Narraciones extraordinarias; Edgar Allan Poe

Literatura universal contemporánea. Narrativa (relato) de terror y misterio. Argumento. Relatos

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Narraciones Extraordinarias por Edgar Allan Poe Cuento 1: El Gato Negro Un hombre que en su infancia fue dócil, bondadoso y por sobre todo amaba a los animales, creció con este carácter. Se casó joven, y su esposa compartÃ− el mismo amor por los animales. Ellos tenÃ−an muchas bestias, pero entre ellas se destacaba una: un gato completamente negro, llamado Pluton. Este era el favorito del hombre. Por culpa del demonio su carácter y temperamento se alternaron y desde ese dÃ−a comenzó a descuidar a sus animales con excepción de Pluton. Su enfermedad empeoró y le quito un ojo a Pluton y luego mató al animal ahorcándolo. Esa misma noche la casa del hombre se incendió y al aproximarse el señor hacia la multitud que se encontraba rodeando su casa observó la imagen de un gato igual a Pluton grabada en la blanca superficie. à l saca sus conclusiones sobre lo ocurrido. Luego de unos dÃ−as este hombre encontró un gato igual a Pluton con la excepción de que tenÃ−a una macha indefinida en el pecho. Llevó a esta bestia hacia su casa. Pero luego de un par de dÃ−as comenzó a odiar a este animal, hasta un punto que tenÃ−a intención de matarlo. Un dÃ−a el señor bajó al sótano para realizar una tarea doméstica y el gato lo siguió. Intentó matarlo con un hacha pero su esposa lo detuvo y en un acto más que demonÃ−aco, se soltó del brazo de la mujer y le clavó el hacha en la cabeza, y ello causó su muerte. El hombre pensó donde esconder el cuerpo y se le ocurrió detrás de la pared y asÃ− lo hizo. Pasaron 2 y luego 3 dÃ−as y el señor no sentÃ−a culpa. El cuarto dÃ−a la policÃ−a fue inesperadamente a la casa y la revisaron hasta que encontraron el cuerpo. Y el hombre descubre que sobre la cabeza de la mujer se encontraba el cuerpo de la bestia que asesinó. Cuento 2: Manuscrito Hallado en una Botella Un hombre muy inteligente y que ha viajado mucho, se embarcó en el año 18…, en el puerto de Batavia, en la isla de Java, para hacer un crucero al archipiélago de las islas Sonda. El navÃ−o era de condiciones excelentes, excepto por el arrumaje, que habÃ−a sido mal hecho, y por lo tanto el barco escoraba. Comenzaron el viaje con muy poco viento a favor. Observó una nube extraña y permaneció mirándola mucho tiempo. La luna era rojo-oscura y el mar transparente hasta el punto de que se llegaba a ver el fondo. El aire era intolerablemente cálido. Este hombre creÃ−a que se aproximaba un huracán, se lo transmitió al capitán pero este no prestó atención. Esta inquietud no lo dejaba dormir, por lo tanto, a medianoche subió a la cubierta. En el transcurso del mismo, un rumor semejante al zumbido lo sorprendió. Antes de asegurarse de su significado sintió que el barco vibraba. Una violenta ráfaga arrasó con el capitán y todos los tripulantes, exceptuando a un viejo sueco y al hombre. El navÃ−o estaba destrozado. Naufragaron durante 5 dÃ−as y 5 noches, alimentándose con una pequeña cantidad de melaza de azúcar. Los primeros 4 dÃ−as navegaron hacia el sud-este. El quinto dÃ−a fue muy frÃ−o. En el mediodÃ−a el sol llamó nuevamente la atención, no daba luz que mereciera propiamente tal nombre. Esperaron la llegada del sexto dÃ−a, que para el sueco no llegó jamás y para el hombre todavÃ−a no habÃ−a llegado. Alrededor de ellos todo era horror, habÃ−a profunda oscuridad, el oleaje era muy alto. CreÃ−an que iban a morir, hasta que vieron acercarse un enorme barco. Pero algo que le dio terror fue que el barco tenÃ−a todas