NOVIEMBRE, 2013 LA TORMENTA PERFECTA

NOVIEMBRE, 2013 LA TORMENTA PERFECTA E N 2007 SE CALIFIC AB A A LA P R IMER A GENER AC IÓN DE L S IGLO XXI MEX IC ANO COMO LA M ÁS PAC ÍFIC A EN LA HI

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NOVIEMBRE, 2013 LA TORMENTA PERFECTA E N 2007 SE CALIFIC AB A A LA P R IMER A GENER AC IÓN DE L S IGLO XXI MEX IC ANO COMO LA M ÁS PAC ÍFIC A EN LA HIS TOR IA DE L PAÍS . E N LO S SIGU IE NTES 48 MESES SE TR IPLIC Ó E L NÚMERO D E ASESINATOS Y EN AL GUNAS REGIONE S LA V IOLENC IA ALC ANZÓ R ANGOS CERC ANOS A LOS DE UNA GUERR A C IV IL .

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C IRCUNSTANC IAS NAC IO NALE S E INTERNAC IONA LES QUE DETONAR ON UN INFIERN O NUNC A ANTES VISTO .

CABOS SUELTOS.

CARACOLITO UN MANIÁTICO DE LA ALITERACIÓN COMPAÑÍAS MEDIEVALES CONFESIÓN A LA MADRE VIEJA COSA EL HASHTAG

PUERTO LIBRE.

AVIVAR LA MANÍA Ángeles Mastretta

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AGENDA.

LOS MEXICANOS CONTRA LOS IMPUESTOS María Amparo Casar

UNA RECESIÓN “HECHA EN MÉXICO” Gerardo Esquivel

MARIHUANA: ¿DROGA O MEDICAMENTO? Juan Ramón de la Fuente • Rodolfo Rodríguez Carranza

INGRID Y MANUEL: NUEVOS DESASTRES, VIEJAS RAZONES Elizabeth Mansilla

HISTORIA, USO Y ABUSO DEL ZÓCALO Gustavo Gómez Peltier

UN MEMORIAL AJENO A LAS VÍCTIMAS Arturo Ortiz Struck

EXPEDIENTE.

VIOLENCIA 2007-2011. LA TORMENTA PERFECTA Alejandro Hope

CIUDAD DE LIBROS.

ALBERT CAMUS (1913-1960) DOS RETRATOS Y ALGUNAS CARTAS. ALBERT CAMUS-LOUIS GUILLOUX Aberto Román

EL PENSAMIENTO REBELDE Y LA HEGEMONÍA LIBERAL Roberto Breña

ARGELIA EN LAS ENTRAÑAS Arturo Gómez-Lamadrid

LA MÁSCARA DEL NOVELISTA Antonio Saborit

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EL ÉXITO DE EL PRIMER HOMBRE Roberto Breña

CAMUS Y EL TEATRO Hugo Hiriart

PARA LEER A CAMUS Roberto Breña

LOS FANTASMAS DEL HOTEL PARAÍSO SON DOS LEONES Alberto Ruy Sánchez

EL RÍO NEGRO DE CARLETON BEALS Edith Negrín

UN TIEMPO DE RUPTURAS Carlos Illades

MEDIO SIGLO DE E.P. THOMPSON Ana Sofía Rodríguez

REPASO AL SISTEMA BANCARIO Manuel Sánchez González

LO QUE CAMUS QUISO DECIR Luis Miguel Aguilar

CULTURA Y VIDA COTIDIANA.

EL HOMBRE QUE DESCUBRIÓ BONAMPAK Carlos Tello Díaz

RELOJES DE ARENA Y PEONES DE TROYA Merlina Acevedo

LA MEMORIA VIAJA EN CAMIÓN Alejandro de la Garza

CINE.

MUERTE EN SERIE David Miklos

3

TWITTER'S DIGEST.

THE TWITTER’S DIGEST Ricardo Bada

MÚSICA.

DOS GRANDES DISCOS OTOÑALES Hugo García Michel

ENTREGA INMEDIATA.

ENTREGA INMEDIATA LA URBANIDAD DE LOS MUERTOS Armando González Torres

EL TIANGUIS DEL CHOPO, VERSIÓN 2.0 Luis Bugarini

CASTIGAR E IMAGINAR Guillermo Fadanelli

ESTADIOS COMO SUEÑOS IDIOTAS Luis Miguel Aguilar

FRONTERAS.

FRONTERAS Luis González de Alba

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CARACOLITO El sistema de cuevas Lukina JamaTrojama en Croacia es uno de los más profundos del mundo. Sus túneles penetran en la tierra cerca de 1.4 kilómetros. Pero incluso ahí existe vida. El Zospeum tholussum, una especie nueva para la ciencia, es un caracol diminuto, ciego y casi transparente con menos de dos milímetros de largo. A este espécimen, apenas reportado en Biología Subterránea, lo descubrió a una profundidad de 890 metros Alexander Weigand de la Universidad Goethe de Fráncfort, Alemania. Aunque fue el único individuo descubierto, otras ocho conchas vacías sugieren que el Z. tholussum oscila entre una profundidad que va de los 800 metros al lago en el fondo de la cueva. Y el Z. tholussum no está solo. Otras conchas con formas diferentes hablan de más especies de caracoles en las cuevas, aunque se requerirán “capturas vivas” para confirmar su existencia. Fuente: The Economist, septiembre 21-27, 2013.

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COMPAÑÍAS MEDIEVALES A partir del siglo X las agrupaciones comerciales son cada vez más numerosas en Europa occidental. Hay que imaginarlas como bandas armadas cuyos miembros, provistos de armas y espadas, rodean a los caballos y a las carretas cargadas de sacos, fardos y toneles. A la cabeza de la caravana marcha su portaestandarte. Un jefe, el hansgraf o el deán, asume el mando de la compañía, la cual se compone de “hermanos” unidos entre sí por un juramento de fidelidad. Un espíritu de estrecha solidaridad anima a todo el grupo. Las mercancías so n, según parece, compradas y vendidas en común y los beneficios repartidos en proporción a las aportaciones hechas por cada uno. Es muy probable que estas compañías realizaran viajes larguísimos. Los mercaderes del continente se pasaban la vida vagando po r vastas zonas. Era para ellos el único medio de conseguir beneficios considerables. Para obtener precios elevados era necesario ir a buscar lejos los productos que se encontraban allí en abundancia, a fin de poder revenderlos después con provecho en aquel los lugares en los que su escasez aumentaba el valor. Cuanto más alejado era el viaje del mercader tanto más provecho sacaba. Y se explica sin dificultad que el afán de lucro fuera tan poderoso como para contrarrestar las fatigas, los riesgos y los peligros de una vida errante y expuesta a todos los azares. Salvo en invierno, el comerciante de la Edad Media estaba en ruta permanente. Los textos ingleses del siglo XII le dan el nombre pintoresco de pedes pulverosi (“pies polvorientos”). Fuente: Henri Pirenne, Las ciudades de la Edad Media (trad. Francisco Calvo), Alianza Editorial, Madrid, 1972.

UN MANIÁTICO DE LA ALITERACIÓN El poeta húngaro Mihály Babits (m. 1941) era un maniático de la aliteración. La más célebre de sus aliteraciones decía: “Barango ló, Borongó, ki Bamba Búnborong,/ Borzongó, Bús Bolyongó Baráttalan Bolond”. Quiere decir: “Filósofo errante que medita sobre pesares insensatos, triste y temeroso iluso son amigos”. 6

A raíz de esta aliteración, hecha un poco antes de la primera guerra mund ial, surgió en los cafés literarios de Budapest la idea de que Babits debía cambiarse el nombre de Mihály por el de “Bihály”, para aliterarlo con su apellido. Babits nació en la ciudad húngara de Szegszárd en 1883 y, aprovechando la inicial de su ciudad natal, hizo la siguiente aliteración: “Szegszárdon Születtem, Szinésnöt Szerettem”, esto es: “Nací en Szegszárd, amé a una actriz”. En seguida nació el chiste de que Babits, todavía en estado embrionario, le había sugerido a su madre que se fuera a Szegszárd a dar a luz, porque de no haber nacido en un lugar cuyo nombre comenzara con “Sz” (que en húngaro suena como la “s” en español) no hubiera podido hacer más tarde esta aliteración. Fuente: Pablo Laslo, Cultura y poesía húngara, Imprenta Molleda Hermanos, México, 1964

CONFESIÓN A LA MADRE Confesión a la madre para terminar [nota para la novela en construcción]: “No me comprendes y sin embargo eres la única que puede perdonarme. Muchos están dispuestos a ello. Muchos gritan también, en todos los tonos, que soy culpable, y no lo soy cuando me lo dicen. Otros tienen el derecho de decírmelo y sé que tienen razón y que debería pedirles perdón. Pero uno pide perdón a los que sabe que pueden perdonarlo. Simplemente eso, perdonar, y no pedirnos que merezcamos el perdón, que esperemos. [Sino] simplemente hablarles, decir todo y recibir el perdón. Sé que aquellos y aquellas a quienes podría pedirlo, en el fondo del alma, pese a su buena voluntad, no pueden ni saben perdonar. Un solo ser podía perdonarme, pero nunca fui culpable con él y le he entregado todo mi corazón, y sin embargo hubiera podido acercarme a él, muchas veces lo hice en silencio, pero ha muerto y estoy solo. Tú eres la única que puede hacerlo, pero no me comprendes y no puedes leerme. Por eso te hab lo, te escribo a ti, a ti sola, y cuando haya terminado, pediré perdón sin más explicaciones y me sonreirás…” 7

Fuente: Albert Camus, El primer hombre (trad. Aurora Bernárdez), Tusquets Editores, Barcelona, 1994. (El primer capítulo de la novela se titula “L a búsqueda del padre”. Antes de que empiece la narración, leemos: “Intercesora: Vda. Camus”. Y al lado: “A ti, que nunca podrás leer este libro”.)

VIEJA COSA EL HASHTAG ¿Qué querría decir la frase: es probable que los tuiteros sean adictos al octothorpe? Así se llama el #. El origen del # es latino. El término romano para una libra en peso era libra pondo, dondelibra significa “báscula” o “balanza” (de ahí toma su nombre la constelación) y donde pondoviene del verbo pendere, “pesar”. Tanto libra como pondo se utilizaron por separado para referirse a la misma cosa —una libra de peso— y es de estas raíces gemelas que el # obtiene tanto su forma como su nombre más antiguo. En algún momento a finales del siglo XIV la abreviatura “lb” para libra entró a la lengua inglesa, y en función de una práctica común al escribir se le completó con una raya —conocida como “tilde”, de donde toma su nombre la moderna “~” — colocada justo arriba de la mitad de las letras para señalar el uso de una contracción. En un principio la forma “lb” con tilde era tan común que los antiguos impresores fundieron el par de letras en un solo golpe combinado, pero desde entonces la forma fue rebasada tanto por su predecesor como por su descendiente: anotada con prisa, se transformó en # por las plumas rápidas y descuidadas de sucesivos escribientes, mientras que la “lb” desnuda se sostiene hoy. En tándem con el desarrollo del símbolo #, pondo, el socio separado de libra, también iba cambiando. Mientras que libra se había vuelto “lb” y luego # mediante la urgencia de la pluma del escribiente, pondo en cambio quedó sujeto al capricho del lenguaje hablado. El latín pondose volvió primero el pund del inglés antiguo (comparte una raíz común con la alemana Pfund) y de ahí a la moderna palabra “pound”. Libra y pondo fueron reunidos: #, el “signo libra”, había nacido. Con el tiempo, “libra” se volvió “número” antes de evolucionar en una variedad de diferentes significados. En ajedrez significa jaque mate; para la edición en las pruebas de galeras indica “insertar espacio”; en notación musical indica “sostenido”; quién sabe por qué tres en fila (###) se usaron para indicar término en los despachos de prensa. Hoy, por supuesto, el octothorpe es un símbolo clave del tuíter. 8

¿Y por qué se llama así? Eso es más complicado. Una interpretación dice que, en cartografía, # es un símbolo tradicional para indicar “aldea”: ocho campos alrededor de una plaza central.Octothorp(e) querría decir ocho campos. Hay aún lugares británicos con el sufijo thorpe (aldea en inglés antiguo) como Scunthorpe. Pero no es habitual encontrar un prefijo griego como octo-unido así con una palabra en inglés antiguo. Otra historia dice que inventó la palabra Don MacPherson, un empleado de los laboratorios telefónicos Bell, cuando neces itó un nombre distintivo para el #. Según esto, su proceso mental fue así: “El símbolo tiene ocho puntas, de modo que octo debía ser parte del nombre. Necesitamos otras cuantas letras u otra sílaba para hacer un nombre. [MacPherson era miembro activo de un grupo que quería que le devolvieran póstumamente al atleta Jim Thorpe (muerto en 1953) las medallas que ganó en los Juegos Olímpicos de Estocolmo 1912 cuando se las quitaron al descubrir que había jugado beisbol profesional.] La frase thorpe sería única”. Esto tampoco se sostuvo y la autoría sigue en la oscuridad. Lo único claro es que el nombre octothorpe debió salir efectivamente de los laboratorios Bell durante el desarrollo de los teléfonos de tonos, donde al # se le dio un sitio fundamental en los tec lados. En su avatar como hashtag la revista GQ declaró al octothorpe “Símbolo del Año 2010”. Fuente: Shady Characters. The Secret Life of Punctuation, Symbols & Other Typographical Marks, W. W. Norton & Company, NY, 2013.

AVIVAR LA MANÍA Ángeles Mastretta

Como si no anduviéramos cargándolos de aquí para allá todos los meses, en noviembre avivamos la manía de celebrar a los muertos. Urgidos de una fiesta les ponemos altares, flores, velas, dulces. Hubo un tiempo, en que creí que la vida era todo eso que me faltaba caminar, cuando mis 9

hijos eran niños y yo consideraba crucial educarlos en las tradiciones, en que al principio de este mes yo arreglaba una ofrenda en el patio y le ponía las fotos de mi padre y mis abuelos detenidas sobre papel morado y ent re flores naranjas, calaveras de azúcar y panes amasados con azahar. Ya no lo hago. No porque me parezca más absurda ahora, que antes, la creencia de que los muertos pasan a comer el meollo de lo que les dejamos para alimentar su vida de fantasmas. Nunca me pensé que tal cosa tuviera otro sentido que no fuera el placer mismo de imaginar que nos visitarían los difuntos, pero algo había en el aire alrededor de mi alma que alentaba ese noble placer. Ya no. Será porque mis muertos se han ido haciendo tantos que ya no caben en el cielo, ya no regresan. Mejor dicho, no se van. Aquí andan todo el año, dando su guerra diaria, haciéndome reír con la aleatoria reminiscencia de sus guiños. Aquí yo, negándome a llorarlos. Aquí está la memoria acompañando: mi abuela desp ertándose a hacer ejercicio. Acostada en su cama, abundante y rolliza de la frente a los tobillos, palmeaba su barriga con suavidad, sesenta veces de un lado y sesenta del otro. Luego, exhausta de tan extenuante actividad nos preguntaba qué queríamos desay unar. Y era bonita como la luna llena. Con sus ojos azul agua y su nariz respingada. Con sus ochenta y cuatro kilos sobre sus sesenta y cuatro años. Al rato, entraba mi abuelo con su piyama de rayas y le acercaba la cajita de madera en que ponían las moned as que iban entrando a su ahorro durante la semana. Mi abuelo que tenía las piernas largas de un saltador de garrocha y la espalda erguida de un dentista en perpetua batalla con la postura de su quehacer. Mientras bebíamos el café con leche recitaba una historia idéntica, que siempre nos dio un miedo idéntico. “Tilín tilín, soy la muerte y toco en la ventana”, decía para empezar el largo recorrido de algo remoto que de sólo nombrar nos espantaba. Venía del llano, había bajado un cerro, andaba en el jardín, subía por la escalera, entraba al comedor y la oímos acercarse a nuestras sillas, siempre pensando que daría la vuelta, que pasaría de largo, que el pan de anís, como era bueno, iba a echarla a correr. Pero nada: “Tilín tilín ¡soy la muerte y vengo por ustedes!”, terminaba el abuelo vivo de risa haciéndonos pegar un brinco que no por esperado era menos trémulo. Andan aquí los muertos, ni para qué ir al panteón a buscarlos. Antes, en los viajes siempre había un rato para los cementerios. Una mañana, hace c omo treinta años, en Cozumel, bajo el sol azul del Caribe, quise ir a ver las tumbas en que duermen los antepasados de mi mejor amigo. Le pedí a don Nassim Joaquín que me llevara. Dijo que sí y me encaminó con su andar de joven. Habrá tenido poco menos de setenta años. Las facciones de un venado, la curiosidad y la sonrisa de un adolescente. En una bocacalle abierta al horizonte detuvo el auto y se bajó. “Es allá”, dijo señalando una reja erguida contra el cielo a cien metros de distancia. “Me va usted a perdonar, aquí la dejo. Yo no me acerco más. Antes venía seguido, ahora no quiero”. Condescendí entendiendo, pero sin comprender. Con la cabeza intuí que a cierta edad la gente ya no encuentra poesía en la muerte. Treinta años después sé que eso es cierto. Ya no voy a pensar ni a evocar a la Rotonda en que 10

descansan los huesos de las personas —antes sólo los hombres— ilustres. Quizás debería volver en busca de unas mariposas junto al redicho mausoleo de Amado Nervo, pero no vuelvo: invoco. A la vida de antes y a los muertos de ahora. Para compartirlos con mis vivos que, entre otros, son quienes esto leen. Me quedo sola un rato y pasan a cantar. Como lo hace Maicha algunas tardes. “Mira que te llevo dentro de mi corazón, por la salucita de la mare mía te lo j uro yo”. Entre sus herencias me dejó la fiel pasión por conversar. Se llamaba María Luisa. Cuando yo tenía cinco años, ella tenía diez. A nuestro abuelo, que entre sus mil destrezas hacía los moldes de yeso sobre los que luego construía puentes de oro, el fin de semana le gustaba moldear otras cosas. Hizo nuestras manos. Tengo la de Maicha bajo la mía. Y tengo el exacto recuerdo de la mañana en que él nos las tomó. Cinco años. Una eternidad que con el tiempo fue acortándose hasta que por ahí de los treinta nos volvimos de la misma edad. Cuando nos reencontramos ella vivía en España. No dormimos en toda la noche, hablando y hablando hasta que amaneció. Luego ella se quedó perdida en la nubes de nuestra remembranza y yo bajé a una sesión de fotos en la que sal í veinte años más vieja que en las del día anterior. Si de fotos hablo tengo una en la que estamos sentadas en el jardín de mis abuelos y ella me está abrazando. Siempre fue mucho más fuerte que yo. Tenía el pelo muy negro, el mío era pálido. Las dos vivimos una infancia feliz y una adolescencia consternada. Ella se enamoró varias veces, reunía en sí misma todo el no va más de los amores contrariados. El mayor, quizás el único importante, fue el que tuvo por un hombre moreno con el que no podía casarse. C omo remedio se casó con un tipo malo al que se lo notaba que lo era. No supo ni quererla, ni tratarla. Y de las varias desgracias que le pasaron, ésa fue la única que nos tardamos en saber, porque la avergonzaba que Hiniesta (a quien nuestro abuelo llamó Y ni está) se portara tan mal con ella. Maicha nunca tomó demasiado en serio la sentencia que dice que “quien canta sus penas espanta”. Ella casi siempre cantó las suyas, pero no espantó a nadie porque tenía las ventanas del ánimo abiertas de tal modo a escuchar las pesadumbres ajenas, que cualquiera que se acercaba tejía una trenza con las de ella hasta que ya no se sabía cuáles eran de quién, y una suerte de cobijo caía sobre todas volviéndolas un asunto común y por lo mismo menor. Cuesta contarla. Tenía, en la condición inocente de su índole, voluntad y talento para creer en fantasías y gozar con los juguetes que se le iban poniendo en el camino. Era como los niños, atesoraba cosas, pero sólo como un remedo de su verdadera emoción: atesorarlos cada día. C on mucho cuidado iba guardando los suyos y a veces los ajenos, sin olvidarlos jamás. Recordaba asuntos que medio mundo olvida. Cosas como de qué color era el vestido que usó en su fiesta de nueve años, en dónde habían comprado la tela y quién se lo había c osido. Todo 11

esto no porque su cumpleaños nueve hubiera sido muy distinto de los otros, sino porque con la misma precisión recordaba todos los demás. Tenía consigo las frases de cada quien: “hay que cerrar los ojos y abrir las manos” decía que alguien dijo. Recordaba el tiempo en que floreaba un árbol específico, la conversación que había tenido un martes tres de febrero con un hombre de signo Leo y la que cada una de entre cualquiera de sus amigas había tenido con cualquiera de sus novios. No se sabe si discriminaba memorias, pero aún me sorprende la perfección de sus recuerdos. Ojalá y nos los hubiera podido heredar, a mí y a sus hermanas que hace dos días nos lamentábamos de ir olvidando tantas cosas. No las de ella, no la luz de sus palabras, no sus desvelos, no su compañía, no su largo dolor amortiguado siempre por el gusto que le daba estar viva. Tuvo cáncer durante mucho tiempo. Un cáncer de tal modo feroz que, cuando se lo encontraron, los médicos dijeron que viviría tres meses. Los estiró a doce años . “Es que yo todavía no me quiero ir de la fiesta”, me dijo una tarde. Larga tarde en que nos abrazamos hasta tarde. n

Ángeles Mastretta. Escritora. Autora de La emoción de las cosas, Maridos, Mal de amores,Mujeres de ojos grandes y Arráncame la vida, entre otros títulos.

LOS MEXICANOS CONTRA LOS IMPUESTOS María Amparo Casar De acuerdo a los Criterios de política económica 2014, uno de los ejes de la reforma hacendaria es aumentar la captación tributaria con el objetivo de instaurar un sistema de seguridad social universal. No hay novedad en ello. Todos los gobiernos de todos los países justifican el alza de impuesto con la promesa de incrementar el gasto social. En la exposición de motivos se establece lo que sabemos hace tiempo: México es uno de los p aíses que menos recauda. Mientras que el promedio de ingresos tributarios en el conjunto de América Latina asciende a 18.4% del PIB y el de los países de la OCDE a 26.3%, el de nuestro país alcanza tan sólo 9.5%. Para remediar esta situación se propone aum entar el ISR a 32% y disminuir las exenciones, deducciones y tratamientos preferenciales que merman el potencial recaudatorio. Se propone también incentivar la formalización para ampliar la base de contribuyentes y reducir el costo y carga administrativa q ue supone el pago de impuestos. 12

México está en el peor de los mundos posibles. Clasifica entre los países de menor recaudación, menos del 10%, y entre los de más alta evasión, entre 30% y 40%. En reconocimiento a que uno de los determinantes fundamentales de la baja tasa de recaudación es el incumplimiento de las obligaciones fiscales, la iniciativa de Ley de Ingresos para 2014 incluye un apartado de reformas al Código Fiscal de la Federación cuyo propósito es, precisamente, disminuir la evasión y elusión fiscales. En los estudios más recientes sobre evasión fiscal (2004), 1 entendida como el ocultamiento total o parcial de los conceptos económicos gravados por el concepto de IVA e ISR de personas morales y personas físicas con retenciones por salarios, ingresos por arrendamiento y actividades empresariales y servicios profesionales, la tasa de evasión como porcentaje de la recaudación potencial asciende a 27%. Esto equivale a 3% del PIB, o sea, ¡más del doble de lo que piensa recaudar la reforma fiscal recién anunciada para 2014! Si a ello agregamos la evasión fiscal mediante el uso de efectivo tendríamos que añadir otro 1.3% del PIB con cifras de 2010. 2 Todo esto sin considerar otro fenómeno también muy extendido que es el de la elusión fiscal, esto es, el uso de los resquicios de la ley para evitar o retrasar el pago de impuestos. Aunque la elusión no es estrictamente un delito porque consiste en encontrar situaciones jurídicas no previstas o sujetas a interpretación, sí es una forma de evitar o reducir el pago de impuestos. Queda en el aire la pregunta de por qué el gobierno tradicionalm ente ha mostrado tan poco interés por combatir la evasión y sus causas, y en cambio ha centrado sus esfuerzos en aumentar la capacidad recaudatoria por otras vías. Por lo pronto, este artículo llama la atención sobre las causas que influyen en la disposición del mexicano a pagar o a evadir impuestos en la esperanza de que se adopten políticas públicas que ayuden a elevar el 13

cumplimiento de las obligaciones fiscales y a que el SAT cumpla con el objetivo que se había fijado en su Plan estratégico 2007-2012 de reducir la tasa de evasión a 15%. El estudio se basa en dos encuestas de opinión a población abierta y en vivienda en las que se miden las percepciones y actitudes de los ciudadanos frente a los impuestos. 3 La primera fue levantada durante el último año del gobierno de Zedillo (noviembre de 1999) y sus resultados fueron publicados en esta misma revista (Casar y Buendía, “El mexicano ante los impuestos”, enero de 2001). De la segunda se da cuenta en esta entrega y se constata que los resultados son en la mayoría de los casos sorprendentemente similares después de más de 13 años: la actitud del mexicano ante los impuestos es la misma y sigue respondiendo a los mismos factores. La mayoría de las personas siguen mostrando altos niveles de ignorancia respecto a los productos gravados y sobre la tarea de cobrar impuestos, siguen percibiendo al régimen fiscal como injusto, continúan pensando que sus impuestos no corresponden a los servicio s que reciben y persiste una muy baja percepción de riesgo y castigo por el incumplimiento de sus obligaciones tributarias. Determinantes de la evasión El cobro de impuestos es un problema en cualquier sociedad. Los intereses/preferencias del Estado y de l contribuyente suelen estar contrapuestos. El Estado está interesado en cobrar la mayor cantidad de impuestos posible y utilizarlos con la mayor discreción mientras que el ciudadano prefiere pagar lo menos posible y obtener los mayores beneficios. El pago de impuestos resulta de una combinación del deber o cumplimiento voluntario, “pago porque es mi obligación contribuir”, y de la imposición, “pago porque si no lo hago las autoridades me impondrán una sanción” . Cuando estos dos factores, la convicción y lacoerción, se combinan en sentido positivo, esto es, cuando el ciudadano muestra disposición a cumplir y el Estado tiene la capacidad de hacer valer la ley, el potencial recaudatorio se eleva. Partiendo de estas premisas pueden investigarse los incentivos de los ciudadanos frente a las obligaciones tributarias y explicar su conducta fiscal. La literatura especializada señala cuatro determinantes que inciden en la disposición de los ciudadanos a pagar los impuestos que por ley les corresponden: a) el conocimiento de la población sobre sus obligaciones tributarias; b) la percepción sobre la justicia del régimen tributario; c) la imagen sobre el uso y manejo de los recursos públicos; d) las percepciones sobre el riesgo y castigo asociados a la evasión fiscal.

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En el caso de México estos cuatro determinantes interactúan desde siempre en contra del pago de impuestos, o sea, favorecen la evasión fiscal. Su medición a través de una encuesta a población abierta muestra, además de altos niveles de ignorancia fiscal, percepciones negativas sobre la justicia tributaria y la eficacia en el cobro y destino de los impuestos. La ignorancia fiscal Aunque la mayoría de los mexicanos sabe que paga impuestos por una u otra vía, pocos saben qué impuestos se pagan, cuánto se paga y cómo se paga. No se trata únicamente de que del universo total de encuestados sólo 46% declara haber pagado impuestos alguna vez ante el órgano recaudador, sino también de que cuando compramos en el supermercado o comemos en un restaurante o cuando entregamos una factura o recibo de honorarios no nos queda claro cuánto estamos pagando por el consumo o servicio y cuánto por impuestos. Los impuestos más conocidos son el IVA (79%), el impuesto predial (77%) y el impuesto a la gasolina (57%), seguidos por el ISR (51%). Pero aun con respecto al IVA, que es el impuesto más conocido, el nivel de información es muy bajo. Por ejemplo, más de tres de cada 10 encuestados piensan que los mexicanos pagamos IVA en carnes, frutas y legumbres, seis de cada 10 piens an que las medicinas están gravadas y siete de cada 10 que los libros y revistas. En contraste, sólo 32% sabe que los mexicanos pagan impuesto telefónico y sólo 18% por el uso de celulares. 13 años antes, en 1999, las respuestas fueron básicamente las mism as, así que resulta curioso que el Estado esté dispuesto a pagar el costo de que su población crea que las medicinas están gravadas y no obtenga el beneficio de hacerlo. A todo esto hay que agregar que la gente no encuentra fácil pagar impuestos. Sólo 13% de los encuestados dice haberlo hecho por sí mismos y sin ayuda. El resto o no paga impuestos (46%) o el patrón se los declara (20%) o ha tenido que recurrir a un tercero (15%). A pesar de que los servicios que presta el SAT están razonablemente bien evaluados, la inmensa mayoría nunca ha acudido a sus oficinas o módulos (80%) y persiste la idea de que el trámite de impuestos es complicado y caro. Estas percepciones concuerdan con el lugar que ocupa México en el ranking de facilidad para pagar impuestos: el 107 entre 185 naciones. 4 No se vale Para la gran mayoría nuestro régimen fiscal es injusto por todos sus costados: desde la carga fiscal hasta el castigo, pasando por la oportunidad diferencial para evadir. La gran mayoría piensa que los mexicanos pagamos demasiados impuestos (61%). Además, la proporción de personas que afirman que “el actual sistema de 15

impuestos beneficia a los ricos y es injusto para los que menos tienen ” sigue siendo muy alta (64%), aunque en los dos últimos sexenios esta percepción se redujo en 8%. A ello se añade el hecho de que la noción de que los impuestos son un medio para distribuir mejor la riqueza recibe un muy bajo nivel de respuesta: 11.5% en 1999 y 16% en 2012. Finalmente, cada vez son menos los que piensan que de los servicios que proporciona el gobierno federal el más importante es el de combatir la pobreza. Sólo 11% lo piensa así contra 24% en 1999. También se resiente el que no todos los mexicanos que trabajan contribuyan al fisco. Hay una percepción muy extendida (55%) sobre la irresponsabilidad del mexicano en lo que se refiere a sus obligaciones fiscales, acompañada de la idea de que son pocos los que pagan y de que si todos pagáramos impuestos también todos pagaríamos menos. De ahí que, de acuerdo a la mayoría (49%), la mejor manera para aumentar los ingresos del gobierno sea no elevarlos sino ampliar la base de contribuyentes. Para rematar, los encuestados consideran que las empres as pagan menos o mucho menos de lo que debieran y esto les disgusta: 40% opina que las grandes empresas —nacionales y extranjeras— pagan menos de lo que debieran y 36% que lo mismo hacen las pequeñas y medianas empresas. El círculo de la injusticia se completa con la percepción de que el castigo no está en función de lo que dice la ley. 36% de la gente piensa que el castigo depende de que el evasor tenga influencias políticas y 34% de que tenga dinero. En otras palabras, 70% piensa que la ley se aplica de manera diferencial y opera en contra de los que menos tienen. Y aunque usted no lo crea, la injusticia también se percibe en la posibilidad de evadir los impuestos. Los empleados gubernamentales o de empresas privadas a quienes el patrón les retiene los impuestos y no hacen declaración ante el SAT no tienen mayores espacios para evadir. En contraste, los profesionistas independientes o las empresas pueden hacerlo por la vía de las declaraciones (o no declaraciones) fiscales en las que se pueden subreporta r los ingresos o inflar las deducciones. Pagar sin recibir Aunque casi la mitad de la población (44%) piensa que los impuestos son necesarios para que el Estado pueda prestar servicios, una parte muy importante (36%) dice no saber cuál es el destino o qué beneficios se obtienen de pagar impuestos. Resulta interesante que hace más de una década las respuestas sobre la recaudación de impuestos era un poco menos negativa. En 1999, 60% pensaba que los impuestos eran necesarios para la prestación de servicios y 25% decía que “los 16

impuestos son algo que el Estado nos obliga a pagar sin saber a cambio de qué”. En todo caso, cuando se le preguntó a los encuestados en qué se gasta el dinero de los impuestos el mayor porcentaje de menciones fue para “el pago de salar ios de los empleados del gobierno”. No obstante, hay que reconocer que en la última década ha disminuido el porcentaje de la población que dice que recibe menos del Estado que lo que le paga en impuestos. En 1999, 57% de los encuestados consideraba que r ecibían menos de lo que pagaban, y en 2012 el porcentaje bajó a 40%. La población tiene preferencias sobre qué debe hacer el Estado con los impuestos que recibe. La mayoría sitúa en primer lugar la educación, en segundo lugar los servicios médicos, en tercer lugar la seguridad pública y en cuarto el combate a la pobreza. Salvo en el caso de la educación, que también era considerado como el más importante servicio que proporciona el gobierno, en 1999 las prioridades eran otras. En ese entonces el segundo l ugar en importancia era el combate a la pobreza, el tercero la seguridad pública y el cuarto los servicios médicos (ver gráfica 1).

No obstante, la encuesta revela que la mayoría de la población (61%) cree que se pagan demasiados impuestos y casi la mita d (45%) dice preferir pagar menos aun cuando reciba menos servicios. Esta última preferencia se ha acentuado mucho desde 1999, cuando 63% decía preferir pagar más impuestos a cambio de recibir más y mejores servicios antes que pagar menos impuestos y recib ir menos 17

servicios públicos. Estas actitudes y preferencias revelan la creciente desconfianza de la ciudadanía en la capacidad del gobierno para proveer servicios con el dinero que se recauda (ver gráfica 2).

Aunque la cifra se duplicó de 1999 a 2012, ho y en día solamente 24% de la población piensa que el gobierno administra bien (19%) o muy bien (5%) el dinero que recauda. Peor aún, 67% está algo o totalmente de acuerdo con la afirmación de que los políticos utilizan el dinero de los contribuyentes para beneficio propio y 55% con que pagar más impuestos no sirve porque el gobierno no daría mejores servicios. Todas estas percepciones negativas sobre el cobro y destino de nuestros impuestos alimentan la creencia de buena parte de la población de que es vál ido pagar menos impuestos o incluso no pagarlos cuando el gobierno es corrupto (79%), cuando proporciona malos servicios (81%) o cuando no garantiza la seguridad (79%). Los porcentajes no han sufrido variación desde 1999. En otras palabras, dando y dando. No pago impuestos ¿y qué? El 72% de los encuestados piensa que la gente paga impuestos simplemente porque en su trabajo se los descuentan y la percepción sobre el fraude fiscal está sumamente extendida entre la población: 55% afirma que los mexicanos somo s poco o nada responsables para cumplir nuestros deberes fiscales, 77% piensa que en México hay mucho o bastante fraude y la inmensa mayoría (89%) declara conocer las formas para llevarlo a cabo. Para la gente las formas más comunes 18

para “ahorrar dinero al momento de hacer la declaración de impuestos” son: no reportando todos los ingresos percibidos (29%), no haciendo la declaración (28%), presentando gastos personales como si fueran de trabajo (17%) y aumentando los gastos a deducir (15%). Solamente 10% de claró no conocer alguna forma para engañar o defraudar al fisco. Quizá el ejemplo más claro de la disposición a evadir al fisco es que al poner a los encuestados ante la disyuntiva de venderle un producto con factura pagando el IVA o sin factura y ahorrándoselo, casi seis de cada 10 prefirió esta última opción. Más allá de si la conducta se justifica o no, no hay duda de que la gente considera que evadir impuestos es un delito. Entre las distintas opciones de “violaciones a la ley” presentadas a los encuestados, la evasión de impuestos fue considerada la más grave (después del robo a mano armada y antes que “dar mordida a funcionarios”) con 21% de los encuestados que la colocaron como primera mención. No obstante, esta conducta no está penada ni indivi dual ni socialmente hablando. 41% dice que no está mal mentir un poco en la declaración porque esto no perjudica a nadie, y 44% porque el gobierno gasta demasiado. La gran mayoría piensa que las personas mienten en sus declaraciones simplemente para ahorra r dinero (93%), ¡y se vale! A que no me pescas Aunque es un principio generalmente aceptado el que el objetivo de los órganos de administración tributaria debe ser aumentar el cumplimiento voluntario de los contribuyentes, también es cierto que la percepc ión ciudadana sobre el potencial de detección, persecución y castigo de los evasores contribuye a elevar el grado de cumplimiento voluntario de las obligaciones fiscales. La mayor parte de los estudios señala que uno de los determinantes de la evasión es l a relación entre el costo de cumplir e incumplir con las obligaciones fiscales. En este cálculo entra de manera muy importante la percepción sobre la probabilidad de que la autoridad te fiscalice y castigue en caso de incumplimiento. Como en el resto de la s determinantes de la evasión fiscal, México anda por los suelos en este aspecto. En el pago de impuestos ocurre lo mismo que en otros delitos. Operamos a partir de un círculo vicioso. Los ciudadanos percibimos que hay pocas posibilidades de que nos descubran en el incumplimiento de nuestras obligaciones. Si nos descubren pensamos que difícilmente armarán un buen expediente para sustentar la acusación. Si llegaran a hacerlo pensamos que siempre hay manera de arreglarse vía la condonación, la rebaja o el s oborno. 19

Si bien 48% dice que la gente paga impuestos por miedo a que la descubran, sólo 18% piensa que es muy probable que esto ocurra, 15% piensa que la autoridad fiscal le realizaría una auditoría o una revisión fiscal, y ocho de cada 10 personas afirman no conocer a persona o empresa alguna a la que le “haya caído Hacienda”. Con respecto al castigo, sólo 19% piensa que acabaría en la cárcel. Esto último a pesar de que 40% de la gente piensa que la sanción usual para personas que mienten en su declaración de impuestos por una cantidad grande es precisamente la pérdida de su libertad y que ese castigo es el apropiado o justo.

A pesar de la percepción sobre la extensión del fraude, la mayoría de la gente (51%) piensa que el gobierno hace pocos esfuerzos por evitarlo y un porcentaje mayor (60%) opina que el gobierno es muy poco o nada exitoso en la tarea de reducirlo. Así las cosas, del lado de la percepción sobre el riesgo y castigo la población tiene pocos incentivos para cumplir con sus obligaciones f iscales. México: La combinación perfecta El nivel de recaudación fiscal es un fenómeno complejo y sus determinantes son muchas. Algunas son técnicas como la solidez y fortaleza de las instituciones gubernamentales de monitoreo, fiscalización, administraci ón y sanción. Otras de orden socioeconómico como el costo-beneficio de pagar impuestos o la amplitud de la informalidad y, por tanto, el tamaño del padrón de contribuyentes efectivos. Otras más —quizá las de mayor importancia— son políticas y tienen que ver con la percepción sobre la justicia del régimen fiscal y la credibilidad del ciudadano 20

respecto a la adecuada provisión de bienes y servicios públicos a cambio del pago de impuestos. Finalmente, hay determinantes de índole cultural, como el valor que le asigna el ciudadano al Estado de derecho, los costos de reputación o las motivaciones intrínsecas, esto es, la importancia que se asigna a comportarse de manera pro social o en beneficio de la comunidad. Según un análisis econométrico sobre los factores que inciden en el pago de impuestos, la ausencia de estos valores opera en contra de la disposición a que los mexicanos cumplan con sus obligaciones fiscales. 5 No hay consenso entre los estudiosos del fenómeno fiscal sobre cuál de estos factores pesa más en la explicación de la evasión. Desgraciadamente, esta falta de consenso no es muy relevante para nuestro país. Ya entrado el siglo XXI México tiene la combinación perfecta para explicar por qué los mexicanos se resisten a pagar impuestos: instituciones débiles, régimen fiscal inequitativo, políticos irresponsables en el ejercicio del gasto y ciudadanos en los que el valor de la legalidad está ausente. Así de claro. n

María Amparo Casar. Profesora-investigadora del CIDE. Es editorialista del periódicoExcélsior.

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Ricardo Samaniego (coord.), Medición de la evasión fiscal en México , Sistema de Administración Tributaria, México, 2006. 2 Hugo Javier Fuentes Castro (coord.), Estudio de evasión fiscal mediante el uso de efectivo, Sistema de Administración Tributa ria, México, 2012. 3 “Opinión pública y política fiscal”, Consulta S.A. de C.V., por encargo de la SHCP, noviembre de 1999; “Encuesta de opinión pública de percepción de riesgo tributario y cultura fiscal”, Buendía y Laredo, B&L, por encargo de la Coordinación de Evaluación de Opinión Pública de la Administración General de Evaluación, SAT/SHCP, julio de 2012. 4 Doing Business 2013, Banco Mundial. Según esta fuente las empresas invierten más de 337 horas para cumplir con las obligaciones fiscales. 5 Fernanda Márquez Padilla, Tax Compliance in Mexico: The Role of Intrinsic Motivation, Incentives and Social Norms (mimeo.), Princeton University, 2012.

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UNA RECESIÓN “HECHA EN MÉXICO” Gerardo Esquivel La desaceleración económica en México es evidente. A la f echa llevamos poco más de un año con una tendencia decreciente en la actividad económica, según los indicadores mensuales que difunde el INEGI. Más aún, el PIB del primer trimestre de 2013 prácticamente se mantuvo constante con respecto al trimestre anteri or, mientras que el PIB del segundo trimestre decreció con respecto al primero. Esta tendencia ha llevado a ajustar a la baja las estimaciones de crecimiento del PIB para 2013, las cuales han disminuido de 3.5% a 1.7%, según el propio gobierno, y hasta 1.2% de acuerdo al Fondo Monetario Internacional. Muy probablemente, sin embargo, el crecimiento de 2013 terminará siendo incluso inferior a 1% a juzgar por los datos ya conocidos del tercer trimestre del año. De acuerdo a los criterios establecidos por el propio INEGI, el punto de inflexión habría iniciado en el segundo semestre de 2012 y la tendencia recesiva se habría confirmado con los datos publicados en septiembre de este año. La pregunta clave, sin embargo, ya no es si estamos o no en recesión y ni siqu iera cuándo habría empezado ésta, 1 ahora lo importante es responder otras preguntas: ¿qué fue lo que causó la recesión? ¿Fueron factores externos o internos? Responder a esta s preguntas es útil para saber cómo y cuán rápido podremos salir de esta situación. ¿Qué explica la recesión? El gobierno suele afirmar que los factores de la desaceleración económica son externos. Eso es parcialmente cierto, pero es fundamentalmente inco rrecto. Si así fuera, la recesión sería generalizada, es decir, habría otros países contrayéndose. La gráfica muestra la tasa de crecimiento anualizada del PIB en el segundo trimestre de 2013 para diversos países o regiones del mundo. Como es evidente, el caso de México no sólo es distinto al del resto de los países, sino que es particularmente atípico con respecto al de otros países latinoamericanos, los cuales están creciendo a tasas relativamente altas. Los pronósticos de crecimiento para 2013, por su parte, se han ajustado apenas en unas décimas de punto porcentual y no en un punto porcentual o más como ha ocurrido ya en el caso de México. 2 Por lo tanto, si bien es cierto q ue hay una desaceleración económica generalizada, eso no sería suficiente para explicar por qué un país como México estaría decreciendo y/o en recesión. Por ello, los factores explicativos deben buscarse en otro lado (ver gráfica).

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Hay, básicamente, tres factores que explican la situación económica actual de México: 1) una fuerte apreciación del tipo de cambio real; 2) el ajuste y ritmo de ejecución del gasto público y 3) la caída en el sector de la construcción. Veamos brevemente cada uno de estos casos. La apreciación del tipo de cambio ocurrió, fundamentalmente, entre junio de 2012 y mayo de 2013. En ese lapso el tipo de cambio real disminuyó en casi 15%, lo que encareció los productos mexicanos en el exterior. Esto explica por qué la balanza comercial de México pasó de ser superavitaria en el periodo enero -agosto de 2012 a ser deficitaria en el mismo periodo de 2013. En un contexto de desaceleración económica mundial, la apreciación cambiaria afectó aún más las exportaciones mexicanas, las cuales prác ticamente se estancaron en 2013. La apreciación cambiaria ocurrió como resultado de la excesiva liquidez mundial que permitió la llegada de numerosos capitales del exterior, pero también fue alentada por las relativamente altas tasas de interés locales. Ca be recordar que la tasa de interés objetivo del Banco de México había permanecido fija desde 2009 en 4.5% y que no disminuyó sino hasta marzo de este año cuando finalmente se redujo a 4%. En septiembre de este año el Banco de México volvió a ajustar a la b aja la tasa de interés a 3.75%. No, sorprendentemente, estos ajustes han revertido parcialmente los incentivos y el tipo de cambio real se ha depreciado de manera 23

ligera en los meses recientes. Esto implica que, en algún sentido, la política monetaria contribuyó de forma significativa a la apreciación del tipo de cambio y, por tanto, al eventual estancamiento de las exportaciones mexicanas. Un segundo elemento que ha contribuido a la situación económica actual es el ajuste y ritmo de ejecución del gasto p úblico en México. Estas dos cosas, aunque relacionadas, son diferentes. El primero es la reducción relativa en el gasto público que estaba implícita en el presupuesto aprobado para 2013. La insistencia del presidente y del secretario de Hacienda de garanti zar un déficit cero en las finanzas públicas implicaba lograr una reducción en el gasto público de 25.3% del PIB en 2012 a 24% en 2013. Este ajuste, nada trivial, implicaba en sí mismo una contracción del gasto público cercana a medio punto porcentual del PIB. Esto, por supuesto, tendría un impacto negativo en la demanda agregada y, por tanto, en la actividad económica. A lo anterior hay que agregar un ejercicio del gasto público muy irregular y que afectó, en particular, a ciertas secretarías. Para ver la magnitud e importancia conjunta de estos dos elementos baste comparar el monto del gasto pagado por el sector público en el periodo enero-agosto de 2013 comparado 3 con el gasto del año previo. Al hacer esta comparación se observa que el gasto de todo el sector público se contrajo en 3.9% en términos reales, el del gobierno federal en 5.2%, el de todos los ramos administrativos de la administración pública centralizada (es decir, de todas las secretarías) en 12.2%, el de la Secretaría de Desarrollo Social en 7.4%, el de la Secretaría de Educación en 9.2%, el de la Secretaría de Comunicaciones y Transportes en 17.8%, el de la Secretaría de Gobernación (incluyendo Seguridad Públi ca) en 26.2%, el de la Secretaría de Hacienda en 33.5%, el de la Secretaría de Turismo en 49.1% y el de la Secretaría de Energía en 87.7%. En conjunto, el ajuste y el ritmo de ejecución del gasto público explican un choque negativo en la demanda agregada d e alrededor de un punto porcentual del PIB. Si a eso le sumamos los posibles efectos 24

multiplicadores de ese gasto, no es entonces ninguna sorpresa que el crecimiento de la economía se haya caído tanto en el primer semestre de 2013. El tercer elemento interno que ha contribuido a la desaceleración económica es el relativo a la industria de la construcción, que es el sector que más ha caído en lo que va del año (cerca de 8% con respecto a 2012). A esto han contribuido dos elementos: el ajuste en los planes de desarrollo del sector de la vivienda que anunció el gobierno a principios de año y que ha colaborado de manera muy significativa a la pérdida de valor de las acciones de varias empresas del ramo y, por otra parte, la reducción tan significativa en la in versión pública en este sector. Este último elemento fue evidente a partir de las cifras que diera a conocer el INEGI en septiembre sobre los componentes de oferta y demanda agregada. Ahí se supo que la formación bruta de capital fija total había caído en 0.2% en el primer semestre de 2012 respecto al mismo periodo del año anterior. Esta caída, sin embargo, habría sido el resultado de un aumento en la inversión privada de 2% y de una contracción de 7.4% en la formación bruta de capital fijo proveniente del sector público. Esta última se debió principalmente a una caída de 9% en el sector de la construcción. En contraste, la caída de la inversión privada en este ramo específico fue de sólo 1.7%, por lo que es posible concluir que el principal determinante de la evolución del ramo de la construcción fue la inversión pública. Perspectivas El hecho de que la recesión económica sea el resultado de factores internos tiene varias implicaciones. Esto implica, por ejemplo, que la recesión podría ser de corta duración y que podría revertirse si se revirtieran los factores que la causaron. Algunos de estos elementos son evidentemente transitorios, como es el caso de la ejecución del gasto. Otros, sin embargo, no lo son y requieren tanto de un buena respuesta de política como del uso coordinado de los diversos instrumentos con los que cuentan las autoridades económicas. En ese sentido, el aumento solicitado del gasto público para 2014 podría ser, en principio, una forma apropiada (aunque aparentemente excesiva) para r esponder a esta situación. El problema, sin embargo, es que para que ello sea exitoso se requerirían que se cumplieran con diversas condiciones: el aumento en el gasto tendría que dirigirse hacia un mayor gasto de inversión, fundamentalmente en infraestruc tura, para que tenga un efecto no sólo del lado de la demanda sino también de la oferta y que no genere presiones inflacionarias; por otro lado, se requeriría que la tasa de interés no aumentara para evitar una nueva oleada de entrada de capitales que podr ía apreciar una vez más el tipo de cambio. Esto último, sin embargo, es poco probable dado que el Banco de México ha tendido a ser muy sensible al aumento en las presiones inflacionarias y a que el próximo año puede haber un efecto en esa dirección como resultado del aumento en algunos impuestos, que sin duda se 25

trasladarán, al menos parcialmente, a los precios finales. Estas consideraciones implican que la conducción errática de la política económica en 2013 puede complicar también la conducción de la polí tica económica del próximo año y que esta recesión hecha en México podría seguir afectando las perspectivas de recuperación y crecimiento económico al menos durante la primera mitad de esta administración. Como diría el clásico: ¡Pero qué necesidad! n

Gerardo Esquivel. Economista. Profesor-investigador de El Colegio de México.

