Nóesis. Revista de Ciencias Sociales y Humanidades ISSN: Instituto de Ciencias Sociales y Administración México

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Nóesis. Revista de Ciencias Sociales y Humanidades ISSN: 0188-9834 [email protected] Instituto de Ciencias Sociales y Administración México

Zamorano Villarreal, Claudia Ser madre sola y vivir bajo el techo de sus padres. Itinerarios y situaciones residenciales de madres sin cónyuge en Ciudad Juárez Nóesis. Revista de Ciencias Sociales y Humanidades, vol. 15, núm. 30, agosto -diciembre, 2006, pp. 165-182 Instituto de Ciencias Sociales y Administración Ciudad Juárez, México

Disponible en: http://www.redalyc.org/articulo.oa?id=85903007

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Single mothersfamilywork Being a single mother living under your parents’ roof: household itineraries of single mothers living in Ciudad Juarez, Chih. This paper is focused on residential itineraries and household arrangements made by single mothers in Ciudad Juarez, Mexico –one of the most important maquiladora industry centers worldwide. Based on fifty blue-collar workers’ life histories, I will compare residential itineraries of households headed by couples and single parents. This comparison will allow me to assess pitfalls faced by the latter in the housing market, which can be explained not only by economic factors, but by moral and practical reasons.

Single mothersfamilywork

Ser madre sola y vivir bajo el techo de sus padres. Itinerarios y situaciones residenciales de madres sin cónyuge en Ciudad Juárez Claudia Zamorano Villarreal 1

PALABRAS CLAVE:

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Se abordarán los itinerarios y las prácticas residenciales de madres sin cónyuge en Ciudad Juárez, ese punto de convergencia de inmigrantes nacionales y capitales internacionales y ahora, una de las más importantes ciudades maquiladoras del país. A partir de 51 historias de vida con trabajadoras de esta industria, se comparan los itinerarios residenciales de familias monoparentales con los de familias biparentales. Esta comparación permite ver las desventajas de las primeras para ingresar al mercado de la vivienda, que no se explican únicamente por factores de orden económico, sino también moral y práctico.

Madres solasfamiliaeconomía

Investigadora asociada del Centro de Investigaciones y Estudios Superiores en Antropología Social (CIESAS-D.F.). E-mail [email protected]

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Introducción

Ciudad

Juárez es a todas luces un lugar que suscita la controversia. Basta observar algunos títulos de periódico para constatar que esta ciudad es uno de los principales blancos tanto de la inmigración nacional como de los capitales internacionales que ingresan al país; la principal puerta de entrada de estupefacientes a los Estados Unidos; el teatro de la guerra entre los cárteles internacionales dedicados a ese tráfico, así como el lugar de un vasto asesinato en serie de mujeres jóvenes. Este conjunto desordenado de fulgores de la ciudad no deja ninguna duda de que Ciudad Juárez es también un espacio de incertidumbres cuyas facetas serían imposibles de estudiar en su totalidad por una sola persona. Yo por mi parte, en el marco de un trabajo abocado al estudio de las prácticas residenciales de la población de bajos recursos, pretendo estudiar sólo tres de ellas: a) La inmigración, fenómeno omnipresente en la historia fronteriza que significa una ruptura biográfica para los implicados. b) Los constantes flujos de capital extranjero que ingresan a la ciudad y que en fechas recientes se coronaron con la llegada de la industria maquiladora de exportación. c) Las evoluciones del mercado de la vivienda, donde los submercados destinados a las familias de clases populares son transformados constantemente por las políticas urbanas y de vivienda así como por las lógicas y los intereses patrimoniales de los pequeños propietarios (Zamorano, 2003).

Estas eran las tres facetas de la incertidumbre que a mi juicio influenciaban más determinantemente las prácticas residenciales de la población estudiada. Sin embargo, la fuerte presencia de madres sin cónyuge me obligó a considerar una cuarta: la precariedad de las relaciones hombre-mujer, que parece particularmente grave en el contexto fronterizo. Esta precariedad explica en parte los fenómenos de violencia contra las mujeres que engloban el fenómeno de “las muertas de Juárez”. Además, dependiente o independientemente de estos lamentables ca-

a) Historia de vida (itinerarios profesionales, geográficos, residenciales y familiares). b) Composición de su hogar y situación residencial al momento de la entrevista. c) Percepción de sus condiciones laborales. d) Percepción de la vida política del país y de las organizaciones sociales locales.