las velas desplegadas en medio de aquel huracán. Se acercaron al barco, su proa se rompió y subió al barco y pasó inadvertido a los ojos de la tripulación. Se escondió en la cala. Desde su refugio vio a un hombre que se movÃ−a con pasos inseguros y débiles. Pudo observar su apariencia general. Era de una avanzada edad. Le temblaban las rodillas, hablaba solo en un idioma que el hombre no pudo comprender. Este señor subió al puente y no lo volvió a ver. TenÃ−a un sentimiento extraño que poseÃ−a su alma. Hace mucho que habÃ−a subido a ese navÃ−o. HabÃ−a tomado los materiales para escribir esto del camarote del capitán. HabÃ−a observado el navÃ−o, dedujo que no era un barco de guerra, pero no pudo averiguar que sÃ− era. El tamaño, el modelo los tipos de mástiles y otras cosas del barco le daban una sensación de algo familiar. El maderamen del navÃ−o estaba construido con un material que desconocÃ−a. Se habÃ−a mostrado frente a los tripulantes y ellos no le prestaron la menor atención. Siguieron navegando hacia el sud. Este hombre cree 1

que están destinados a rondar continuamente al borde de la eternidad, sin precipitarse en el abismo. Y que el barco está sometido a la influencia de alguna poderosa corriente, o una impetuosa resaca. Las aguas se alzaban cada vez más. Describe al capitán como un hombre de casi su estatura, cuerpo proporcionado y sólido, vejez, cabellos grises, ojos iguales a sus cabellos. Todo el barco estaba impregnado de vejez. El viento aumenta y como las velas estaban despegadas, por momentos el barco se levantaba sobre el mar. Se comienzan a precipitar en el torbellino, y entre el rugir, el aullar y el tronar del océano, el barco se estremece. Y se hunde. Cuento 3: El Entierro Prematuro Un hombre cuenta que la peor miseria humana es el entierro de un hombre vivo. Da ejemplos sobre ello. En primer lugar el de una mujer la cual padecÃ−a de una enfermedad. Tanto tiempo la padeció que murió, o creyeron que murió ya que presentaba todas las apariencias de la misma. La señora fue depositada en la bóveda familiar que quedó cerrada por 3 años. Un dÃ−a para realizar un sarcófago abrieron la bóveda y la mujer cayo en los brazos de su marido muerta. Luego de una investigación se dedujo que la mujer revivió luego de dos dÃ−as de su sepultura; cuando pudo salir de ataúd comenzó a golpear la puerta para llamar la atención y en ese momento murió. El segundo caso ocurrió en Francia en 1810. Madmoiselle Victorine Lafourcade, una mujer adinerada, se enamoró de un hombre llamado Julián Bossuet, pero decidió rechazarlo y casarse con monsieur Renelle. Este caballero descuidó el matrimonio e incluso llegó a maltratar a la dama. Luego de unos años juntos la mujer murió, o eso se creÃ−a. Fue inhumada en una tumba común en su tierra natal. Su esposo se dirige a la tumba para cortarle sus trenzas. Cuando desentierra el cuerpo se encuentra con que en verdad la mujer estaba viva. La llevó a su alojamiento y más tarde se la entregó a Bossuet. Juntos escaparon a América. Luego de veinte años deciden volver a Francia y monsieur Renelle los reconoce. El tercero es un caso que fue publicado en la revista de cirugÃ−a y trata sobre un hombre, oficial de artillerÃ−a, que fue derribado por un caballo. Se le realizaron varios estudios, pero empeoraba. AsÃ− que se lo dio por muerto ya que lo parecÃ−a, pero no era asÃ−. Lo enterraron con rapidez y entró tierra en la tumba por un hueco. Por el último mencionado el hombre podÃ−a adquirir el aire suficiente para respirar. Los domingos mucha gente frecuentaba al cementerio. Uno de ellos reaccionó, que habÃ−a un ruido y comenzaron a cavar