Obras literarias Tomo I

José Marchena Obras literarias Tomo I Recogidas de manuscritos y raros impresos con un estudio crítico-biográfico de Marcelino Menéndez y Pelayo Ín

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José Marchena

Obras literarias Tomo I

Recogidas de manuscritos y raros impresos con un estudio crítico-biográfico de Marcelino Menéndez y Pelayo

Índice

Introducción Poesías Odas Elegías Sátiras Discursos Epístolas Silvas

Sonetos Versos sueltos Epigramas Romances Seguidillas Heroidas Elegía Oda Poemas Poesías no incluidas en el manuscrito de París Teatro Polixena El hipócrita La escuela de las mujeres

Introducción

-I-

Por iniciativa y generosas expensas de un preclaro vecino e insigne bienhechor de la villa (hoy ciudad) de Utrera, D. Enrique de la Cuadra, Marqués de San Marcial, cuya reciente pérdida deploramos todos los que nos honrábamos con su amistad e hidalgo trato, salen a luz en estos dos volúmenes todas las obras inéditas y sueltas que han podido hallarse del famoso humanista andaluz D. José Marchena, más generalmente conocido por el sobrenombre del Abate Marchena. Ya que al Sr. Cuadra privó su inesperada muerte de ver terminada esta edición en que tanto empeño había puesto, justo es que en la primera página de ella cumpla yo el triste deber de estampar su honrado nombre, digno de vivir en la memoria de todos sus conciudadanos como dechado de virtudes públicas y domésticas. Ni el Sr. Cuadra al proyectar esta edición, ni yo al aceptar el encargo de dirigirla insertando en ella todos los materiales inéditos que sobre Marchena poseo, tuvimos otro propósito que el de hacer un libro de pura erudición y destinado a correr en manos de muy pocas personas: advertencia que no considero inútil para prevenir escrúpulos y justos recelos que el nombre de Marchena trae fatalmente consigo. Este personaje, más famoso que estimable, vivió una vida de turbulencia y escándalo, difundió incansablemente las peores ideas de su tiempo, tomó parte muy enérgica en la acción revolucionaria de 1793, y ha quedado en la historia como el más radical de los iniciadores españoles de un orden de principios diametralmente contrarios a los que el señor Cuadra profesó toda su vida y a los que yo profeso. Y aunque la mayor parte de los escritos de Marchena que aquí se estampan sean de índole puramente literaria, no deja de advertirse en muchos de ellos el inflijo de la prava doctrina filosófica y social con que el autor había nutrido su entendimiento. Hemos impreso,

pues, estas obras a título de mera curiosidad histórica, y en corto número de ejemplares, para que corran únicamente en manos de los bibliófilos, sin daño ni peligro de barras. La vida del abate Marchena interesa tanto o más que sus escritos. Como propagandista en España de la irreligiosa filosofía del siglo XVIII; como representante de las tendencias revolucionarias de aquella edad en su mayor grado de exaltación; como único heredero, en medio de la monotonía ceremoniosa del siglo XVIII, del espíritu temerario, indisciplinado y de aventura que lanzó a los españoles de otras edades a la conquista del mundo físico y del mundo intelectual; como ejemplo lastimoso de talentos malogrados y de condiciones geniales potentísimas, aunque el aire tempestuoso de su época las hizo sólo eficaces para el mal, el abate Marchena sale mucho de lo vulgar, y merece que su biografía sea escrita con la posible claridad y distinción. Varias son las plumas que se han ejercitado en ella desde los tiempos inmediatos a la muerte del turbulento Abate. Los apuntamientos de Muriel en su Historia de Carlos IV1 y de Miñano en las notas a su traducción de la Revolución Francesa de Thiers2, son breves en demasía, pero merecen mucha atención por proceder de contemporáneos que habían conocido y tratado a Marchena. El artículo de la Biografía Universal de Michaud es digno de consultarse en lo que se refiere a la estancia de Marchena en Francia. Son más extensos e importantes los estudios de don Gaspar Bono Serrano3 y de Mr. Antoine de Latour4, grandemente ampliados por D. Leopoldo A. de Cueto en los tomos primero y tercero de su bella colección de Poetas líricos del siglo XVIII5. Con todos estos datos y los que pudo proporcionarme mi diligencia, tracé en 1881 un bosquejo de la vida de Marchena, en el tomo tercero de mi Historia de los heterodoxos españoles. En los catorce años transcurridos desde entonces, nuevos e importantes hallazgos, debidos en gran parte a un eruditísimo escritor francés, gran conocedor de nuestras cosas6, han venido a dar inesperada luz sobre los puntos más oscuros de la biografía del Abate, y me permiten hoy rehacer aquel primer ensayo, añadiéndole gran cantidad de cosas ignoradas o mal sabidas hasta ahora. D. José Marchena Ruiz de Cueto, hijo de D. Antonio y de D.ª Josefa María, nació en Utrera el 18 de Noviembre de 1768. Era hijo de un abogado, y no de un labrador como generalmente se ha dicho. Comenzó en Sevilla los estudios eclesiásticos, pero sin pasar de las órdenes menores; aprendió maravillosamente la lengua latina, y luego se dedicó al francés, leyendo la mayor parte de los libros impíos que en tan gran número abortó aquel siglo, y que circulaban en gran copia entre los estudiantes de la metrópoli andaluza, aun entre los teólogos. «He leído (decía en 1791) todos los argumentos de los irreligiosos; he meditado, y creo que me ha tocado en suerte una razonable dosis de espíritu filosófico»7. Quién le inició en tales misterios, no se sabe: sólo consta que antes de cumplir veinte años hacía ya profesión de materialista e incrédulo, y era escándalo de la Universidad. Ardiente e impetuoso, impaciente de toda traba, aborrecedor de los términos medios y de las restricciones mentales, e indócil a todo yugo, proclamaba en alta voz lo que sentía, con toda la imprevisión y abandono de sus pocos años, y con todo el ardor y la vehemencia propios de su condición inquieta y mal regida.

El primer escrito en que Marchena hizo alarde de tales ideas fue una carta contra el celibato eclesiástico, y de paso contra los frailes, dirigida a un profesor de Sagrada Escritura, que había calificado sus máximas de perversas y opuestas al espíritu del Evangelio. Marchena quiere defenderse y pasar todavía por cristiano, y aun por católico piadoso, pero con la defensa empeora su causa. Verdad es que las mayores herejías las pone, por vía de precaución retórica, en boca de un teólogo protestante. El señor de Cueto, que dio la primera noticia de esta carta, hallada por él entre los papeles de Forner, juzga rectamente de ella, diciendo que «es obra de un mozo inexperto y desalumbrado, que no ve más razones que las que halagan sus instintos y sus errores», y que en ella andan mezclados «sofismas disolventes, pero sinceros, citas históricas sin juicio y sin exactitud... sentimentalismo filosófico a la francesa, arranques de poesía novelesca»8. Más importante es otra obra suya del mismo tiempo, que poseo, y que ahora por primera vez se imprime, formando parte de esta colección. Es una traducción completa del poema de Lucrecio De rerum natura, en versos sueltos, la única que en tal forma existe en castellano9. El manuscrito no parece original, sino copia de amanuense descuidado, aunque no del todo imperito. No tiene expreso el nombre del traductor, pero sí sus cuatro iniciales J. M. R. C., y al fin la fecha de 1791, sin prólogo, advertencia ni nota alguna. La versificación, dura y desigual como lo es en todas las poesías de Marchena, abunda en asonancias, cacofonías, prosaísmos y asperezas de todo género, que llegan a hacer intolerable la lectura; pero en los trozos de mayor empeño suele levantarse el traductor con inspiración sincera, porque su fanatismo materialista le sostiene, haciéndole poeta aunque a largos intervalos. En los trozos puramente didácticos el estilo decae, arrastrándose pesado y soñoliento. Pululan los desaliños y aun las faltas gramaticales, denunciando la labor de una mano atropellada e inexperta. Marchena, ya por aquellos tiempos, era gran latinista, y en general entiende bien el texto; pero su gusto literario, siempre caprichoso e inseguro, lo parece mucho más en este primer ensayo. Así es que entre versos armoniosos y bien construidos, no titubea en intercalar otros que hieren y lastiman el oído menos delicado y exigente: repite hasta la saciedad determinadas palabras, en especial la de naturaleza; abusa de los adverbios en mente, que son antipoéticos por su índole misma, y rara vez acierta a conciliar la fidelidad con la elegancia, ni tampoco a reproducir los peculiares caracteres del estilo de Lucrecio. Véanse algunos trozos para muestra, así de los aciertos como de las caídas del traductor. Sea el primero la famosa invocación a Venus: Aeneadum genitrix, divum hominumque voluptas: Engendradora del romano pueblo, placer de hombres y dioses, alma Venus, que bajo de la bóveda del cielo, por do giran los astros resbalando, pueblas el mar de voladoras naves y la tierra fructífera fecundas: por ti todo animal respira y vive; de ti, diosa, de ti los vientos huyen,

ahuyentas con tu vista los nublados, te ofrece flores la dedálea tierra, las llanuras del mar contigo ríen, y brilla en larga luz el claro cielo. Al punto que galana primavera la faz descubre, y su fecundo aliento recobra ya Favonio desatado, primero las ligeras aves cantan tu bienvenida, oh diosa, porque al punto con el amor sus pechos traspasaste; en el momento, por alegres prados retozan los ganados encendidos, y atraviesan la férvida corriente. Prendidos del hechizo de tus gracias mueren todos los seres por seguirte hacia do quieras, diosa, conducirlos, y en las sierras altivas, y en los mares, y en medio de los ríos caudalosos, y en medio de los campos que florecen, con blando amor tocando todo pecho, haces que las especies se propaguen.

Tampoco carece de frases y detalles graciosos esta traducción de un lozanísimo pasaje del mismo libro primero: ¿Tal vez perecen las copiosas lluvias cuando las precipita el padre Éter en el regazo de la madre tierra? No, pues hermosos frutos se levantan, las ramas de los árboles verdean, crecen y se desgajan con el fruto, sustentan a los hombres y alimañas, de alegres niños pueblan las ciudades... Y donde quiera, en los frondosos bosques se oyen los cantos de las aves nuevas; tienden las vacas de pacer cansadas su ingente cuerpo por la verde alfombra, y sale de sus ubres retestadas copiosa y blanca leche; sus hijuelos, de pocas fuerzas, por la tierna hierba lascivos juguetean, conmovidos del placer de mamar la pura leche.

Ni falta vigor y robustez en esta descripción de la tormenta:

La fuerza embravecida de los vientos revuelve el mar, y las soberbias naves sumerge, y desbarata los nublados; con torbellino rápido corriendo los campos a la vez, saca de cuajo los corpulentos árboles; sacude con soplo destructor los altos montes; el ponto se enfurece con bramidos y con murmullo aterrador se ensaña. Pues son los vientos cuerpos invisibles que barren tierra, mar y el alto cielo, y esparcen por el aire los destrozos. No de otro modo corren y arrebatan que cuando un río de tranquilas aguas de improviso sus márgenes extiende, enriquecido de copiosas lluvias que de los montes a torrentes bajan, amontonando troncos y malezas; ni los robustos puentes la avenida resisten de las aguas impetuosas; en larga lluvia rebosando el río, con ímpetu estrellándose en los diques, con horroroso estruendo los arranca, y revuelve en sus ondas los peñascos...

Quizá en ninguno de sus trabajos poéticos mostró Marchena tanto brío de dicción como traduciendo las imprecaciones del gran poeta naturalista. Parece como que se sentía dentro de su casa y en terreno propio al reproducir las blasfemias del poeta gentil contra los dioses; y los elogios de aquel varón griego, de cuya boca la verdad salía, y de cuyas divinas invenciones se asombra el universo, y cuya gloria, triunfando de la muerte, se levanta a lo más encumbrado de los cielos.

(Canto VI.)

¡Oh tú, ornamento de la griega gente, que encendiste el primero entre tinieblas la luz de la verdad!...

Yo voy en pos de ti; y estampo ahora mis huellas en las tuyas, ni codicio ser tanto tu rival, como imitarte ansío enamorado. ¿Por ventura entrará en desafío con los cisnes la golondrina, o los temblantes chotos volarán como el potro en la carrera? Tú eres el padre del saber eterno, y del modo que liban las abejas en los bosques floríferos las mieles, así también nosotros de tus libros libamos las verdades inmortales...

(Canto III.)

No era Marchena bastante poeta para hacer una traducción clásica de Lucrecio, pero estaba identificado con su pensamiento filosófico; era apasionadísimo del autor y casi fanático de impiedad; y así traduciendo a su poeta cobra, por virtud de este propio fanatismo, cierto calor insólito, que contrasta con la descolorida y lánguida elegancia de otras versiones anteriores a la suya, por ejemplo la francesa de Lagrange o la misma italiana de Marchetti. Los buenos trozos de esta versión me parecen superiores a casi todo lo que después hizo en verso; si es que la vanidad de poseedor10 y editor no me engaña. Todavía quiero añadir uno más, en que la expresión es generalmente feliz, adecuada y hasta graciosa: Los sitios retirados del Pierio recorro, por ninguna planta hollados; me es gustoso llegar a íntegras fuentes y agotarlas del todo, y me deleita, cortando nuevas flores, coronarme las sienes con guirnalda brilladora con que no hayan ceñido la cabeza de vate alguno las sagradas Musas; primero, porque enseño cosas grandes y trato de romper los fuertes nudos de la superstición agobiadora, y hablo en verso tan dulce, a la manera que cuando intenta el médico a los niños dar el ajenjo ingrato, se prepara untándoles los bordes de la copa con dulce y pura miel...

Marchena saludó con júbilo la sangrienta aurora de la revolución francesa, y, si hemos de fiarnos de oscuras y vagas tradiciones, quiso romper a viva fuerza los lazos de lo que él llamaba superstición agobiadora, y entró con otros mozalbetes intonsos y con algún extranjero de baja ralea en una descabellada tentativa de conspiración republicana, la cual tuvo el éxito que puede imaginarse, dispersándose los modernos Brutos, y cayendo alguno de ellos en las garras de la policía. Si tal conspiración existió realmente, tuvo que ser muy anterior a la llamada del cerrillo de San Blas, fraguada en 1795 por Picornell, Lax y otros. Marchena no estaba entonces en España, y su nombre para nada figura en el proceso11, pero hay indicios para creer que no era extraño a la trama, y que por lo menos estaba en correspondencia con sus autores. Así recuerdo haberlo leído en unos apuntes manuscritos del artillero D. Juan de Dios Gil de Lara, contemporáneo y amigo de Marchena. Todo este primer período de su vida está envuelto en densa oscuridad; y lo más seguro es atenerse estrictamente a las pocas indicaciones que en sus escritos dejó consignadas el mismo Marchena. En una carta escrita en Bayona el 29 de Diciembre de 1792, y dirigida al ministro de negocios extranjeros Le Brun, dice rotundamente que llevaba «seis años de persecuciones en el país más esclavo de la tierra», y que «hacía ocho meses había buscado asilo en Francia, porque la Inquisición quería perderle»12. Si Marchena no exagera nada para captarse la gracia del Ministro, su propaganda revolucionaria en España, o, más bien, según yo creo, sus dimes y diretes con la Inquisición, se remontaban a 1788, lo cual ciertamente era madrugar bastante: Marchena no tenía entonces más que diez y nueve años. En la colección de sus poesías líricas, que ahora por primera vez publicamos, hay suficientes indicios para creer que durante esos seis años de persecuciones y de inquietud no residió constantemente en Andalucía, sino que anduvo errante por varias partes de España, entendiéndose con los pocos y oscuros prosélitos que ya contaban las nuevas doctrinas, especialmente en la Universidad de Salamanca y en el Seminario de Vergara. Las alusiones a las orillas del Tormes son frecuentes en sus versos: Belisa duerme: el céfiro suave agita la violeta blandamente; el arroyuelo corre mansamente, y el padre Tormes con su ruido grave teme inquietar su sueño regalado... (Sueño de Belisa.) Un delicioso otero del Tormes rodeado con su sombra süave nos convida... (El Estío.)

En Salamanca o en Valladolid conoció a Meléndez, que fue, de los poetas españoles de su tiempo, aquel a quien admiró más, y a cuya admiración

permaneció más constante. Uno de los últimos escritos de Marchena fue, como más adelante veremos, la necrología del que estimaba como su maestro. Una de sus más antiguas composiciones poéticas es la oda que le dedicó cuando en Marzo de 1789 fue nombrado Meléndez alcalde del crimen de la audiencia de Zaragoza, inaugurando así su carrera de magistrado y de hombre público, que tantos sinsabores había de reportarle. Temis torna a la tierra, y en Celtiberia pone su morada...

exclamaba Marchena, en alas de su juvenil entusiasmo, y ya se figuraba ver al dulce Batilo, vibrando la tajante espada contra el opresor poderoso y contra el inicuo tirano. Los acontecimientos posteriores demostraron que tal papel era el menos adecuado a la blanda y algo femenina naturaleza de Meléndez. Que Marchena residiera algún tiempo, o como alumno, o como profesor, en el famoso Seminario de Vergara, centro principal del enciclopedismo en las provincias vascongadas13, parece que indirectamente resulta de algunos pasajes de sus obras poéticas; pero que sólo registrando cuidadosamente los papeles que resten de aquel instituto de enseñanza podrá documentalmente comprobarse. Los versos de nuestro Abate le presentan en relación íntima con varios profesores de aquel centro. Y en primer lugar con el catedrático de Física Chabaneau, en alabanza del cual compuso aquella notable oda que principia: Las humildes mansiones desaparecen del linaje humano...

y en la cual, confesándose discípulo del aventajado físico francés naturalizado en Guipúzcoa, exclama: Las leyes de natura sublimes y sencillas, ilustrado con la antorcha febea, la diosa ante tus ojos ha mostrado; cómo una misma sea la que del monte en la caverna oscura forma el oro, y contiene los mundos que en sus órbitas retiene.

Y en Vergara también debió de contraer amistad, que uno y otro habían de

estrechar en París durante la tempestad revolucionaria, con un profesor de aquella escuela patriótica, entonces tan célebre como olvidado hoy, D. Vicente María Santibáñez, natural de Valladolid, mediano poeta y exaltado revolucionario, a quien dio entonces pasajera fama una traducción libre de la Heroida de Eloísa a Abelardo de Pope (o más bien de su imitación francesa de Corlardeau), traducción que corrió anónima, y que (como veremos más adelante) ha sido erróneamente atribuida al Abate Marchena; sirviendo hoy esta misma falsa atribución para confirmar la identidad de ideas y propósitos que entre ambos escritores suponían sus contemporáneos. A Santibáñez dedicó Marchena una sátira literaria en tercetos, que a juzgar por las alusiones de su contexto hubo de escribirse hacia el año de 1791, puesto que en ella se habla, como de cosas recientes, de la comedia de Iriarte La señorita malcriada, no representada hasta el 3 de Enero de aquel año, aunque impresa desde 1788; del poema de Las Majas de Trigueros, que es de 1789, y del Suplemento de Forner al artículo Trigueros en la Biblioteca del doctor Guarinos, que es de 1790. En esta epístola de Marchena, a vueltas de ataques virulentos, muchas veces desacordados, contra los escritores de mérito más diverso (confundiendo en una misma reprobación a hombres tan distinguidos como Forner e Iriarte, con ínfimos y chabacanos copleros tales como Casal, Moncín y Laviano), no falta la expresión de los ímpetus revolucionarios en que el autor y su amigo Santibáñez coincidían: Los pensamientos nobles son proscritos antes de ver la luz, y sofocados de la santa verdad los libres gritos. [...] Al esclavo el pensar no le fue dado; natura al que no hinca la rodilla al tirano, este don ha reservado.

Son poco más o menos los mismos pensamientos que pocos años después había de expresar Quintana con tan brioso empuje en el soberbio principio de la oda A Juan de Padilla: Todo a humillar la humanidad conspira; faltó su fuerza a la sagrada lira, su privilegio al canto, y al genio su poder...

Pero ¡qué distancia entre el verdadero poeta y el adocenado versificador que a pesar del fanatismo que siente en el alma, no acierta a expresarle sino con formas torpes, confusas y desgarbadas! Para propagar sus ideas fundó Marchena, probablemente en colaboración con

Santibáñez, una llamada Sociedad Literaria, con visos de sociedad secreta y de logia masónica. No hemos podido averiguar en qué punto de España funcionaba, El único documento que nos queda de su existencia es un discurso en verso suelto, que leyó Marchena en su abertura o inauguración, y comienza: ¡Mísera humanidad! Las sombras sigue, y afana por labrarse sus cadenas...

Comienza el poeta por invocar los manes del virtuoso Sócrates, del inflexible Catón, Y el que siguió sus huellas dignamente, Rousseau, de la edad nuestra eterna gloria, y modelo a los siglos venideros...

y luego, recordando pensamientos y frases de Lucrecio, a quien poco antes había traducido, invitaba a sus amigos a aquel sereno templo de Minerva, desde el cual podía el sabio contemplar tranquilo El luchar de los vientos, las tormentas, el Euro batallando con el Noto, a su soplo agitado el mar insano, y el naufragar amargo de los tristes [...] que en las ondas sañudas con dolor el alma exhalan.

Seguían las acostumbradas declamaciones contra el despotismo y la intolerancia, y proponíase como principal ocupación de aquellas juntas el estudio de los derechos del hombre, que ignorados del hombre mismo fueran tantos siglos...

in perjuicio de que con estas serias lucubraciones alternasen estudios más amenos, y sobre todo el amable trato de las Musas; con lo cual Marchena logra pretexto para sacrificar de nuevo a sus predilectas víctimas literarias:

Ni negará Terpsícore sus sales alguna vez, cuando burlar queramos los fríos Irïartes, los Trigueros insulsos y pesados, la insufrible charla de Vaca, y el graznar continuo de la caterva estúpida, que infecta de dramas nuestro bárbaro teatro. Apolo templará su acorde lira cuando de Jovellanos y Batilo, del dulce Moratín y Santivañes los loores cantemos, por quien alzan su voz las patrias Musas, que yacieran en sueño profundísimo sumidas.

A esta misma sociedad, en la cual parece evidente el doble carácter de academia literaria y de centro de conspiración más o menos platónica (probablemente la más antigua de su género que se formó en España), aluden estos otros versos de la epístola A Emilia: De la santa amistad y de las ciencias al sagrario acogidos, los profanos asestarán en balde sus saetas contra nosotros. Ora, la balanza y el compás de Neutón en nuestra mano teniendo, aquel cometa seguiremos en su alongada elipse. Ora a Saturno y a Júpiter pesando las distancias de Marte a nuestra tierra mediremos, o bien por el calor de nuestro globo su edad sabremos. Ora calculando el infinito mismo, que no es dado al hombre conocer, numeraremos, [...] o bien hasta el Eterno nuestras almas por grados elevando, nuestras manos puras de iniquidad levantaremos a la extensión inmensa, do el muy alto habita todo en todo... [...] y en tranquila paz el último día aguardaremos, do el alma nuestra, libre de cadenas, de Marco Aurelio y Sócrates al lado, en la contemplación del universo gozará de placeres inefables...

La mayor parte de los versos de Marchena contenidos en el manuscrito de la biblioteca de la Sorbona de que luego daremos cuenta, son indudablemente anteriores a su salida de España. Abundan en esta colección las poesías amorosas; y, contra lo que pudiera esperarse de la vehemente índole y del temperamento inflamable de su autor, son casi todas extremadamente frías: labor de pura imitación, en que el autor sigue por punto general las huellas de Meléndez, sin vislumbre alguna de carácter propio. En la poesía erótica Marchena resulta amanerado e insulso, y la flaqueza de sus dotes poéticas parece más visible en este género que en ningún otro. Habiendo sido hombre extraordinariamente sensual y libidinoso, según el testimonio de todos los que le conocieron, ni siquiera acertó a expresar nunca con calor estos bajos apetitos suyos. Pero, como materialista teórico y práctico, quemó sucesivamente incienso en las aras de muchas deidades, cuyo recuerdo queda en sus poesías: Belisa y la sabia Emilia, deidades del Tormes la una y la otra: Licoris la del bruñido cabello de azabache y alta frente, cuyas caricias le retenían en las orillas del Betis, y le hacían olvidarse hasta [...] del congreso sagrado que en Francia destruyó la tiranía;

y a la cual invitaba al placer en agradables versos, mezclando reminiscencias de Horacio, de Catulo y de Tibulo: Tú escucha del Amor la soberana voz que al deleite agora te convida; que está la edad en su verdor lozana. Huye la primavera de la vida cual un ligero soplo, un breve instante, y nunca torna, si una vez es ida. Vendrá ¡ay! la vejez corva, y el amante que agora sólo espera tus amores y que esquivas más dura que diamante, Lejos huirá de ti:...