Estos dos temas se discutieron en Gerardo Esquivel, “¿Estamos o no en recesión?”, AnimalPolitico.com , 6 de septiembre, 2013, y en Jonathan Heath, “Recesión”, Reforma, 10 de septiembre, 2013. 1

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Por ejemplo, el World Economic Outlook del Fondo Monetario Internacional ajustó las estimaciones de crecimiento económico del mundo, de las economías emergentes, de América Latina y de México en 0.3%, 0.5%, 0.3% y 1.7%, respectivamente. 3

La fuente de estos datos es el Informe de Finanzas Públicas y Deuda Pública que entrega la Secretaría de Hacienda y Crédito Público al Congreso, correspondiente al mes de agosto y que se encuentra en el sitio de internet de la propia secretaría: http://www.shcp.gob.mx/POLITICAFINANCIERA/FINANZASPUBLIC AS/ finanzas_publicas_info_mensual/finanzas_deuda_congreso_ago13.pdf

MARIHUANA: ¿DROGA O MEDICAMENTO? Juan Ramón de la Fuente • Rodolfo Rodríguez Carranza El cigarrillo de marihuana se prepara con hojas jóvenes y flores (cogollos) secas y desmenuzadas de cannabis sativa, planta que se conoce desde hace varios siglos por sus propiedades psicoactivas y medicinales. Para su consumo, además del cigarrillo, también se usan pipas comunes o pipas de agua (cachimbas). En la jerga de los consumidores el cigarril lo de marihuana recibe diversos nombres: mota, canuto, caño, carrujo, churro, pasta, hierba, huato, juanita, malayerba, marijane, pasto, pito, porro, pot, toque, entre otros.

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Con la inhalación el humo llega a los pulmones, donde sus componentes se absorben de manera rápida, pasan a la sangre y se distribuyen en todo el organismo, incluido el sistema nervioso central, desde donde producen alteraciones en el pensamiento y la conducta, cambios generalmente atribuidos al delta-9-tetrahidrocannabinol (delta-9), que es su principio psicoactivo más abundante y poderoso. Los efectos de la marihuana y la magnitud de los mismos tienen relación con la variedad de cannabis que se use, con la dosis que se consuma, con la forma en como se administre, así como con la exp eriencia previa del usuario, sus expectativas y el ambiente que lo rodea. La razón principal por la que se fuma marihuana es el deseo de experimentar sus efectos euforizantes, lo cual se puede lograr con dosis relativamente bajas (2.5 -5.0 mg de delta-9). Además de una sensación de bienestar extremo (euforia), de placer y de relajación, los usuarios comparten desinhibidamente sus pensamientos y experiencias. Esta sensación de bienestar puede estar acompañada (nuevamente dependiendo de la dosis y variedad de la cannabis) de cierta distorsión en las percepciones, de tal manera que los colores parecen más brillantes, la música más vívida y las emociones más intensas. Asimismo, aumenta el placer en experiencias ordinarias tales como comer, escuchar música, disf rutar una película, conversar, etcétera. Estos efectos se inician en cuestión de minutos, alcanzan su máximo nivel en un periodo de 15-30 minutos y se mantienen, según la dosis, por aproximadamente dos horas. Los usuarios de marihuana buscan este tipo de percepciones, por lo que no sorprende que refieran que sólo la consumen para sentirse bien, o por el placer de hacerlo. Con dosis más altas aumenta la distorsión en la percepción espacial y temporal. Bajo la influencia de la marihuana hay un déficit de los procesos mentales y psicomotores; estos efectos comparten ciertas características con los observados cuando se consume alcohol o se toman ansiolíticos, del tipo de las benzodiazepinas. Se afectan de manera negativa: los estados de alerta, el juicio, el aprendizaje, la memoria, la capacidad de abstracción y de concentración; a la vez, aumenta el tiempo de respuesta a estímulos y se reduce la coordinación muscular. Por ello, al igual que con el alcohol y los ansiolíticos, los usuarios de marihuana tienen un mayor riesgo de accidentes (sobre todo vehiculares). Los usuarios crónicos tienden a funcionar en un nivel cognitivo inferior, y ello explica por qué obtienen calificaciones escolares más bajas y tienen mayor riesgo de abandonar los estudios que aquellos que no consumen la hierba. Entre los efectos negativos por intoxicación aguda también pueden presentarse cuadros de ansiedad, alucinaciones, ataques de pánico y, a nivel sistémico, un aumento de la frecuencia cardiaca y en la presión arterial. 1 En algunas personas, en especial los principiantes, la inhalación de marihuana causa reacciones desagradables, lo cual puede explicar el alto número de personas que refieren en las encue stas que sólo la han probado “alguna vez en la vida”. 27

El consumo persistente de marihuana está asociado al desarrollo de dos fenómenos conocidos: la tolerancia, que los obliga a aumentar periódicamente la dosis; y la dependencia, tanto psíquica como físic a. La mayoría de las personas prueba drogas por curiosidad con el fin de experimentar, de saber de qué se trata; esto a menudo ocurre durante la adolescencia o al inicio de la edad adulta. Para muchos de ellos la experiencia es única o esporádica, con fine s recreativos y por un tiempo limitado. Así ocurre en la mayoría de los usuarios. Sin embargo, en otros casos, para el aproximadamente 10% el consumo ocasional se convierte en frecuente y las personas se hacen dependientes a sus efectos psicoestimulantes. Se vuelven adictos. Al igual que con otras adicciones, los dependientes a la marihuana se caracterizan por búsqueda compulsiva de la droga, pérdida del control e insistencia por usarla (dependencia psíquica), a pesar de que conocen bien los problemas asociados con su consumo. La dependencia física, que cuando se desarrolla es siempre de forma paulatina, ocurre en función de la dosis y el tiempo que se usan. Un criterio para sospechar que hay dependencia fisiológica sería cuando después de la suspensión del uso crónico de la droga se presentan síntomas evidentes de abstinencia, síntomas que se controlan al reiniciarse su consumo, o al tomar una droga similar con la cual comparta propiedades, lo que se denomina “tolerancia cruzada”. El uso de marihuana en adolescentes, a dosis altas y por tiempo prolongado, ocasiona daños en las funciones intelectuales que no deben ser subestimados. Cuando el sistema nervioso aún está en proceso de maduración, los riesgos de generar deficiencias persistentes son mayores. 2 Por lo antes expuesto se debe asumir que la marihuana es una droga. No es inocua. Está clasificada en el nivel I, lo que significa que tiene un potencial de abuso, y que aun cuando su uso con fines médicos no está universalmente aceptado (porque la información disponible sobre su eficacia y seguridad no es suficiente), no hay duda que ha despertado un interés creciente en la comunidad científica por su aparente potencial para tratar diversas enfermedades. En efecto, el interés por las propiedades potencialmente terapéuticas de la marihuana se reactivó a principios de los años noventa del siglo pasado, cuando se confirmó la existencia de sitios específicos en la membrana de la s células nerviosas, que son capaces de unirse a los componentes activos de la droga y que son conocidos como receptores. Este hallazgo fundamental fue seguido por la identificación de sustancias parecidas a la cannabis (conocidas como cannabinoides) pero que son producidas por el cerebro de manera natural. Se trata, pues, de ligandos endógenos, los cuales se unen a esos sitios específicos en la membrana celular; es decir, se unen a los mismos receptores que se activan con los metabolitos de la droga. 28

Ahora sabemos que todos los mamíferos, incluido el hombre, tienen un sistema que fabrica, libera y destruye sus propios cannabinoides. Éstos se definen como endógenos, para distinguirlos de los que produce la cannabis que, en todo caso, son exógenos. También se sabe que en el organismo este sistema (el sistema cannabinoide) tiene tareas regulatorias importantes tales como el aprendizaje, la memoria, el dolor, el ciclo sueño-vigilia, etcétera, y además participa activamente en el desarrollo y maduración del sistema nervioso central, de tal suerte que la marihuana produce sus efectos porque activa o inhibe procesos fisiológicos normales, al igual que lo hacen otros fármacos que se usan regularmente en la clínica. 3 Lo anterior explica el interés que despertó el conocimiento de las potenciales propiedades medicinales de la cannabis sativa. Tanto así que un buen número de estudios clínicos rigurosos, apoyados en el método científico, sugieren que la cannabispuede tener propiedades terapéuticas. 4 Según el conocimiento popular, la marihuana es “buena” para tratar síntomas diversos: dolor, ansiedad, vómito, convulsiones, falta de apetito, insomnio, obesidad y dificultad para respirar, entre otros. Por su parte, los estudios clínicos científicamente controlados muestran que los productos de la cannabis pueden tener un efecto benéfico en: 1) pacientes con dolor crónico que no responden a tratamientos convencionales (como neuropatía diabética, artritis reumatoide, etcétera); 2) pacientes con náusea y vómito causados por la quimioterapia y que no responden a tratamientos convencionales; 3) pacientes con esclerosi s múltiple, en quienes se ha visto mejoría en la espasticidad y reducción en el dolor; 4) pacientes con ciertos trastornos de movimiento (como el síndrome de Tourette); y 5) pacientes con enfermedades terminales, en cuyos casos “alivia” el dolor y “disminu ye” el sufrimiento. En medicina la expresión “enfermedad terminal” implica que ésta no puede ser curada y que, por lo tanto, se espera la muerte del paciente en un lapso relativamente corto (pueden ser semanas o meses). Con rigor metodológico, los autores de tales estudios han concluido que la marihuana se comporta como un medicamento relativamente eficaz, pero que 29

hacen falta más investigaciones para establecer su seguridad a largo plazo. Además, están en fase avanzada otras investigaciones que sugieren la potencial utilización de la cannabis en el tratamiento del glaucoma, la epilepsia y la diabetes mellitus. 5 También se investiga su posible eficacia en el tratamiento del hipo intratable y la enfermedad de Alzheimer, entre otras. Todo esto no debiera sorprender, puesto que se ha demostrado que hay receptores de cannabinoides en prácticamente todo el organismo. Su activación o inhibición puede tener múltiples efectos. Seguramente en los próximos años se definarán con precisión sus verdaderos alcances dentro de la terapéutica. Hay que seguir investigando. En la interpretación de los estudios que se han publicado debe tomarse en cuenta que la composición química de la cannabis sativa es muy compleja, ya que contiene más de 460 metabolitos, entre ellos 60 cannabinoides, de los cuales el delta-9 es el más abundante. Algunos productos químicos de la planta también tienen efectos semejantes al delta -9, mientras que otros poseen efec tos distintos e incluso antagónicos; en tanto que otros más carecen de efectos psicoactivos, pero tienen propiedades de naturaleza distinta. Por lo tanto, es un error atribuirle sólo al delta-9 todos los efectos de marihuana. Un aspecto relevante, que vale la pena señalar, es que los componentes de la cannabis se absorben bien por diversas vías (oral, mucosas, piel), y que las formulaciones farmacéuticas ya disponibles en otros países incluyen tanto cápsulas como gotas, colirios y pomadas, lo cual facilit a su uso con fines clínicos a dosis precisas. Por todo lo anterior y frente a la evidencia disponible, puede concluirse que la marihuana, o mejor dicho la cannabis sativa, reúne en principio los criterios farmacológicos de un medicamento. Si los resultado s de los estudios clínicos científicamente controlados continúan en la misma dirección, la marihuana (será más apropiado decir la cannabis) pasará del nivel I al nivel II, lo cual tiene dos significados: por un lado, que se trata de un producto cuyo potenc ial de abuso es real; pero, por el otro, que también tiene usos médicos formalmente aceptados y puede estar en el mismo nivel de otros medicamentos como la morfina, la metadona, el fentanil, etcétera. Desde nuestra perspectiva es probable que esto ocurra en un futuro no muy lejano. n

Juan Ramón de la Fuente es profesor de Psiquiatría y Rodolfo Rodríguez Carranza de Farmacología, en la Facultad de Medicina (UNAM). Juntos publicaron en 1996 La educación médica y la salud en México .

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F. Rodríguez de Fonseca, I. del Arco, F.J. Bermudez -Silva, A. Bilbao, A. Cippitelli, M. Navarro, “Endocannabinoid system: physiology and pharmacology”, Alcohol & Alcoholism, 2005; 40: 2-14. 2 Madeline H. Meier, Avshalom Caspi, Antony Ambler, et al., Persistent cannabis users show neuropsychological decline from childhood to midlife www.pnas.org/cgi/doi/10.1073/pnas.1206820109 . p.1-8. 3 R. Rodríguez Carranza, “Los productos de cannabis sativa: situación actual y perspectivas en medicina”, en Salud Mental, 2012; 35(3): 247-56. 4 F. Grotenhermen, K. Müller-Vahl, “The therapeutic potential of cannabis and cannabinoids”,Dtsch Arztebl Int., 2012; 109: 495-501. 5 E.A. Pener, H. Buettner, M.A. Mittleman, “The impact of marihuana use on glucose, insulin, and insulin resistance among US users ”, Am. J. Med., 2013; 126:583-9.

INGRID Y MANUEL: NUEVOS DESASTRES, VIEJAS RAZONES Elizabeth Mansilla En las últimas semanas, además de los conflictos cotidianos y las movilizaciones sociales generadas por las reformas estructurales recientes, dos fenóm enos meteorológicos pusieron en jaque al gobierno federal, a varios gobiernos estatales y a un número no poco significativo de gobiernos municipales. En una situación poco común, pero no inédita, la tormenta tropical Manuel en el océano Pacífico y el huracán de categoría 1 en la escala de Saffir Simpson, Ingrid en el Atlántico, golpearon simultáneamente al país provocando daños en una amplia extensión del territorio nacional. Al momento de escribir este artículo, las cifras oficiales reportaban 157 muerto s y 53 desaparecidos, más de un millón 600 mil personas afectadas y 300 mil damnificados, daños en 1.5 millones de viviendas, mil 153 unidades de salud pública, unas 70 carreteras, alrededor de dos mil 150 locales educativos de todos los niveles, además de cuantiosas pérdidas agrícolas en 19 estados. En definitiva, un considerable impacto social y material, aun cuando los especialistas financieros estiman que el costo económico será alto, pero que apenas podría impactar entre 0.15% y 0.2% el crecimiento del PIB estimado para este año, e incluso que dicho porcentaje podría ser aún menor tras las inversiones de capital que se harán con motivo de la reconstrucción. 1 Se estima, en todo caso, que este 31

costo no será suficiente para achacarle a los desastres el mediocre desempeño de la economía del país. Pero estas escenas no son nuevas. Por el contrario, se repiten cada vez con más frecuencia, año con año en todo el territorio nacion al. Los fenómenos que las detonan pueden ser de magnitud distinta o tener un nombre diferente, pero al final las causas son siempre las mismas. Si bien los fenómenos que originan los desastres son comunes a la geografía de nuestro país, y aún se conmemoran algunos desastres emblemáticos como los provocados por los sismos de 1985, lo cierto es que los daños y pérdidas causados por fenómenos de origen ya sea geológico (como los sismos o deslizamientos) o hidrometeorológicos (como las lluvias e inundaciones) , han aumentado considerablemente. En especial, durante los últimos 15 años los daños y pérdidas por desastres asociados a fenómenos de origen natural se han disparado. 2 Tan sólo entre 1999 y 2011 se registran más de ocho mil muertos y cerca de cuatro mil personas desaparecidas, algo más de 2.5 millones de viviendas con daños parciales y 200 mil viviendas con pérdida total, y donde al menos 37 millones de personas han resultado directa o indirectamente afectadas. 3 A esto se suman las pérdidas no cuantificadas en infraestructura, principalmente carreteras, o en sectores estratégicos como la agricultura, donde se estima que en promedio cada año se pierde alrededor de 12% de la superficie sembrada en el país. 4 Más aún, al menos el 90% de este tipo de pérdidas se ha pro ducido por eventos de origen hidrometeorológico, donde las inundaciones y en general los efectos asociados a las lluvias se encuentran entre los de mayor recurrencia. El tipo de eventos que ocurren y el volumen de daños que se registra cada año, muestran que el riesgo en México aumenta paralelo al incremento de los altos niveles de vulnerabilidad en todo el país. Desde hace décadas se encuentran en marcha procesos de construcción del riesgo que no sólo han contribuido a incrementar la vulnerabilidad de las poblaciones susceptibles de ser afectadas por la presencia de fenómenos de origen natural, sino también a aumentar el número e intensidad de algunas amenazas socionaturales como las inundaciones o los deslizamientos provocados por fenómenos de origen hidr ometeorológico. Es ya conocido y ampliamente aceptado a nivel internacional que los procesos de construcción del riesgo están estrechamente vinculados a los modelos de desarrollo implementados por los países, y México no es la excepción. La constante destrucción del medio ambiente, el deterioro de los niveles de vida de la población, la ocupación inadecuada del territorio y las condiciones generales de gobernabilidad que dificultan la gestión en sus diferentes ámbitos y en distintos momentos, han sido identificados como los principales impulsores del riesgo, y en 32

nuestro país son la clave que explica los niveles de riesgo existentes y su manifestación, cada vez más recurrente, en desastres de distinta magnitud e intensidad a lo largo y ancho de todo el terr itorio. En efecto, la degradación ambiental en México se remonta a varias décadas de sobreexplotación y uso irracional de los recursos naturales, combinada con una reducida capacidad de gestión de las instancias federales, estatales y municipales para revertir o contener estos procesos. En los años recientes esto se ha traducido en un incremento sustancial de eventos, como inundaciones, deslizamientos y grandes afectaciones por fenómenos climáticos como sequías y heladas, entre otros. De los numerosos causantes de la degradación ambiental la deforestación es, sin duda, el factor que más relación estrecha guarda con la ocurrencia de desastres. Inestabilidad de laderas que producen deslizamientos, reducción de la capacidad de retención de lluvia en las parte s altas de las cuencas que ocasionan avenidas torrenciales hacia las partes bajas y producen inundaciones, así como el arrastre de materiales que sedimentan ríos, lagunas y lechos de presas ocasionando una disminución en la capacidad de los ecosistemas de soportar cada vez menos volúmenes de agua de lluvia, son —y serán cada vez más— causa de severas inundaciones aun cuando la precipitación pluvial no sea intensa. En las zonas costeras el corte de manglares se traduce también en inundaciones, erosión y en una intensificación de la amenaza al exponer los asentamientos humanos en forma directa frente al embate de los huracanes. La mala calidad o inexistencia de estadísticas oficiales —de corto y largo plazos— sobre medio ambiente y recursos naturales permiten encubrir, en buena medida, la grave situación ambiental en la que se encuentra el país. No obstante, algunos pocos datos sueltos indican que si bien en los últimos cinco años el ritmo de deforestación en el país se redujo, la pérdida de bosques, selvas y otro tipo de vegetación sigue siendo alarmante: entre 1998 y 2005 diversas fuentes reportan que cada año se perdía un promedio de 678 mil hectáreas de cobertura vegetal, esto es una superficie equivalente al Distrito Federal y el estado de Morelos juntos, mientras que para 2005-2010 la deforestación se redujo a 155 mil hectáreas cada año, 5 lo que sin duda representa un avance significativo pero a todas luces insuficiente. En otra materia, la Conabio reporta que ya para 1994 el país había perdido 65% de sus manglares. 6 La deforestación intensiva en el país se explica por la ampliación de la fronte ra agrícola y ganadera, la minería, la tala inmoderada (ya sea tolerada, clandestina o para actividades ilegales como la siembra de estupefacientes) y la urbanización. Los incendios forestales también contribuyen, aunque en menor medida, y no menos importante es el aporte paulatino pero constante de las comunidades pobres 33

que continúan utilizando leña o carbón vegetal como combustible. Coneval reporta que en la actualidad 15.2 millones de personas (esto es, 12.9% de la población total del país) aún usa leña o carbón vegetal para cocinar. 7 Desastres recientes en México que son evidencia contundente de estos procesos son los numerosos deslizamientos producidos por la tormenta tr opical Manuel, en Guerrero, con consecuencias fatales como lo ocurrido en la comunidad de La Pintada o el megadeslizamiento que arrasó la comunidad de San Juan Grijalba en Chiapas en 2007, así como los efectos producidos por las avenidas torrenciales durante la tormenta tropical Stan en varias ciudades de Chiapas en 2005 o el fuerte impacto que tuvieron los huracanes Gilberto (1988) o Wilma (2005) sobre la zona turística de Cancún, por mencionar sólo algunos de ellos. Por otra parte, el fracaso de la polít ica social de —al menos— los últimos tres sexenios ha contribuido a un incremento de la vulnerabilidad de millones de personas frente al impacto de fenómenos tales como sismos, huracanes o simplemente lluvias. Por ello, no llama la atención que sean los se ctores de más bajos recursos los que sistemáticamente son afectados por desastres, tanto en intensidad del impacto como por la cantidad de personas. Pero la pobreza no sólo ha minado la capacidad de resistir los efectos de dichos fenómenos por la ocupación de viviendas inadecuadas, la falta de infraestructura, la construcción habitacional en zonas de riesgo o la fragilidad de los medios de vida, sino también para recuperarse de ellos. Cada vez son más prolongados los periodos para la recuperación de las p oblaciones afectadas y en ocasiones aún no se ha logrado la recuperación completa cuando sobreviene un nuevo desastre, como ocurrió en el verano de 2010 en varios estados del sureste del país — principalmente Tabasco y Veracruz—; como sucedió con el desplazamiento de población de varias comunidades del noroeste de Chiapas por el desfogue de presas en el alto Grijalba, disfrazado de reubicación y que convirtió a miles de familias en damnificados permanentes; o como sucede actualmente en Guerrero, que a tres semanas del paso de la tormenta tropical Manuel más de 200 comunidades de la sierra permanecían incomunicadas. En paralelo al deterioro de las condiciones de vida de la población opera la completa ausencia de un política de ordenamiento del territorio por el abandono del Estado mexicano en las tareas de planeación. Funciones primordiales relacionadas con la planeación estratégica que tradicionalmente fueron funciones públicas han sido trasladadas a organizaciones, corporaciones o empresas sociales y privadas. Las consecuencias inmediatas de esto han sido la sustitución de esquemas de decisión política basados en un proyecto de nación —integral e incluyente—, por formas “empresariales” o “gerenciales” que privilegian la privatización de los beneficios. 34

En materia de ocupación del territorio esto ha sido determinante, sobre todo en las zonas urbanas que se han expandido a velocidad vertiginosa. Es hasta 1980 cuando el país se convierte en predominantemente urbano al ubicar al 51.8% de la población total en localidades de 15 mil o más habitantes. Ya para 2010 la cifra alcanzaba los 79 millones de personas (62.5% de la población total) viviendo en ciudades y las proyecciones indican que para los próximos años la tendencia a la urbanización se acelerará. 8 Pero la ausencia de planeación en el crecimiento del número y extensión de las ciudades en México ha dado lugar a ciudades caóticas y con grandes deficiencias de infraestructura para satisfacer las necesidades de una población creciente. En particular aquellas ciudades convertidas en “polos de desarrollo”, como las turísticas o las industriales, son las que más rápidamente han crecido sin condiciones adecuadas para albergar a la población recién llegada. Por ejemplo, la ciudad de Tijuana en la frontera norte o Cancún en el sureste, por mencionar sólo dos casos. En consecuencia, hoy en día el crecimiento de la mancha urbana se da, en general, por la vía de la irregularidad. Se estima que entre cinco y seis de cada 10 familias que se mudan a una ciudad o buscan asentarse en un lugar distinto al de residencia original, deben hacerlo ilegalmente porque no tienen acceso a una vivienda legal. 9 Esto da lugar a la proliferación de tugurios y al traslado de la pobreza hacia las zonas urbanas, pero también a la ocupación de suelo poco apto para habitación y en zonas inseguras. En relación al riesgo de desastre, los programas de regularización que se han implementado no han sido la solución, ya que dicha “regularización” ha consistido exclusivamente en el otorgamiento de títulos de propiedad y dotación de servicios públicos, sin importar si esos asentamientos se encuentran en zonas de riesgo. Así, es frecuente encontrar que muchos asentamientos que se originaron como irregulares y que se localizan en lechos de antiguos ríos, en zonas de deslizamientos o de inundación frecuentes, en las riveras de ríos o canales u otras 35

zonas de riesgo evidente, ya se han regularizado y sus propietarios cuentan con los títulos correspondientes. Pero por el lado del mercado de suelo legal la falta de planeación también resulta evidente. Se solapa la construcción de grandes conjun tos habitacionales para las clases trabajadoras desarticulados de la mancha urbana y que corren el riesgo de convertirse en los tugurios del futuro cercano, o la construcción de grandes desarrollos inmobiliarios para habitación de los sectores de altos ing resos, plazas comerciales o conjuntos de oficinas en zonas ecológicamente frágiles que antes estaban destinadas a la conservación. Por ejemplo, los grandes hoteles construidos directamente sobre la franja costera en las zonas turísticas o los desarrollos inmobiliarios en la zona Diamante de Acapulco, tanto para sectores de muy altos ingresos como para la clase trabajadora, y cuya construcción hoy se sabe que se dio gracias a la corrupción al otorgar permisos de construcción que violan la normatividad vigente e incluso permitiendo a los desarrolladores inmobiliarios la modificación del cauce de ríos para la construcción de viviendas. En todo el país se violan, sistemáticamente, las normas ambientales y de desarrollo urbano, ya sea para satisfacer las necesidades de la población pobre o del gran capital. Ante esto, el riesgo de desastre en el país ha crecido al igual que su manifestación en cada vez más desastres y con impactos crecientes. La respuesta a este proceso no ha sido de Estado sino de gobierno; es d ecir, más administrativa que estratégica y, por tanto, más reactiva que de prevención. Con las creación del Sistema Nacional de Protección Civil (Sinaproc) a raíz de los terremotos de septiembre de 1985, instancia gubernamental —hoy representado en la Coordinación Nacional de Protección Civil — dependiente de la Secretaría de Gobernación y cuyo objetivo enunciativo es coordinar las acciones y las instituciones relacionadas con la prevención y atención de desastres, se consolida en el país una visión convenientemente conservadora sobre el riesgo y donde en vez de cuestionar y enfrentar las causas se opta por fortalecer las capacidades para una administración más o menos eficiente en situaciones de preparativos o atención de emergencias ante desastres. En este terreno, a lo largo de casi tres décadas se ha avanzado en la descentralización del sistema (hoy existen sistemas estatales y unidades municipales de protección civil en todo el país), en la difusión de acciones de preparativos y durante las emergencias , en la organización de la respuesta y en la realización de simulacros de evacuación, entre otros aspectos. Sin embargo, quizá el avance más significativo sea en el fortalecimiento de los sistemas de alerta que se refleja en una reducción significativa del número de muertos por fenómenos de origen hidrometeorológico a partir del año 2000. Aun cuando estos sistemas todavía puedan reflejar fallas, como en el caso reciente de Guerrero, hay 36

evidencias claras de casos exitosos por alertas efectivas. Por ejemplo, en 2005 a raíz de los desastres producidos por el huracán Wilma de categoría 5 en la escala de Saffir Simpson, donde únicamente cinco muertes en dos estados pudieron ser achacadas directamente al impacto del fenómeno sobre la población. Al margen de los preparativos y respuesta, importantes avances existen en el terreno científico y tecnológico. Particularmente en el desarrollo de conocimiento e información sobre amenazas de origen natural como sismos, huracanes y erupciones volcánicas y en la modernizaci ón, desarrollo o integración de las redes monitoreo por parte del Centro Nacional de Prevención de Desastres (Cenapred) —órgano científico-técnico del Sinaproc creado en 1988— y diversas universidades en todo el país. Destacan, en especial: 1 0 

La integración de la Red Sísmica Mexicana.



La instrumentación de estructuras sujetas a movimientos sísmicos, así como la realización de investigaciones sobre sismorresistencia, que contr ibuye al mejoramiento del diseño de edificaciones, aportando información para su reglamentación.



La puesta en marcha del Sistema de Alerta Temprana para Ciclones Tropicales (SIAT-CT), especialmente para los 738 municipios más vulnerables a dichos fenómenos.



El desarrollo del Sistema de Monitoreo de Volcanes Activos en México, dentro del cual destaca el monitoreo permanente del volcán Popocatépetl y la observación de los volcanes Citlaltépetl, De Fuego y Tacaná.



La actualización o creación de los Reglamentos de Construcción y normas técnicas complementarias de entidades federativas que se encuentran en zonas sísmicas.



El desarrollo del Sistema de Alerta Sísmica del Distrito Federal, que permite alertar a la población 50 segundos antes de la llegada de las ond as sísimicas desde el Pacífico.

Si bien estos avances son muy importantes y necesarios, stricto sensu no van a la raíz del problema, ni atacan de fondo los factores que impulsan los procesos de construcción del riesgo. La visión conservadora sobre el tema adoptada por el gobierno mexicano ha rechazado sistemáticamente la vasta evidencia sobre la causalidad del riesgo y el conocimiento generado por estudios sociales en México y en todo el mundo, tanto en el ámbito académico como en el de política internacional. Hoy, por ejemplo, informes de organismos como el Banco Mundial, el Banco Interamericano de Desarrollo y el sistema de Naciones Unidas, a través de la Estrategia Internacional para la Reducción de Desastres, reconocen 37

explícitamente que las causas raíz del riesgo se encuentran en los esquemas de desarrollo adoptados por los países y que es justo ahí a donde deben dirigirse las políticas públicas con el fin de reducir la recurrencia e impacto de los desastres. 1 1 Sin embargo, pareciera que la respuesta en México ante cada desastre es explotar el lado más sensible de la ayuda humanitaria a través del manejo mediático de las emergencias y apostar al olvido. Apostar a un pronto retorno a la “normalidad” para que no haya cuestionamientos sobre las verdaderas causas del desastre, para cubrir de nuevo el polvo con el tapete y seguir adelante. Así, en México seguirán ocurriendo nuevos desastres por las mismas viejas razones. n

Elizabeth Mansilla. Consultora internacional independiente con más de 20 años de experiencia en temas de desarrollo y la gestión del riesgo de desastre.

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Cifras anunciadas por la Secretaría de Hacienda y la firma Análisis Macroeconómico sobre México de BBVA Research, El Economista, 01/10/2013. 2 Incluye únicamente sismos, actividad volcán ica, tsunamis, deslizamientos, lluvias, inundaciones, granizadas, heladas, nevadas, marejadas, sequías, ola de calor e incendios forestales. No se incluyen pérdidas o daños asociados con fenómenos de origen antrópico como explosiones o incendios. 3 Cifras obtenidas de Desinventar 2013. Corporación OSSO -LA RED. 4 Según cifras obtenidas a partir del Servicio de Información Agroalimentaria y Pesquera (SIAP), Sagarpa. 5 Compendio de estadísticas ambientales 2012 , Semarnat para el periodo 1998 2005;Estadísticas a propósito del día mundial forestal , INEGI, comunicado de prensa, 21 de marzo de 2013. 6 Inventario nacional de manglares, Conabio (consulta en línea). 7 Medición de la pobreza 2012, anexo estadístico, Coneval (consulta en línea). 8 Jaime Sobrino, La urbanización en el México contemporáneo , CEPAL, Santiago de Chile, 2011. 9 Sedesol-El Colegio Mexiquense, A.C., Requerimientos de suelo para la vivienda y el desarrollo urbano en el país, por zonas metropolitanas, aglomeraciones urbanas, ciudades y localidades urbanas y suburbanas, en el lapso 2004 2018 (versión final), México, 2004. 10 Elizabeth Mansilla, Marco general de riesgo en México, background paper Global Assessment Report on Disaster Risk Reduction 2009, IPP LAC -ODMs y Pobreza – 06/2008, RBLAC-UNDP, New York. Publicado en http://www.preventionweb.net/english/hyogo/gar/ background -papers/?pid:34&pil:1 38

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Ver las ediciones del Global Assessme nt Report on Disaster Risk Reduction 2009, 2011 y 2013, UNISDR, Ginebra.

UN MEMORIAL AJENO A LAS VÍCTIMAS Arturo Ortiz Struck “Las grandes composiciones de algunos pintores expresan la voluntad de amoldar el espíritu a un ideal oficial”. —Georges Bataille, Arquitectura ¿Es posible disociar el símbolo del signo? ¿El edificio de su significado? Advierto que ante estas preguntas es pertinente mencionar que la calidad arquitectónica no se requiere para formar un significado, pero que el significado que se tr aduce en edificación, materialización del signo, no puede desligarse. En ese caso signo y símbolo son indisolubles. La necesidad subjetiva y social de significar una muerte es parte fundamental en la tradición de todas las culturas, existen rituales de si gnificación ante la pérdida de una vida, que tienen la finalidad de reconocer la ausencia y de colocarle un signo a la muerte. La tumba funciona como el símbolo al que se le deposita el signo, depositaria también de emociones y flores. El problema de los muertos, sin duda, le pertenece a los vivos. Existe una gran diferencia cuando una persona desaparece, en donde no hay cuerpo, ni muerte, tampoco hay sepelio o tumba; sólo hay interrogantes y búsqueda. La familia de un desaparecido lo último que espera es que el Estado sustituya la ley y los derechos por una tumba vacía y prematura como consuelo; probablemente esa familia quiera conocer qué pasó, si el 39

desaparecido vive o muere, dónde quedó el cuerpo, cuál es el expediente jurídico que lo busca, quién lo vio por última vez, en qué condiciones, por qué no está, etcétera. Difícilmente la familia de algún desaparecido sustituye su búsqueda por una tumba. El memorial de víctimas de la violencia edificado en Chapultepec, más allá de su calidad arquitectónica, es la edificación de un significado que se parece más a la tumba hueca y prematura del desaparecido, que a un espacio de reflexión y significación ante la muerte y la barbarie. La guerra del narcotráfico que inició el ex presidente Felipe Calderón está v igente y lejos de concluir, tiene una inercia de muertos que perdura hasta nuestros días; el monumento, desde esa lógica, es prematuro. La construcción ideológica de un antagonismo entre los buenos y los malos, que debía ser atendida por la policía y el e jército, fue una característica notable en el régimen calderonista. El Estado se desvaneció a la hora de brindar servicios públicos y de crear espacios para el ejercicio ciudadano, para convertirse principalmente en policía; mientras que el presidente enco ntró en la valentía visceral una estrategia de gobierno que no logró abrir expedientes jurídicos, encontrar desaparecidos, aplicar la justicia, detener la violencia, juzgar a los responsables, velar a los muertos o al menos de hacer una lista seria y públi ca de los asesinados y desaparecidos; en todo caso se reprodujeron en forma sistemática las condiciones de ineptitud, impunidad, corrupción y desamparo. Ante la precariedad del escenario, Felipe Calderón decidió permitir la edificación de un memorial dentro de un campo militar, construido por soldados, a 200 metros del memorial militar, en una de las zonas más protegidas del Distrito Federal: Polanco, un sitio que no presenta problemas de violencia originada por el crimen organizado del país. Se encuentra m uy lejos de los desplazados, de los extorsionados, de los levantados o degollados. Felipe Calderón permitió la creación de un memorial que tomó en cuenta sólo a las organizaciones de víctimas que fueron cómodas al régimen, pero dejó fuera a la mayoría de l as organizaciones, y a la opinión de muchas víctimas. Ante la disyuntiva que ha generado la construcción del memorial, me he visto envuelto últimamente en diversas discusiones, algunas de ellas con uno de los autores, Julio Gaeta, en las cuales se ha abor dado, entre otras cosas, la manera de ejercer una crítica sobre la obra arquitectónica, su significado y sus características estéticas. Encuentro dos formas de llevar a cabo un ejercicio crítico, por un lado, la discusión puede concentrarse en el diseño arquitectónico de un espacio público, el retorno de un pedazo del Campo Marte a Chapultepec, y la destreza creativa de los 40

arquitectos Julio Gaeta, Ricardo López y Luby Springall, cuyo profesionalismo técnico es indiscutible. No obstante, hablar de las vir tudes y/o defectos del proyecto implica, desde mi punto de vista, desviar la mirada de la discusión central: las víctimas. En ese caso la arquitectura funciona más como un espectáculo capaz de distraer la atención sobre lo importante, para centrar la mirada en las cualidades estéticas. Sin lugar a dudas, esa consideración implica que el memorial funcione principalmente como un dispositivo que produce olvido. El monumento construido es motivo suficiente para la discusión pública del memorial, su arquitectura toma un protagonismo que desvía la atención, como ha sucedido con el artículo “¿Por qué Peña Nieto no abre el memorial de las víctimas?” * del periodista Carlos Puig, donde la discusión sobre los derechos y la explicación de la guerra parece haberse desvanecido. La seriedad y el profesionalismo de Puig es también indiscutible, sin embargo, parece haber caído en la apreciación de un espectáculo arquitectónico que asume el papel de velo, y no de espacio para la remembranza. Encuentro, por lo tanto, inútil hablar de las formas o de la arquitectura y su capacidad de distracción pública, y no del significado del memorial. Como consecuencia, la segunda opción para ejercer una crític a sobre la obra arquitectónica es, exclusivamente, abordar el significado del monumento. Pero ¿hablar del significado me permite hacer una crítica arquitectónica?, y en particular, ¿una crítica sobre la estética arquitectónica? Si regresamos por un momento a la figura hipotética de la tumba que el Estado le entrega a la familia de una persona desaparecida, podríamos atribuirle al memorial una carga simbólica que no resuelve el tema de la desaparición, pero sí devela intenciones del Estado y aunque se trate de una bellísima obra funeraria su significado es de desprecio. Desde mi punto de vista, en un caso como éste, la discusión sobre el funcionamiento de la estética de la tumba se desfasa para dejar de atender los parámetros de la belleza en éstas, y se co loca en un lugar simbólico, en donde la tumba es el receptáculo de la frustración de la familia. El conocimiento que la familia adquiere a través del significado de la tumba es de desprecio por parte del Estado. De esta manera, se construye un afecto, en e ste caso, muy probablemente, de dolor y desamparo. Desde esta óptica, la estética de la tumba, entendida como un conocimiento que produce afectos, funciona como un dispositivo que instaura terror. De la misma forma, el monumento de las víctimas de la viol encia tiene como significado la indiferencia del Estado, la incapacidad institucional de aplicar la ley y la imposibilidad social de acceder a la justicia, los afectos que produce son de frustración ante la impotencia, pero sobre todo produce miedo de vern os en una situación de riesgo sabiendo de antemano la dificultad que existe para tener acceso a la justicia. Con este punto de vista, al igual que la bella tumba de un 41

desaparecido, el arquitectónicamente correcto memorial instaura el terror. Esperemos que la apropiación social del memorial en el transcurso del tiempo nos permita reescribir su significado, pero por lo pronto el signo es símbolo y el terror es memorial. n

Arturo Ortiz Struck. Arquitecto. Realizó una maestría en Investigación Urbano Arquitectónica en la UNAM.

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http://www.milenio.com/cdb/doc/impreso/9174148

VIOLENCIA 2007-2011. LA TORMENTA PERFECTA Alejandro Hope En 2007 se calificaba a la primera generación del siglo XXI mexicano como la más pacífica en la historia del país. En los siguientes 48 meses se triplicó el número de asesinatos y en algunas regiones la violencia alcanzó rangos cercanos a los de una guerra civil. En el siguiente ensayo Alejandro Hope explora las circunstancias nacionales e internacionales que detonaron un infierno nunca antes visto. Algo nos pasó. De ello no hay duda. Entre 1990 y 2007 la tasa de homic idios se redujo a la mitad. La primera generación del milenio apuntaba a ser la más pacífica de la historia de México. Apuntaba, claro, hasta que vino la explosión: en brutal cambio de tendencia, los asesinatos se triplicaron en apenas 48 meses. Homicidios en 2007: ocho mil 867. Homicidios en 2011: 27 mil 199. La tasa pasó de un moderado nueve por 100 mil habitantes a un escandaloso 24. De acercarnos a niveles estadunidenses a tener un perfil de violencia casi idéntico al de Brasil. Con regiones en tonalidades hondureñas. Con subgrupos de población enfrentando probabilidades de muerte violenta dignas de guerra civil. Todo en cuatro años. ¿Y que fue ese algo? A la fecha se han ensayado no menos de una decena de teorías para explicar el ascenso geométrico de violencia homicida entre 2007 y 2011. Cada una posee buenas dosis de sabiduría, cada una resulta insatisfactoria por sí misma. Tal vez no haya algo que sea el algo. Tal vez no haya respuesta 42

única, elegante, simétrica. Puede ser que no fue algo sino todo, u na confluencia inusual de demonios, el Ingrid y Manuel y Gilberto y Stan de las balas. La tormenta perfecta. Las casas en las laderas En el principio, todo es estructura. Social, de arranque. Con alta probabilidad la pobreza, la marginación, la falta de o portunidades de empleo y la desigualdad social son criminógenas. Tener un ejército de desempleados y ninis, de hombres jóvenes sin mucho que hacer ni mucho que esperar, ciertamente no ayuda en una crisis de seguridad. Sin embargo, la relación entre indica dores socioeconómicos e incidencia delictiva no es mecánica: algunos de los estados más pobres del país son también los más seguros (Yucatán, por ejemplo). De hecho, existe alguna evidencia de que el desarrollo económico puede generar incrementos en la inc idencia delictiva. 1 Cualquiera que sea el efecto de variables sociales sobre el delito violento, no son una explicación satisfactoria de la curva ascendente de los últimos años: no hay cambios suficientes en los niveles de pobreza, desempleo o marginación entre 2007 y 2008 para producir un vuelco radical en una larga tendencia histórica. Algo similar vale para la estructura institucional. Nadie duda de las debilidades del aparato de seguridad y justicia. Sí, la impunidad es casi universal. Sí, las policías son una mezcla perfecta de corrupción e incompetencia. Sí, el Ministerio Público es presa de incapacidad consustancial. Sí, las prisiones son zona de desastre. Pero nada de eso es nuevo. En 2002 el ICESI ubicaba ya la tasa de impunidad en 94%. 2 En 2004 había 35% más reos que espacios en los reclusorios. 3 No es imposible que haya habido un deterioro adicional del sistema en la última década, pero, si ocurrió, fue gradual. No parece explicación suficiente para un cambio abrupto de tendencia. En resumen, es muy probable que diversos factores estructurales hayan tenido un impacto sobre la evolución de los indicadores de violencia en el periodo 2007 -

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2011. Sin embargo, probablemente fueron más aceleradores que detonadores primarios del proceso. La presión barométrica Si no fueron la pobreza ni las carencias institucionales ni el narcotráfico los causantes de nuestro huracán (metafórico), ¿qué pudo haberlo sido? Una primera respuesta (tentativa): cambios en el entorno internacional. Va un dato poco conocido: entre el primer trimestre de 2007 y el cuarto trimestre de 2008 el precio al menudeo de la cocaína se duplicó en Estados Unidos, de acuerdo a información de la DEA. 4 Ese inusual disparo de precios no tiene causa única, pero muy probablemente sea consecuencia, en lo fundamental, de un cambio en la política colombiana de combate al narcotráfico. A partir de 2006 el gobierno del presidente Álvaro Uribe empieza a concentrar recursos en la interdicción de flujos de cocaína, por encima de la erradicación de cultivos ilícitos. Los decomisos de cocaína en Colombia aumentaron 60% en apenas un año. A menor droga, mayor precio a lo largo de la cadena. Y, en condiciones de baja elasticidad-precio, eso implica mayor renta criminal y, por ende, razones más poderosas para disputarla a balazos. Esto no es simple especulación: en un trabajo reciente Daniel Mejía, Pascual Restrepo y Juan Camilo Castillo, investigadores de la Universidad de los Andes, encontraron una correlación estadística robusta entre incautaciones de cocaína en Colombia y homicidios en México (sujeta a algunas condiciones). 5 Además, mientras la reina de la s drogas se encarecía, las armas se abarataban. Como es bien conocido, Estados Unidos eliminó en 2004 la prohibición de la 44

venta de rifles de asalto. El resultado: un aumento de la disponibilidad y uso de armas de grueso calibre en México, particularmente en comunidades fronterizas. Esto, de nuevo, no es mera elucubración. Dos trabajos académicos recientes llegaron, de manera independiente y con estrategias metodológicas distintas, a la misma conclusión: el reinicio de la venta legal de rifles de asalto en Estados Unidos explica parcialmente el incremento de la tasa de homicidios en México. 6 Junto con las armas, Estados Unidos exportó a algunos de los hombres dispuestos y capacitados para utilizarlas. Entre 2002 y 2008 el número de ex convictos repatriados de Estados Unidos se incrementó 35%. Ese fenómeno puede haber generado un incremento de la incidencia delictiva en las comunidades receptoras, particularmente en la zona fronteriza, aunque en este caso resulta difícil evaluar la magnitud del impacto. Todo esto, al tiempo en que los controles fronterizos estadunidenses se apretaban, como producto rezagado del 11 de septiembre. Entre 2001 y 2008 el número de agentes de la Patrulla Fronteriza prácticamente se duplicó. 7 Su presupuesto siguió una trayectoria similar en el mismo periodo. En resumen: más hombres, más armas, más renta criminal, más ries go en las operaciones de contrabando. Cumulus nimbus En paralelo, las nubes se ennegrecían en el submundo criminal. Con alta probabilidad, las tensiones entre y al interior de las organizaciones criminales iban al alza desde el final de la administración Fox. Desde 2005 los cárteles del Pacífico y Juárez estaban en conflicto abierto, producto de sendos asesinatos de hermanos de Joaquín Guzmán Loera, alias El Chapo, y Vicente Carrillo Fuentes, alias El Viceroy. 8 Ese mismo año el Cártel del Pacífico intentó infructuosamente desplazar al Cártel del Golfo en Nuevo Laredo y otras poblaciones de Tamaulipas, lo cual motivó un operativo federal amplio, denominado “México Seguro”. La ruptura de la Familia Michoacana con el Cártel del Golfo y los Zetas se produjo igualmente en 2005 y 2006. Asimismo, la violenta reacción de Arturo Beltrán Leyva ante la detención de su hermano Alfredo en enero de 2008 habla de la existencia de un conflic to previo con sus socios del Cártel del Pacífico. 9 Los conflictos entre grupos criminales no son cosa nueva, pero éstos no eran los narcos de antaño. Como documenta Guillerm o Valdés en su reciente libro, las organizaciones del narcotráfico se habían militarizado desde finales de los noventa, al tiempo en que ampliaban su presencia territorial y diversificaban sus 45

fuentes de ingreso. 1 0 En esas circunstancias, se volvía probable que (como eventualmente sucedió) las disputas escalasen en intensidad y se extendiesen a buena parte de la geografía nacional. Vientos huracanados Las nubes tormentosas se tornaron en huracán con los cambios en la política de seguridad instrumentados por el gobierno del presidente Felipe Calderón. En términos prácticos, cinco medidas específicas pudieron haber incrementado involuntariamente los niveles de violencia: a. Despliegue masivo de fuerzas federales: a solicitud de diversos gobernadores, empezando con el de Michoacán, el gobierno federal inició, a partir de diciembre de 2006, operativos conjuntos de las fuerzas armadas y de la Policía Federal en diversos puntos del territorio. Según algunos análisis, existe una correlación robusta entre el inicio de los operativos conjuntos y el disparo de violencia en los estados involucrados. 1 1 Sin embargo, el mecanismo causal no está claro. Fernando Escalante sugiere que la presencia de elementos federales pudo haber roto arreglos preestablecidos entre autoridades locales y grupos delictivos. La teoría no es descabellada, pero se requiere más investi gación sobre el tema. b. Incremento del número de agencias involucradas en el combate al narcotráfico: durante décadas, la Procuraduría General de la República (PGR) fue la dependencia líder en el combate al narcotráfico. Las fuerzas armadas tenían roles auxiliares, acotados en lo fundamental a tareas de erradicación y decomiso. El crecimiento acelerado de la Policía Federal a partir de 2006 y la participación más activa del Ejército y la Marina en la persecución de delincuentes transformó ese panorama: la PGR se volvió una agencia más entre muchas involucradas en el combate al narcotráfico. Ello pudo haber tenido un efecto desequilibrante en las relaciones entre el Estado y el narcotráfico: al no existir ya un punto focal para la persecución de las bandas, posiblemente dejó de tener sentido, desde la perspectiva de los narcotraficantes, la corrupción sistémica. Si bien ese fenómeno pudo haber servido hasta cierto punto para proteger la integridad de las instituciones, pudo también haber orillado a los delinc uentes a un uso más intensivo de la violencia. c. Decapitación de organizaciones delictivas: a partir de 2007 el gobierno federal instrumentó una política activa de decapitación y desmembramiento de las bandas del narcotráfico. En espacio de cinco años se logró la captura o abatimiento de 23 de los 37 principales dirigentes de los cárteles, además de un número no cuantificado de operadores medios. En términos generales, una política de decapitación como la implementada puede conducir a la violencia por tres canales: 1) provocando una disputa sucesoria al interior de la organización; 2) 46

incentivando la ruptura de mandos medios y la creación de nuevas organizaciones; 3) generando vacíos que pueden ser aprovechados por grupos rivales. 1 2 Es posible que los tres fenómenos se hayan presentado en diversos casos. 1 3 d. Interdicción marítima y aérea más i ntensa: tradicionalmente, la cocaína entraba a territorio nacional por puertos marítimos o en vuelos clandestinos, provenientes de Colombia. Esos métodos se vieron trastocados a finales de 2007 y principios de 2008: primero, por la intercepción de dos gran des embarques (37 toneladas en total) en Manzanillo, Colima y Altamira, Tamaulipas, en octubre de 2007; segundo, por la decisión del gobierno federal, en enero de 2008, de obligar a las aeronaves privadas provenientes de Centro y Sudamérica a aterrizar, pa ra fines de inspección, en Cozumel o Tapachula. Esa combinación pudo haber tenido el efecto de desviar los flujos de cocaína hacia la frontera con Guatemala y, por tanto, alargar las rutas terrestres en México. Con rutas más largas, probablemente creció el número de bodegas intermedias y de transportistas, intensificando la necesidad de control armado en más zonas del país. e. Incremento en el número de extradiciones a Estados Unidos: según datos de la Secretaría de Relaciones Exteriores, el número de perso nas extraditadas de México a Estados Unidos pasó de 12 en 2006 a 107 en 2009. Entre los extraditados del periodo 2007-2010 se cuentan algunos de los principales dirigentes del narcotráfico en México, como Osiel Cárdenas Guillén, Benjamín Arellano Félix y Vicente Zambada Niebla. Ese cambio en la política del gobierno pudo haber intensificado la violencia por tres vías: 1) eliminando el control que algunos de esos dirigentes ejercían sobre sus organizaciones desde cárceles mexicanas; 2) aumentando los riesgos de captura y con ello la disposición a la violencia preventiva (contra rivales, informantes potenciales, etcétera); 3) convirtiendo a algunos capos en informantes de la justicia estadunidense y generando con ello disputas internas en las organizaciones. Por supuesto, no todo es responsabilidad del gobierno federal. Los gobiernos estatales contribuyeron a la crisis con una cauda radical de negligencia. En más de un caso simplemente abandonaron la plaza, impulsados en parte por la presencia de fuerzas federales. 1 4 Frente al huracán y con algunas notables excepciones, agacharon la cabeza, a la espera de que el policía de última instancia (el gobierno federal) los sacara del embrollo. La teoría de la tormenta perfecta

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En resumen, para finales de 2007 existían condiciones para una tormenta perfecta: disputas crecientes en el submundo criminal, incremento de los precios de la cocaína y una mayor disponibilidad de armas y hombres en el norte del país. En ese entorno, la mayor agresividad del gobierno federal en la persecución de los cárteles pudo haber sido el catalizador de un aumento extraordinario del número de homicidios en el segundo trimestre de 2008. A partir de ese punto es probable que la violencia se haya alimentado a sí misma. Para entender la mecánica de expansión, resulta útil recurrir a un concepto desarrollado por el criminólogo estadunidense Mark Kleiman: “ enforcement swamping”. 1 5 En principio, un delincuente potencial viola una ley sí y sólo sí el beneficio del acto es superior al castigo esperado. 1 6 El castigo esperado se obtiene multiplicando la severidad del castigo por la probabilidad del mismo. Así, si la pena por cometer un homicidio es 40 años de prisión y la probabilidad de recibirla es de 20%, el castigo esperado sería de ocho años, multiplicado p or el costo de oportunidad del delincuente. Si el beneficio para un delincuente de matar a una persona es igual o inferior a esa cifra, probablemente no lo cometa. Pero, ¿qué pasa si, por razones exógenas, el beneficio traspasa ese umbral? Asumiendo como constante la capacidad de castigo en el corto plazo, 1 7 el delincuente tenderá a cometer el homicidio y otros delincuentes harán lo mismo. Mientras más homicidios ocurran, me nor será la probabilidad de que cualquier acto en lo individual sea castigado y, por tanto, el castigo esperado tenderá a disminuir, generando con ello un incremento adicional en el número de homicidios. El mecanismo es un bucle de retroalimentación.