para desenterrarlo. Cuando lo lograron, lo llevaron al hospital para su recuperación. El cuarto relato ocurrió en 1831 en Londres. Mr. Edward Stapleton aparentemente habÃ−a muerto de fiebre tifus y de otros sÃ−ntomas que excitaron la curiosidad de los médicos. Los últimos mencionados piden permiso para realizarle un examen post mortem pero los amigos de Stapleton se negaron. Por lo tanto desenterraron el cuerpo y lo llevaron a una sala del hospital para disecarlo en privado. Le realizaron unos exámenes y entre ellos la aplicación de la baterÃ−a galvánica en uno de los músculos pectorales. Luego de haber realizado ello el paciente se despertó y dijo unas palabras incomprensibles que más tarde fueron deducidas como que habÃ−a dicho “estoy vivo”. Segundos más tarde cayó al suelo. Le administraron éter y revivió. Edward afirmó que en ningún momento habÃ−a perdido todo el sentido. El quinto y último relato es el del propio hombre que contó todas las historias anteriores; su experiencia real. El padecÃ−a una enfermedad llamada catalepsia. En su caso no padecÃ−a caracterÃ−sticas importantes. Se encontraba en un estado de semisÃ−ncope, o casi desmayo. Con respecto a ella el hombre cada vez que se despertaba de un “sueño” no recobraba inmediatamente el sentido. No tenÃ−a sufrimiento fÃ−sico, pero si angustia moral. TenÃ−a imaginación macabra como por ejemplo cuando soñó que un demonio le aferraba la muñeca y le ordenaba que se levante; luego se dirigieron a observar a los muertos que salÃ−an de sus tumbas. El hombre preparó su ataúd para que se pueda abrir fácilmente, para poder adquirir aire y luz y para tener alimento y agua. Llegó una época en la cual se encontró a sÃ− mismo inconsciente y débil. Luego de un largo intervalo, un perÃ−odo de placentera quietud, una breve zambullida en la nada y luego un súbito restablecimiento. Después vino un choque eléctrico de terror, y por ello un esfuerzo positivo por pensar, intento de recordar, éxito parcial. AsÃ− recobró la memoria y el dominio de ella, tuvo conciencia de su estado. Permaneció inmóvil por unos minutos, no tenÃ−a valor para moverse. Cuando tuvo el valor de hacerlo, abrió los ojos y estaba todo oscuro. Intentó gritar pero sus labios estaban atados como los de los muertos. Movió sus manos cruzadas y golpeó una sustancia que se extendÃ−a sobre el cuerpo del hombre. Hizo un segundo intento de grito y aulló lo suficientemente fuerte para que lo escucharan 2

cuatro hombres que se encontraban allÃ−. Ellos lo sacudieron para que despertara de su sueño y le devolvieron la plena posesión de su memoria. En Richmond, Virginia se habÃ−a ido junto a un amigo a las orillas del RÃ−o James. Durmió profundamente y su visión no fue un sueño ni una pesadilla. Luego de haberle ocurrido esta experiencia le ocurrieron cosas buenas: su alma adquirió vigor y temple, viajó al extranjero, hizo ejercicios, respiró el aire libre, pensó en otros temas no relacionados con la muerte, dejó a un lado sus libros de medicina. Cuento 4: La Verdad sobre el Caso del Señor Valdemar Durante unos años el estudio del hipnotismo habÃ−a atraÃ−do su atención. Jamás se habÃ−a hipnotizado a alguien en condiciones de muerte. Quedaba por verse 3 cosas planteadas por él acerca de esto: si serÃ−a susceptible de influencia magnética, en el caso de que lo fuera, si su estado aumentarÃ−a o disminuirÃ−a dicha susceptibilidad y hasta que punto, el proceso hipnótico serÃ−a capaz de detener la intrusión de la muerte. Pensó si tenÃ−a alguien conocido para verificar esos puntos y pensó en un sujeto llamado Ernest Valdemar, residente desde 1839 en Harlem, Nueva York. TenÃ−a un temperamento nervioso que lo convertÃ−a en una buena persona para hipnotizar. Ya lo habÃ−a adormecido 2 veces. Le comentó a su amigo acerca del asunto y se veÃ−a vivamente interesado. Acordaron que Valdemar lo llamarÃ−a 24 horas antes de su muerte. 