Además, en una segunda fase de campo, solicité a los trabajadores

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sos de violencia, la precariedad explica la violencia intrafamiliar y se traduce, no sólo en tasas de divorcio y separación más altas que las presentadas en el resto del país, sino también en uniones conyugales que tienden a durar más corto tiempo, como lo demuestran Ojeda y González (1992: 163) apoyados de las Estadísticas Nacionales Demográficas de 1982, de información censal y de estadísticas vitales. ¿Las madres solas tienen un comportamiento particular dentro del mercado de la vivienda? ¿Qué factores lo determinan? ¿Todas tienen el mismo destino residencial? En el presente artículo trataré de dar respuesta a estas preguntas mediante del análisis de 51 historias de vida recolectadas en Ciudad Juárez, entre 1994 y 1995, ante 26 hombres y 25 mujeres de clase popular, especialmente trabajadores de diversas plantas de la industria maquiladora. Cabe indicar que la elección de estas personas no respondió en absoluto al deseo de establecer una muestra cuantitativamente representativa. La muestra fue compuesta sobre un principio de diversidad que buscaba verificar ciertas prenociones identificadas en los trabajos que estudiaban la nueva implantación industrial en la región, principalmente aquella que sostenía que el mercado laboral de la maquila se abría casi exclusivamente a jóvenes solteras (ver por ejemplo: Fernández-Kelly, 1983 y Reygadas, 1992). Constatando la diversidad de los perfiles de los trabajadores de la maquila, las entrevistas trataban de asir las especificidades de sus itinerarios y situaciones residenciales, vistas como el producto de una interacción compleja entre itinerarios profesionales, geográficos y matrimoniales o familiares. Las entrevistas fueron semidirigidas y duraron alrededor de una hora y media. Cuatro ejes guiaron las conversaciones:

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que me pusieran en contacto con los miembros de su grupo doméstico, lo que se hizo efectivo para 13 casos donde entrevisté de manera individual a la mayor parte posible de los integrantes, recolecté la historia de la vivienda, hice levantamientos arquitectónicos y, en tres casos, realicé el ejercicio etnográfico de Lewis “24 horas en la casa de…” (1964).

Método y nociones Para el análisis, los hogares de los entrevistados fueron separados por células familiares, es decir, por grupos de personas que comparten el mismo techo, que tienen relaciones de filiación o de alianza y que están compuestos por dos generaciones madre y/o padre e hijo/a(s). Así por ejemplo, de un hogar extenso donde los padres reciben a su hija con su esposo y sus propios hijos, nosotros contemplamos dos células familiares. Esta desagregación de los grupos domésticos en células familiares se sostiene en el principio de que la familia es un grupo de unión pero también, de socialización y de individualización. La ventaja de esta perspectiva reside en la posibilidad de observar prácticas individuales en la compleja trama de las prácticas familiares, pero también entender caminos yuxtapuestos, escisiones, rupturas y continuidades. (Zamorano, 2003: 117) De las 51 entrevistas resultaron 102 células familiares con las cuales se realizó una pequeña base de datos cuyos productos son las gráficas que acompañan el presente texto (ver anexos). En ellas se observan año por año los itinerarios residenciales de las células familiares al interior de siete filiares de la vivienda: la renta, la cohabitación y el préstamo, que sitúan a la familia en la no-propiedad; y la herencia o la donación, las compras entre particulares, las organizaciones de barrio y los créditos de interés social, que la ubican como propietaria. De estos itinerarios, se procedió a una clasificación de cuatro grupos de células familiares que parecen compartir itinerarios residenciales similares en función de sus situaciones profesional, migratoria y matrimonial, así como del momento de su formación.

a) Las células familiares biparentales formadas antes de 1982. (Figura 1) b) Las células familiares biparentales formadas después de 1982 donde el padre y/o la madre son nativos de Ciudad Juárez. (Figura 2) c) Las células familiares biparentales formadas después de 1982 donde el padre y la madre son inmigrantes. (Figura 2) d) Las células familiares compuestas por madres solas. (Figura 3)

Observemos entonces el comportamiento residencial de este último grupo en relación con los anteriores.