Todavía hay que añadir a esta lista, no menos poblada que la de D. Juan, los nombres de la bella Francisca, con quien el autor había ido en su niñez a la escuela y que fue sin duda su pasión más inocente; los de las tres hermanas Magdalena, Catalina y Alcinda, a quienes dirige versos más bien galantes que amorosos; y el de aquella beldad peregrina que desde el hesperio suelo pasó a las Galias, y que parece ser la misma a quien en otra elegía llama Minerva Aglae.

Como Marchena, a pesar de su entusiasmo erótico, no tenía ni calor de afectos ni viveza de fantasía, pero sí muchas humanidades y familiar trato con los clásicos, resulta mucho más aventajado poeta cuando traduce o imita que cuando expresa por cuenta propia sus versátiles enamoramientos. Por eso los mejores trozos de esta primera época suya están en sus traducciones de algunas elegías de Tibulo y de Ovidio, las cuales, a parte de cierta bronquedad y dureza de estilo de que no pudo librarse nunca Marchena ni en verso ni en prosa, y que contrastan con la blanda manera de los poetas a quienes interpretaba, demuestran, por lo demás, un estudio nada vulgar ni somero de la lengua poética castellana, y se recomiendan por un agradable dejo arcaico. Marchena, por una contradicción que en su tiempo no era rara, y que también observamos en Gallardo y en otros, era furibundo revolucionario en todo menos en la literatura y en el lenguaje. Su larga residencia en Francia, y el hábito continuo que tuvo de escribir y aun de pensar en francés, pudo contagiar su estilo de bastantes galicismos, especialmente en algunas traducciones que hizo, atropelladas y de pane lucrando, pero luego se verificó en él una reacción violenta hasta llegar a la manera artificiosa y latinizada del famoso discurso preliminar de sus Lecciones de Filosofía Moral y Elocuencia. La política, que tanta parte ocupó en la vida del Abate Marchena, no la tiene menor en sus versos, y suele aparecer donde menos pudiera esperarse. Hasta en las odas eróticas encuentra modo de ingerir el inevitable ditirambo en loor de la Revolución Francesa: El pueblo su voz santa alza, que libertad al aire suena... ¿Quién podrá dignamente cantar los manes de Rousseau, clamando libertad a la gente, del tirano el alcázar derrocando, la soberbia humillada, y la santa virtud al trono alzada?

La más antigua de sus poesías exclusivamente políticas parece compuesta poco después de la toma de la Bastilla, a la cual aluden de un modo terminante estos versos: Cayeron quebrantados de calabozos hórridos y escuros cerrojos y candados; yacen por tierra los tremendos muros terror del ciudadano, horrible balüarte del tirano.

Los versos de esta oda son medianos y declamatorios, como casi todos los versos líricos de su autor, pero tienen curiosidad histórica, por ser sin disputa los más antiguos versos de propaganda revolucionaria compuestos en España. Diez años antes de que Quintana pensase en escribir la oda A Juan de Padilla y la oda A la Imprenta, exclamaba el Abate Marchena, aunque a la verdad con bronco y desapacible acento: Dulce filosofía, tú los monstruos infames alanzaste; tu clara luz fue guía del divino Rousseau: tú amaestraste al ingenio eminente por quien es libre la francesa gente. Excita al grande ejemplo tu esfuerzo, Hesperia: rompe los pesados grillos, y que en el templo de Libertad de hoy más muestren colgados del pueblo la vileza y de los reyes la brutal fiereza.

Quien tales versos escribía en 1791, es claro que no podía permanecer mucho tiempo en España. No obstante su juventud y la oscuridad de su persona, sus manejos no podían permanecer enteramente ocultos; y aunque haya notoria exageración en los seis años de persecuciones que él se atribuye, no hay duda que la atención del Santo Oficio hubo de fijarse en él, y que, temeroso de ser encarcelado, buscó refugio en Gibraltar, donde se embarcó para Francia en Mayo de 179214. Tenía entonces veinticuatro años. Un Mr. Reynón, de San Juan de Luz, que le conoció poco después de su llegada, nos da muy curiosas noticias de su persona, en ciertas memorias que dejó inéditas, y de las cuales hemos obtenido un extracto por mediación de nuestro amigo el ilustre vascófilo inglés Mr. Wentworth Webster, residente años hace en Sare15. Reynón dice que Marchena era abogado, le supone equivocadamente hijo de Madrid, y hace de él el siguiente retrato: «Su estatura no pasaba de cuatro pies y ocho pulgadas. Tenía el rostro picado de viruelas y las narices larguísimas. Era muy suelto de cuerpo y de lengua. Hablaba y escribía bastante bien el francés. Le vimos por primera vez cuando llegó a San Juan de Luz en 1792, entusiasmado hasta el delirio con la idea de vivir en el país de la libertad, y de embriagarse con ella. Lo primero que hizo fue alistarse en el club jacobino de Bayona, adoptando con furor todos los principios de la Montaña. Formó parte de la Sociedad de los Hermanos y Amigos Reunidos, en la cual se admitía la más ínfima canalla, y hasta al verdugo mismo, cuyo nombre habían cambiado los Representantes de la Convención en el de Vengador. Marchena pronunció en este club un discurso que fue impreso aquel mismo año en un cuaderno de 14 páginas en 8.º en casa de Duhart Fauvet, y que

era probablemente su primer escrito en francés. No hemos podido hallarle, y sólo conocemos de él la siguiente frase campanuda que cita Reynón: «Pongamos sobre nuestras cabezas el gorro de los hombres libres, y a nuestros pies la corona de los reyes». Reynón, que era furibundo realista, añade que el discurso de Marchena estaba «lleno de infames pensamientos que sólo el espíritu del demonio podía haber dictado»; pero a juzgar por la muestra, el demonio no se había lucido mucho en su colaboración, y los infames pensamientos más traza tienen de lugares comunes propios de una declamación estudiantil escrita en la jerga revolucionaria de aquel tiempo. «Marchena (añade Reynón) obtuvo un grande éxito de tribuna entre los descamisados. Pero pareciéndole Bayona corto teatro para su ambición, pasó muy pronto a París, donde escribió en un periódico terrorista y formó parte del club de los jacobinos».

El periódico de que Marchena fue colaborador era nada menos que el famoso Ami du Peuple, dirigido y redactado en su mayor parte por Marat, oriundo de España, aunque nacido en Suiza, y amigo de varios refugiados españoles, especialmente de un cierto Guzmán que fue condenado a muerte en 1794 como complicado en el proceso de Dantón. Quizá por mediación suya entró Marchena en relaciones con el famoso terrorista; pero como en medio de todos sus extravíos conservase siempre nuestro Abate cierto fondo de humanidad y de hidalguía, no tardó en desavenirse con el tremendo y sanguinario personaje a quien ayudaba con su pluma, y comenzó a mirar con ceño las máximas de exterminio que en todos los números de aquel papel se propalaban. No pasaron muchos meses sin que Marchena renegase enteramente del bando jacobino y de los furiosos fanáticos o hipócritas perversos que le dirigían, y se pasase a la fracción de los girondinos, a quienes acompañó en próspera y adversa fortuna, ligándose especialmente con Brissot. Y cuando Marat sucumbió bajo el hierro de Carlota Corday, Marchena, que se hallaba entonces en las cárceles del Terror, saludó a la hermosa tiranicida con un himno vengador, que no puede parangonarse seguramente con la hermosa elegía de Andrés Chénier al mismo asunto, digna de ser grabada en el más puro mármol de la antigüedad, pero que no deja de contener versos enérgicos y expresiones dictadas por una exaltación vehemente y sincera: Salve, deidad sagrada; tú del monstruo sagrado libertaste la patria; tú vengaste a los humanos; tú a la Francia enseñaste cuál usa el alma libre de la espada, y cuál sabe inmolar a sus tiranos. [...] De tu pueblo infelice sé deidad tutelar. ¡Oh! no permitas que a la infame Montaña rinda el cuello. Mas ¡ay! que en balde excitas con tu ejemplo el vil pueblo que maldice

el brazo que le libra. ¡Ay que tan bello heroísmo es perdido, y pesa más el yugo aborrecido! Que en las negras regiones las Furias hieran con azote duro del vil Marat el alma delincuente; que en el Tártaro escuro sufra pena debida a sus acciones, y del gusano eterno el crudo diente roa el pecho ponzoñoso, ¿será por eso el pueblo más dichoso? La libertad perdida ¡ay! mal se cobra: en pos de la anarquía el despotismo sigue en trono de oro; su carro triunfal guía la soberbia opresión; la frente erguida va la desigualdad, y con desdoro el pueblo envilecido tira de su señor al carro uncido. ¡Oh diosa! los auspicios funestos, de la Francia ten lejanos; torne la libertad a nuestro suelo; así con puras manos los hombres libres gratos sacrificios te ofrecerán, Carlota; tú, del cielo donde asistes, clemente protege siempre a la francesa gente.

Pero no adelantemos el curso de los sucesos. A fines de Diciembre de 1792 Marchena, que ya había roto definitivamente con la Montaña, fue recomendado por Brissot al ministro de Relaciones Exteriores, Le Brun; y le dirigió desde Bayona la curiosa carta que ya hemos tenido ocasión de citar, en que, presentándose como «un amigo de la libertad que arde en deseos de verla triunfante en su patria, sometida al más violento despotismo por muchos siglos», le ofrece sus servicios para propagar las ideas de la Revolución en España «si es que Francia piensa seriamente en declarar la guerra a los Borbones españoles». Y como muestra de su literatura propagandista, le envía varios ejemplares de una alocución a los españoles, la cual había hecho imprimir y circular en la península, dando motivo con esto a que el gobierno de Carlos IV mandase secuestrar todos sus bienes. Esta alocución está en castellano, como era natural, pero el autor se finge francés; «yo no he estado nunca en vuestro país», dice; disimulación que por lo visto no impidió que todos reconocieran su estilo, y que se procediese contra él jurídicamente. Existen de ella dos textos diversos, uno manuscrito y otro impreso. Contra lo que pudiera creerse, el primero no es el esbozo del segundo, sino una refundición posterior que lleva la

fecha de 1793, con notables supresiones y adiciones. Entre lo suprimido está una impertinente digresión literaria, en que Marchena (¡en un manifiesto político!) se desataba contra varios escritores de su tiempo, en especial contra Forner, a quien parece haber profesado particular inquina, bien explicable por ser antípodas el uno del otro en sus principios políticos y filosóficos16. El contenido político de ambas proclamas es casi idéntico: en una y otra las invectivas contra la Inquisición ocupan largo espacio, y en una y otra se aboga por la inmediata reunión de Cortes, si bien en la primera predomina más el espíritu histórico, se invocan los manes de Padilla, y hasta se solicita para la obra de regeneración nacional el concurso del clero, de la nobleza y de las clases privilegiadas. El Sr. Morel-Fatio hace notar oportunamente que en ambos documentos hay muchas reminiscencias del famoso Avis aux Espagnols de Condorcet. Para que se forme completa idea del extravagante y declamatorio documento de Marchena, no tenido en cuenta hasta ahora por los que han tratado de nuestra guerra contra la República Francesa en 1793, reproducimos aquí la segunda redacción íntegra, y los pasajes más importantes de la primera que fueron suprimidos después17. «AVISO AL PUEBLO ESPAÑOL» »El tiempo llegó ya de ofreceros la verdad; en vano vuestro tirano querría sofocarla; el pays de la libertad, el pueblo soverano os ofrece un asilo en francia en el seno de los defensores de la humanidad representada en los derechos imprescriptibles del hombre, cuyas semillas fecundas producirán un día la felicidad de todas naciones, derrivando de los sumptuosos tronos la superstición y la tiranía para colocar sobre él la igualdad y la razón; puesto que la naturaleza no destinó el hombre a ser esclavo del hombre; la superstición y la ignorancia solo pudieron esclavisar los hombres; pero, ahora que la razón se manifiesta, guerra a los hipócritas y opresores. »¿Quién creerá que una nación como la vuestra, se imagina que los franceses se hacen entre ellos una guerra cruel? ¡Ah Españoles! pueblo belicoso y magnanimo, avrid los ojos y aprended a aborrecer los infames impostores que os engañan para esclavizaros; representando os los franceses como enemigos de Dios... siendo así que han jurado a la faz de los cielos fraternidad y tolerancia reciproca; pues aquí el judío socorre el christiano, el protestante socorre el católico; los odios de religión son desconocidos, el hombre de bien es estimado, y el perverso despreciado. Si la religión de Jesus es el sistema de la paz y de la caridad universal, ¿quienes son los verdaderos christianos? Creo son los que socorren a los hombres como buenos hermanos, y no los que los persiguen, y matan porque no adoptan sus ideas religiosas. Christo no vino armado para inculcar su religión, predicó su doctrina sin forzar los hombres a seguirla; y vuestra Inquisición no cesa de avrir sus cavernas espantosas para llenarlas de aquellos18. »Yo no he estado nunca en vuestra nación: el nombre solo de Inquisición me hace erizar los cabellos: pero los viajeros que le han corrido, y vuestros mejores libros que he leído, me han hecho formar una idea cabal de vuestra nación. Decidme si vuestra

Inquisición no ha perseguido siempre mortalmente a los hombres de talento desde Bartolomé de Carranza y fray Luis de León hasta Olavide y Bails? La Bastilla tan detestada y con tanta razón entre nosotros tiene algo de comparable con vuestro odioso y abominable tribunal?... »La Bastilla era una prisión de estado, como otras mil de la misma especie, que el despotismo que sólo puede conservarse por medios violentos mantiene en todas partes, pero ni los presos eran deshonrados, ni la opinión pública infamaba las familias, ni la infeliz víctima, se veía privada de todo consuelo; sus reclamaciones llegaban a los ministros, y los ministros pueden aplacarse; ¿pero quién aplacó jamás a un inquisidor? »Las otras naciones han adelantado a pasos de gigante en la carrera de las ciencias, y tú, patria de los Sénecas, de los Lucanos, de los Quintilianos, de los Columelas, de los Silios, donde está, ¡ay! tu antigua gloria? El ingenio se preparaba a tomar el vuelo, y el tizón de la inquisición ha quemado sus alas; un padre Gumilla, un Masdeu, un Forner esto es lo que oponen los Españoles a nuestro sublime Rousseau, al divino pintor de la naturaleza nuestro gran Buffon, a nuestro profundo historiador político el virtuoso Mably, al atrevido Raynal, a nuestro harmonioso Delille y nuestro universal Voltaire. »¿No es ya tiempo de que la nación sacuda el intolerable yugo de la opresión del pensamiento? ¿No es tiempo de que el gobierno suprima un tribunal de tinieblas que deshonra hasta el despotismo?... ¿A qué fin hacer de los hombres unos seres autómatos? Tanto vale mandar a hombres máquinas como dar cuerda a reloxes. El sistema actual del gobierno parece ser el de aligerar el peso que carga sobre los hombros de los Españoles, pero el primer paso de toda mejora es destruir la inquisición por sus fundamentos. No calumniemos al pueblo; los perversos pueden engañarle, pero quando se le presenta el bien lo abraza con ansia, y besa con entusiasmo la mano de donde le viene. Yo he consultado a muchos Españoles que viajan por mi patria, todos anhelan ver la inquisición por tierra, pero algunos me han insinuado que hai hombres de mala fe, que fingen creer que la nación engañada podría oponerse a esta medida. ¡Oposición del pueblo en España; donde el monarca es todo-poderoso, donde las luces no obstante todas las precauciones se han difundido harto más de lo que se piensa! ¡Ah! tiemblen más antes los tiranos de que el pueblo oprimido en todos los puntos de contado no estalle con una esplosión tan terrible, que destruya todos los hipócritas y todos los opresores... »Igualdad, humanidad, fraternidad, tolerancia, Españoles, este es en cuatro palabras el sistema de los filósofos que algunos perversos os hacen mirar como unos monstruos... »Un solo medio os queda, Españoles, para destruir el despotismo religioso; este es la convocación de vuestras cortes. No perdáis un momento, sea Cortes, Cortes, el clamor universal... »Españoles, el déficit de vuestro erario aumenta a medida que crecen vuestras imposiciones; vuestro país que la naturaleza dotó de todo, carece de todo, porque una constitución tabífica (sic), y un

gobierno famélico devoran vuestra más pura substancia. Campos de Villalar sepultasteis acaso con los generosos Heroes defensores de la libertad la energía, y el patriotismo de la Hesperia?... Manes de Padilla, y tú grande alma de D.ª María Coronel (sic) que lloras en la tumba la cobardía de tus descendientes, inspira a los Españoles aquel valor con que defendiste en las murallas de Toledo las últimas reliquias de la moribunda libertad. Clero, nobleza, clases privilegiadas, ¿qué sois vosotras en un gobierno despótico? Las primeras esclavas del Sultán. El despotismo es el verdadero nivelador: ¿queréis ver la imagen de este gobierno? Tarquino cortando los cogollos de las adormideras. »La ignorancia más crasa de los principios fundamentales de la formación de nuestras Cortes es la que puede hacer temer a la nobleza la destrucción de las distinciones, al clero de sus privilegios no abusivos, y a la corona de sus justas prerogativas. En vano los ignorantes o los mal intencionados os asustan con el ejemplo de la Francia; los estados generales de esta nación no tenían reglas fixas ni límites invariables, y vuestras Cortes los tienen, y bien señalados. La Francia necesitaba de una regeneración; la España no necesita más que de una renovación. Esta verdad sólo pueden contestarla los charlatanes de política que no saben que las Cortes de Aragón y de Cataluña eran el mejor modelo de un gobierno justamente contrapesado. Si mis ocupaciones me lo permiten; si el pueblo español clama por las Cortes, yo escribiré, refugiado a un pueblo libre, qué eran estas Cortes. »Los franceses han hecho su Constitución con el fin de ser felices, y no con el de hacer infelices a los demás hombres; por consiguiente no quieren conquistar a nadie, no quieren apoderarse de ninguna propiedad, pero lo que quieren es destruir los tiranos, que no trabajando, aspiran a hacer uso y disponer de las propiedades y del trabajo de los pobres a su fantasía, invirtiendo ese trabajo en sus infames placeres, y en forjar hierros para aprisionar a los hombres, a quienes para engañarlos los llaman queridos hijos y vasallos. »Paz, y guerra llevarán consigo los Franceses; Paz a los hombres, y Guerra a los tiranos Reyes. »Si algún daño ocasionasen las tropas, la Francia jura y afianza pagarlo como lo ha hecho en Courtray y Alemania»19.

- II -

Aunque el manifiesto de Marchena pareciese muy propio (como dice Morel-Fatio) para convertirse en catecismo de los adeptos españoles de la Revolución Francesa, no satisfizo sin embargo a todos los emigrados, entre los cuales, por imposible que parezca, los había mucho más violentos que él. Uno de los que le desaprobaron fue Guzmán (amigo de Dantón y furibundo

terrorista)20, el cual extendió sus críticas al lenguaje, que encontraba bárbaro, y a las faltas de ortografía, que efectivamente hormiguean en la proclama de Marchena21. Le Brun había organizado en la frontera dos comités de propaganda revolucionaria compuestos de españoles, uno en Bayona y otro en Perpiñán. Designado Marchena para formar parte de uno de ellos, dirigió al Ministro en 23 de Diciembre de 1792 una Memoria en francés, bastante más sensata que sus alocuciones. «Nada es más contrario (decía) a los principios del buen juicio que obrar sin un plan determinado. El comité revolucionario establecido en las fronteras de España tiene por objeto preparar y acelerar la revolución. Pero este fin tiene que ser muy vago, mientras no se defina lo que se entiende por revolución, cuál debe ser la que ha de operarse en España, y cuáles son los medios que se han de poner en práctica para hacerla triunfar. »Hay un axioma de eterna verdad en todas circunstancias y en todos tiempos; y es que los hombres consultan más bien la experiencia de lo que se ha hecho que lo que debería ser. Nunca hubiera llegado Francia al grado de libertad de que ahora goza, y que va a consolidarse por la caída de los tiranos que la rodean, si se hubiese hablado en el primer momento de una Convención Nacional que había de establecer la República sobre las ruinas del trono. Los franceses del 88 creían de buena fe que sus mayores habían sido libres en tanto que se dejó oír la voz de sus Estados Generales, y no suspiraban más que por su restablecimiento. Los filósofos hombres de estado que conocían toda la imperfección de estas corporaciones aristocráticas se guardaban muy bien de entibiar el ardor impaciente del pueblo. Creían, por el contrario, que el remedio de todas las imperfecciones inherentes a la constitución de los Estados Generales estaba en estas mismas asambleas, y solamente en ellas. La experiencia ha mostrado que no se engañaban en esto. »Hombres que no son ni filósofos ni estadistas se han aventurado a decir que el comité revolucionario de España no debía hablar de la convocatoria de Cortes; es decir, en otros términos, que el comité revolucionario no debía hablar de revolución. Y entonces los españoles podrían decir: «Los franceses nos traen la libertad, según dicen, pero no nos la prestan con las formas con que nosotros la hemos conocido. ¿Con qué derecho pretenden prescribirnos reglas sobre la manera de ejercer nuestra soberanía? ¿Con qué derecho se atreven a cambiar la manera de expresar la voluntad general, que nosotros habíamos adoptado antes que la nación hubiese decidido sobre sus inconvenientes? No es la libertad lo que nos ofrecen: nos prescriben leyes imperiosas, dándose por nuestros libertadores. No hemos hecho, pues, más que cambiar de esclavitud, porque una nación es siempre esclava cuando obedece a otra voluntad que la suya, ya sea esta voluntad la de un rey, ya la de otro pueblo». ¿Y qué habría que responder a este lenguaje? ¿Cómo queréis interesar a los demás pueblos para que rompan sus cadenas cuando vean que les preparáis otras nuevas? »Aun en los tiempos del más espantoso despotismo no olvida un pueblo las instituciones que le han garantido en otros siglos una suma

mayor o menor de libertad. El pueblo español se acuerda siempre de sus Cortes, y en el año 89 el público recibió con la más violenta indignación una pieza en que se ultrajaba la memoria de D.ª María Coronel22. Pero independientemente de estas razones universales, hay otras peculiares de la nación española, las cuales demuestran evidentemente que el único medio de hacer la revolución en España es la pronta convocatoria de Cortes. »Cuando se habla de Cortes en España hay que distinguir entre las de Castilla, las de Aragón, las de Valencia, las de Cataluña y las de Navarra. La organización de cada uno de estos cuerpos difería enteramente de la de los otros. El poder y la influencia de los municipios era mucho más considerable, y la autoridad estaba más limitada en Cataluña que en ninguna otra parte. Se puede decir que las Cortes de Castilla no tuvieron nunca un régimen muy fijo, y que las que se celebraron durante el reinado de Carlos V diferían tanto de los Concilios de Toledo, celebrados en tiempo de los reyes godos (y que realmente no eran más que las asambleas de la nación), como los Estados Generales de 1614 diferían de las Asambleas del Campo de Marte en tiempos de Clodoveo. Así, nada es más fácil que dar a estas Cortes una forma democrática sin desnaturalizarlas ni abolirlas del todo, lo que indispondría a todos los españoles contra reformas en que ellos no hubieran consentido. »No debo parecer sospechoso de tibio amor a la libertad: hartos sacrificios he hecho por esta divinidad para que se crea que yo pueda apostatar de su culto. Pero examinemos fríamente si los españoles son capaces, en el momento actual, de una libertad igual a la que disfrutan los franceses. Ruego que se lean con atención estas rápidas reflexiones, sugeridas únicamente por el interés de mi patria y el de la humanidad. »Hay que convenir en que la religión papista o católica ha echado raíces más profundas en el suelo español que en el francés; y sería temerario atacar de frente las preocupaciones religiosas... »Por otra parte, el estado actual de España es muy diferente del de Francia: no hay que buscar allí un Mirabeau, un Brissot o un Condorcet. Sin duda, hay gentes ilustradas, pero no se encuentra uno de esos grandes genios capaces de abrir los ojos a un pueblo entero, y de regenerar la nación. Como los hombres que piensan no se comunican con el pueblo; como el temor de la Inquisición obliga a los hombres más ilustrados a aparentar que creen en las fábulas más absurdas, todos los que no son verdaderamente filósofos están imbuidos en las preocupaciones más groseras. Un hombre que se respeta a sí mismo no se dedica en España al oficio de autor, porque no se pueden imprimir más que frivolidades o libros ascéticos: por eso no es posible ilustrarse sin adquirir el conocimiento de las lenguas extranjeras. En este país no hay más que dos clases de hombres, unos enteramente ilustrados, otros enteramente supersticiosos. »La manía de los mayorazgos, la indolencia de la nación oprimida por los impuestos más gravosos que se pueden inventar, han ahogado la industria y han concentrado en muy pocas manos casi toda la

propiedad territorial. Si empezamos por hablar de igualdad absoluta, antes de haber preparado al pueblo gradualmente para disfrutar de ella, podrá venir la ley agraria, esto es la rapiña, la anarquía y la disolución social. »Francia ha adoptado una constitución que hace de esta vasta nación una república una e indivisible. La conformidad en las costumbres, la cultura difundida casi igualmente por toda la superficie del país, la hacen propia para esta institución. Pero España, cuyas diversas provincias tienen usos y costumbres diferentes; España, con la cual debe ser unido Portugal, no puede formar más que una república federal. Para la felicidad de la nación, se puede y se debe dejar subsistir las antiguas Cortes. »Francia tiene, sin duda, el derecho de decir al pueblo español: «tenéis un rey, que es mi enemigo natural; os haré la guerra hasta que le hayáis precipitado del trono». Pero no tiene derecho para constituir nuestra nación a su modo. España es la que debe darse a sí propia una constitución. Las Cortes subsisten de derecho, mientras el pueblo español no las haya abolido. »Como tengo el mayor interés en que estas reflexiones sean leídas por el ciudadano ministro, no añado ningún desarrollo a estas indicaciones rápidas. Notaré solamente que es indispensable que el comité tenga un punto de reunión o un presidente instruido a fondo en la historia de España, hombre de Estado, y de carácter enérgico, que pueda dar cierta formalidad a las operaciones, y encaminarlas a un solo punto: el triunfo definitivo de la revolución. »J. MARCHENA».