10 dÃ−as más tarde recibe la carta de Valdemar diciendo que ya podÃ−a ir. Fue hacia el hospital y el aspecto de Ernest era de muerto. Le preguntó a los médicos acerca del estado de Valdemar y ellos le explicaron todas las enfermedades y desajustes que padecÃ−a el hombre. Los doctores se despidieron de él. Dos enfermeros, un hombre y una mujer se encontraban allÃ−, asÃ− que decidió posponer la hipnotización para las 8. Llegado el horario indicado anteriormente, con Theodore L…. de testigo y tomando apuntes de lo que iba ocurriendo. Efectuó los pases que habÃ−an sido más efectivos para Valdemar en las otras ocasiones. Estos no funcionar hasta pasadas las 10, que llegaron los doctores D…. y F….., como lo habÃ−an prometido. Les hizo unas preguntas y continuó con la hipnotización. Logró hipnotizarlo y pidió que revisaran si estaba correctamente en trance hipnótico. La apariencia general de Valdemar era muy distante a la de muerte. Se acercó y probó haber y cuando él movÃ−a el brazo Ernest harÃ−a lo mismo, y asÃ− fue. Luego le preguntó al hombre si dormÃ−a y este respondió, luego de la tercera vez de ser preguntada, que se encontraba dormido y que querÃ−a morir asÃ−. La segunda pregunta que le realizó fue si sentÃ−a dolor en el pecho. Luego de un momento respondió que no sufrÃ−a, que se estaba muriendo. Volvió a realizar la primera pregunta, pero esta vez hubo que preguntarle cuatro veces y en ese momento afirmó y dijo que se morÃ−a. Los médicos no querÃ−an sacarlo del estado actual a Valdemar. El último mencionado comenzó a adquirir sÃ−ntomas de muerte. Volvieron a preguntarle si estaba dormido, pero esta vez respondió que no, que estuvo durmiendo pero que ahora estaba muerto. L…. se desmayó y los médicos se fueron. Reanimaron a L…. y pudieron dedicarse a ver el estado de Valdemar. A las diez de la mañana abandonaron la casa junto con diez enfermeros y volvieron a la tarde. Su estado era el mismo. Discutieron sobre si despertarlo o no. Durante 7 meses siguieron acudiendo a la casa de Valdemar acompañados de amigos y médicos. El paciente se mantuvo igual. Un viernes decidieron hacer el experimento de despertarlo. Comenzó a realizar los procedimientos correctos, pero el paciente se estaba muriendo. Acudieron a preguntarle si podÃ−a explicarles lo que sentÃ−a y deseaba. à ste respondió que lo hagan dormir o que lo despierten pronto porque estaba muerto. Intentó otro método para despertarlo, pero lo que ocurrió fue que se encogió, se deshizo en casi un minuto, cuando todos esperaban que el paciente despertase. Cuento 5: El Retrato Oval Un hombre y su sirviente ingresan a un castillo abandonado temporariamente. Se instalaron en un aposento pequeño, en una apartada torre del edificio. Las decoraciones eran ricas, pero viejas. HabÃ−a pinturas en las paredes. En la cama encontró un pequeño volumen que contenÃ−a la crÃ−tica y descripción de las pinturas. Leyó este volumen hasta la medianoche. Se le cae el candelabro y descubre un retrato oval que le habÃ−a pasado inadvertido. Era el de una joven mujer. Estaba pintado con la técnica vigente. Era una pintura admirable, tenÃ−a una absoluta posibilidad de vida. Buscó en el volumen lo que decÃ−a con 3