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Estos grupos son:

Como indiqué, este estudio se inició sin la intención de hacer una aproximación de género en el sentido estricto de la palabra. Yo pretendía abordar la inmigración, la mutación industrial y la evolución de los mercados de la vivienda como tres factores que determinan las prácticas residenciales tanto de hombres como de mujeres. La elección de estas variables estaba encaminada a contrabalancear los estudios que consideran la situación residencial como un reflejo unívoco de la situación profesional —estudios que son más reiterados en la frontera norte desde la llegada de la maquila (ver entre otros Reygadas, 1992 y Sánchez, 1990). Observando estas tres variables pude constatar la existencia de una correlación múltiple en la que la situación migratoria y el momento de integración tanto al mercado de trabajo como el de la vivienda —la coyuntura socioeconómica que atraviesa cada grupo doméstico ya sea al momento de su formación para los nativos, ya sea al momento de su llegada a la ciudad para los inmigrantes— determinan al mismo tiempo la situación profesional y la residencial. Los hogares pertenecientes a la primera cohorte de población, los formados antes de 1982, (Figura 1) pasaron un corto periodo en cohabitación con sus padres; rentaban durante lapsos considerablemente largos, en un momento en este tipo de vivienda representaba entre el 40 y 50% del parque inmobiliario de la ciudad. Si bien todos los ho-

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Las madres solas en relación con los demás grupos

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gares de esta cohorte ya habían accedido a la propiedad al momento del trabajo de campo, notamos la influencia de la situación migratoria en la vía tomada para alcanzar esta situación: Los inmigrantes, además de pasar más largos periodos en las viviendas de renta, optan más comúnmente por las organizaciones de barrio, mientras que los nativos pueden heredar una vivienda o bien acceder a ella por medio de una transacción entre particulares, un submercado que requiere una fuerte movilización de recursos financieros y sociales, entendidos estos últimos como la información, el saber hacer y las redes sociales y familiares. Los hogares pertenecientes a la segunda cohorte de población (Figura 2) conservan más o menos el mismo patrón que sus homólogos de la cohorte anterior. Incluso, los inmigrantes rentan durante periodos casi tan largos como los de sus predecesores, en un mercado de vivienda en donde las viviendas en renta representan ya únicamente el 19% del parque inmobiliario. Sin embargo algunas diferencias se perciben, particularmente para los nativos, quienes cohabitan en el hogar de sus padres durante periodos muy largos (de cinco a diez años), lo que confirma la idea de ciertos investigadores que consideran la cohabitación entre las generaciones como una de las más comunes estrategias de sobrevivencia familiar en épocas de crisis financiera (Varley, 1994 y Selbey, 1994). Para acceder a la propiedad, estas familias privilegian —al igual que sus homólogas de la cohorte anterior— las transacciones entre particulares. Pero, un cambio importante observado en estas parejas jóvenes —inducido por la nueva coyuntura social y económica— es su inclinación hacia los créditos de interés social, cuyo número aumentó considerablemente con la consolidación del modelo maquilador y cuyas acciones benefician mayoritariamente a los empleados de confianza de la maquila, quienes, a su vez, son por lo general autóctonos de Ciudad Juárez. Vemos así que la situación migratoria determina las posibilidades de cada célula familiar para movilizar recursos sociales y materiales para acceder a la vivienda y al trabajo en un contexto sociohistórico dado: ser inmigrante reciente significa tener grandes posibilidades de ocupar un puesto pobremente remunerado en la maquila y rentar una habita-