Esta Memoria, en que, a despecho de los errores propios del fanatismo nivelador y de la abstracta política de aquel tiempo, no deja de campear cierto espíritu tradicional e histórico, no pudo ser grata a la mayor parte de los revolucionarios franceses, que odiaban de muerte el federalismo, y no querían oír hablar de Cortes, ni de ninguna otra institución representativa de los tiempos medios. Hubo, pues, una escisión entre los que a todo trance querían, como el dantonista Guzmán y el alcalde de Bayona Basterreche, implantar en España los principios de la república una e indivisible, y los que podemos llamar federales, a cuyo frente estaba Marchena con otros españoles amigos suyos. Era de los principales el ciudadano Hevia, antiguo secretario de la embajada de España en París, de la cual había desertado para pasarse al campo enemigo, haciendo los más violentos alardes de furor demagógico, por lo mismo que su origen era aristocrático, puesto que pertenecía a la familia de los Marqueses del Real Transporte. Cuando llegó la guerra del 93, Hevia redactó una proclama mucho más violenta y desaforada que la de Marchena, pues lo que su autor descendía a innobles insultos contra Carlos IV y María Luisa, y, lo que es peor, contra la desdichada y heroica María Antonieta, cuya cabeza iba a rodar pocos meses después en el patíbulo23. Reconozcamos que Marchena, aun en el mayor arrebato de sus pasiones, jamás se deshonró con estas abominables invectivas, y mostró siempre cierta

nobleza de alma que parece incompatible con el medio en que vivía. Por lo demás, Hevia abundaba en el sentir político de Marchena en lo que toca a la convocatoria de Cortes, como lo prueban ciertas Reflexiones que apoyando las de su amigo dirigió al ministro Le Brun24. «Francia (decía) no puede pensar en la anexión de España a la República Francesa. El estado moral y físico de esta nación se opone fuertemente a esta reunión. Un buen tratado de comercio que asegure a Francia todas las ventajas que puede sacar de su situación respecto de España, será el bien más precioso que pueda obtener en esta guerra. »Sostengo que si no se convocan las Cortes, la nación española no tendrá ningún punto de reunión y será desgarrada por la más completa anarquía, o se verá obligada a echarse en brazos de Francia. »Esos señores del Comité de Bayona, que no quieren las Cortes, querrán sin duda ser considerados como representantes de la nación española. Pero si la nación no los quiere mirar como tales, ¿qué podrán hacer?... »Sin duda que hay que minar poco a poco la religión cristiana. La teocracia debe desaparecer de la superficie de la tierra, juntamente con la tiranía, a la cual sirve de apoyo. Pero no hemos de creer que en poco tiempo se logrará descuajar esta planta parásita. Díganme de buena fe si creen que un pueblo que tiene la desdicha (!) de ser profundamente adicto a la religión cristiana puede ejercer la plenitud de su soberanía... »Aprovecho esta ocasión para ofrecer al ciudadano ministro el resultado de las conversaciones que yo y el ciudadano Marchena hemos tenido juntos sobre la organización del comité. Es indispensable que haya un punto de reunión; que haya también un presidente dotado de todas las cualidades propias para tal empleo. Los individuos de esta Junta deben ocuparse en el estudio de la historia de España, recordar al pueblo español las épocas en que gozaba de cierta suma de libertad... Hay que poner mucho empeño en hacer aborrecible la casa de Borbón, y sobre todo en disminuir el influjo de la clerigalla en el espíritu del pueblo».

Otro de los más conspicuos individuos del grupo de Marchena era el ya citado D. Vicente María Santibáñez, que acababa de llegar de España en Enero de 1793, y a quien en los términos más eficaces recomendaba el ciudadano Basterreche al ministro Le Brun, anunciándole de paso la próxima llegada de otro escritor español todavía de más mérito, nada menos que de un émulo de Cervantes, a quien por tales señas nadie descubrirá fácilmente entre los ingenios de entonces. «Ha llegado aquí (decía el Alcalde de Bayona en 20 de Enero) un español recomendable por su talento y carácter: se llama Vicente María Santibáñez: viene escapado como por milagro de las persecuciones de la Inquisición y de la Corte. Era profesor de Elocuencia y de Política en una universidad, pero hace algún tiempo se había establecido en Madrid, donde cultivaba con éxito las bellas

letras. Es hombre que ha frecuentado la mejor sociedad, y que conoce a fondo toda la máquina del gobierno español, y todavía mejor a los individuos que la dirigen. Nos podrá ser extremadamente útil, porque tiene conocimientos, mucho ingenio, y se expresa elocuentemente en castellano, y, si es menester, en francés... Tengo motivos para creer que dentro de poco veremos llegar también a uno de los primeros escritores de aquella nación, a un émulo de Cervantes, si es que puede escapar felizmente de las persecuciones que ya han comenzado contra él».

Las noticias que he podido adquirir de Santibáñez son muy escasas. Debía de ser hombre de imaginación fantástica y exaltada. En sus mocedades cantaba el amor libre, tema de una oda o silva que dirigió en consulta a D. Tomás de Iriarte con una carta que parece escrita por un erotómano. Más adelante cambió de rumbo, y se dedicó a trabajos de más provecho para su reputación literaria. En la Universidad de Valencia, donde parece haber estudiado y donde desempeñó alguna cátedra, leyó la oración latina inaugural del curso de 1774 (Oratio de eloquentiae laude et praestantia, habita ad Senatum et Academiam Valentinam in studiorum instauratione). En 1780 aparece en las actas de la Real Academia de Nobles Artes de San Carlos de aquella ciudad, leyendo un romance heroico en la distribución de premios generales, y en 1783 leyendo una silva. Son suyos, aunque no llevan su nombre, los prólogos y notas de las espléndidas ediciones de las Crónicas de D. Juan II y de los Reyes Católicos publicadas por el impresor Benito Monfort en 1779 y 1780, verdaderos monumentos tipográficos, en que es lástima que la corrección del texto no corresponda siempre a la belleza y pulcritud de los tipos y de la estampación, que es de lo más perfecto que nunca se vio en España. En 1782 Santibáñez estaba ya de profesor en el Seminario de Vergara, y publicaba en Vitoria, bajo los auspicios de la Sociedad Vascongada, diversos elogios fúnebres de sus consocios, el de D. Ambrosio de Meade en 1782, el del Marqués González Castejón en 1784, el del Conde de Peñaflorida (fundador de la Sociedad y del Seminario) en 1785. Tres años después le hallamos en Valladolid, donde publicó traducida una de las Novelas Morales de Marmontel, La mala madre, con un prólogo muy curioso, en que se trata de la antigüedad, progresos y utilidad de este género de literatura (1780)25. Pero mucha más celebridad que esta traducción tuvo otra que no lleva su nombre, y que ha sido atribuida con error al abate Marchena, a pesar de que Quintana26 señala con precisión su autor verdadero. Es la famosa Heroida de Heloísa a Abelardo, traducida libremente, y no del original inglés de Pope, sino de la paráfrasis o imitación francesa de Colardeau. Santibáñez añadió otra heroida original suya, de Abelardo a Heloísa, imitada de otras francesas de aquel tiempo y también de Ovidio y otros antiguos; y con todo ello formó el tomito de las Cartas de Abelardo y Heloísa, que por la mezcla de sentimentalismo y voluptuosidad que en ellas rebosa, y por las declamatorias imprecaciones que contienen contra los votos monásticos y contra el celibato religioso, fueron puestas por la Inquisición en su índice, sirviendo esto de incentivo, como de costumbre, para que fuesen más ávidamente leídas por la

juventud de uno y otro sexo, en innumerables copias que corrieron manuscritas27. El estilo poético de Santibáñez es desaliñado y muchas veces prosaico, pero algunos pasajes no carecen de pasión, y en conjunto las dos epístolas se dejan leer sin hastío, dentro de su género ficticio y anticuado. En prosa escribía mejor, y no era de los más incorrectos y galicistas de su tiempo, a pesar de su intimidad con las ideas y los libros de Francia. Pero ni en prosa ni en verso pasó nunca de una razonable medianía. Llegaba a Francia como un arbitrista político, cargado de memorias y proyectos para hacer la felicidad de España. Una de ellas se titula Reflexiones imparciales de un Español a su nación sobre el partido que debería tomar en las ocurrencias actuales, y lleva la fecha de Marzo de 179328. En ella Santibáñez, apartándose algo de las ideas de Marchena y sus amigos, aboga, no por las antiguas cortes, sino por un nuevo cuerpo político, una representación nacional, a la moderna. Estalló en tanto la guerra en el Pirineo oriental, emprendiendo el general Ricardos su campaña de 1793, la más gloriosa para nuestras armas desde los días, ya lejanos, de Montemar y del Marqués de la Mina. Mientras el inmortal caudillo aragonés se aprestaba a recoger los lauros inmarcesibles de Masdeu, de Truillas, y del campamento atrincherado del Boulou, los malos españoles a quienes su impío fanatismo había arrastrado a Francia se ponían al servicio de la República para iniciar en las filas de nuestro ejército la propaganda revolucionaria. Le Brun llamaba a París a Marchena y a Hevia, para tratar de la organización definitiva de los comités de Bayona y Perpiñán, y Santibáñez admitía el encargo de poner en castellano la ley de 3 de Agosto de 1792, provocando a la deserción a los sargentos, cabos y soldados. Pero todavía hubo quien fuese más lejos en estos crímenes de lesa nación. En las memorias ya citadas del vasco francés Reynón, extractadas por el capitán Du Voisin, se leen los más curiosos detalles acerca de otro revolucionario español, que llevó su insano furor hasta el punto de tomar armas contra su patria. Permítase una leve digresión sobre este odioso personaje. Llamábase D. Primo Feliciano Martínez de Ballesteros, y había nacido en Logroño por los años de 1745. Su familia era distinguida; su educación esmerada. Sabía bien el latín, y hablaba con mucha soltura el italiano y el francés. Era buen músico, y tocaba con talento el piano y el órgano. A la edad de treinta años se estableció en Bayona, donde se ganaba la vida como intérprete y profesor de lenguas. Decíase que había sido novicio de los jesuitas, pero nunca pudo comprobarse. Hombre ingenioso y de ameno trato, ganó en breve tiempo muchos amigos, a quienes divertía con su gracia para contar anécdotas chistosas, y con sus originales y felices ocurrencias, cuyo gusto sabía variar según la calidad de las gentes con quien trataba. Escribiendo tenía menos donaire: publicó en castellano la famosa Academia Asnal, con caricaturas en madera: una de las más insulsas diatribas que se han escrito contra la Academia Española desde que en tiempos inmediatos a su fundación D. Luis de Salazar y Castro rompió el fuego en la Carta del Maestro de Niños y en la Jornada de los coches de Madrid a Alcalá. De estas escaramuzas literarias pasó pronto a otras de peor calidad. En la

guerra de 1793, no contento con provocar a la deserción a los soldados españoles, intentó formar una legión de Miqueletes, que él se proponía mandar con título de coronel. Llegó a reunir unos 200 hombres, que se acuartelaron en el convento llamado de Dames de la Foi en Bayona. Allí se encargó de educarlos en la doctrina revolucionaria otro español refugiado, el ex-oficial de marina Rubín de Celis29, hombre instruido pero fanatizado por las ideas humanitarias y filosóficas de la época. Celis daba conferencias a los desertores, y les explicaba el catecismo de los derechos del hombre. Pero esta instrucción teórica no bastaba para los designios de Ballesteros, y además, antes que aquella tropa estuviese en disposición de moverse, estalló una sangrienta reyerta entre el cuerpo 7.º de voluntarios de Burdeos y los miqueletes españoles, la mayor parte de los cuales determinaron volver a pasar la frontera y acogerse a indulto. Ballesteros no se desanimó por eso, y con forajidos y vagabundos de todos países formó una nueva legión, a la cual dio el nombre de Cazadores de las Montañas. Con ellos entró en campaña, y no dieron mala cuenta de sí; pero agotados en breve tiempo los recursos del coronel, tuvo que poner su pequeña tropa a disposición del general La Bourdonnaye, que mandaba el ejército de los Pirineos Occidentales. La Bourdonnaye le reconoció el grado de comandante de batallón, y le incorporó a su Estado Mayor en calidad de intérprete de lenguas extranjeras. Pero Ballesteros no conservó mucho tiempo su posición ni su grado, porque es bien sabido que los comisarios de la Convención hacían y deshacían diariamente generales y oficiales30. Quedó, pues, separado del servicio, y sólo mucho después remuneró el gobierno de la República sus servicios con una módica pensión vitalicia de 800 francos, harto pequeña para quien se jactaba de que el gobierno español había ofrecido cien mil reales por su cabeza. Aquí termina su papel político. En la venta de bienes nacionales había comprado a bajo precio la abadía de San Bernardo cerca de Bayona. Allí estableció una fábrica de botellas, que fue devorada por un incendio. Entonces buscó nueva y menos lícita industria, aprovechando sus conocimientos químicos para falsificar el tabaco de España. Enriquecido por la falsificación y el contrabando, alcanzó la avanzadísima edad de noventa años, y murió en 1830, «muy llorado (dice Reynón) por las muchachas del pueblo, muchas de las cuales conservaban prendas de su amor»31. Volvamos a Marchena y a su compañero Hevia, los cuales por este tiempo empezaban a caer de la gracia del ministro Le Brun. Había entrado éste al principio en sus planes, como lo prueba su correspondencia con el alcalde de Bayona. En 8 de Marzo le escribía: «Persisto en creer que Bayona es el punto más conveniente para reunir a los patriotas españoles, y para trabajar en la regeneración de su país... Conviene que el comité revolucionario empiece a funcionar lo antes posible, pero ajustando su conducta a principios de moderación y prudencia. Es evidente que el lenguaje de los franceses regenerados y republicanos no puede todavía ser el de los españoles. Éstos tienen que irse preparando gradualmente a digerir los alimentos sólidos que les preparamos. Sobre todo, hay que respetar durante algún tiempo ciertas preocupaciones ultramontanas, que a la verdad son incompatibles con la libertad, pero que están

demasiado profundamente arraigadas en nuestros vecinos, para que puedan ser destruidas de un golpe»32.

En 26 de Marzo añadía: «Ya os he hablado de la organización de dos comités, uno en Bayona, y otro en Perpiñán, y os he indicado los nombres de muchos de los que deben ser sus miembros. Uno a esta lista dos españoles que están aquí, Marchena y Hevia: partirán dentro de pocos días, y espero que quedaréis satisfecho de su celo y de su talento»33.

Pero los tiempos eran de recelo y desconfianza. «El grupo francés (dice Morel-Fatio) quería a todo trance excluir de los comités a Marchena y a Hevia, cuyo conocimiento de las cosas de España, así como la superioridad de su cultura, mortificaban a las medianías y a los ignorantes que tanto en Bayona como en Perpiñán pretendían tomar la dirección de los negocios españoles».

Acordaron, pues, según era costumbre entonces, denunciarlos como sospechosos de traición e incivismo. El ciudadano Taschereau, antiguo agente secreto en Madrid encargado de espiar al embajador Bourgoing, y otro ciudadano todavía más oscuro, llamado Carles, escriben a Le Brun pintando a Marchena como un joven aturdido, que no tiene más que las apariencias de un hombre instruido, y que posee en cambio toda la presunción de un ignorante. «Se le ha visto (añaden) variar muchas veces en sus principios revolucionarios, entusiasmarse con los Bernardos, (Feuillants, sociedad compuesta de moderados), declamar como un frenético contra la famosa jornada del 10 de Agosto (asalto de las Tullerías, y caída de la monarquía)... se le ha oído en Bayona decir a gritos: España a la muerte. ¿Es esto patriotismo? Este hombre es sospechoso de todo punto, y muchas cartas que ha escrito a Madrid pueden atestiguarlo. Además, fuera de algunos conocimientos en moral y en política, Marchena no sabe absolutamente nada, porque no ha meditado ni reflexionado sobre nada. El otro colaborador, llamado Hevia, está igualmente vacío que Marchena de buen sentido y de reflexión»34.

Estas denuncias surtieron su efecto en el ánimo del ministro, y cuando Marchena y Hevia estaban a punto de salir de París para trasladarse a Bayona, fueron arrestados por los comisarios de la sección de las Cuatro Naciones como extranjeros y sospechosos. Apenas se enteró de ello Brissot, amigo y protector de Marchena, se apresuró a intervenir en su favor, solicitando que inmediatamente fuesen puestos en libertad los dos

emigrados españoles. Su carta a Le Brun es de 4 de Mayo, y dice así: «Ciudadano Ministro: »Acabo de saber que Marchena ha sido arrestado, y con él Hevia. Parece increíble que se haya llegado a tales excesos contra hombres a quienes el amor de la libertad ha traído a Francia, y que tantas pruebas han dado de sus sentimientos cívicos. No sé a qué atribuir el cambio de vuestras disposiciones respecto a ellos, y por qué, después de haberlos nombrado para el comité revolucionario español, en que podían ser tan útiles, habéis hecho borrar sus nombres sin motivo alguno. Sea como quiera, hoy la desdicha pesa sobre ellos, y al ministro de negocios extranjeros es a quien toca sacarlos de tal situación. Podéis y debéis informar a la sección de todo lo que sabéis sobre esos hombres, del empleo a que pensabais destinarles; y puesto que ya no pueden servir a la República Francesa por haber cambiado vuestra opinión en este punto, lo menos que podéis hacer es darles un pasaporte para que salgan de Francia. Están proscriptos en España como amigos de la Revolución francesa. ¿Los hemos de proscribir aquí como españoles? Cuando un extranjero no tiene embajador, al ministro de negocios extranjeros toca protegerle... »J. P. BRISSOT».

Esta carta no convenció a Le Brun, que sólo se prestó a intervenir en favor de Hevia, sin dignarse nombrar siquiera a su compañero. De todos modos este primer encarcelamiento de Marchena no fue largo, ya porque se le pusiera en libertad, ya porque lograra evadirse. Y entonces la gratitud le unió más estrechamente que nunca con Brissot y los girondinos, cuyas vicisitudes, prisiones y destierros compartió con noble y estoica entereza. No hay para qué repetir aquí lo que todo el mundo sabe y en cualquier historia de la Revolución Francesa puede leerse. Proscritos los girondinos en 2 de Junio de 1793, declarados traidores a la patria en 25 de Julio, encarcelados u ocultos algunos de ellos, fueron los restantes a encender la guerra civil en los departamentos del Mediodía, del Centro y del Este. El principal foco de esta insurrección, que era federal en su tendencia aunque no llevase tal nombre, fue la Normandía, a donde se dirigieron la mayor parte de los representantes fugitivos de París, Buzot, Salle, Barbaroux, Larivière, Gorsas, Louvet, Guadet, Pétion, y otros hasta el número de veinte. Además de estos diputados bullían entre los caudillos de la insurrección el periodista Girey-Dupré, un joven literato llamado Riouffe, y el español Marchena, amigo de Brissot35. Constituyose en Caén una asamblea central de resistencia a la opresión, y el general Félix Wimffen se puso al frente de las fuerzas destinadas a marchar sobre París. Pero fuese por la nulidad del general, o de los representantes, o por la discordia de pareceres que entre ellos reinaba, aquella insurrección tuvo un resultado no sólo infeliz sino ignominioso, y algunos cañonazos disparados en Vernón el 13 de Julio bastaron para disiparla y reducir a la obediencia de la Convención toda la Normandía. Y entonces comienza la triste odisea de los girondinos, largamente relatada en las Memorias de

Louvet y de Meillan. Empezaron por buscar asilo en Bretaña, con la esperanza de embarcarse allí para la Gironda, donde contaban con elementos para la lucha; y, después de increíbles penalidades, llegaron a Quimper, donde su amigo Duchâtel había fletado una barca para conducirlos a Burdeos. Pero esta barca estaba en mal estado, exigió grandes reparaciones, y no pudo partir hasta el 21 de Agosto. En ella iban nueve viajeros: Cussy, Duchâtel, Bois-Guyón, Girey-Dupré, Salle, Meillan, Bergoeing, Riouffe y Marchena. La navegación fue feliz, y el 24, a prima noche, llegaron a la Gironda, delante del pico de Ambés. Bergoeing y Meillan, únicos que conocían el país, saltaron en tierra para informarse del estado de las cosas, y los demás se quedaron a bordo hasta que sus colegas les diesen aviso de desembarcar. A fines del mes de Setiembre llegó otro grupo de girondinos, Guadet, Pétion, Valady, Barbaroux, que venían en una embarcación procedente de Brest. Terrible fue su desencanto, al saber que el movimiento de Burdeos y Marsella había fracasado lo mismo que el de Normandía y Bretaña. Y aquí dejaremos la palabra a un sobrino del girondino Guadet, que cuenta estos sucesos con más pormenores que los que se contienen en las historias generales, como que el autor consigna sus propias tradiciones de familia: «Al saber tan tristes nuevas, los proscritos, reunidos en el Pico de Ambés, no pensaron más que en ponerse en salvo. Guadet dejó a sus amigos en una casa perteneciente a su suegro, y partió él mismo para su pueblo natal, St. Emilion, residencia de su familia y de la mayor parte de los amigos de su infancia. Allí esperaba encontrar protección y asilo para sus colegas, a quienes prometió enviar un emisario. »Pero no faltó en el lugar de Ambés quien conociera a los diputados. El mismo Guadet, con su confianza ordinaria, como dice Louvet, había dado su nombre, y no era difícil adivinar quiénes podían ser los otros. Pensaron, pues, que la prudencia exigía que se mantuviesen cuidadosamente ocultos. Pero fue en vano, porque muy pronto fue conocido el punto en que estaban refugiados. Supieron que un ciudadano de aquellas cercanías, ardiente revolucionario, había hecho un viaje a Burdeos, y que había vuelto trayendo consigo gente desconocida: que se notaban en la casa conciliábulos y movimiento. La inquietud de los diputados aumentaba, y Guadet no volvía, ni enviaba aviso alguno. »Dispuestos para cualquier suceso, se prepararon para la defensa, hicieron barricadas, y se repartieron las armas de que disponían: catorce pistolas, cinco sables y un fusil. Era de noche. Algunos se acostaron vestidos, otros hicieron centinela, pero nadie se presentó aquel día. »A la noche siguiente llega un enviado de Guadet. Éste no había podido encontrar más que una sola persona que se atreviese a recibir a dos de sus colegas, pero se ocupaba en buscar asilo para los demás. »Con estas nuevas quedaron todos consternados. Entonces exclamó Barbaroux: '¿Quién de nosotros puede pensar en salvarse solamente a sí mismo, sin que le detenga el pensamiento de que mañana acaso no

existirán los que va a dejar aquí? ¡Por lo que a mí toca, no abandonaré nunca a los compañeros de mis trabajos y de mi gloria! ¿No hay asilo más que para dos? Pues quedémonos todos, y muramos juntos. ¿Pero Guadet, si conociese nuestra posición, no enviaría a buscar más que dos? ¿No comprendería que lo más urgente es salir de aquí? Hay quien ofrece asilo para dos de nosotros: Pues bien, para cuatro o cinco días, si es menester, ¿no hemos de caber seis en el lugar donde se espera a dos? Partamos todos.' »Mientras así deliberaban, vino alguien a advertir que había mucho ruido en la posada inmediata. Acababan de llegar treinta oficiales, y se veían ya en aquellos contornos muchos destacamentos de la guardia nacional, y algunas brigadas de gendarmería. Con esto quedó cortada toda discusión. Partieron en silencio, siguieron a su guía hacia la barca que los esperaba, y en esto les fue propicia la fortuna, porque apenas habían abandonado la casa, cuando fue ya asaltada. »Muy cerca de la villa de St. Emilion estaba la casa del padre de Guadet, separada de todas las demás habitaciones. Guadet (padre), un hijo suyo y una hermana componían todo el personal de la casa. El padre de Guadet era un viejo de setenta años: su aspecto, sus maneras, su lenguaje anunciaban un hombre habituado a la autoridad: sus hijos tenían por él profundo respeto y sumisión absoluta... »A esta puerta vinieron a llamar el 27 de Setiembre los fugitivos del Pico de Ambés. Fueron acogidos como hijos, como hermanos: encontraron afecto, de parte del viejo, tierno interés, de parte de sus hijos. Pero no podía haber seguridad para ellos en casa del representante Guadet: a mitad del día que siguió a su llegada se les vino a decir que el comandante de la expedición del Pico de Ambés seguía sus huellas, que avanzaba al frente de cincuenta caballos, y que venía seguido por un batallón revolucionario. Era domingo. Para colmo de desdichas, un hombre que desde la mañana corría por aquellos alrededores para buscarles un retiro más seguro, volvió por la noche con la triste noticia de que nadie se atrevía a recibirlos. Guadet quedó confundido (dice Louvet): ¡qué dignos de lástima éramos, pero él todavía más que nosotros! »¿Qué podían hacer ya? Separarse, puesto que, yendo perseguidos tan de cerca, no convenía que marchasen juntos. Los proscritos se separaron, dándose el último abrazo de despedida»36.