respecto a esta pintura. El retrato habÃ−a sido pintado por un hombre que amaba a una mujer (la pintada en el retrato), pero también al arte, en cambio, ella lo amaba, pero odiaba al arte. La dama oyó que el hombre iba a retratarla. La dama se posó dócilmente en la torre, mientras él se gloriaba de su trabajo. El retrato que estaba pintando era el de la mujer que amaba. Cuando faltaba poco por hacer el espÃ−ritu de la dama osciló. Se aplicó lo que faltaba y el hombre gritó: “¡Ciertamente, esta es la vida misma!”. Miró a su amada y estaba muerta. Cuento 6: Eleonora Un hombre vivÃ−a junto a su prima, que también era su esposa y su tÃ−a. Habitaban en el Valle de la Hierba Irisada. Quedaba muy apartado entre colinas y no habÃ−a un sendera hollado. HabÃ−a un rÃ−o que lo llamaban “el rÃ−o del silencio” ya que habÃ−an una influencia enmudecedora en su corriente. La superficie entera del valle estaba cubierta por hierba verde, suave, espesa, uniforme, perfumada, corta; flores, árboles cuyos altos y esbeltos troncos no eran rectos, sus hojas eran de color verde vivo. Luego comenzaron a brotar flores en los árboles, la hierba se ahondó, desaparecieron las blancas margaritas, y en su lugar brotaron asfóreos rojo rubÃ−. Los pájaros gayos y los flamencos desplegaron su plumaje. Peces de oro y plata frecuentaron el rÃ−o. Cuando Eleonora supo que morirÃ−a, temió que su esposo abandonara el valle y transfiera su amor a otra doncella. Le juró que nunca harÃ−a eso y apeló al poderoso amo del Universo como testigo e invocó que si no cumplÃ−a con su promesa tendrÃ−a el castigo de la muerte. Eleonora le dijo que velarÃ−a por el en espÃ−ritu. Cuando ella muere el en el valle, las flores desaparecieron de los árboles, las hierbas desaparecieron, los asfódelos rojo rubÃ− se marchitaron y la vida se retiraba del valle. No cumplió su promesa y abandonó el valle. Se casó con otra doncella, hija del rey, y pagó su incumplimiento de la promesa con la muerte. Cuento 7: Berenice Egaeus y Berenice eran primos y crecieron juntos en la heredad paterna. Crecieron de manera diferente. Egaeus era enfermizo, envuelto en melancolÃ−a, estudiaba el claustro, vivÃ−a encerrado en sÃ− mismo y entregaba el cuerpo y el alma a la meditación. Berenice era ágil, graciosa, desbordante de fuerzas, paseaba por la colina, vagaba despreocupadamente por la vida, no pensaba en las sombras del camino ni en la huida silenciosa de alas negras. Berenice comienza a padecer una especie de epilepsia que terminaba en catalepsia. Esta enfermedad ocasionó cambios en el ser moral y fÃ−sico de la prima de Egaeus. La enfermedad del último mencionado era que tenÃ−a un carácter monomaniaco que consistÃ−a en una irritabilidad morbosa de esas propiedades de la mente que la ciencia psicológica designa con la palabra atención. Contemplaba cosas triviales por dÃ−as enteros. Cuando se acercaba la fecha de su casamiento, una tarde de invierno, Egaeus se sentó en la biblioteca creyéndose solo, pero al alzar sus ojos la vio a Berenice. Ninguno pronunció una palabra. Su delgadez era excesiva, la frente era alta y pálida, su cabello rubio reluciente, que discordaba con la melancolÃ−a de su rostro, sus ojos carecÃ−an de ida y brillo y parecÃ−an sin pupilas, sus labios eran finos y contraÃ−dos. Los dientes fue lo que mas le llamó la atención. El golpe de una puerta lo distrajo y Berenice desapareció. Comenzó a ver los dientes de su prima en todos lados. Ansiaba los dientes con un deseo frenético. Los estudió con mucha atención. Un grito de dolor y pena interrumpió su sueño. Se levantó a ver lo que ocurrÃ−a y vio a la criada llorando la muerte de Berenice. Pero luego se encontró sentado en la biblioteca. Entró un criado que en sus ojos se veÃ−a violento terror. El criado señaló sus ropas que estaban llenas de barro y de sangre