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Eso es previsiblemente lo que le ocurrió a México entre 2007 y 2011. Diversos hechos relativamente menores se concatenaron para producir un incremento en el número de homicidios en el segundo trimestre de 2008. Como creció el número de homicidios, bajó la probabilidad de que cualquier asesinato en lo individual fuera castigado. Hubo entonces más homicidios, pero ahora con refinamientos de crueldad. Como las autoridades estaban ocupadas con los cadáveres, crecieron los secuestros, los cuales generaron más secues tros. Entre homicidios y secuestros no había con qué atender la extorsión o el robo de vehículos. Más negocios fueron extorsionados y más vehículos fueron robados. Entre secuestros, robos y extorsiones se multiplicaron las víctimas mortales. El desorden en gendró desorden. Después del huracán Hasta que dejó de engendrarlo, claro está. La tormenta empezó a ceder hacia mediados de 2011. La curva de homicidios alcanzó su punto más alto en mayo de 2011. 1 8 A partir de entonces inició un descenso gradual, pero sostenido: 28 meses después se ha acumulado una caída cercana a 20% en el número de homicidios a nivel nacional. En algunas regiones la mejoría ha sido dramática: en Ciudad Juárez el número de homicidios en 2012 fue 75% menor al total registrado en 2010. No hay explicación única de esta inesperada disminución. Entre otras cosas, puede ser el efecto conjunto de: 1. Un aumento en las capacidades del Estado: entre 2006 y 2012 el gasto federal en seguridad y justicia se duplicó en términos reales. Resultaría sorprendente que ese incremento no hubiese tenido ningún efecto sobre la incidencia de algunos delitos. 2. Un cambio de tácticas: a partir de mediados de 2011 hubo un esfuerzo sostenido por detener a operadores en el segundo nivel de responsabilidad de los grupos criminales. La remoción de esos individuos pudo haber afectado las capacidades

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de comando y control de las bandas, sin crear los vacíos de poder que puede provocar la remoción de los líderes principales. 3. La demolición del grupo más violento: entre julio de 2011 y julio de 2013 fue detenido o abatido prácticamente todo el liderazgo de los Zetas. Esto no implica la destrucción de la banda, pero sí un debilitamiento sign ificativo. Sobre todo, tiene tal vez un efecto disuasivo sobre las demás organizaciones criminales: la que haga gala de brutalidad se convertirá en el foco de atención de las autoridades. 4. Menos ingresos criminales: entre 2006 y 2012 el número de usuario s de cocaína en Estados Unidos disminuyó 40%. 1 9 Además de menor volumen traficado, la disminución pudo haber redundado en menores precios ¿La consecuencia posible? Menor renta criminal y menos razones para matarse. Y, tal vez, la paz engendró paz. Una disminución puntual en el número de homicidios provocó que, en el margen, la probabilidad de sanción de cualquier asesinato creciera, generando por tanto una reducción adicional en el volumen de muertos, provocando a su vez mayor riesgo de castigo. La espiral de ascenso, invertida. ¿Entonces ya salimos de la crisis? ¿La caída es imparable, la pacificación un hecho consumado? No, ni de cerca. Por una parte, estamos aún al doble d el nivel de homicidios de 2007: falta aún largo trecho antes de cantar victoria. Por la otra, el homicidio no es todo. En otros delitos persiste una dinámica ascendente: este año impondrá un récord histórico en el número de secuestros denunciados. Si alguna enseñanza deja la gran tormenta de 2007 -2011 es que no hay nada labrado en piedra. Largas tendencias históricas pueden alterarse brutalmente de un momento a otro. Cierto, hubo una confluencia excepcional de condiciones adversas en 2007 y 2008. Pero, ¿ha y algo que impida una combinación similar en el futuro? En el principio todo es estructura. No podemos prevenir nuevas tormentas, pero sí podemos mitigar sus efectos destructivos: reformando nuestras instituciones de seguridad y justicia, transformando nu estra realidad social, impulsando un proceso civilizatorio amplio. Esta crisis nos dejó un tropel de víctimas. Ojalá nos deje también diques para contener la siguiente marejada. Referencias bibliográficas Bergman, Marcelo y Elena Azaola (2007): “Cárceles en México: Cuadros de una crisis”, Urvio, Revista Latinoamericana de Seguridad Ciudadana , núm. 1, Quito, Ecuador, mayo 2007, pp. 74-87. 50

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Alejandro Hope. Director de Política de Seguridad del IMCO.

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De Mauleón, 2010. De Mauleón, 2010. 10 Valdés, 2013. 11 Ver Escalante, 2011, y Merino, 2011. 12 Las disputas internas y las escisiones en cadena que siguieron a la muerte de los principales dirigentes del cártel de Beltrán Leyva en 2009 es tal vez el mejor 9

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ejemplo de esos procesos. 13 Existe un debate sobre el impacto de la política de decapitación en los niveles de violencia. Eduardo Guerrero, por ejemplo, ha argumentado que en 22 de 28 casos analizados la detención o abatimiento de un capo produjo un incremento de violencia en su zona de influencia (Guerrero, 2011). En cambio, Alejandro Poiré, en ese entonces secretario técnico del Gabine te de Seguridad Nacional, analizó 10 detenciones o abatimientos de capos y encontró que en siete no hubo un incremento del número de homicidios posterior al hecho (Poiré, 2011). 14 Hope, 2012. 15 Kleiman, 2009. 16 El beneficio de un acto criminal pued e ser material o psicológico. El modelo de “enforcement swamping” no requiere que los delincuentes sean plenamente racionales. Es suficiente que, en términos de sus objetivos y de la información limitada con la que disponen, decidan si pueden eludir un cas tigo que les pese más que el beneficio a obtener (cualquiera que sea). 17 En el corto plazo no se puede aumentar significativamente el número o la calidad de policías, agentes del Ministerio Público, jueces, tribunales, prisiones, etcétera. 18 Hope, 2012. 19 Ver http://www.samhsa.gov/data/NS DUH/2012SummNatFindDetTables/ NationalFindings/NSDUHresults2012.p df

DOS RETRATOS Y ALGUNAS CARTAS. ALBERT CAMUSLOUIS GUILLOUX Aberto Román Traducción y nota de Alberto Román Los textos que siguen provienen del epistolario Albert Camus-Louis Guilloux, 1945-1959, que Gallimard recién puso a circular con motivo del centenario del 53

nacimiento del argelino, en edición de Agnès Spiquel -Courdille. Como parte de su homenaje, la editorial francesa ha publicado otros dos libros inéditos de correspondencia, uno dedicado a las cartas de Francis Ponge y el otro a las de Roger Martin du Gard. El primero da cuenta de una amistad perecedera, tal vez condenada desde un principio por la posición de Camus ante el marxismo de Ponge (“Lo que es convicción religiosa en un católico en usted es convicción política. Ya sabe que no creo en el mundo político que usted espera. Y yo me encuentro a medio camino, menos feliz que todos ustedes, armado sólo con mi buena voluntad y un gran deseo de no hacer trampa”); el segundo despliega la admiración del autor de Los Thibault por el ánimo, la inteligencia, los libros del escritor más de treinta años menor que él. Entre Camus y Guilloux existen puntos de contacto que parecen explicar la intimidad alcanzada y sostenida sin falla: los orígenes paupérrimos (Camus, hijo de una sirvienta; Guilloux, de un zapatero), la ausencia de l padre (ambos muertos en la Gran Guerra), la presencia formativa de Jean Grenier (el maestro de filosofía de Camus en Argel y paisano de Guilloux, que antes de presentarlos en persona lo hará a través de sus respectivos libros), y la enfermedad. De Guilloux puede leerse en español la que se considera su obra maestra, La sangre negra (El aleph 2002, traducción de Ramón Buenaventura), novela que narra veinticuatro horas en la vida de un pueblito bretón el año de 1917, cuando la carnicería bélica está a punto de alcanzar su clímax, y en medio de un desfile no menos alucinante de personajes al límite de la descomposición. *

L A GRANDEZA DE LA VERDAD

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A LBERT C AMUS Casi todos los escritores franceses que hoy en día pretenden hablar en nombre del proletariado nacieron en una familia de posibilidades o con fortuna, lo cual no constituye un defecto en sí, el nacimiento es azaroso y no encuentro en ello nada bueno ni malo. Me limito a señalarle al sociólogo una anomalía y un objeto de estudio. Por lo demás, se puede intentar explicar esta paradoja sosteniendo, tal y como lo hace uno de mis amigos sabios, que hablar de lo que se desconoce acaba por ser un método de aprendizaje. De todas formas, uno puede tener sus preferencias. Por mi parte yo siempre he preferido que se dé testimonio, por así decirlo, hasta después de haber sido degollado. La pobreza, por ejemplo, le deja a los que la han vivido una intolerancia que apenas soporta habla r de cierta carencia que no obedezca al 54

conocimiento de causa. En los periódicos y los libros escritos por los especialistas del progreso, con frecuencia se aborda al proletariado como una tribu de costumbres extrañas y se habla entonces de él en una forma que le provocaría náuseas a los proletarios, si tan sólo contaran con el tiempo para leer a los especialistas e informarse de la buena marcha del progreso. Entre el elogio repugnante y el desprecio ingenuo resulta difícil saber qué es más insultante en esas homilías. ¿De verdad no se puede dejar de utilizar y degradar lo que se pretende querer defender? ¿Es necesario que la miseria sea robada siempre por partida doble? No lo pienso así. Por lo menos algunos, como Vallès y Dabit, han sabido encontrar el único lenguaje que convenía. Éste es el porqué admiro y amo la obra de Louis Guilloux, que no alaba ni desprecia al pueblo del que habla y que le restituye la única grandeza que no puede arrebatársele, la grandeza de la verdad. Este gran escritor, que ha seguido sus clases en la escuela de la necesidad, aprendió a juzgar sin melindres lo que es un hombre. Al mismo tiempo ha ganado con ello una especie de pudor que parece mal repartido en el mundo en que vivimos y que siempre le impedirá aceptar que la miseria del prójimo pueda ser un escalón, pueda ofrecer un cuadro pintoresco por el cual sólo el artista no tendría que pagar. D. H. Lawrence le atribuía con frecuencia a sus orígenes en una familia de mineros lo que había de mejor tanto en su persona como en su obra. Pero Lawrence y sus semejantes saben que, así como se le puede atribuir dignidad y excelencia a la pobreza, la sujeción que casi siempre la acompaña no hallará nunca justificación. Por encima de sus propios autores, sus obras condenan, y los libros de Guilloux no se sustraen a esta gran tarea. De La Maison du peuple, su primer libro, a Pain des rêves y Jeu de patience, todos son testimonio de una misma fidelidad. La infancia pobre, con sus sueños y sus revueltas, le han proporcionado la inspiración del primero y el último de sus libros. Nada es más peligroso que un tema así, a merced lo mismo del realismo fácil que del sentimentalismo. Pero la grandeza de un artista se mide por las tentaciones que ha debelado. Y Guilloux, que no idealiza nada, que pint a siempre con los colores más exactos y menos crudos, sin buscar jamás la amargura por sí misma, ha sabido darle al estilo los pudores de su tema. Ese tono único y puro, esa voz un tanto apagada que es la voz del recuerdo, dan testimonio por el narrador, v irtudes del estilo que son asimismo las del hombre. Se mide aún mejor la tentación vencida al ver a Guilloux tomar como tema único deCompagnons la muerte de un obrero. Juntas, la pobreza y la muerte forman una pareja tan desesperada que parecería que no s e puede hablar de ella si no se es Keats, de quien se ha dicho que era tan sensible que hubiera podido tocar con sus manos el dolor mismo. Lo cual no impide que en este librito, con el tono de los grandes cuentos de Tolstoi (aquí Ivan Illich se ha converti do en albañil), Guilloux no deje de mantenerse a la altura exacta de su modelo, sin degradarlo pero sobre 55

todo, sí, sobre todo, sin exagerarlo. Ni una sola vez el tono se magnifica. Y no obstante, desafío a que se lea este relato sin terminarlo con un nudo en la garganta. Guilloux sabe, como todos nosotros, que hay una tarifa de la muerte en nuestras bellas empresas municipales y que morir se ha convertido en un lujo que en verdad ya no puede permitirse. Pero no es de eso de lo que habla; no se encontrará una sola queja en Compagnons. Jean Kernevel, por el contrario, parece morir feliz. Sencillamente, ante esa alegría inexplicable que lo invade unos instantes antes de morir, no expresa más que una especie de sorpresa torpe, como si esa alegría estuviera fuera de lugar. “¿Qué tengo”, dice entonces, “qué tengo?” Para qué decir más, en efecto. La alegría exige una disposición para la cual la pobreza prepara menos bien que para la muerte silenciosa. Dicho esto, traicionaría a Guilloux si hiciera creer que él es únicamente el novelista de la pobreza. Un día hablábamos de la justicia y la condena: “La única clave”, me decía, “es el dolor. Por el dolor es que el más temible de los criminales conserva una relación con lo humano”. Y citaba una frase de Lenin, durante el sitio de Leningrado, cuando quiso que participaran en el combate prisioneros de derecho común: “No”, protestaba uno de sus compañeros, “con ellos no”. “No con ellos”, respondió Lenin, “sino para ellos”. En otra ocasión, Guilloux observaba, a propósito del humor temible de uno de nuestros amigos, que el sarcasmo no forzosamente era un signo de maldad. Le respondí que de todas formas no podía pasar por signo de bondad: “No”, dijo Guilloux, “pero sí del dolor que sienten los otros y en el que no se piensa jamás”. Retuve esas palabras que pintan de cuerpo entero a su autor. Pues Guilloux piensa casi siempre en el dolor de los otros y ésta es la razón por la que, ante todo, es el novelista del dolor. Las más miserables criaturas de La sangre negra, a los ojos de su autor, tienen una excusa en el sufrimiento de vivir. No obstante, uno siente que ahí dolor no es desesperación. La sangre negra llevaba una fajilla desesperada: “La verdad de esta vida no es que uno muera, sino que uno muere robado”. Y no obstante, este libro tenso y desgarrador, que a sus espectros miserables mezcla criaturas del exilio y la derrota, se sitúa más allá de la desesperación o de la esperanza. Con él nos instalamos en el corazón de esas tierras ignotas que los grandes novelistas rusos intentaron explorar. Y en verdad, ¿hay un solo gran artista que no haya emprendido ese camino por lo menos una vez? Allá los seres se precipitan a su final solitarios y confundidos, a la vez que idénticos e irremplazables. Colocados más allá de la justifica ción, se apartan entonces con la fuerza de la vida, lo bastante parecidos a nosotros para que los reconozcamos, pero rebasándonos, agrandados por el sufrimiento que fija sus actitudes en nuestra memoria y los hace, finalmente, ejemplares: tales son las gra ndes imágenes de la compasión. Ése es el gran arte de Guilloux, que no utiliza la miseria de todos los días sino para iluminar mejor el dolor del mundo. Lleva a sus personajes hasta el tipo universal, pero haciéndolos pasar primero por la realidad más humi lde. Yo no conozco otra definición del arte, y si en la actualidad tantos escritores parecen dispuestos a 56

separarse de ella, es porque resulta más fácil asombrar que convencer. Guilloux se privó de esa facilidad. Su gusto casi desordenado por los seres, la dilatada confrontación que sostiene con un mundo interior colmado de personajes, lo llevaron de manera natural al arte más difícil. Para mí, que acabo de releer todos sus libros, no hay ninguna duda de que esta obra no tiene comparación con ninguna otra. Pero aún no he hablado de La Maison du peuple, el primer libro de Guilloux. Jamás he podido leerlo sin el corazón en un puño: lo leo con recuerdos. Me habla sin cesar de una verdad que, a pesar de los profesores de filosofía y estrategia, sé que pasa por encima de los imperios y de los días: la verdad del hombre solo presa de una pobreza tan desnuda como la muerte: “Con sólo escuchar el silbido de las locomotoras, él sabía si iba a llover”. He releído tantas veces este libro que oraciones como ésa son las que me acompañan ahora que he vuelto a cerrarlo. Me aclaran al personaje del padre, cuyos silencios y revueltas me sé de memoria. A ese padre, tan retraído, lo siento entonces en concordancia con el mundo, como en los días de su juventud, cuando iba a baña rse con su mejor amigo. Ese mismo amigo que en mi memoria ha llegado a ocupar un sitio en apariencia desproporcionado. Pero él vive en mí por su ausencia, y nada más porque en una oración Guilloux anota que su padre lo perdió de vista después del regimiento, sin que podamos saber si eso fue duro o no. Hermoso ejemplo del arte indirecto con el cual Guilloux hace sentir hasta dónde la miseria le quita sus fuerzas a las pasiones que le resultan ajenas. Un exceso de pobreza reduce la memoria, diluye el aliento de las amistades y los amores. Con quince mil francos al mes y la vida encerrada del taller, Tristán ya no tiene nada que decirle a Isolda. El amor también es un lujo, ésa es la condena.

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Pero yo no quiero reelaborar a grandes rasgos lo que en este libro s e sugiere constantemente. Sólo quería decir que sostengo un largo trato con él y que es de esos libros que se transforman en el recuerdo sin agotarse jamás. En todo caso, hace más de veinte años que prosigue su vida en algunos corazones, beneficiándolos, lejos de su autor que no lo sabe lo suficiente. ¿De cuántos libros podría escribir esto hoy en día sin mentir, y cuáles de nuestras obras proporcionarán jamás una ocasión tan pura para admirar su arte y amar a su autor? *

P ARA HABLAR DE A LBERT C AMUS

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L OUIS G UILLOUX Para hablar de Albert Camus mostrando cómo era familiarmente habría que tener la misma espontaneidad que él, la misma desenvoltura y el mismo espíritu juvenil. Lo conocí en 1946 a través de Jean Grenier. Él tenía entonces treinta y tres años. Yo había leídoEl extranjero, El mito de Sísifo, sus editoriales de Combat. Poco antes de nuestro primer encuentro Jean Grenier me había escrito preguntándome qué pensaba de su antiguo alumno. Debo haberle respondido que me gustaba y admiraba mucho todo lo que conocía de él. Una mañana del verano de 1945 me crucé con Gaston Gallimard en la escalera de la Nouvelle Revue Française; él me tomó del brazo y me dijo “Me parece que quieren conocerlo allá arriba”. Me llevó hasta la oficina de Albert Camus. El antiguo alumno y el “buen maestro” se encontraban ahí. Nos fuimos a tomar un trago a La Frégate. Así conocí a Albert Camus y bebí con el “buen maestro” y él el primer trago de nuestra amistad. Camus se refería a Jean Grenier como el “buen maestro”: “¿Qué diría el ‘buen maestro’? ¿Qué piensa al respecto el ‘buen maestro’? ¿Cómo está el ‘buen maestro’?”. Lo llamaba también “el iniciador”.

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Durante quince años nos vimos con frecuencia y en algunas temporadas fuimos vecinos. ¿Cómo escoger entre tantos recuerdos, cómo hacer para no falsear al intentar mostrarlo en su presencia amistosa, familiar? Tenía todos los dones, incluidos los de la juventud y la libertad. No era difícil quererlo. Uno se sentía bien con él. Se reía mucho. Adoraba las bromas, incluso las payasadas y hasta los albures. Iba a verlo con frecuencia a su oficina al final de la jornada y me lo encontraba dictándole su correo a Suzanne Labiche. Respondía todo su correo, que era abundante. Una vez terminado el correo, salíamos juntos y nos íbamos a cenar a su casa, rueMadame, con Francine y los niños, Catherine y Jean, a quienes me presentó como la Cólera y la Peste, respectivamente... O cenábamos fuera, con Vivette Perret, Jean Bloch-Michel, Jean Daniel, Brisville. Era muy divertido. Me parece que en 1948 algunos de nosotros fuimos invitados por los Movimientos de la Juventud para pasar una temporada en Argelia, en Sidi Madani, a unos cuantos kilómetros de Blida. Nos instalamos en un hotel cerca del cañón de la Chiffa. Yo acompañaba a Brice Parain, Pierre Minet, Mohamed Dib, el amabilísimo Louis Parrot, tan valiente frente a la enfermedad y que también ha muerto. Como Albert Camus se encontraba en Argel fue a pasar unos días con nosotros y nos fuimos a Tipaza en automóvil. Es un gran recuerdo. Camus apenas si hablaba, estaba simplemente feliz. Lo estoy viendo sentado sobre una piedra, sonriente, mientras pasa entre los dedos una hierba. En ese mismo hotel nos pasamos toda una noche cantando. ¿Qué? Canciones de las calles, L’Hirondelle du Faubourg, Viens Titine. Se trataba de saber quién se acordaba más de las canciones viejas que habíamos escuchado en la calle. Esa noche nos divertimos como enanos. La inocencia, la gracia de aquel las viejas canciones de amor nos encantaban. Después fui con él a Belcourt, a la casa familiar, donde conocí a su madre, una encantadora señora ya grande, una gran señora. Lo bueno de Albert Camus es que a donde fuera era él mismo, sin dobleces, siempre ce rcano, dando siempre buena cara a lo que fuera, incluso en Leysin, donde la tuberculosis lo obligaba a reposar al lado de Michel Gallimard, y en donde pasamos una tarde inolvidable tratando de hacer confesar al buen Lehmann, que los atendía con tanto cariño, un secreto que quería mantener a salvo. Cosas así pueden parecer baratijas. Pero no lo son. Como tampoco lo es la imagen de Albert Camus y Michel Gallimard, en otra ocasión, en Sorel, sentados en una barca a la mitad del río, tocados con grandes sombrer os de paja mientras pescaban con apariencia de faquires y regresando al mediodía felices por haber pescado un bagre… Detengámonos aquí por el momento. ¿No decía él mismo que el arte es no insistir jamás? La última publicación en vida de Albert Camus fue su prefacio a la reedición de Îles de Jean Grenier. Jean Grenier es de Saint Brieuc. Pero no sólo por eso Albert Camus resulta cercano a nuestra ciudad. Su padre, Lucien Camus, está enterrado en el cementerio Saint-Michel. Lucien Camus, soldado del primer 59

regimiento de zuavos, fue herido de gravedad al final de la batalla del Marne; atendido, murió en el hospital del Sagrado Corazón, rue Saint-Benoît, y fue inhumado en el lote de los soldados. En el mismo momento en que los amigos de Albert Camus lo acompañaban al cementerio de Lourmarin, luego de su fatal accidente, las autoridades municipales de Saint -Brieuc llevaban flores a la tumba de su padre. Todos los que querían a Albert Camus sentirán profundamente este gesto piadoso. Y para conservar ese testimon io es que recuerdo esto, así como para establecer su vínculo con nuestra tierra. Otros se encargarán del homenaje al gran escritor, sin lugar a dudas uno de los hombres grandes de nuestro tiempo. Ante el destino horrible que lo priva de su combate y de la reflexión de madurez, no podemos, en la desgracia, sino inclinar la cabeza. *

T RES CARTAS 12 de septiembre [1946] Querido Guilloux, la culpa es mía, pero las cosas no van bien para mí. Regresé de Estados Unidos con el único deseo de ponerme a trabajar. Sa lí de París rumbo a la Loire y trabajé como un forzado durante un mes. Al final terminé La peste. Pero tengo la idea de que este libro es completamente fallido, que pequé por ambición y este fracaso me resulta muy doloroso. Me lo guardo como algo un tanto repugnante. Parto sin duda al final del mes (hacia el 20) para África del Norte y regresaré el 10, pero no tengo ninguna gana. Y lo mismo con todo. Quisiera salir definitivamente de París y vivir en el campo, para pensar y trabajar si pudiera. Aparte de eso, no tengo ningún otro deseo. Pero está la cuestión del bistec. En fin, tal vez conozca usted este tipo de situaciones. Y más vale hablar de otra cosa. Por lo que toca a los anónimos, todavía no recibo ningún texto. 3 La gente está entusiasmada por el proyecto, pero supongo que la idea de su personalidad es más fuerte. Insisto con los culpables y espero. También espero su carta sobre Palante 4 y en cuanto la tenga haré trabajar el volumen. No olvide que espero la crónica, sencilla o doble, para mi colección. No sé de qué libro sobre Azef quiere hablar usted. ¿No es el de Romain Goul, Lanceur de bombes? ¿No me dijo que ya lo había leído? Si se trata de otra cosa, dígamelo con detalles y se lo enviaré de inmediato. El Savinkov es apasionante. ¿Aceptaría prologarlo subrayando el problema del 60

asesinato y nuestra actual incertidumbre? Podría ser un muy buen volumen para nuestra colección. 5 No le he escrito a Grenier y no sé por qué. Jamás ha sabido la profunda amistad que le tengo. Y no es un silencio como éste el que le ayudará a saberlo. ¿Tiene su dirección actual? Guilloux, Louis: me encantaría verlo. Pero en este momento debe estar lloviendo demasiado en su tierra y yo lo que tengo son ganas de sol y satisfacción. Así que venga cuando pueda. En cuanto a su hija, me imagino que es una cuestión de dinero. Puedo adelantárselo si quiere. Son cosas que uno acepta sencillamente cuando vienen de un amigo. Por lo demás, podría escribir algunos editoriales para Combat (tres páginas mecanografiadas a doble espacio como máximo) que le pagarían a tres mil francos cada uno. Espero sus respuestas o de preferencia a usted mismo. Saludos a su mujer y a su hija. Y para usted mi afecto leal, Albert Camus. PS. No voy a África del Norte. Me lo prohíbe mi médico porque en este mo mento me tratan un neumotórax que tengo desde hace cuatro años y me ordena precauciones durante varios meses.

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Lunes 16, septiembre de 1946 Queridísimo Camus, creo conocer bien el tipo de dificultades por las que atraviesa después de La peste, y sé que es muy difícil arreglárselas. Situaciones particularmente desagradables y sin salida sobre las que no hay modo de influir y que a mi entender son prueba suficiente de que el “poeta” se la juega en cada empresa seria que acomete. Según yo, y de acuerdo con lo que he vivido, la mejor política en esta materia es la política del dejar hacer. No tengo la intención de hablarle largo sobre un tema que le resulta penoso, temo también decirle cosas que no se ajustan de ninguna 61

manera a su propia experiencia (nos hallamos aquí en un asunto ultradifícil y delicado), pero de todas maneras me parece que esta actitud de desafecto e impugnación contra una obra, en la misma medida en que pertenece al movimiento de esa obra, quiero decir, en la medida en que es una conti nuación de ese movimiento y en consecuencia participante del mismo, no debe ser considerada por separado. La mejor práctica consistiría, tal vez, en interrogarse sobre esa impugnación, considerarla desde entonces como una materia nueva y propia, y volver sobre sus pasos hasta un punto de origen en el que (a partir del cual) todo podría recomponerse en orden. Esto es lo que le diría si me encontrara a su lado y es lo que me atrevo a escribirle, dándome perfecta cuenta de hasta dónde la escritura hace tiesa y casi pedante mi expresión. Algún día le contaré lo que me sucedió con La sangre negra (claro que después). Literalmente creí que iba a reventar. Me parece que la historia de cada obra con la que uno se ha comprometido a fondo merecería ser explorada, por lo menos con la misma profundidad. —Me siento muy cercano a usted en esta prueba. —Me importa que lo sepa. —Lo que me cuenta de su salud me inquieta. Entiendo que no pueda venir a Saint -Brieuc donde, si no llueve todos los días, de todas formas no hace un tiempo lo bastante seguro para que pueda aconsejársele que pase una temporada. Sin fiarle demasiado a los médicos, de todas formas hay que ser prudente. Yo viví algo así hace unos veinte años. No me hicieron un neumo, me enviaron a la montaña, de donde p or lo demás salí pitando y después todo pareció arreglarse; pero no estoy seguro de haber tenido completamente la razón y si pudiera volver a hacerlo, creo que sería más prudente y más obediente. ¡Cómo lamento no tenerlo aquí! Cada línea que le escribo en este momento se multiplica en mi espíritu con mil recuerdos e ideas que quisiera compartir con usted. París no es un lugar para vivir y sin embargo es el único posible en Francia. — Nociones contradictorias. Pero uno puede cuidarse aun en París a condició n de llevar su vida pendiente del movimiento de las manecillas del reloj. Me dice que piensa en abandonar París definitivamente. Muy bien, estoy de acuerdo con usted, pero cuidado con lo que pasará enseguida. Y eso merece reflexión. Me da horror repetirle que yo también pasé por ahí —y no obstante es un hecho, consecuencia de otro que es que yo le precedo por unos buenos quince años, me parece, en esta curiosa existencia. Ahora, es importante aprender lo más pronto posible a envejecer, y no tengo vergüenza al escribirle esto, pues yo no he aprendido nada al respecto. —¿El buen juicio no sería vivir en los alrededores de París, darse toda la distancia que sea necesaria, conservando todas las posibilidades de contacto al alcance del ferrocarril? El exceso de s oledad es un mal enorme; después de un tiempo, cuando uno vive en París la tentación es muy grande, pero la reclusión en los departamentos, la Siberia de las prefecturas, puede resultar no menos mortal.

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Todo lo que me escribe me da aún más ganas de ir a verlo a París, pero antes de poder partir necesito arreglar cierto número de cosas, la primera de las cuales es acabar la traducción de Steinbeck. No quiero de ninguna manera presentarme con Gaston [Gallimard] sin llevarle un manuscrito, aunque sea el de l a traducción, pues mi “novela” aún no está terminada. —Todavía puede llevarse unas semanas más. Pero es lo primero que tengo que hacer. Luego tendré que organizar el invierno de mis dos parroquianas. Por ahora, es de noche. Mi querido Camus, Albert: mucho me alegra la proposición que me hace de adelantarme el dinero que podría necesitar. No dude ni por un segundo que, si es necesario, se lo comunicaré. Gracias. Pero por el momento confío en la publicación de algunos cuentos y en la traducción de Steinbeck, aunque de ésta no sé dónde publicarla. En el pasado se acostumbraba, en la honesta corporación a la que pertenecemos, que los oros procedentes de la publicación de traducciones en las gacetas se entregaran directamente al traductor, sin que jamás el edi tor pudiera hincarles la uña. —Si tal es aún la situación, el Steinbeck bien podría darme suficiente dinero para que el invierno en el campo, en la montaña, no sé dónde, pero no a la orilla del mar, pueda asegurárseles a las dos antedichas. En ese caso, todo saldrá bien. En caso contrario, recurriré a usted. Y continuando con el asunto, ¿qué dice usted de proponerle esta traducción a Terre des hommes? Recibí una carta de Saillet. Me dijo que usted le había prometido algunos textos. —Por lo que respecta a Combat, mejor que mejor. ¿Pero no podrían enviarme el diario durante un tiempo para saber con más exactitud de qué tratan sus editoriales? Claro que podría comprarme el periódico en Saint -Brieuc; sólo estoy parloteando. Hablemos de Azef y de Savinkov. Sabía que encontraría apasionante la lectura de Ce qui ne fut pas y me alegra que piense en reeditar el libro. Con gusto lo presentaría, pero creo que el mejor hombre para hacerlo es Malraux, si logra que acepte. Subrayar la cuestión del asesinato, sí. Una cu estión muy importante para mí es la que precede a la voluntad de terrorismo en el propio terrorista, sobre todo en Savinkov. Durante largo tiempo tuve una fotografía de Savinkov (una foto de agencia: Savinkov ante sus jueces), cómo lamento haberla perdido. Naturalmente, usted conoce la continuación de la aventura, la lucha contra los bolcheviques, el fracaso, etc., y el suicidio (Savinkov se tiró por la ventana de la prisión). — ¿Habría que contar con algunos otros documentos al respecto para que saliera bien? —Otra cuestión es por qué el terrorismo no se ejerció nunca sino en un sentido, quiero decir: ¿por qué no se le ocurrió a Savinkov (y a los demás) lanzar sus bombas sobre el proletariado una de cada dos veces? Después de todo, no hay más razón para ahorrarles el atentado a los proletarios que voluntariamente aceptan su destino de la que existe para salvar a un gran duque. —Lo apasionante, también, sería buscar los periódicos de la época del proceso Azef en París. —Y a propósito de Azef, usted me habló de un volumen sobre el personaje, con por lo 63

menos una fotografía de él. Pero por más que hago esfuerzos de memoria no recuerdo el título. Todo lo que puedo decir es: un volumen con una fotografía de Azef. (El Lanceurs de bombes, que he leído y releído, no tiene ni una sola fotografía, lo que es de lamentar.) Como mi carta se alarga interminablemente, voy a responder de forma sucinta a las últimas cuestiones: la dirección de Grenier: la casa del padre Joseph Tarek, en Bécharré, Líbano del Norte. —Pero a menos que se envíe en avión ultrarrápido, a partir del 21 de septiembre hay que enviarle el correo así: Jean Grenier, Facultad de Letras. Universidad Farouk I. Alejandría. Palante: ¿será posible pensar en dos o tres fotografías? No sé por qué dudo tanto en escribir esa carta —hay algo que me da miedo. El buen juicio sería emprenderla al instante, en cuanto acabe con esta. ¿Conoce usted esa actitud en la que uno aguarda que el momento de empezar le sea señalado? Mi querido Camus, no volveré a leer mi carta. —Sepa que cuenta conmigo. Mi mujer y mi hija le mandan saludos, así como a los suyos. También yo. Mi afecto por usted es profundo. Me gustaría que pasáramos del usted al tú. —Hasta pronto. —Siempre Louis Guilloux.

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Jueves 24, octubre [de 1946] Querido Guilloux, respondí mal a su larga y afectuosa carta. Pero realmente aquello no avanzaba y ya sabe cómo es: cuando a uno no le gustan los sollozos, se hace uno concha, se mantiene tranquilo y espera que el tiempo pase. ¿Pasó? No estoy seguro. Pero he leído y releído su carta y me ha hecho bien. Por lo menos en un punto voy a seguir su consejo: en este momento trato de rentar una casita en el Vaucluse con la intención ya no de encerrarme ahí, sino de compartir mi tiempo entre París y ese retiro. Lo cual representa algunas dificultades materiales, pero las dificultades materiales no son lo importante. En cuanto a La peste, ya está pasada a máquina. La releeré en un mes, le añadiré lo que haga falta y se la enviaré para que me dé una primera y valiosa opinión. 64

Hablemos de usted. Estoy siempre dispuesto a ayudarle en la curación de su hija. Dicho esto, me parece que podría negociar, si me lo autoriza, la compra de la traducción de Steinbeck porCombat que sin duda pagaría por adelantado. (Saillet ya no está en Terre des hommes, que ahora harán jóvenes brillantes que no son, creo, de nuestro mundo.) Savinkov. Malraux rechaza hacer el prefacio. Si logro negociar los derechos y mandar rehacer una traducción (que Parain considera necesaria), me gustaría que usted hiciera el prefacio. Ahora buscan los documentos de los que usted hablaba. Entre tanto, le envío el libro del que le había hablado. Son los recuerdos del jefe de la Ojrana. Se trata del otro punto de vista y le divertirá (en la pág. 225 está la foto de Azef rodeado de terroristas barbudos y románticos. Azef parece un carnicero exitoso. Es el único con la frente oblicua). Palante. —Escríbame de inmediato la carta introductoria y echaremos a andar el asunto —cené ayer con una encantadora amiga de un amigo (Ju les Roy) que me habló con tanto entusiasmo y tino de La sangre negra que le prometí tus Souvenirs sur G. Palante. Por lo que toca al libro, pondremos todas las fotos que quieras. En la carta piensa, por lo menos durante tres líneas, en el tema de la colección. Y a propósito de La sangre negra, he vuelto a meter la nariz en sus páginas llevado por la amistad. Me dio vergüenza y me sentí muy chamaco. No conozco a nadie, hoy en día, que sepa hacer vivir sus personajes como tú lo haces. Ya no hay novelistas porque ya no escribimos con el corazón y el cariño. La vida de La sangre negra es la vida. En fin, me conmovió de principio a fin. Después de Palante, acaba rápidamente la novela. ¿Te dije que había ido a Lourmarin? ¡Tres días caminando por esas colinas y en esa luz con tanta alegría! Me olvidé de todo. Hay que ir juntos, ¿no? No me siento satisfecho y cabal sino bajo cierta luz. Lo que me persigue y me extenúa es la época. Ella es la que me impide tener la conciencia tranquila e ir hasta el límite de mis fuerzas. Habrá que solucionar este asunto. Porque después de todo, existen la luz, la pasión, la santidad, los gatos, la amistad, todas las cosas que no están en la historia y que son tan verdaderas como lo demás. Vi a Koestler aquí, hombre nervioso, inqu ieto, con el talento de los apocalipsis, aparte de ello susceptible y seductor. Como yo, cree que el genio no existe, pero se plantea el caso Malraux. Cree en el destino y las coincidencias. Escríbeme. Dime tus proyectos y en qué parte de ellos vas. Y no olvides a tu hermano. Con afecto para ustedes tres 65

Camus. Francine les envía a todos mucho cariño. n

1 Prefacio al volumen que reúne las novelas La Maison du peuple y Compagnons,

de Louis Guilloux. 2 Este texto condensa la participación de Guilloux en una emisión radiofónica con

un breve testimonio publicado el año de 1960. 3

Habla de una colección ideada por Camus con textos escritos anónimamente y pedidos ex profeso. La colección nunca se realizará. 4

Se trata de Georges Palante, filósofo que en la actualidad ha vuelto a poner en circulación Michel Onfray, quien lo califica de nietzscheano de izquierda. Palante fue maestro y amigo de Louis Guilloux y es el modelo de Cripure, el personaje principal de La sangre negra (Cripure, el odiado mote que castiga al pobre y extravagante maestro de provincia, deriva de la Crítica de la razón pura kantiana). La amistad acabó mal. Años después Guilloux escribió Souvenirs sur Georges Palante (cuya reedición se anuncia para abril del año próximo), para cuya versión ampliada Camus logró comprometer a Guilloux. El proyecto no fructificaría por las razones que el bretón explica en la que se conoce como la “carta Palante”, carta cuya extensión hace imposible reproducir aquí. 5

Se trata de un proyecto acariciado por ambos escritores en torno al terrorismo y los dilemas morales que plantea. Roman Bor isovich Goul escribió una “novela documental”, Lanceur de bombes (1930; Les nuits rouges 2012; existen versiones en español de la misma década de su aparición), sobre la vida de Evgueni Filippovich Azef (conocido como Evno), responsable del atentado en que perdió la vida el gran duque Serguei. Boris Savinkov es autor de El caballo amarillo y El caballo negro (Impedimenta), libros entre el diario y la ficción en los que cuenta, entre otras cosas, su vida como terrorista, así como de la novela Ce qui ne fut pas.

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EL PENSAMIENTO REBELDE Y LA HEGEMONÍA LIBERAL Roberto Breña A mi Jechu Después de la caída del Muro de Berlín, de la aparición en 1994 de El primer hombre (la novela inacabada de Camus que vio la luz 34 años después de su muerte), de la publicación en 1996 de la magna biografía de Olivier Todd ( Albert Camus, une vie), de la aparición en 2004 del libro de Ronald Aronson sobre la célebre disputa entre Camus y Sartre (cuyo subtítulo es The Story of a Friendship and the Quarrel that Ended it), de la lenta pero constante erosión que la figura de Sartre ha sufrido desde principios de los años noventa y, por último, de la revaloración que vivió hace un par de décadas El hombre rebelde (el extenso ensayo filosófico-político que Camus publicó en 1951), despué s de todo esto, decía, el autor de El extranjero, La peste y La caída se yergue en la actualidad como una de las grandes figuras del siglo XX. No sólo en el ámbito literario (un lugar que tenía asegurado desde hace tiempo, básicamente por las tres novelas mencionadas), sino también en el panorama moral, ideológico y político de dicha centuria. En este ensayo me limitaré a una sola faceta de Camus, la de ensayista político. Más concretamente, me referiré a algunas de sus principales preocupaciones sociopolíticas y a algunos aspectos de su trayectoria ensayística que nos ayudan a ubicar a Camus en el espectro político de su tiempo y que nos dan pistas para intentar ubicarlo en el espectro político del nuestro. Para lograrlo, la mejor guía es El hombre rebelde; sin embargo, son muchos los textos previos y posteriores a L’homme révolté que nos pueden ayudar en esta empresa. 1 Tengo en mente, en primer lugar, la serie de artículos escritos por Camus en 1939 para el periódico Alger républicain titulada “La miseria de Kabilia”, cuando tenía apenas 25 años. 2 En esta serie, que Camus recopilaría más tarde en Actuelles III, está presente “la cuestión social” en toda su magnitud: la indigencia en la que viven los argelinos que pueblan esa región, los salarios insultantes que reciben por su trabajo, la falta de asistencia pública, la inexistencia de institucio nes educativas y la explotación económica en términos generales. Estos textos reflejan el ansia de justicia social que acompañó a Camus toda su vida, así como su indignación ante una miseria humana que siempre consideró evitable (como queda claro, en este caso, en el penúltimo de los artículos, en el que plantea las medidas concretas para terminar con la degradantes condiciones de vida que describe con tanto detalle en los 11 artículos que integran “La miseria de Kabilia”). 67

Albert Camus nació el 7 de noviembre de 1913 en Argelia (en Mondovi, la actual Drean) en el seno de una familia muy pobre. De esta situación vital surgen en buena medida no solamente el ansia y la indignación que acabo de mencionar, sino también ese amor por Argelia que tantos sinsabore s le traería a partir del momento en que los argelinos comenzaron a buscar su independencia. Una búsqueda que Camus nunca aceptó, pues consideraba a Argelia su “verdadera patria” (vraie patrie), y que culminó con la independencia de ese territorio en 1962 (es decir, dos años después de su trágica muerte, acaecida el 4 de enero de 1960). 3 Durante la Segunda Guerra Mundial, Camus participó en la Resistencia en el periódico clandestino Combat, en el que escribió hasta 1947. Los temas que trató en sus artículos deCombat son muy variados: entre ellos, la reconstrucción moral y física de Francia después de la guerra y del régimen de Vichy, las responsabilidades del periodismo en dicha reconstrucción, el socialismo, la democracia y la bomba atómica. En un texto publicado en Combat el 27 de junio de 1945 se puede leer: “…decir que Francia necesita más una reforma moral que una reforma política es tan tonto como afirmar lo contrario. Necesita las dos, precisamente para impedir que se juzgue a una nación entera por los escandalosos beneficios de algunos miserables. Siempre hemos hecho hincapié, aquí, en las exigencias de la moral. Pero sería una estafa que estas exigencias sirvieran par a escamotear la renovación política e institucional que necesitamos”. 4 Entre los textos publicados en Combatdestaca una serie de ocho artículos que aparecieron en noviembre de 1946 bajo el título “Ni víctimas ni verdugos”; esta serie resume bien algunas de las preocupaciones políticas más importantes de Camus. Una vez terminado el terror de la guerra, nos dice, toca el tiempo de la reflexión y de la acción que, con base en esta reflexión, nos proyecte hacia el porvenir. Sin embargo, el terror puede continuar si admitimos el principio de que el fin justifica los medios, tal como lo hacen las ideologías 68

nihilista y marxista. Los socialistas franceses deben decidir cuanto antes s i renunciarán al marxismo como filosofía absoluta, lo que implica que también tienen que decidir el significado exacto de la “revolución” que propugnan o, dicho en otras palabras, si están dispuestos a darle al vocablo “revolución” un nuevo significado. Si es tiempo de utopías, piensa Camus, la única utopía que cabe plantear en la Francia de la posguerra se limita a una cosa: rechazar la legitimación del asesinato. En cuanto a la utopía marxista que plantean los socialistas franceses, también ésta termina l egitimando el asesinato; por lo tanto, es preciso elegir otra, “más modesta y menos ruinosa”. 5 Esta utopía no puede estar inspirada en el liberalismo (un pensamiento nacido e n los primeros años del industrialismo moderno), ni tampoco en el socialismo (básicamente porque acepta los planteamientos de Hegel y de Marx en el sentido de hacer de la historia un absoluto, convirtiéndola así en Historia). “El mundo tiene que elegir hoy entre el pensamiento político anacrónico y el pensamiento utópico. El pensamiento anacrónico nos está matando. Por desconfiados que seamos (y que yo sea), el sentido de la realidad nos obliga a volver a esta utopía relativa”. 6 En tiempos de la bomba atómica, de las mutaciones bruscas y del nihilismo, el pensamiento utópico tiene que buscar entonces nuevas opciones intelectuales e ideológicas. En el mundo post-Hiroshima, el pensamiento que necesita Europa es el de la reorganización mundial con miras a la paz antes que a cualquier otra cosa. En el futuro inmediato, advierte Camus, los países y sus constituciones valdrán en la medida que se ajusten a un orden internacional basado en dos factores: la justicia y el diálogo. En el último de los textos que integran “Ni víctimas ni verdugos”, insiste en una idea que será parte esencial de su pensamiento político hasta su muerte: la historia no puede ser absoluta (es decir, el hombre siempre debe mantener una parte de su ser y de su existencia fuera de ella, fuera de su alcance). Ya casi para terminar, Camus vuelve a la noción con la que comenzó esta serie de artículos: la división última en materia política es la que existe entre los hombres que aceptan ser asesinos y los que se niegan a serlo. Y concluye: “A través de los cinco continentes, y en los próximos años, va a continuar una lucha interminable entre la violencia y el diálogo, y la verdad es que las posibilidades de la primera son mil veces superiores a las de este último. Pero siempre he creído que si bien el hombre que espera en la condición humana es un loco, el que se desespera por causa de los acontecimientos es un cobarde. Y de ahora en adelante el único honor será el de mantener obstinadamente esta formidable apuesta que decidirá, al fin, si las palabras son más fuertes que las balas”. 7 En 1948, tres años antes de la publicación de El hombre rebelde, Camus tiene un intercambio con el escritor y político Emmanuel D’Astier de la Vigerie. Del intercambio, aquí me interesan solamente un par de precisiones que hace Camus respecto al capitalismo y al socialismo. En la primera de las dos respuestas, aclara 69

que el capitalismo al que se opone es al liberalismo que ha adoptado formas conquistadoras y que el socialismo que rechaza es el socialismo de conquista (o, como él escribe aquí, el “marxismo”). Para Camus ambas ideologías están caducas y, por lo tanto, son incapaces de resolver los desafíos que se plantean “en el siglo del átomo y de la relatividad”. 8 Ante la propuesta de su interlocutor de suprimir el capitalismo, Camus dice que le parece bien suprimirlo, si no fuera porque no se combate lo malo (el capitalismo) con lo peor (el marxismo) y porque la guerra que sería necesaria para suprimirlo seguramente sería la última. Enseguida, Camus afirma que cierto aspecto crítico del marxismo le sigue pareciendo válido y que Marx mismo, de vivir en esa época, seguramente reconocería que los datos objetivos del problema revolucionario habían cambiado: “Es que además Marx amaba a los hombres (los verdaderos, los vivos, y no los de la duodécima generación que a usted le resulta más fácil amar puesto que no están aquí para decirle cuál es la clase de amor que no quieren). Pero algunos marxistas no quieren ver que los datos objetivos han cambiado”. 9 En su segunda respuesta a D’Astier de la Vigerie, Camus se refiere explícitamente a un aspecto que poco después adquirirá enorme resonancia entre la intelectualidad francesa de la posguerra y concretamente entre los detractores de la Unión Soviética: los campos de concentración estalinistas (también conocidos como gulag): “Los campos formaban parte del aparato de Estado en Alemania, y forman parte del aparato del Estado en la Rusia soviética, usted no puede ignorarlo. En este último caso están justificados, parece, por la necesidad histórica”. 1 0 Un poco más adelante, ante la solicitud de D’Astier de la Vigerie de que redacte una carta dirigida a la prensa norteamericana sobre las ejecuciones de unos comunistas que habían tenido lugar en Grecia, Camus le dice que ya se ha manifestado públicamente al respecto y, a cambio, le solicita a su interlocutor que redacte una misiva pública dirigida a la prensa francesa (pues la prensa soviética no la publicaría) en la que tome posición en contra el sistema de los campos de concentración y en la que, además, solicite la liberación incondicional de los republicanos españoles que están prisio neros en Rusia. 1 1 El punto más alto que alcanza Camus como ensayista político en términos de extensión, de amplitud de miras y de profundidad es, sin duda, El hombre rebelde. 1 2 Este libro, publicado en plena Guerra Fría, es la referencia obligada para conocer lo que Camus pensaba sobre la desmesura de su tiempo; una desmesura cuyas principales características eran la sumisión a la Historia y la aceptación de los abusos, la violencia y hasta el asesinato que dicha sumisión conllevaba. El hombre rebelde es también el recorrido histórico-filosófico sobre la idea de revolución, pero de una revolució n que no conoce límite alguno y que no repara en los medios para obtener los fines que se propone; estos dos aspectos son los que establecen una diferencia radical entre la revolución y la otra noción que recorre todo el libro: la rebeldía. Para Camus, la primera característica del 70

hombre rebelde es su capacidad para negarse a ser tratado como objeto, para oponerse, para decir “no”. Esta rebelión no es de índole individual, pues la rebelión siempre se da en nombre de valores y de una dignidad que comparten todos los hombres (de aquí la conclusión a la que arriba Camus al final del primer capítulo del libro: “Yo me rebelo, luego somos”). Tanto el fascismo, como el nazismo y el comunismo, nos dice Camus, olvidaron lo que era la verdadera rebeldía. Aunque la fuente última de las tres ideologías mencionadas es la misma (el nihilismo moral), 1 3 en el momento en que Camus escribe El hombre rebelde el fascismo y el nazismo habían sido derrotados; su contienda es, pues, con la revolución rusa y, más concretamente, con el comunismo de mediados del siglo XX. Con Stalin la pretensión humana a la divinidad alcanza uno de sus puntos más altos; en opinión de Camus, esta pretensión se inició el 21 de enero de 1793 con la ejecución del representante de Dios en la tierra (Luis XVI). A este respecto, cabe señalar que el tratamiento que da Camus a la revolución rusa, al Estado soviético y al propio Stalin en El hombre rebelde en cierto sentido no corresponde con el tratamiento que da al autor a quien dedica más espacio en el libro: Karl Marx. Camus es muy claro respecto a la parte que le toca a Marx en la sustitución de Dios por un porvenir supuestamente inevitable y supuestamente liberador para todos los hombres. El fin de la historia que se desprende de los planteamientos marxistas es inaceptable, inimaginable incluso; no sólo no es un valor de ejemplo y de perfeccionamiento, como pretenden los seguidores de Marx, sino que en realidad constituye un principio de arbitrariedad y de terror. “El único valor del mundo marxista reside en adelante, a pesar de Marx, en un dogma impuesto a todo un imperio ideológico. El reino de los fines es utilizado, como la moral eterna y el reino de los cielos, con fines de mistificación social”. 1 4 La desmesurada ambición de Marx es parte fundamental de esa historia del orgullo europeo que Camus rastrea en El hombre rebelde y, a sus ojos, el utopismo marxista justifica parcialmente al régimen comunista. 1 5 No obstante, Camus reconoce un elemento que está en el fondo de toda la empresa marxista y que, desde su punto de vista, la enaltece: su exigencia ética. La denuncia por parte de Marx de la degradación e indignidad del trabajo industrial, su lucha contra la reducción de este trabajo a una mercadería y del trabajador a un objeto, su crítica a los privilegiados y a la propiedad como un derecho eterno y, por último, su postura inflexible frente a la manera en que la clase capitalista utiliza su poder reflejan, para Camus, su enorme dimensión moral.