Marchena y algún otro tuvieron la temeridad de meterse en la misma ciudad de Burdeos, y fueron, por tanto, de los primeros que cayeron en manos de sus enemigos. Sobre este interesantísimo período de la vida de nuestro autor derramaban mucha luz las Memorias de su amigo y compañero de cautividad el marsellés Honorato Riouffe37. De ellas resulta que Marchena fue preso en Burdeos el mismo día que Riouffe, es a saber el 4 de Octubre de 1793, conducido con él a París, y encerrado en los calabozos de la Conserjería. Riouffe le llama a secas el español, pero Mr. Thiers nos descubre su nombre al contarnos la fuga de los girondinos por el Mediodía

de Francia: «Barbaroux, Pétion, Salle, Louvet, Meilhan, Guadet, Kerbelégan, Gorsas, Girey-Dupré, Marchena, joven español que había venido a buscar la libertad en Francia, Riouffe, joven que por entusiasmo se había unido a los girondinos, formaban este escuadrón de ilustres fugitivos, perseguidos como traidores a la libertad»38.

Después de la prisión, Riouffe es más explícito: «Me habían encarcelado (dice) juntamente con un español que había venido a Francia a buscar la libertad bajo la garantía de la fe nacional. Perseguido por la Inquisición religiosa de su país, había caído en Francia en manos de la inquisición política de los comités revolucionarios. No he conocido un alma más entera ni más enérgicamente enamorada de la libertad, ni más digna de gozar de ella. Fue su destino ser perseguido por la causa de la república, y amarla cada vez más. Contar mis desgracias es contar las suyas. Nuestra persecución tenía las mismas causas; los mismos hierros nos habían encadenado; en las mismas prisiones nos encerraron, y un mismo golpe debía acabar con nuestras vidas...».

El calabozo donde fueron encerrados Riouffe, Marchena y otros girondinos tenía sobre la puerta el número 13. Allí escribían, discutían y se solazaban con farsas de pésimo gusto. Todos ellos eran ateos, muy crudos, muy verdes, y, para inicua diversión suya, vivía con ellos un pobre benedictino, santo y pacientísimo varón, a quien se complacían en atormentar de mil exquisitas maneras. Cuándo le robaban su breviario, cuándo le apagaban la luz, cuándo interrumpían sus devotas oraciones con el estribillo de alguna canción obscena. Todo lo llevaba con resignación el infeliz monje, ofreciendo a Dios aquellas tribulaciones, sin perder nunca la esperanza de convertir a alguno de aquellos desalmados. Ellos, para contestar a sus sermones y argumentos, imaginaron levantar altar contra altar, fundando un nuevo culto con himnos, fiestas y música. Al flamante irrisorio dios le llamaron Ibrascha, y Riouffe redactó el símbolo de la nueva secta, muy parecido a lo que fue luego el credo de los theophilántropos. Y es lo más peregrino que el inventor llegó a tomarla por lo serio, y todavía cuando muchos años después redactaba sus Memorias, convertido ya en personaje grave y en funcionario del Imperio, no quiso privar a la posteridad del fruto de aquellas lucubraciones, y las insertó en toda su extensión, diciendo que «aquella religión (!) valía tanto como cualquiera otra, y que sólo podría parecer pueril a espíritus superficiales». Las ceremonias del nuevo culto comenzaron con grande estrépito: entonaban a media noche un coro los adoradores de Ibrascha, y el pobre monje quería superar su voz cantando el de profundis; pero, débil y achacoso él, fácilmente se sobreponía a sus cánticos el estruendo de aquella turba desaforada. A ratos quería derribar la puerta del improvisado santuario, y

ellos le vociferaban: «¡Sacrílego, espíritu fuerte, incrédulo!». En medio de esta impía mascarada adoleció gravemente Marchena, tanto que en pocos días llegó a peligro de muerte. Apuraba el benedictino sus esfuerzos para convertirle, pero él a todas sus cristianas exhortaciones respondía con el grito de «Viva Ibrascha». Y, sin embargo, en la misma cárcel teatro de estas pesadísimas bromas con la eternidad y con la muerte, leía asiduamente Marchena la Guía de pecadores de Fr. Luis de Granada. ¿Era todo entusiasmo por la belleza literaria? ¿Era alguna reliquia del espíritu tradicional de la vieja España? Algo habría de todo, y quizá lo aclaren estas palabras del mismo Marchena al librero Faulí en Valencia el año 1813: «¿Ve V. este volumen, que por lo ajado muestra haber sido tan manoseado y leído como los breviarios viejos en que rezan diariamente nuestros clérigos? Pues está así porque hace veinte años que le llevo conmigo, sin que se pase día en que deje de leer en él alguna página. Él me acompañó en los tiempos del Terror en las cárceles de París; él me siguió en mi precipitada fuga con los girondinos; él vino conmigo a las orillas del Rhin, a las montañas de Suiza, a todas partes. Me pasa con este libro una cosa que apenas sé explicarme. Ni lo puedo leer, ni puedo dejar de leerlo. No lo puedo leer, porque convence mi entendimiento y mueve mi voluntad de tal suerte que, mientras le estoy leyendo, me parece que soy tan cristiano como V. y como las monjas, y como los misioneros que van a morir por la fe católica en la China o en el Japón. No lo puedo dejar de leer, porque no conozco en nuestro idioma libro más admirable».

El hecho será todo lo extraño que se quiera, pero su explicación ha de buscarse en las eternas contradicciones y en los insondables abismos del alma humana, y no en el pueril recurso de decir que el abate Marchena gustaba sólo en Fray Luis de la pureza y harmonía de la lengua. No cabe en lo humano encariñarse hasta tal punto con un escritor cuyas ideas totalmente se rechazan. No hay materia sin alma que la informe; ni nadie, a no estar loco, se enamora de palabras vacías, sin parar mientes en su contenido. Pero tornemos a Marchena y a sus compañeros de prisión. Casi todos fueron subiendo en el transcurso de pocos meses al cadalso. Los veintiún diputados girondinos (Vergniaud, Gensonné, Brissot, Lassource, Lacaze, Fauchet, Fonfrède, Ducos...) en 31 de Octubre; Mad. Roland, la ninfa Egeria, la gran sacerdotisa de la Gironda, en 9 de Noviembre; el ministro Le Brun en 27 de Diciembre; y antes y después otros más oscuros, sin contar con los que perecieron en provincias, como Salle, Guadet y Barbaroux, ejecutados en Burdeos; y los que como Roland, Condorcet y otros muchos apelaron al suicidio por medio del puñal o del veneno. Marchena fue de los pocos que salieron incólumes de aquella general proscripción, ya por su calidad de extranjero, ya por ser figura de segundo orden en su partido, a pesar de la notoriedad que tenía como periodista y orador de club. Pero lo cierto es que, sintiéndose ofendido

por la preterición, había escrito a Robespierre aquellas extraordinarias provocaciones, algo teatrales a la verdad, aunque el valor moral del autor las explique y defienda: «Tirano, me has olvidado». «O mátame, o dame de comer, tirano». Hay en todos estos apotegmas y frases sentenciosas del tiempo de la Revolución algo de laconismo y de estoicismo de colegio, un infantil empeño de remedar a Leónidas y al rey Agis, a Trasíbulo, a Timoleón y a Tráseas, que echa a perder todo el efecto hasta en las situaciones más solemnes. Yo no llamaré, como Latour y otros, sublimes insolencias a las de Marchena, porque toda afectación, aun la de valor, me parece mala y viciosa. La muerte se afrenta y se sufre honradamente cuando viene; no se provoca con carteles de desafío, ni con botaratadas de estudiante. Ni murieron así los grandes antiguos, aunque mueran así los antiguos de teatro. Pero los tiempos eran de retórica, y a Robespierre le encantó la audacia de Marchena. Y aún hubo más: quiso atraérsele y comprar su pluma, a lo cual Marchena se negó con digna altivez, continuando en la Conserjería, siempre bajo el amago de la cuchilla revolucionaria, hasta que vino a restituirle la libertad la caída y muerte de Robespierre en 9 de Thermidor (27 de Julio de 1794). La fortuna pareció sonreírle entonces. Le dieron un puesto, aunque subalterno, en el Comité de Salvación Pública, y empezó a redactar con Poulthier un nuevo periódico, El Amigo de las Leyes. Pero los thermidorianos vencedores se dividieron al poco tiempo, y Marchena, cuyo perpetuo destino era afiliarse a toda causa perdida, se declaró furibundo enemigo de Tallien, Legendre y Fréron; escribió contra ellos venenosos folletos39; perdió su empleo; se vio otra vez perseguido y obligado a ocultarse; sentó, como en sus mocedades, plaza de conspirador, y fue denunciado y proscrito, en 1795, como uno de los agitadores de las secciones del pueblo de París en la jornada de 5 de Octubre contra la Convención40. Pasó aquella borrasca, pero no se aquietó el ánimo de Marchena. Al contrario, en 1797 le vemos haciendo crudísima oposición al Directorio, que para deshacerse de él no halló medio mejor que aplicarle la ley de 21 de Floreal contra los extranjeros sospechosos y arrojarle del territorio de la República. Conducido por gente armada hasta la frontera de Suiza, fue su primer pensamiento refugiarse en la casa de campo que tenía en Coppet su antigua amiga Mad. de Stael, cuyos salones había frecuentado él en París. Pero la futura Corina no quería indisponerse con el Directorio, y además no gustaba de la insufrible mordacidad y del cinismo nada culto de Marchena, a quien Chateaubriand (que le conoció en aquella casa) define en sus Memorias de Ultratumba con dos rasgos indelebles: «Sabio inmundo y aborto lleno de talento». Lo cierto es que la castellana de Coppet dio hospitalidad a Marchena, pero con escasas muestras de cordialidad, y que a los pocos días riñeron del todo, vengándose Marchena de Mad. de Stael con espantosas murmuraciones. Decidido a volver a Francia, entabló reclamación ante el Consejo de los Quinientos para que se le reconocieran los derechos de ciudadano francés; y mudándose los tiempos, según la vertiginosa rapidez que entonces llevaban las cosas, logró no sólo lo que pedía sino un nombramiento de oficial de estado mayor en el ejército del Rhin, que mandaba entonces el

general Moreau, célebre por su valor y por sus rigores disciplinarios. Agregado Marchena a la oficina de contribuciones del ejército en 1801, mostró desde luego aventajadas dotes de administrador militar laborioso e íntegro, porque su entendimiento rápido y flexible le daba recursos y habilidad para todo. Quiso Moreau en una ocasión tener la estadística de una región no muy conocida de Alemania; y Marchena aprendió en poco tiempo el alemán, leyó cuanto se había escrito sobre aquella comarca, y redactó la estadística que el general pedía, con el mismo aplomo que hubiera podido hacerlo un geógrafo del país. Pero no bastaban la topografía ni la geodesia para llenar aquel espíritu curioso, ávido de novedades y esencialmente literario: por eso en los cuarteles de invierno del ejército del Rhin volvía sin querer los ojos a aquellos dulces estudios clásicos que habían sido encanto de los alegres días de su juventud en Sevilla. Entonces forjó su breve fragmento de Petronio, fraude ingenioso, y cuya fama dura aún entre muchos que jamás le han visto. Sus biógrafos han tenido muy oscuras e inexactas noticias de él. Unos han supuesto que estaba en verso: otros han referido la sospechosa anécdota de que habiendo compuesto Marchena una canción harto libre en lengua francesa, y reprendiéndole por ella su general Moreau, se disculpó con decir que no había hecho más que poner en francés un fragmento inédito del Satyricon de Petronio, cuyo texto latino inventó aquella misma noche, y se le presentó al día siguiente, cayendo todos en el lazo. Todo esto es inexacto, y hasta imposible, porque el fragmento no está en verso, ni ha podido ser nunca materia de una canción, sino que es un trozo narrativo, compuesto ad hoc para llenar una de las lagunas del Satyricon, de tal suerte que apenas se comprendería si le desligásemos del cuadro de la novela en que entra. Sabido es que esta singular novela de Petronio, auctor purissimae impuritatis, monumento precioso para la historia de las costumbres del primer siglo del Imperio, ha llegado a nosotros en un estado deplorable, llena de vacíos y truncamientos, donde quizás haya desaparecido lo más precioso, aunque haya quedado lo más obsceno. El deseo de completar tan curiosa leyenda ha provocado supercherías, y también errores de todo género, entre ellos aquel que con tanta gracia refiere Voltaire en su Diccionario Filosófico. Leyó un humanista alemán en un libro de otro italiano no menos sabio: «Habemus hic Petronium integrum, quem saepe meis oculis vidi, non sine admiratione». El alemán no entendió sino ponerse inmediatamente en camino para Bolonia, donde se decía que estaba el Petronio entero. ¡Cuál no sería su asombro cuando le mostraron en la iglesia mayor el cuerpo íntegro de San Petronio, patrono de aquella religiosa ciudad! Lo cierto es que la bibliografía de Petronio es una serie de fraudes honestos. Cuando en 1622 apareció en Trau de Dalmacia el insigne fragmento de la Cena de Trimalchión, que era el más extenso de la obra, y casi duplicaba su volumen, no faltó un falsario llamado Nodot que, aprovechándose del ruido que había hecho en toda la Europa literaria aquel hallazgo, fingiese haber descubierto en Belgrado (Albagraeca) el año 1688 un nuevo ejemplar de Petronio, en que todas las lagunas estaban colmadas. A nadie engañó tan mal hilada invención, porque los supuestos fragmentos de Nodot están en muy mal latín, y abundan en groseros galicismos, como lo

pusieron de manifiesto Leibnitz, Crammer, Perizonio, Ricardo Bentley y otros cultivadores de la antigüedad. Pero como quiera que los suplementos de Nodot, a falta de otro mérito, tienen el de dar claridad y orden al mutilado relato de Petronio, siguen admitiéndose tradicionalmente en las mejores ediciones. Marchena fue más afortunado, por lo mismo que su fragmento es muy corto, y que puso en él los cinco sentidos, bebiendo los alientos al autor, con aquella pasmosa facilidad que él tenía para remedar estilos ajenos. Toda la malicia discreta, y la elegancia un poco relamida de Petronio, atildadísimo cuentista de decadencia, han pasado a este trozo, que debe incorporarse en la descripción de la monstruosa zambra nocturna de que son actores Gitón, Quartilla, Pannychis y Embasicetas. Claro que un trozo de esta especie, en que el autor no ha emulado sólo la pura latinidad de Petronio, sino también su desvergüenza inaudita, no puede trasladarse íntegro en esta colección; con todo eso, y a título de curiosidad filológica, pongo en nota algunas líneas, que no ofrecen peligro, y que bastan para dar idea de la manera del abate andaluz en este notable ensayo41. El éxito de esta facecia fue completísimo. Marchena la publicó con una dedicatoria jocosa al ejército del Rhin42 y con seis largas notas de erudición picaresca, que pasan, lo mismo que el texto, los límites de todo razonable desenfado, por lo cual no nos hemos atrevido a incluirlas en la colección de los escritos sueltos de Marchena. Estas notas son mucho más largas que el texto que comentan, al modo que lo vemos en el Chef d' oeuvre d' un inconnu, y en otros pasatiempos semejantes, cuyos autores han querido satirizar la indigesta erudición con que suelen abrumar los comentadores el texto que interpretan. A pesar del tono de broma de las notas y del preámbulo, la falsificación logró su efecto. Un profesor alemán demostró en la Gaceta Literaria Universal de Jena la autenticidad de aquel fragmento: el Gobierno de la Confederación Helvética mandó practicar investigaciones oficiales en busca del códice del monasterio de S. Gall donde Marchena declaraba haber hecho su descubrimiento. ¡Cuál sería la sorpresa y el desencanto de todos, cuando Marchena declaró en los papeles periódicos ser único autor de aquel bromazo literario! Y cuentan que hubo sabio del Norte que ni aun así quiso desengañarse. En las notas quiso alardear Marchena de poeta francés, así como en el texto se había mostrado ingenioso poeta latino. Su traducción de la famosa oda o fragmento segundo de Safo, tan mal traducida y tan desfigurada por Boileau, no es ciertamente un modelo de buen gusto, y adolece de la palabrería a que parece que inevitablemente arrastran los alejandrinos franceses; pero tiene frases ardorosas y enérgicas que se acercan al original griego (o a lo menos a la traducción de Catulo) más que la tibia elegancia de Boileau, de Philips o de Luzán: A peine je te vois, à peine je t' entends, [...] immobile, sans voix, accablée de langueur, d' un tintement soudain mon oreille est frappée, et d' un mage obscur ma vue enveloppée:

un feu vif et subtil se glisse dans mon cœur.

El tintinnant aures nunca se ha traducido mejor43. Animado Marchena con el buen éxito de sus embustes, quiso repetirlos, pero esta vez con menos fortuna, por aquello de non bis in idem. Escribió, pues, cuarenta exámetros a nombre de Catulo, y como si fueran un trozo perdido del canto de las Parcas en el bellísimo Epitalamio de Tetis y Peleo, y los publicó en París el año de 1806, con un prefacio de burlas, en que zahería poco caritativamente la pasada inocencia de los sesudos filólogos alemanes. «Si yo hubiera estudiado latinidad (decía) en el mismo colegio que el célebre doctor en Teología Lallemand, editor de un fragmento de Petronio, cuya autenticidad fue demostrada en la Gaceta de Jena, yo probaría, comparando este trozo con todo lo demás que nos queda de Catulo, que no podía menos de ser suyo; pero confieso mi incapacidad, y dejo este cuidado a plumas más doctas que la mía44».

Pero esta vez el supuesto papiro herculanense no engañó a nadie, ni quizá Marchena se había propuesto engañar. La insolencia del prefacio era demasiado clara: los versos estaban llenos de alusiones a la Revolución francesa y a los triunfos de Napoleón, y además se le habían escapado al hábil latinista algunos descuidos de prosodia y ciertos arcaísmos afectados, que Eichstaedt, profesor de Jena, notó burlescamente como variantes. El aliento lírico del supuesto fragmento de Catulo es muy superior al que en todos sus versos castellanos mostró Marchena. ¡Fenómeno singular! Así él como su contemporáneo Sánchez Barbero, con quien no deja de tener algunas analogías, eran mucho más poetas usando la lengua sabia que la lengua propia. Véase una muestra de esta segunda falsificación: Virtutem herois non finiet Hellespontus: victor lustrabit mundum, qua maxumus arva æthiopum ditat Nilus, qua frigidus Ister Germanum campos ambit, qua Thybridis unda laeta fluentisona gaudet Saturnia tellus. Currite, ducentes subtemina, currite, fusi. Hunc durus Scytha, Germanus Dacusque pavebunt: nam flammae similis, quom ardentia fulmina coelo Juppiter iratus contorsit turbine mista, si incidit in paleasque leves, stipulasque sonantes, tunc Eurus rapidus miscens incendia victor saevit, et exultans arva et silvas populatur: hostes haud aliter prosternans alter Achilles, corporum acervis ad mare iter fluviis praecludet.

Currite, ducentes subtemina, currite, fusi. At non saevus erit, cum jam victoria laeta lauro per populos spectandum ducat ovantem, vincere non tantum norit, sed parcere victis.

No por hacer alarde de malos versos, sino para facilitar la inteligencia del fragmento poético de Marchena a los que no puedan leerle en su original, me atrevo a insertar aquí la traducción o paráfrasis que hice veinte años ha, prescindiendo de los versos añadidos por Eichstaedt, y limitándome a los de nuestro abate, el cual los enlaza con el elogio profético de Aquiles que hay en el canto de las Parcas: Mas ya traerán los siglos un héroe más excelso invicto en las batallas más que ningún mortal: será de estirpe Eácida, que sólo el fuerte Aquiles a tal varón pudiera noble prosapia dar; le admirarán los siglos, y en tanto nuestros dedos de las humanas gentes los hados urdirán. Cruzando los estambres, corred, husos ligeros: del porvenir las telas fatídicos hilad. Y no en el Helesponto se encerrará su gloria, antes el orbe todo triunfante correrá; los campos de Germania, que corta el Istro helado, los que el Etíope Nilo fecundizando va, la tierra de Saturno, de mieses abundosa, do lame el rojo Tíber de Remo la ciudad. Cruzando los estambres, etc. De su valor ingente se asombrará el Germano, y el Dacio y el Scita guerrero temblarán; pues como la centella que Jove airado lanza entre fragor de truenos y recia tempestad, si prende en seca paja o en resonante espiga, por campos y montañas extiéndese voraz, así él con muertos cuerpos atajará los ríos cuando soberbios corran a sumergirse al mar. Cruzando los estambres, etc. Mas cuando la victoria su frente coronare, ¡que brille la clemencia en su gloriosa faz! Triunfando y perdonando someta a los vencidos, y su triunfal carroza cien pueblos seguirán. Cruzando los estambres, etc. Estos serán los juegos en que el invicto Aquiles los años ejercite de su primera edad; y cuando rinda el hierro cansado el enemigo, y al orbe retornare la fugitiva paz, el hórrido caudillo, las armas ya depuestas,

en senectud gloriosa su pueblo regirá, y al pueblo y al monarca los dioses sus mercedes, como en el siglo de oro, sin tasa otorgarán. Cruzando los estambres, etc. Nunca el furor impío, su veste desgarrando en intestinas lides el pueblo abrasará, ni hermanos contra hermanos, ni padres contra hijos en propia sangre el brazo feroces teñirán. Cruzando los estambres, etc. Desde la sacra era de Deucalión y Pirra ninguna más dichosa que esta futura edad. Cruzando los estambres, etc., etc.

Además de estos trabajos publicó Marchena en Francia muchos opúsculos políticos y religiosos (o más bien irreligiosos) de que he logrado escasa noticia, y también algunas traducciones, todo ello en lengua francesa. Entre los escritos originales figuran un Ensayo de Teología, que fue refutado por el doctor Heckel en la cuestión de los clérigos juramentados; unas Reflexiones sobre los fugitivos franceses, escritas en 1795; y El Espectador Francés, periódico de literatura y costumbres, que empezó a publicar en 1796, en colaboración con Valmalette, y que no pasó del primer tomo, reducido a pocos números45. En los Anales de Viajes insertó una descripción de las Provincias Vascongadas. Del inglés tradujo en 1802 la Ojeada del doctor Clarke sobre la fuerza, opulencia y población de la Gran Bretaña, añadiendo por apéndice la importante correspondencia inédita de David Hume y el Dr. Tucker. Del italiano una obra muy extensa e importante, que hizo época en los estudios orientales, el Viaje a la India del carmelita descalzo Fr. Paulino de San Bartolomé, misionero apostólico en la costa del Malabar, y uno de los que revelaron a Europa la existencia y los misterios de la lengua sanscrita y de las religiones del Extremo Oriente. El libro original se había publicado en Roma en 1796, dedicado al Papa Pío VI. La traducción de Marchena, emprendida por encargo del librero Levrault, mereció la honra de ser escrupulosamente revisada en sus dos primeros volúmenes por el sabio Anquetil du Perron; y habiendo fallecido éste en 1805, su amigo y ejecutor testamentario, el célebre arabista Silvestre de Sacy, se encargó de dirigir la impresión del tercer volumen y del Atlas que sirve de complemento a esta publicación. Las notas de Historia Natural son las mismas que acompañan a la traducción alemana de J. R. Forster, profesor de Mineralogía en Halle (1798); y al fin del tercer volumen se encuentra una memoria original de Anquetil du Perron sobre la propiedad individual y territorial en la India y en Egipto, leída en varias sesiones al Instituto de Francia. Con todo este aparato de erudición oriental se presentó al público la traducción de la obra del P. Paulino, que era quizá la principal que hasta entonces se había escrito sobre la India, y puede competir con los mejores viajes del siglo pasado, por ejemplo con el de

Volney a Siria y Egipto46. Como se ve por estos últimos escritos, la actividad de Marchena parecía dirigirse entonces a los libros de viajes y de geografía, alimento muy adecuado para su índole movediza y aventurera. Pero el círculo de sus estudios era tan vasto, que simultáneamente le vemos ocupado en una tarea de historia jurídica, que por cierto nadie esperaría de él, y que prueba su sagaz instinto, hasta en un género de erudición que apenas había saludado. En 1798, hallándose en París con pocos recursos, solicitó del Rey de España una pensión para dedicarse a investigaciones útiles a nuestra historia en la Biblioteca Nacional de la República: «Entre los manuscritos que hay en ella (decía) citaré algunas de las leyes de los visigodos, inéditas y absolutamente desconocidas hasta ahora, que se leen en un códice del siglo VII, donde están las obras de San Jerónimo y Gennadio, De viris illustribus. Estas leyes se hallan esparcidas en quince o veinte páginas, desde la 71 hasta la 144; y aunque se han raspado, y sobre el mismo pergamino se han escrito los dos tratados citados, sin embargo, muchas de estas leyes son aún legibles, y preciosísimas por su antigüedad, que sube hasta el siglo VI, y por ser las fuentes de nuestra legislación. Muchos de estos códices ilustran igualmente puntos muy esenciales de nuestra historia civil y eclesiástica y de nuestra cronología, especialmente desde Fernando I hasta los Reyes Católicos. Estos materiales son indispensables para saber a fondo nuestra historia. Como el que representa se haya ocupado con tesón en este género de investigaciones y desee continuarlas, haciendo útiles para la nación española sus trabajos literarios, y como para ello le fuera necesario abandonar cualquiera otra ocupación, solicita sobre los gastos extraordinarios de esta Embajada la pensión que fuere del agrado de S. M. concederle».

