MUJER-OBJETO MERCANCÍA: IRIGARAY, MACKINNON Y BAUDRILLARD 1. (Versión preliminar)

MUJER-OBJETO MERCANCÍA: IRIGARAY, MACKINNON Y BAUDRILLARD1 (Versión preliminar) La mujer al ser objeto de los intercambios queda escindida, según Irig

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Página 1. 1-Título Preliminar
1-Título Preliminar 1.- La Constitución se fundamenta: a) En la unidad de la Nación Española. b) En el compromiso de unidad de todos los pueblos y nac

TITULO PRELIMINAR. Artículo 1.-OBJETO
ORDENANZA REGULADORA DE LA OCUPACIÓN DEL DOMINIO PÚBLICO MEDIANTE LA INSTALACIÓN DE QUIOSCOS Y OTROS, EN LAS VIAS PÚBLICAS Y ESPACIOS LIBRES DE LA CIU

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MUJER-OBJETO MERCANCÍA: IRIGARAY, MACKINNON Y BAUDRILLARD1 (Versión preliminar) La mujer al ser objeto de los intercambios queda escindida, según Irigaray, en dos cuerpos irreconciliables: cuerpo natural con su función reproductora (valor de uso) y un cuerpo socialmente valioso, intercambiable, expresión de las necesidades y deseos, objeto de fetichización (valor de cambio). Irigaray señala que, al igual que el valor de una mercancía nunca se descubre en la propia mercancía, dado que ésta solo se valoriza cuando se pone en función de un término que permanece externo a ella. De la misma manera, el valor del cuerpo de la mujer solo tiene lugar cuando al menos dos hombres la desean, es decir, su valor depende de un tercer patrón externo: el Falo, el cual le resulta trascendente, sobrenatural, ek−stático (Irigaray, 2009: 131). En el estatuto de mercancía, la mujer no tiene espejo que la duplique, no puede reflejarse-reconocerse con otras mujeres, más bien sirve de espejo de valor de/para el hombre. Se convierte en el espejismo de las actividades de los hombres, su huella, su marca, su soporte de especulación (Irigaray, 2009: 131-132). La mujer revestida de las necesidades y deseos de los hombres, entra en un proceso de fetichización donde se vuelve un elemento inaccesible, enigmático, continente negro, agujero en lo simbólico, al igual, que ocurre con la mercancía. Ella refleja como el valor de uso: cuerpo reproductor (la madre), forma natural, lenguaje, queda relegado por el valor de cambio, al entrar en un mercado donde los hombres buscan poseerlas, acumularlas, inscribirlas en sus conquistas y seducciones (la mujer virgen)2 (Irigaray, 2009: 130). “Así, pues las mujeres−mercancías están sometidas a una esquicia que las divide en utilidad y   valor de cambio; en cuerpo-materia y envoltura preciosa pero impenetrable, inaferrable e inapropiable por parte de ellas; en uso privado y uso social” (Irigaray, 2009: 131). Lo que constituye el intercambio-sexual de mujeres, según Irigaray, es una primera forma de explotación de los individuos, a quienes no se les remunera, no se les reconoce o solo se hace parcialmente. Ellas ejemplifican el modo en que una persona termina asumiéndose como un objeto/mercancía. Por su parte, Catherine Mackinnon, parafraseando la teoría marxista la cual sostiene que las relaciones sociales se forman gracias al trabajo3, señala que las relaciones sociales se                                                                                                                 1     Documento   de   trabajo   en   el   marco   del   proyecto   “La   noción   de   mujer   objeto:   entre   el   feminismo   y  

Jean   Baudrillard”.   Elaborado   por   Johanna   Andrea   Bernal   Mancilla.   Estudiante   de   la   Maestría   en   filosofía   de   la   Universidad   del   Rosario.   Investigadora   en   el   Grupo:   Estudios   en   Educación,   Pedagogía   y   Nuevas   Tecnologías.  Octubre  de  2013.   2  Irigaray  dice  que  la  mujer  como  madre  permanece  en  su  valor  de  uso,  en  el  campo  de  la  naturaleza   reproductiva   y   se   inhabilitada   para   participar   de   los   intercambios.   Lo   que  representa  “la  prohibición  del   incesto”  es  la  prohibición  de  hacer  circular  a  la  mujer-­‐madre  como  mercancía.  La  mujer  virgen  es  puro   valor  de  cambio,  posibilita  las  relaciones  de  intercambio  entre  los  hombres,  desflorada  vuelve  a  su  valor   de   uso.   La   prostituta   es   el   punto   intermedio   entre   el   valor   de   uso   y   el   valor   de   cambio,   pues   las   cualidades   de   su   cuerpo   son   útiles   para   el   intercambio.   La   prostitución   es   un   uso   que   se   intercambia   (Irigaray,  2009:  139)   3  Baudrillard  señala  que  en  el  momento  en  que  Marx  instituyo  el  concepto  de  trabajo  y  necesidad  como   los  que  forman  las  relaciones  sociales,  se  creó  la  antropología  de  un  hombre  que  transforma  la   naturaleza  para  suplir  las  “necesidades”  4  Retomando  el  trabajo  Política  Sexual  de  Kate  Millet  en  el  cual   se  afirma  que  lo  que  aprenden  las  mujeres  para  convertirse  en  mujeres  se  da  a  través  de  la  experiencia   de  ,  Mackinnon  afirma  que  a  través  de  la  experiencia  de  la  sexualidad  se  aprende  a  ser  