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En última instancia, nos dice, la revolución es infiel al hombre en la medida en que se somete a la Historia; este sometimiento implica, como quedó dicho, olvidarse de las verdaderas raíces de la rebelión: el no consentimiento, la renuncia absoluta a ser cosificado, las reglas morales que construyen la dignidad común a todos los hombres y el rechazo a convertirse en asesino (o en cómplice de los asesinos). En nombre de todo lo anterior, el hombre rebelde debe oponerse a la revolución y a los revolucionarios. La lógica rebelde es una lógica de la libertad, pero de una li bertad que tiene límites en todas partes donde exista un ser humano. Ahora bien, se puede pensar que por evitar la violencia y el asesinato el hombre rebelde caerá en la sumisión y el silencio. Esto no es así, porque, plantea Camus, estas antinomias no exi sten más que en el ámbito de lo absoluto; en el mundo real, lleno de mediaciones de toda índole, es posible oponerse a la violencia y al asesinato. De hecho, el hombre rebelde lo hace constantemente, sin someterse a la Historia, a Dios o a la historia divi nizada y expresando abiertamente su oposición a los revolucionarios. “La revolución del siglo XX ha separado arbitrariamente, con fines desmesurados de conquista, dos nociones inseparables. La libertad absoluta escarnece a la justicia. La justicia absoluta niega la libertad.Para ser fecundas, las dos nociones deben encontrar sus límites la una en la otra”. 1 6 Al final de su extenso ensayo en favor de la rebelión y en contra del nihilismo y el comunismo, es claro que para Camus la revolución sin más límites que la supuesta eficacia histórica significa la servidumbre ilimitada. Ante esa ambición revolucionaria, también ilimitada, Camus plantea que Europa debe recuperar los límites que contiene la filosofía rebelde, so pena de que el espíritu europeo muera por inanición. Sólo así podrá el hombre ir más allá del nihilismo y del desorden que provoca la revolución del siglo XX: “La mesura, frente a este desorden, nos enseña que toda m oral necesita una parte de realismo: la virtud enteramente pura es mortífera; y que todo realismo necesita una parte de moral: el cinismo es mortífero”. 1 7 No cabe, pues, otra actitud y otro comportamiento, concluye Camus, que una rebelión que, en nombre de la mesura y de la vida, nos lleve más allá del nihilismo. La publicación de El hombre rebelde fue una carga de profundidad en el medio intelectual francés de comienzos de la década de 1950. 1 8 El resultado más inmediato, más palpable y con mayores consecuencias fue la disputa a la que dio 72

origen entre los dos intelectuales franceses más impor tantes de aquel momento (y tal vez de todo el siglo XX): Jean-Paul Sartre y el propio Camus. Este debate tiene su origen en la implacable reseña del libro que Francis Jeanson publicó en mayo de 1952 en Les temps modernes, la revista que dirigía Sartre. 1 9 Si en aquel momento y durante por lo menos un par de décadas el vencedor pareció haber sido Sartre (por razones que tenían más que ver con la época en que el enfrentamiento tuvo lugar que con los argumentos de los contendientes), la crítica actual no duda mucho respecto a quién tenía la razón (o, mejor quizás, la mayor parte de ella). 2 0 A este respecto y para contrabalancear lo que acabo de decir sobre los argumentos, cabe señalar que el derrumbe de la Unión Soviética y de todo el bloque socialista europeo ha sido determinante para conceder la razón a Camus. Es realmente difícil resumir en do s o tres párrafos el intercambio que tuvo lugar entre Camus y Sartre en las páginas de Les temps modernes; intentaré, al menos, dar a los lectores una visión panorámica del mismo. 2 1 En la primera parte de su carta, dirigida no a Jeanson sino a Monsieur le Directeur (es decir, a Sartre), Camus le reprocha un supuesto que recorre la reseña de Jeanson: quien no es marxista es de derecha o, por lo menos, hacia ella se dirige. Más adelante, Camus critica lo que considera una constante tergiversación de sus argumentos; particularmente, la relativa a temas tan importantes para él como la Historia y el nihilismo. Más adelante, Camus rechaza el intento de adscribirlo, con base en referencias a Hegel y Marx, al idealismo (una filosofía identificada con el pensamiento reaccionario), así como el hecho de ignorar la existencia de varias tradiciones revolucionarias que no se enmarcan dentro del marxismo (siendo que él se había ocupado en su libro de Bakunin, de los revolucionarios rusos de 1905 y del sindicalismo). Camus critica también que Jeanson no se ocupara de cuestiones que son centrales en El hombre rebelde; por ejemplo, si existe o no una profecía marxista y si los hechos acumulados h asta ese momento han contradicho o no esa profecía. Más importante, me parece, es el hecho de que Jeanson, como Camus señala, haya pasado de puntillas sobre las implicaciones políticas del socialismo autoritario; más concretamente sobre los campos de conce ntración que existían en Rusia. Otro elemento importante del libro que Jeanson ignora es lo expresado por Camus sobre la noción del fin de la historia y sus implicaciones en términos de autolegitimación del régimen comunista. Es en este contexto que Camus escribe que a Jeanson le gustaría que la gente se levantara contra todo “excepto el Estado y el Partido comunistas”. 2 2 En su reseña, Jeanson tampoco se refiere de manera clara a la situación europea en 1950 (concretamente al estalinismo) y prefiere referirse al racismo y al colonialismo (que no son temas tratados en el libro). Es aquí, en la parte final de su carta, donde aparece esa célebre frase de Camus respecto a su hartazgo de estar recibiendo lecciones políticas por parte de críticos que lo único que han hecho es “colocar sus sillones en la dirección de la historia”. 2 3

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La respuesta de Sartre es aún más extensa que la carta de Camus. Su inicio sienta el tono de lo que seguirá cuando Sartre le dice a Camus que la amistad entre ellos no era fácil, pero que la echará de menos. Tu carta, le dice Sartre a Camus, demuestra ampliamente que te has convertido en un contrarrevolucionario. Es también en las primeras páginas de esta respuesta que aparece una cuestión que volverá a hacer acto de presencia en otras dos ocasiones (lo que refleja el evidente malestar de Sartre al respecto): “Tú pudiste habe r sido pobre, pero ya no lo eres. Eres un burgués, como Jeanson y como yo”. 2 4 Sartre le dice a Camus que la pobreza que alguna vez vivió (puesta en entredicho en la cita pre cedente), no lo comisiona para hablar en nombre de ella. En cuanto a la participación de Camus en la Resistencia, Sartre señala que eso no hace mejor o peor a El hombre rebelde (como si Camus hubiera pretendido tal cosa). Sartre critica también el moralismo de su interlocutor y se refiere a él como un “alma bella” (“Tal vez la República de las Almas Bellas debió de haberte nombrado su fiscal en jefe”). 2 5 Creo que Sartre tiene razón cuando le recrimina a Camus el hecho de que haya dirigido su carta a él y no a Jeanson, algo que le parece inaceptable desde diversos puntos de vista. Enseguida, Sartre se refiere a la “incompetencia filosófica” de Camus y a su tendencia a reunir ap resuradamente conocimiento de segunda mano. En cuanto a los campos soviéticos, Sartre replica que su revista se ha referido abiertamente a estos campos y que si bien éstos pueden molestar profundamente a los miembros de Les temps modernes, él no encuentra razón para avergonzarse a causa de ellos. Los campos pueden ser inadmisibles, dice Sartre, pero igualmente inadmisible le parece el uso que la prensa burguesa hace de ellos todos los días. “Para mi manera de pensar —escribe Sartre— el escándalo de los campos nos lleva a todos a juicio, a ti tanto como a mí, y a todos los demás”. 2 6 Ante la ausencia de una postura que considere consistente respecto a los proletarios del mundo (que Camus critica) y a los gobiernos europeos (que Camus también critica), Sartre recurre una vez más a la burla: “En este caso, yo solamente veo una solución para ti: las Islas Galápagos”. 2 7 En este mismo tono, le recomienda a Camus que mejor no recurra a El ser y la nada (el célebre tratado filosófico de Sartre), pues su lectura le resultaría una tarea “innecesariamente ardua”. La respuesta de Sartre sigue en esta línea, m uy personal, remarcando lo que alguna vez fue Camus, pero que, según Sartre, el autor de El extranjero dejó de ser. En la parte final de su respuesta, Sartre critica la visión un tanto ingenua en que Camus concibe la historia y la supuesta posibilidad que tienen los hombres para entrar o salir de ella y para encontrarle un significado; el significado, afirma Sartre, se lo tiene que dar cada quien con sus acciones. Sartre se acerca al final de su réplica volviendo a la crítica de Camus como moralista: “Tu mo ralidad primero se convirtió en moralismo. Hoy solamente es literatura. Mañana quizás sea inmoralidad”. 2 8 En la última oración de su respuesta, Sartre deja abiertas las puertas de su revista para que Camus conteste, pero le adelanta que él ya no replicará. “He dicho lo que significabas para mí y lo que eres para mí 74

ahora”. 2 9 Sartre termina afirmando que se rehúsa a pelear con Camus y espera que tal vez el silencio de ambos logre que la polémica entre ellos sea olvidada. Cabe plantear que el silencio que los dos mantuvieron durante el resto de sus vidas no hizo más que magnificarla.

Camus expresó en repetidas ocasiones y de diversas maneras que el libre juego del mercado tiene efectos devastadores sobre la solidaridad y la justicia sociales. “Si, en último análisis, él [Camus] prefiere, a diferencia de Sartre, las democracias occidentales a las democracias populares es por una razón que nunca se repetirá lo suficiente: aquellas son, ciertamente, falibles, pero perfectibles. Él las defiende no tal como ellas son, sino como podrían ser”. 3 0 En palabras del propio Camus: “Lo hemos dicho varias veces, nosotros deseamos la conciliación de la justicia con la libertad. Llamamos entonces justicia a un estado social en el que cada individuo recibe todas sus oportunidades desd e el inicio y en el que una minoría de privilegiados no mantiene a la mayoría en una condición indigna. Y llamamos libertad a un clima político en donde la persona humana es respetada en lo que es y en lo que expresa”. 3 1 Ahora bien, tal como lo plantea en El hombre rebelde, incluso cuando la justicia no se realiza, la libertad mantiene el poder de protestar, salvando así la comunicación y salvando también la posibilidad de, t arde o temprano, alcanzar la justicia. “Ningún hombre considera que su situación es libre si no es al mismo tiempo justa, ni justa si no es libre”. 3 2 Es en este sentido, en esta interdependencia que considera indefectible, que en ese mismo pasaje Camus se refiere a la libertad como “el único valor imperecedero de la historia”. Teniendo en mente la marea de complacencia que inundó al mundo occidental durante los años que siguieron a la caída del Muro de Berlín, sobre todo respecto a las virtudes y bondades del liberalismo, creo que L’homme révolté es un libro que no debiéramos perder de vista; sobre todo porque dicha complacencia es en nuestros días menos estruendosa sin duda , pero no menos insidiosa. Ahora bien, si abogo por esta “actualidad” de El hombre rebelde no es porque en América Latina sigan existiendo resabios (y más que resabios, dependiendo del país de que se trate) de la mentalidad sartreana que Camus tanto combat ió y que tanto despreciaba personal e intelectualmente. Desde hace tiempo y hasta el día de hoy, algunos medios y algunos autores, tanto en Europa como en Estados Unidos y en México, se han referido al “triunfo”, la “revancha” o la “victoria” de Camus. Si en lo relativo a la polémica que sostuvo con Sartre estos términos pueden ser más o menos adecuados, yerran considerablemente el blanco si de lo que estamos hablando es de la filosofía rebelde y del tipo de sociedad que Camus buscaba instaurar con base en el pensamiento rebelde; más aún tratándose de sociedades tan desiguales como la mexicana. A este respecto, hablar de “triunfo”, “revancha”

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o “victoria” no sólo estaría fuera de lugar, sino que traicionaría algunas de las premisas básicas y de las intuiciones fundamentales de dicho pensamiento. n

Roberto Breña. Profesor-investigador del Centro de Estudios Internacionales de El Colegio de México.

1

Hago referencia al título en francés del libro en cuestión porque el término révolté tiene connotaciones que no posee la palabra rebelde. Además de las acepciones que tiene en español, el vocablo révolté significa también “indignado”, “escandalizado” (en un sentido moral). 2 Incluida en Albert Camus. Obras 4 (Alianza, Madrid, 1996), pp. 469-511. 3 Como lo han hecho notar varios analistas, el proceso independentista argelino fue una especie de callejón sin salida para alguien que, por el grupo social al que perteneció (los colonos más pobres), nunca se concibió a sí mismo como colonizador. La “miopía” de Camus sobre este tema es tan comprensible como evidente (lo que contribuye a explicar su silencio al respecto al final de su vida). 4 Moral y política (Alianza/Losada, Madrid, 1984), p. 45. Este pequeño libro es una traducción del que publicó la editorial Gallimard en 1950 bajo el título Actuelles (Écrits politiques); se trata de una selección que hizo el propio Camus de artículos publicados en Combat y en otros medios entre 1944 y 1948, así como conferencias y entrevistas (todos estos textos los recuperaría más tarde en Actuelles I). 5 Ibíd., p. 84. 6 Ibíd., p. 92. 7 Ibíd., pp. 97-98. 8 Ibíd., p. 102. 9 Ibíd., p. 105. 10 Ibíd., p. 109. 11 Sobre la postura de Camus respecto a España, la República y Franco, véase la breve, emotiva y argumentada réplica que redactó como respuesta a Gabriel Marcel y cuyo elocuente título es “¿Por qué España?”, e n ibíd., pp. 129-134. 12 En este libro, como escribe Roger Grenier, Camus “moviliza toda su cultura”. A pesar de los ataques que recibió a raíz de su publicación, a los que me referiré un poco más adelante, Camus consideraba a El hombre rebelde su libro más importante (en palabras del propio Camus: “auquel je tiens le plus”). Albert Camus: soleil et ombre (Une biographie intellectuel) (Gallimard, París, 1987), pp. 243 y 258. 13 El papel de Nietzsche, a quien Camus admiraba profundamente y cuyo influjo sobre su pensamiento es notorio, resulta ambivalente en lo que concierne al 76

nihilismo (un tema central enEl hombre rebelde). Por un lado, Nietzsche es “la conciencia más aguda del nihilismo”, pero por otro, al asumir la carga que éste representa y pretender vencerlo, Nietzsche hace girar su filosofía en torno al problema de la rebelión. Véase el capítulo “Nietzsche y el nihilismo”, en El hombre rebelde (Alianza/Losada, Madrid, 1982), pp. 81 -96; sobre la ambivalencia mencionada, véase la p. 159. 14 Ibíd., p. 252 (las cursivas son mías). 15 El título del extenso capítulo que dedica Camus a Marx en el libro no deja lugar a dudas en cuanto a esta progenie: “El terrorismo de Est ado y el terror racional”. Ibíd., pp. 213-273. 16 Ibíd., p. 324 (las cursivas son mías). 17 Ibíd., p. 330. 18 El libro de Tony Judt, Past Imperfect (French Intellectuals, 1944 -1956), es un excelente estudio sobre este periodo (edición en español: Taur us, Madrid, 1992). El epígrafe de este libro es una cita de Camus que dice mucho sobre la postura de Judt en cuanto al debate que aquél sostuvo con Sartre (al que me referiré enseguida dentro del texto): “Toda idea falsa termina en sangre, pero siempre se trata de la sangre de otros. Esto es lo que explica que algunos de nuestros filósofos no tengan ningún problema en decir lo que buenamente se les ocurre [n’importe quoi]”. 19 Dos referencias imprescindibles al respecto son Camus and Sartre (The Story of a Friendship and the Quarrel that Ended it) , The University of Chicago Press, Chicago, 2004, de Ronald Aronson (existe edición en español: Camus y Sartre, la historia de una amistad y la disputa que le puso fin , Universidad de Valencia, Valencia, 2006), y Sartre and Camus (A Historic Confrontation) , Humanity Books, Amherst, 2004, de David A. Sprintzen y Adrian van den Hoven (eds.). Este libro incluye, entre otros textos, la reseña de Jeanson, la carta que dirigió Camus a Sartre con motivo de la misma, la respuesta de Sartre, la réplica de Jeanson y una breve defensa de El hombre rebelde que Camus nunca publicó. Este último texto, que resume inmejorablemente lo que significó para Camus el libro y la polémica que desató, fue publicado en la revista Thesis (Nueva revista de filosofía y letras) , n. 5, abril 1980, pp. 4-10 (la traducción, magnífica, es de Antonio Zirión). 20 A título de ejemplo (aunque tal vez sea excesivamente pro Camus en este aspecto en particular), véase la excelente biografía de Olivier Todd titulada Albert Camus (Une vie), Gallimard, París, 1996; existe versión en español: Albert Camus (Una vida) (Tusquets, Madrid, 1997); véanse, específicamente, los capítulos 39, 40 y 41. En el libro citado en la nota anterior, Ronald Aronson, si bien es más ecuánime que Todd a este respecto, muestra con claridad las limitaciones y contradicciones del engagement sartreano. Un aspecto que incidió sobre la victoria temprana de Sartre que he referido y en el que coinciden Todd y Aronson, es la manera en que Simone de Beauvoir se refirió en varios de sus textos, ya fuera de manera explícita o implícita, a un Camus que resulta prácticamente irreconocible para cualquiera que se haya tomado la molestia de adentrarse un 77

poco en su vida. 21 En el libro editado por Sprintzen y Van den Hoven (ver nota 19), este intercambio comprende casi 50 páginas (específicamente, pp. 107 -161, pero hay que excluir aquellas que son exclusivamente notas de los editores). Las referencias que siguen son de esta edición. 22 Ibíd., p. 124. 23 Ibíd., p. 126. 24 Ibíd., p. 134. 25 Ibíd., p. 137. La expresión “alma bella” no tenía connotaciones negativas en el primer romanticismo alemán (al contrario), s in embargo, Sartre está pensando en la manera hegeliana de entenderla. En La fenomenología del espíritu, Hegel considera que el “alma bella” es propia de hombres excesivamente introvertidos, quienes sobre todo se preocupan por su pureza moral y que tienden a rechazar la acción (Sartre diría el “compromiso”). Cabe apuntar que el irónico título de la reseña original de Jeanson era “Albert Camus ou l’âme révoltée”. 26 Ibíd., p. 143. 27 Ibíd., p. 144. 28 Ibíd., p. 158. En relación con la moralidad camusian a, en el texto que publicó en France Observateur el 7 de enero de 1960, es decir, tres días después del accidente en el que Camus perdió la vida, Sartre le rindió un homenaje que no por haber sido expresado a destiempo pierde todo su valor: “Él representa en este siglo, y contra la Historia, el heredero actual de esa larga lista de moralistas cuyas obras quizás constituyen lo que hay de más original en las letras francesas… mediante la obstinación de sus rechazos él reafirmaba, en el corazón de nuestra época, contra los maquiavelianos, contra el becerro de oro del realismo, la existencia del hecho moral”. 29 Ibíd., p. 158. 30 Jeanyves Guérin, Camus (Portrait de l’artiste en citoyen) , François Bourin, París, 1993, p. 272. Conviene apuntar, con miras al cierre de este ensayo, que para Guérin la solidaridad es la “noción clave” del pensamien to político de Camus (p. 273). 31 R. Quilliot y L. Faucon (eds.), Essais, Gallimard/Bibliothèque de la Pléiade, París, 1965, pp. 1527 y 1528. El inicio de esta cita es u na variante de una conocida frase de Camus: “Si el hombre fracasa en conciliar la justicia y la libertad, fracasa entonces en todo”. Carnets II, Gallimard, París, 1964, p. 123. En el artículo de Combat en el que está incluida la primera cita (fechado el 1 de octubre de 1944), Camus se pronuncia por una economía colectivista, por una política liberal y por lo que él denomina una “verdadera” democracia popular: “Nosotros pensamos en efecto que toda política que se separe de la clase obrera es vana y que Francia será mañana lo que será su clase obrera” (p. 1528). 32 El hombre rebelde, p. 324.

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ARGELIA EN LAS ENTRAÑAS Arturo Gómez-Lamadrid

Para Rosario Narezo B. El país era así, cruel para vivir en él, aun sin los hombres que, por otra parte, no arreglaban nada. Pero Daru había nacido allí. En cualquier otro sitio se sentía exiliado. —Albert Camus, El huésped No había agua corriente en su casa, tenía que compartir el baño hediondo, estilo turco, con sus vecinos, la cama con su hermano y la recámara con su madre, fámula, cuyos sordera, mutismo y amorosa parquedad eran la contraparte de los gritos y los golpes de su abuela. Salía a jugar futbol a la calle, o corría y nadaba en una playa del mediterráneo africano. Sus amigos de infancia eran niños malteses, griegos, italianos, portugueses, españoles y franceses, todos pobres en una tierra que asumían como propia y a la que sentían pertenecer. Estaban, asimismo, los bereberes y los árabes, compartiendo la pobreza, y el sol. La lengua que oyó en los arrullos de su madre, la que se hablaba en casa y balbuceó antes de emitir su primera palabra, en la que leyó sus primeros libros y luego todos los demás, la de las bromas y las peleas con los amigos, es decir, su lengua, era el francés. Más tarde llegaron la escuela y los libros con algunas palabras que le parecían extrañas: cumbres nevadas de los Alpes, reyes, île de la Cité, pues nada tenían que ver con una cotidianidad hecha de calo r abrasante, chiquillos persiguiendo una pelota y mar. Sin embargo, había también otras palabras que 79

hicieron camino en su cabeza: igualdad, justicia, rectitud, libertad. La escuela que Diderot había concebido y propuesto a mediados del XVIII y que Jules F erry puso en marcha en el último tercio del XIX, era su escuela. Pero, ¿cuál era su país? ¿Francia? Sí y no. En todo caso no lo era el Hexágono europeo, sino esta Francia que en 1830 Carlos X —tratando de distraer y evitar una fronda que al final lo derribó— creó en el norte de África, en un territorio hasta entonces dominado, desde largo tiempo atrás, por los turcos. ¿Cómo asimiló el niño todas esas diferencias? Era vecino de los árabes, Belcourt, el barrio en donde vivía, estaba habitado por europeos pobres. Los barrios aledaños eran también pobres, pero ahí vivía gente que hablaba otra lengua y no departía con ellos. Muy pocos niños árabes seguían los cursos de la instrucción primaria. La instauración de la escuela laica, obligatoria y gratuita, emblema d e la Tercera República, extendió sus beneficios a los territorios colonizados, Argelia e Indochina entre ellos. Pero era una escuela para los europeos y, mayoritariamente, para los franceses. Los ancestros de Albert no gozaron de tal ventura, fueron parte de los primeros colonos llegados a este país durante el reinado de Luis Felipe de Orleans. Claude, su bisabuelo, había nacido en Burdeos en 1809 y probado fortuna en estos lares. Era un hombre pobre. Su hijo Baptiste había seguido los pasos campesinos del padre y cuando se casó no firmó el acta que daba fe de su unión pues no sabía escribir. Tuvo cinco hijos y murió cuando Lucien, el último, padre del escritor, tenía un año. Lucien creció entonces sin progenitor ni escuela, se convirtió en tonelero y en 1914 se fue a pelear y a morir a un país que no conocía, con su llamativo traje de zuavo, blanco perfecto de las ametralladoras alemanas en la batalla del Marne. Su hijo menor, Albert, tenía 11 meses. Las dos orfandades fueron marcadas por una diferencia eloc uente: la escuela. Albert Camus tenía casi 24 años cuando cruzó el Mediterráneo y pisó por primera vez suelo francés. Su pensamiento y su personalidad estaban formados, tenía una identidad compleja. Pasó unas cuantas semanas en Marsella, Lyon y París, si n que estas ciudades le provocasen gran entusiasmo. Cuando llegó por segunda vez a la capital francesa, en la primavera de 1940, convertido en secretario de redacción de Paris-Soir, calificó de mediocres “las almas y los rostros” que cruzaba en la ciudad y evocó su tierra como “un paraíso perdido”. Antes de ello, en cambio, había dado pruebas del entrañable apego a este paraíso en el que había visto la luz y crecido, en donde había estudiado y se había casado a los 20 años, el lugar que lo vio nacer como periodista y escritor, pues ahí escribió y publicó su primer libro. En 1936, en su Mémoire para obtener la Agrégation —un diploma que permite al titular dar clases en las preparatorias o en las universidades — dos fueron los criterios primordiales para determ inar el tema: la metafísica cristiana y el neoplatonismo. Por una parte, su profunda convicción de que, querámoslo o no, en Occidente, somos griegos y cristianos; por otra, el lugar de nacimiento de dos de los autores que nos ayudan a entenderlo, el berebe r san Agustín y el egipcio Plotino: el África septentrional. Tres años después, en 1939, el diario Alger 80

républicain publicó por entregas un reportaje del periodista en ciernes sobre las terribles condiciones en las que vivían los habitantes de Kabilia, en el norte del país. En “La miseria de Kabilia”, Camus documentó el sufrimiento de las poblaciones autóctonas y denunció las exacciones, la indiferencia y la omisión de las autoridades coloniales. Fue quizá la primera vez que manifestó públicamente y por escrito un deseo que mantuvo a lo largo de su vida y que más tarde le costaría enemistades, acusaciones y desencuentros: una Argelia republicana y francesa en la que las diferentes poblaciones tuvieran los mismos derechos y las mismas obligaciones. Era una postura que correspondía a una pregunta que se hizo siempre y que siempre también le produjo la misma angustia: ¿cómo se elige una conducta cuando no se tiene fe en un Ser supremo ni confianza en los sistemas filosóficos que se pretenden perfectos? Había qu e vivir, actuar y escribir. Ser fiel a sus orígenes, buscar la justicia y la verdad, rechazar la violencia. La fidelidad a sus orígenes era ante todo, pero no sólo, física: a los paisajes solares, a esta tierra que encomió en Nupcias, y El verano, cuyo esplendor es un “goce desmesurado” y donde la pobreza no excluyó nunca la sensualidad y los deleites, del viento, del mar, de las mujeres, de la amistad, de los libros. Pero fidelidad también a los que vivieron como él, el autor de El extranjero subraya su “intolerancia casi orgánica” a la injusticia y su postura al lado de los humildes, de manera visceral, como un niño que recuerda las humillaciones e injusticias de las que fue objeto, tiene conciencia de ello y no permite que se repitan. Su fidelidad es además reconocimiento a sus mentores, a los que le hicieron descubrir las palabras y las ideas: el discurso que escribió para la ceremonia de entrega del Premio Nobel de Literatura en 1957 lo dedicó a Louis Germain, su maestro de primaria. Y fidelidad, por supuesto, a su madre, su hermano, sus tíos, todos nacidos en Argelia, todos incapaces de imaginar su vida en otra parte. La búsqueda de la verdad y la justicia en un contexto cuyas palabras clave eran ideología y maniqueísmo se reveló no sólo más difícil, sino más incierta. Camus no transigió, convencido de valores que en otros son sólo palabras, trató de actuar en consonancia con lo que pensaba, con modestia, humildad y responsabilidad. Había supuesto posible una federalización del territorio argelino, co n leyes republicanas para todo el país de los dos lados del Mediterráneo, más tarde propuso la asociación, coincidendo con De Gaulle, pero la independencia era ya inevitable. Cuando Jean Daniel se lo dijo, se encolerizó, pues para él la unión de voluntades, el entendimiento, las acciones de buena fe, la renuncia a la violencia, posibilidades humanas todas, hacían viables los acuerdos y evitarían la separación. La escritora y abogada argelina Wazyla Tamzali lo considera ingenuo y su discurso político vacío, abstracto, idealista, sin asideros en la realidad, negándose a ver que eran dos pueblos, dos culturas, dos formas diferentes de ver el mundo. Según ella, dado el prestigio del escritor y su peso en ambas

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sociedades, hubiera podido empujar una independencia antes de que llegaran las atrocidades y los horrores de la guerra. Para Sartre, el gran adversario parisino, que pensaba la libertad como un absoluto, para Althusser (nacido en Argelia) que pasó del fervor católico al marxista, para Daniel (otro nacido en Argelia) que fundaría más tarde un semanario de izquierda emblemático e influyente, para Henri-Lévy (también nacido en Argelia pero educado en Francia) otro normalien, como Sartre y Althusser, profundo conocedor de la obra de Camus, resultó mucho más fácil tomar partido por una independencia total e inmediata. Lo fue menos para Derrida —quien, como consecuencia de las leyes antijudías practicadas por el régimen de Vichy fue despojado de la nacionalidad francesa entre 1940 y 1942—, partidario de una independencia sin ruptura, sin guerra, basada en la colaboración y el mutuo entendimiento. Para Camus, en cambio, la violenta separación constituyó un terrible desgarramiento. Nunca estuvo de acuerdo con la independencia, sin que esto significara un apoyo al statu quo, a los abusos y las desigualdades del régimen colonial. Su postura lo convirtió en el blanco de unos y otros y en el centro de vivas polémicas, que persisten. Dos ejemplos: durante la visita de François Hollande a Argelia, en diciembre de 2012, cuando el presidente francés mencionó algunos nombres importantes en la lucha del pueblo argelino, hubo aplausos, no los hubo cuando pronunció el de Camus. Benjamin Stora, historiador de origen francés nacido en Argelia, especialista en la 82

guerra franco-argelina, había sido designado curador de la exposición Albert Camus: el extranjero que se parece a nosotros prevista para noviembre de este año y que contaba con el apoyo de la alcaldía de Aix -en-Provence, sede de la exposición, y del Ministerio de Cultura. Ante la oposición de muchos franceses de Argelia que viven ahora en la región y la negativa de Catherine Camus, hija del escritor, a trabajar con Stora, éste es separado del proyecto. Michel Onfray toma el relevo y la exposición cambia de nombre: Albert Camus: el hombre rebelde, sin embargo, el Ministerio de Cultura se retira del proyecto y niega todo tipo de financiamiento. Asqueado de tantos dimes y diretes y de la “atmósfera intelectual de guerra civil”, Onfray decide a su vez retirarse. En el capítulo “Oscuro para sí mismo”, de El primer hombre, leemos: …sí, ese movimiento oscuro de todos estos años estaba de acuerdo con aquel inmenso país que lo rodeaba, cuyo peso, siendo niño, había sentido, con el inmenso mar delante, y detrás ese espacio interminable d e montañas, mesetas y desierto que llamaban el interior, y entre ambos, el peligro permanente del que nadie hablaba porque parecía natural, pero que Jacques percibía cuando, en la pequeña finca de Birmandreis, con sus habitaciones abovedadas y sus paredes encaladas, la tía recorría los cuartos en el momento de acostarse para ver si estaban bien corridos los cerrojos de los postigos de gruesa madera maciza, país que se sentía como si allí lo hubieran arrojado, como si fuera el primer habitante o el primer conquistador, desembarcando allí donde todavía reinaba la ley de la fuerza y la justicia estaba hecha para castigar implacablemente lo que las costumbres no habían podido evitar, y alrededor aquellos hombres atrayentes e inquietantes, cercanos y alejados, co n los que uno se codeaba a lo largo del día, y a veces nacía la amistad o la camaradería, pero al caer la noche se retiraban a sus casas desconocidas, donde no se entraba nunca, parapetados con sus mujeres, a las que jamás se veía, o si se las veía en la c alle, no se sabía quiénes eran, con el velo cubriendo la mitad del rostro y los hermosos ojos sensuales y dulces por encima de la tela blanca... En Lourmarin, la tumba austera reina en medio de cipreses, rodeada por lavanda, tomillo y otra hierbas provenzales, tiene una piedra tosca grabada con su nombre y las fechas de nacimiento y muerte; su sobriedad conmueve. n

Arturo Gómez-Lamadrid. Profesor de francés en el Instituto Francés de América Latina y El Colegio de México. Traductor y ensayista.

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LA MÁSCARA DEL NOVELISTA Antonio Saborit La compleja persona pública de Albert Camus suele reducir su creación literaria a una máscara. A ella se deben algunos de los temas que abrazan las tres novelas que publicó en el transcurso de 15 años, como el individualis mo, la negativa a asumir la responsabilidad moral del bien y la salvación de los otros, el devaneo con la cobardía como una forma de las bellas artes. Y en cierta forma la máscara desgasta la identidad que él mismo se propuso para sí como novelista sin nin gún tipo de adjetivo, o bien sólo obediente a las invisibles reglas del oficio mismo. Antes que una novela, El extranjero (1942) fue para muchos de sus primeros lectores la parábola de un inconforme, un tal Meursault, Monsieur Meursault en las primeras páginas. Pero esos mismos lectores, imantados por la promesa de toda una visión contenida en lo absurdo, también encontraron en este personaje características provenientes del elenco de Kafka, lo que en cierto modo los llevó a (e incluso facultó para) acentuar en El extranjero la presencia del desengaño, la rebelión contra el compromiso, la evasión del consuelo y, a fin de cuentas, el enaltecimiento de la dignidad individual como valor supremo. La novela transcurre en la ciudad de Argel al inicio de los novec ientos cuarenta, y, en su brevedad, tiene dos partes, la primera de la cuales muestra que cuanto le ocurre a Meursault es repentino y escapa a su deseo: la muerte de su madre en un asilo ubicado en la ciudad de Marengo, un compromiso matrimonial con una ex compañera de trabajo, María Cardona, el involucramiento en las historias sentimentales de un par de vecinos solitarios —una relativa al extravío de una mascota, la otra relativa a un episodio de engaños, celos y venganza —, y el asesinato de un argelino. La segunda parte de la novela tiene por centro la reflexión de Meursault tras la secuela de su criminal acto gratuito: en cautiverio, durante su juicio y tras recibir condena a muerte. Mucho más cerca de Chejov que de Kafka es imposible no encontrar en Meur sault un aire de familia con el Bartleby de Melville. Y sin embargo al tiempo se descubrió que el silencioso joven oficinista Meursault guardaba alguna semejanza con otro malhadado inocente, el protagonista de la novela Rojo y negro, Julien Sorel. Es un relato kafkiano escrito por Hemingway, sugirió Jean -Paul Sartre al comentar El extranjero. Antes que con Kafka, de hecho, si alguna deuda adquirió Camus en la construcción del estilo en el que retrata a este personaje que se niega a justificarse a sí mismo fue precisamente con Stendhal. También como una parábola se leyó La peste (1947) a pesar de que en sus páginas, a diferencia de lo que ocurre en El extranjero, incorpora un complejo elenco de personajes —como Bernard Rieux, el médico; Jean Tarrou, el observador; el padre Paneleox, un “jesuita erudito y militante”; Raymond 84

Rambert, el periodista—, todos ellos detenidos inexorablemente en Orán, Argelia, por un agresivo brote de peste. La presencia de Daniel Defoe, quien en su apócrifa memoria sobre la peste en Londres en 1665 trazó minuciosamente las posibilidades narrativas de semejante contrariedad, tal vez fue la que impulsó la lectura en clave de parábola de La peste. Así es que aquí se transita de los misterios de la sorpresa al sermón sobre las faltas, los castigos y las muestras de arrepentimiento. Del establecimiento de las primeras medidas sanitarias a la progresiva y al parecer irrefrenable multiplicación de los decesos. De las demostraciones de solidaridad con los enfermos al cerco del aislamiento, el hábito del encierro y el trazo de planes de evasión. De la ciudad de los destinos y testimonios cruzados a la colectivización de la historia. Además, como hizo Defoe, Camus juega con cifras y voces, empezando por la misma voz narrativa que despliega hechos y actores y palabras. “Las plagas, en efecto, son una cosa común pero es difícil creer en las plagas cuando las ve uno caer sobre su cabeza”, apunta. “Ha habido en el mundo tantas pestes como guerras y, sin embargo, pestes y guerras cogen a las gentes siempre desprevenidas”. El puerto de Orán, al cabo de vivir un patrón de exterminio devastador en el final de los novecientos cuarenta, sobrevive a la peste. A estas novelas profundas y de una absoluta sencillez, resueltas en torno a un surtido de asuntos serios atados al ámbito de la inocencia y de la culpabilidad, de las decisiones y las responsabilidades, siguió el “cuento” que tituló La caída (1956). Y como en los casos anteriores en esta obra pesó la lectura en clave de parábola, alegoría, hasta enxi emplo. La narración se monta sobre la perorata de su personaje central, Jean-Baptiste Clamence, quien con una corrección lingüística extrema narra su propia vida a un compatriota francés en un bar de Ámsterdam que gasta el decadente nombre de Mexico -City. Ex abogado en París, transformado en un juez-penitente entre holandeses a los que no tiene ningún respeto, Clamence ya ha vivido el tránsito de la defensa de las buenas causas y de vivir la vida como una aventura fascinante, señalada por el éxito profesion al y por una intensa vida galante, a la mera hazaña de tratar de sobrevivir en tono menor, ya sea a los mandatos de su agudeza o al puñado de culpas que lo asedia con la fidelidad de su sombra. La guerra es oportunidad que se le escapa para rehabilitar su persona pública entre los suyos, trabado en la descreencia tanto de la maldad nazi como de lo justo de la causa aliada, y escapa literalmente de Francia. Noche a noche Clamence descubre el derrotero de su itinerario vital y profesional al anónimo escucha en el Mexico-City, y le expone, un tanto como a pesar suyo, la visión que se ha formado del otro y de los otros, odiosos contemporáneos. “A veces imagino lo que habrán de decir de nosotros los historiadores futuros”, comenta al principio. “Les bastará una frase para caracterizar al hombre moderno: fornicaban y leían periódicos. Después de esta aguda definición me atrevería a decir que el tema quedará agotado”. La caída, a tono con el ethos del monologante, despliega un ácido humor, no pocas veces negro, así como 85

momentos de alta tensión y seriedad trágicas. Y su personaje central se hace a la angustiante naturaleza de su interminable prédica, la cual desde el extremo opuesto del diálogo o la conversación logra que el relato narrado por Clamence trascienda el ruido y la virulencia de una historia expuesta por un monigote. No sólo hay una sensación de trascendencia en todo lo que Camus pone en labios de Clamence, sino que tras la máscara de un cínico confinado en el encierro de su caída dice cuanto dice de manera auténtica y hasta comprometida. En Ámsterdam, al menos en vida de Camus, existió el referido bar Mexico-City. Estaba en Warmoesstraat, en el centro mismo de los anillos de canales concéntricos que caracterizan a la ciudad, próximo a un par de hoteles asequibles a un accidental turista francés, como al que martirizó el monólogo de Clamence, y nada lejos del muelle en el que este mismo Clamence se pudo embarcar rumbo a Marken, según refiere La caída. El MexicoCity lo visitó Leon S. Roudiez (1918-2004), editor de The French Review, antes de escribir un ensayo sobre el legado estético de André Gide en la creación literaria de Camus, de una de cuyas notas al pie me he servido aquí. A Gide, como a Camus, las inferencias de los otros sobre su narrativa le arrimaron muy malos ratos. (Es una lástima que el sufrimiento, como apuntó Camus en uno de sus cuadernos, no conceda derechos.) Por el tiempo en que se publicó La caída, el novelista Roger Martin du Gard veía en Camus a uno de los escritores jóvenes mejor informados, si bien lo habría querido más lejos de la política, y entonces su cuidada obra narrativa se asoció a títulos como La sangre de los otros de Simone de Beauvoir y La edad de la razón de Jean-Paul Sartre, desde luego, aunque también a La tumba sin sosiego de Cyril Connolly, El revés de la trama de Graham Greene, Mono y esencia de Aldous Huxley, Violeta del Prater de Christopher Isherwood, Los desnudos y los muertos de Norman 86

Mailer, La hoja plegada de William Maxwell y Retorno a Brideshead de Evelyn Waugh. La presencia real de algunas de estas obras llevó en su momento a un atento crítico, Morton Dauwen Zabel (1902 -1964), a escribir lo siguiente: “En el mundo moderno se volvió virtualmente axiomático que la guerra es más simple que la paz. Tal creencia se da más fácilmente entre los ganadores que entre los perdedores y quienes están más a favor de ella son quienes más alejados están de la batalla. Pero ni la violencia ni la totalidad del combate moderno permiten imaginar que con el cese de las hostilidad es el mundo se convierte en un lugar más sencillo para vivir y pensarlo. Cuando la acción es positiva, cuando el riesgo simplifica nuestras conductas y lealtades, cuando los días y los instantes caen en la lógica de la decisión y de la necesidad inmediatas , se induce la ilusión de que hemos disciplinado nuestras dudas, dominado las ambigüedades del bien y el mal, y detenido por un momento el flujo del tiempo y la anarquía de la historia. Al acabar la guerra desaparece abruptamente esta ilusión. La vida y el pensamiento, liberados del deber de la movilización, vuelven a toda su complejidad. Llega entonces la hora de que la literatura retome su propia función y de que el escritor restablezca su difícil pero celosamente defendido oficio en la sociedad. En tiempos de guerra el poeta puede afirmar que carece de talento ‘para corregir al estadista’. Con la tregua, acaba el privilegio de su juicio reservado y de su tolerada incompetencia. El oído de los hombres se empieza a alejar, ensordecido o exhausto, del estruendo de los profetas y de los periodistas, y como nuevo atiende al escritor serio buscando una guía que lo saque de la lógica del campo de batalla rumbo a la jungla y los enigmas de la paz”. El teatro y los ensayos de Camus proceden del corazón de las tini eblas de la paz lograda al cabo de 30 años de una guerra que alcanzó y transformó al mundo. Sus novelas, en cambio, si bien se deben a la bestia en la jungla de la tregua y proceden de la misma perplejidad que anima a Calígula y El mito de Sísifo, admiten la revaluación bajo una clave propia, esto es, si se asume que las obras de Camus merecen que se les aprecie desde el mandato de su propio arte y sin la máscara que se impusieron sus primeros lectores. n

Antonio Saborit. Historiador, traductor, ensayista. Su más reciente libro es Diario de las cigarras.