coagulada, le tomó la mano que tenÃ−a restos de uñas humanas, señaló una pala. Egaeus agarró la caja y subió a la mesa. Se le resbaló de la mano y cayeron elementos dentales y dientes. HabÃ−a desenterrado a Berenice y le habÃ−a sacado los dientes. Cuento 8: Ligeia Un hombre conoce a Ligeia pero no recuerda cómo, cuándo ni dónde la conoció. Solo recuerda que era de alta estatura, un poco delgada, tenÃ−a una voz dulce y profunda y ninguna mujer igualó la belleza de su rostro. Su frente era alta y pálida, sus cabellos lustrosos, exuberantes y rizados. Sus ojos eran más grandes 4

que los comunes de nuestra raza, eran negro brillante, velado por oscuras y largas pestañas, cejas irregulares. Sus ojos eran independientes de su forma, color y brillo. à l sentÃ−a pasión por esos ojos, ya que lo deleitaban y a la vez aterraban. Ella tenÃ−a un gran conocimiento. El se entregó a la investigación metafÃ−sica, en los primeros años de su matrimonio. Luego de unos años de matrimonio sus ojos comenzaron a brillar con menos frecuencia, Ligeia cayó enferma, los pálidos dedos adquirieron transparencia y las venas de su alta frente latieron. Ella creÃ−a que morirÃ−a sin sus terrores, pero no fue asÃ−. En el momento de su muerte ella demostraba un enorme deseo de vida. Ese dÃ−a le pidió que repitiera unos versos. Murió y él vagabundeó sin rumbo. Luego de unos meses adquirió y reparó una abadÃ−a en Inglaterra. Como sucesora de Ligeia, condujo al altar a Lady Rowena Trevanion. La decoración de la habitación tenÃ−a aspecto fantasmagórico dependiendo del ángulo en que la mires. Recordaba a Ligeia en cada momento de su vida. En el segundo mes de su matrimonio Lady Rowena cae enferma, por las noches, hablada de sonidos, de movimientos. Ella nunca se repuso del todo, tuvo un carácter alarmante. Una noche, próximo el fin de septiembre, tenÃ−a palidez mortal y parecÃ−a desvanecerse. Por lo tanto el hombre fue en busca de un frasco de vino ligero. En el camino de la búsqueda notó que en la alfombra habÃ−a una sombra, agarró el vino y al regresar percibió un paso suave en la alfombra. Rowena bebió el vino sin vacilar, y él vio que tenÃ−a gotas de un fluido brillante. Sus doncellas la prepararon para la tumba. Luego de esto lo comenzaron a asaltar recuerdos de Ligeia. Advirtió un sonido, luego otro, los dos provenientes del mismo lugar. Era un suspiro y descubrió que su esposa aun vivÃ−a. Luego descubrió que no era asÃ−. El cadáver se movÃ−a. Dejó caer las vendas que le cubrÃ−an el rostro y descubrió los hermosos ojos de Ligeia. Cuento 9: La Máscara de la Muerte Roja El prÃ−ncipe Próspero a pesar de que la “Muerte Roja” habÃ−a devastado el paÃ−s durante largo tiempo, era feliz, intrépido y sagaz. Sus dominios quedaron semidespoblados y llamó a mil robustos y amigos para retirarse al encierro seguro en su palacio. Luego de 5 y 6 meses de estar allÃ−, Próspero propuso hacer un baile de máscaras. Esta se celebrarÃ−a en 7 salones. En el último aposento habÃ−a un reloj de ébano y cuando iba a sonar paraban la música en el baile. El prÃ−ncipe se habÃ−a dedicado a decorar las salas. Luego de que haya sonado varias veces, se notó la presencia de de la “mascara de la muerte roja”, una figura enmascarada, que hasta entonces no habÃ−a llamado la atención de nadie. El prÃ−ncipe preguntó quién se atrevÃ−a a insultarlos con esa burla, lo cual se escuchó en las 7 salas. El prÃ−ncipe Próspero recorrió las 7 salas hasta llegar a la figura enmascarada. Este lo mata y luego continúa dominando a toda la fiesta, haciendo morir uno por uno de los presentes en la fiesta.

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