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ción. Formar parte de una joven familia autóctona puede abrir mejores expectativas laborales y también permitirles acceder a una vivienda, ya sea en una transacción de particular a particular o bien, beneficiarse de los nuevos programas de vivienda de interés social estimulados por la maquila para favorecer a sus mandos medios (Zamorano, 2006). Las madres solas, por su parte, parecen pasar completamente al margen de las oportunidades que pueden ofrecer tanto las nuevas coyunturas del mercado de la vivienda, como de la información y el saber hacer que les pudiera atribuir su situación migratoria. Ellas, en su gran mayoría, residen en el hogar de sus padres. En la Gráfica 3 observamos que de las 21 madres sin cónyuge registradas, 13 realizaban todavía esa práctica y solamente tres de ellas nunca conocieron una experiencia de ese tipo. Así, se podría decir que existe una regla: las madres solas cohabitan en la residencia de sus padres. Sabiendo que estas mujeres, sobre todo las más jóvenes, trabajan en su gran mayoría en la maquila, ¿podríamos decir que este comportamiento residencial está ligado únicamente a las precarias condiciones de salario y empleo que esta empresa les confiere? Cierto, las remuneraciones que ellas obtienen por su trabajo están lejos de permitirles acceder de manera holgada al mercado de la vivienda, incluso en el submercado arrendatario. Pero estos salarios no son necesariamente menores de los que obtiene una familia biparental inmigrante en donde sólo un miembro de la pareja trabaja en maquila. Cierto, la política de la maquila no contempla guarderías, por lo que la cohabitación entre generaciones se vuelve indispensable para garantizar el cuidado de los hijos. Pero, más profundamente, la precariedad de las relaciones hombre-mujer —de la que la elevada tasa de monoparentalidad de nuestra ciudad es un producto— parecen primar en el comportamiento residencial de estas mujeres. En efecto, una madre sola que vive fuera del hogar paternal está sujeta a todo tipo de acoso masculino y a la desaprobación social. Así, la vulnerabilidad social de la que estas mujeres son objeto anula toda su capacidad de movilizar sus recursos sociales y materiales en pos de una vivienda independiente. Un ejemplo de ello es Rosa, quien ayudada por su madre pudo acceder a un terreno para autoconstrucción

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concedido por una organización de colonos del Comité de Defensa Popular (CDP). Al poco tiempo de residir ahí y habiendo invertido en materiales de construcción y trabajo para su vivienda, Rosa decidió abandonar su hogar por el constante acoso que un vecino le infringía. ...vivía en un terreno que agarramos del CDP. Ahí tenía un cuartito de madera. Ahí vivía cuando nació Jaime. Jaime nació ahí pero nomás duré dos o cuatro meses, porque había un vecino que me tocaba en las noches, como yo me quedé sola ¿verdad? me quedaba sola cuando se fue el papá de él. Nomás ahí vivíamos el niño y yo. Entonces me daba miedo, porque si se mete (...) Y yo dejé ese cuarto y ya me dijo mi mamá que me hiciera aquí [en casa de su madre] ¿verdad? que ella me daba oportunidad de que hiciera un cuartito aquí. (Rosa, operadora de maquila, 32 años)

Con historias como esta, constatamos que las condiciones salariales que ofrece la maquila a las mujeres representan en efecto una limitante para que éstas compitan en un concurrido mercado residencial. Pero, sin quitar el dedo de ese renglón, tenemos que considerar también en la insuficiencia de los servicios de guardería y escuela y, muy especialmente, en las precarias relaciones hombre-mujer que hacen de las últimas objeto de acoso sexual e, incluso, peligros más grandes donde se juega su vida.

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Diferencias entre el grupo de madres solas

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Observando más detenidamente la gráfica que representa los itinerarios de las madres sin cónyuge (Figura 3) podemos constatar que existen ciertas diferencias en sus comportamientos residenciales, que son producto principalmente de las condiciones en las que arribaron a su situación de monoparentalidad: viudez, divorcio, separación o embarazo extraconyugal. Las mujeres viudas parecen tener mayores ventajas en materia residencial. En mi muestra, tres de las cuatro madres que vivían una situación de viudez lograron conservar la casa que habían adquirido con su cónyuge. Para una de ellas, esta casa además de garantizarle un techo donde vivir, se convirtió en una fuente de recursos al construir