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EL ÉXITO DE EL PRIMER HOMBRE Roberto Breña Los que suscitan el amor, aun desposeídos, son los reyes y los justificadores del mundo. —Albert Camus (notas para El primer hombre) Basta leer los títulos de las dos únicas partes de El primer hombre que Camus alcanzó a redactar antes de su muerte para saber cuáles son los dos ejes centrales de esta novela inconclusa: “Búsqueda del padre” y “El hijo o el primer hombre”. Como es sabido, Camus traía en su malet ín el manuscrito de esta novela el día del accidente que le costó la vida. En su forma actual, tal como fue publicada en Francia en 1994, consta de 250 páginas, además de unas hojas sueltas y de unas notas de trabajo (estos anexos añaden casi 60 páginas má s). 1 Le premier homme es el libro más autobiográfico de Camus. Como el protagonista del mismo, Jacques Cormery, también Camus perdió a su padre en la Primera Guerra Mundial c uando era apenas un bebé. Como Camus, Cormery siente un horroroso vacío ante esa pérdida y esa ausencia. Un vacío de tal magnitud que, al igual que Cormery, Camus se siente “el primer hombre”. Es conocida la campaña que se desató en contra de Camus, entre ciertos sectores de la intelectualidad francesa, a raíz del otorgamiento del Premio Nobel en 1957. El más insidioso quizás de los pronunciamientos en su contra fue el del “crítico literario” que afirmó que el premio había sido concedido a una obra concluida. A juzgar por lo que el propio Camus dijo a su amigo Jean de Maisonseul en el verano de 1959, esta afirmación erraba el blanco por mucho, pues Camus pensaba que conEl primer hombre apenas comenzaba el segundo tercio de su obra. En todo caso, si primero su esposa Francine se negó rotundamente a publicar El primer hombre y más adelante su hija Catherine dejó pasar 15 años después de la muerte de su madre para hacerlo, sus motivos tendrían. Uno de ellos, por cierto, enunciado alguna vez por Catherine, es qu e su papá jamás hubiera permitido su publicación. No sólo porque se trata, de manera evidente, de un primer borrador, sino también porque considerando el proyecto de todo el libro que aparece 88

esbozado en los anexos, las 250 páginas de El primer hombre que conocemos constituyen apenas una tercera parte de la novela que Camus tenía en mente. 2 Poco después de su aparición, Florence Noiville se refirió así a El primer hombre: “Todo Camus está ahí, en germen, en el niño que crece bajo nuestros ojos: la sensibilidad, la lealtad, la generosidad, la rectitud, la responsabilidad, el orgullo, la sed absoluta, la exigencia…Y también una avidez por vivir que coexiste siempre con una pena sorda, inextinguible, como el bajo continuo de su existencia”. 3 Difícilmente se puede resumir de mejor manera todo lo que encierraEl primer hombre. Es cierto que la aparición de la novela 34 años después de la muerte de su autor, el contexto político postcaída del Muro de Berlín, el hecho de que, como quedó dicho, se trataba del más autobiográfico de sus escritos y, sobre todo quizás, la manera en que aparecen ante nuestros oj os la pobreza, la insaciable necesidad del padre muerto y el infinito amor por la madre sordomuda contribuyeron a que el libro fuera recibido apoteósicamente en Francia y muy bien recibido en el resto del mundo. A casi dos décadas de su aparición, con las olas de alabanza ya desvanecidas, me parece que el relato, con las limitaciones que se deprenden de algunos aspectos mencionados en esta nota, sigue sosteniéndose con notable vigor. No sólo porque, efectivamente, todos los valores “camusianos” están ahí presentes, sino también porque es poco común toparse con descripciones sobre la pobreza que resulten al mismo tiempo tan conmovedoras, tan desgarradoras y tan creíbles (en la medida en que puede decir esto último alguien que no tuvo una infancia pobre). Pien so en pasajes sobre diversos temas: la memoria de los pobres; la escuela y la miseria; el significado que para un niño pobre tiene la entrada al liceo; la disociación absoluta que Albert/Jacques tuvo que establecer entre el liceo y su familia; la puntualid ad, las obligaciones sociales y los placeres de una familia pobre, y, para no cansar a los lectores, la naturaleza del trabajo de millones de pobres (“trabajo tan estúpido que dan ganas de llorar, cuya monotonía interminable consigue hacer que los días sea n demasiado largos y la vida demasiado corta”). 4 El principio, trasfondo y motivación primera en la vida de Jacques/Albert es el amor por su madre. Ella, que había “saltado a la fama” cuando su hijo, en una cita que prácticamente nunca es referida junto con su contexto (verbal y no verbal), osó decir en Estocolmo que él la defendería antes que a la justicia. Esa mujer, que hacía la limpieza en casas ajenas para mantener a sus hijos, que no sabía leer (de aquí la dedicatoria de El primer hombre: “A ti, que nunca podrás leer este libro”), a la que su hijo jamás escuchó reír y que la mayor parte del tiempo que pasaba en casa lo dedicaba a mirar por la ventana, esa mujer —decía— fue, de acuerdo a un diálogo que aparece en los anexos del libro, la única a la que Albert/Jacques, hombre de “cien mujeres”, realmente amó. 5 Termino esta nota refiriéndome a la primera de las dos cartas incluidas al final 89

de El primer hombre (una inclusión que resulta más que razonable una vez que se ha leído el libro). Se trata de la carta de agradecimiento que Camus envió a Louis Germain, su profesor cuando tenía 10 años, c on motivo de haber recibido el Premio Nobel. En tiempos como los que corren ahora en México y sin pretender ignorar las enormes diferencias entre los dos contextos considerados, la carta en cuestión me parece un emotivo recordatorio de cómo la mano afectuo sa, atenta y solícita de un profesor atento y solícito puede transformar la vida entera de un niño de escasos recursos: 19 de noviembre, 1957 Querido señor Germain: Esperé a que se apagara un poco el ruido que me ha rodeado todos estos días antes de hablarle de todo corazón. He recibido un honor demasiado grande, que no he buscado ni pedido. Pero cuando supe la noticia, pensé primero en mi madre y después en usted. Sin usted, sin la mano afectuosa que tendió al niño pobre que era yo, sin su enseñanza y su e jemplo, no hubiese sucedido nada de todo esto. No es que dé demasiada importancia a un honor de este tipo. Pero ofrece por lo menos la oportunidad de decirle lo que usted ha sido y sigue siendo para mí, y de corroborarle que sus esfuerzos, su trabajo y el corazón generoso que usted puso en ello continuarán siempre vivos en uno de sus pequeños escolares, que, pese a los años, no ha dejado de ser su alumno agradecido. Lo abrazo con todas mis fuerzas. Albert Camus En su respuesta, también incluida en el libro, Germain le dice a Camus algo que el antiguo alumno contravendría en El primer hombre: “Tengo la impresión de que los que tratan de penetrar en tu personalidad no lo consiguen. Siempre has mostrado un pudor instintivo ante la idea de descubrir tu naturalez a, tus sentimientos”. De aquí en gran medida y sin olvidar por supuesto que estamos ante un magnífico escritor, el valor y el éxito que tuvo y que seguramente seguirá teniendo Le premier homme. n

Roberto Breña

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La edición original es de Gallimard. En español, la editorial española Tusquets publicó primero la novela en su colección “Andanzas” (Barcelona, 1994) y tres 90

años más tarde en su colección “Fábula” (a un precio bastante más accesible). Las páginas que aparecen en lo sucesivo de la edición española refieren a la de 1994. 2 Dicho proyecto se puede ver en las pp. 306 -307 de la edición francesa y en las pp. 278-279 de la española. 3 “L’enfance inguérissable”, en el dossier titulado Albert Camus, le juste, diario Le Monde, n. 21, octubre de 1998, p. 2. 4 La última oración es de la p. 248 de la edición francesa y la p. 228 de la española (la redacción por la que opté es ligeramente distinta). 5 Sobre lo aquí dicho y sobre la expresión entrecomillada, véase la p. 317 de la edición francesa y la p. 287 de la española.

CAMUS Y EL TEATRO Hugo Hiriart Cuando Camus sube al escenario, se d esenvuelve una gran época del teatro francés. Gente de tablado portentosa, como Jean -Louis Barrault, Roger Blin (estrenó Esperando a Godotrepresentando él mismo a Pozzo), Louis Jouvet (no he visto mejor actor, gran director, vivió en México en la calle de Pino, montó las obras de Sartre y Genet) y muchos más. Grandes dramaturgos como Beckett, Ionesco, Giraudoux. Grandes actores, esos actores que admiramos en la pantalla los privilegiados que hemos sido aficionados al cine francés de los años treinta, cuarenta, cincuenta como Michel Simón o Jean Gabin. A Camus le fascinaba el teatro. Había sido actor y disfrutaba dirigiendo. Fue amante de María Casares, la famosa actriz. El papel de Calígula, su primera pieza, lo encarnó un ángel de la escena, Gerard Phil ip. Y sin embargo algo pasa con el teatro de Camus que lo vuelve la línea de menor resistencia del arte del maestro. Exploremos. Se dice siempre que Camus fue existencialista y exploró el absurdo de la vida. No creo que haya sido existencialista, en su li teratura está muy presente la alegría, alegría inmotivada, como debe ser. En El mito de Sísifo, tal vez, indaga el absurdo, pero en su teatro, no. Martin Esslin en su clásico estudio El teatro del absurdo no lo menciona al lado de Ionesco, Beckett o Arthur Adamov. ¿Por qué? Cuando era joven admiraba Calígula, ahora no tanto. En esta pieza aparece el absurdo a través del personaje central. Calígula sale a escena contrariado porque quiere la Luna y no puede tenerla. Así dan comienzo sus despropósitos. Ahora, el emperador, dado su poder absoluto, decide arbitrariamente el destino de los ciudadanos. El mandatario es absurdo, luego el destino de la gente es absurdo. La 91

pieza puede ser sobre el absurdo, pero ella misma no es absurda, es perfectamente lógica. Las obras de Ionesco no son sobre el desquiciamiento, como Calígula, son desquiciadas ellas mismas, argumento, personajes, diálogos son absurdos. La obra es programática, manipulada para que exhiba una tesis. El arte teatral es celoso, si se entrometen mensajes u otras cosas, el arte se aleja disgustado. De Shakespeare, modelo de calidad, no se sabe nada, no se sabe si era católico o anglicano, no se saben sus opiniones acerca de nada. Shakespeare es caso extremo de artista enmascarado. La máscara manda, es de cir, la obra debe organizarse e ir a donde debe ir, no a donde podría querer el humano William Shakespeare que se dirigiera. Nuestras fantasías infantiles de justicia o final feliz no juegan. No hay fervorín. Ésta es una limitación del arte teatral de C amus. Tiene otras. Entre ellas la aparición de lo poético en su dramaturgia. En su novela El primer hombre, publicación póstuma, el protagonista, el propio Camus, visita un cementerio militar buscando una tumba, la de su padre. 1885-1914, había su padre caído en la Batalla del Marne, cuando él había cumplido apenas un año. El visitante hace rápidamente la cuenta: 29 años. De pronto se sintió conmovido en lo hondo de su ser. Él tenía ya 40 años. El hombre enterrado bajo aquella losa, el hombre que había sido su padre, era más joven que él. Hay resonancia aquí, sentimos que algo late detrás de estas palabras, un significado evasivo, no fácil de formular. Like something almost being said , nota característica de lo poético, observa Philip Larkin, como algo que casi se ha dicho(casi, no dicho, casi dicho). Esta resonancia es marca de fábrica de lo poético. Ahí está, pero no podemos formularlo. Mejor porque, como aseguraba un gran pintor chino, (en arte) todo lo que puede verbalizarse carece de importancia . La prosa de Camus es con frecuencia poética. Esta peculiaridad embota los filos de su teatro. En teatro hablan los personajes, no el autor. Los personajes deben 92

hablar como ellos hablan. Lo poético es obstáculo insalvable para cumplir este precepto. Lo poético saca al espectador de la obra. El milagro de Shakespeare es que, pese a ser poeta admirable, sus diálogos no suenan a cosa poética. Es simplemente la frase correcta en el momento correcto, exactitud matemática, como si este hombre sorprendente pudiera med ir sus palabras sobre nuestra naturaleza en un balance sensitivo hasta fracciones milimétricas , escribe Graham Greene de Shakespeare. Es decir, lo que más cuenta es la puntería, la oportunidad, la naturalidad de la frase, no, de ningún modo, su presunto co ntenido poético. Pero no quisiera dejar aquí la opinión acerca de un escritor que me parece desde muchos puntos de vista admirable, así que me permito agregar un corolario, no tan breve como hubiera querido. El mayor mérito de Camus está en su refinada sensibilidad moral. Así lo vio Sartre en el adiós emocionado que rindió al viejo amigo con quien había reñido: Camus representa en este siglo, y contra la historia, al heredero de ese largo linaje de moralistas cuyas obras constituyen, quizá, lo más origin al de la literatura francesa. Tres ejemplos, hay mil. Vivir admirando es, en cierto sentido, vivir en el paraíso (piensa un poco, ¿verdad que sí? Y claro, ¿cómo no se me había ocurrido a mí?). El mérito del periodismo está en continuar cuando se sabe que los lectores ya están cansados del asunto, ahí se demuestra que se busca, no el deslumbramiento, sino la reparación (ídem.). Los tres principios que es necesario defender para hacer un buen periódico: Los de la justicia, el honor, la felicidad (el más raro es el principio del honor, sin embargo, ¿no sería una maravilla un periódico con honor?). En todo genio moral atrae lo mismo que la obra, el personaje, porque el talento moral no es teórico es vital y tiene que exhibirse en la existencia, por eso queremos conocer su vida, saber qué opinaba de esto y aquello, queremos guía, nosotros, tan ciegos en apreciaciones morales. Y es el caso de Camus: figura atractiva, joven (47 años al morir), guapo, comprometido, el cigarrillo en la comisura de los labios, puritano voluptuoso, donjuanesco a su pesar, periodista que no deja pasar nada, siempre discutiendo, persona de opiniones impredecibles, angustiado, y un plus, es talentosísimo (Sartre llegó a reprocharle que escribía demasiado bien). n

Hugo Hiriart. Escritor, dramaturgo y ensayista. Ganador del Premio Nacional de Ciencias y Artes 2009 y Premio Mazatlán de Literatura 2011. Ha publicado, entre otros títulos: El arte de perdurar, Disertaciones sobre las telarañas y Galaor. 93

PARA LEER A CAMUS Roberto Breña Un recorrido por algunas de las principales librerías del DF nos muestra que el Camus “esencial” está ampliamente disponible: El extranjero en primer lugar, pero también La peste, La caída y, por supuesto, El primer hombre (cuya primera edición es de 1994). El exilio y el reino, su colección de cuentos, es, sin embargo, más difícil de encontrar. De sus obras de teatro es fácil dar con Calígula (su pieza dramática más leída), El malentendido y Los justos. De su obra ensayística no hay problema si se quiere adquirir El mito de Sísifo, pero no se puede decir lo mismo de El hombre rebelde. Por último, con suerte uno puede encontrar sus “Reflexiones sobre la guillotina”, pues forman parte de un libro que la editorial argentina Emecé Editores publicó en 2003 bajo el tít ulo La pena de muerte (que también incluye “Reflexiones sobre la horca” de Arthur Koestler). Me temo que hasta aquí llega lo que un lector “de a pie” puede adquirir de Camus en algunas de las mejores librerías de la ciudad. El panorama es bastante menos halagüeño si el lector en cuestión está en búsqueda de libros sobre Camus. En un recorrido hecho la primera semana de octubre de este año, quien esto escribe sólo pudo encontrar dos textos breves: un libro titulado Albert Camus de Rosa de Diego y otro cuyo título es Camus para principiantes, sus autores son David Zane Mairowitz y Alain Korko. En los dos casos se trata de libros de carácter introductorio; de hecho, en el segundo caso el público a quien está dirigido es netamente juvenil, pues se trata de un libro tipo historieta. ¿Qué es lo que queda fuera del panorama bibliográfico bosquejado? Si nos referimos a la obra de Camus, la lista es larga: La muerte feliz, El revés y el derecho, Nupcias, Cartas a un amigo alemán, El verano, su pieza teatral Estado de sitio, sus seis adaptaciones teatrales (de Calderón de la Barca, Larivey, Buzzati, Faulkner, Lope de Vega y Dostoievski), su ingente obra periodística (recopilada sobre todo en las tres series de Actuelles), sus cuadernos (recopilados en las tres series de Carnets), sus numerosos discursos y, por último, sus diarios de viaje. La inmensa mayoría de los textos que acabo de mencionar están disponibles en español para los lectores que puedan hacerse de los cinco volúmenes de las Obras de Camus que publicó Alianza en Madrid en 1996. Esta edición, imprescindible para los lectores de habla hispana realmente interesados en Camus, decidió seguir un orden cronológico (sobre esta y otras decisiones editoriales de esta encomiable colección, véase el prólogo de José M aría Guelbenzu en el primero de los cinco volúmenes, pp. i -iii). Quizás no esté de más añadir que hace años no veo esta colección en librerías de la ciudad de México. Lo mismo puedo decir de un librito muy recomendable: Moral y política (editado originalmente en 1978 por Losada en Buenos Aires, coeditado por Losada y 94

Alianza en Madrid en 1984 y después editado solamente por Alianza en 1995). Se trata de una selección que hizo el propio Camus de artículos publicados en Combat y en otros medios entre 1944 y 1 948, así como conferencias y entrevistas. Si nos referimos a la obra sobre Camus, las lagunas respecto a lo que podemos encontrar en las librerías del DF son todavía más notables, sobre todo porque no es fácil encontrar ninguna de las dos biografías más i mportantes: la de Herbert Lottman (Albert Camus, Taurus, Madrid, 1987) o la que, sin duda, es la mejor que se ha escrito hasta hoy: la de Olivier Todd ( Albert Camus, una vida, Tusquets, Madrid, 1997). Menos aún, por supuesto, es posible encontrar otra biog rafía de Camus, mucho más breve y mucho más crítica del personaje que las dos anteriores, titulada simplemente Camus y cuyo autor es Connor Cruise O’Brien (Grijalbo, Barcelona, 1972). En esta misma línea crítica, pero en inglés, menciono otra biografía breve que también puede resultar de interés para los lectores: Camus (Portrait of a Moralist) de Stephen Eric Bronner (University of Minnesota Press, Minneapolis, 1999). Sobre la polémica con Sartre hay dos textos que resultan imprescindibles: Camus y Sartre (La historia de una amistad y la disputa que le puso fin) de Ronald Aronson (Universidad de Valencia, Valencia, 2006) y, en inglés, Sartre and Camus (A Historic Confrontation) , David A. Sprintzen y Adrian van den Hoven, eds. (Humanity Books, Amhers, 2004). En cuanto a las Obras completas en dos tomos publicadas en México por Editorial Aguilar en 1959, en su “Biblioteca Premios Nobel”, y reeditadas en dos ocasiones más en la década de 1960, hoy en día sólo se pueden conseguir en algunas librerías de viejo o, por supuesto, en la red (en ambos casos a precios bastante elevados). Aunque estamos hablando de cerca de dos mil 350 páginas entre los dos volúmenes, esta selección, como veremos enseguida, resulta muy incompleta desde la perspectiva actual si de lo que estamos hablando es de la “obra completa” de Albert Camus. En cuanto a las obras completas en francés, cabe apuntar que los dos viejos volúmenes de la colección “Bibliothèque la Pléiade” de Editorial Gallimard (publicados en 1962 y 1965, el primero dedicado a obras de teatro, adaptaciones, novelas y cuentos, y el segundo a la ensayística) han sido reemplazados desde hace un lustro por los cuatro tomos, ordenados cronológicamente, que fueron publicados en esta misma colección en 2006 (los dos primeros) y 2008 (los dos últimos). Los editores de estas nuevas obras completas (mucho más completas que las originales) fueron Jacqueline 95

Lévi-Valensi (vols. I y II) y Raymond Gay-Crosier (vols. III y IV). Se trata de una edición prácticamente crítica (no lo es en tod a regla porque no incluye todas las variantes) de casi todo lo que escribió Camus durante su vida (salvo su correspondencia). Para dar una idea de todos los textos que no estaban incluidos en la edición francesa de los años sesenta, basta decir que la nuev a edición contiene nueve mil 248 páginas, mientras que la original tenía cuatro mil 128. Para los lectores que lean inglés y estén interesados en tener una visión actualizada sobre prácticamente todos los aspectos centrales de la vida y obra de Camus, recomiendo la antología de 14 artículos titulada The Cambridge Companion to Camus, Edward J. Hughes, ed. (Cambridge University Press, Nueva York, 2007). En francés hay una excelente biografía intelectual: Albert Camus, soleil et ombre de Roger Grenier (Gallimard, París, 1987). Sobre su pensamiento político destaco Camus (Portrait de l’artiste en citoyen) de Jeanyves Guérin (Éditions François Bourin, París, 1993). En cuanto a las múltiples correspondencias de Camus que se pueden encontrar en francés, refiero so lamente una: Correspondance Albert Camus-Jean Grenier, 1932-1960 (Gallimard, París, 1981). Por último, el mejor testimonio fotográfico publicado hasta la fecha es el que hizo hace poco su hija Catherine: Albert Camus (Solitaire et solidaire) (Michel Lafon, París, 2009). Por supuesto, en la red se pueden adquirir ediciones impresas de prácticamente todos los libros mencionados hasta aquí, así como encontrar muchos testimonios más o menos valiosos sobre Camus. De entre todos estos testimonios, recomiendo uno: un documental de Jean Daniel y Joël Calamettes titulado Albert Camus, 1913-1960: une tragédie du bonheur (CKF Productions, 1999). Sólo un amigo cercano, como lo fue en algún momento Daniel, pudo haberle dado a esta biografía documental la sensibilidad ca musiana que la recorre de parte a parte. El video, que tiene subtítulos en español y dura poco menos de una hora, se puede ver mediante el siguiente vínculo: http://www.dailymotion.com/video/xosza5_albert camus-biografia-francais-subtitulos-en-espanol_people . Cabe apuntar, para terminar esta nota bibliográfica, que Daniel es el autor de un atractivo librito de memorias: Camus (A contracorriente) (Galaxia Gutenberg/Círculo de Lectores, Barcelona, 2008); si corren con suerte, algunos lectores podrán encontrarlo en librerías del DF. n Roberto Breña

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LOS FANTASMAS DEL HOTEL PARAÍSO SON DOS LEONES Alberto Ruy Sánchez Sí. Vivo entre la Gloria y el Paraíso. Entre la sala de cine Gloria y el hotel Paraíso. Un hotelito de paso en la esquina de mi casa, cubierto de azulejos muy pequeños, como se usaban en los años cincuenta. Y un letrero en el muro, que en otra época podía ser leído al mismo tiempo que el gran anuncio luminoso del cine. Como eco uno del otro, como promesa de alcanzar la Gloria en el hotel Paraíso y el Paraíso en el cine Gloria. Cuando la noche ya muy avanzada me entrega sus silencios, detrás del canto de los grillos y las chicharras, a lo lejos pero rebotados en los muros de las azoteas hasta mi ventana, se oyen claramente los resortes de los colchones en los cuartos más altos del hotel. Rechinan a ritmos desiguales que siempre se aceleran. Y de pronto, un grito o dos. Algunas noches hay conciertos corales. Rara vez. Pero qué bien combinan con los cantos nocturnos de los grillos. Y con mi lectura o escritura de madrugada. Siempre despiertan mi sonrisa cómplice sin que ellos, los gritones y los grillos, puedan saberlo. De la misma manera que los actores felices en las películas no pueden sospechar qué tipo de felicidad y de sonrisa despiertan en nosotros cuando los vemos. La entrada al hotel permanece discretamente abierta detrás de una alta cortina de árboles frondosos. Truenos siempre verdes. Entre ellos se escurren las parejas clandestinas que casi siempre caminan por ahí mirando al piso. O mirándose fijamente a los ojos. Me alegra cuando paso por ese sendero arbolado y a la hora que sea hay alguna pareja con la mirada hu ndida uno en el otro. Me gusta verlos por azar, huidizos, entre nerviosos o ya desde antes extasiados. O cuando salen con unas sonrisas que no les caben en la cara. Sobre todo ellas, con frecuencia más libres para mostrar con el lenguaje del cuerpo sus pla ceres. Qué rostros de placidez he visto ahí, de golpe, al doblar la esquina. Y cómo alegran el día.

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La otra noche, en medio del concierto de gritos y grillos, justo abajo de mi ventana, alguien instaló una marimba grande y un par se pusieron a tocar mien tras otro recorría la calle gritando: “¿Quiere coooperaaaaar? ¿Quiere coooperaaaar?”. Era tarde pero nadie parecía molestarse. Concierto a domicilio. La calle es muy tranquila siempre. Los hoteles de paso imponen discreta tranquilidad. Y más de noche. Esos músicos ambulantes irrumpían más de lo que pensaban pero la gente les daba dinero casi en cada casa. Algunos, me imagino, para que se fueran ya. Eso ha sucedido a los que de pronto vienen con una tambora. Pero una marimba es excepcional. Hubo unos vecinos a los que sí perturbó notoriamente y de manera muy positiva. En la casa de enfrente, por las ventanas se asomaban y sonreían sin cesar hacia los marimberos nómadas. Y es que ahí viven los famosos Hermanos Zavala. Vecinos muy cordiales que tocan la marimba de manera profesional. Yo los vi por primera vez hace muchos años en uno de los noticieros que pasaban antes de la función en el cine Gloria. Y después en la televisión. Eran una sensación, además de por lo bien que tocaban, porque eran once hermanos con sus marimbas, todos al mismo tiempo en escena. Un despliegue sólo comparable en aquella época a las coreografías acuáticas de Esther Williams. De esas cosas que el cine solía dar. Nunca imaginé que vivían al lado. Aunque tal vez en aquella época vivían en otra parte.

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Yo no vivía entonces en este paréntesis doblemente edénico sino muy cerca, en la calle de Medellín un tiempo y otro en la de Coahuila, alternando con estancias largas y cortas en Sonora y Baja California. Entre los grandes placeres que recuerdo de niño, además del Parque México y la extraña calle de Ámsterdam, estaba el mercado de Medellín y los varios cines de la zona. En una época, muy especialmente, el cine Gloria, que estaba en Campeche, casi esquina con Manzanillo, a tres calles de mi casa . Aunque era un cine grande para los criterios actuales, no era de los grandes en su tiempo. Grande era el cine Estadio, a unas cuantas calles. Ahora convertido en templo de una secta. Y después grande y moderno fue el cine Las Américas. Que por poco se co nvierte en el salón de baile que sería el relevo de lo mejor del Salón 21, cuando su dueño era Miguel Nieto, pero cuya estructura está dañada. Al cine Las Américas iba la gente de las colonias Condesa, Escandón, Roma y muchas de las del sur, hasta San Ánge l, antes de que después existiera el cine Manacar en la calle de Insurgentes y Río Mixcoac. Cuando yo era niño el cine Gloria ya había pasado su mejor época y nunca fue renovado. Y ése era parte de su encanto. La marquesina con frecuencia lucía letras accidentadas. Una T muy rota, una L que colgaba como pistola de gángster asesinado, una O que pertenecía a otra tipografía y era muy evidente. De niño me quedaba contemplándolas mucho tiempo frente a la marquesina apagada. Y me preguntaba qué había pasado con las O de ese juego. ¿Se les habrán roto o perdido? ¿O alguien se robó las O del cine por alguna razón desconocida para mí? Imaginaba historias de mi detective favorito entonces, inventado por Mark Twain, Cabezahueca Wilson (como traducían entonces Pudden’head Wilson), en las que el robo de las O del cine Gloria era el misterio a resolver. Y el detective lo lograba gracias a las huellas digitales sobre el resto de las letras. En cierto momento el menospreciado Cabezahueca les decía que el nombre del asesi no estaba escrito en las otras letras aún colgadas formando el título de la película. Los policías comunes y normalmente bobos leían y leían sin entender hasta que el detective Wilson les demostraba que las huellas eran otro alfabeto dentro del alfabeto. En el cine Gloria, antes de cada película, como en casi todos los cines en México entonces, mostraban una sesión de “cortos”. Que eran como unos noticieros mezclados con reportajes breves sobre cualquier tema. Y el monopolio de ellos en una época los tenía un productor llamado Demetrio Bilbatúa. Escuchar su nombre al inicio de todas las funciones era como si mencionaran una especie extinta de dinosaurio. Porque como la sala de cine, sus cortos tenían la apariencia de pertenecer a la época en que nuestros p adres eran muy jóvenes. O incluso antes. La voz que presentaba todo era muy engolada y solemne hasta para decir lo supuestamente informal. Y les gustaba poner como sonido de fondo el ruido que hacían los motores de las cámaras filmando. Que al principio un o que nunca 99

hubiera asistido a una filmación identificaba sólo como un ruido molesto, extraño en una película. Eran graciosos por lo malos que eran y el enorme esfuerzo que hacían por ser graciosos despertaba sentimientos de extrañeza y algo de piedad. Una ventaja: cualquier película mexicana o extranjera, por más mala que fuera, lucía muchísimo después de los “cortos” de Bilbatúa. Eran tan malos que no nos permitían apartarnos de la conciencia de que estábamos dentro de un cine, con su decorado interno particular y su espíritu de palacio del barrio. Cuando había una película ya no estábamos en el cine Gloria sino en otro lugar. En ése donde la película sucediera. Ahora me doy cuenta de que no tengo ni un solo recuerdo que me permita relacionar una película con alguna sala en especial. El cine Gloria se volvió con el tiempo, y por unos cuantos años, una discoteca llamada El Cine, facilitando el paso de la Gloria al Hotel más que antes. Ahora es un edificio de apartamentos tan alto que desafía las normas de seguridad para temblores en la zona. Como en las películas de gángsters que veíamos en el cine Gloria. Como si lo de adentro se hubiera salido. Da pena pensar lo que puede suceder. Pero esa es otra película. El hotel Paraíso sigue ahí sin mácula ni indiscreción, sin renovarse pero sin ser en nada decrépito. Todo dentro de la estética de los cincuenta, como los mosaicos que cubren sus muros exteriores. Y a juzgar por las camionetas de la lavandería que suelen salir de ahí bien cargadas de sábanas sucias, el negocio va viento en popa. Una noche, entré al cine y había ya comenzado una película que sucedía en un hotel de paso, muy parecido al Paraíso de al lado. Pero más parecido todavía al hotel Colonial que reina a un costado de Chapultepec, sobre la calle d e Constituyentes, y que tiene en sus jardines a cinco pavorreales y una jaula con una pareja de leones. Es legendaria la anécdota del dueño del hotel atacado una tarde por uno de sus leones mientras lo alimentaba. Los había tenido desde que eran bebés y llegaba a meterse a la jaula para darles de comer con sus manos sin que ellos tuvieran hacia él sino gestos de afectuoso sometimiento. Varios años después, una tarde de intensa lluvia, un rayo cayó sobre la jaula metálica asustando al león de tal manera que, creyendo a su amo responsable del estallido luminoso y del impacto eléctrico, con un gesto instantáneo le dio un zarpazo en la cara, desangrándolo en un instante. Y cuentan que cuando llegaron a tratar de ayudar al dueño del hotel, el cielo todavía relamp agueaba mientras el león lamía su cara. En algunas versiones, el león gemía, lloraba arrepentido y trataba de sanarlo con su lengua, como los leones hacen instintivamente con sus propias heridas. En la versión de otros empleados, el león se lo estaba comie ndo: una vez alertado el instinto y multiplicado por el olor y el sabor de la sangre, el león saboreaba a su dueño. Y rugía cuando alguien trataba de acercársele y quitárselo. La película contaba a grandes rasgos y con variantes esa historia de los leones del 100

hotel de paso, como eje de varias historias de equívocos en los que el hombre de una pareja de amantes salía por hielo y al regresar se equivocaba de cuarto, descubriendo en la nueva habitación, por supuesto, a su esposa con otra persona. Me quedé tan impresionado que al llegar a mi casa me parecía seguir oyendo enormes rugidos felinos mezclados con los resortes de las camas del hotel de paso al lado de mi cuarto. Me quedé profundamente dormido en esa selva de imágenes y sonidos. Y esto es lo que anoté al despertar del sueño que tuve aquella noche con una mujer con la que, si me preguntan, nunca estuve ahí: “Habíamos deseado ese momento durante varias semanas. El nerviosismo posesivo casi nos impedía hablar antes de entrar al cuarto del hotel Paraíso que daba a una calle cubierta, entre otros árboles, de truenos. Había un jardín con leones muy bellos que parecían adormilados. Verlos, admirarlos, temerlos, nos daba un escalofrío que describía perfectamente con esa figura animal nuestro nerviosismo. Todo era muy oscuro incluso cuando prendimos una luz dentro del cuarto. Había una extraña penumbra. Pero tu sonrisa y tu mirada me iluminaban todo lo que entonces hubiera querido ver. A ti. El camino de mis manos hacia ti, el camino de mis besos hacia tu cuello, hacia esa vena que se encendía al ritmo de tu sangre. Recuerdo tu desnudez, encima de la mía, y mis manos sosteniéndote de frente y de espaldas en el aire. Tus nalgas como dos nubes en mis manos, descendiendo muy lentamente para envolverme. Para envolver mi pene, primero con su olor y su humedad, luego con ese abrazo de agua y carne que sin principio ni fin nos ponía en el paraíso. Yo trataba de mirar dentro de ti como quien logra ver a lo lejos una luz en la tormenta. Y al moverte en mis manos que aún te sostenían en el aire, como quien nada en el viento, con cada movimiento respirabas hondo y algo dentro de ti se encendía que sólo con el ojo de tacto de mi pene podía ver. Y así te conocía por dentro de otra manera. Mirarte es para mí, desde entonces, u n verbo que se conjuga con múltiples facetas de acción contemplativa: profundas, húmedas, llenas de vaivenes, de instantes eternos, de intensidades más hondas y fugaces que algunas palabras. Y desde esa noche de lluvia no dejo de mirarte. Y admirarte en el anhelo empapado de tu lluvia. Tus nubes en mis manos volaban como en viento leve y luego como en una tormenta. Y yo en ellas, girando como si fuera entonces y siempre su habitante natural y el habitante natural de tu sonrisa. Hasta que (todavía me duele recordar ese momento como si fuera una terrible desgarradura) un relámpago iluminó las ventanas. Unos segundos después un trueno. Y un enorme rugido de dos leones, más violento aún que el del cielo tronó en nuestros oídos, separándonos, no sólo de nosotros sino de nuestro sueño. Desperté de golpe en mi cama, empapado pero solo. Con la espalda arañada, no supe cómo, con mis dedos cansados de sostener la parte más bella de tu cielo. Desperté, sí, pero mi corazón alterado, mi pene en el alboroto de tu humedad acogedora, siempre sediento, mi espalda, mis manos, tardaron varias semanas en regresar de ese sueño que, dentro de mí, en algún rincón que huele a ti, nunca ha 101

sido interrumpido. Sí, tú lo dijiste más o menos así mientras nos enjabonábamos, hay hoteles de paso que no lo son porque uno siempre los lleva dentro”. n

Alberto Ruy Sánchez. Narrador, ensayista y poeta. Es autor del quinteto de Mogador: Los nombres del aire, En los labios del agua, Los jardines secretos de Mogador, Las manos del fuego y Nueve veces el asombro. Este cuento forma parte del libro Historias de hoteles de paso, que la editoral Cal y arena publicará a principios de 2014.

EL RÍO NEGRO DE CARLETON BEALS Edith Negrín En 1934 el escritor y periodista estadunidense Carleton Beals publicó la novela Black River, que a pesar de ser una de las primeras obras que exploró la prosperidad petrolera en México durante los años veinte del siglo pasado, hoy duerme el sueño de los justos. Edith Negrín recuerda la atrayente personalidad de Beals y evoca el enclave del oro negro en el Tampico de entonces. A los lectores de este siglo les extraña que la novela Black River (1934), de Carleton Beals, una de las primeras obras escritas sobre el petróleo mexicano, no haya sido traducida al español y permane zca casi ignorada. Apenas se encuentran en el campo cultural del país algunas críticas sobre esta novela, cuya visión de México y posición frente al tema petrolero, en cierta medida coincide con la de B. Traven en La rosa blanca, publicada en alemán en 1929 y en español en 1940. 1 Sorprende el desconocimiento porque el autor, apasionado latinoamericanista, dedicó cerca de una docena de libros a México. Vale la pena recordar s u atrayente personalidad. Beals, intrépido y romántico Carleton Beals, nacido en 1893 en el estado de Kansas, viene a México en 1918 por haberse declarado objetor de conciencia y negarse a ingresar al servicio militar que lo hubiera obligado a tomar parte en el horror y el sinsentido de la Primera Guerra Mundial. Hubo otros como él, un heterogéneo conjunto de jóvenes estadunidenses, y algunos de origen mexicano, también conocidos como “slackers” o remisos. 2 102

Aquellos que aunaron el amor por la aventura y la militancia política, a la vocación de periodistas y escritores, dada la firme conciencia antiimperialista de que estaban imbuidos, contribuyeron a disminuir la ignorancia del público lector norteamericano acerca de América Latina. John Kenneth Turner y John Reed son pioneros paradigmáticos de estos intelectuales que llegaron al México revolucionario y dejaron imborrables imágenes del país y la gente. A esta estirpe pertenece Carleton Beals. El joven Carleton había padecido tres breves encarcelamientos por su actitud renuente a cumplir sus deberes patrióticos, si bien a la larga fue declarado no apto para el servicio por razones de salud. Viajaba a México con su hermano men or, Ralph, futuro antropólogo especialista en nuestro país, quien estaba cercano a la edad del reclutamiento. Los hermanos Beals contaban con el amparo afectivo de su familia, de orientación liberal izquierdista, pero llegaron a México en condiciones de extrema pobreza. Sin embargo, a los pocos meses el autoexpatriado primogénito ya disfrutaba de una posición desahogada, manteniéndose como profesor de inglés y corresponsal extranjero en la capital. Beals poseía una excelente formación universitaria, no obs tante la cual, su inquietud aventurera, tanto como su descontento con el sistema norteamericano y el inherente culto al trabajo y al éxito, lo impelían a dejar su tierra natal. Graduado con honores en Berkeley como ingeniero de minas, con una especialización en economía, obtuvo asimismo una maestría en educación en Columbia y mostró desde muy joven la vocación de escritor, incluso ganó un concurso de ensayo. Pero pese a su brillante desempeño académico, una vez egresado sólo pudo conseguir un trabajo admini strativo en una compañía petrolera californiana. En su recuento autobiográfico Brimstone and Chili —que debe su título a la exclamación de un personaje sobre un pueblo desértico de Arizona: “tan picante como azufre y chile”—, relata en detalle su llegada a México. Cuenta que antes de la expedición él era un esclavo de cuello blanco en el departamento de embarque de la compañía Standard Oil, revisando los envíos destinados a los supuestamente ignorantes y perezosos pobladores de tierras remotas. Y recuerda que cada barril de petróleo inventariado le hacía pensar en mares tropicales y playas sombreadas por palmeras.

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La estancia inicial en México del inquieto Carleton duró más de dos años en los cuales, como él contaría posteriormente, atravesó 15 estados a pie, a caballo o en tren, convivió con los indígenas del norte del país, supo de los rebeldes villistas y carrancistas y entró en contacto con los artistas e intelectuales más importantes de la capital. Trató de cerca a Venustiano Carranza, cuando éste ya era presidente, y a otros miembros del grupo dirigente. El viaje señaló una nueva ruta en su vida: consolidó su vocación periodística y despertó su compromiso existencial con los países latinoamericanos. Vuelve a México en 1923, su integración, junto con otros artistas y bohemios norteamericanos al país, que vivía la fiesta de la reconstrucción de la identidad y la cultura. Prolífico autor de artículos periodísticos y cerca de 50 libros, Beals llegó a ser una de las voces más autorizadas sobre los problemas de América Latina, siempre desde una óptica izquierdista. Su posición dentro de la gama de las izquierdas tiene como constantes el radicalismo antiimperialista y la solidaridad con las masas insurgentes, así como con los humillados y ofendidos de todos los países. Entre los veinte y los sesenta se solidarizó con una diversidad de luchas populares y llevó a cabo hazañas periodísticas, por ejemplo, ser el único corresponsal extranjero que entrevistó a César Augusto Sandino en 1928. A través de los vario s géneros que cultivó, atacó la depredación practicada por las compañías petroleras y las bananeras. Siempre denunció el imperialismo norteamericano por su ejercicio de la intervención militar, la intimidación diplomática, la dominación económica y la mani pulación clandestina, sintetiza John Britton.

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Aunque fue acusado de agente de Stalin, por su renuncia al Comité Americano para la Defensa de León Trotski, presidido por John Dewey en 1937 —cuenta Rafael Rojas—, su trayectoria izquierdista fue ajena a las burocracias e instituciones; más bien fue libre, personal, bohemia. Su actitud ideológica puede ser ubicada dentro de la amplia gama del socialismo populista. 3 Britton lo vincula con la “izquierda lírica” norteamericana, definida por una sed de experiencia estética, aunada al deseo de encontrar una síntesis progresista de la experiencia humana. Christopher Neal lo califica con tino de disidente solitario. La militancia de Carleton Beals fue tan romántica como toda su personalidad: apuesto y atractivo, individualista y apasionado; fotografiado por Tina Modotti y modelo de un personaje que Katherine Anne Porter describe con ironía, en el relato “That Tree”. 4 Junto con otros compatriotas radicales el autoexiliado Beals desafió la premisa ampliamente reconocida en Estados Unidos de que América Latina era un vasto paraíso tropical, lleno de recursos, esperando poder desarrollarse con la bondadosa iniciativa de los inversionistas norteamericanos. La copiosa producción del aventurero militante incluye relatos de viaje, crónicas, biografías históricas, autobiografía, ensayos políticos y novelas; los gé neros se contaminan entre sí, y todos participan de cierta dosis de ficción. Uno de sus temas fundamentales es América Latina, y cerca de una docena de sus libros, insisto, se centran en México. La práctica periodística imprimió a la prosa del escritor el apresuramiento, la urgencia de comunicar de inmediato. Su escritura lleva, asimismo, la huella de su ansiedad existencial por conocerlo todo y contarlo todo, en circunstancias casi siempre acuciantes. Los contemporáneos de Beals destacaron el aporte info rmativo de sus libros, la valiosa observación de primera mano. Apuntaron, también, la agilidad narrativa y el colorido descriptivo de su prosa; sus textos de viajes y crónicas recibieron elogios, pero en tanto novelista casi siempre fue considerado deficie nte. 5 A la distancia no se puede menos que concordar sus textos autobiográficos y sus crónicas se leen aún con deleite, pero las novelas padecen de un exceso de acontecimientos, no siempre bien ensamblados, y el previsible maniqueísmo de quienes conciben la literatura como un arma de combate ideológico. Aun cuando en principio Black River no está exenta de las mencionadas limitaciones, merece ser estudiada en tanto, desde la disidencia norteamericana, capta la atmósfera emocional del enclave petrolero tampiqueño en los veinte, así como la visión de personajes de diferentes grupos sociales. 105

Río negro, la novela Black River es una narración extensa: 45 capítulos de longitud des igual, encabezados por números romanos, y a veces subdivididos en apartados, se distribuyen en 409 páginas. El relato está a cargo de un narrador omnisciente que va alternando el punto de vista de algunos personajes, en diversa medida, con el suyo propio. La narración se estructura alrededor de dos líneas imbricadas. Una es la historia de las adversidades y fortunas de Mico Zaragoza en el puerto de Tampico en la etapa de la posrevolución mexicana, hacia la década de los veinte. Mico es una especie de antihéroe que parece ser, para el narrador, el paradigma del tampiqueño, tal vez del mexicano, “promedio”. Su trayectoria es el hilo conductor de la novela, desde el principio hasta el capítulo XXXIII en que es asesinado. Los 12 capítulos restantes narran el de stino de los hombres y mujeres de diversos grupos sociales que, a través de contactos directos con el protagonista, fueron distanciándose, cobrando importancia, vinculándose a su vez con otros personajes, y ramificando en una constelación de historias de d istinta extensión. Las historias a veces ocupan varios capítulos, otras son breves. A veces los apartados dentro de un capítulo narran momentos sucesivos de un mismo relato; a veces cambia el escenario y personajes. En cualquier momento irrumpe la voz del narrador que constituye la otra línea narrativa. El narrador complementa la trama. Ilustra la circunstancia tampiqueña y mexicana en el contexto universal. Sin pretensiones de objetividad, expresa sus simpatías o antipatías por determinados personajes, y en su esfuerzo por comprender, explicarse y esclarecer al lector la complejidad de la situación histórica, constantemente opina, conjetura y divaga. El furor por el petróleo En el marco global de un maniqueísmo apenas matizado, la trama se estructura alrededor de dos grandes polos antagónicos, sintetizados a grandes rasgos por el narrador como: México, “un modo de vida que detesta las máquinas”, frente a los Estados Unidos y su “eficiencia industrial”. 6 Por el lado mexicano, el personaje central es, pues, Mico Zaragoza; hombre joven, débil, marginal, sin recursos, posición social, convicciones o preparación, está destinado al fracaso en todos los aspectos de su existencia. Empleado, corrompido, utilizado, perseguido y aniquilado por una compañía petrolera, su trayectoria tiene un matiz simbólico. Su caso permite atisbar la forma en que los tampiqueños padecían, en su vida cotidiana, la agitación e inestabilidad generadas 106

tanto por el ajetreo revolucionario, como por el vertiginoso crecimiento del puerto como un enclave petrolero en América Latina. La motivación más importante de Mico es conquistar a una mujer de la cual está enamoradísimo. Dado que ella, Conchita, apodada “La Paloma”, es una prostituta de alto nivel, el joven necesita mucho dinero y, como los héroes de la novela picaresca, desarrolla todo tipo de ardides para obtenerlo, atravesando sin escrúpulos ni remordimientos una y otra vez la frontera entre las activi dades legales y las delictivas. Cierto que se trataba de una frontera de suyo un tanto difuminada en ese momento histórico. Mico representa a una profusión de desclasados, hombres y mujeres que ofrecen diversos servicios en restaurantes y centros nocturn os: administración, alimentación, bebida, baile, prostitución. Muchos empleados son chinos. Completan el cuadro los indios (Indians). Se habla, en forma genérica, de aquellos que caminaban por la noche cargando mercancías para venderlas en el mercado. O de aquellos “indios descalzos” que fueron estafados por la compañía petrolera para quitarles sus tierras. En menor medida sabemos de los obreros del petróleo que, salvo excepciones, aparecen representados en masa, y adquieren importancia en el capítulo d edicado a la huelga. El narrador describe las pésimas condiciones de trabajo, el lamentable nivel de vida y la imposición de costumbres feudales que padecían los asalariados. La huelga de los petroleros surge al calor del nacionalismo despertado por el movimiento revolucionario. No obstante en la represión del movimiento, los empresarios extranjeros cuentan con la complicidad de las autoridades políticas de la región. El gobierno norteamericano, a su vez, contribuye a la pacificación enviando dos cruceros armados que se limitaron a anclar cerca de la zona. A la distancia, el episodio de la huelga, tal vez inspirado en algún caso real, parece haber sido un breve ensayo de los conflictos que cuatro años después de la publicación de la novela culminarían en la expropiación del petróleo mexicano. Son también parte importante del sector mexicano los militares que detentan el poder. Si los desposeídos participan en la corrupción generalizada dentro de su ignorancia, los militares lo hacen deliberadamente, compi tiendo entre sí, de acuerdo con las vicisitudes del centro. En los veinte Tampico alternaba los gobiernos de diversos generales, según los vaivenes de la lucha revolucionaria. Al inicio de la novela el general representante de Venustiano Carranza acababa d e expulsar a las fuerzas federales de Victoriano Huerta.

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Se presenta también entre los grupos dominantes a la institución eclesiástica, que se comporta como aliada de los empresarios petroleros y enemiga de los generales, a causa de la prepotencia castrense. Así, el primer capítulo de la novela presenta a Mico esperando a “La Paloma” para una fiesta que tendría lugar en el interior de la Catedral. Un letrero pintado sobre una manta, notificaba: “Baile gratis ofrecido a los revolucionarios de Tampico por el Gral. Eduardo Yarza”. Este profanador del templo era un carrancista que había echado de la región a las fuerzas federales. Yarza había establecido su cuartel en el hotel Imperial, protegido por “tropas yaquis semisalvajes”, acota el narrador. El polo norteamericano gira alrededor de dos personajes. Uno es Simon J. Bartlett, que dirige la Calumet East Oil Company (CEMOC), conocido como “el rey local del petróleo” y protegido por el peso evidente o discreto de su poderoso país. Típico ejemplo de los hombres que se han formado a sí mismos, era de origen pobre, y había trabajado primero como maestro de escuela. Sin embargo, después de varias aventuras financieras, a través de prácticas deshonestas, había llegado a ser un magnate del petróleo. El petrolero está rodeado por familia, amigos, socios y empleados. Entre sus amigos cobra importancia el cónsul americano en Tampico. Entre sus socios se cuentan varios abogados en México y un senador norteamericano. El otro personaje, uno de los principales asistentes de Bartlett, es Tom Guard, gringo desertor del ejército, ex preso, aventurero que había pasado por Hong Kong, La Habana y Cayo Hueso. Inmoral y violento, con experiencia en compañías como la United Fruit. Al llegar sin empleo a Tampico es contratado por su amigo y se convierte en organizador de guardias blancas de la compañía 108

petrolera. Juega un rol fundamental en la quiebra de la huelga. El panorama del estado es de gran descomposición: “Tampico, que había ordenado sus extravagancias al ritmo de las nóm inas salariales de las compañías petroleras, se había convertido en una orgía abierta de parrandas nocturnas, de franco pillaje, de fuertes gravámenes revolucionarios”. En este marco destacan los escasos personajes que se guían por sus valores morales. Los demás integrantes de la familia de Mico se caracterizan por ser trabajadores, dignos y honestos. También honorable es Agustín Servín, abogado tampiqueño culto, incorruptible, amigo de la familia Zaragoza y defensor de las causas justas. Ted Simpson es un hombre capaz de sentimientos nobles; medio mexicano, a pesar de ser sobrino de Bartlett, se enamora de Rosa y toma partido por México. Cuentos de amor, de locura y de muerte Las múltiples historias dentro de la trama contribuyen a ilustrar en detalle la propuesta central del narrador, los métodos perversos de las compañías petroleras para alcanzar sus fines. La familia Zaragoza, por sí sola, ilustra una historia de amor, de locura y de muerte ocasionada por la empresa petrolera. La madre junto con los h ermanos José y Rosa son traicionados por Mico quien, a cambio de un poco de dinero, ayuda a la empresa petrolera a despojarlos de la hacienda heredada del padre. La familia se ve obligada a habitar en una choza, cerca de los trabajos de perforación de pozos. La madre enferma y muere por falta de atención médica, su tumba es invadida por el torrente de mineral. Posteriormente, José y Servín sacan el cuerpo del aceitoso féretro y lo llevan al cementerio de Tampico. Contemplan allí las huellas de la explotación petrolera: la devastación de la zona, las milpas pisoteadas. El abogado comenta: “el petróleo se ha infiltrado en nuestros mismos poros, en nuestras almas, en nuestras mentes”. José empieza a enloquecer, con el rostro y las manos embadurnadas de betún, camina bajo el sol ardiente llorando y lamentándose: “madre, te ahogaron en petróleo”. Por fortuna para su hermana, tiempo después se recupera. Ted ama a Rosa en quien ve encarnada “la antigua sabiduría indígena”. La pareja protagoniza la única historia amorosa de la novela con final feliz: se casan y, llevando consigo a José, dejan Tampico en tren. No hay espacio para ellos en el puerto al cual miran como un sitio maldito. Tampoco la narración les ofrece mucho espacio, son personajes secundarios.

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Muchos otros pobladores del puerto, tampiqueños y uno que otro foráneo, protagonizan, al igual que los Zaragoza, casos de locura y de muerte. Uno de los relatos centrales es el de la conspiración para separar de México los estados petroleros, urdida por Simon J. Bartlett. Lo que desata la pretensión del empresario es el cambio de gobierno en Tampico. El general Yarza pelea con Carranza, pasa a ser un rebelde y es sustituido por el general Montalván. Las ganancias de Bartlett se ven amenazadas por ambos generale s que le exigen dinero. El hecho histórico que enmarca el cambio de poder local es el Congreso Constituyente de 1916-1917. El magnate petrolero se alía con el cónsul norteamericano y le pide que tramite la inmediata intervención norteamericana en México. El cónsul Charles Sadler evoca al conde de Cavour que, en el siglo XIX, había luchado por la unificación de Italia, afirmando la estrategia de comerla “hoja por hoja, como una alcachofa”. De inmediato el capitalista llama a su conjura el “proyecto alcacho fa”, que se proponía fundar una “república petrolera” con los estados desprendidos de México. Tal república garantizaría así el abastecimiento del mineral a los norteamericanos bajo cualquier circunstancia y, en caso necesario, podría anexarse a Estados Unidos. Bartlett recurre por supuesto a todos sus contactos con el gobierno norteamericano y trata de conseguir el apoyo del público de su país, presentando su plan como patriótico. El empresario y sus cómplices pugnan porque se forme un comité político norteamericano que investigue la corrupción en el gobierno de Carranza. Los periódicos mexicanos denuncian al comité como un acto vergonzoso y amenazador, que desacreditaría al presidente Wilson. En México existía ya bastante tensión por los conflictos e ntre el gobierno y los empresarios petroleros, y el plan de Bartlett aumentó el sentimiento antiamericano. Carranza emite su doctrina sobre política exterior: todas las naciones son iguales ante el derecho y las relaciones entre los países deben regirse por el mutuo respeto a las instituciones y a las leyes.