El Ministro Saavedra pidió informe sobre esta petición de Marchena a nuestro embajador en París D. José Nicolás de Azara, persona (como es sabido) de grande ilustración y cultura literaria y artística, pero que, por haber trocado en odio su antigua afición a los principios de la Revolución francesa, no podía mirar con buenos ojos a los que en ella habían tomado tan activa parte. Contestó, pues, al Ministro que Marchena era una cabeza destornillada, alegando en prueba de ello que había compuesto y publicado un libro en defensa del Ateísmo; que probablemente sería el Ensayo de Teología, impreso el año anterior. Con tales informes es claro que no había de prosperar la pretensión de Marchena; y fue lástima; porque en vez de continuar perdiendo el tiempo en tales teologías espinosistas, y en otras aberraciones más o menos perjudiciales a su buen nombre, hubiera arrebatado a Knust la honra de copiar el primero los fragmentos de la ley primitiva de los visigodos, que aquél no leyó hasta 1828; y a Bluhme la de publicarlos, con casi medio siglo de antelación, puesto que la edición de éste, única que tenemos hasta ahora, no apareció hasta 184747. El haber fijado su atención en el palimpsesto de París y haber comprendido toda su importancia en 1798, es

sin duda uno de los rasgos que más evidencian el claro entendimiento de Marchena siempre que su monomanía enciclopedista no le perturbaba el juicio48. Después del proceso y destierro del general Moreau en 1804, Marchena, que hasta entonces había sido secretario suyo y satélite de su política, se hizo bonapartista y fogoso partidario del Imperio, en el cual veía lógicamente la última etapa de la Revolución, y primera de lo que él llamaba libertad de los pueblos, es decir el entronizamiento de las ideas de Voltaire, difundidas por la poderosa voz de los cañones del César corso. No entendía de otra libertad, ni de otro patriotismo Marchena, aunque entonces pasase por moderado, y estuvieran ya lejanos aquellos días de la Convención, en que osó escribir sobre la puerta de su casa: «Ici l' on enseigne l' athéisme par principes».

- III -

La verdad es que Marchena no tuvo reparo en admitir el cargo de secretario de Joaquín Murat, cuando en 1808 fue enviado por Napoleón a España49. Acción es ésta que pesa terriblemente sobre su memoria, y más todavía cuando recordamos que ni siquiera la sangre de Mayo bastó a separarle del infame verdugo del Prado y de la Moncloa. ¡Cuán verdad es que, perdida la fe religiosa, apenas tiene el patriotismo en España raíz ni consistencia; ni apenas cabe en lo humano que quien reniega del agua del bautismo y escarnece todo lo que sus padres adoraron y lo que por tantos siglos fue el genio tutelar de su raza, y educó su espíritu, y formó su grandeza, y se mezcló como grano de sal en todos los portentos de su historia, pueda sentir por su gente amor que no sea retórica hueca y baladí como es siempre el culto que se dirige al ente de razón que dicen Estado! Después de un siglo de enciclopedia y de filosofía sensualista y utilitaria, sin más norte moral que la conveniencia de cada ciudadano, es lógica la conducta de Marchena, como lógico fue más adelante el Examen de los delitos de infidelidad de Reinoso, que otros han llamado defensa de la traición a la patria. Uno de los más abominables efectos del positivismo filosófico y de la ideología política fue entonces amortiguar o apagar del todo en las almas de muchos hombres cultos el desinteresado amor a la patria. Viniera de donde viniera el destructor de la Inquisición y de los frailes, de buen grado le aceptaban los afrancesados, y de buen grado le servía Marchena. Por aquellos días que antecedieron a la jornada de Bailén y a la primera retirada del ejército invasor, solía concurrir a la tertulia de Quintana, en quien por rara y feliz contradicción, digna de tan gran poeta como él era, pudieron vivir juntos el entusiasmo por las ideas del siglo XVIII y el patriotismo ferviente que le hizo abrazar desde los primeros momentos la causa nacional. No todos sus tertulianos le imitaron en esto. En los

terribles folletos de Capmany publicados en Cádiz en 181150 pueden leerse las semblanzas de algunos afrancesados y franceses con quienes Capmany tropezó en casa del cantor de España Libre: tales como el reformador de la Gimnástica Amorós, el abate Alea, Esménard, y Mr. Quillet (famoso incautador de los cuadros del Escorial). Entre estos personajes figura Marchena. «Allí vi (dice Capmany) sabios y sabihondos, locos y cuerdos, eruditos y legos, hombres sanos de corazón y otros de alma corrompida... Allí vi al renegado de Dios y de su patria, al prófugo, al apóstata y ateo Marchena, fautor, factor y espía de los enemigos que entraron en Madrid con Murat».

Ya antes de este tiempo estaba Marchena en relaciones con Quintana y sus amigos de Madrid. Algunas alusiones de los versos del Abate nos inducen a creer que en sus mocedades cursó algún tiempo las aulas salmantinas, donde pudo conocer a la mayor parte de ellos. Lo cierto es que desde 1804 fue colaborador de las Variedades de Ciencias, Literatura y Artes, firmando con sus iniciales J. M.51, y presentándole al público los editores (de los cuales el principal era Quintana) como «un español ausente de su patria, más de doce años había, y que en medio de las vicisitudes de su fortuna no había dejado de cultivar las musas castellanas». Allí se anunció que proyectaba una nueva traducción de los poemas ossiánicos, más perfecta e íntegra que las de Ortiz y Montengón; y se pusieron para muestra varios trozos. Se conoce que a Marchena, falsario por vocación, le agradaban todas las supercherías, aun las ajenas, y por eso traduciendo las rapsodias del supuesto bardo caledonio anduvo más poeta que en la mayor parte de sus versos originales; de tal suerte que es de lamentar la pérdida de la versión entera, de la cual sólo quedan estos fragmentos, y los dos poemas La Guerra de Caros y La Guerra de Inistona incluidos en el manuscrito de París. Como la poesía ossiánica de Macpherson, no obstante su notoria falsedad, conserva cierta importancia histórica, como primer albor que fue del romanticismo nebuloso y melancólico, y como una de las primeras tentativas de poesía artificialmente nacional y autónoma, quizás no desagrade a los lectores ver estampado aquí, tal como le interpretó Marchena, el famoso Himno al Sol con que termina el poema de Cárton: trozo lírico curioso por haber servido de modelo al Himno al Sol de Espronceda: ¡Oh tú, que luminoso vas rodando por la celeste esfera, como de mis abuelos el bruñido redondo escudo! ¡Oh sol! ¿De dó manando en tu inmortal carrera va, di, tu eterno resplandor lucido? Radiante en tu belleza majestuoso te muestras, y corridas las estrellas esconden su cabeza en las nubes; las ondas de Occidente las luces de la luna oscurecidas

sepultan en su seno; reluciente tú en tanto vas midiendo el amplio cielo. ¿Y quién podrá seguir tu inmenso vuelo? Los robles empinados del monte caen; el alto monte mismo los siglos precipitan al abismo; los mares irritados ya menguan y ya crecen, ora se calman y ora se embravecen. La blanca luna en la celeste esfera se pierde; mas tú ¡oh sol! en tu carrera de eterna luz brillante ostentas tu alma faz siempre radiante. Cuando el mundo oscurece la tormenta horrorosa, y cruje el trueno, tú, rïendo sereno, muestras tu frente hermosa en las nubes, y el cielo se esclarece, ¡ay! que tus puros fuegos en balde lucen, que los ojos ciegos de Ossián no los ven más; ya tus cabellos dorados vaguen bellos en las bermejas nubes de Occidente, Ya en las puertas se muevan de Orïente. Pero también un día tu carrera acaso tendrá fin como la mía; y sepultado en sueño, en tu sombría noche, no escucharás la lisonjera voz de la roja aurora; sol, en tu juventud gózate ahora. Escasa es la edad yerta, como la claridad de luna incierta que brilla entre vapores nebulosos y entre rotos nublados...

Estos versos, jugosos y entonados, aunque pobres de rima, son muestra clarísima de que sus largas ausencias y destierros no habían sido parte a que Marchena olvidara la dicción poética española, sin que todavía en aquella fecha necesitara recurrir para abrillantarla o remozarla a los extraños giros, inversiones y latinismos con que en sus últimos años afeó cuanto compuso en prosa y verso. A los pocos días de haber llegado Marchena a Madrid, donde todavía imperaba, aunque solamente pro formula, el antiguo régimen, se creyó obligado el inquisidor general D. Ramón José de Arce (varón, por otra parte, de carácter tolerantísimo y latitudinario, y aun tildado de complicidad con las nuevas ideas) a mandar prender al famoso girondino,

cuya estrepitosa notoriedad de ateo había llegado hasta España escandalizando todos los oídos piadosos. Se le prendió, pues, y se mandó recoger sus papeles (algunos de los cuales tengo yo a la vista); pero Murat envió una compañía de granaderos, que le sacó a viva fuerza de las cárceles del Santo Tribunal. Con esta ocasión compuso Marchena ocho versos insulsos, que llamó epigrama, y que han tenido menos suerte que aquella su famosa chanza contra el ministro Urquijo, desdichado traductor de La Muerte de César de Voltaire: Ayer en una fonda disputaban de la chusma que dramas escribía cuál entre todos el peor sería: unos «Moncin», «Comella» otros gritaban: «El más malo de todos, uno dijo, es Voltaire traducido por Urquijo».

Otro recuerdo literario tenemos de Marchena, en este año de 1808. Es una tragedia clásica, Polixena, impresa entonces52, pero no representada nunca, por los motivos que el autor, muy pagado siempre de cualquier obra suya, indica en el prólogo de sus Lecciones de Filosofía Moral: «Su autor nunca quiso consentir en que se representara; no atreviéndose a fiar la obra de actores que, exceptuando Máiquez, ni la más leve tintura tienen de declamación trágica. Del mérito de esta tragedia no soy yo juez competente; mis elogios parecerían hijos de mi afecto, y si quisiera tratarla con rigor, me sucedería lo que a Dédalo: bis patriae cecidere manus».

En el penúltimo número del Memorial Literario o Biblioteca Periódica de Ciencias, Literatura y Artes; en el mismo que contiene los sanguinarios bandos de Murat después del dos de Mayo, publicose un largo artículo encomiástico de esta tragedia firmado con las iniciales M. de C., que eran las de D. Mariano Carnerero, el cual entonces comenzaba su varia y azarosa carrera de periodista y diplomático, protegido del Príncipe de la Paz, afrancesado después de su caída, y finalmente camaleón político de todos colores desde el liberal más exaltado hasta el realista más intransigente. Carnerero, pues, correligionario político de Marchena a la sazón, y quizá deseoso de entrar en el favor del Gran Duque de Berg por mediación de su secretario, escribió en 10 de Mayo de 1808 (fecha nada oportuna para hablar de otras tragedias que las que se representaban en la calle) un pomposo elogio de la Polixena, que termina con estas curiosas palabras: «El Sr. Marchena manifiesta bien los conocimientos inmensos que posee en el arte difícil de la poesía dramática, y al mismo tiempo prueba cuán estudiados tiene los grandes modelos, cuyas huellas sigue con paso valiente. Desearíamos que esta tragedia se

representase, tanto por ver el efecto teatral que puede producir, como porque es una de las poquísimas tragedias originales que poseemos dignas de citarse con aplauso. Acaso (nos atrevemos a decirlo sin rebozo) es la que más se acerca a las sublimes producciones de los griegos y de Racine. ¿Pero dónde están los actores? Los pocos que algo valían están separados y consumidos con rencillas: pero, muy pronto, un gobierno activo y amante de las artes va a decidir las necias querellas y a ponernos en el sendero de la prosperidad, por el cual, al paso que las naciones se ilustran y fomentan, las artes imitadoras son protegidas, recompensadas e impelidas al punto de perfección que nunca tocan cuando almas frías y destituidas de amor a las luces manejan a su albedrío la suerte de sus semejantes. Entonces los literatos y los artistas ninguna disculpa tendrán si no progresan y corren a rivalizar con los más célebres modelos: entonces es interés nacional demostrar que si los españoles no habían adelantado como era justo, no era por falta de ingenio, y sólo sí por la fatalidad del indolente y viciado gobierno bajo el cual han vivido por espacio de dos siglos».

No haremos alto en la frescura que suponen estos vaticinios estampados en la misma página53 en que comienza aquella famosa orden del día: «Soldados: el populacho de Madrid se ha sublevado, y ha llegado hasta el asesinato... La sangre francesa ha sido derramada; clama por la venganza».

Pero apartando tan importunos recuerdos, que no dejan en muy buen lugar el patriotismo del crítico ni el del poeta, dudamos mucho que la Polixena, aun representada por Máiquez que a tantas tragedias débiles dio por algún tiempo apariencias de vida, hubiera podido triunfar en el teatro. El abate Marchena era humanista muy docto, pero no tenía ninguna condición de poeta dramático. Su tragedia es un ensayo de gabinete, que puede leerse con cierto aprecio, el que merecen las cosas sensatas y los productos laboriosos de la erudición y del estudio: hay en ella felices imitaciones de Eurípides54, de Virgilio55, de Séneca el Trágico56, de Racine57, y de otros clásicos antiguos y modernos: no falta nervio y majestad en la locución; pero todo es allí acompasado y glacial; ni Pirro enamorado de Polixena, ni Polixena fiel a la sombra de Aquiles, llegan a interesarnos: la fábula, simplicísima de suyo, se desenvuelve no en acción sino en largos y fatigosos discursos; y para colmo de desgracia, la versificación es, con raras excepciones, intolerablemente dura, premiosa y, por decirlo así, desarticulada. No hablemos de la plaga de asonantes indebidos, porque éste es vicio general de todas las composiciones de Marchena, y en él más disculpable que en otros por el largo tiempo que había pasado en tierras extrañas, perdiendo el hábito de la peculiar harmonía de nuestra prosodia. De todos modos estos versos faltos de fluidez y llenos de tropezones, robustos a veces por el vigor de la sentencia pero ingratos casi siempre

al oído, y por añadidura mal cortados para el diálogo dramático, hubieran hecho penoso efecto en un público acostumbrado a la sonora magnificencia de los versos del Orestes, del Pelayo, del Óscar, del Polinice y de La Muerte de Abel. La Polixena, además, hasta por lo inoportuno del tiempo en que salió a luz, no fue leída ni por los literatos siquiera, cayendo en el olvido más profundo, que quizá no merece del todo, aunque sea manifiestamente muy inferior a la tragedia italiana de Niccolini sobre el mismo argumento, premiada en 1811 por la Academia de la Crusca58. El intruso rey Bonaparte nombró a Marchena director (o como entonces se decía redactor) de la Gaceta y archivero mayor del Ministerio del Interior (hoy de la Gobernación); incluyó su nombre en la lista de individuos que habían de formar parte de una grande Academia o Instituto Nacional que pensaba fundar59; le dio la condecoración de Caballero de la Orden española creada por él (que Moratín llamaba burlescamente la cruz del pentágono, y los patriotas la orden de la berengena); y le ayudó con una subvención para que tradujera el teatro de Molière, secundando en esta tarea a Moratín, que acababa de adaptar a la escena española, con habilidad nunca igualada, La escuela de los maridos. Marchena puso en castellano todas las comedias restantes, según afirma en sus Lecciones de Filosofía Moral; pero desgraciadamente se ignora el paradero de esta versión completa, que, a juzgar por las muestras que tenemos de ella, hubiera sido la mejor obra de Marchena y la que sin escándalo de nadie hubiese recomendado su nombre a la posteridad. Sólo llegaron a representarse e imprimirse dos comedias, El hipócrita (Tartuffe), en 1811, y La escuela de las mujeres, en 1812: ambas recibidas con grande aplauso, especialmente la primera, en los teatros de la Cruz y del Príncipe60. Estas traducciones, ya bastante raras, disfrutan de fama tradicional, sancionada por el juicio de Lista y de Larra, y en gran parte merecida. Marchena puso en ellas todo lo que podía poner un hombre que no había nacido poeta cómico: su mucha y buena literatura, su profundo conocimiento de las lenguas francesa y castellana. En la pureza de la dicción mostró especial esmero, y, quizá por huir del galicismo, cayó alguna vez en giros arcaicos y violentos. «Sé a lo menos (pudo decir con orgullo al frente del Tartuffe) que esta versión no está escrita en lengua franca; idioma que hablan tantos en el día, y en que allá ellos se entienden... Declamen cuanto quieran en buen hora contra los que saben el castellano los que no le han estudiado... Nuestros traductores y muchos de nuestros autores no han venido a caer en la cuenta de que como el latín se aprende en los autores latinos, así ni más ni menos el castellano se aprende en los castellanos».

El punto flaco de estas traducciones ya le indicó Lista con su tino y buen gusto habituales, al dar cuenta de una representación del Tartuffe, en las revistas dramáticas que en 1821 escribía en El Censor: «El Sr. Marchena, en quien la literatura española acaba de perder uno de sus ornamentos, y la libertad uno de sus más antiguos y constantes defensores, ha traducido con toda verdad el pensamiento

de Molière, le ha hecho hablar español, y ha sabido conservar la gracia y el enlace de las ideas; pero sus versos en el género cómico carecen de la fluidez y harmonía que hemos notado en las composiciones líricas de aquel sabio literato. Tiene la versificación cómica un giro particular, y con el cual es muy posible que no acierte un poeta muy estimable en otros géneros. La harmonía cómica está ya irrevocablemente fijada en nuestra lengua por los versos de El viejo y la niña, La mogigata y algunas escenas de El Barón: y todo lo que se separe de las formas que presentan estos modelos, no será más que prosa asonantada»61.

Con menos fundamento se ha tildado a Marchena (y lo mismo hubiera podido tildarse a Moratín) de haber trasladado el escenario de estas comedias a España, cambiando los nombres de los interlocutores. Devotos habrá de Molière, sobre todo en Francia, a quienes esto parezca profanación intolerable; pero hay que tener en cuenta que estos arreglos se hicieron para la representación, y que si a unos, por saber el original de memoria, puede disonar el oír los conceptos de Molière en boca de don Fidel, D. Simplicio, D. Liborio Carrasco o D.ª Isabelita, todavía más ridículo e intolerable sería para un auditorio español el que desfilaran por la escena Mad. Pernelle, Orgon, Damis, Flipote, Sganarelle, y otros personajes de nombres todavía más revesados y menos eufónicos. Si las comedias de Molière tienen, como nadie niega, un fondo humano, poco importará que este fondo se exprese por boca de Chrysale, o por boca de D. Antonio. Lo que principalmente falta a Marchena es gracejo y fuerza cómica. Pero el talento del hombre donde quiera se muestra, aun en las cosas que parecen más ajenas de su índole; y por eso las traducciones de Marchena se levantan entre el vulgo de los arreglos dramáticos del siglo XVIII quantum lenta solent inler viburna cupressi. Creo, sin embargo, que hubiera acertado haciéndolas todas en prosa, en aquella prosa festiva, tan culta y tan familiar a un tiempo, en que tradujo, años andando, los cuentos de Voltaire. Pero fuesen en prosa o en verso, siempre habrá que deplorar la pérdida de estas comedias, y también de las ilustraciones que Marchena pensó añadirlas y cuyo plan expresa en el prólogo de La escuela de las mujeres: «Se irán publicando las comedias de Molière, cada una de por sí, y a medida que se fueren representando. Como apéndice de esta versión, saldrán adjuntas a algunas de ellas disertaciones acerca de nuestro teatro, en que, sin disimular los gravísimos yerros en que incurrieron nuestros antiguos poetas, haremos notar las hermosuras que a vueltas de ellos en sus producciones se encuentran. Trataremos en otras de la comedia francesa, del teatro cómico en general, etc., de modo que la colección de estos discursos pueda ser reputada por una Poética de la Comedia».

No sabemos si algo de esto llegó a realizarse. Los papeles de Marchena sufrieron, en su mayor parte, extravío después de su muerte, pero no hemos de perder la esperanza de que algún día parezcan. Además de las comedias de Molière, tradujo y dio a los actores Marchena dos piezas cómicas francesas de menos cuenta, aunque muy celebradas entonces: El amigo de los hombres y el egoísta (que es el Philinte del convencional Fàbre de l' Églantine, que quiso presentar en ella una tesis contradictoria de la de El misántropo) y Los dos yernos, del académico Etienne, comedia ingeniosa que había tenido gran éxito en 1810. Faltan en esta colección, por no haberse encontrado hasta ahora ejemplares de ellas. Tanto escasean nuestras comedias de principios del siglo, y especialmente las de los años que corresponden a la guerra de la Independencia. A pesar de sus méritos literarios, cada día mayores, Marchena no hizo gran fortuna, ni siquiera con los afrancesados62, lo cual ha de atribuirse a su malísima lengua, afilada y cortante como un hacha, y a lo áspero, violento y desigual de su carácter, cuyas rarezas, agriadas por su vida aventurera y miserable, ni aun a sus mejores amigos perdonaban. Acompañó al rey José en su viaje a Andalucía en 1810, y hospedado en Córdoba en casa del penitenciario Arjona, escribió de concierto con él una oda laudatoria del intruso monarca, refundiendo en parte otra que el mismo Arjona había compuesto en 1796 para dar la bienvenida a Carlos IV. La oda no es tan mala como pudiera esperarse de un parto lírico de dos ingenios; y tiene algunos versos felices, por ejemplo aquellos en que convida a José a gozar las delicias de las márgenes del Betis, en que el cantor de la venganza argiva fingió la mansión de los bienaventurados y donde los fabulosos reyes Argantonio y Gerión tuvieron su pacífico imperio. Pero son intolerables las tristes adulaciones a la dominación extranjera, hasta llamar al usurpador «delicias de España»: Así el Betis se admira cuando goza a tu influjo el descanso lisonjero, al tiempo que de Marte el impio acero aún al rebelde catalán destroza.

Los versos son malos, pero aún es peor y más vergonzosa la idea. ¡Y no temían estos hombres que se levantasen a turbar su sueño las sombras de las inultas víctimas de Tarragona! No hay gloria literaria que alcance a cohonestar tan indignas flaquezas, ni toda el agua del olvido bastará a borrar aquella oda en que Moratín llamó al mariscal Suchet digno trasunto del héroe de Vivar, porque había conquistado a Valencia como él! Un curioso folleto publicado en 1813 con el título de Descripción físico-moral de los tres satélites del tirano que acompañaban al intruso José la primera vez que entró en Córdoba63, los cuales tres satélites eran el Superintendente de Policía Amorós, el Comisario Regio Angulo, y nuestro Marchena, nos ofrece del último esta curiosa semblanza: «Marchena, presencia y aspecto de mono, canoso, flaco y enamorado

como él mismo, jorobado, cuerpo torcido, nariz aguileña, patituerto, vivaracho de ojos aunque corto de vista, de mal color y peor semblante, secretario del general Desolles, el segundo en la rapiña de Córdoba después de la entrada de Dupont, y con quien vino de Francia, donde se hallaba huido por su mala filosofía y peor condición64».