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en el patio un par de habitaciones para arrendar (Zamorano, 2004). Pero las ventajas de estas mujeres no sólo se encuentran en cuestiones materiales de este tipo. Por lo general, ellas cuentan con una cierta aceptación social y el apoyo casi incondicional de sus hijos y demás parientes, lo que les permite asumir la jefatura de su hogar y les da mayor capacidad de movilizar recursos financieros y sociales tanto para conservar y mejorar su vivienda, como para garantizar la sobrevivencia de su grupo doméstico. No se registraron mujeres divorciadas entre los casos estudiados, lo que sin duda se explica por lo pequeño de la muestra y porque hasta en la frontera norte las uniones matrimoniales son más sólidas que las uniones consensuales (Ojeda y González, 1992). Contrariamente a esto, se encuentran cinco mujeres separadas después de haber vivido en unión libre durante algunos años. De tres mujeres que habían accedido a la propiedad durante su unión, sólo una pudo conservar su vivienda y el resto regresó al hogar de sus padres sin contar con ningún derecho que las protegiese. Esto nos habla de una clara flaqueza de las leyes mexicanas o de las dificultades para su aplicación. Si bien la ley concede a las concubinas y a sus hijos algunos derechos similares a los de las mujeres casadas, en la práctica esta ley se soslaya. Cuando hay una separación, el hombre se siente ciertamente con pocas o nulas responsabilidades económicas y morales con respecto a sus ex mujeres y a sus hijos, pero la mujer no siente tampoco ningún derecho para exigirlas. Frecuentemente familiares de estas mujeres les aconsejan de reclamar una pensión para sufragar los gastos más elementales de sus hijos y regularmente escuchamos también argumentos como el siguiente: “¿por qué he de ser yo quien se humille en pedirle algo? Si él va a darnos algo, que salga de su propia voluntad, ¿o no?”. (Alicia, operadora de maquila, 29 años) Así, hombres y mujeres parecen tener un acuerdo tácito de que el primero no tiene ninguna responsabilidad legal ante la segunda y ante sus hijos. Evidentemente, este fenómeno no es nuevo ni exclusivo de Ciudad Juárez. Ya en los años sesenta Oscar Lewis nos permite ver, desde el punto de vista masculino, una versión del asunto cuando Jesús

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Sánchez le confía: “Aquí, en México, cuando uno recibe a una mujer con un hijo, como yo recibí a Leonor, la mujer no se siente con todo el derecho para reclamar al marido. Ella sabe que cometió un error antes. Pero si aquí se casa uno, por ejemplo, con una mujer señorita por la Iglesia y por lo civil, las cosas cambian. Esa mujer sí tiene el derecho de hacer reclamaciones” (Lewis, 1964: 12). Tanto la permanencia de discursos de este tipo como la fuerte presencia de madres sin cónyuge que no cuentan con ningún apoyo de sus ex compañeros, nos invitan a matizar ideas optimistas como las de Matthew Gutmann (1996), quien percibe una evolución hacia relaciones más armónicas entre hombres y mujeres. Si bien estos cambios son tangibles en ciertas esferas, ellos son no sólo lentos, sino también desiguales entre las diferentes latitudes y grupos sociales: los grupos más marginados económica y socialmente parecen poco concernidos por ellos. La ausencia de derechos es sin duda más evidente en el caso de las mujeres abandonadas y se refleja claramente en sus prácticas residenciales y de vida: salvo una excepción, todas las mujeres que viven esta situación, residen en la casa de sus padres. Me parece necesario hacer un breve paréntesis para explicar las diferentes formas de cohabitación observadas durante el trabajo de campo, a fin de explicar cómo los itinerarios residenciales de estas mujeres dentro del hogar de sus padres evolucionan también con los azares de su vida. En un trabajo sobre la Ciudad de México (Coulomb, 1995), identificó dos tipos de cohabitación. De un lado presenta la cohabitación pasajera, en donde una célula familiar es hospedada en la casa de su familia de origen en espera de ingresar al mercado de la vivienda (ya sea a una casa rentada o a la propiedad). Por el carácter efímero de esta cohabitación, no hay modificaciones en la construcción de la casa, sino únicamente y en corta medida, en la distribución de sus espacios. De otro lado, el autor señala la cohabitación durable, en la que —no previendo una de de-cohabitación a corto plazo— se construye una habitación independiente al interior de la parcela de un miembro de la familia extendida.