forman inicialmente a través de la experiencia de la sexualidad, una experiencia social4, más que individual, en tanto que allí se modela, direcciona y expresa las primeras relaciones sociales en dos sexos: hombres y mujeres (Mackinnon, 2005:163-164). A Mackinnon le interesa enfatizar que la desigualdad social no puede ser pensada únicamente en términos de la diferencia de clases, visión centrada en el espacio de lo público, sino que requiere ser analizada como producto de la diferencia sexual, diferencia que opera en el espacio de lo privado, algo que ya había insinuado Irigaray. Argumenta que anterior a esa expropiación del trabajo de una clase social sobre otra, expropiación abundantemente analizada, existe la expropiación de la sexualidad que sufren unos individuos (mujeres) en beneficio de otros (hombres), expropiación que ha sido poco discutida y que constituye una primera forma de explotación. La desigualdad, dice Mackinnon, no solo responde a una diferencia de las condiciones materiales que da paso a las clases sociales (espacio de lo público), también responde a una diferencia sexual que se ha circunscrito al espacio de lo privado y ha quedado sin politizar (Mackinnon, 2005: 168). Para la feminista norteamericana, esa expropiación organizada de la sexualidad es la que ha dado lugar a la definición del ser de la mujer:  

Socialmente, ser hembra significa feminidad, lo cual significa atractivo para los hombres, lo cual significa atractivo sexual, lo cual significa disponibilidad sexual en términos masculinos. Lo que define a la mujer como tal es lo que excita a los hombres. Las niñas buenas son “atractivas”, las malas “provocativas”. La socialización de género es el proceso a través del cual las mujeres llegan a identificarse a sí mismas como seres sexuales, como seres que existen para los hombres. Es aquel proceso a través del cual las mujeres internalizan (se apropian) una imagen masculina de su sexualidad como su identidad en tanto que mujeres. No es solo la ilusión (Mackinnon, 2005:177) Lo que privilegian las sociedades modernas es ese arquetipo social femenino en el que la mujer se muestra como atractivo disponible sexualmente para el hombre, mujeres/objeto sexual “encarnaciones ambulantes de las necesidades proyectadas de los hombres” (Mackinnon, 2005:181). Arquetipo social que muestra como la mujer es atrapada en ese proceso de objetivación sexual (epistemología de la objetivación), donde los hombres constituyen un mundo a favor de sus intereses, a la vez que dejan por fuera el reconocimiento de las necesidades y deseos de las mujeres. Mackinnon señala que si bien la teoría marxista distingue entre los procesos de objetivación y alienación, diciendo que el primero responde al fundamento de la libertad humana donde el sujeto mediante el trabajo se crea a sí mismo, expresa su humanidad y se encarna en sus productos y relaciones, mientras que, el segundo proceso corresponde a la distorsión de la objetivación, a una cosificación de los productos y de las relaciones sociales. Desde el punto de vista del objeto, no hay diferencia entre la objetivación y la alienación porque en cualquiera de los dos procesos, el objeto se ve obligado a estar al servicio del sujeto. De la misma manera, los hombres al ver a las mujeres como un objeto/sexual, objetos                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                     “mujer  como  objeto  sexual  para  el  hombre,  el  uso  de  la  sexualidad  de  la  mujer  por  parte  de  los   hombres”  (Mackinnon,  2005:  177).  

 

de intercambio (mercancías), las obligan a entrar en procesos de objetivación y alienación donde para ellas tampoco habría distinción alguna. Para las mujeres, no hay distinción entre objetivación y alienación, porque no hemos sido las autoras de la objetivación, hemos sido la objetivación. Las mujeres han sido la naturaleza, la materia, aquello sobre lo cual se actúa, sometidas por el sujeto actuante que busca encarnarse en el mundo social. La reificación no es sólo una ilusión para el reificado; es también su realidad. El alienado que sólo puede comprenderse a sí mismo como otro no es diferente del objeto que sólo puede comprenderse como cosa. Ser el otro del hombre es ser su cosa (Mackinnon, 2005:189).  