Ha de advertirse, en honor de la verdad y como nuevo testimonio de que Marchena valía, aun moralmente, más que casi todas las gentes con quienes tuvo la desgracia de unirse, que el anónimo autor del folleto se limita a burlarse de su menuda persona, extravagante facha y ridículas pretensiones amorosas, pero no le achaca ninguno de los asesinatos, rapiñas y sacrilegios de que acusa a Amorós y a Angulo. Siguió Marchena en 1813 la retirada del ejército francés a Valencia. Allí solía concurrir de tertulia a la librería de D. Salvador Faulí, la cual gustaba de convertir en cátedra de sus opiniones anti-religiosas. Los mismos afrancesados solían escandalizarse, a fuer de varones graves y moderados, y le impugnaban, aunque con tibieza, distinguiéndose en esto Moratín y Meléndez. El librero temió por la inocencia de sus hijos, que oían con la boca abierta aquel atajo de doctas blasfemias, y fue a pedir cuentas a Marchena, a quien encontró leyendo la Guía de Pecadores. El asombro que tal lectura le produjo acrecentose con las palabras del Abate, que ya en otro lugar quedan referidas. Ganada por los ejércitos aliados la batalla de Vitoria, Marchena volvió a emigrar a Francia, estableciéndose primero en Nimes, y luego en Montpellier y Burdeos, cada vez más pobre y hambriento, y cada vez más arrogante y descomedido. En 28 de Setiembre de 1817 escribía Moratín al abate Melón: «Marchena preso en Nimes por una de aquellas prontitudes de que adolece; dícese que le juzgará un consejo de guerra, a causa de que insultó y desafió a todo un cuerpo de guardia. Yo no desafío a nadie, y nadie se mete conmigo. (Y en postdata añade): Parece que ya no arcabucean a Marchena, y todo se ha compuesto con una áspera reprimenda, espolvoreada de adjetivos».

Como recurso de su miseria, a la vez que como medio de propaganda, emprendió Marchena para editores franceses la traducción de varios libros, de los que por antonomasia se llamaban prohibidos, piedras angulares de la escuela enciclopédica. Vulgarizó, pues, las Cartas Persianas de Montesquieu, el Emilio y la Nueva Eloísa de Rousseau, los Cuentos y novelas de Voltaire (Cándido, Micromegas, Zadig, El Ingenuo, etc.), el Manual de los Inquisidores del abate Morellet (extracto infiel del Directorium Inquisitorum de Eymerich), el Compendio del origen de todos los Cultos de Dupuis (libro tan ruidoso entonces como olvidado hoy, en que se explican todas las religiones por la astronomía y el símbolo zodiacal), las Ruinas de Palmira de Volney, cierto Tratado de la Libertad Religiosa

de un Mr. Benoist, y alguna obra histórica, como la titulada Europa después del Congreso de Aquisgram, por el abate De Pradt65. En un prospecto que repartió en 1819 anunciaba además que muy en breve publicaría el Essai sur les moeurs y el Siglo de Luis XIV; y quizá hiciera alguna otra versión que no ha llegado a mis manos; porque Marchena inundó literalmente a España de engendros volterianos, y a pesar de todas las trabas puestas a su circulación por el gobierno absoluto de Fernando VII, estos libros, introducidos de contrabando por la frontera francesa, llevaron por todas partes su maléfica influencia, contagiando a gran parte de la juventud, especialmente a los estudiantes, entre quienes corrían con profusión, como sabemos por testimonios dignos de fe respecto de Alcalá, Salamanca y Sevilla. Por desgracia, algunas de estas versiones estaban escritas con tal primor y arte, y en tan pura lengua castellana, que hacían mucho más temible y peligroso el veneno. Otras eran atropelladas y de pane lucrando, hechas por el Abate para salir del día, con rapidez de menesteroso y sin intención literaria. De aquí enormes desigualdades de estilo, según el humor del intérprete y según la mayor o menor largueza de los libreros que hacían trabajar a Marchena a destajo. Apenas puede creerse que salieran de la misma pluma la deplorable versión de las Cartas Persianas, que parece de un principiante; la extravagantísima del Emilio, atestada de arcaísmos, transposiciones desabridas y giros inarmónicos; y la fácil y castiza y donosa de Cándido, de Micromegas y de El Ingenuo, que casi compiten en gracia y limpieza de estilo con los cuentos originales. Esta traducción, muy justamente ponderada por D. Juan Valera, en cuyo primoroso estilo parece haber ejercido alguna remota influencia, prueba lo que Marchena era capaz de hacer en prosa castellana cuando se ponía a ello con algún cuidado y no caía en la tentación de latinizar a todo trapo, como en el famoso discurso de que hablaré después. El mérito de la traducción de las Novelas puede apreciarse con una sencilla comparación. Moratín, uno de los perfectos modelos, quizá el más perfecto de su tiempo, en la prosa festiva y familiar, tradujo también el Cándido de Voltaire66. La traducción es muy digna de su talento, aunque por justos reparos no figure en la colección de sus obras; y sin embargo, con todos los respetos debidos a tal maestro de lenguaje, no nos atrevemos a decir que venza en gracejo y blanda ironía a la de Marchena. Y aunque parezca cosa baladí, y que está al alcance de cualquier jornalero literario, la traducción de un libro francés en prosa, no debe de ser tan fácil la empresa cuando se trata de castellanizar lo que se traduce, respetando el giro y propiedad de nuestra lengua. Los versos franceses suelen ganar puestos en castellano, pero las buenas traducciones en prosa son tan raras que en todo el fárrago de la literatura del siglo XVIII sólo recordamos, como dignas de especial y entera alabanza, el Gil Blas del P. Isla (a quien bien pueden perdonarse algunas infidelidades al texto original y algunos galicismos leves, en gracia del vigor, animación y naturalidad del conjunto), el delicioso Robinsón de D. Tomás de Iriarte, y las ya citadas de Moratín y Marchena. Pero el trabajo más meritorio y más celebrado de nuestro Abate por aquellos días fue la colección de trozos selectos de nuestros clásicos, intitulada Lecciones de Filosofía Moral y Elocuencia67. La colección en sí parece pobre y mal ordenada, comparándola con otras antologías del mismo

tiempo o poco anteriores, como el Teatro crítico de la Elocuencia española de Capmany o la de Poesías Selectas que formó Quintana. Pero lo notable es un discurso preliminar y un exordio, en que Marchena teje a su modo la historia literaria de España, y nos da en breve y sustancioso resumen sus opiniones críticas e históricas, y hasta morales y religiosas. Lejos están ya de nosotros los tiempos en que este discurso fue puesto en las nubes, aun por literatos que no participaban de las aberraciones políticas y religiosas de Marchena. D. Juan M.ª Mauri, por ejemplo, en su Espagne Poétique, aun deplorando «el lenguaje afectado, extraño y trivialmente indígena» de Marchena, estima que este trozo crítico es, por otra parte, «el mejor compuesto, el más nutrido de ideas, el más vigoroso que se haya publicado nunca». Usando de una expresión vulgarísima, pero muy enérgica, tengo que decir que se cae el alma a los pies cuando engolosinado uno con tales ponderaciones acomete la lectura del célebre discurso, y quiere apurar los quilates de la ciencia crítica de Marchena. Hoy que el libro ha perdido aquella misteriosa aureola que le prestaban de consuno la prohibición y el correr a sombra de tejado, pasma tanto estruendo por cosa tan mediana. La decantada perfección lingüística de Marchena en este fragmento, que quiso presentar como pieza de examen, estriba en usar monótona y afectadamente del hipérbaton latino con el verbo al fin de la cláusula, venga o no a cuento, y aunque desgarre los oídos; en embutir donde quiera las locuciones muy más, cabe, so capa, y eso más que, sobre todo esta última que se le antojaba muy castiza no sé por qué razón; en encrespar toda la oración con vocablos altisonantes revueltos con otros de bajísima y plebeya ralea; en llenar la prosa de fastidiosísimos versos endecasílabos, y en torcer y descoyuntar de mil modos la frase, dándose casi siempre tal maña que escoge, para rematar el período, la combinación más áspera y chillona. Muy loable era el purismo teórico de Marchena, excelente la doctrina que sobre este particular profesaba68, y en algunas de sus traducciones no hay duda que predicó con el ejemplo. Pero si sólo le juzgásemos por esta muestra de su prosa original, muy menguado tendríamos que suponer el estudio que había hecho de los clásicos, puesto que no le habían enseñado lo primero que debe aprenderse de ellos: la naturalidad. Estilo más enfático y pedantesco que el del tal discurso apenas le conozco en castellano, digo entre las cosas castellanas que merecen ser leídas. Porque lo merece sin duda, aunque esté lleno de gravísimos errores de hecho y de derecho, y escrito con rencorosa saña de sectario, que traspira desde las primeras líneas. La erudición de Marchena en cosas españolas era cortísima. Hombre de vasta lectura latina y francesa, había saludado muy pocos libros castellanos, aunque éstos los sabía de memoria. Garcilaso, el bachiller La Torre, Cervantes, ambos Luises, Mariana, Hurtado de Mendoza, Herrera y Rioja, Quevedo y Solís, Meléndez y Moratín, constituían para él nuestro tesoro literario. De ellos y pocos más formó su colección: de ellos casi solos trata en el Discurso preliminar. La poesía de la Edad Media es para él letra muerta, aun después de las publicaciones de Sánchez: de los romances tampoco sabe nada, o lo confunde todo, y ni uno solo de los históricos, cuanto más de los viejos, admite en su colección. Los juicios sobre autores del siglo XVI suelen ser de una petulancia y ligereza intolerables: llama a las obras de Santa Teresa adefesios que

excitan la indignación y el desprecio, y no copia una sola línea de ellas. Tampoco del venerable Juan de Ávila, ni de otro alguno de los predicadores españoles, porque son «títeres espirituales». Los ascéticos, con excepción de Fray Luis de Granada, le parecen mezquinos y risibles: las obras místicas y de devoción, cáfila de desatinos y extravagancias, disparatadas paparruchas. Los Nombres de Cristo, del Maestro León, le agradan por el estilo; ¡lástima que el argumento sea de tan poca importancia, como que nada vale! De obras filosóficas no se hable, porque tales ciencias (basta que lo diga Marchena bajo su palabra) nunca se han cultivado ni podídose cultivar en España, donde el abominable tribunal de la Inquisición aherrojó los entendimientos, privándolos de la libertad de pensar. ¿Ni qué luz ha de esperarse de los historiadores, esclavos del estúpido fanatismo, y llenos de milagros y patrañas? Borrémoslos, pues, sin detenernos en más averiguaciones y deslindes. Por este sistema de exclusión prosigue Marchena hasta quedarse con Cervantes y con media docena de poetas. Tan extremado en la alabanza como antes lo fue en el vituperio, no sólo afirma que nuestros líricos vencen con gran exceso a los demás de Europa, porque resulta, según su cálculo y teorías, que el fanatismo, calentando la imaginación, despierta y aviva el estro poético, sino que se arroja a decir que la canción A las Ruinas de Itálica vale más que todas las odas de Píndaro y Horacio juntas: tremenda andaluzada que ni siquiera en un hijo de Utrera, paisano del verdadero autor de la oda, puede tolerarse. Bella es la canción de las Ruinas, y tuvo en su tiempo la novedad de la inspiración arqueológica; pero ¡cuántas composiciones líricas la vencen, aun dentro de nuestro Parnaso! Marchena, amontonando yerro sobre yerro, continúa atribuyendo (como D. Luis José Velázquez) los versos del Bachiller La Torre a Quevedo: cita como prueba de la fuerza y originalidad de la dicción poética de éste una traducción de Horacio, que es del Brocense; y finalmente decreta, sin ningún género de salvedades, el principado de la lírica a los andaluces, poniéndose él mismo en el coro (y nada menos que al lado del Divino Herrera), no sin anunciar que ya vendrá día en que la posteridad le alce un monumento, vengándole de sus inicuos opresores. Y, sin embargo, la crítica de Marchena no es vulgar, ni mucho menos, aunque diste harto de ser la mejor de su tiempo, como han pretendido algunos. Faltan en ella cualidades preciosas que otros tuvieron: el delicado análisis que Capmany, antes y mejor que nadie, aplicó a nuestra prosa; el hondo sentido de la forma poética, la insinuante moderación, el toque sobrio y firme de Quintana; la lucidez y simpática elegancia de Martínez de la Rosa; el buen instinto, generoso y amplio de Lista; el vigor dialéctico que muestra Reinoso aun sujeto por las trabas de la árida ideología de su tiempo. En cambio, Marchena, hombre de cultura más extensa que profunda, pero cultura notable al cabo y en algunos puntos superior a la de casi todos sus coetáneos, tiene, a falta del juicio, que es la facultad que menos le acompañó en sus obras ni en su vida, una libertad de espíritu aventurera e indisciplinada, que muchas veces le descarría, pero que también le sugiere casuales aciertos, expresados por él con su ingénita bizarría y con aquel original desenfado propio de su temperamento de polemista curtido en las más recias tormentas revolucionarias. De vez en cuando centellean en aquellas extrañas páginas algunas intuiciones

felices, algunos rasgos críticos de primer orden: tal es el juicio del Quijote; tal alguna consideración sobre el teatro español, perdida entre mucho desvarío que quiere ser pintura de nuestro estado social en el siglo XVII, tan desconocido para Marchena como podía serlo el XIV; la distinción entre la verdad poética y la filosófica: tal lo que dice del platonismo erótico: tal el hermoso paralelo entre Fr. Luis de Granada y Fr. Luis de León considerado como prosista, que es quizá el mejor trozo que escribió Marchena, por más que algo le perjudique la forma retórica de la simetría y la antítesis: tal el buen gusto con que en pocos y chistosos rasgos tilda el castellano de Cienfuegos, en quien le agradaban las ideas, y le repugnaba el neologismo. Pero repito que todos estos brillantes destellos lucen en medio de una noche caliginosa; y a cada paso va el lector tropezando, ya con afirmaciones gratuitas, ya con juicios radicalmente falsos, ya con ignorancias de detalle, ya con alardes intempestivos de ateísmo y despreocupación, ya con brutales y sañudas injurias contra España, ya con vilísimos rasgos de mala fe. En literatura, su criterio es el de Boileau; y aunque esto parezca inverosímil, un hombre como Marchena, que en materias religiosas, políticas y sociales llevaba hasta la temeridad su ansia de novedades y sólo vivía del escándalo y por el escándalo, en literatura es, como su maestro Voltaire, acólito sumiso de la iglesia neo-clásica; observador fiel de los cánones y prácticas de los preceptistas del siglo de Luis XIV, y furibundo enemigo de los modernos estudios y teorías sobre la belleza y el arte, de «esa nueva oscurísima escolástica, con nombre de Estética, que califica de romántico o novelesco cuanto desatino la cabeza de un orate imaginarse pueda». Para Marchena, como para todos los volterianos rezagados, para José M.ª Chénier, para Daunou, para La Harpe antes y después de su conversión, Racine y Molière continuaban siendo las columnas de Hércules del arte. En su crítica y en su estética (si es lícito usar aquí este nombre por él tan aborrecido) no le cuadraba mal a Marchena ese apodo de abate que quizá con intención sarcástica añadían siempre a su apellido sus contemporáneos: porque en esto continuaba siendo un abate del siglo XVIII. A Shakespeare le llama lodazal de la más repugnante barbarie; a Byron ni aun le nombra; de Goethe no conoce o no quiere conocer más que el Werther. Juzgadas con este criterio nuestras letras, todo en ellas había de parecer excepcional y monstruoso. Restringido arbitrariamente el principio de imitación, que el realismo español había interpretado con tan amplio sentido; entendida con espíritu mezquino la antigüedad misma (¿ni qué otra cosa había de esperarse de quien dice que Esquilo violó las reglas del drama, es decir las reglas del abate D'Aubignac?); convertidos en pauta y ejemplar único los artificiales productos de una cultura cortesana y refinadísima, flores por la mayor parte de invernadero, sólo el buen gusto y el instinto de lo bello podían salvar al crítico en los pormenores y en la aplicación de sus reglas, y ciertamente salvan más de una vez a Marchena. Pero aun en estos casos es tan inseguro y contradictorio su juicio, parecen tan caprichosos sus amores y sus odios, y tan podrida está la raíz de su criterio histórico, que los mismos esfuerzos que hace para dar a su crítica carácter trascendental y entretejer la historia literaria con los hilos de la historia externa, sólo sirven para despeñarle. Bien puede decirse que todo autor español comienza por desagradarle en el mero

hecho de ser español y católico; y necesita un gran esfuerzo para sobreponerse a esta prevención. No concibe literatura grande y floreciente sin espíritu irreligioso; y cegado por tal manía, ora se empeña en demostrar que los españoles de la Edad Media eran muy tolerantes y hasta indiferentes en religión, como si no protestaran de lo contrario las hogueras que encendió San Fernando, las matanzas de judíos, los actos de la Inquisición catalana, y todos nuestros cuerpos legales; ora se atreve a poner lengua (caso raro en un español) en la veneranda figura de la Reina Católica, a quien llama «implacable en sus venganzas, y sin fe en la conducta pública»; ora coloca al libelista Fray Pablo Sarpi en puesto más eminente que a todos nuestros historiadores, por el solo hecho de haber sido tenido por protestante aunque solapado; ora desprecia como bárbara cáfila de expresiones escolásticas la ciencia de Santo Tomás y de Suárez; ora niega porque sí, y por quitar una gloria más a su patria, la realidad del mapa geodésico del maestro Esquivel, de que dan fe por vista de ojos Ambrosio de Morales y otros testigos irrecusables; ora explica la sabiduría de Luis Vives por haberse educado fuera de la Península (olvidando sin duda sus vehementes diatribas contra la universidad de París); ora califica de patraña un hecho tan judicialmente comprobado como el asesinato del Niño de la Guardia; ora imagina desbarrando que los monopantos de Quevedo son los jesuitas; ora calumnia feamente a la Inquisición, atribuyéndola el desarrollo del molinosismo, que ella castigó sin paz y sin tregua; ora nos enseña como profundo descubrimiento filosófico que los inmundos trágicos de la Epístola Moral son «nuestros frailes, los más torpes y disolutos de los mortales, encenagados en los más hediondos vicios, escoria del linaje humano». Pero lo más curioso y extravagante es la razón que da para no incluir en su colección mayor número de trozos de Fr. Luis de Granada, a pesar de lo muy persuadido que estaba del soberano mérito de este escritor, que parece haber sido el predilecto suyo entre los nuestros. ¡La razón es que le tenía por inmoral! Y ciertamente que su moral era todo lo más contrario a la extraña moral de Marchena, el cual en otra parte de este abigarrado discurso, donde todo es intemperante, el pensamiento y la expresión, truena con frases tan estrambóticas como grande es la aberración de las ideas, contra «la moral ascética, enemiga de los deleites sensuales en que la reproducción del humano linaje se vincula, tras de los cuales corren ambos sexos a porfía». Él profesa la moral de la naturaleza, «la de Trasíbulo y Timoleón»; y en cuanto a dogma, no nos dice claro si por aquella fecha era ateo o panteísta, puesto caso que del deísmo de Voltaire había ya pasado, y no aceptaba ningún género de Teodicea, dejando en la categoría de los asertos más o menos verosímiles y sujetos al cálculo de probabilidades, «la existencia de una o muchas naturalezas increadas, distintas de la materia, y señoras de ella; la multiplicidad de sustancias en el ser humano; la incorruptibilidad de unas cuando se corrompen las otras». Qui habitat in coelis irridebit eos; y en verdad que parece ironía de la Providencia que la nombradía literaria de aquel desalmado jacobino, que en París abrió cátedra de ateísmo, ande vinculada principalmente (¿quién había de decirlo?) a una oda de asunto religioso, la oda A Cristo crucificado. De esta feliz inspiración quedó el autor tan satisfecho, que con su habitual e inverosímil franqueza, no sólo la pone por modelo en su

colección de clásicos, sino que la elogia cándidamente en el preámbulo, y, comparándose con Chateaubriand, cuya fama de poeta cristiano le sacaba de quicio, y de cuyos Mártires decía que «son una ensalada compuesta de mil yerbas, acedas aquéllas, saladas estotras, y que juntas forman el más repugnante y asqueroso almodrote que gustar pudo el paladar humano», exclama con estudiantil desgarro: «Entre el poema de Los Mártires y la oda A Cristo crucificado media esta diferencia: que Chateaubriand no sabe lo que cree, y cree lo que no sabe, y el autor de la oda sabe lo que no cree y no cree lo que sabe». La inmodestia del autor, por una parte, y por otra los excesivos elogios que en todo tiempo han tributado a esta oda los críticos de la escuela literaria a que el autor pertenecía, contribuyen a que la composición de Marchena no haga en todos los lectores el efecto que por su robusta entonación debiera. El autor la admiró por todos y antes que todos, se decretó por ella una estatua, y nada nos dejó que admirar. Así y todo, es pieza notable, algo artificial y pomposa, demasiado herreriana con imitaciones muy directas, desigual en la versificación, desproporcionada en sus miembros, pequeña para tan grandioso plan, que quiere ser nada menos que la exposición de toda la economía del Cristianismo; y, por último, fría y poco fervorosa, como era de temer del autor, aunque muchos con exceso de buena fe hayan creído descubrir en ella verdadero espíritu religioso. Si lo que Marchena se propuso, según parece, fue demostrar que sin fe pueden tratarse magistralmente los temas sagrados, la erró de medio a medio, y su oda es la mejor prueba contra su tesis. Fácil es a un hombre de talento y de muchas humanidades calcar frases de los libros santos y frases de León y de Herrera, y zurcirlas en una oda, que no será ni mejor ni peor que todas las odas de escuela; pero de esto al arranque espontáneo de la inspiración religiosa, ¡cuánto camino! Júzguese por las primeras estancias de la oda de Marchena, que, si bien compuestas de taracea, tienen ciertamente rotundidad y número, y vienen a ser las mejores de esta composición, en que todo es cabeza, como si el autor, fatigado de tan valiente principio, se hubiese dormido al medio de la jornada: Canto al Verbo divino, no cuando inmenso, en piélagos de gloria, más allá de mil mundos resplandece, y los celestes coros de contino Dios le aclaman, y el Padre se embebece en la perfecta forma no creada69, ni cuando de victoria la cien ceñida, el rayo fulminaba, y de Luzbel la altiva frente hollaba, lanzando al hondo Averno, entre humo pestilente y fuego eterno, la hueste contra el Padre conjurada. No le canto tremendo, en nube envuelto horrísono-tonante, del Faraón el pecho endureciendo, sus fuertes en las olas sepultando que en los abismos de la mar se hundieron,

porque en brazo pujante Tú, Señor, los tocaste, y al momento, cual humo que disipa el raudo viento, no fueron: la mar vino, y los tragó en inmenso remolino, y Amón y Canaán se estremecieron.

Muy inferiores a ésta son las demás poesías de Marchena, que él con la misma falta de modestia va poniendo por dechados en sus géneros respectivos. Todas ellas figuran en la colección manuscrita de París, siendo la más notable una Epístola sobre la libertad política, dirigida al insigne geómetra español D. José M.ª Lanz, creador, juntamente con D. Agustín Betancurt, de la nueva ciencia de la Cinemática70. En general, esta epístola está pésimamente versificada, llena de asonancias ilícitas, de sinéresis violentas y de cuñas prosaicas: muestra patente deque el autor sudaba tinta en cada verso, obstinado en ser poeta contra la voluntad de las hijas de la Memoria. Hay, no obstante, algunos tercetos dignos de notarse por lo feliz de la idea o de la imagen, ya que no de la expresión; y porque además nos dan el pensamiento político de su autor acerca de la revolución después de pasados los primeros hervores de ella: Tal la revolución francesa ha sido cual tormenta que inunda las campañas, los frutos arrancando del ejido; empero el despotismo las entrañas deseca de la tierra donde habita, cual el volcán que hierve en las montañas.

Queriendo mostrar el autor que todos los excesos revolucionarios son consecuencia del despotismo, y que él nutre y educa la revolución a sus pechos, usa de esta notable comparación: Así en Milton los monstruos del abismo devoran con rabioso ávido diente de quien les diera el ser el seno mismo.

Tampoco carece de cierta originalidad Marchena, como primer cantor español

de la duda, y precursor en esto de Núñez de Arce y otros modernos: ¡Dulce esperanza, ven a consolarme! ¿Quién sabe si es la muerte mejor vida? ¿Quien me dio el ser, no puede conservarme más allá de la tumba? ¿Está ceñida a este bajo planeta su potencia? ¿El inmenso poder hay quién lo mida? ¿Qué es el alma? ¿Conozco yo su esencia? Yo existo. ¿Dónde iré? ¿De dó he venido? ¿Por qué el crimen repugna a mi conciencia?