La creación de un espacio separado repercute sobre la duración de la cohabitación que se extiende a veces de por vida, pero no está ajena a contradicciones jurídicas como la indivisión de terrenos, intestados, etcétera. Observando los cuatro grupos de población mencionados al principio del trabajo, vemos que la cohabitación puntual es generalmente practicada por células familiares inmigrantes, quienes al llegar a la ciudad, se apoyan de sus parientes o paisanos para garantizarse un techo. La cohabitación de transición es practicada corrientemente por jóvenes parejas autóctonas al inicio de su ciclo de vida familiar, quienes acuden a sus padres mientras consiguen acceder a una vivienda independiente. La cohabitación en vecindad es también una práctica privilegiada por estas parejas que, tras la construcción de una habitación

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a) La cohabitación puntual, en donde un anfitrión recibe en su casa a un pariente o a un amigo (regularmente acompañado de su familia) durante un corto periodo de dificultad (de uno a seis meses). Al invitado se le asigna un lugar reservado para el uso común (la cocina o la sala), sin modificar mucho ni el uso del espacio doméstico ni su construcción. b) La cohabitación de transición es similar a la que Coulomb nombró “pasajera”. Extendiéndose a más de seis meses, en este tipo de cohabitación los huéspedes gozan del tiempo que necesiten para situarse con mayores ventajas en el mercado de la vivienda. Aquí, no se extiende el espacio construido. Al atribuir una de las piezas existentes a los invitados, se modifica únicamente, pero de manera importante, su distribución. c) La cohabitación en vecindad —como la cohabitación duradera de Coulomb— se caracteriza por un engrandecimiento del espacio construido por el levantamiento de una nueva habitación independiente para los huéspedes. Al paso de los años, con la integración de más habitaciones de este tipo, una vivienda que originalmente se consideraba para uso unifamiliar, alberga con una cierta independencia dos o más células familiares reproduciendo así la lógica de las vecindades.

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A partir del trabajo de campo realizado en Ciudad Juárez, pude matizar esta tipología analizando la cohabitación bajo tres aspectos: la relación de parentesco entre los anfitriones y los huéspedes, la duración de la cohabitación y los efectos de esta práctica sobre el espacio construido. Observé así los siguientes tipos de cohabitación:

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independiente al interior del lote de sus padres, extienden su estancia indefinidamente. Las madres solas, particularmente solteras, viven por lo general estos tres tipos de cohabitación siguiendo los azares de su vida conyugal. Generalmente, cuando ellas anuncian el embarazo a sus familias ellas son expulsadas del hogar. Unas semanas más tarde, gracias generalmente al apoyo de su madre, ellas regresan al hogar para pasar el embarazo y el posparto. Al principio, esperan que el padre de su hijo las busque para formalizar una unión, lo que ocurre raras veces y, cuando se da, a menudo las mujeres regresan al hogar de sus padres con un nuevo fracaso matrimonial y con otro bebé en brazos. Cuando las jóvenes pasan por esta experiencia, cuando su situación de monoparentalidad se prolonga indefinidamente o cuando pierden la esperanza de tener un compañero, comienzan a invertir en la construcción de una o dos piezas al interior del lote de sus padres. Si bien este itinerario, conjugado con los estigmas sociales que pesan sobre las mujeres sin cónyuge, parece perpetuar la cohabitación entre las generaciones, algunas mujeres solas llegan a independizarse de su familia de origen sobre todo en una etapa avanzada de su ciclo de vida, cuando sus hijos ya son mayores de 15 años. En estos casos, los hijos las pueden apoyar económicamente, aportando parte de sus ingresos en el gasto familiar; físicamente, garantizando buena parte de los trabajos de autoconstrucción (la principal forma de acceso a la vivienda entre los más desfavorecidos) y en fin, moralmente, puesto que los estigmas sociales sobre las madres solas se van diluyendo conforme va avanzando su edad y que, también con el paso de los años sus hijos “ya hechos hombres” o bien sus yernos, pueden respaldarlas socialmente.

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Comentarios finales

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El estudio de los itinerarios residenciales de las madres solas que me acercó a la perspectiva de género, me permitió constatar que es imposible establecer esquemas causales simples entre las situaciones residenciales y las laborales, una de las hipótesis centrales de mi trabajo.