Reafirmando lo dicho por Beauvoir, Mackinnon expone que la tarea del feminismo tiene que ver con sustraer a la mujer de ese estatuto de objeto sexual y crear consciencia en las mujeres de que el género es una condición asignada, una cualidad aprendida que varía con independencia de la biología y de una ideología que se atribuye a la naturaleza. Señala que si la sociedad industrializada infunde ciertos valores que deben caracterizarla como son: docilidad, suavidad, pasividad, vulnerabilidad, debilidad, narcicismo, incompetencia, etc., y un rol en el que debe mostrarse provocativa, sexy e ingenua, las mujeres deben reconocer que estos valores y roles no son una verdad inamovible. Por el contrario, el ser mujer es producto de las construcciones sociales que responden a esa visión masculina de la sexualidad donde se institucionaliza dos géneros: lo masculino como lo dominante y lo femenino como lo sumiso. (Mackinnon, 2005: 175). Es en este sentido, donde parece pertinente volver a la pregunta sobre: ¿qué significa ser mujer? Pregunta que, según Mackinnon, debe explorar entre otras cosas, como una mujer vive, expresa, siente y experimenta su sexualidad. Permitir “la reconstrucción colectiva y crítica del significado de la experiencia social de la mujer, tal como la viven las mujeres” (Mackinnon, 2005, 191). La sexualidad en el código de la producción Las sociedades industriales con sus principios de la producción y la acumulación, dice Baudrillard, quiebran con la idea del gasto a pura pérdida, del sacrificio, la prodigalidad, los intercambios simbólicos, al hacer del trabajo una actividad racionalizadora del valor destinada a producir riqueza material que debe ser acumulada (Baudrillard, 1983, 4041). Lo que establecen dichas sociedades es un nuevo orden social donde el hombre se piensa a sí mismo como algo que hay que producir, transformar, hacer surgir como valor. Según Baudrillard, Marx ya lo había señalado al decir que . Así es como el hombre moderno se construye en su doble cara genérica: a) las necesidades que absorben el valor de uso del objeto y b) su fuerza de trabajo4. Fuerza que se toma como una mercancía que puede ser vendida e                                                                                                                 4  Baudrillard  señala  que  las  sociedades  modernas  oponen  a  la  fuerza  de  trabajo,  el  no  trabajo  y  el  juego.   Retomando  a  Marcuse,  quien  afirmaba  que  los  principios  de  la  civilización  no  implica  solo  el  trabajo  sino   que   también   incluye   el   juego   y   el   descanso   donde   las   potencialidades   del   hombre   y   la   naturaleza   quedan   en   un   libre   movimiento,   separando   estas   actividades   de   los   valores   de   productividad   y   rendimiento.   Baudrillard   cuestiona   esa   dialéctica   entre   trabajo   y   no   trabajo,   pues   lo   que   esta   relación   negativa   pone   en   evidencia   es   que   no   se   escapa   a   la   de   sublimación   represiva   de   la   fuerza   de   trabajo  

intercambiada y que refiere a la creación de la plusvalía (Baudrillard, 1983:17-19). En este segundo orden, al que Baudrillard también llama el pensamiento de lo masculino, se privilegia el sujeto, el deseo, el poder, la producción y lo que se tejen son relaciones de negación, relaciones dialécticas como ocurre entre sujeto y objeto, hombre y naturaleza, donde ésta última es vista como la materia que se transforma para responder a las necesidades de los sujetos. Lo que ven circular estas sociedades es un objeto industrial, objeto/mercancía dividido en su valor de uso/valor de cambio, que responde a ese proceso de producción en serie y a la idea de “funcionalidad”, elemento de cálculo, movible y conmutable que se caracteriza por ser: “Rico en funcionalidad y pobre en significación, se refiere a la actualidad y se agota en la cotidianidad.” (Baudrillard, 2007, 92). En este plano económico, el leimotiv que se generaliza es la ley del valor, que no solo rigen a las mercancías, sino que también permea al lenguaje56 y a la sexualidad. Sexualidad que termina confundida con la función genital, reproductora, erotizada, con un gasto del cuerpo, inversión útil que se opone al intercambio simbólico. Y que toma la forma dialéctica: masculino/femenino, privilegiando el Falo como ese término sobre el cual se va a medir y a ordenar todas las posibilidades erógenas del cuerpo: “Este Phallus exchange standard gobierna la sexualidad actual, incluida en ella su ” (Baudrillard, 1992: 136). Baudrillard señala que en este orden, lo que el hombre pone de su cuerpo en el trabajo o en el sexo nunca es dado, ni está perdido, ni es devuelto por la naturaleza a modo de reciprocidad (Baudrillard, 1983: 42-44). Es bajo la ley de la economía política donde se puede reconocer el discurso de una sexualidad reprimida, de una desigualdad de los sexos, de una cultura patriarcal y falocrática. Un orden donde lo masculino y lo femenino se reducen a una función psicológica y anatómica del sexo, y donde la mujer se observa como ese objeto/mercancía, aquella materia/naturaleza que hay que producir y dominar (Baudrillard, 2008, 44).   Más allá de la mujer-mercancía: el objeto fatal Para Baudrillard, ni el objeto, ni la mujer se encuentran totalmente dominados, pues incluso en este orden de la producción donde el hombre intenta develarlo todo, conocerlo todo, dominarlo todo, el objeto se mantiene inasequible al mostrarse solo en su apariencia y conservar sus secretos. Al carecer de todo deseo, de toda verdad, de toda naturaleza, el objeto es el que se presenta inalienable frente al sujeto (Baudrillard, 2000:123-124): El objeto no cree en su propio deseo, el objeto no vive de la ilusión de su propio deseo, el objeto carece de deseo. No cree que nada le pertenezca en propiedad, y no cultiva ninguna fantasía de reapropiación ni de autonomía. No intenta basarse en una naturaleza propia, ni siquiera la del deseo, sino que, de repente, no conoce la alteridad y es inalienable. No está dividido en sí mismo, cosa que es el destino del sujeto, y no conoce el estadio del espejo, con lo que acabaría con su propio imaginario. Es el espejo. Es lo que remite al sujeto a su transparencia mortal. Y si puede fascinarle y seducirle, es precisamente porque no irradia una sustancia o una significación propia. El                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                     (Baudrillard,  1983:  36-­‐38).  