Bien dijo Marchena que tal poesía era nueva en castellano, pero también ha de confesarse que la nueva cuerda añadida por él a nuestra lira no produce en sus manos más que sonidos discordes, ingratos y confusos. También pagó tributo Marchena a uno de los más afectados, monótonos y fastidiosos géneros que por aquellos días estuvieron en boga: al de las epístolas heroidas, calcadas sobre la famosa de Pope, a la cual no llega ni se acerca ninguna de sus imitaciones. ¿Quién no conoce la famosa Epístola de Eloísa a Abelardo, que Colardeau imitó en francés, y que Santibáñez, Maury y algunos otros, pusieron en castellano, tomándola ya del original ya de la versión; para nocivo solaz de mancebos y doncellas que veían allí canonizados los ímpetus eróticos, reprobadas las austeridades monacales, y enaltecido sobre el matrimonio el amor desinteresado y libre? Ciertamente que esta Eloísa nada tiene que ver con la escolástica y apasionadísima amante de Abelardo, ni menos con la ejemplar abadesa del Paracleto, sino que está trocada, por obra y gracia de la elegante musa de Pope, en una miss inglesa, sentimental, bien educada, vaporosa e inaguantable. ¿Dónde encontrar aquellas tan deliciosas pedanterías de la Eloísa antigua, aquellas citas de Macrobio y de las epístolas de Séneca, del Pastoral de San Gregorio y de la regla de San Benito, aquellos juegos de palabras «oh inclementem clementiam! oh infortunatam fortunam!» mezcladas con palabras de fuego sentidas y no pensadas: «non matrimonii foedera, non dotes aliquas expectavi, non denique meas vouptates aut voluntates, sed tuas, sicut ipse nosti, adimplere studui... Quae regina vel praepotens femina gaudiis meis non invidebit vel thalamis?... Et si uxoris nomen sanctius ac validius videtur, dulcius mihi semper extilit amicae vocabulum, aut (si non indigneris) concubinae vel scorti, ut quo me videlicet pro te amplius humiliarem, ampliorem apud te consequerer gratiam, et sic excellentiae tuae gloriam minus laederem... Quae cum ingemiscere debeam de commissis, suspiro potius de amissis». Después de leídas tales cartas, parece amanerada, aunque agradable siempre, la Heroida de Pope, donde ha desaparecido todo este encanto de franqueza y barbarie, de ardor vehementísimo y sincero. Así y todo, esta ingeniosa falsificación de los sentimientos del siglo XVIII tuvo

portentoso éxito, y engendró una porción de imitaciones con el nombre de heroidas, dado ya en la antigüedad latina por Ovidio a otras epístolas galantes suyas, no menos infieles al carácter de los tiempos heroicos que lo eran las de sus imitadores al espíritu de la Edad Media. ¿Pero cuál de las imitaciones de la heroida de Pope que hay en castellano es la de Marchena? El Sr. Marqués de Valmar, doctísimo colector de nuestros poetas del siglo XVIII, se inclina a atribuirle la más popular de todas; la que se imprimió en Salamanca por Francisco de Toxar, en 1796, con título de Cartas de Abelardo y Eloísa, en verso castellano, y fue prohibida por un edicto de la Inquisición de 6 de Abril de 1799. El Sr. Bergnes de las Casas, que imprimió en Barcelona en 1839, juntamente con el texto latino de las cartas de Abelardo y el inglés de la epístola de Pope, todas las imitaciones castellanas que pudo hallar de unas y otras, atribuye a D. Vicente María Santibáñez, catedrático de humanidades en Vergara, la susodicha famosa traducción que comienza: En este silencioso y triste albergue, de la inocencia venerable asilo...

y da como anónima la respuesta, que parece obra original del traductor de la primera epístola, si bien muy inferior a ella en condiciones literarias, porque ya el original de Pope o de Colardeau no sostenía la flaca vena de su autor: ¿Quién pudiera pensar que en tantos años de penitente y retirada vida...

El hallazgo del manuscrito de París ha venido a resolver la cuestión, puesto que en él aparecen dos epístolas de Eloísa y Abelardo, enteramente originales del abate Marchena y mucho más libres e impías que las que se imprimieron en Salamanca, y de las cuales una, por lo menos, es de Santibáñez, según el testimonio irrecusable de Quintana, que le había conocido y tratado mucho, como también a Marchena71. No es maravilla que tratándose de autores tan análogos en su vida y en sus ideas, y de composiciones sobre el mismo asunto, se hayan confundido las especies. Conste, pues, que las heroidas de Marchena son las que empiezan: Sepulturas horribles, tumbas frías... ¡Oh vida, oh vanidad, oh error, oh nada...72

Así éstas como la mayor parte de las poesías líricas de Marchena se imprimen en esta colección por vez primera, fielmente copiadas por el docto profesor y querido amigo nuestro Mr. Alfred Morel-Fatio de un códice autógrafo de Marchena, que se conserva hoy en la Biblioteca de la Sorbona, y procede de la librería de Mr. Lefebure de Fourcy, antiguo catedrático de la facultad de Ciencias73. De muchas de estas composiciones ya se ha ido haciendo mérito en el curso de esta biografía. Todas ellas parecen compuestas antes de 1808; y sin duda por eso no figura en el manuscrito de París la canción A Cristo crucificado, que debe de ser posterior.

- IV -

Cuando la revolución de 1820 abrió a los afrancesados las puertas de España, Marchena fue de los que regresaron, muy esperanzado, sin duda, de ver premiados bajo el nuevo régimen sus servicios a las ideas liberales, que ciertamente eran más antiguos que los de ningún otro español. Pero nada logró, porque la tacha de traidor a la patria le cerraba todo camino en un tiempo en que las heridas del año 1808 manaban sangre todavía; y los mismos afrancesados que apenas habían comenzado su laboriosa tarea para irse rehabilitando en la opinión (como al fin lo consiguieron en los últimos años de Fernando VII, llegando a ejercer grande influencia en sus consejos como autores o fautores de la teoría del despotismo ilustrado), huían de Marchena, clérigo apóstata, cuyo radicalismo político y religioso, todavía raro en España, bastaba para comprometer cualquier partido a que él se afiliase. Bien a su costa lo experimentó en Sevilla, a donde le llevaron sin duda los recuerdos de su juventud y el apego al suelo natal. Sevilla era entonces un pueblo eminentemente realista, donde las ideas constitucionales sólo eran profesadas por una minoría exigua, al revés de lo que acontecía en Cádiz, Barcelona y otras ciudades marítimas. Uno de los biógrafos de Marchena74, cuyos recuerdos personales se remontan bastante lejos, da sobre este punto curiosas y autorizadas noticias. «La gente liberal en Sevilla era entonces baladí. La mayoría de lo que se llama pueblo, casi toda la nobleza y los propietarios y labradores pertenecían en ideas al absolutismo, fomentado por el numeroso y alto clero y por los más de los frailes. »El bando liberal se componía de muy pocas personas importantes de la ciudad: comerciantes, tenderos, oficiales retirados, ociosos y vagabundos, alguna tropa de la guarnición y de los aficionados a alborotos. »Se decía entonces por fina ironía que todo el pueblo junto en el café del Turco había promovido tal o cual asonada, en cuya frase se pintaba gráficamente cuán reducido número de personas contaba el partido liberal en Sevilla...».

Al principio Marchena fue bien recibido por los liberales sevillanos, e ingresó a título honorífico en una Sociedad Patriótica que allí había, no menos tumultuosa que sus análogas de Madrid, aunque menos perniciosa en sus efectos, los cuales tenían más de bufo que de trágico, reduciéndose a sandias peroratas sobre los artículos del código constitucional, y a otras efusiones declamatorias propias de la candidez política de aquellos tiempos. A Marchena, que no sólo había visto revoluciones de verdad sino que había sido actor en ellas, le parecía todo aquello una absurda mojiganga; y como no se recataba de decirlo a los propios adeptos, con toda la malignidad sarcástica propia de su carácter violento y atrabiliario, se atrajo en poco tiempo muchos enemigos que no le perdonaban aquella continua e implacable burla. Además, entre los patriotas del año 20, aunque la irreligión hubiese comenzado a hacer estragos y estuviese de moda cierto descreimiento, había no pocos hombres sinceramente cristianos y aun devotos, que no pasaban más allá de la libertad política, y para quienes era un escándalo la impiedad que cínicamente afectaba Marchena. A los pocos meses de su llegada había tenido la habilidad de ponerse mal, casi a un mismo tiempo, con los frailes de Sevilla y con el Capitán General, que era al mismo tiempo Jefe Político de la provincia. Las cosas acontecieron de este modo: Las cortes de 1820 acababan de dar una ley (que Fernando VII sancionó a la fuerza y bajo el amago de un motín) extinguiendo las órdenes monacales y reformando las regulares. Para celebrar este decreto, la Sociedad Patriótica de Sevilla encargó un discurso a Marchena. Este discurso, que gustó en el primer momento (quizá porque la mayor parte del auditorio no le entendió del todo), fue impreso por aclamación general, y entonces es cuando se vio la gravedad de las conclusiones racionalistas que la inexperta Sociedad había prohijado. Se trataba, en efecto, de un ardiente alegato en pro de la libertad de cultos, o más bien del naturalismo y del indiferentismo religioso, pero envuelto en cierta fraseología mística, que podía deslumbrar a los incautos. Marchena preguntaba entre otras cosas: «¿No pertenecen al Criador, al Conservador del Universo, el hombre y sus obras todas, y la tierra que habita y el cielo que le cobija y cuantos seres animados e inanimados en su inmenso seno la naturaleza encierra? ¿Es la morada de Jehováh el monte de Garizim? ¿Es peculio privativo suyo el templo de Júpiter Capitolino, la mezquita de la Meca o las paredes del Vaticano? ¿No es su dominio el capullo que alberga al insecto imperceptible, como la vasta órbita que describe el más remoto planeta? La tierra y cuantos en ella moran, el orbe entero y cuanto en él se contiene son del Señor, dicen los salmos de los hebreos. Un don solo puede tributar el hombre al Altísimo; y ese es el único grato a sus ojos: un pecho amante de la virtud, una razón despojada de los desvaríos de la superstición, una vida conforme a los preceptos del Verbo, esto es, de la razón divina, que estableció el invariable orden de los seres, y por la razón de las necesidades físicas enseñó a los humanos las relaciones que con Dios y con sus semejantes los estrechan... Los tiranos son los verdaderos rebeldes a la Divinidad, los enemigos de la eterna razón increada,

los que han formado parcialidades y coligádose contra el Señor y su Cristo, mas que el Cristo ha de quebrantar con cetro de hierro, cual vasos de frágil arcilla»75.

Un fraile impugnó desde el púlpito el folleto del ciudadano Marchena; y el ciudadano Marchena, dando una muestra de intolerancia no rara entre los que teóricamente blasonan más de libre-pensadores, denunció al fraile a las iras de la Sociedad Patriótica, y aun procuró, aunque inútilmente, que se hiciese pesquisa judicial contra él. Todo ello consta por la carta al general O'Donojú, que citaremos luego: «Puesto que todas las expresiones de dicho discurso se hubiesen pronunciado delante de un inmenso concurso de sujetos de toda clase, no desaprobando ninguno una sola de ellas y aplaudiéndolas todos; puesto que estuviera ya impreso y patente a la censura de todos, todavía un fraile llamado Salado tuvo la increíble avilantez de predicar un domingo en Omnium Sanctorum (una de las iglesias a donde acude más plebe, y, por consiguiente, más gente pronta a enardecerse por las irritaciones del fanatismo) que el abate Marchena era un hereje que quería trastornar la religión católica. »Tan escandalosa tentativa de asonada no solamente permanece impune, mas ni siquiera ha tenido por conveniente V. E. hacer en la materia la más ligera pesquisa, si bien la excitación desde el púlpito contra un ciudadano que se nombra formalmente sea un delito nuevo desde el principio de las conmociones de España; y este primer ejemplo se ha dado impunemente en el pueblo cuya seguridad ha sido encomendada a V. E. No es esto articular una queja contra V. E. Bien me hago cargo de lo arduo del empeño de encontrar testigos que declarasen sobre un sermón predicado un domingo en una iglesia llena de gente. La delación que de él se hizo en la Sociedad, y que también está consignada en La Espada Sevillana, pareció sin duda a V. E. una denuncia vaga: por eso no ha querido hacer diligencias que probablemente ningún efecto producirían».

Pronto surgió otra disidencia en el seno de la Sociedad. El ciudadano Mac-Crohón, correligionario y amigo íntimo de Marchena, leyó una noche cierto manifiesto de los oficiales del batallón de Asturias (el que había mandado Riego) en que se hacían graves cargos al general O'Donojú. A muchos de los concurrentes pareció tal manifiesto una insensatez y una violación de los principios más elementales de la disciplina militar; pero Marchena se encaramó en la tribuna para sostener que los oficiales manifestantes estaban dentro de «la verdadera doctrina de los pueblos libres acerca de las quejas de los ciudadanos contra los magistrados y gobernantes», y que no hacían más que cumplir con la «obligación sagrada del ciudadano». Publicábase a la sazón un periódico titulado La Espada Sevillana, órgano oficioso de la Sociedad, pero todavía más del Capitán General, que había

confiado la redacción a su médico, llamado Codorniu. En La Espada, pues, salió un comunicado que firmaba El Ocioso: de tono asaz agrio, contra el manifiesto de los oficiales de Asturias, y contra los oradores que le habían apoyado en la Sociedad Patriótica. Y aquí prosigue la narración del abate Marchena, dirigiéndose al mismísimo general O'Donojú. «El socio Mac-Crohón, ultrajado en una postdata del artículo comunicado salió a vindicar su honor: seguile yo, y los aplausos del público nos acompañaron a uno y a otro. Acuérdome que en mi razonamiento dije que ni conocía ni quería conocer a V. E. Lo primero V. E. sabe ser muy cierto; lo segundo sé yo que no lo es menos. Probé que no debían los miembros de la Sociedad seguir subscribiéndose a un periódico que, costeado por ellos, insertaba violentas censuras de papeles leídos con aprobación del Cuerpo, y de socios que en vez de haber sido llamados al orden se les había escuchado con satisfacción general... »Al siguiente día se formó, por los que llevaban la voz, un conciliábulo con nombre de sesión secreta; y sin citarme, sin mi noticia, sin hacerme cargo ninguno, sin saber siquiera si pensaba yo en disculparme, fallan mi expulsión de la Sociedad. Tan ajeno estaba yo de esta decisión, que habiendo por acaso sabido que se celebraba sesión secreta en el teatro de San Pablo, fui a ella, y pedí la palabra para hablar sobre no sé qué asunto que a la sazón se estaba ventilando, cuando un fraile dominico, llamado Fr. Becerro, digno presidente de la Sociedad Patriótica de Sevilla, encarándose a mí con tan furibundo ademán como si me notificara que por auto del Santo Oficio iba a ser relajado al brazo seglar, con estentórea voz me preguntó si ignoraba yo la decisión que se acababa de tomar por la Sociedad. Respondile (como era la verdad) que nada sabía de ella. Y alargándome, con toda la insolencia y descortesía frailesca, el registro de las actas, me dio a leer la resolución de mi expulsión. Quise hablar, y me cerró la boca diciendo que la Sociedad no se volvía nunca atrás en sus decisiones. «Si es así (dije yo entonces) la infamia de ésta recaerá sobre mí o sobre ella. Sobre mí estoy seguro de que no ha de caer. Concluyan ustedes el dilema». «Sobre nosotros (respondieron unos quince que formaban el conventículo)». «No retratan ustedes mal (repuse saliéndome) a los judíos verdugos de Cristo. Sanguis eius super nos et super filios nostros» (!!).

Marchena, después de compararse nada menos que con el Redentor del mundo, echa al Capitán General la culpa de tan escandalosas escenas por haber dirigido a varios socios una circular o exhorto secreto, preguntándoles si en efecto el Abate había hablado contra la religión católica en alguna de las sesiones públicas o secretas. Él niega terminantemente haberse ocupado en tales asuntos; y como el general O'Donojú no estaba en olor de santidad, sino que era antiguo afiliado de las sociedades secretas, triunfa de él con punzante y maligna ironía, diciendo que no es el celo de la casa del Señor lo que le devora. Todo el resto de la vindicación está escrito en el mismo tono acre e

insolente. Marchena contrapone su crédito literario y su vieja historia revolucionaria a la triste reputación militar de O'Donojú, que todavía no era el hombre del convenio con Itúrbide, pero que ya había dado suficientes pruebas de torpeza e ineptitud. Le echa en cara su doblez y falso juego, en 1819, el haber conspirado a medias y haber faltado a su compromiso con los liberales en el momento crítico. Y hablando de sí mismo añade: «La persecución se había de cohonestar con las más disparatadas calumnias. Una carta he visto yo, escrita por un amigo de V. E., en que afirmaba que Mac-Crohón, Marchena y otros perversos habían pedido la cabeza de Codorniu (perdóneme V. E. si miento a este Juan Rana de la literatura). ¿Qué diablos habíamos de hacer con la cabeza de un Codorniu? Todavía, si hubiera yo proyectado un poema de La Fontaine, pudiera aquella cabeza servir de modelo para el principal héroe; mas para esto era forzoso que se mantuviera encima de sus hombros. Viva el erudito secretario de la Sociedad Patriótica sevillana quieto y sosegado; esgrima furibundos tajos con su espada de palo; todo el mundo se reirá, con contorsiones, de sus acometimientos, de sus necias malicias, y en nadie excitará afectos de amor ni de odio; yo se lo aseguro sin temor de que nadie me desmienta... »De Codorniu, volvamos a V. E. ¿Y es verdad, señor, que lo que más en mi discurso le ha irritado ha sido el haber hablado yo con el alto aprecio que para mí se merecen Riego y sus compañeros? Ello es cierto que es triste cosa no haber tenido parte en la restauración de la libertad de la patria quien en aquella época hubiera podido decidir oportunamente la contienda con sólo declararse. Mas también hemos de atender a que el papel de espectante, si no es el más glorioso, por lo menos es el más seguro, ya que la prudencia persuade a abstenerse de coger laureles que pueden ir envueltos en cipreses... »Permítame V. E. que en pago de los daños que se ha esforzado en causarme le dé un consejo, que, cuando de nada le sirviese, nunca podrá serle nocivo; éste es que cuando quisiere asestar un tiro contra alguno, se funde en pretextos que lleven algún color de verosimilitud. »En consecuencia, Sr. Excmo., ¿quién se ha de persuadir de que soy yo un enemigo de la libertad, cuando tantas persecuciones he sufrido por su causa; un hombre que anda pidiendo cabezas de majaderos, cuando por espacio de diez y seis meses en mi primera juventud me vi encerrado en los calabozos del jacobinismo? »Cuando en España pocos esforzados varones escondían en lo más recóndito de sus pechos el sacrosanto fuego de la libertad; cuando ascendían los viles a condecoraciones y empleos, postrándose ante el valido o sirviendo para infames tercerías con sus comblezas o las de sus hermanos y parientes, entonces, en las mazmorras del execrable Robespierre, al pie del cadalso, alzaba yo un grito en defensa de la humanidad ultrajada por los desenfrenos de la más loca democracia. Mas nunca los excesos del populacho me harán olvidar los imprescriptibles derechos del pueblo: siempre sabré arrostrar la

prepotencia de los magnates lidiando por la libertad de mi patria»76.

Esta carta, cuyo final es elocuente, y que en todo su contexto es una curiosa muestra de la acerada prosa política del abate Marchena, fue escrita en Osuna el 6 de Diciembre de 1820, y publicada inmediatamente en el Diario de Cádiz. Su éxito fue grande, no sólo entre los liberales exaltados, sino entre los muchos enemigos de toda especie que tenía O'Donojú, y entre los realistas burlones que tanto partido sacaban de estas discordias domésticas de sus adversarios. Para contrarrestar el efecto de las diatribas de Marchena (a quien todos temían, aunque casi nadie le estimase) se publicó una impugnación de su carta por un socio de la Reunión Patriótica de Sevilla77. Es papel bastante candoroso y pobremente escrito, pero del cual pueden sacarse algunas especies útiles para la biografía de Marchena, y sobre todo para juzgar del mal predicamento en que entonces le tenían sus paisanos. A ello contribuía mucho su calidad de afrancesado; y este punto flaco es el primero en que el impugnador le hiere: «Esos son los que clavaron el puñal en el seno de la Madre Patria en la aciaga época de la dominación francesa... Aunque hoy con una falsa hipocresía se ostentan patriotas, su pasada conducta los desmiente... No han adoptado estos monstruos las ideas liberales sino para desacreditarlas y envilecerlas... »El ídolo de la independencia nacional no les devuelve los falsos ósculos con que reconocen, al parecer, su soberanía, ni tiene por bien expiados sus errores por una débil analogía con el actual sistema... Bien a su costa lo ha experimentado el abate Marchena cuando después de algunos aplausos, hijos del momento y arrancados por sorpresa, se vio confundido y avergonzado por los mismos que antes le celebraban con entusiasmo... No era ya posible a una sociedad que anhelaba por la instrucción y seguridad del Pueblo Sevillano, poder abrigar por más tiempo un ciudadano de ideas tan heterogéneas y alarmantes, sin arriesgar su existencia misma y autorizar esta dañosa franqueza de hablar en sentidos opuestos a los de la muchedumbre, cuando ésta camina de acuerdo con las disposiciones del Gobierno».

Entrando el anónimo en el examen del que llama envenenado papel, empieza por rechazar el inmodesto paralelo que Marchena hacía entre su persona y la de Juan Jacobo Rousseau, y entre su carta a O'Donojú y la carta del ciudadano de Ginebra al Arzobispo de París con motivo de la prohibición del Emilio. «¿Qué obras pueden igualar a este nuevo autor con aquel célebre filósofo, si ya no es el desenfreno de sus pensamientos e ideas en materias de religión? Sepa el señor Marchena que la comparación hubiera sido más propia si se hubiese acordado de Esopo y de sus

fábulas, ya que (aun olvidada la semejanza de su persona) a este género pertenecen todos los hechos y particularidades que refiere... ¿Quién ha escrito entre nosotros contra las obras de este autor, cuando no se conocen ni pueden conocerse?... »Él es un extranjero en su propio país, por los muchos años de ausencia y sus relaciones y enlaces íntimos con algunos de los personajes de la revolución francesa, que nada tiene de común con la nuestra, a excepción de los principios generales del derecho de la naturaleza y de las gentes...».

Sobre la entrada de Marchena en la Sociedad Patriótica, y su expulsión de ella, da estos por menores: «Precipitose aquella reunión hasta el punto de creer al ciudadano Marchena muy proporcionado para desvanecer en la muchedumbre las ideas góticas de una educación mal dirigida, y hacerla entrar en los senderos luminosos de nuestra felicidad pública y particular. Pero ¡oh! ¡cuánto se engañó en esta elección, nacida de sus buenos deseos! A los primeros pasos descubrió este nuevo socio unas ideas que chocaban directamente con las de la Constitución y del Gobierno. »Pudieran citarse muchos que le oyeron pronunciar con escándalo algunas máximas contrarias diametralmente a la piedad de los pueblos; y alarmó con esta novedad a muchos espíritus incautos, que o no supieron o no pudieron discernir entre los sentimientos extraviados del abate Marchena y los puros y razonables de los verdaderos liberales, amantes de su Religión y de su Patria. El mismo discurso que leyó en la tribuna, relativo a la extinción monacal, en medio de los estériles aplausos que arrancó su veloz y rápida lectura, dio muestras inequívocas del poco aprecio que merecía a su autor la Representación Nacional, cuyas decisiones censuraba imprudentemente, para desacreditarla en el ánimo pacífico y sencillo de estos Andaluces... La Sociedad misma lo creyó así, y no pudo menos que atalayar la conducta posterior de este individuo, a quien desgraciadamente había honrado con la confianza de introducirlo en su seno. »Se observó con mucho sentimiento que el ciudadano Marchena se había convertido en un triste objeto de murmuración pública, trascendental entonces al mismo cuerpo que le prestó tan fácil acogida. Los predicadores de la moral evangélica, entre ellos Fray Bartolomé Salado, del orden de San Francisco, tuvieron la imprudencia de citarle nominalmente en el púlpito por un enemigo tan encarnizado de la Religión como del sistema constitucional. Si bien fue muy reparable esta franqueza, la Sociedad no podía ni debía impedirla... Un ciudadano que haya merecido siempre alguna opinión de regularidad y acierto en su conducta, puede acaso aventurar alguna proposición que esté en oposición verdadera o aparente con las ideas comunes, y encontrará acaso docilidad en los ánimos para oír y examinar sus pruebas con detención y escrupulosidad. Pero cuando esta libertad se nota en un hombre nuevo (por decirlo así) entre nosotros, y

alimentado en reinos extraños con una licencia nada compatible con nuestras costumbres actuales, toda tentativa es un insulto, y todo extravío de pensamiento arrastra en pos de sí la indignación del pueblo... »Este raro suceso acabó de fijar la atención de la Sociedad sobre este individuo, y se vio obligada dolorosamente a expulsarle de su gremio y exigirle el diploma... »¿Por qué aspiraba el ciudadano Marchena a que el Gobierno Político de Sevilla desvaneciese en el pueblo la opinión que le habían acarreado sus imprudencias en los cafés y tertulias, en los teatros y corrillos de todas clases y condiciones? ¿Por qué no usó, como podía, de la libertad de la imprenta, para apologizar sus sentimientos, o más bien para presentarlos en un sentido católico y constitucional, único medio de obtener hoy los sufragios de los liberales prudentes y aun de la muchedumbre? ¿Por qué no hizo una denuncia formal contra el predicador que le injuriaba, y en los juzgados señalados por la ley? ¿Quién le ha sugerido que la gobernación política estaba autorizada para proceder de oficio sobre agravios particulares? [...] »Con estos preliminares no debió parecer importuna la exclusión de este socio, que no observaba las leyes del Estado, ni las del reglamento interior de la Sociedad, y aspiraba a ser nada menos que un dictador absoluto, contra todo el sistema establecido para la unión y conformidad de los socios... Fue tal su frenesí de hacer vagar al pueblo por espacios imaginarios y quiméricos, que la Reunión Patriótica tuvo que optar entre o perder para siempre su crédito, o ahuyentar de su seno a un individuo que hacía peligrar su existencia».