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Para el caso particular de Ciudad Juárez —porque seguramente las variables necesarias para analizar la cuestión varían en los diferentes ámbitos— es imprescindible observar también el contexto social y económico imperante al momento en que una célula familiar comienza su itinerario residencial, su situación migratoria y en fin, lo que vimos aquí con mayor detenimiento: su situación matrimonial. La perspectiva de género me ayudó a constatar tal realidad, en compensación, con mi trabajo quisiera contribuir a su debate con dos observaciones: La primera, que no es nada nueva, es que para los estudios de género debemos observar comportamientos tanto de hombres y mujeres, a fin de poder establecer puntos de comparación, dibujar los contornos de un género con los comportamientos del otro e identificar sus respectivas particularidades. Es gracias a este principio que pudimos ver una clara desventaja de las madres solas —en relación con las familias biparentales— para integrarse en el mercado de la vivienda, desventaja que no se puede imputar únicamente a sus limitaciones financieras y de orden práctico sino también a aquellas de orden moral. En segundo término, las observaciones hechas en el presente artículo contribuyen a explicar y problematizar un par de interesantes constataciones de González de la Rocha (1999). Siguiendo las cifras de la CEPAL, la autora demuestra que —en relación con otros países de América Latina y, más aún, de Europa— en México hay un porcentaje menor de hogares con jefatura femenina (1999: 30). Asimismo, la autora señala que aunque la edad de las mujeres jefas de hogar ha disminuido con el paso del tiempo, la mayoría de ellas se concentran en los grupos de edad avanzada (de los 45 años en adelante) y son mujeres viudas (1999: 134-135). Me parece que la importante presencia de las madres sin cónyuge que residen en la casa de sus padres puede explicar la correlación de los dos fenómenos, al menos de modo hipotético: Si bien el número de madres solteras, madres abandonadas, viudas y divorciadas no debe ser necesariamente menor en México que en otros países, la posibilidad de las mexicanas de asumir la jefatura de su hogar se ve fuertemente limitada por las razones económicas, prácticas y morales que se describieron. Estas limitaciones, como vimos, son menores para una mujer

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viuda. Pero también, en el caso de las otras tres categorías, se van paliando al paso de los años, cuando los hijos y las hijas entran a su edad productiva y cuando las mujeres ya no son tanto el objeto del acoso sexual masculino o bien, cuando aprendieron a resguardarse del mismo. A este respecto se agrega que si los hogares con jefatura femenina no son necesariamente los más vulnerables económica y socialmente —como algunos estudios han logrado demostrar— es en parte porque las madres solas que se sienten más frágiles apelan generalmente a su familia de origen, este recurso social que las protege de las amenazas externas al grupo, pero que las somete a otras al interior del mismo. En efecto, el hecho de haber segmentado los grupos domésticos en células familiares permitió comprender una serie de prácticas residenciales de estas madres solas en la compleja trama de interrelaciones familiares, como las salidas y entradas, y los procesos de apropiación, construcción y transformación del espacio doméstico común. Pero las relaciones de solidaridad y apoyo moral que implican la cohabitación de las madres solas en la casa de sus padres suelen tener una contraparte poco abordada en la investigación social y que mis datos dejan apenas vislumbrar: La exigencia de fuertes contribuciones al gasto del grupo doméstico y a los quehaceres de la vivienda común; y los muy pocos derechos en el plano del poder, incluso frente a sus propios hijos. Dicho esto, queda reflexionar sobre la pertinencia de estudiar con mayor detenimiento las relaciones que se establecen al interior de los grupos domésticos ampliados por la presencia de madres solas en los planos del poder, de la solidaridad y el apoyo moral, de la división de trabajo doméstico y asalariado y el de la distribución de los espacios. Estos son temas que sin duda nos reservan algunas sorpresas.