 

5  Baudrillard  

dice   que   la   ley   del   valor   también   atraviesa   el   lenguaje   y   lo   convierte   en   medio   de   comunicación,   campo   de   significación   que   se   ordena   en   significantes/significados.   Aquí,   se   da   una   disociación   donde   su   finalidad   referencial   es   ser   un   medio   que   tiene   como   fin   expresar   el   orden   de   los   significados   y   en   su   forma   estructural   regular   el   intercambio   de   los   significantes:   el   código,   la   lengua   (Baudrillard,  1992:  134-­‐135).  

 

objeto puro es soberano porque es aquello sobre lo cual la soberanía del otro acaba por romperse y caer en su propia trampa. El cristal se venga (Baudrillard, 2000:124). Retomando la estrategia de Baudelaire quien afirma respecto a la obra de arte que es necesario acrecentar su abstracción formal y fetichizada, elevar la fuerza obscena de la mercancía6, Baudrillard señala que el objeto tiene la posibilidad de devenir en un objeto capaz de romper con el valor y la utilidad de la mercancía al mostrarse como puro objeto dispuesto a cumplir con la demanda del deseo, llevando al sujeto a su aniquilación (Baudrillard, 2000:129). *** Continuará. Este documento de trabajo está próximo a publicarse.  

                                                                                                                6  Baudrillard  señala  que  en  la  época  de  la  reproductibilidad  técnica  a  la  obra  de  arte  se  le  abrieron  dos   caminos:  el  primero,  seguido  por  Benjamín,  sería  mantener  la  nostalgia  por  el  dominio  de  la  ilusión  y  del   orden   estético,   del   aura   y   de   la   autenticidad   de   la   obra.   El   segundo,   recorrido   por   Baudelaire,   sería   acrecentar  la  abstracción  formal  y  fetichizada  de  la  obra  de  arte  como  mercancía.  En  esta  última  lógica   fantástica−irónica   (no   dialéctica)   la   obra   de   arte,   en   vez   de   recuperar   esas   cualidades   de   belleza,   autenticidad,   añoradas   por   Benjamín,   lo   que   “debe   retomar   *son+   los   caracteres   de   choque,   de   extrañeza,   de   sorpresa,   de   inquietud,   de   liquidez,   casi   de   autodestrucción,   de   instantaneidad   y   de   irrealidad   que   pertenecen   a   la   mercancía”   (Baudrillard,   2000,   128).   La   obra   de   arte   como   mercancía   debe  llevar  hasta  el  absoluto  la  división  del  valor.  (Baudrillard,  2000,  127-­‐129).   Para   Baudrillard,   la   estrategia   que   propone   Baudelaire   es   una   solución   radical   y   moderna   que   explota   lo   nuevo,  lo  original,  lo  inesperado,  lo  genial  de  la  mercancía  y  que  brinda  a  la  obra  de  arte  la  posibilidad   de  extraer  de  ella  unos  efectos  extraordinarios,  una  forma  de  seducción  que  no  pertenece  al  dominio  de   la  ilusión  y  el  orden  estético  sino  al  dominio  del  vértigo  y  de  la  obscenidad.  “La  mercancía  vulgar  sólo   genera  un  universo  de  la  producción,  −  ¡y  sabe  Dios  cuán  melancólico  es  este  universo−  

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