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El Senado norteameric ano ordenó una investigació n de los métodos de las compañías petroleras en México, para entonces ya bajo el gobierno de Álvaro Obregón. Se hizo evidente el fracaso del plan alcacho fa. Bartlett es detenido e interrogado por la comisión senatorial sobre su complot. Aun cuando sale libre, pagando una fuerte suma, es ya un hombre destruido no sólo por su derrota, sino por graves problemas familiares. Por su parte, el canalla Tom Guard pasa a ocupar el lugar de Bartlett en la región. Rico y poderoso, el desertor del ejército empieza a ser aceptado por la buena sociedad y, como símbolo de su triunfo, se queda con “La Paloma”, a la que lleva a navegar en su lujoso yate. Después de la partida de Ted Simpson y los hermanos Zaragoza, los que se quedan en Tampico son los mexicanos sin valores —como lo había sido Mico—, las masas y los gobernantes corruptos. Sin embargo, como una cierta esperanza, permanece en el puerto Agustín Servín, cuyo destino se desconoce. Beals, a través de los personajes, hace gala de cultura libresca; su intertextualidad es digna de un estudio específico. Va desde la inserción de dichos y canciones populares mexicanas, en español, puestos en boca de algún mendigo o a sociados con los mexicanos positivos, hasta la mención de autores canónicos. Así, el malvado Tom Guard lee a Benvenuto Cellini y el bondadoso Ted Simpson a “Madame Calderón de la Barca”. El sobrino de Bartlett lee a “Bernardino de Sahagún” y evoca un pasaje en que el cronista habla del chapopote. Por su parte, Agustín Servín es cercano a los textos de Plinio, Platón, Jenofonte y Aristides. En el plano de las referencias históricas, aun cuando Simon J. Bartlett es un 111

personaje emblemático, que podría ser l a encarnación de cualquier magnate petrolero, algunos indicios permiten identificarlo con Edward L. Doheny. Éste fue el inversionista cuyos hallazgos detonaron el llamado “boom del petróleo” en California y uno de los principales empresarios en México; de hecho, el primero en desarrollar los yacimientos de hidrocarburos mexicanos. Doheny ha inspirado con laxitud el personaje del villano capitalista en varias novelas del petróleo, el Arnold Ross de Oil! (Upton Sinclair) y el Mr. Collins de Rosa blanca (Traven). En México Gabriel Antonio Menéndez escribió un triste anecdotario del personaje, Doheny el cruel. Episodios de la sangrienta lucha por el petróleo mexicano (1958). 7 En el caso de Black River pueden rastrearse varios nexos entre Simon J. Bartlett y Doheny; el más significativo es el proyecto de la república petrolera. Al respecto, relata Lorenzo Meyer: Cuando se investigaba el escándalo producido por la venta que hizo Fa ll a Doheny y otras personas de las reservas navales de combustible en el Teapot Dome en 1924, Charles Hunt, un allegado a Fall, declaró que en 1917 el entonces senador y un grupo de petroleros pretendieron separar de México los estados norteños (Baja California, Sonora, Chihuahua, Coahuila, Nuevo León, Tamaulipas y el norte de Veracruz; sólo así sus intereses estarían seguros. Evidentemente, aun en caso de haber existido, este plan no llegó muy lejos. 8 Para Dan La Botz, autor de una documentada biografía de Doheny, Black River es una novela en clave sobre el magnate. 9 Un Tampico idílico Como se ha dicho, el desarrollo anecdótico está atravesado por el discurso del narrador, con frecuencia como una entidad independiente, a veces poniendo en boca de un personaje reflexiones similares a las suyas. En el primer capítulo la omnisciente voz del narrador especifica la región geográfica de los acontecimientos, explicando su versión del título de la novela, que será confirmada por la trama. Desde el comienzo queda claro que el destino de Tampico está imbricado a su situación, como parte de un país subdesar rollado, en el concierto universal: Tampico estaba pegado a la orilla de un río negro eternamente cubierto por una fina capa de petróleo viscoso —un puesto de frontera encerrado en una bahía de lagunas de malaria y densas selvas. Dedos de acero habían abie rto caminos a través de esa selva, decían los hombres, para promover la civilización. En realidad, para promover la codicia de los lobos que merodeaban las selvas de lo que el hombre se complace en llamar a la civilización, las selvas de la industria 112

moderna, tan salvajes e indomables a su manera peculiar, como este cálido y enredado litoral mexicano […]. Con revolución o sin ella, con selva o sin ella, en vida o muerte, el negro río de petróleo continuaría fluyendo hasta los lejanos confines de la tierra. […]. En Europa, otro pozo de odio y avaricia, el barreno de las infantiles esperanzas humanas esgrimido por hombres cínicos que hablaban de Dios y la humanidad, había perforado la delgada capa de la paz en los agitados acontecimientos. La negra y viscosa sangre de la guerra inundaba el mundo. Menciona sitios existentes en Tampico, la catedral, la iglesia La Purísima, los hoteles Imperial y Palace, la calle Madero, el café Louisiana, el salón La Cueva del Tigre. Y algunos lugares de la ciudad de México: el Paseo de la Reforma, el bosque de Chapultepec, Mixcoac, los hoteles Regis, Princess, Royal, el restaurante San Ángel Inn, la Casa de los Azulejos, el teatro Fábregas. Por lo que hace a la ubicación precisa del momento histórico, la trama comienza cuando las fuerzas de Venustiano Carranza echan fuera al gobierno huertista — hacia 1914—, y al final se menciona el triunfo de Álvaro Obregón (1920). Además de los múltiples indicios explícitos, el narrador llevado por su afán didáctico, recalca las referencias. Así por ejemplo, en una nota, explica: “Esta revuelta ocurría en 1920. A lo largo de la novela, los intervalos temporales entre los acontecimientos políticos han sido comprimidos. Cerca de siete años se condensaron en tres”. Múltiples pasajes insisten en la condición del enclave petrolero en el contexto internacional, de acuerdo con la militante conciencia antiimperialista de Beals. Así, por ejemplo, cuando habla del carrancismo, menciona la Primera Guerra Mundial: No sólo todo México se agitaba con la r evuelta, el mundo entero se movía hacia la guerra. Barcos bombarderos de los grandes poderes husmeaban por los rincones más lejanos de los cinco continentes para atrapar los fragmentos sobrantes del imperio. En esta apuesta imperial, el petróleo era un fac tor decisivo. México y especialmente el sucio puerto de Tampico estaban estrechamente ligados a los acontecimientos que harían época. El narrador a veces expresa su visión a propósito de un personaje privilegiado, Agustín Servín, con el que coincide:

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Servín había crecido en la región antes de que se descubriera el petróleo, cuando la vida era simple y bucólica: bailes alegres en haciendas lejanas y ranchos ganaderos; ingenuo vasallaje paternal, junto con graciosas tradiciones aristocráticas. Tampico era ent onces un asentamiento pequeño, con casas techadas de paja, al lado del río. Ahora los tiempos han cambiado. Tampico vive una bonanza. Constantemente hay dragas perforando los canales y los bancos de arena. El petróleo cubre ríos y lagos. Las calles han sido aplanadas y asfaltadas, rellenando los hoyos. La paja cedió el lugar al adobe, a las láminas de hierro, al concreto reforzado. Autos y camiones se apresuraban haciendo anacrónicos los pocos carros de caballos que aún quedaban. Así, por medio de Servín, tanto como en la voz del narrador, Carleton Beals muestra un atisbo de su visión utópica del Tampico incontaminado por la explotación petrolera: un entorno idílico y relaciones humanas armoniosas y felices. Ecos del antiguo tópico del buen salvaje, en el p ensamiento de las izquierdas del siglo XX. En un libro publicado en 1931, Mexican Maze (traducido al español como México desconcertante, y en otras ediciones como Laberinto mexicano), el escritor dedica un capítulo al “oro negro”, relatando, a manera de e nsayo, parte de lo que después volvería ficción en Black River, la historia de Tampico durante la Revolución. Describe así el puerto: Un pueblo abierto, con una de las más grandes zonas -roja en el mundo. El dinero no fluía, salía a borbotones. Como el petr óleo. En los cabarets vibrantes de jazz, el hombre que ni gastaba al menos mil pesos en una noche, era un roñoso. Y aunque las prostitutas que acudían en manada desde todos los rincones del globo no llevaban puñales en las medias, como Hergesheimer nos hab ía hecho creer en su Tampico, más de un americano, cuya muerte ocasionó apoplejía diplomática en Washington, murió a manos de las Dalilas tampiqueñas. 1 0 El procedimiento narrativo de pasar sin transición de una escena a otra, dentro de algunos capítulos de Black River, fue denominado “caleidoscópico” por Lynn Carrick en una de las reseñas inmediatas a la publicación de la novela. 1 1 En mi opinión, Beals ofrece una de sus claves narrativas cuando afirma respecto de su personaje entrañable, el abogado: “Rivera, que amaba a la gente mayor, se habría deleitado en pintar a Servín”. Carleton Beals, conocedor y amante de la pintura mexicana, cercano en determinada época a Diego Rivera, encontró una fuente de inspiración en los murales revolucionarios para escribirBlack River. Intentó en la novela ofrecer un 114

fresco de los grupos sociales tampiqueños en l a década de los veinte, y lo hizo a través de una lente cargada de pasión e ideología. Por cierto, Mexican Maze fue ilustrado por Diego Rivera. 1 2 n

Edith Negrín. Profesora e investigadora de la UNAM. Entre sus libros: Entre la paradoja y la dialéctica: una lectura de la narrativa de José Revueltas y Para leer la patria diamantina.

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Carleton Beals, Black River, J. B. Lippincott Company, Philadelphia & London, USA, 1934; B. Traven, La rosa blanca (trad. Pedro Geoffroy Rivas y Lía Kostakovski), Editorial Cima, México, 1940 [1929]. Se ocupan brevemente de Black River, Mauricio Magdaleno (Escritores extranjeros en la Revolución, Instituto Nacional de Estudios Históricos de la Revolución Mexicana, México, 1979), y Luis Mario Schneider (La novela mexicana entre el petróleo, la homosexualidad y la política, Nueva Imagen, México, 1997). 2 La mayor parte de mi información sobre Carleton Beals procede de la excelente biografía de John A. Britton (A radical journalist in Latin America, The University of New Mexico Press, USA, 1987) y de los textos autobiográficos del autor: Mexico an Interpretation, B. W. Huebsch, Inc., New York, 1923; Brimstone and Chili, Alfred A. Knopf, New York, 1927. Empleé asimismo la semblanza escrita por Christopher Neal (“Carleton Beals. Disid ente solitario”, Letras Libres, mayo, 2007). Sobre los estadunidenses que llegaron a México durante la lucha armada o después, consulté los estudios de Helen Delpar (“Exiliados y expatriados estadunidenses en México. 1920-1940”, en México, país refugio. La experiencia de los exilios en el siglo XX, ed. Pablo Yankelevitch, Instituto Nacional de Antropología e Historia/Plaza y Valdés, México, 2002) y Carlos Marichal (“Comentarios sobre un temprano clásico de la izquierda norteamericana: Dollar Diplomacy: A Study in American Imperialism [1925] por Scott Nearing y Joseph Freeman”, 2012. shial.colmex.mx/textos/Marichal -4.pdf . Consultado en marzo de 2013). 3 Rafael Rojas, El último Trotski y John Dewey, 2010. http://www.librosdelcrepusculo.com/2010/03/el -ultimo-trotski-y-johndewey.html Consultado en mayo de 2012. 4 Katherine Anne Porter, “That tree”, The Virginia Quarterly Review, verano de 1934. 5 Así, por citar algunas opiniones, Mexico. An Interpretation (1923) fue calificado por Ernest Gruening como “el mejor libro sobre México obra de un estadunidense”, cuenta Christopher Neal. A su vez, Mexican Maze fue objeto de una entusiasta reseña de John Carter, quien considera a Beals un propagandista, en 115

el mejor sentido del término, de la preservación del carácter esencial de México y en general Centroamérica (“Knowing Our Neighbors. Mexican Maze by Carleton Beals”, The Outlook, 3 de junio de 1931). http://www.unz.org/Pub/Outlook -1931jun03 00148 . Consultado el 3 de febrero de 2012). Por otra parte, The Stones Awake…, en una reseña de Charles Wedger, fue calificada de pobre y superficial aunque con algunas virtudes (“The Truth About Mexico. The Stones Awake, by Carleton Beals”, The New Masses, 17 de noviembre de 1936). http://www.unz.org/Pub/NewMasses -1936nov17 -00023 . Consultado en enero de 2012. 6 Todas las citas de la novela están traducidas por mí. 7 Upton Sinclair, Oil! [1927], Penguin Books, USA, 2008; Traven, Rosa blanca, op. cit.; Gabriel Antonio Menéndez, Doheny el cruel. Episodios de la sangrienta lucha por el petróleo mexicano, Ediciones Bolsa Mexicana del Libro, México, 1958. 8 Lorenzo Meyer, Las raíces del nacionalismo petrolero en México , Océano, México, 2009, pp. 66, 96-97. 9 Dan La Botz, Edward L. Doheny. Petroleum, Power, and Politics in the United States and Mexico, Praeger, New York, 1991. 10 Mexican Maze, Greenwood Press Publishers, Westport, Connecticut, 1931. 11 Lynn Carrick, “Mexican Oil. Black River by Carleton Beals”, The Saturday Review of Literature, 24 de marzo de 1934. http://www.unz.org/Pub/SaturdayRev 1934mar24-00578a03 . Consultado en marzo de 2012. 12 El interés de Carleton Beals en el muralismo está bien documentado. Se refiere al tema enMexican Maze (With Ilustrations of Diego Rivera). A su vez, la investigadora Alicia Azuela de la Cueva relata que en 1924 la Federación de Estudiantes de México, seguidores de Vasconcelos y enemigos de los lombardistas, se propuso destruir los murales de la Preparatoria e inició su labor raspando algunos fragmentos. Un grupo de intelectuales extranjeros, residentes en México encabezados por Anita Brenner y Carleton Beals publicó una protesta y pidió a las autoridades protección para estas obras ( Arte y poder, El Colegio de Michoacán/Fondo de Cultura Económica, México, 2005).

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UN TIEMPO DE RUPTURAS Carlos Illades Conmemoramos el primer aniversario del fallecimiento de Eric J. Hobsbawm (1917-2012), tal vez el más grande de los historiadores contemporáneos. El conjunto de conferencias y ensayos reunidos en Un tiempo de rupturas. Sociedad y cultura en el siglo XX (Crítica, México, 2013) conforman el último segmento de una formidable obra que corre del siglo XVIII al XXI, se detiene fugazmente en Viena, Nueva Orleans, la selva peruana, Tasmania, el Congo y demás lugares insospechados; que habla de los ciclos económicos, la revolución francesa, la clase obrera inglesa, el anarquismo ruso, la mafia siciliana, Robin Hood y también del jazz. Compañero de generación de los clásicos del materialismo cultural (E.P. Thompson, Raymond Williams, Richard Hoggart, Stuart Hall), Hobs bawm destacó la historia económica y social, o de “las sociedades”, como prefería nombrar lo que los franceses llamaron “historia total”. No obstante su espléndido bagaje literario, y el conocimiento acerca de las artes plásticas y la música, los sistemas económicos, los movimientos sociales y el mundo del trabajo captaron más el interés del historiador nacido en Alejandría. Si bien en sus famosas “eras” (de la revolución, el capitalismo, el imperio y de los extremos) dedicó siempre un capítulo a las artes, no fue sino hacia el final de su producción historiográfica cuando compiló sus textos sobre cultura, en Gente poco corriente (1998), y en el libro póstumo que nos ocupa. Sin embargo, la cultura nunca tuvo para él una entidad propia y de ahí el subtítulo que acota este volumen, donde la cultura y la sociedad por ningún motivo pueden ir separadas. La tesis que recorre estos ensayos fechados entre 1964 y 2012, algunos inéditos, es que la decadencia de la civilización burguesa, con el sangriento corolario de la Gran Guerra —en varios aspectos más catastrófica que la Segunda Guerra Mundial—, transformó radicalmente a las artes y, para algunas, marcó límites infranqueables. Éstas constituían el núcleo espiritual de la sociedad burguesa decimonónica. Y la crisis civilizatoria que las arrastró resultó de la combinación de tres factores: la revolución científico -tecnológica (que incrementó exponencialmente la productividad del trabajo), el consumo de masas y el ingreso de éstas al mercado (de bienes y servicios, y t ambién electoral). Hasta entonces, la sociedad burguesa había sido una sociedad de minorías, si bien en expansión, donde el consumo de la alta cultura y el acceso a la educación media y superior eran privilegio de las elites. Como mostró Raymond Williams, en el siglo XIX las bellas artes y las artes manuales consumaron su escisión, la cual intentó vanamente revertir la utopía estética de William Morris. Aunque los 117

grandes museos —pensemos en el Rijksmuseum de Áms-terdam (1885), subvencionado por una próspera burguesía comercial— expusieron públicamente los tesoros artísticos monopolizados de antiguo por la aristocracia, y la consolidación de la novela como género independiente atrajo a nuevos lectores (mujeres, artesanos, profesionistas) al mundo de las le tras, tanto el arte como la esfera pública y la sociedad política continuaron reservados a los menos, así incorporaran a la clase media ilustrada. La emancipación de los judíos en el siglo XVIII y la incorporación femenina a la esfera pública cien años después enriquecieron notablemente la cultura occidental. Las mujeres hicieron notar su presencia en el campo de las letras, la política y las artes a pesar de los abundantes prejuicios de género. Así, tras ofrecer una tenaz lucha, en las primeras décadas de l siglo pasado, las mujeres de clase media y alta incrementaron su presencia en la educación media de Europa y Norteamérica, al tiempo que lograron en algunos países el derecho al sufragio. Por su parte, los judíos habían realizado su primera aportación fu ndamental a la civilización mundial al inventar el monoteísmo tribal, concepción que permitió la emergencia de la noción de universalidad tanto en el cristianismo como en el islam. Asimismo, el clima de tolerancia propagado por la Ilustración, y las libert ades ganadas con la revolución francesa, hicieron posible que los judíos penetraran al mundo de la cultura, las ciencias y las artes europeas, siendo Alemania particularmente favorecida por esa apertura. Por eso, cuando el régimen nacional socialista prescindió de los físicos de origen judío y de científicos de otras ramas, perdió la cerrada competencia por la supremacía tecnológica en el terreno militar. De la misma forma, la ciencia y las artes estadunidenses de posguerra recibieron un considerable impulso por la emigración judía. La “reproductibilidad técnica” posibilitada por el desarrollo tecnológico, de acuerdo con la conceptualización de Walter Benjamin, trajo para las artes resultados mixtos: hizo posible el cine y permitió que la música llegara simultáneamente a los hogares por medio de la radio, o que quedara grabada en acetatos que podían escucharse a voluntad, empresa en la que el teatro y la danza quedaron a la zaga. Sin embargo, la música clásica —constituida por un repertorio muerto, subraya el historiador británico— no pasó de representar el 2% del mercado de discos al comenzar los sesenta; en tanto que el libro de bolsillo, inventado en Venecia por Aldo Manucio en el siglo XVI, todavía compite con éxito con el libro digital. La fotografía retiró a la pintura la patente de las representaciones realistas, forzando a las vanguardias a buscar alternativas que rebasaran las capacidades de su poderosa competidora. Curiosamente, el photoshop nos demuestra en la prensa diaria y las revistas ilustra das cómo puede trucarse la imagen, dejando en entredicho la asociación “natural” entre fotografía y realidad.

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Mientras el art nouveau, la Bauhaus y el funcionalismo se propusieron racionalizar el espacio construyendo casas para hacer la ciudad habitable, y en cierta medida recomponer el tejido social, la arquitectura posmoderna resultó ser la hija consentida de la globalización, aspirando a fijar marcas (en los dos sentidos) en el paisaje urbano y contribuyendo en ocasiones a elevar a ciudades “alfa” a asentamientos urbanos que no figuraban en el ranking mundial por algún mérito particular, pero sí contaban con los recursos monetarios suficientes para comprar un costoso distintivo en el mercado de las artes. Ostentar a la vista de propios, pero sobre todo d e extraños, un Calatrava, Gerhy, Piano, Portman, Libeskind o Jahn, colocaron a Bilbao en la guías para turistas y enviaron un fuerte mensaje con respecto de la reunificación alemana, si nos atenemos a las imponentes construcciones de los grandes de la arqu itectura internacional en los espacios antes ocupados por el Muro de Berlín. El consumo de masas disolvió, o está en curso de hacerlo, la frontera que separaba la alta cultura de la cultura popular, al grado que para Hobsbawm el vocablo conserva ya nada más su sentido antropológico, esto es, la de una producción material elaborada por un sujeto colectivo. La lata Campbells en la pintura de Warhol, el collage dentro de las artes visuales, o la virtual extinción del cine de autor evidencian este estado de cosas en el que los objetos fabricados industrialmente constituyen los fetiches modernos. Como agudamente hizo notar Frederic Jameson, entre los gastados “Zapatos de labriego”, de van Gogh, y los impecables “Zapatos de polvo de diamante”, del último Warhol, media el uso, esa tosca pátina dada por el trabajo. Quizá la gran pérdida con esta masificación de la cultura es que el mercado impone un dominio tal sobre el mundo de las representaciones que prácticamente cancela otras opciones. En el catálogo comercial en que se ha convertido el cine no sólo abundan un ingente número de comedias banales, sino las mismas historias se recrean casi cada década, por ejemplo en las interminables sagas de 119

los superhéroes extraídos del comic, de tal manera que después de obser var la tercera o cuarta versión de Batman y Superman, el espectador lo único que puede registrar como novedad son los adelantos tecnológicos a disposición de estos justicieros superhombres. Una mistificación aún mayor se observa cuando los juguetes de consumo masivo protagonizan sus propias tramas, como ocurre con los Transformers, hombres-máquina inicialmente activados por las manos de los niños y que ahora tienen vida propia en la pantalla grande. De cómo el mito suplantó al arte y cómo lo local se univ ersalizó da cuenta el historiador británico en el ensayo acerca del cowboy estadunidense con el que cierra el volumen. Esta “tradición inventada” —como denominaron Hobsbawm y Terence Ranger (La invención de la tradición, 1983) a algunas de las adulteraciones históricas cuyo propósito es reforzar la cohesión grupal — presenta, de un lado, la antítesis naturaleza/civilización, y del otro reivindica el antiguo ideal de una sociedad libre de toda restricción estatal (la ilusión mayor de los miembros de la “Asociación Nacional del Rifle”). Estamos —plantea Hobsbawm— frente al mito “de un estado de naturaleza hobbesiano, que sólo se mitiga por medio de la propia ayuda, individual o colectiva: pistoleros (con licencia o sin ella), partidas de justicieros y, en ocasi ones, cargas de caballería”. Pero ¿por qué un mito basado en un personaje tan provinciano como el vaquero, y de escasa vida activa en una sociedad que cambió tan rápidamente con la expansión del ferrocarril y la colonización territorial, logró imponerse c omo arquetipo universal, situándose por encima de parientes cercanos como el cosaco, el gaucho y el charro (otra “tradición inventada”, por cierto)? Obviamente, Hollywood hizo su parte. Aunque hay una razón más profunda, nos dice Hobsbawm, pues estos tipos campiranos menos favorecidos por la historieta, el cine y la televisión tienen ligas con la sociedad, responden a demandas comunitarias y actúan de acuerdo con códigos morales aceptados grupalmente. En cambio, la figura radicalmente individualista del cow boy permite a los espectadores realizar imaginariamente la fantasía de no deberse a nada ni a nadie, de “cabalgar en solitario” hacia cualquier parte teniendo a disposición un cúmulo de posibilidades abiertas, de carecer de raíces que lo constriñan y no ll evar más carga que la que pueda transportar un caballo. Dentro de esta producción, reproducción y circulación intensiva de imágenes, insertas en la red de la llamada sociedad del conocimiento, frecuentemente la globalización ha procreado subculturas aisla das en lugar de producir la integración efectiva de la sociedad como históricamente hizo la educación formal. Por tanto, las nuevas tecnologías no pueden reemplazar a la vieja escuela como fuente fundamental de la cohesión comunitaria. Con la despiadada ac idez que lo caracterizaba, Hobsbawm señaló: “en el mercado sin fronteras de internet, las subculturas grupalmente específicas, aun las más pequeñas, pueden crear un 120

medio y una escena cultural que no interese a otras personas —digamos un grupo de neonazis transexuales, o de admiradores islámicos de Caspar David Friedrich — ; pero un sistema educativo que decide quién conseguirá la riqueza y el poder civil en la sociedad no puede verse determinado por bromas posmodernas”. ¿Cómo se dirimirá finalmente este con flicto entre la cultura del gueto y la cultura global, de la xenofobia y el racismo crecientes con la fraternidad y la inclusión del otro? Acaso, aventura Hobsbawm, la respuesta esté en los estadios de futbol del mundo, los templos modernos en donde se jue ga el más universal de todos los deportes y, al mismo tiempo, el más nacional de ellos. Al respecto, un indicio alentador puede ser que, a pesar de Jean -Marie Le Pen, el talento deportivo de Zinedine Zidane, hijo de inmigrantes argelinos musulmanes, lo con virtió en el “mejor de los franceses”. n

Carlos Illades. Profesor-investigador del Departamento de Filosofía de la UAM Iztapalapa. Su libro más reciente es La inteligencia rebelde. La izquierda en el debate público en México, 1968-1989.

MEDIO SIGLO DE E.P. THOMPSON Ana Sofía Rodríguez Más que por su cercanía a los hechos, las obras históricas que ven realizadas las pretensiones teóricas de su autor, sin importar cuáles sean, tienen un aire sugerente e inspirador. Hay que leerlas en clave de época, pero en su congruencia hay algo que habla de maneras de entender y acercarse al mundo que trascienden al tiempo. Sin aplaudir los innumerables ejemplos de obras plagadas de tramposos ajustes a la investigación, lo valioso de la historia también está en pensar su posible utilidad, que un autor crea que lo que escribe sirve para más que revelar detalles y curiosidades del pasado. La formación histórica de la clase obrera en Inglaterra de E.P. Thompson, que este 2013 cumple 50 años de haber sido publicada, es así. De pronto, la pared relativista de la que hoy parecería no haber escapatoria se ve cuestionada por la lectura de esta obra. Thompson es un autor que se atreve a dar su opinión sobre el pasado, del cual su obra histórica es punto culminante de una vida ded icada a la búsqueda por transformar la realidad. Es, en suma, un historiador que cree fervientemente en la 121

historia y que lo hace no sólo como discurso, sino de una forma que 50 años después aún es significativa. Al reconocer la relevancia de la investigación histórica para el presente —sin importar, o mejor dicho, según la manera en que éste es valorado —, Thompson rompe con la idea ortodoxa de encontrar la verdad en lo sucedido y a cambio propone una historia útil en sentido moral. Si bien no abandona en ningún momento la seriedad metodológica en su investigación, admite abiertamente que es válido “dar nuestro voto” y reconocer que creemos más útiles una serie de valores que otros cuando arrojamos luz a la oscuridad pasada, en función de la realidad a la que aspiramos en el presente. En su caso, esta realidad soñada se mantiene en la proyectada tradicionalmente por el marxismo. Sin embargo, a su parecer, desde finales de los cincuenta una doble crisis arrasaba con las tesis marxistas, tanto en su lado teórico como en el práctico, éstas se revelan alejadas de sus fundamentos: negando la posibilidad de las clases sociales de adquirir conciencia desde su realidad material al tiempo que manifestando su lado inhumano en el estalinismo. La formación histórica de la clase obrera es producto de la búsqueda por un marxismo capaz de responder a estas trabas, pero también, y lo más interesante, es el resultado de una vida dedicada en la práctica a cuestionar y buscar alternativas al marxismo imperante, y que a los ojo s del autor se revelaba cada vez más obsoleto. Antes de escribir esta obra, Thompson se dedicó a plantear una serie de ideas alrededor de la renovación del Partido Comunista británico con miras a los derechos morales, la injusticia humana y el socialismo, que le valieron su expulsión del mismo. A Thompson también le pareció insuficiente la alternativa que se articulaba en el grupo de marxistas que en 1962 empezó con lo que se conoce como la segunda época de la New Left Review. En esos intelectuales veía una creciente tendencia a considerar que las clases trabajadoras necesitaban forzosamente de ellos para guiarlas en su movimiento, basados en una idealización de la teoría que en la época se articulaba en los planteamientos teórico-metodológicos de Louis Althusser. Según lo explica Thompson en otra obra en la que expone sus supuestos teóricos, Miseria de la teoría, Althusser planteaba que la teoría marxista tiene un “hogar textual que se valida a sí mismo” y que por lo tanto deja de lado las manifestaciones prá cticas que la deberían sustentar. Thompson responde a todo esto en La formación histórica de la clase obrera en donde investiga el nacimiento de esta clase en Inglaterra entre 1780 y 1832, valiéndose de un método que él mismo describe concebido para cont rastar hipótesis relativas a estructuras y causaciones, y que pretende eliminar cualquier procedimiento autoconfirmatorio. En el libro, el autor devuelve a los hechos su protagonismo para mostrar que las clases populares son fenómenos históricos que 122

se gestan en su contexto, y que aunque son necesariamente inseparables de la noción de lucha de clases, adquieren por sí mismas la conciencia suficiente que les permite salvaguardar sus intereses, sin necesidad de pretenciosos guías intelectuales. El estudio de Thompson también es original en tanto analiza un periodo olvidado, lleno de revueltas tachadas de irracionales y desorganizadas. Lo hace desde la inclusión, en apariencia nada marxista, de los sentimientos y valores de las clases sociales. Para ello, tie ne una forma muy interesante de acercarse a lo se podría decir lo “prohibido” o “marginal” con la más variada cantidad de fuentes: canciones populares, grabados, estampas, obras de teatro. Quiere mostrar lo que cohesiona a las clases sociales, pero reconoc e la inagotable posibilidad de que se retomen procesos y abandonen otros durante el acontecer histórico, por lo que para entender la gestación de esta clase en Inglaterra y la tradición disidente, cede a toda lógica de estructura. El profundo anhelo de objetividad de Thompson es claro en la argumentación y revisión de fuentes y referencias. Pero, sin duda, es más claro el anhelo de combatir por una mejor realidad. Thompson quiso aportar elementos a la discusión de un marxismo extraviado, y creyó que en a lgunas de las causas perdidas de la Revolución Industrial aún se podían descubrir muchos de los males sociales que entonces estaban por curar. Es en este sentido en que creyó útil pensar en el pasado y en el que sugirió hace 50 años formas de hacerlo que n o deberíamos desechar. E. P. Thompson hace pensar en que probablemente no sea tan grave escribir valorando acontecimientos. Ser explícito en lo que se cree que hay que rescatar de la enseñanza histórica es propositivo, probablemente más de lo que lo es re latar verdades que forzosamente permanecerán incompletas. Hay que buscar fuentes y mantener los referentes teóricos para darle seriedad y credibilidad a lo planteado, pero el valor de una historia también recae en su compromiso con la realidad que la circunda, con aquello que aún hay que pensar y transformar. La formación histórica de la clase obrera sorprende dilucidando, si no respuestas, definitivamente las preguntas que aún hacemos al inquieto pensar en el pasado. n

Ana Sofía Rodríguez. Editora de nexos en línea.

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REPASO AL SISTEMA BANCARIO Manuel Sánchez González Fausto Hernández Trillo y Alejandro Villagómez, El enigmático sistema bancario mexicano, Centro de Estudios Espinosa Yglesias, México, 2013. Es bien sabido que el sector bancario result a fundamental en el crecimiento económico de las naciones; no obstante, la evolución de dicho sector depende de variables múltiples y complejas. De ahí la importancia de contar con una mayor cantidad y calidad de diagnósticos en la materia. El libro de Fausto Hernández y Alejandro Villagómez constituye un trabajo de investigación serio y con visión panorámica sobre la situación actual y las oportunidades de crecimiento del sistema bancario mexicano. Como toda obra de índole general, contiene algunos aspec tos reveladores y otros controvertibles; sin embargo, busca guardar equilibrio analítico y aportar información consistente. Por eso, dado su sólido soporte y su carácter accesible, el libro sin duda será útil tanto para los administradores, los especialist as y las autoridades de la banca en México como para cualquier lector que busque una perspectiva general en este tema. En principio, con base en la teoría y la evidencia empírica, Hernández y Villagómez analizan los efectos de la intermediación financiera sobre las economías y destacan los beneficios de un sistema bancario profundo y eficiente, entre ellos la diversificación y agregación de riesgos, la eficiencia en la generación y procesamiento de información financiera y la disponibilidad de recursos para la inversión. Examinan, además, varios estudios internacionales que confirman la existencia de una relación positiva entre variables como la intermediación financiera y el crecimiento económico, y entre el PIB por habitante y el nivel de crédito al secto r privado. Posteriormente, los autores realizan un diagnóstico de la situación de la banca en México y constatan un rezago respecto a otros países con grados de desarrollo similar. Los autores confirman que el sistema financiero mexicano es menos profundo que el de otras naciones y que aún no proporciona un acceso adecuado a grandes capas de la población, por lo que su reto es ser más profundo e 124

incluyente. Sobre este rezago relativo son pertinentes dos acotaciones. Por un lado, los niveles elevados de crédito no necesariamente van de la mano con un sistema financiero estable, sano o virtuoso, como lo ha hecho evidente, de forma dramática, la gran crisis financiera global, cuyos centros de gravitación han sido países desarrollados que, hasta hace poco, era n considerados ejemplos a seguir. De modo que si bien es deseable que se genere una mayor oferta de crédito y se incluya a más segmentos de la población en los beneficios de un sistema financiero formal, esta evolución debe ser viable y sostenible. Por otro lado, el rezago relativo de México proviene, en parte, de las secuelas de una normatividad inadecuada y un entorno de inestabilidad. Así, la débil regulación del sistema bancario, junto con algunas deficiencias de política económica, exacerbó, hacia finales de 1994, la fragilidad de la banca y condujo a una debacle. Fue necesaria la intervención del Estado en la capitalización de las instituciones, la gradual eliminación de las restricciones a la inversión extranjera y el fortalecimiento de la regulació n y la supervisión bancarias. Acaso este indispensable saneamiento del sistema bancario retrasó la profundización e inclusión, aunque también ha generado bases más sanas para un desarrollo en el futuro. Por supuesto, como sugieren los autores, las perspec tivas de desarrollo del sector en México se verán muy limitadas si no se revierte el atraso en los factores institucionales y operativos que impulsan al desarrollo de cualquier sistema bancario. Entre los factores institucionales los autores dan énfasis a la protección de los derechos de propiedad y la información para discernir entre posibles sujetos de financiamiento. En particular, señalan que la protección de los derechos de propiedad es una de las principales deficiencias en nuestro país e identifican como esenciales los registros de propiedad, el adecuado andamiaje legal, la existencia de un aparato que determine la transgresión de derechos, y una estructura ejecutora que haga valer con oportunidad las sentencias judiciales. Por ello, sostienen que la eficiencia del sistema de impartición de justicia es “la reforma estructural madre”. Por otra parte, entre los determinantes operativos para el desarrollo del sistema financiero, los autores destacan la competencia. No obstante, reconocen las dificultades para llegar a una evaluación definitiva de este factor. Así, por mencionar un ejemplo, señalan que el nivel de competencia no depende exclusivamente del número de participantes, acudiendo al caso nórdico, donde a pesar de que dos instituciones concentran 95% de los activos bancarios, a juzgar 125

por sus ínfimos márgenes de ganancias, éstas parecen competir fuertemente. De ahí que, después de realizar un análisis de concentración en la industria y diferentes segmentos financieros de México, los autores no ofr ezcan un veredicto concluyente sobre el grado de competencia con base exclusivamente en el aspecto de concentración, aunque sí recomiendan examinar barreras de entrada y promover la competencia en todos los mercados relevantes en los que incursiona la banc a. Un segundo determinante, clasificado como operativo por los autores, se relaciona con el efecto desfavorable de la inflación sobre el desarrollo financiero. La erosión del poder adquisitivo que implica el crecimiento desmesurado de los precios desincentiva el ahorro, acorta los horizontes de decisión de las empresas y los particulares, e incrementa considerablemente los riesgos para el otorgamiento del crédito. Por fortuna, el avance de los últimos años en el control de la inflación en México ha reducido sustancialmente este riesgo. Por último, cabe comentar un aspecto crucial planteado por los autores, referente a la relevancia del origen del capital de las instituciones bancarias en su eficiencia y derrama social. Es interesante advertir que de la e videncia mixta presentada en el libro no parece derivarse una conclusión definitiva al respecto. Este resultado es completamente esperable, ya que las instituciones bancarias, al igual que otros negocios privados, responden al interés de sus accionistas. S i tienen los incentivos correctos, los administradores buscan maximizar la rentabilidad de la empresa y, por ende, si existe competencia y buena regulación y supervisión, el origen del capital debería de ser irrelevante. Tras el recorrido por la historia reciente de la banca en México y los aspectos que determinan su evolución, se infiere que la actual fortaleza del sistema bancario representa un logro significativo, pero insuficiente para que las instituciones cumplan cabalmente con su misión y que es i ndispensable que se avance en los fundamentos del desarrollo financiero sostenible, es decir, mejores marcos legales e institucionales. Los autores tienen el mérito de ofrecer una visión de largo alcance y de manejar con prudencia un amplio acervo de información. Así, sólo cuando el sustento es irrebatible, ofrecen propuestas de política económica; sin embargo, son muy cautelosos al reconocer que un único estudio no puede ser concluyente, por lo que evitan prescribir remedios simplistas a los problemas. Por lo demás, un tema como el sistema bancario es tan polémico como complejo. Por eso, su discusión requiere una voluntad de difusión y apertura. Al respecto, sin dejar de ser rigurosos, los autores utilizan una exposición didáctica y un lenguaje sencillo. El equilibrio entre consistencia y fluidez, entre seriedad y accesibilidad que muestra la obra, debe mucho, sin duda, a la larga experiencia de 126

los autores, tanto en la docencia como en el periodismo de divulgación. Esto es relevante, pues les permite sal ir de la aridez del círculo de los especialistas y brindar herramientas para que un mayor número de lectores se introduzca en la discusión de un tema de tanta importancia para México. Con ello se contribuye a proveer elementos de juicio para un debate más fundado no sólo entre un círculo de enterados, sino entre el conjunto de la sociedad. n

Manuel Sánchez González. Economista. Subgobernador del Banco de México. Es autor del libro Economía mexicana para desencantados.

EL HOMBRE QUE DESCUBRIÓ BONAMPAK Carlos Tello Díaz Era flaco, rubio y jorobado, y tenía los ojos enloquecidos por el hambre y el agotamiento. Viajaba sin dinero con un amigo que había conocido en Tehuantepec, al que más tarde dejó para seguir a Chiapas. Así llegó a Ocosingo, luego de caminar seis días entre los ocotales del camino real de San Cristóbal. Llevaba sólo la ropa que vestía, más un costal al hombro. La gente lo veía deambular en el mercado, entre los perros, en busca de restos de comida. Pero lo evitaba, pues decía que había sido tocado por el diablo. Cuando Pepe Tárano lo conoció, una mañana de abril, estaba sentado en un altar de piedra depositado en el mercado por un arqueólogo de Toniná. Empezaba a perder el pelo, notó, y estaba tan desnutrido que lo único que destacaba en su rostro de lunático era una nariz larga y encorvada, como de tucán. Habló con él un poco del altar de Toniná. Luego, apiadado, lo invitó a pasar unos días en la finca El Real, al poniente de la Selva Lacandona.

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Hacia allá salió con su costal. Hizo tres jornadas a pie, por el camino de herradura que bordeaba el Jataté. En El Real conoció a una pareja de americanos que le hablaron de unas ruinas que buscaban desde el aire, en avioneta: la Ciudad Perdida. Así lo había hecho ya también, le dijeron, a fines de los veinte, el propio capitán Charles Lindberg en su avión, el Spirit of Saint Louis. Los monteros que trabajaban en la finca le confirmaron la noticia, que él escuchó con el rostro iluminado por la certidumbre. “Ya sé, Mamá, lo que soy en esta vida”, escribió. “Soy un arqueólogo”. Era el 8 de mayo de 1941. Poco más tarde desapareció en la selva, donde habría de pasar el resto de sus días. Esta es su historia. Herman Charles Frey “Me llamo Carlos Frey. Llegué por primera vez a Chiapas en el año de 1941. Pasé por toda la zona de los lacandones a pie, camino de Tenosique, y siguiendo a pie recorrí las ruinas de Yucatán. Más tarde fui también a pie desde Peto, Yucatán, hasta Chetumal, en Quintana Roo, y regresando por Cozumel estuve en Tulum y en Cobá”. Durante un año, en efecto, Frey recorrió así, a pie, todas las selvas del sureste de México. Pasó por Chiapas, por Tabasco, por Cam peche, por Yucatán y por Quintana Roo. Caminaba por las brechas abiertas a machetazos por los chicleros y los peones de las monterías, él solo, con todas sus pertenencias en un costal. Nada interrumpía el sonido de sus pasos sobre la hojarasca. Tardó vario s meses en llegar a Mérida, donde sobrevivió gracias a uno de los billetes de 20 dólares que le mandaba su madre de vez en cuando, doblado en un sobre de correo desde Estados Unidos. Cruzó después a pie la península de Yucatán, hasta arribar a la bahía de Chetumal. ¿Estaba consciente de que lo que hacía era una locura? Caminaba sin parar por veredas apenas visibles entre la maleza, con la mirada poseída por el delirio. Dormía siempre a la intemperie, a veces bajo la lluvia, acurrucado junto a un árbol. No queda claro qué comía, aunque es indudable que pasaba hambre. Su viaje lo llevó hasta Quiriguá, al este de la Verapaz, en Guatemala. Al regresar por fin a la civilización, sin ropa ni zapatos, fue detenido por unos días en un puesto de frontera, acusado de vagancia. Estaba enfermo de malaria y lleno de ilusiones. Herman Charles Frey tenía 26 años al emprender aquel viaje de iniciación. Había nacido en los suburbios de Staunton, Illinois, en el seno de una familia de mineros originarios de Suiza. Pasó su niñez en ese pueblo, donde sus compañeros de la escuela, a causa de su joroba, lo apodaban Humpy Herman. Trabajó por un tiempo en la Feria Mundial de Chicago, cobrando 25 centavos de dólar por acuñar, en un penique, la oración del Padre Nuestro. Probó suerte después en otras ferias, disfrazado de aviador. A fines de los treinta partió sin dinero hacia San Francisco, para trabajar como guía de un tren jalado por un elefante de Birmania. Tenía algo 128

de beatnik. Era incapaz de resistir la tentación de vivir en pe rpetuo movimiento, igual que muchos de sus contemporáneos más famosos, como Kerouac y Ginsberg. En 1939 llegó —nadie sabe cómo, quizás en barco— al istmo de Tehuantepec. No tenemos información sobre ese viaje, pero sabemos que cambió su vida para siempre. Pues ahí supo que había encontrado su destino. Al regresar a San Francisco, donde vivió en una bodega para no tener que pagar renta, logró reunir los mil dólares que requería para poder tornar a México. Vagó durante meses por las montañas de Chiapas, hast a llegar a Ocosingo. Estaba desnutrido y extenuado, y olía mal. Sonreía con timidez, sin abrir la boca, apretando los labios para no mostrar sus dientes, que sabía que estaban ya podridos. Era patético, pero también fascinante, pues algo muy poderoso lo mo vía. En Ocosingo tuvo la suerte de conocer a Pepe Tárano, un hombre maduro, con los dientes de oro, tan fuerte que la gente lo apodaba el Toro. También él era un personaje: había nacido en las montañas de Asturias, donde conoció desde niño los rigores de las minas, y había llegado a El Real impulsado por un parentesco que recordaba que tenía con los dueños de la finca, los Bulnes. Ello coincidió con el arribo de los arqueólogos que por esos años empezaban a explorar la Selva. Varios de los exploradores que pasaron por El Real tuvieron ocasión de conocer a Frey, que vivía del otro lado del Jataté. “Su casa estaba sumamente desaseada y él olía de manera inusual por no bañarse”, confiesa el diario de uno de ellos, el danés Frans Blom, quien tuvo la mala idea d e contratarlo, seducido por “su gran viaje a pie de Ocosingo a Yucatán y de regreso por Quintana Roo”. La experiencia fue desastrosa. Frey no sabía cargar las mulas, olvidaba el correo, daba mal las instrucciones para llegar a las ruinas. “Es el tipo más i mbécil que jamás he conocido”, añade con irritación el diario, que también registra su perplejidad: “Está comenzando a oler de nuevo. Qué tipo tan extraño, no logro entenderlo”. Con ayuda de sus padres, que le mandaron un cheque de 600 dólares, Frey pudo comprar unas hectáreas de tierra para sembrar maíz cerca del río Jataté. Adquirió también unos pollos y una piara de puercos, y tuvo después un hijo con una india de 14 años llamada Caralampia Solís (“muy bruta”, decía la gente) que habitaba con sus padres en la ranchería de San Carlos. Con todo ello, Frey tomó la decisión de pasar el resto de sus días en aquel rincón de México. “Mamá”, escribió, “quiero que entiendas que me he cambiado de nombre. Ya sé que Herman es el nombre de Papá y también mi nombre, pero cuando pienso en él pienso en Humpy Herman. Por eso aquí ya lo cambié. Mi nombre ahora es Carlos Frey”. Chan Bor

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La noche del 1 de febrero de 1946 el lacandón José Pepe Chan Bor escuchó por primera vez en su vida una ópera de Verdi. Estaba sentado e n cuclillas junto con otros lacandones en un claro de la selva, a un lado de la pista de aterrizaje de la central El Cedro. Todos observaban la caja de madera que tenían enfrente, más o menos del tamaño de los guacales que los chicleros utilizaban para cargar sus mulas, con algo que parecía una flor de metal, una chi muy grande por donde salían las voces, invisibles en el aire de la noche. Sus rostros, iluminados por las velas, fascinados, veían girar en silencio el disco de bakelita. Algunos acercaban las orejas al pabellón de la bocina; otros lo golpeaban con la punta de los dedos, para ver qué sucedía. José Pepe Chan Bor aguardaba en su lugar, pensativo, suave y triste. Había permanecido sin decir nada durante todo el día, al lado del gramófono que acababa de llegar esa mañana a El Cedro. Chan Bor era conocido y respetado por todos los exploradores de la selva, a causa de su discernimiento. “Es inusualmente inteligente”, solían anotar en sus cuadernos. Los chicleros lo llamaban José Pepe. Era muy pequeño: medía apenas un metro y medio de estatura, y tenía la piel más clara y el semblante más fino que los otros lacandones. Su vida había sido, hasta 1946, muy salvaje. Había pasado su niñez en medio de la selva; había conocido las casas de piedra de sus dioses; había visto morir a su padre, atravesado por una flecha; ha bía tenido que sufrir con sus hermanas el rigor de la montaña; había formado después un matrimonio con su sobrina, en un caribal del arroyo Chanacté. Todo cambiaría de golpe a partir de 1955, con la llegada de los misioneros del Instituto Lingüístico de Verano. Chan Bor fue convertido al cristianismo. Después salió de Lacanhá para catequizar en Nahá y en Metzabok, donde hablaba contra los que fumaban y bebían, y ridiculizaba los ritos de los viejos que rezaban a Hachakyum. Al final de su vida, con el cabel lo ya gris, se volvió una especie de cacique de la Comunidad Lacandona. Cobraba personalmente el derecho de monte a las empresas que explotaban el cedro y la caoba de la selva, y con ese dinero compraba estufas de gas para sus kikas, que ellas arrojaban de inmediato fuera de sus chozas, muertas de miedo, o vehículos de carga que manejaba sin noción hasta que se le descomponían, para después abandonar en una zanja del camino. Así transcurrieron los últimos años de su vida. Murió a principios de los noventa, junto a la pista de avionetas de Lacanhá.