Claudia Zamorano Villarreal

Coulomb, René. “Habitat locatif populaire et dynamiques urbaines dans la zone metropolitaine de México”. Thèse de Doctorat en Urbanisme, sous la direction de Henri Coing, Institut d’Urbanisme de Paris, Université de ParisVal de Marne, 1995, pp. 717. (en deux volumes). Fernández-Kelly, Patricia. For we are sold, I and my people: Women and industry in Mexico’s frontier. State University of New York Press, Albany, New York, 1983, pp. 213. González de la Rocha, Mercedes. “Cambio social, transformación de la familia y divergencias del modelo tradicional”, in González de la Rocha (coord.), Divergencias del modelo tradicional: hogares de jefatura femenina en América Latina. Ciesas-Plaza y Valdés, 1999. Gutmann, Matthew C. The meanings of macho. Being a man in Mexico City, University of California Press, 1996. Lewis, Oscar. Los hijos de Sánchez. 2ª. edición. México: Fondo de Cultura Económica, 1964. Ojeda, Norma y Raúl González. “Niveles y tendencias del divorcio y la separación en el Norte de México”. Frontera Norte, Vol. 4, núm. 7, 1992, pp. 157-179. Reygadas, Luis. Un rostro nuevo de la pobreza: problemática social de las trabajadoras de las maquiladoras en Chihuahua. Ediciones del Estado de ChihuahuaInstituto Nacional de Antropología e Historia, Chihuahua, 1992. Sánchez, Roberto. “Condiciones de vida de los Trabajadores de la Maquila en Tijuana y Nogales”. Frontera Norte, vol. 2, núm. 4, Colegio de la Frontera, Tijuana, jul.-dic. 1990, pp. 64-91. Selbey, Henry (et al.). La familia en el México urbano. Mecanismos de defensa frente a la crisis (1978-1992). México: Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, 1994, pp. 278. Varley, Ann. “Housing the household, holding the house”, in Gareth Jones and Peter Ward, Methodology for land and housing market analysis. London G.B.: UCL Press, University College London, 1994, pp. 120-134. Zamorano Villarreal, Claudia C. “Naviguer dans le désert: itinéraires résidentiels á la frontière Mexique-Etats-Unis”. Travaux et mémoires du Credal, Paris (Prefacio de Christian Topalov), 2003. ---. “Construcción, usos y apropiación de los espacios domésticos comunes: Un estudio etnográfico aplicado a una familia popular de Ciudad Juárez”. Población, servicios y marco construido, 3er. Congreso Internacional de la RNIU, Universidad Autónoma de Puebla, Puebla, México, 2004. ---. “Ser inmigrante en Ciudad Juárez: Itinerarios residenciales en tiempos de maquila”. Revista Frontera Norte. México: Colef, 2006, pp. 29-53.

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Bibliografía

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Anexos Fig. 1. Itinerarios residenciales de células familiares biparentales formadas antes de 1982 Tipo de célula familiar

Inmigrante maquila

Juarense maquila

Inmigrante no maquila

Juarense no maquila

1960

1965

1970

1975

Filiar de acceso a la “no-propiedad” Renta

Nóesis

Cohabitación

180

Año

1980

1985

1990

Filiar de acceso a la propiedad Donación o herencia

Compra a particular

Préstamo

Organización de barrio

Ausencia

Vivienda de interés social

Nota: Cada barra representa el itinerario de una célula familiar Fuente: Trabajo de campo.

1995

Juarense no maquila

Inmigrante no maquila

Juarense maquila

Inmigrante maquila

1985

Año

1990

1995

Filiar de acceso a la “no-propiedad” Renta

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1990 Año

Filiar de acceso a la propiedad Donación o herencia

Cohabitación

Compra a particular

Préstamo

Organización de barrio

Ausencia

Vivienda de interés social

Nota: Cada barra representa el itinerario de una célula familiar Fuente: Trabajo de campo.

1995

Vol. 15 número 30 • agosto-diciembre 2006

Tipo de célula familiar

Tipo de célula familiar

1980

Claudia Zamorano Villarreal

Fig. 2. Itinerarios residenciales de células familiares biparentales formadas después de 1982

181

Ser madre sola y vivir bajo el techo de sus padres. Itinerarios y situaciones residenciales de madres sin cónyuge en Ciudad Juárez

Fig. 3. Itinerarios residenciales de células familiares monoparentales Tipo de célula familiar Inmigrante maquila

Inmigrante no maquila

Juarense maquila

Juarense no maquila

1960

1970

1975

Filiar de acceso a la “no-propiedad” Renta

Año

1980

1985

1990

Filiar de acceso a la propiedad Donación o herencia

Cohabitación

Compra a particular

Préstamo

Organización de barrio

Ausencia

Vivienda de interés social

Nóesis

Nota: Cada barra representa el itinerario de una célula familiar

182

Fuente: Trabajo de campo.

1995

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