16 Ética marxista Cuestiona la manera como las sociedades se habían organizado hasta el momento, sobre todo desde la marginación y las brechas sociales. Plantea que lo que se debe buscar es el bien común. Su ideal está fundamentado en el principio de igualdad, pero donde la figura del Estado es quien determina absolutamente todas las acciones y determinaciones que se deben tomar a nivel social. “El tema de la justicia […] está presente en el marxismo como uno de los focos de su teoría social, y se constituye en meta de la revolución. Su finalidad es hacer justicia a la postergada clase trabajadora (proletariado), retribuyéndole, no una parte, sino todo el valor de su trabajo. De acuerdo con Marx, en una primera etapa del comunismo, justicia

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es dar a cada cual según su trabajo, mientras que en la segunda etapa justicia significa dar a cada uno según sus necesidades” (Fraga, 2015, p. 79). Se confía de manera plena en sus decisiones, hasta el punto de caer en un absolutismo que no se puede cuestionar. Desconoce los intereses particulares, por darle prioridad a ese bien común.

2.17 Ética pragmatista Esta corriente no se detiene en discusiones sin sentido, sino que aborda los conflictos de una manera sencilla y eficaz. “Moral deliberation differs from others not as a process of forming a judgment and arriving at knowledge but in the kind of value which is thought about. The value is technical, professional, economic, etc., as long as one thinks of it as something which one can aim at and attain by way of having, possessing; as something to be got or to be missed. Precisely the same object will have a moral value when it is thought of as making a difference to the self, of determining what one will be, instead of merely what one will have… The choice at stake in a moral deliberation or evaluation is the worth of this and that kind of character and disposition” (Cam, 2011, p. 114). El concepto de justicia, por tanto, está determinado por el juicio que los hombres hagan de los elementos que deben implicarse en cada situación que se considere debe ser analizada y a partir de los criterios y la manera cómo puede solucionarse. No se enreda en discusiones, plantea que las cosas son supremamente claras, se busca el éxito a nivel social y por lo tanto lo que se considera bueno se lleva a cabo sin ningún problema y se descartan todas las demás posibilidades; ese es el conflicto de la ética pragmatista que no se queda discutiendo o analizando sino que establece de manera muy práctica lo que se debe realizar.

2.18 Ética aplicada El siglo XX y XXI se caracterizan por el surgimiento de éticas aplicadas, es decir, éticas o códigos específicos, de acuerdo a las situaciones particulares de las diferentes disciplinas. De este modo, se desarrollan sistemas o códigos determinados en casi todas las instituciones, por ejemplo: código ético a nivel militar, económico, ambiental. Esta relación con el medio ambiente ha tomado relevancia en los últimos años y ha contribuido en que se regule desde lo legislativo este tipo de asuntos.

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BIBLIOGRAFÍA / WEBGRAFÍA

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