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José Pepe Chan Bor no tenía manera de vislumbrar ese destino aquella noche de febrero, cuando escuchó la voz de Caruso entre los grillos de la Selva Lacandona. Con él estaba su amigo Carlos Frey, acompañado por Jo hn Bourne, un americano muy rico que acababa de llegar de la ciudad de México con un gramófono de manivela para mostrar a los lacandones que vivían alrededor de El Cedro. La sesión de música fue un éxito. Esa noche, bajo las estrellas, ambos les pusieron óperas, corridos, marchas y pasodobles, y los grabaron después con una máquina que tenía forma de ropero, tan alta como los propios lacandones. Grabaron sus voces, sus flautas y sus canciones, y los indios las pudieron escuchar después. “Aquello fue como una explosión, todos hablaban a la vez, su asombro era increíble”, escribió Frey, quien recordó lo que sucedió más tarde: “Llamamos a Chan Bor aparte y le dijimos que le regalaríamos el fonógrafo si nos enseñaba una ruina de veras grande. Se puso feliz y dij o que sí”. Así comenzó la búsqueda de la Ciudad Perdida. Descubrimiento de Bonampak La tarde del 6 de febrero, luego de caminar todo el día, Carlos Frey y John Bourne llegaron al sitio que llamaron en sus mapas la Ciudad Perdida. Con ellos estaba José Pepe Chan Bor, su guía, quien los llevó con unos chicleros que tenían su campamento cerca de las ruinas, en el río Lacanhá. Desde principios de los cuarenta, los chicleros llegaban a la selva durante los meses de lluvias para raspar con su machete la corteza del chicozapote. Algunos permanecían ahí durante todo el año. Trabajaban en parejas, para no perder el rumbo. Al final de la jornada colectaban en sus chivos la savia del árbol, que después transformaban en marquetas de chicle para llevar a la central El C edro. Producían en promedio cinco quintales al mes. El chicle —palabra de origen náhuatl, tzictli— salía entonces para Estados Unidos en los contenedores de la Wrygle Chewing Gum Company. Eran los años del auge de la goma de mascar. Muchos sitios mayas fueron descubiertos durante los cuarenta con la búsqueda del chicle. Bonampak es, a causa de sus pinturas, que son maravillosas, el más importante de todos. Frey, Bourne y Chan Bor todavía no lo sabían. Permanecieron varios días con los chicleros, rodeados de botas, machetes y sogas, entre frascos de yodo, vendas de algodón y tabletas de quinina contra la malaria. El campamento tenía cinco o seis hombres, más una mujer 131

que preparaba los frijoles y las tortillas y que, por un quintal de chicle, vendía de vez en cuando sus caricias tras unas ramas de guatapil. Su jefe era Acasio Chan, un maya de la península de Yucatán. Todas las mañanas los exploradores salían a recorrer las ruinas. Sacaban fotos de las piedras y tomaban las medidas de los edificios que veían, cubiertos por la vegetación. “Encontramos siete construcciones en buen estado, todas en lo alto de la pirámide”, afirma Frey en la revista Vida. “Abajo había un gran edificio que miraba al norte”. Cuando visité la zona pude comprobar que ese “gran edifici o” está situado nada más a 38 metros del templo de las pinturas —¡38 miserables metros! Pero nadie lo vio. “El día en que decidimos partir, los chicleros estaban en conferencia”, añade Frey. “Se negaban a dejarnos ir diciéndonos que habíamos descubierto el tesoro de Cuauhtémoc. Abrimos nuestras maletas y se las enseñamos, para que vieran que no llevábamos nada”. Pero no lo creyeron. “Cuando yo le expliqué a Bourne lo que pasaba, él se asustó y me pidió que les preguntara cuánto querían para dejarnos ir”. A casio Chan tuvo la ocurrencia de pedir 750 pesos. Al salir de la selva ambos volaron a la ciudad de México para reportar las ruinas al Instituto Nacional de Antropología e Historia. Más tarde, Bourne desapareció con las grabaciones y Frey, abandonado a su suerte, sin dinero, tuvo que regresar a El Cedro. Lo que escuchó ahí debió de ser para él muy doloroso. Supo que un americano había visitado la Ciudad Perdida. Supo que había visto una estela que mostraba al señor del sitio, Chaan Muan. Y supo también alg o que lo habría de torturar por el resto de su vida: el secreto de las ruinas que acababa de explorar apenas unos meses antes: un templo lleno de pinturas, había sido descubierto por otro, no por él. Frey maldijo su suerte con las palabrotas de espanto qu e le habían enseñado los chicleros. Después escribió la carta más desesperada de su vida. Sabía que las cosas no marchaban bien en Staunton, Illinois. Su padre, que era tuerto, se había roto un brazo y se había fracturado un pie en la mina de carbón donde trabajaba, y más tarde su casa se le había quemado. Qué horrible, sí, pero él estaba peor. “Me han pasado tantas cosas que no me he sentido con ganas de escribir”, le dijo a su familia. “Encontré la Ciudad Perdida, la ruina más grande de todas, pero no ten go dinero. Me han prometido toda clase de ayuda, pero no me dan nada. Cuando regresé a mi rancho encontré la ruina más grande de todas. Murieron cuarenta cerdos pequeños y perdí toda la cosecha porque mis vecinos pasaron su ganado y sus mulas por mi campo de maíz”. Su niño de seis meses, para colmo, yacía muy enfermo con unos misioneros. “Estoy más hundido que nunca, financieramente y en cualquier otro sentido. No tengo idea de lo que voy a hacer en el futuro. Me deshice de mi rancho y creo que me voy a ir a vivir con mis suegros a San Carlos”. Con el fin de facilitar esa mudanza pidió a sus padres que le mandaran un 132

radio de pilas de Sears Roebuck: “Si puedo llevar un radio conmigo cuando me mude con mis suegros voy a ser mejor recibido y por el radio me va n a mantener con ellos el mayor tiempo posible”. Así de bajo había caído. El templo de las pinturas “Un tipo alto, calvo, flaco y lacónico”. Así recordaban los monteros de Chiapas a Giles G. Healey, el americano que descubrió los murales de Bonampak. La descripción es exacta, aunque habría que añadir algo sobre su nariz, pues era memorable: larga y puntiaguda y llena de curiosidad, como la de un pájaro. Healey acababa de cumplir 44 años cuando, parado frente a las pinturas, tuvo la certeza que su vida ya no sería igual. Trabajaba por aquel entonces para la United Fruit Company, allá en Chiapas, donde preparaba un documental sobre los indios de la Selva Lacandona. Era fotógrafo, aunque había estudiado química en la Universidad de Yale y había sido luego vio linista en la Orquesta Filarmónica de New Haven. Hay una foto muy buena que lo muestra tocando su violín frente a un grupo de lacandones que lo miran hacia arriba, estupefactos. En ella aparece feliz, como en casi todas las fotografías de Chiapas. Al salir de la selva, insensible a la colitis que padecía, escribió una nota desde San Cristóbal que mandó después al Diario de Yucatán. En ese periódico, que encontré por azar en una biblioteca, ya descolorido, aparecen mencionadas por vez primera en la historia las pinturas de Bonampak. “Es fácil para uno distinguir en ellas a individuos mayas con vestimentas ceremoniales, cubiertos de plumas, con bastones en sus manos, que lo mismo pueden ser banderas que abanicos de plumas”, explica Healey. “Los colores que más destacan son amarillo, rojo, diversos tonos de verde y azul. El ambiente recuerda a las miniaturas persas”. El lugar era conocido por él, entonces, simplemente con el nombre de Ruina 10, pero un par de meses después el arqueólogo Sylvanus Morley, amigo s uyo, le propuso bautizar el sitio con uno más atractivo, formado por dos palabras, bonam (teñir) y pak (pared): Bonampak. Morley diría más tarde que ese nombre —bastante raro, por cierto— había sido sugerido por el criado de su hacienda de Chenkú, en Yucatán, un muchacho llamado Jerónimo. Nada diría, en cambio, sobre lo que más importa: su reacción frente al descubrimiento. ¿Qué sentimiento le produjeron, en efecto, las imágenes de Bonampak? ¿Consternación? ¿Dolor? ¿Repudio? Me gustaría saber. Las pinturas del sitio que bautizó con ese nombre desmentían la tesis que había sostenido durante toda su vida: que los mayas eran pacíficos, pues mostraban escenas de guerra y sacrificio de prisioneros que se miran horrorizados sus manos ensangrentadas, con las uñas a rrancadas por sus verdugos. El Instituto Carnegie de Washington, cautivado por el hallazgo, financió una expedición para estudiarlas y reproducirlas. Más tarde, The Illustrated London News anunció a todos los rincones, sin medir sus palabras, “el 133

increíble descubrimiento de la vieja ciudad maya de Bonampak, hecho por el señor Giles G. Healey”. El descubrimiento Es el año de 1965. Un grupo de lacandones convive desde hace días con unos misioneros de Estados Unidos en un sitio muy extraño: Ixmiquilpan, Hidal go. Ahí, rodeados por el desierto de los otomíes, dos de ellos, José Pepe Chan Bor y Juan Chan Bor, evocan el descubrimiento de las pinturas de Bonampak. Sus palabras son grabadas por un miembro del Instituto Lingüístico de Verano, que las reproduce más tarde, junto con la traducción al ingles, en la revista Tlalocan, publicada con el apoyo de la Fundación Wenner -Gren de Nueva York. La transcripción aparece en el número 6 de la revista, consagrado a Bonampak. Los lacandones frecuentaban aquel sitio, como l o demuestran los braseros encontrados en sus edificios; también los chicleros, que tenían su campamento cerca de las ruinas. ¿Por qué razón, entonces, mantuvieron todos el secreto del templo de las pinturas? La respuesta de la revista es muy sencilla: los lacandones no conocían el templo, tampoco los chicleros. Nadie lo conocía. José Pepe Chan Bor evoca enTlalocan el viaje de Frey a Bonampak, y dice: “No vio casa grande esa vez, no vio, sólo pequeña vio, sólo la pequeña que la vio”. Recuerda después la excursión de Healey, a la que fue también, junto con él, un lacandón llamado Carranza Kayum. Pasaron varios días en aquel sitio, que aún no tenía nombre. Healey fotografiaba las estelas, exploraba los alrededores del lugar; Chan Bor y Kayum dedicaban los días a conseguir el alimento que necesitaban. Fue entonces ( tar yanin wirob u bin yuc, dice el texto en lacandón) que vieron pasar, entre los árboles, un venado de montaña. Ambos salieron con sus armas en su persecución, en direcciones opuestas. El animal escapó, pero Kayum llegó, buscándolo, al templo de las pinturas de Chaan Muan. El lugar estaba totalmente cubierto por la vegetación: los árboles crecían sobre las piedras del techo, confundidos con la maleza, entre las raíces que salían como serpientes por lo s dinteles de las puertas. Chan Bor, que llegó después, habría de recordar ese momento en el diálogo que publicó Tlalocan: 134

“Ahí llamamos Healey. Aquí está, aquí, le dije a él. Lo vino ver Healey. Venado nomás enseñó, así nomás venado enseñó”. Kayum Mayo de 1946. La fotografía está tomada en la oscuridad de la noche, en medio de un silencio que parece tangible. Un indio vestido de cotón ve de frente hacia la cámara, con la mitad de su rostro iluminado por una luz de magnesio. Hay algo sombrío en su mirada, visiblemente asustada, como la de un animal que presiente que va a ser atacado. La nariz, ancha y curva, tiene dilatados los orificios, lo cual acentúa la impresión de miedo. Una cicatriz en el pómulo izquierdo, pequeñita, brilla como luciérnaga. Los labios son gruesos y sensuales y los ojos negros y alargados, como de tepezcuin-tle. Kayum sobrevive así en una foto que le tomó Giles Healey en El Cedro, poco después de regresar de Bonampak. Noviembre de 1938. Es una fotografía más vieja, captada por Paul Royer durante la Feria Nacional de Guatemala. Unos lacandones vestidos de cotón salen enmarcados por un paisaje que resulta inverosímil: los portales de una plaza de la ciudad. Parecen extraviados —o más bien, observo, avergonzados, como si posaran desnudos en medio de la multitud. Están encerrados en un área cercada por alambre de púas, resguardada por el Ejército. Habían sido sorprendidos cerca de la central de Agua Azul —eso no lo vemos: lo sabemos— por un tipo que prometió regalarles unos rifles a cambio d e que fueran con él a Guatemala. Así llegaron a la capital, donde fueron exhibidos en la feria durante siete días al lado de un animal que, según lo describieron ellos, tenía una víbora muy grande sobre la nariz. Es el momento que capta la fotografía de Ro yer. Kayum está a la izquierda del grupo, un poco apartado de los demás. Mira hacia abajo, huye del contacto con la cámara. Tiene sólo 16 años. Unos días después, terminada la feria, voló de regreso con sus compañeros hasta Sayaxché, para luego desaparecer en el Usumacinta. ¿Qué imágenes le quedaron de todo lo que vio durante su periplo: cámaras, avionetas, elefantes, multitudes, catedrales y palacios de cantera? ¿Cómo reconstruyó el mundo que lo rodeaba a partir de aquellos elementos? No lo sé. El guatemalteco que lo sacó de la selva junto con los otros lacandones, averigüé después, un escritor llamado Mario Monteforte, fue muy amigo del novelista Gore Vidal, quien lo recuerda con afecto —“delgado y enérgico”— en su libro de memorias, Palimpsest. Vidal y Kayum tienen entonces, extrañamente, algo en común: ambos conocieron y trataron a Mario Monteforte. Abril de 1949. La última fotografía de Kayum fue tomada por Manuel Álvarez Bravo, quien en sus placas lo llama “Carranza”. Kayum había sido bautizado así por don Higinio Sosa, el administrador de El Cedro, un hombre que, como todos los chicleros, era incapaz de identificar a los lacandones por sus nombres de verdad: Kin, Bor, Kayum, por lo que los llamaba como los héroes de la 135

Revolución: Obregón, Villa, Carranza. La foto lo muestra sentado con otro lacandón en un claro de la selva. Tiene sobre las piernas un rifle de cacería, que sus manos acarician con familiaridad. El sol le pega de frente, le hace cerrar los ojos con un gesto que parece casi de dolor. Por e sos días, Kayum vivía con su madre, su hermano, su hijo y sus dos esposas a una hora y media de marcha de la central El Cedro. Su caribal estaba lleno de regalos que dejaban a su paso los exploradores de la selva: un gato, un peine, un rifle, un cuchillo, un espejo, un hato de puercos, una colección de discos arrumbados entre cestos llenos de mazorcas. Pero los regalos no lo hacían feliz: Carranza Kayum aparece melancólico en el retrato de Álvarez Bravo, quien lo fijó con su lente tres años y seis meses antes de perecer en un vado del Lacanhá. Su muerte fue un misterio, aunque muchos rumoraban que lo había matado un lacandón para quitarle a su mujer. “En octubre de 1952”, según un testimonio, “Carranza salió a cazar venado. Salió solo y sin sus perros, tempr ano por la mañana. Como no regresó esa noche, la gente lo empezó a buscar”. Al día siguiente, hacia las 12, Nabor, su esposa, y Nakin, su madre, lo encontraron muerto en la orilla del Lacanhá. Yacía boca abajo, con la cabeza sumergida en el agua. Sus ojos y sus oídos sangraban, atacados por los cangrejos del río. Había señales de violencia en los alrededores: los tallos de las plantas estaban rotos, la tierra pisoteada, aunque ningún indicio más de la causa de su muerte. Así terminó la vida de Carranza Kayu m. Los ojos que primero vieron las pinturas de Bonampak, trazadas por los mayas en el siglo VIII, maravillosas, acabaron despedazados por los cangrejos que pululaban en las aguas del Lacanhá. La corazonada En la primavera de 1949 llegó a Bonampak la primera expedición en estudiar el sitio con el apoyo del gobierno de México. El guía de la expedición, Carlos Frey, buscaba con ese viaje, según él decía, “un poquito de gloria”, la que le correspondía por haber contribuido a descubrir las ruinas de Bonampak. Consiguió algo más: la inmortalidad, aunque no sabía que el precio para ello habría de ser su propia muerte. El martes de la tragedia los miembros de la expedición fueron despertados por el rugido de los saraguatos. “Me pareció que hacían un ruido semejante al de las olas del mar al chocar contra las rocas”, habría de notar uno de ellos, el pintor Raúl Anguiano. Estaban todos instalados en la explanada que dominaba la estela más grande del sitio, entonces todavía volteada de cabeza: la de Chaan Muan. Tenían ahí, bajo la selva, sus hamacas, sus mochilas y sus tiendas de campaña. A las ocho de la mañana desayunaron café con leche de lata, mientras los arrieros preparaban las mulas para regresar por las provision es que aguardaban en El Cedro. Era el 3 de mayo, Día de la Santa Cruz.

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El trabajo en Bonampak estaba paralizado por el desorden en el campamento, que los responsables de la expedición imputaban a Frey. Todos sus instrumentos permanecían regados por la selva, entre ellos la planta de luz, que aguardaba en un sitio llamado El Tumbo. Frey explicó que la había tenido que dejar ahí, junto con los bidones de gasolina, porque las mulas que llevaba no podían cruzar el río con tanta carga. La pensaba recoger ese día, en canoa, para bajarla por el Lacanhá. Carlos Frey fue la víctima del caos que marcó aquella expedición a la selva, no el culpable. Había 14 personas que necesitaban ser atendidas por él, una colección de pintores, arquitectos, médicos, fotógrafos, quí micos, arqueólogos y periodistas. Las fotos que sobreviven lo muestran consumido por el cansancio. “Parece un Cristo de madera”, escribió Anguiano. “Tiene las ropas sucias y desgarradas y crecida la barba. Ha estado trabajando sin parar desde muchos días antes de que nosotros llegáramos, para facilitar nuestro transporte e instalación; va y viene de Bonampak a El Cedro”. A las nueve de la mañana, Frey salió de Bonampak hacia el lugar donde guardaba la canoa, en la orilla del Lacanhá. Le quedaban apenas tres horas de vida. Con él estaban Luis Morales, camarógrafo del Noticiero Mexicano, y Jorge Olvera, director de la Escuela de Artes Plásticas de Tuxtla, quien tenía la tarea de copiar los murales de Bonampak. Iba también Franco Lázaro Gómez, nativo de Chiapa de Corzo, un muchacho tímido y supersticioso, que dicen que tenía la mala suerte de sufrir ataques de diarrea. Ese día llevaba colgada al cuello, como talismán, una botellita de elixir antiviperino. Olvera los vio partir a los tres en la canoa, para luego tomar un baño con jabón en las aguas del Lacanhá. Horas más tarde, en el campamento, el arriero Pedro Pech vio pasar una manada de zenzos entre las ruinas de Bonampak. Cogió su rifle, montó su mula y salió tras sus huellas, en dirección al río. Pech era un hombre flaco y bajo, con los ojos irritados por la malaria, oriundo de Yucatán, como la mayoría de los chicleros que trabajaban en la Selva Lacandona. Hablaba maya, su lengua, pero le daba vergüenza que la gente lo supiera. A la una de la tarde sus compañeros lo vieron regresar a pie, seguido de la mula, 137

con el rostro más amarillo que de costumbre. Estaba muy asustado. Les explicó que, al llegar al río, perdió el rastro de los zenzos y que, buscándolos, dio con un remo que flotaba en el agua. Lo siguió por la orilla y más abajo la vio, atorada en unos troncos. Era la canoa india de fabricación americana, forrada de lona, que Frey había comprado para la expedición en la tienda Sears Roebuck de la ciudad de México. A su lado flotaba el sombrero de petate d e Gómez. La visión lo dejó muy alterado. —Sentí feo —dijo—. Como una corazonada. Todos salieron de inmediato hacia el Lacanhá, salvo el fotógrafo de la expedición, Manuel Álvarez Bravo. En el campamento, al quedar solo, lavó los trastes en una cubeta de agua. Ahí cerca notó los restos del saraguato cazado la víspera por los lacandones, que la cocinera de la expedición se había negado a preparar. Descubrió también, entre latas y desperdicios, una cabecita de barro que había moldeado con sus dedos el joven Gómez antes de salir de Bonampak. ¿Qué hacía ahí, tirada entre la basura? Nunca lo supo, pues en ese instante fue sorprendido por un aguacero que lo dejó sin aliento bajo los hules del campamento. Los arrieros le habían advertido que ese día de mayo llove ría, como todos los años en el Día de la Santa Cruz. Ya de noche, alumbrado con un trozo de algodón que le servía de vela, divisó en la oscuridad la luz de una linterna. Eran sus compañeros que regresaban, con los rostros descompuestos por el miedo. Esto fue lo que le contaron: Habían visto algo terrible. Habían caminado hacia el Lacanhá, habían pasado de largo los cartuchos quemados esa tarde, durante la persecución de los zenzos, y habían llegado al lugar donde permanecía la canoa de Frey. El sombrero de petate ya no estaba. Alguien disparó con lentitud los seis tiros de su pistola. Silencio. Luego varios a la vez gritaron con todas sus fuerzas. Más silencio. Ya tarde, los responsables del grupo salieron en la canoa para explorar la zona. Una hora después regresaron a decir, horrorizados, que los cadáveres de sus amigos estaban más arriba, en el fondo del río. Todos acudieron al lugar. A pocos metros de la superficie, en efecto, distinguieron sin dificultad un cuerpo que tenía una faja 138

de colores enrollada en la cintura. Era Gómez. El cuerpo de Frey estaba de espaldas, encima, con la camisa blanca y la suela de sus tenis también blanca. Una de sus manos, notaron, permanecía sujeta de la faja de su compañero. ¿Había querido socorrerlo? ¿Salvarlo? Ambos dab an la impresión de que flotaban, unidos en un abrazo de amor. “A ratos aparecían y desaparecían por el reflejo de los últimos rayos del sol”, habría de recordar uno de los testigos. Era demasiado tarde para rescatar los cuerpos, los cuales, además, les in spiraban horror, por lo que decidieron regresar al campamento, bajo el diluvio que cayó del cielo. Nadie pudo dormir aquella noche. A la mañana siguiente volvieron a caminar en dirección al río. Avanzaron un par de horas por la picada, mojados, a tropezo nes, en busca de Luis Morales, que también viajaba en la canoa de Frey. Era el más alto y el más fuerte del grupo, y había recibido entrenamiento militar en el Ejército. Todos lo daban por muerto, pero estaba vivo. Lo vieron de repente, perdido entre los b ejucos de la selva, “pálido y sucio y con las ropas desgarradas”. Ahí mismo escucharon de sus labios lo que había sucedido la víspera en el Lacanhá. El accidente Iban los tres en la canoa. Acababan de remontar sin problemas un boquete de agua, que incluso filmaron con su cámara de cine. Luego siguieron por un torno del río que parecía manso. Era cerca del mediodía. Hacía calor. Morales preguntó que cuánto faltaba. Frey contestó que llegarían ya tarde, por lo que tendrían que dormir en El Tumbo para regresar al día siguiente con la planta de luz a Bonampak. Morales, sorprendido y molesto, dijo que no llevaban hamacas ni mosquiteros ni toldos para dormir en la selva, ni siquiera comida, así que de plano tenían que regresar al campamento. Frey, en silencio, continuó remando. Morales estaba molesto por un incidente más. La noche del lunes, en efecto, Frey había llegado a Bonampak junto con Margarita Nakin, una lacandona de 16 años que vivía en el caribal de su hermano, Obregón Kin. Era célebre por su belleza, que parecía oriental. La codiciaban los chicleros y los lagarteros, y también los exploradores que llegaban a la selva. Álvarez Bravo la retrató muchas veces. El caso es que la noche de su llegada, en una hamaca, Margarita hizo el amor con Carlos Frey. Sus gemidos fueron escuchados en silencio por todos los miembros de la expedición. El único que protestó —“mientras unos cogen”, dijo, “otros se desvelan”— fue el más joven del grupo, Luis Morales. Pero los gemidos siguieron.

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Al tiempo que sus compañeros discutían en la canoa, Gómez, en medio, guardaba silencio, debilitado por un ataque de la diarrea que acababa de contraer en Bonampak. “Entonces pasamos un rápido que se veía calmado”, explicó Luis Morales. “Ya estábamos para pasarlo cuando se nos levantó la canoa de la punta y nos dio un vuelco rápido sin darnos tiempo de hacer nada. Caímos al agua, yo con mi cámara y película que llevaba en un morral. Lo que les pasó a los otros ya no supe porque yo venía delante en la canoa. El agua empezó a sumirme y sumirme, a arrastrarme para abajo”. Gómez quedó atrapado entre las piedras del fondo del río, aturdido por el sonido del agua, que era sordo y confuso en la profundidad. Frey vio burbujas y rayos de luz, y el agua más clara en un lugar que parecía cambiar de sitio y que era la superficie y la vida. Morales soltó el morral donde llevaba la película y la cámara, y pudo salir a flote. La corriente lo arrastró hacia la orill a, donde vio sus botas que llegaban hacía él, como un regalo, seguidas por el casco sarakoff de Frey. Tomó ambas cosas y salió del agua. Buscó a sus compañeros en el río por el resto de la tarde; luego penetró a la selva, donde tuvo que pasar la noche en e l hueco de un árbol, empapado y hambriento, y muerto de miedo. Al día siguiente, cuando vio la canoa sobre la ribera, pensó que sus amigos debían estar a salvo. Un sepulcro en la selva El Lacanhá es un río de caídas y remansos, con muy poca corriente. No es profundo ni caudaloso. En mayo las aguas son mansas y cristalinas. Por eso los cuerpos pueden ser vistos ese 4 de mayo, atorados en las piedras del fondo del río. Están en la misma posición en que fueron hallados la víspera: Frey encima, con una de sus manos sujetada a la faja de Gómez. Los lacandones ayudan en el rescate, encabezados por Obregón, el hermano de Margarita. Primero sacan a Frey. Su cadáver, que flota de bruces, es jalado con una percha hasta la orilla, rígido y frío, con la piel de la esp alda blanca y tiesa, como una página de pergamino. Luego rescatan a Gómez. Lleva su morral atado a la muñeca con tal fuerza que sus compañeros lo tienen que cortar para ver lo que contiene: una pistola calibre 38, un montón de cartuchos y un bule lleno de agua. Todos concluyen lo mismo: “Llevaba un ancla en la mano”. Los cuerpos, encorvados, permanecen boca abajo sobre la ribera del Lacanhá. Ambos tienen los rostros amoratados —“el de Frey tan oscuro como si hubiese sido sacado del fango”. 140

Manuel Álvarez Bravo toma una fotografía. Es ya tarde para darles sepultura, por lo que los lacandones los cubren con hojas de guatapil. Ese día, los expedicionarios regresan por fin al campamento, donde los aguardan la cocinera junto con las hijas y las kikas de los lacandones. Todas permanecen calladas, menos Margarita, que palidece cuando ve llegar a Luis Morales. El jefe de la expedición, Julio Prieto, ahí presente, evoca la escena con estas palabras: “Lo miró con una expresión indescriptible, en la que había odio, ira y rencor, y le dijo en su media lengua, pero en un tono bastante claro: ¡Mejor tú muerto, no él!, y se alejó de nosotros. Iba llorando”. Carlos Frey fue sepultado junto con Franco Lázaro Gómez en un claro de la ribera del Lacanhá. Sus compañeros improvisaron una cruz de madera, donde luego marcaron su nombre con un lápiz de carbón. Luis Morales, a su vez, salió más tarde de la selva con el resto de los expedicionarios, hacia la capital de México. Una vez ahí, dicen, desapareció para siempre. n

Carlos Tello Díaz. Escritor. Entre sus libros: El exilio: Un relato de familia, La rebelión de las Cañadas, En la selva y 2 de julio. Nota. He retomado extractos de mi libro En la selva (Joaquín Mortiz, México, 2004) para reconstruir la historia de las ruinas de Bonampak.

RELOJES DE ARENA Y PEONES DE TROYA Merlina Acevedo Palíndromos Amar: deseo ese don y no deseo ese drama. • Seda de verbo sé, sé verso, revés. No crecer con odio es reconocerse oído, no crecer con severos reveses o brevedades. • A tu paso logré goce de coger, golosa puta. 141

• Yo sólo soy la usual: añoñada, mal llamada ñoña, la usual yo sólo soy. • Amar deseo y odiarte me haces. Amar deseo y no desear odiarte. Sé traidor a ese don; yo, ese drama. Seca, heme traído yo ese drama. • El ave lloró ya dañada y seria, sola, ave llagada. Nueva usaba sus alas, usaba suave una daga. Lleva a los aires ya, dañada. Y oro llévale . • Adiós amor a soledad, es ayer eso ya ido, esa desolada negrura, ese desear urge, nada lo seda, se odia. Yo seré ya seda de los aromas, o ida. • Eriales o mares o más arrasamos, éramos el aire. • Ser Amar es el alba: halo al azul alza. Pase azul alado, tenue se divide. Se une toda la luz a esa paz; la luz a la ola háblale. Será mares. • ¿Se ve fácil, idiota nato? Idílica fe ves. •

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Amar: deseo ese don. Yo no seré odio, cero males oí, no me dará terror, retará demonios el amor. ¿Eco ido eres o no? ¡Y no deseo ese drama!

Aforismos 1. La realidad es la viva imagen del espejo. 2. La soledad es el precio de la compañía. 3. Soledad es no tener de qué reírte solo. 4. Al cabo que ni quería lo mandaron a marchar. 5. Dormir es como morir, pero más acá. 6. Vivo sin mí en mi propio mundo. 7. El mundo es un espejo en el espejo. 8. El libro es un instrumento de repercusión. 9. Cuando se nos acaba la paciencia, tocamos nuestro piano imaginario. 10. Te incomoda mi postura porque no estás bien parado. 11. Guardaría silencio, pero no me cabe en la cabeza. 12. Somos las piezas de un juego de ajedrez que Dios abandonó. 13. El silencio es el mejor tema de conservación.

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14. La imaginación se alimenta del caos. 15. Tu plural soy yo. 16. La melancolía es un lugar aislado del mundo. 17. El silencio es la onomatop eya de la sabiduría. 18. La soledad es un lugar donde el tiempo rinde más. 19. El plagio es el miedo al qué diré. 20. Fanatismo es el miedo a pensar solo. n

Merlina Acevedo. “A veces no me entiendo pero me explico”. www.merlina.com.mx , @MerlinaAcevedo Fragmento del libro bifronte Relojes de arena y Peones de Troya que Colofón pone en circulación este mes.

LA MEMORIA VIAJA EN CAMIÓN Alejandro de la Garza Un ensayo sobre el transporte en la ciudad de México Una escena de la película ¡Esquina bajan!, filmada en 1948 por Alejandro Galindo, parece cifrar una de las historias cruciales de la modernización de la ciudad de México en el siglo XX: la del transporte público de pasajeros. En tono de divertida y melodramática comedia, la secuencia recrea las peripecias de un atrabiliario chofer de camión (David Silva) y de su inseparable cobrador (Fernando SotoMantequilla), quien campechano y alburero recolecta el dinero del pasaje. Un ambulante trío guitarrero musicaliza el viaje cantando “Ahí va el camión”, tonadilla de barrio probablemente escrita por Chava Flores, suerte de catálogo picaresco de la variedad de pasajeros apelotonados en el camión de la ruta Zócalo-Xochicalco y anexas. Burócratas enojados por las abruptas frenadas, albañiles y peones rijosos y vociferantes, vendedores y comerciantes cargando huacales de frutas y costales de mercancías que ofrecerán en el mercado, señoritos melifluos de sombrero y clavel en el ojal, tinterillos molestos por el olor y los empujones, señoritas de buen ver —víctimas de los roces clandestinos de arteras manos masculinas—, padrotillosperfumados, calaveras de mirada torva y algún carterista siniestro, además de los músicos risueños y cantarines, nutren ese álbum de populares figuras urbanas de medio siglo. 144

El veloz ajetreo, los variados accidentes, las continuas descomposturas, las temibles intervenciones de la dentada policía de tránsito, la incomodidad, el manoseo, los carteristas y demás avatares de los pasajeros, se revelan con nitidez en el registro de Galindo como el costo inevitable y problemático de la novedosa aventura del progreso urbano que significó el arribo del camión. Pero el paulatino desplazamiento de los antiguos carricoches, las diligencias, las carretelas de caballos e incluso del caballo mismo por los medios de transporte de la modernidad se había iniciado con asombros y cobrando sus cuotas de nostalgia e incertidumbre antes de finalizar el siglo XIX. Con su aire de gran mole en movimiento, predestinado a la circularidad de su viaje por el doble renglón cromado de las vías, el tranvía, estruendosa y chirriante maquinaria o armatoste del eterno retorno, fue el primero de los artefactos reveladores de la urbanización por venir. La vieja ciudad trocaba así sus ásperos caminos de acceso, sus callejuelas sinuosas y sus estrechos senderos polvosos, por una geometría de ordenada traza, espaciosa y simétrica, concebida como una cuadriculada red de estaciones, depósitos y paraderos diseñados para agilizar el movimiento del novedoso transporte citadino y sus pasajeros. Esa ciudad utópica, maquinista e idealmente moderna de la primera década del siglo XX, esplendía ya en las comerciales calles pavimentadas y bien alumbradas del Centro y se ofrecía elegante y cosmopolita al bullicio de los r ecorridos displicentes, el saludo aristocrático o vecinal con un leve toque del sombrero, el callejeo como gastronomía del ojo, el voyeurismo, el roce social y el flirteo amable poetizado por Manuel Gutiérrez Nájera en sus descripciones de la calle de Plat eros y sus personajes: el Duque Job, la tentadora Duquesita y su perro Bob, claves para entender el panorama de los cambios en la sensibilidad, la mentalidad y las costumbres en el cambio de siglo.

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De las eléctricas muertes por tranvía grabadas en las est ampas de José Guadalupe Posada, a sus recorridos por el centro de la ciudad, Indianilla o Iztapalapa, el tranvía llegó como novedad destinada a caducar pronto, y ya en la segunda década del siglo XX los autos a gasolina y los “fordcitos” improvisados para transportar varios pasajeros ganaban terreno y clientela. Pero aquel inusitado tranvía también evolucionó (¿se posmodernizó?) a medias y alcanzó una existencia lateral o aleatoria hasta mediados de los años setenta, cuando aquel férreo modelo rechoncho y aparatoso corría hacia Xochimilco, o bien, advirtiendo de su paso con el admonitorio sonido de su campanilla, avanzaba con dificultad por Bucareli hacia avenida Cuauhtémoc, doblaba a la derecha en Álvaro Obregón para luego tomar Insurgentes, desviarse más l igero por avenida Coyoacán y finalmente cerrar su ruta deslizándose con su monótono trac -trac por avenida Félix Cuevas, hasta un viejo depósito de ladrillos, hoy sobreviviente ruina escenográfica restaurada sin gusto a mitad de un eje vial de la zona de Mi xcoac. En pleno final del siglo XX, como fuente inspiradora de un deseo ambiguo envuelto en nostalgia y añoranza, y con algo de interrogante cómica o paradoja extraña de nuestra ciudad, en algunos tramos de Insurgentes y de la avenida Coyoacán permanecían expuestos a media calle inútiles tramos de trunca vía paralela, y aún hoy, ya entrado el siglo nuevo, esos vestigios del sueño tranviario se encuentran, por ejemplo, en calles como la de Morelos, cercana a la Alameda; inamovibles rieles brillantes de crom o por los que ya ningún tranvía se desliza. De aquellos originales transportes sobreviven aún hoy dos subespecies tranviarias: una emparentada con los antiguos clásicos por su impulso eléctrico, pero con la notable variante de sus ruedas de hule y sus el evadas vías inversas y flotantes, tendidas con flexible cable conductor del que la subespecie híbrida y extravagante denominada trolebús pende o se sujeta con torpeza de gigante prehistórico. Sus cables conectores, incómodos tirantes rígidos que parecen ex traer su fuerza de las alturas, del magnetismo de la atmósfera o de las tormentas eléctricas, le restringen posibilidades de movimiento y contribuyen a darle ese aire de dinosauro trastabillante. La otra subespecie, más cercana al viejo tranvía y descendi ente directa del tren original, cobró el encanto de lo no visto antes, el aire festivo y risueño de lo que se estrena con la irremediable certeza de su efímera modernidad: la subespecie “tren ligero”, inaugurada al iniciarse la última década del siglo pasa do, mantiene todavía hoy su viaje a Xochimilco esforzado en retener en su arrullante y suave movimiento, en su comodidad y generosa entrega de paisaje a los ojos del viajante, el sabor bucólico de un viaje a la campiña suburbana, aunque ahora los avasallantes tumultos y la incapacidad de los carros han mermado esa inicial comodidad. ¿Viajarán alguna vez, como antes, la ilusión y el deseo en este novísimo “light train”? 146

Ya desde 1928, en su ensayo “El Joven”, Salvador Novo da noticia de los impulsos modernizadores del transporte alentados por la agitación revolucionaria, y relata el recorrido de los “buggies y faetones” 12 cilindros del siglo XIX al Protos y al Renault 1905: “que hacía taf-taf y emitía un humo incorrecto por la espalda”; y de ahí a los autos Hudson super-six y los Universal, preferidos de los generales revolucionarios antes de imponerse “los hijos de Ford”. Novo fija en 1917 la introducción de los primeros conatos de camiones: autos Ford de gran tamaño cuya carrocería se adaptaba para transp ortar ocho o 10 pasajeros por la avenida Cinco de Mayo, acaso el transporte bisabuelo de las imbatibles “peseras” de hoy, de las camionetas colectivas denominadas “combis” y de los cuadrados microbuses como de juguetería, transportes agresivos, violentos y literalmente chocantes, adueñados de las calles de la ciudad. El propio Novo retomará el tema en su premiado ensayo de 1946 “Nueva Grandeza Mexicana”, donde asienta: “no era sino natural que la Revolución, ese sacudimiento de nuestra inercia porfiriana, a nterior a las guerras mundiales y a la revolución rusa, coincidiera en la ciudad de México con una aceleración de los transportes...”. Pero si en 1928, informa Novo, “pasaba uno que otro camión”, es en los años treinta cuando se vuelven cosa frecuente y po pular. Ya para 1946 su “Nueva Grandeza...” se inicia con estas palabras: “Iremos en camión —propuso mi amigo—, tú dirás cuál nos conviene tomar”. De ahí al costumbrista y revelador registro cinematográfico de Alejandro Galindo mediaron apenas dos años. Vi ajar en camión carecía ya de prestigios aristocráticos o turísticos, del encanto original del plácido tour panorámico por el centro de la ciudad y de la atractiva curiosidad inicial de paseantes y ociosos. En los años cincuenta la seducción de la novedad había quedado muy atrás o ya nadie la recordaba; se imponían, como siempre, necesidades prácticas: un servicio eficiente de transporte para trabajadores, comerciantes, mercancías, viajantes con rutinario y burocrático destino fijo y pasajeros en general. L as rutas de camiones se multiplicaron, las pequeñas empresas privadas y los choferes anónimos avanzaron sobre este nuevo territorio del mercado transportista inaugurando circuitos, rutas, viajes y camiones que se volvieron cosa urgente, necesaria y deseable en una ciudad en pleno proceso alemanista de urbanización modernización, entendido como la imitación del veloz estilo estadunidense de vida (y transporte). A los recorridos de Reforma y Santa María, de San Rafael al Zócalo, de Guerrero a San Lázaro, de Santa Julia a la herética Roma, de Tacuba a San Cosme, Puente de Alvarado e Hidalgo, registrados por Novo, se añadieron con rapidez otras rutas diversas: las del Centro y avenida Juárez, calzada de Tlalpan, La Merced y Belén; las de Peralvillo, Hipódromo, S an Ángel o Cerro del Peñón. En el recurrente imaginario personal de finales de los cincuenta, se aclara entre la 147

bruma de la memoria infantil el viaje en un destartalado camión de percudido color café oscuro —mole escandalosa de mofle atronador y carraspe ra insólita—, cuya violencia sonora hería el tímpano a cada cambio manual de velocidad, y que por 25 módicos centavos recorría las calles de las colonias Polanco, Condesa y Roma para seguir hasta la ¿Del Valle?, ostentando su ruta —referida a una avenida o glorieta—, cual insignia libertaria en la frente: Mariscal Sucre. O aquel otro camión plano o chato de la parte frontal pero aún con motor delantero, de color amarillento y cruzado por laterales líneas verdes, en recorrido por los vericuetos de la Roma Sur y de ahí hacia Reforma con rumbo a Santa María la Ribera: 30 centavos la tarifa por la que se recibía a cambio el mínimo comprobante de un boleto rectangular con la ruta, el costo, el número foliado y el perfil del camión impresos en manchona tinta negra . Ello por si acaso subía el esporádico “checador”, quien perforaba con la uña del pulgar el papelillo dejando una media luna como marca indeleble y oficial de la empresa de transporte. En las fotos del movimiento estudiantil -popular de 1968, ya imborrables de la memoria colectiva, se observa la consolidación de la contestataria práctica estudiantil de “tomar” camiones o incluso quemarlos en protesta decidida y violenta por la represión policiaca. Práctica frecuente también ejercida como consecuencia de tumultuarios eventos deportivos —siempre terminados en aguerridos enfrentamientos de bandas politécnicas y universitarias —, o por razones aleatorias como la “perrada”, especie de bautizo cruel y sádico tradicionalmente infligido a estudiantes de primer ingre so a las instituciones de educación superior hasta los años setenta. La costumbre de “tomar” camiones por asalto, incipiente, esporádica, escasamente contestataria y estrictamente delincuencial durante los años cincuenta, se convirtió así en una táctica frecuente de lucha política durante la década siguiente, expresión de inconformidad o protesta y, también, en simple vía de escape al ocio, al rencor social o al desbordado entusiasmo futbolero padecido durante los dos campeonatos mundiales efectuados en nu estro país. Pasión cíclica y rediviva que aún hoy concurre a cada juego importante de futbol, tornándose con frecuencia incontrolable y desatando vandalismo tumultuario en zonas aledañas a los estadios de futbol, la inevitable “toma” de camiones y el consecuente destrozo de “unidades” y comercios. La complejidad de la acción política ejemplificada en la famosa foto de los líderes del 68 trepados al techo de un camión “tomado” para dirigirse a la multitud reunida en la explanada de la Ciudad Universitaria, se ha transformado hoy en expresión cuestionable de la insatisfacción social, de la pasión violenta por ídolos deportivos, en criticable manifestación delincuencial y tumultuaria ante la falta de alternativas para los jóvenes hijos de la crisis del nuevo s iglo.

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Al recordar las manifestaciones estudiantiles y las violencias futboleras de aquellos primeros años setenta, regreso también a los camiones habituales, a su curso hacia los múltiples destinos de la adolescencia: el Sonora -Peñón, el Ciudad Deportiva, el Insurgentes-Zona Rosa, el Reforma-Bellas Artes, el San Ángel-CU, el Roma-Mérida. Camiones con clara tendencia al gigantismo —amarillos y ruidosos, de motor trasero a diésel y grandes ventanales —, que cobraban 50 centavos, luego 80 o hasta un peso. Esto rbosas y atemorizantes montañas en movimiento cuyas contaminantes emisiones de humos y olores espesos se aceptaban cual costo inevitable del progreso. Luego vino la ruta Del Valle Coyoacán, traslado cotidiano hacia la preparatoria, hacia la casa de alguna amiga o hacia las puertas de alguna prepa o secundaria femenina de los rumbos sureños de la urbe, donde junto a compañeros entrañables ejercía el derecho a la aventura, a la transgresión y al voyeurismo ávido de los 17 años. La primera ruta del Metro se inauguró en 1969: Observatorio-TacubayaChapultepec-Merced-Zaragoza, suficiente entonces para transportar a la creciente multitud que ya se presentía masa. Aquel primer trayecto de tren subterráneo concitó asombros y admiraciones ante los vagones de factura francesa, la eficiencia y velocidad subterránea de un servicio ahora sí que bien cosmopolita. Provocó, asimismo, temores en personas mayores incapaces de acostumbrarse a la exhalación silbante de las puertas, al movimiento impulsivo y ágil que requiere el abordaje, a la urgencia de ese andar robótico y apresurado por pasillos y túneles artificialmente iluminados, a la claustrofobia repentina ante el tumulto avasallante. La mole arquitectónica de la estación Metro Insurgentes sigue adquiriendo, aún hoy, perfiles de magnificencia urbana e interplanetaria, según propuso la película filmada en México Total Recall, de 1989, en la que podemos ver al gélido austriaco y luego gobernador Arnold Shwarzenegger vivir una ficción futurista en el Metro mexicano, huir de los mutantes marcianos en la estación Insurgentes, liarse a golpes con los confabuladores que le han robado la memoria en la estación Chabacano o penetrar en inhóspitos túneles de virtuales ciudades completas levantadas escenográficamente en unos cuantos d ías en las mismísimas entrañas del Sistema de Transporte Colectivo de nuestra ciudad. El permanente sueño mexicano que vislumbra la modernidad en cada nueva ocurrencia parece convertirse cíclicamente en nuestra peor pesadilla, en la búsqueda inacabable del grial definitivo que nos haga modernos, primermundistas. Se avanzó rápido en esos años, se construyen más y más kilómetros de un Metro más moderno: exterior, como en la calzada de Tlalpan, o elevado como monorriel japonés por los rumbos del aeropuerto; p ero la pesadilla también avanzó rápido. Nuestros arquitectónicos templos laicos del progreso y la urbanización son rápidamente invadidos por vendedores, músicos y trabajadores ambulantes, emigrantes del campo, masas desempleadas, visiones de la pauperizaci ón y panoramas de la miseria que tornan paradójicos, si no injustos, los signos externos 149

de la urbanización y el desarrollo. Visítense entonces las estaciones del Metro Chapultepec o Insurgentes, Taxqueña o Tacubaya, Pino Suárez, Balderas o Hidalgo, donde esplenden los puestos de tortas y discos, de piratería y ropa en superofertón, comida rápida, bisutería, juguetes… Ya para 1991 la sobrepoblada ciudad subterránea del Metro hormigueaba de comerciantes informales, de multitudes estacionadas para la venta, el consumo, la transa, el atraco, el ligue, el ocio. Se requirieron normatividades espaciales al desplazamiento y secciones divididas por género —caballeros por un lado, damas por otro— para que las mujeres dejaran de sufrir los manoseos discretos o descarados de los insatisfechos machos —tal como en el camión de la película de Galindo—; para prevenir en alguna medida el carterismo y el atraco, para frenar los abusos de la policía interna que aprehendía, interrogaba, encerraba o golpeaba sin orden alguna. Sólo la muerte de un adolescente y las heridas de otro a causa de una violenta reyerta subterránea impulsaron en ese año la decisión radical y definitiva de prohibir el apelotonamiento asfixiante y agresivo del comercio informal en los túneles del Metro (aunque hoy está irrefrenablemente de vuelta). Sin embargo, el fetichista afán estadístico anunciaba al finalizar el s iglo XX “miles de millones” de viajes realizados en el Metro a tres décadas de su inauguración, equivalente a haber transportado infinidad de veces a la población total del país en un recorrido pesadillesco y sudoroso de 20 mil leguas de viaje subterráneo. A lo largo de los años setenta y ochenta del viejo siglo, el Metro fue desplazando en amplia medida el uso de los transportes públicos tradicionales. Los viejos camiones de motor delantero pararon inútiles en el “deshuesadero”, se incrementaron primero, y luego desaparecieron paulatinamente, aquellos camiones ruidosos y amarillos mientras los nuevos, denominados “delfines” y “ballenas”, padecieron abandono y dejadez. Ello exigió cambios inevitables en el 150

ordenamiento y la función de las empresas camionera s. Corrieron así los tiempos de la crisis y el deterioro de las “unidades”, de su insuficiencia, del servicio lamentable e ineficiente, del maltrato por parte de ríspidos choferes que manejaban —tal como lo hacía David Silva en la película de 1948 — impulsados por la consigna “primero muertos que tarde”. Problemas a los que se añadieron la falta de capital, la quiebra o el retiro de las empresas privadas que desde siempre habían dominado ese mercado. El negocio dejó de serlo y el resultado fue desorden, interminables congestionamientos viales, contaminación irrefrenable, tarifas ingratas y subsidiadas, y lo que en términos de economista revolucionario es lo más importante, una revelación intolerable y dañina para el país: ¡miles de horas-hombre de trabajo perdidas! Hacia finales de los años setenta, la respuesta del designado jefe del Departamento del Distrito Federal, Carlos Hank González, había sido la construcción de los Ejes Viales, y al iniciarse la década de los ochenta se avanzó sobre la estatización del transporte público de pasajeros, la rápida concesión de numerosas líneas de peseros (lo que poco tiempo después generó otro complicadísimo problema) y la regulación y algún ordenamiento mínimo del funcionamiento de los taxis. La creación en 1981 de Autotransportes Urbanos de Pasajeros Ruta 100, como metáfora concentradora de los múltiples problemas de la ciudad, encontró graves desavenencias sindicales, insolvencia financiera, equipos y unidades en pésimo estado, desorganización generalizada y falta de medidas anticontaminantes, además de rutas confusas y enredadas, entre muchos otros obstáculos. En sus 15 años de existencia (quebró en 1995, aunque se retomó ya en el nuevo siglo) renovó camiones y vendió chatarra inútil, intentó planificar y organizar lo s recorridos, creó módulos y talleres, propuso procesos de modernización y eficiencia y, en metáfora clínico -económica, sometió al paciente a un tratamiento de “saneamiento” financiero hasta tener en circulación, según datos oficiales de 1993, cuatro mil unidades nuevas o renovadas que apenas representaban 0.14 por ciento de los vehículos que circulaban en la ciudad. Pero la contaminación generada por estos camiones, aunada a la multiplicación de rutas de “combis”, “peseras” y taxis irregulares, más el incr emento de vehículos privados, terminaron por alentar en 1989 el establecimiento de un programa de restricciones a la circulación de vehículos, el denominado “Hoy no circula”, vigente y reforzado casi un cuarto de siglo después. Al finalizar el siglo XX ¿quién viajaba en camión?: muchísima gente: trabajadores, obreros, secretarias, vendedores, jóvenes escolares, ambulantes, repartidores, empleados de botica, talleres y oficinas, cronistas buscando temas para un ensayo y más. Por dos pesos si era transporte estatal (insertables en una sonora alcancía que recibía la tarifa exacta, no daba cambio y se ubicaba al lado 151

del conductor), o por tres pesos si era camión de empresa privada (ingresados en un cuadrado dispensador electrónico que sí daba cambio), el 10 po r ciento de la población que requería transportación urbana utilizaba esos camiones pintados con vivos y variados colores publicitarios que anunciaban desde comida hasta películas, perfumes, tiendas y programas de televisión. Circularon los gigantescos camiones nuevos —versión actualizada de aquellos amarillos de los años setenta — , que lucían en el ventanal trasero ilustrativas escenas bucólico -naturalistas como muestra de la común promiscuidad popular entre lo cursi, lo naïf y lo kitsch. Los había más pequeños, con motor delantero y una imagen como de maqueta, especie de camioncitos hechos a escala cual juguetes de lámina comprados en el baratillo. Había también turísticos-extralargos, equivalentes a casi dos camiones grandes unidos por la mitad con un ahulado fuelle de acordeón, que recorrían la avenida Reforma y otras rutas vistosas. Existían también los de servicio normal, con paradas continuas; los de servicio exprés, que únicamente se detenían en preestablecidos paraderos distantes; los de motor especia l anticontaminante, además de las rutas planas, las de media y alta montaña, y demás caracterizaciones por el estilo. Para leer en ese entonces, ninguna como la ruta exprés que recorría avenida Insurgentes hasta Villa Olímpica. Con el fresco aire crepuscu lar de las siete de la noche, mientras el tráfago afuera bullía y la gente regresaba en masa de ocupaciones, compras, trabajos; en tanto los automóviles se hostilizaban haciendo largas filas en los semáforos, no había cómo subirse a un mastodonte de esos — digamos a la altura de la colonia Juárez o la Roma —, hacerse de un asiento, dejar que el mundo girara o rodara y sumergirse en un buen libro o una revista, olvidando el tiempo y el entorno hasta que 30 páginas después se avistaba de reojo la Ciudad Universitaria como anuncio previo y puntual del final del recorrido. Al filo del año 2000 y en el dolido corazón de una de las ciudades más complejas y problemáticas del mundo, cualquier prospectiva sobre el desarrollo del transporte resultaba ficción especulati va. Se hablaba de nuevas rutas del Metro, de camiones modernos impulsados por gas o electricidad, de la renovación de los taxis a través de una campaña resumida en un trabalenguas infantil: “descarcachización”; de reordenamientos en las rutas de “peseras” —mientras los líderes gremiales actuaban como capos de una mafia siniestra —. Se hablaba incluso de un proyecto japonés para instalar un monorriel de San Ángel a Villa Olímpica, del Toreo Cuatro Caminos a Polanco. Proyectos iban y planes venían, maquetas de muestra y diseños prometedores; mientras tanto, al cambio de siglo, 94 por ciento de los vehículos de la ciudad era particular y apenas satisfacía 15 por ciento de las necesidades de transporte. El 85 por ciento restante lo satisfacía el transporte público a través del Metro y los trolebuses, las “peseras” y los taxis, los microbuses, las “combis” y todo tipo de unidades de transporte concesionado, 152

además de los infaltables camiones. Apenas iniciado el siglo XXI se buscó una vez más la “modernización” d el transporte público. Se reestructuró y saneó la Ruta 100, se promovieron nuevos tipos de vehículos públicos, pequeños camiones más eficientes, peseros impulsados por gas, más y más taxis (hasta “piratas” como prebenda política). Pero los congestionamientos vehiculares continuaban en las principales avenidas y ejes urbanos. El remedio, se dijo entonces, sería el segundo piso del Periférico. Y pusieron manos a la obra en una solución enfocada en el transporte privado. Para mejorar el transporte público se e stableció luego un programa para varias rutas de Metrobús, esos inmensos camiones dobles unidos por un fuelle, aunque se insiste en que este transporte sólo es eficiente en ciudades de tres a cuatro millones de habitantes. Hace poco se inauguró la línea nú mero 12 del Metro. Hoy, hasta las nuevas rutas para bicicletas y los programas de alquiler de las mismas implantado por el gobierno capitalino son debatidos, reglamentados, apoyados por muchos y considerados inútiles por otros tantos... El transporte urbano como imaginativo pretexto para el viaje de la escritura por el siglo XX, el siglo del transporte urbano en la ciudad de México. Indagación de una parte de nuestra vida urbana para la recuperación de ese relato móvil, poblado de múltiples y cálidas historias, que en mañanas soleadas, tardes lluviosas o crepúsculos refrescantes aún viajan en camión. n

Alejandro de la Garza. Periodista cultural. Autor de Espejo de agua. Ensayos de literatura mexicana.

MUERTE EN SERIE David Miklos [Permiso para hacer una advertencia. El texto que sigue habla de series de televisión que ya han terminado, por lo cual los espectadores que aún no las hayan visto o no hayan alcanzado su final, quedan avisados de que este conjunto de párrafos es el gran “spoiler” de Six Feet Under (2001-2005), The Sopranos (19992007) y Breaking Bad (2008-2013), que en paz descansen. Léase lo que sigue, pues, bajo su propio riesgo y tolerancia al masoquismo. Fin de la advertencia.] Ahora que Walter White (personaje) ha muerto y James Gandolfini (actor) no está más entre nosotros (ya hablaré de la distinción entre uno y otro más ad elante), 153

todos los espectadores que fuimos secuestrados por las amplias tramas y las varias temporadas de Breaking Bad y The Sopranos (cinco en el primer caso; seis en el último) no podemos sino asumir que somos presas de un duelo y, a la vez, de un prolongado síndrome de abstinencia. Dije secuestrados porque, además del padecimiento provocado por el arribo al final de serie y la dificultad de asumir que no habrá más, los espectadores sufrimos también del síndrome de Estocolmo. Me explico. Una serie aparece de la nada. Sus primeras temporadas está allí como otra opción más en el amplio espectro de la programación televisiva por cable “y, ahora, por internet”, y adentrarse en ella es un reto a la voluntad y a la sorpresa. Muchas veces llegamos tarde a una serie y bajo recomendación de alguien que sí se aventuró a verla desde el momento uno, en tiempo real, con la obligada espera de una semana entre uno y otro episodios, durante alrededor de tres meses, luego cuatro. Tenemos, pues, la opción de ver esas primer as temporadas de forma concentrada y sin las pausas que dicta su industria originaria, ya sea en la televisión y en dvd o en la pantalla de la computadora y en línea, legal o ilegalmente. El asunto, claro, es engancharse. Y cuando uno se engancha y trasc iende la voluntad, es secuestrado por la serie en cuestión. Cuando uno arriba a la expectación en tiempo real, a la tortura del episodio que nos es ofertado a manera de recompensa cada semana, el secuestro entra en su fase más cruda. Pronto desarrollamos no sólo una adicción sino una real afinidad hacia alguno de los protagonistas, nuestro Virgilio en esta empresa. Hay, sí, una compensación, es decir, un balance: los personajes a los que detestamos. El tiempo que le roban a nuestro protagonista elegido es una afrenta. Y en nuestro odio se encuentra la digestión de la carnada que nos ofreció el anzuelo ahora enganchado a nuestro ojo. Pero vayamos a los ejemplos. Mientras que Six Feet Under comienza con una muerte —primera de una larga serie y la más importante—, aquella de Nathaniel Fisher, pater familias y dueño de una vieja casa fúnebre erigida sobre la tradición,Breaking Bad da inicio con el anuncio de una posible muerte, aquella de Walter White, químico venido a menos (es decir: a nuestra aspiracional clase media) que padece un cáncer y se 154

descubre cocinando metanfetaminas para ofrecerle un futuro económico a su esposa e hijo. Allí donde la primera es una serie que versa sobre los ritos d e pasaje de todos y cada uno de los miembros de una familia de un suburbio de California (una geneaología elíptica), la última aborda la transformación de un habitante cualquiera de Estados Unidos en criminal asumido y cuestiona la moralidad del American Dream. Nate Fisher, el hijo mayor de Nathaniel, tendrá que asumir su rol como padre sucedáneo y líder de su clan, es decir, encarar la muerte de su padre y hacerla suya: morir, también, él. Walter White, por su parte, se verá obligado a asumir que es un hom bre muerto de entrada, y que será el cáncer o un balazo el que lo saque finalmente de la “vida extra” que le ha sido otorgada. El caso de The Sopranos es muy distinto y encuentra en su sino elementos que parecen fundir aquellos de Six Feet Under y Breaking Bad. Tony Soprano es el capo de una familia de descendientes italianos afincada en Nueva Jersey, ese gran patio trasero y deslavado de la brillante Manhattan. De naturaleza suburbana, los Soprano harán de la mafia un asunto doméstico, sus vidas escindid as en dos escenarios con sus respectivos protagonistas: el hogar y la familia biológica, por un lado; y, por el otro, la calle y la familia laboral. La muerte de Tony es su álter ego o su sombra: siempre está allí como posibilidad. Criminal buscado por el FBI —al que le hacen falta las pruebas contundentes para meterlo a la cárcel —, Tony tendrá como reales enemigos no sólo a los miembros de las familias rivales sino a los miembros de la suya propia; es decir: el capo siempre estará en la mira, siempre será el blanco último de su circunstancia. En un tour de force nunca antes visto en la televisión, David Chase, creador de The Sopranos, decidió que la última temporada de la serie no acabara sino que se fundiera en negro, con la muerte de Tony y su familia in mediata —su esposa Carmela, sus hijos Meadow y Anthony— suspendida en vilo, como al inicio. Chase comprendió que Tony era, como se dice en inglés, larger than life (más grande que la vida), y el final de The Sopranos no hizo más que constatarlo. La sorpresa vino pocos años después del último y polémico episodio de la serie, cuando James Gandolfini (1961-2013), el actor que dotó de vida a Tony Soprano, murió de manera temprana no sólo en Italia, terruño de sus genes, sino en la realidad, del otro lado de la pantalla de televisión: aquí y ahora. El personaje, redivivo, sobrevivió al actor. Ahora que Breaking Bad, última en la línea de series cuyo personaje ulterior es la muerte, ha llegado a su término con un final perfecto (es decir: un final esperado, literario, de ficción pura y dura) y no hemos de esperar más la aparición de Walter White, los espectadores somos de nuevo huérfanos de secuestrador y reticentes a embarcarnos en una nueva empresa serial. Más pronto que tarde, sin embargo, nos

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encontraremos de nuevo a bordo de la nave de la ansiedad, listos para un nuevo duelo. n

David Miklos. Profesor asociado de la División de Historia del CIDE y autor de los libros El abrazo de Cthulhu y No tendrás rostro.

THE TWITTER’S DIGEST Ricardo Bada Busco a alguien que me entienda, para que después me explique. ( @Demudado ) La dictadura de los Castro en Cuba pasará a la historia como la transición tortuosa e innecesaria entre el capitalismo y el capitalismo. ( @lilovilaplana ) No veo lejos el día que el vagabundo neoyorquino acepte credit cards. ( @PeriKolosa ) “En el futuro todo mundo tendrá derecho a sus 15 minutos de anonimato”. (Carlos Monsiváis, citado por @JAzkargorta ) Hay gente que parece que perdiera una apuesta con el clóset al salir de la casa. ( @egocadavid ) Si uno va a la tienda con hambre seguro saldrá comiendo cualquie r porquería. Tan parecido al amor. ( @libelulario ) Es de cobardes lanzar la mirada y esconder las ganas. ( @GuonderGuman ) El vacío en nuestras vidas genera contenidos en la web. ( @smook ) Es imposible dijo la razón, es arriesgado dijo el orgullo, “Hello, I love you” dijo The Doors. ( @karengallego ) Hace rato se me acercó un pajarito. Pero no me dijo nada. Cosas raras que pasan. ( @besquinca ) Si yo que llego tarde a todos lados, fui el primer espermatozoide en llegar, no me quiero imaginar lo lentos que eran los otros. ( @Valdedrama )

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Poniéndome la armadura antes de leer los periódicos. ( @MoraVicenteLuis ) Mi fe por la humanidad se encuentra escondida en la última matrioska. ( @barbarahoyo ) Si tuviéramos relaciones textuales, tus besos serían un trabalenguas. ( @SoyPadawan ) Si alguien ve mi fe en México, no sea ojete y no se la quede, mándemela de regreso. ( @AlmaDeliaMC ) El amor de mi vida se fue a acompañar a mi papá a comprar cigarrillos. ( @Marinbarala )

DOS GRANDES DISCOS OTOÑALES Hugo García Michel Aunque faltan todavía dos meses para que termine el año, el otoño de 2013 ha visto la aparición de un par de álbumes que desde ya se apuntan para estar en la lista de los mejores de estos 12 meses. Me atrevería incluso a ponerlos entre los cinco más notables. Desde Gran Bretaña y Estados Unidos, respectivamente, un grupo y una solista muy distintos entre sí, pero cuyas propuestas musicales se aprox iman a la genialidad, han retornado para dar a conocer dos obras monumentales, extraordinarias, fuera de serie. Analicemos cada una de ellas. AM de Arctic Monkeys A partir de su surgimiento en la ciudad de Sheffield, Inglaterra, en 2003, y luego de cuatro álbumes estupendos, los Arctic Monkeys mostraron que lo suyo era un rock duro que abreva de los orígenes británicos del género y lo hace a partir de influencias como los Yardbirds, los Rolling Stones, los Kinks y los Who, pero sin renunciar al halo fascin ante de la música de los Beatles y su amplio sentido de la armonía y la melodía. Liderado por ese joven talento que es Alex Turner (nacido en 1986), el cuarteto ha 157

mantenido una congruencia admirable y una irrestricta fidelidad a sus raíces, lo cual se refleja de una manera diáfana en esta, su más reciente producción discográfica. Desde el riff de guitarra con que arranca ese gran tema que es “Do I Wanna Know?”, queda claro que estamos ante un trabajo sobresaliente. Porque no sólo esa canción alcanza los más altos niveles: todo el álbum es un vehículo de goce supremo. AM representa un viaje absolutamente placentero por territorios en los que resalta la belleza de la música y campea un espíritu desafiante y altivo que rescata lo más destacado del rock inglés de todos los tiempos. Arctic Monkeys parecería ser una especie de eslabón perdido entre los roqueros primigenios del Reino Unido y lo mejor que se hace hoy dentro del género. Turner es un autor de primer orden y ello queda demostrado a lo largo de los 12 temas que conforman el plato. Canciones como “R U Mine?”, “Mad So unds”, “I Want It All” o “Fireside” son piezas perfectas, asombrosas, tan brillantes como lo es la totalidad del disco. Si bien el título del álbum lleva las iniciales del nombre del grupo, remite también a las viejas estaciones radiofónicas de rock en Am plitud Modulada (AM), en las que se podía escuchar gran música, tan grande como la que recorre esta obra espléndida. The Electric Lady de Janelle Monáe Hay quienes hacen álbumes conceptuales. Janelle Monáe ha ido más allá y ha hecho de toda su obra discog ráfica hasta el momento (tres discos) un solo concepto, al narrar en un EP y dos LP una misma historia de ficción científica (diría Borges) que involucra a robots, gente venida del espacio exterior, ambientes apocalípticos y una combinación de sonidos retrofuturistas (si se me permite el término). Monáe ha compuesto su magno opus por medio de cinco suites, la primera de las cuales apareció en 2007 en el disco Metropolis, Suite I: The Chasse (Wondaland Arts Society), un EP dividido en cinco partes que en co njunto apenas rebasaban los 17 minutos de duración. Tres años después aparecería esa placa deslumbrante que fue The ArchAndroid (Bad Boy/Wondaland, 2010), uno de los discos más impactantes de lo que va del siglo, un compendio de géneros perfectamente ensamblados a lo largo de las suites II y III de Metropolis ( ver reseña en nexos, núm. 398). Ahora, al iniciar el otoño de 2013, llega The Electric Lady (Wondaland Arts 158

Society), tercera parte de la monumental obra de esta joven estadunidense bendecida por la genialidad (nacida en Kansas City, Janelle Monáe cumplirá apenas 28 años el mes próximo). Se trata de las suites IV y V y en ellas crea y recrea sus ideas e influencias de manera fastuosa, intensa, apasionada, pero sin solemnidades. Todo lo contrario, en diversos pasajes se hace sentir con fortuna su desparpajado sentido del humor. Con la no tan pequeña ayuda de amigos y colegas (colaboran, entre otro s, Prince, Erykah Badu, Solange, Esperanza Spalding), en los 19 cortes que contiene el disco se puede escuchar la huella de Stevie Wonder (“Ghetto Woman”), Lauryn Hill (“Victory”), En Vogue (“Q.U.E.E.N.”), los Jackson 5 (“It’s Code”) y varios más. Monáe se mueve con naturalidad de un estilo a otro y su voz se adapta a ello de manera asombrosa. Rock, soul, pop, funk, jazz, hip -hop: todo está en The Electric Lady, un trabajo excepcional. n

Hugo García Michel. Músico, escritor y periodista. Director de La Mosca en la Red. Columnista de Milenio Diario. Autor de la novela Matar por Ángela.

LA URBANIDAD DE LOS MUERTOS Armando González Torres El trance más natural y, al mismo tiempo, enigmático que espera al individ uo suele afrontarse con distintos modales. Hay quienes se despiden de la vida azotando la puerta y arrojando un gargajo: son los agonizantes que envidian los soplos de vida de sus sobrevivientes; los mezquinos que quisieran transferir sus propiedades y números de cuenta a una sucursal bancaria del más allá y tantos otros que destilan su hiel y maldad terminal en sus lechos de moribundo. Sin embargo, también hay muertes de extrema serenidad y delicadeza, donde el último acto de la vida se sazona con la urban idad y deferencia hacia el otro. La sabiduría, la consideración y, por decirlo así, la dulzura al morir no son patrimonio de ningún gremio; no obstante, existen numerosas memorias de vidas y muertes virtuosas en el campo filosófico desde Sócrates hasta Wit tgenstein y podría pensarse que los filósofos tienen muertes apacibles y ejemplares por su larga frecuentación con los problemas del origen y la finitud Hay dos bellas muertes filosóficas, sobre las que mucho se ha escrito, la de los filósofos ilustrados David Hume (1711-1776) y Emmanuel Kant (1724-1804). 159

Cuenta el biógrafo William Smelie que en 1775 el filósofo inglés David Hume, quien tras una trayectoria con muchos tropiezos y penurias por fin disponía de cierta celebridad e independencia económica, co menzó a resentirse de un desorden estomacal que, más tarde se enteraría, era síntoma de un padecimiento mortal. Pese a que la enfermedad pronto se expresó en un declive físico, una diarrea debilitante y torturantes dolores, Hume nunca perdió su naturaleza risueña ni su afabilidad y no dejó de atender su vida social. Dentro de las limitaciones de una enfermedad cada vez más invasiva, Hume seguía recibiendo amigos, se solazaba con las lecturas burlescas de Luciano sobre la muerte, y en De mi propia vida, esa semblanza que comenzó a escribir en su ocaso, hacía un balance benigno y gozoso de sus días: “Soy o, más bien, fui, un hombre de disposición humilde, de temperamento ordenado y de talante alegre, abierto, social y claro, con capacidad de afecto, pero poco dado a la enemistad y de gran moderación en todas mis pasiones. Incluso mi amor por la gloria en el campo de las letras, pasión dominante en mí, nunca agrió mi temperamento, a pesar de mis frecuentes desilusiones”. Para Hume, la muerte inminente era un pre texto para la reflexión que le permitía juzgar lo bueno de su ciclo y apreciar la sosegada alegría que le habían propiciado su domesticidad laboriosa, sus buenas amistades y el sentido del deber cumplido. Por eso, a un visitante que le pedía noticias para un amigo mutuo le contestó: “Debería usted decirle que me muero tan rápido como mis enemigos desearían, si tengo alguno, y tan serena y alegremente como querrían mis mejores amigos”. La vida del filósofo alemán Emmanuel Kant fue un prodigio de regularida d y racionalidad y es sabido que sus vecinos solían adivinar la hora por el transcurso de su rutina. Pese a su constitución frágil, Kant siempre fue un hombre de hábitos regulares y moderados, que gozó de buena salud y alcanzó una edad longeva, de esa época es la recreación de Thomas de QuinceyLos últimos días de Kant. Relata De Quincey que cuando los dolores y limitaciones de la alta edad provecta comenzaron a atacar a Kant, el viejo genio todavía dispuso de un acervo de inventos ingeniosos que utilizaba para lidiar con sus achaques en la vida cotidiana o para aminorar las fallas de juicio y memoria (por ejemplo, anotaba en tarjetas los temas a tratar en una comida y los tachaba a medida que se abordaban para evitar las repeticiones de la chochez). En la p reocupación de Kant por mantenerse en pie contra los signos de la vejez puede verse un intento de preservar la dignidad e independencia con la que siempre vivió, pero, sobre todo, una exquisita civilidad que quiere evitar cargas a sus amistades íntimas, es pectáculos lastimosos a los miembros de su entorno social o molestias excesivas a sus sirvientes. Aun en sus momentos de mayor decadencia, Kant buscaba mantener una prestancia vital y desplegaba sentido del humor. “Sus pies se negaban cada vez más a obedec erle; se caía constantemente al ir de un lado a otro de la habitación, y aun mientras se quedaba en pie y sin moverse, pero era raro que en estas caídas se hiciera daño y siempre estaba riéndose de ellas; afirmaba que nada podía pasarle debido a su 160

extrema delgadez…”. La erosión de la enfermedad, por lo demás, no disminuyó su carácter optimista, ni el mesurado aprecio a sí mismo y en vísperas de su muerte aceptó la sugerencia de sus amigos de adelantar la celebración de su cumpleaños para tomar una copa de champaña por el aniversario que ya no llegaría a ver. Estos relatos ilustres, y tantos otros que abundan en la historia sin mayúsculas, muestran, más que anécdotas fúnebres, actos lúcidos de gratitud y códigos de cortesía para pronunciar el más prolongado hasta luego. n

Armando González Torres. Poeta y ensayista. Entre sus libros: La pequeña tradición ySobreperdonar.

EL TIANGUIS DEL CHOPO, VERSIÓN 2.0 Luis Bugarini 1 Mi padre fue entusiasta de los Beatles. También de los Rolling Stones, aunque bastante menos. En la casa familiar había discos por doquier, se amanecía y se anochecía con las canciones que marcaron a toda una generación. No lo recuerdo de pelo largo, cierto. Quizá nunca se lo dejó. Hay fotos en las que aparece con las patillas largas y un bigote retador, pero eso es todo. Muy joven se inició en la disciplina cansina del trabajo y sanseacabó. El rock, por tanto, fue una vocación temprana. Aterricé en la ado lescencia con la convicción de que en esa música latía un modo distinto de entender la realidad. Lo “alternativo”, según el argot de la época. Esa necesaria frontera que separa a los “correctos” de nosotros —pensaba, pensábamos—, la elite furibunda que habría de romper los moldes para fabricar otros de mejor material. Lo normal de la edad, pues. Me formé en la llamada “contracultura”, la cual me llevó de la música a los libros y al cine, y de ahí hacia un personalísimo interés en el hecho artístico. Ese refinamiento de la sensibilidad que ya no ofrece la educación universitaria —ni aun en humanidades, aclaro—. Durante mi adolescencia celebré la vagancia: real, gozosa, cáustica. Practiqué con rigor la indisciplina y me entregué al oficio de no planear más que el minuto siguiente. Salía temprano con algunas monedas en el bolsillo y comía donde se podía. O tal vez ni eso, era lo de menos. Luego llegaba 161

de noche a casa, cuando todos dormían, ya que sólo así era posible ahorrarse las reprimendas. No siempre había éxito. La primera visita que hice al Tianguis del Chopo fue en 1988, esto es, a un año de haber sido trasladado a la ubicación que ocupa en la actualidad. Apenas tenía 10 años, pero tenía primos y vecinos mayores. Fue mucho antes de que se instalaran los denominados “chopitos” en lugares aledaños, esos satélites que llegaron después, tanto en generación —ahí circulan rarezas de reggaeton, música electrónica y otras variantes de la expresión actual —, como en términos comerciales y hasta de espacio. No había Metro ni estación Buenavista y menos aún biblioteca colosal. El viejo edificio de ferrocarriles se pudría en el olvido. Era una visita riesgosa, una pequeña epopeya sabatina para forjar el carácter. Acontecía una Bildungsroman, actuada en el peligro espectral de cada vuelta de esquina. Así lo recuerdo, al menos. Se llegaba por el Metro Revolución y había que caminar varias cuadras patrulladas por teporochos y prostitutas. Asimismo, había gandules, marihuanos y raterillos de poca monta, quizá los más peli grosos. Además se pasaba frente a la sede nacional del PRI, sede de la ignominia y Los Problemas Nacionales. Aun deambulan malvivientes en la zona aunque la proliferación comercial los ahuyenta de avenidas transitadas, arrojándolos a la periferia. Me asalt aron, según recuerdo, al menos en tres ocasiones. Por suerte, ninguna con secuelas de gravedad, ya que jamás opuse resistencia y siempre me señalé como parte de la “banda”. Al Chopo se acudía por las curiosidades en discos, películas y libros de la más diversa índole. Durante décadas fue un centro de actualización de “lo reciente” para todos los gustos. Las modas urbanas y las tribus minoritarias, por su parte, se perfilaban en el Chopo y ahí lograban su consagración. Monsiváis en Los rituales del caos: “El Tianguis del Chopo es un templo de la contracultura mexicana”. Nada que agregar. En aquella época, que hoy parece remota, no había smartphones, ni Amazon.com, ni YouTube, ni eBay, ni Twitter. Esta búsqueda de una formación contracultural se asumía como una vocación y a la par como un apostolado. El trueque y el regateo eran la forma natural de allegarte de lo que estaba lejos de tu bolsillo, o de deshacerte de lo que no cubrió tus expectativas, o de plano te había aburrido. Estaba lejos el nacimiento de las redes sociales. La búsqueda de empatías y grupos de interés era una labor primaria de convivencia social. Las personas aún se reunían para celebrar la amistad; no sólo se daban “ follow” y se fotografiaban con urgencia para cargar su foto a Facebook. Para no acudir solo a los conciertos había que tejer alianzas. Tampoco había Ocesa ni empresas similares. Eran los mismos enterados los que contactaban a tal o cual banda y organizaban los 162

conciertos, con el éxito o fracaso que esto pudiese representar. Y siempre había “portazo”. La escena del rock era, para resumir, artesanal y hasta slow motion. Luego nos alcanzó la revolución download. 2 Está dicho que las “tribus” urbanas dejan ver parte de los requerimientos profundos de una sociedad, al igual que sus vaivenes culturales. Ahí es posible atestiguar una forma específica de lenguaje, modalidades y registros lejos de la oficina, el tribunal y el estrado. Una forma particular de la plaza pública se transforma cada sábado para reunir a una familia dispersa q ue comparte valores comunes y cuya calidad dinámica ya forma parte de su escudo de armas. El rock, por su parte, no pierde su energía como vertebración de una forma atípica y pre-posmoderna (estrambótica categoría, aunque posible a fin de cuentas) de la aspiración comunitaria. En la masa acéfala y contundente del slam los adeptos se miran a los ojos y en el detalle espectral de los estrobos se encuentran y además se reconocen. La fusión de sudores y sangre integra a la juventud y la dibuja en aristas insólitas de felicidad y sueños sin restricciones de ingreso per cápita. Las señas de identidad del desposeimiento, lejos de la tertulia erudita y la charla sobre la vida pública que no termina en acción directa. Este detalle respecto a la vida efímera de las nuevas bandas integra generaciones que desde su iPod consolidan a los clásicos de su tiempo, termina por generar una educación sentimental que no logra su permanencia pero que termina irrefutable. El tianguis ha visto desfilar a varias generaciones y ahora los que lo conocieron en la juventud acuden con sus hijos. Esta arqueología de ciertos bienes culturales de apenas acceso al público dota al lugar de una condición particularísima. No es mercado de pulgas ni una hilera doble de tenderos dedicados a la mús ica. O no lo es, tan sólo. Ahí se logran los “conectes” para organizar una banda y no pocos nombres del rock han nacido en sus pasillos. A la manera del templo que refirió Monsiváis, el lugar cuenta con virtudes mágicas y cada rincón cuenta una historia insólita. Las expresiones que no tienen lugar en el museo y el instituto, la cátedra y la sala de conciertos, aquí logran hospedaje, así sea temporal y así sea con audiencia limitada. Esta visión de lo “alternativo” continúa siendo una vereda para andar salvo que ya no son tan claramente distinguibles las amenazas del “sistema”, esa quimera primordial que alimentó por décadas la silueta del enemigo. Ahora perdió densidad y se transformó en una masa vaporosa que es indefinible y además imposible de asir. Se volvió legal ir de punk por la vida y portar bisutería de marca. 163

3 Pero no he dejado de acudir al tianguis, así sea de manera esporádica. Saludar a los amigos, beber un par de cervezas, conocer nuevos grupos, actualizarse en los chismes de la vida musical. No obstante, juzgo que su futuro no es el más promisorio. Es momento de fundarse de nuevo. Si bien la era de las descargas ha democratizado el acceso a material olvidado o incluso de acceso prohibitivo, también ha entorpecido la circulación y permanencia d e ciertos guiños de la vida urbana. No pocos vendedores del tianguis han tenido que virar debido a los cambios en las modalidades de compartir música o películas. Ya es difícil que alguien posea un material que no se pueda descargar del ciberespacio, a me nos que sea un coleccionista esmerado que procure la originalidad o condición inmaculada de los productos. La contracultura, o lo que se entendía de ella, se debilita y uno de sus centros neurálgicos parece diluirse en este tsunami de información que circ ula sin apenas restricciones. Los objetos culturales dejaron de nadar en “contra” y ahora las marcas de lujo juegan con la temática punk o grunge. Se fabrican en masa colecciones de ropa para jóvenes con poder adquisitivo que acarician el sueño de una rebeldía vintage. Si Kurt Cobain está muerto todo está permitido, pareciera decirnos este slogan que potencia la artificialidad posmoderna. Este proceso gradual/global para banalizar los objetos ideados para cuestionar al “sistema” desincorpora los hábitos de pensamiento aunque pasa de largo ante generar nuevos. Se moderniza la ropa del clóset pero no se deja nada para el invierno que viene. No es posible descargar nuevas ideas para reinventar formas de cómo la juventud inquieta pueda acercarse a esta construc ción colectiva que es la cultura y a la par pueda insertarse en una modalidad activa, antes que en un sitio de falsa conmiseración o incluso de testigo ausente. La “sociedad líquida” de Zygmunt Bauman se nos escurre de las manos. El actual hábito de generar “conexiones” entre las personas, a través de las redes sociales, se contagia de “falsitos” y urgentes cambios de fusible. Nos compartimos todo para perpetuar nuestro vitaminado individualismo. Estamos lejos de que circule un pensamiento nuevo que pueda articular la vivencia contemporánea a nivel calle. Nos miramos perplejos ante los megabytes descargados en computadoras saturadas de archivos multimedia. A la par de las instituciones dedicadas a la promoción cultural, el tianguis desempeña una labor de sensibilización entre quienes disfrutan estas expresiones colectivas de la vivencia popular. Quizá sea uno de los últimos reductos que aún 164

ofrece la posibilidad del comunitarismo que no se materialice en el mall y las formas estandarizadas del shopping familiar dominguero, incluida visita al cine. Parece urgente reinventar esta oferta de producción/circulación/mezcla de contenidos. El tianguis, para conservar su lugar como un evento ineludible en el concierto del turismo urbano especializado, deberá propone rse una revisión de su lugar en el contexto de la experiencia totalizante del download, que se resume en un clic y una conexión a internet. El resto son horas de espera, memoria en disco y tiempo de ocio para disfrutar las descargas. Y por “tianguis” entiendo al conglomerado de quienes lo generan y animan desde el backstage—vendedores, autoridades, vecinos, bandas, etcétera — y asimismo a quien acude cada sábado para perfeccionarlo con su asistencia. La capacidad de reinventarse ha sido la clave de su perma nencia y es tiempo de activarla de nuevo. n

Luis Bugarini. Crítico literario. Es autor de Estación Varsovia.

ESTADIOS COMO SUEÑOS IDIOTAS Luis Miguel Aguilar No la búsqueda deliberada sino los encuentros casuales, en mancuerna con el paso del tiempo, me han vuelto un recolector de estadios futbolísticos con una peculiaridad que a falta de otra cosa he llamado “estadios como sueños idiotas”. Al rendir el catálogo se entenderá el motivo. Como verá o disculpará el lector, la formulilla retórica es necesaria en cada ejemplo, como nos ocurre al “plantearnos” un sueño. Sobra aclarar que son estadios coleccionados por televisión; su arco de tiempo va del Mundial Italia 90 a la Copa Sudamericana 2013. ¿Por qué, si estoy en un estadio de futbol, estoy más bien en un puerto con todo y faro donde nomás falta que las gaviotas sobrevuelen la cancha? (Estadio de Génova.) ¿Por qué, si estoy en un estadio de futbol, estoy más bien en un hotel donde las tribunas y los palcos son arcadas y terrazas y balcones, y la “vista” viene a ser la cancha? (Estadio de Mónaco.) 165

¿Por qué, si estoy en un estadio de futbol, estoy más bien entre dos montañas que bajan a un valle, valle que viene a ser la cancha? (Estadio del Sporting de Braga, Portugal.) ¿Por qué, si estoy en un estadio de futbol, estoy más bien en un estacionamiento en el que los coches no cesan de circular alrededor de la cancha mientras se juega el partido? (Estadio del Joe Public Football Club en Trinidad y Tobago.) ¿Por qué, si estoy en un estadio de futbol, estoy más bien en un edificio burocrático de control aduanal como de capitanía marítima? (Estadio Loubriel, Bayamón. Para mayor sueño idiota ahí juega el PRI: el equip o Puerto Rico Islanders.) ¿Por qué, si estoy en un estadio de futbol, estoy más bien en un escenario de condominios en venta, con zonas verdes y zonas apenas en construcción, con terrarios y sitios de estacionamiento, con banderines para estreno como de promotora inmobiliaria? (Estadio António Coimbra de Mota, del equipo Estoril Praia, Portugal.) ¿Por qué, si estoy en un estadio de futbol, estoy más bien en un extenso taller mecánico con una accesoria para venta de refacciones automovilísticas? (Estadio Municipal General Rumiñahui, Ecuador, del equipo Independiente Valle.) Ahora bien: una vez concluido el Mundial Sudáfrica 2010, los organizadores del Mundial Brasil 2014 difundieron no sin cierta megalomanía un despacho internético sobre los estadios que c onstruirían para su Mundial. Estaba fechado el 21 de julio de 2010. Ahí di, sobre todo, con un estadio de absoluto concernimiento para mi colección, aunque hubiese de conjugarlo en tiempo futuro para la formulilla: ¿por qué, si estaré en un estadio de futb ol, estaré más bien en…? La entrada decía: “Estadio Vivaldo Lima. Manaus. Projeto: Gerkan Marg und Partner. Nova Arena do Vivaldão. Cobertura imita cesto de palha com escamas de répteis da fauna amazônica. Valor: R $500 milhões”. Y ahora bien: el 24 de sep tiembre de este 2013 una nota de AP daba una información especial. RIO DE JANEIRO.- Un estadio para la Copa del Mundo que se construye en la Amazonía brasileña quizás no se convierta en un elefante blanco. Al menos un juez de la zona tiene una idea para utilizarlo después del torneo: un centro para procesar reos. Brasil utilizará 12 estadios en el Mundial del próximo año, y varios —entre ellos el que construye en Manaus— tendrán pocos usos después del campeonato. La FIFA y las autoridades brasileñas fueron blanco de críticas en multitudinarias 166

protestas en Brasil hace tres meses duran te la Copa Confederaciones por los gastos en instalaciones para el Mundial. Brasil gastará unos 3.500 millones de dólares en estadios para la Copa del Mundo, como parte de un presupuesto de unos 13.300 millones en obras de infraestructura para el torneo. Alvaro Corado, vocero del sistema judicial del estado de Amazonas, dijo el martes a la AP que el juez Sabino Marques propuso una idea innovadora. “Quizás propondría al gobierno del estado de Amazonas que el estadio sea utilizado después del Mundial como un centro para procesar reos” dijo Corado, citando a Marques, quien es también el encargado de supervisar las cárceles del estado. El estadio de Manaus, con capacidad para 44.000 personas, es construido a un costo de 275 millones de dólares, y sólo albergará cuatro partidos del Mundial. La ciudad de 2.3 millones de habitantes no tiene equipos en la primera o segunda división del futbol brasileño. Otros tres estadios —en la capital Brasilia, en Cuiaba en el suroeste y en Natal en el noreste— también corren peligro de caer en desuso después del Mundial. El ministro de deportes de Brasil, Aldo Rebelo, ha defendido la construcción de estadios, y ha dicho que pueden ser utilizados como “centros para deportes y actividades no deportivas”. Lo del estadio de Manaus ya es triple vuelta con salto mortal en cuestión de estadios como sueños idiotas, e invierte el orden onírico: ¿por qué, si estoy en una cárcel, estoy más bien en un estadio de futbol con la apariencia delirante de un cesto de paja con escamas de reptil es de la fauna amazónica? n

Luis Miguel Aguilar. Poeta y ensayista. Entre sus últimos libros: Las cuentas de la Ilíada y otras cuentas y El minuto difícil.

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FRONTERAS Luis González de Alba El infierno es el otro… sin oxitocina La oxitocina es uno de los neurotransmisores implicados en cruzar la señal nerviosa del botón terminal de una neurona al receptor de otra. Es conocida como la neurona del amor porque promueve el lazo madre -infante y el más inexplicable del amor romántico entre adultos. Pequeños mamíferos, c onocidos por su unión de por vida y a lo largo de muchas temporadas de celo, abandonan a su pareja cuando reciben inhibidores de la oxitocina. Este neurotransmisor tiene otro efecto social: nos vuelve tolerantes hacia los demás, incrementa la evaluación positiva de los diferentes y soporta las respuestas empáticas. Una investigación conducida por Valentina Colonello de la Neuropsychoanal ysis Foundation y Markus Heinrichs de la Universidad de Freiburg, Alemania, “encontró que la oxitocina puede agudizar la diferenciación entre nosotros y los demás: función que se ha demostrado crucial en los lazos sociales, las interacciones sociales exitosas y en la tolerancia hacia los demás”. Fue publicada en línea por Psychoneuroendocrinology el pasado mes de octubre. “Los lazos sociales, el apoyo mutuo, la preferencia por la pareja sexual y el cuidado de padres a hijos, que están mediados por el sistema oxitocinérgico, dependen de la habilidad personal para apreciar que uno mismo y los demás somos 168

a la vez diferentes y valiosos”, señala Colonello en abierta contradicción al sartreano “El infierno es el otro”, del drama A puerta cerrada. A los participantes del estudio se les mostró la imagen de un rostro desconocido que con gradaciones sucesivas se iba convirtiendo en e l propio y, a la inversa, el propio se transformaba en uno ajeno. Se les pidió que apretaran un botón en cuanto sintieran que había más rasgos del segundo rostro que del primero. A una parte se le administró oxitocina antes de esa tarea y a otros un placeb o. Los que recibieron oxitocina fueron notablemente más rápidos en identificar el nuevo rostro, tanto si era el propio o el de un extraño. Otro aspecto fue que sin oxitocina (con placebo) mostraron mayor tendencia a calificar el propio rostro como más placentero de mirar que el de un extraño. En cambio, los tratados con oxitocina previa calificaron el rostro propio y el ajeno como igualmente agradables de ver. La capacidad para diferenciar el yo del no -yo es un concepto central de la teoría psicoanalítica y uno de los marcadores del desarrollo del cerebro en el niño. Esa distinción es también esencial en la salud mental. La psicosis confunde el mundo interno y el externo, los deseos y los hechos. En la esquizofrenia se observan “tanto un déficit en las relaciones sociales como un desajuste en los procesos de auto-reconocimiento”. Contacto visual Es común que nos disguste una persona que nos habla sin hacer contacto visual, esto es, sin vernos a los ojos. Es propio de quien miente o algo se guarda. Por eso los entrenamientos para vendedores insisten en ver a los ojos a la futura víctima. Investigación reciente muestra que no siempre el contacto visual es efectivo para convencer y puede en realidad hacer que la gente se resista más a la persuasión. Sobre todo cuando, ya de inicio, no están de acuerdo en lo que escuchan. “Nuestros hallazgos muestran que el contacto visual directo hace escépticos a quienes escuchan y es menos probable que cambien de opinión”, dice Frances Chen de la Universidad de British Columbia, quien condujo la investigación en la Universidad de Freiburg, Alemania. Chen y sus colegas emplearon un método al que hemos sido sometidos quienes padecemos vértigo: un rastreo de la mirada desde un monitor. Publicaron sus resultados en Psychological Science. Contra lo esperado, a mayor contacto con los ojos del expositor, menos convencidos quedaban los oyentes. En cambio, el mayor contacto visual se daba entre los participantes que ya estaban de acuerdo con el expositor en el tema.

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Una observación de expositor frecuente y líder estudiantil: he observado que los convencidos mueven la cabeza en sentido afirmativo al escuchar lo que desean, y la mueven más si esperaban una respuesta contraria. Quien ya ha mostrado su desacuerdo con un expositor y luego escucha la respuesta de otro expositor que podría ser tan o más negativa que la primera y, p or el contrario, matiza al primer expositor, el que estuvo en desacuerdo, sigue con mayor atención los matices y mueve más la cabeza en sentido afirmativo. En otro experimento, el equipo descubrió que para convencer resulta más eficaz pedir que los escuchas miren los labios del expositor y no los ojos. El contacto visual, según los autores, puede enviar muy diversos mensajes. Mientras en algunos casos puede ser signo de conexión o confianza en situaciones amistosas, juega un papel importante en los encuen tros competitivos y hostiles de primates y otros mamíferos. Alguna vez en un programa sobre gorilas en tv, el investigador mencionaba lo importante que era, para su acercamiento a los machos, el no hacer contacto visual con ellos. El equivalente humano es el cantinero: “¿Qué me ves? ¿Soy o me parezco?”, previo a que se rompan botellas y vuelen golpes. Aves canoras pierden su sintaxis “Un pinzón de la Europa continental siempre suena como un pinzón de la Europa continental”, dice el biólogo Robert Lachlan luego de estudiar durante 15 años la estructura del canto de estas aves: las notas y su secuencia. Pero en la Gran Canaria, de las islas Canarias, España, es más difícil para un humano reconocerlo. Lachlan grabó el canto de 723 machos (no por discriminaci ón de género: las hembras no cantan) de 12 poblaciones distintas, desde el continente hasta las Canarias y las Azores. Luego los comparó por computadora. “Subunidades de canciones, que llama sílabas, difirieron poco entre poblaciones, pero la secuencia de las sílabas, la sintaxis, fue menos predecible conforme las aves se alejaban en la cadena de colonización”. El trabajo aparece en Current Biology del 7 de octubre. La estructura sintáctica del canto se fue perdiendo, paso a paso, conforme la especie se dispersó por islas más alejadas. Y al final de una cadena de islas “la sintaxis no sólo había cambiado, sino desaparecido”, dice Lachlan. “No es que cambien las reglas, sino que las pierden”. Hay mucha investigación que demuestra cómo el canto lo aprenden l os jóvenes de los adultos. Es transmisión cultural. Las hembras eligen a los machos de su propia 170

especie por el canto. Pero no es todo. De ser así, en poblaciones menores, con menos competencia entre diversas aves canoras, el cambio sintáctico debería ser menor y no al contrario. Una de las explicaciones plausibles para la pérdida de sintaxis es la llamada “trampa cultural”, dice Lachlan. “En poblaciones pequeñas, como las de las islas poco después de sus colonización por pinzones, una interacción evolutiv a entre cultura y genética favorece las aves que reconocen y aprenden un rango más amplio de canciones, en este caso, un rango más amplio de patrones sintácticos”. También puede haber una pérdida del aprendizaje. Poblaciones muy pequeñas en la nueva isla colonizada tienen menos tutores adultos para sus jóvenes. Y estos jóvenes, como alumnos de la CNTE, se ven obligados a improvisar el canto a falta de maestros. Así la tasa de cambio es mucho mayor. Alumnos del último semestre de Psicología llegaron a decirme que el primer presidente de México había sido Maximiliano o Porfirio Díaz o Benito Juárez los menos mal: la sintaxis histórica está por completo ausente. n

Luis González de Alba. Escritor. Su más reciente libro es No hubo barco para mí. www.luisgonzalezdealba.com

CASTIGAR E IMAGINAR Guillermo Fadanelli Castigar es uno de los deportes más practicados y extendidos en los campos de la vida y la moral humana. Hay quien no podría imaginarse la vida sin una abultada colección de castigos que propinar a quienes se hicieran mere cedores de ellos. ¡Cuánto placer despierta en algunas personas la oportunidad de reprender a otras sometiéndolas a duras penas corporales! (Desde mi magro punto de vista, las penas psicológicas también lo son corporales.) No me resultaría extraña la existencia de una teoría capaz de sostener que podríamos alcanzar la justicia si contáramos con un sistema de castigos eficientes y aleccionadores. Ya un desesperado Sartre, en su respuesta a los cuestionamientos de Bizot, exclamó lo siguiente: “Un régimen revolucionario debe liberarse de cierto número de individuos que lo amenazan y no veo otro medio más que la muerte. Los revolucionarios de 1793 probablemente no mataron bastante”. Si las cabezas rodantes y ensangrentadas puestas en marcha por iniciativa del doc tor Guillotin hubieran sido más numerosas es posible que los ideales revolucionarios franceses 171

hubieran modificado, para el bien humano, la ética de los pueblos. ¿Alguien cree eso? El extremo de una teoría semejante nos lleva a un camino sin retorno o a un punto ciego: la justicia entre los hombres sólo será posible hasta que el último de éstos haya dejado de existir. Sin embargo, un paraíso de tales dimensiones nos ha sido vedado pues ¿quién siendo todavía un ser humano podría disfrutarlo? Tomarse el tiempo necesario para descubrir o inventar el castigo que sancione una conducta reprobable de la manera más justa y precisa parece un acto de relojería sofisticada: un arte para los sádicos y los moralistas. El 6 de julio de 1555 un tribunal inglés condena a Tomás Moro, fiel al catolicismo, por oponerse al matrimonio de Enrique XVIII con Ana Bolena y, por lo tanto, a su divorcio con Catalina de Aragón. Se le condena a ser ahorcado, despanzurrado y descuartizado, pero el rey que siente aprecio por quien fuera u no de sus más sabios servidores, le conmuta la pena y ordena que sea sólo asesinado. Este ejemplo de benevolencia, prudencia y sabiduría nos dice que el castigo debe ser infligido después de sopesar y reflexionar acerca de sus justas dimensiones y de tomar en cuenta que existe un punto de equilibrio entre pena y justicia al que los seres humanos debemos aspirar. Dos años antes de la muerte de Moro, el jerarca protestante, Calvino, había condenado a muerte al teólogo Miguel de Servet por oponerse a la idea de la Santísima Trinidad. El castigo que seleccionó Calvino para atormentar a su oponente religioso fue el de quemarlo en la hoguera a fuego lento. Quizás el sufrimiento de sus carnes calcinadas iluminara lo suficiente al sacrílego como para llevarlo a advertir la existencia del lujurioso y enigmático Espíritu Santo, figura determinante del mito cristiano. En su libro La verdad y las formas jurídicas, Foucault observa que en el siglo XVIII existían en el sistema penal inglés 315 delitos que merecían la pena de muerte, hecho que convertía al código y sistema penal inglés en “uno de los más salvajes y sangrientos que conoce la historia de la civilización”. Es verdad que los ingleses son susceptibles y su humor negro llega a ser puntilloso y cruel, pero los códigos y sistemas judiciales emanados de los antiguos derechos germánico o romano no agotaron la imaginación humana en cuanto a la invenci ón de castigos singulares y apropiados para cada ocasión. Las tablas de la ley son sólo un espectro nebuloso de nuestra compleja imaginación. Las innumerables formas de castigo que un enamorado recibe por parte de su amante ofendido son ricas en malicia y sadismo, sin que se encuentren contempladas en ninguna tabla de la ley. Que Rousseau considerara criminal a todo aquel que quebrantara el pacto social supone una visión limitada pues ¿no son también criminales algunas formas de conducta amorosa que tienen como finalidad castigar al ser amado? Sonrío al recordar el castigo que un viejo amigo recibía por parte de su mujer cuando él se atrevía a llegar de madrugada a casa y bañado en copas. Al día siguiente ella se ponía su minifalda menos discreta y salía a l a calle para llevar a cabo sus compras cotidianas. Mi desahuciado amigo no se oponía a tal gesto ya que se consideraba a 172

sí mismo un modelo de equidad y liberalismo, mas sin embargo sufría tanto como Miguel de Servet en su hoguera cada vez que imaginaba un a mirada lasciva posándose sobre aquellos muslos hermosos y al descubierto. El 25 de marzo de 1601 la inquisición novohispana obligó a la beata pecadora, Marina de San Miguel, a desfilar por las calles de la capital desnuda hasta la cintura, montada sobre una mula y con una mordaza en la boca. Delante de ella desfilaba también un pregonero que iba describiendo los pecados de Marina en voz alta. Después del escarnio público, la mujer recibió cien latigazos, una multa en dinero y se le condenó a servir en el hospital dedicado al tratamiento de bubas, durante 10 años (así lo refiere Antonio Rubial en su libro Profetisas y solitarios). La historia de los castigos que produce la imaginación humana se confunde con los orígenes mismos del hombre. Existo, luego puedo ser castigado. El cinturón de mi padre es, en mi historia personal, uno de los instrumentos de la inquisición paterna más antiguos que guardo en la memoria. Y no obstante su ferocidad, resultaba burdo, masculino, vulgar. Me alegro que, al menos en esos menesteres, mi padre hubiera poseído una imaginación en realidad modesta e inofensiva. n

Guillermo Fadanelli. Escritor. Entre sus libros: Mis mujeres muertas, Mariana Constrictor yHotel DF.

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