El folleto termina con vindicar de los ataques y vituperios de Marchena al general O'Donojú y al ciudadano Codorniu, «Protomédico del ejército constitucional»; y con echar en cara al Abate sus cuarenta años de expatriación voluntaria o forzada, «bañándose en las delicias voluptuosas de París». Esta pequeña escaramuza fue quizá el último acto de la agitada vida política de Marchena, que, impopular ya entre los liberales andaluces, pues a los anatemas de la Sociedad Patriótica de Sevilla se habían unido las de Lebrija, Écija y otros puntos78; denunciado en públicos documentos como sedicioso anarquista por haber dicho en una especie de meeting, celebrado en el teatro, que la patria estaba en peligro y que se requerían enérgicas medidas de salvación, incluso la convocatoria de Cortes extraordinarias, es decir de una Convención análoga a la de Francia; determinó alejarse de un medio tan inhospitalario para sus ideas, y trasladar su residencia a la corte, como lo verificó a fines de 1820, después de haber pasado una corta temporada en Osuna, al lado de su amigo el médico y diputado a Cortes D. Antonio García, padre de nuestro docto maestro de hebreo D. Antonio M.ª García Blanco, a quien en sus

conversaciones familiares oímos más de una vez hacer mérito de la impresión que en su fantasía de niño había hecho la singular persona del abate Marchena. En las Memorias que dejó impresas, pero no publicadas ni aun terminadas, dice del Abate: «Era tan pequeño, que sentado en una silla de la sala de mi casa no le alcanzaban los pies al suelo: fue a casa a despedirse para Madrid, porque siempre fue amigo y de la tertulia de mi padre, con D. Manuel de Arjona, Penitenciario de Córdoba, y su hermano D. José, Asistente de Sevilla después, y privado del rey Fernando VII».

Luego cuenta que en su casa tuvieron disputa el año 8 Marchena y el P. Manuel Gil, de los clérigos menores, y que el segundo no acertó a contestar al primero, a pesar de toda su facundia. Pero no puede menos de haber error en la fecha, puesto que Marchena no volvió a Andalucía hasta 1810, y entonces por primera vez pudo conocerle García Blanco, que tenía a la sazón nueve años, lo cual explica la vaguedad y confusión de este primer recuerdo suyo consignado por él en 188779. Pocos meses de vida restaban a Marchena. No sabemos que publicase ya ningún escrito, a no ser que sea suya, como lo parece por las iniciales y por el estilo, una traducción de la Vida de Teseo, según el texto griego de Plutarco, cuyas Vidas Paralelas se había propuesto traducir (según conjeturamos) en competencia con la versión, que entonces empezaba a salir, de D. Antonio Lanz Romanillos. La de Marchena (si realmente es suya, como creemos) no pasó de esta primera biografía. Sus días estaban contados, y, apenas llegó a Madrid, hubo de adolecer gravemente. Sólo así se explica que nunca subiese a la tribuna de la Fontana de Oro, donde se discutían entonces con tanto o más calor que en Sevilla los actos del general O'Donojú, a quien atacaron reciamente varios oradores, entre ellos Alcalá Galano, D. Manuel Núñez, D. José Peino y D. Juan Mac-Crhon Henestrosa, grande amigo de Marchena, a quien acogió en su casa, y que en ella murió. Mac-Crhon es precisamente quien nos ha trasmitido los únicos pormenores que tenemos acerca de la enfermedad y muerte del abate Marchena. El pasaje es tan curioso; y tan raro, por no decir desconocido, el folleto en que se halla80, que no se llevará a mal que le traslademos íntegro. Contestando Mac-Crhon a los ataques de un anónimo de Sevilla (G. A. F.), que quizá sea el mismo que escribió la impugnación antes citada, dice refiriéndose a su amigo: «Esta persona a quien con no menos criminalidad que ignorancia trata de disfamar el folletista, es el digno don José Marchena, el cual, aunque yace en el sepulcro, vive en la memoria de todos los sabios de Europa, entre los cuales hay quien trabaja con los objetos de dar a conocer a su Patria lo que en su muerte ha perdido, y de que la posteridad le conserve el lugar que no le conservó la Sociedad Patriótica de Sevilla. »Su singular talento, sus extraordinarios y profundos conocimientos, su mérito literario, su carácter noble y sostenido, lo sólido de sus principios, la rigidez de su conducta, y su sublime amor a la

libertad, formaban un conjunto admirable que le conciliaba el respeto y veneración de cuantos llegaban a conocerle. Su muerte ha sido generalmente sentida en la corte; y en el discurso de su enfermedad recibió repetidas pruebas del aprecio que no podía menos de tributarse a una persona tan digna. Mi casa no cesó de ser concurrida de personas del mayor carácter y representación, que venían de continuo a saber el estado de su salud: de las cuales la mayor parte no tenían con él otro conocimiento que la noticia de su crédito. »He querido desahogar mi corazón haciendo este tan breve cuanto justo elogio de un amigo que ha exhalado sus últimos suspiros entre mis brazos, y voy a dar a su disfamador la contestación que él me dejó encargada pusiese de su parte en este discurso, que ya estaba empezado antes que falleciese. »Pocos instantes antes del que fue su postrero me llamó, y a presencia del general Quiroga, del Marqués de Almenara, de D. Manuel Cambronero y D. Ramón de Ceruti, me dijo: 'Diga usted al folletista que ha pretendido infamarme, que si quiere vivir feliz aun en medio de las mayores desgracias, y descender a la tumba con la serenidad que yo desciendo, que aprenda a ser hombre de bien'. »Esta lección moral producida en el crítico período de la muerte, que tan aplaudida fue de los que la escucharon, como admirada de todos aquellos en quienes se ha divulgado la noticia, da la idea más exacta de la rectitud de principios de Marchena, y del temple superior de su alma. Su nombre ocupará un lugar distinguido, tanto en la historia política como en la literaria; y los tiros que contra él dirigió la malicia, sorprendiendo la sencillez, si bien surtieron el efecto de herir su amor propio en el hecho que se cita, nunca podrán eclipsar la gloria de su mérito, fundada en bases sólidas e indestructibles».

Este folleto está fechado en 26 de Febrero de 1821. Muy poco anterior debió de ser la muerte de Marchena, que, como acabamos de ver, no falleció en el abandono y en la indigencia, según generalmente se creía, sino bajo el techo hospitalario de un fraternal amigo, y rodeado de personas muy distinguidas en aquel tiempo. Lo que no hemos podido averiguar a ciencia cierta es si murió dentro o fuera del gremio de la Iglesia. No faltan biógrafos que den por averiguada su conversión: yo ni la afirmo ni la niego, pero la encuentro verosímil. Consta por una nota autógrafa del diligentísimo don Bartolomé J. Gallardo que los funerales del abate Marchena se celebraron en la parroquia de Santa Cruz, costeados por Mac-Crhon, y asistiendo a ellos el referido Gallardo, que apuntó la noticia como lo apuntaba todo. El hecho de haberse dado sepultura eclesiástica a un heterodoxo público y escandaloso como Marchena, y haberse celebrado oficios por su alma, parece una prueba indirecta de que se reconcilió con la Iglesia en sus últimos momentos. Por otra parte, la impenitencia final es rarísima entre españoles, y en tiempo de Marchena lo era mucho más.

Nada sé tampoco de los discursos que se dice que algunos afrancesados pronunciaron en su entierro. Quizá en los periódicos de aquel tiempo, que no me es fácil repasar ahora, podrá encontrarse algún vestigio de ellos. Ya por entonces comenzaba a introducirse en España esta pagana y escandalosa costumbre de los discursos funerales, que por entonces arraigó poco, pero que más adelante sirvió para profanar los entierros de Larra, de Espronceda, de Quintana, sin contar otros más recientes y en su línea no menos famosos. Por fortuna, ahora está otra vez olvidada, y nadie piensa en restablecerla, lo cual prueba la formalidad intrínseca de nuestro carácter nacional, que no admite bromas con la muerte. Oraciones y sufragios, que no pedantescas exhibiciones de la vanidad de los vivos, es lo que reclaman los difuntos, a quienes poco puede aprovechar semejante garrulería si se cumple en ellos la terrible sentencia: Laudantur ubi non sunt, cruciantur ubi sunt. Marchena legó, al morir, sus papeles y libros a su amigo Mac-Crhon. Si, como creemos, existen descendientes de este caballero, no debemos perder la esperanza de que algún día aparezca, en todo o en parte, esta herencia literaria, que pudo ser muy valiosa si en ella se incluían, por ejemplo, la traducción completa de Molière y la historia del teatro español que Marchena tenía proyectada en 1819, según indica en el prólogo de sus Lecciones81. Por las vicisitudes de su errante vida, otros escritos suyos hubieron de quedar dispersos por varias partes de España y Francia. Aún no hace muchos años que el manuscrito de su biografía de Meléndez Valdés se conservaba en poder de Mr. Pierquin, médico de Montpellier y rector de la Academia de Grenoble. Hoy se ignora el paradero de este escrito, que probablemente hubiera sido curioso, porque Marchena trató muy íntimamente a Meléndez antes y después de su emigración, y con su genial franqueza consignaría acaso pormenores que Quintana omitió en la biografía de su maestro. Tal fue Marchena, a quien acaso nadie ha definido mejor que Chateaubriand, llamándole «sabio inmundo y aborto lleno de talento». Propagandista de impiedad con celo de misionero y de apóstol, corruptor de una gran parte de la juventud española por medio siglo largo, sectario intransigente y fanático, estético tímido y crítico arrojado, medianísimo poeta, aunque alguna vez llegase a simular la inspiración a fuerza de terquedad y de artificio, acerado polemista político, prosador desigual aunque jugoso y de bríos, hombre de negaciones absolutas, en las cuales adoraba tanto como otros en las afirmaciones, enamoradísimo de sí propio, henchido de vanagloria y de soberbia, que le daban sus muchas letras, las varias lenguas muertas y vivas que manejaba como maestro, la prodigiosa variedad de conocimientos con que había nutrido su espíritu, y la facilidad con que alternativamente remedaba a los autores más diversos: a Benito Espinosa, al divino Herrera, a Catulo o a Petronio82. El viento de la incredulidad, lo descabellado de su vida, la intemperancia de su carácter en quien todo fue violento y extremoso, inutilizaron en él admirables cualidades nativas; y hoy sólo nos queda de tanta brillantez, que pasó como fuego fatuo (¡semejante ¡ay! a tantas otras brillanteces meridionales!) algunas traducciones, algunos versos, unas cuantas páginas de prosa más original que bella, el recuerdo de la novela de su vida, y el recuerdo mucho más triste de su influencia diabólica y de su talento estragado por la

impiedad y el desenfreno. Para completar el retrato de tal personaje, que en lo bueno y en lo malo rebasó tanto el nivel ordinario, añadiremos que, según relación de sus contemporáneos, era pequeñísimo de estatura, muy moreno y aun casi bronceado de tez, y horriblemente feo, en términos que más que persona humana parecía un sátiro de las selvas83. Cínico hasta un punto increíble en palabras y en acciones, vivía como Diógenes y hablaba como Antístenes. Durante una temporada llevó en su compañía un jabalí que había domesticado y que hacía dormir a los pies de su cama; y cuando, por descuido de una criada, el animal se rompió las patas, Marchena, muy condolido, le compuso una elegía en dísticos latinos, convidó a sus amigos a un banquete, les dio a comer la carne del jabalí, y a los postres les leyó el epicedio84. A pesar de su fealdad y de su ateísmo, de su mala lengua y de su pobreza, se creía amado de todas las mujeres, lo cual le expuso a lances ridículos y a veces sangrientos85. Todas estas y otras extravagancias que aquí se omiten prueban que Marchena fue toda su vida un estudiantón perdulario y medio loco, con mucha ciencia y mucha gracia, pero sin seriedad ni reposo en nada. Y con todo había en su alma cualidades nobles y generosas. Su valor rayaba en temeridad, y le tuvo de todos géneros, no sólo audaz y pendenciero, sino, lo que vale más, estoico y sereno. En sus amistades fue constante, y fervoroso hasta el sacrificio, como lo mostró compartiendo la suerte de los girondinos, con quienes sólo le ligaba su agradecimiento a Brissot. En materias de dinero era incorruptible, y cumplía al pie de la letra con la austeridad republicana que tantos otros traían solamente en los labios. Cuando, en tiempo del Directorio, se enriquecían a río revuelto todos los que iban con algún oficio o comisión a las provincias conquistadas, Marchena, recaudador de contribuciones en el territorio ocupado por el ejército del Rin, volvió a París tan pobre como había salido, lo cual, sin ser gran hazaña, pareció increíble a mucha gente: tal andaba entonces la moralidad administrativa. Cuantos trataron a Marchena, fuesen favorables o adversos a sus ideas, desde Brissot hasta el Conde de Beugnot, desde Chateaubriand y Mad. de Stael hasta Moratín, Maury, Miñano y Lista, vieron en aquel busca-ruidos intelectual algo que no era vulgar, y que le hacía parecer de la raza de los grandes emprendedores y de los grandes polígrafos. En el siglo XVII quizá hubiera emulado las glorias de Quevedo, con quien le comparó Maury, y con quien no deja de ofrecer remotas analogías por la variedad de sus estudios, en que predominaba la cultura clásica, por su vena sarcástica, por los caprichos de su humor excéntrico, por lo vagabundo de su espíritu, por la fiereza y altanería de su condición, y hasta por los revueltos casos de su vida. Pero no conviene llevar más lejos el paralelo, porque sería favorecer demasiado a Marchena. Quevedo pudo desarrollar completamente su genialidad en un medio adecuado a ella; y hasta las trabas que encontró le sirvieron para saltar con más fuerza. Por el contrario Marchena, nacido y educado en el siglo XVIII, sin fe, sin patria y hasta sin lengua, no pudo dejar más nombre que el siempre turbio y contestable que se adquiere con falsificaciones literarias, o en el estruendo de las saturnales políticas. M. MENÉNDEZ Y PELAYO.

Poesías

Odas

-I-

Sueño de Belisa

Belisa duerme: el céfiro suave agita la violeta blandamente; el arroyuelo corre mansamente, y el padre Tormes con su ruido grave teme inquietar su sueño regalado; 5 el Sol desde el Ocaso lanza lánguidos rayos; el Amor recostado sobre el tierno regazo de Belisa, le guarda el dulce sueño. 10 El cefirillo vivo en fragantes olores empapado, retozón y lascivo ora el seno nevado agita licencioso, 15 ora más atrevido el labio sonrosado, el labio de carmín besa amoroso. ¡Oh sueños verdaderos, sueños que a los mortales 20 dicha pronosticáis o desventura86! Venid, venid ligeros: ablandad ¡ay! la dura condición de Belisa, y sus desdenes; y mis acerbos males 25 mudad en un instante en dulces bienes. Pintadle mi cariño respetoso, y mi amante constancia y mi firmeza, y mi ardiente pasión impetuosa; quizá que ella piadosa 30

deponga su fiereza, y me quiera una vez hacer dichoso. Sueño; pues tú amansaste los rigores de la que el dulce canto de Batilo esquivaba, 35 de Batilo el honor de los pastores; si te mueve mi llanto, mi llanto que apiadara la onza brava, de mi Belisa muda los desvíos y... Mas ella despierta, 40 y su dulce sonrisa es una prueba cierta de que el Sueño escuchó los votos míos. Mas ¡ay! que ella me llama; fuente pura, pintadas florecillas, 45 y vosotras parleras avecillas celebrad a porfía mi ventura.

- II -

Belisa en el baile

Cual rosa sobresale entre las flores, o cual la luna en la mitad del cielo a las estrellas todas señorea; cual entre chozas de pajiza aldea se levanta del suelo 5 el erguido palacio; así Belisa abrasando de amor a mil pastores entre las zagalejas sobresales, y todos los zagales la danza y las pastoras descuidando 10 absortos a Belisa están mirando... Los sus ojos de fuego que de un azul brillante el Amor ha pintado doquiera que los pone abrasa luego; 15 ni hay corazón helado que su mirar no encienda en un instante. El rubio y rizo pelo en ondas mil de oro al aire dado por el cuello nevado 20

desciende en largas trenzas hasta el suelo. Cual se ve entre celajes Febo en Abril sereno ya cerca de Ocidente, tal por entre las gasas y plumajes 25 se columbra tal vez el blanco seno y su pecho que late blandamente. Mas ella a danzar sale: las zagalas le ceden envidiosas el puesto: avergonzadas 30 la maldicen llorosas con su belleza airadas; mas la pastora amable desarma su furor con risa afable. ¡Cuán concertadas son sus cabriolas! 35 ¡Cuán muelle el paso! ¡Qué animado el gesto! ¡Qué viveza en la acción! ¡Cuánta finura del cuerpo en el contorno delicado! Las Gracias y el Amor la han maestrado y a rendir corazones la han dispuesto. 40 ¡Oh fatal condición! ¡Oh pena dura! Belisa, que los Cielos han formado para inspirar amor a los mortales, de amorosos cuidados exenta y libre su poder ignora. 45 Amor; tu harpón dorado asesta y hiere de Belisa el pecho; yo besaré gustoso mis cadenas; voluntario me echo el dogal apretado, 50 y de hoy más tu cautivo me confieso, si tus grillos de lirios y azucenas a mi Belisa echases y en una misma cárcel nos juntases.

- III -

El estío

Del álamo frondoso las verdes hojas ya se han marchitado; el segador cansado

en mitad de la mies toma reposo. Por aquí un arroyuelo bullicioso 5 con aguas cristalinas corrió antes, ora un aire inflamado y de la seca arena el polvo ardiente enciende al fatigado pasajero. Un delicioso otero 10 del Tormes rodeado con su sombra suave nos convida, do el aromado ambiente del céfiro empapado en olores fragantes 15 de millares de flores su blando soplo espira a los amantes. Todo respira amores; las tiernas palomillas con ardientes arrullos repetidos 20 muestran su amor; las tristes tortolillas con profundos gemidos. Allí, mi bella Emilia, viviremos lejos del mundo, libres de cuidados; las vacas por el día ordeñaremos; 25 ornaré yo tus sienes de azucenas y rosas, y en amantes delicias anegados de la vida las sendas espinosas sembraremos de bienes. 30 Emilia, bella Emilia, ¿qué tardamos? Huye la vida, y vuela presurosa; antes que nos sepulte eterno sueño ¡ay! ¿por qué los placeres no gustamos? Olvidemos la ciencia fastidiosa, 35 depongamos el ceño, a Amor sacrifiquemos y sus dulces deleites ¡ay! gocemos.

- IV -

A Meléndez Valdés

Desciende, del sagrado monte, Calíope santa, y las loores

de Batilo me inspira; dí cuál fuera de los brazos de Baco y los amores por Temis arrancado; 5 cuál la Diosa severa blandir le enseña la amenazadora espada del delito vengadora. La espada que tajante en tu mano, Batilo, al poderoso 10 opresor amenaza herida y muerte. Ya pálido el malvado poderoso vacilar su constante potencia de tu fuerte brazo impelida mira, y ya caído 15 asombro es del tirano aborrecido. Temis torna a la tierra y en Celtiberia pone su morada; por ti, justo Batilo, desde el cielo a los mortales otra vez bajada; 20 la codicia, la guerra sangrienta, ya del suelo celtíbero huyen lejos, y vencidos al cielo alzan los monstruos sus bramidos. Otro tiempo el Tonante 25 sus rayos encendidos fulminaba contra el tirano duro y ambicioso; su fuego abrasador aniquilaba las puertas de diamante, y el déspota orgulloso 30 mientras fiado en la lealtad dormía de sus guardas, con ellos junto ardía. Tal el desapiadado Lycaón, y tal el suegro de Linceo sufren pena y tormentos inmortales; 35 que no borran del pálido Leteo las aguas el pecado, ni se acaban los males, antes Alecto del azote armada cruda castiga la nación malvada. 40 Mas ora el inocente opaco bosque, y la floresta amena de Júpiter airado los rigores siente, y burla el perverso de la pena debida a sus horrores, 45 y el cielo le consiente; Huyamos ¡ay! las tierras habitadas de iniquidad y vicios infectadas.

-V-

A Chabanó87

Las humildes mansiones desaparecen del linaje humano, y las nubes preñadas mis plantas huellan: lejos ¡oh profano vulgo! a ti no son dadas 5 las sagradas armónicas canciones oír que Apolo inspira, no el oír los tonos de la acorde lira. Rásgase el mortal velo, que al hombre siempre encubre tenebroso 10 los sublimes arcanos, que intenta en vano escudriñar curioso; y a ti, Chabanó, en manos de la sabia Minerva, al alto cielo arrebatado veo, 15 cual lo fuera en otro tiempo Prometeo. Las leyes de natura sublimes y sencillas, ilustrado con la antorcha Febea la Diosa ante tus ojos ha mostrado; 20 cómo una misma sea la que del monte en la caverna escura forma el oro y contiene los mundos que en sus órbitas retiene. El oro apetecido, 25 que guerra y muertes trujo a los mortales y que escondiera en vano la tierra en sus entrañas: ya los males, la codicia, el insano furor a luz se muestran, del sumido 30 pozo con él parecen; inocencia y candor desaparecen. El mercader las naves avaro apresta; el Aquilón sañudo en vano se embravece, 35 y las olas del mar azota crudo; el oro que se ofrece a su esperanza busca y las suaves playas trueca cuidoso por el mar alterado y borrascoso. 40 No así bajo el reinado

del buen Saturno; que en inalterable paz el mundo vivía, y la doncella tímida y amable su favor concedía 45 por premio de sus ansias a su amado; mas ora la riqueza ¡oh mengua! compra y goza la belleza.

- VI -

A Lícoris88

Después de un año entero Venus ¡ay! no te cansas de abrasarme, ni tú, Cupido fiero, con inmortal dolor de atormentarme, aunque en llanto sumido, 5 y de pena me tengas consumido. El congreso sagrado que en Francia destruyó la tiranía por otros sea loado, y del brazo francés la valentía, 10 que hiende en un instante del despotismo el muro de diamante. El pueblo su voz santa alza, que libertad al aire suena; el opresor se espanta, 15 y la copa del duelo bebe llena que en crueza ceñido ya hizo apurar al pobre desvalido. ¿Quién podrá dignamente cantar los manes de Rousseau, clamando 20 libertad a la gente, del tirano el alcázar derrocando, la soberbia humillada, y la santa virtud al trono alzada? Que yo en amor ardiendo 25 sólo a Lícoris canto noche y día, Lícoris repitiendo por la montaña y por la selva umbría, la cítara tocando, y de mis ansias el ardor templando. 30

Los besos amorosos que cogí de su boca regalada, más dulces, más sabrosos que la ambrósia por Hebe derramada; su blanda resistencia 35 que grata convidaba a más licencia. Y mis glorias pasadas canto por siempre ¡ay! ya desparecidas, tan por mi mal halladas y cual tenue vapor desvanecidas. 40 ¡Oh tiempo, cuál volaste, y en qué dolor sumido me dejaste!

- VII -

La Revolución Francesa

Suena tu blanda lira, Aristo, de las Ninfas tan amada, cuando a Filis suspira, y en la grata armonía embelesada la tropa de pastores 5 escucha los suavísimos amores. Mientras mi bronco acento dice del despotismo derrocado de su sublime asiento, y con fuertes cadenas aherrojado 10 el llanto doloroso al pueblo de la Francia tan gustoso. Cayeron quebrantados de calabozos hórridos y escuros cerrojos y candados; 15 yacen por tierra los tremendos muros terror del ciudadano, horrible baluarte del tirano. La libertad del cielo desciende, y la virtud dura y severa; 20 huye del francés suelo el lujo seductor, la lisonjera corrupción, el desorden; reinan las leyes con la paz y el orden. El fanatismo insano 25

agitando sus sierpes ponzoñosas vencido clama en vano; húndese en las regiones espantosas, y con él es sumida la intolerancia atroz aborrecida. 30 Dulce filosofía, tú los monstruos infames alanzaste; tu clara luz fue guía del divino Rousseau, y tú amaestraste el ingenio eminente 35 por quien es libre la francesa gente. Excita al grande ejemplo tu esfuerzo, Hesperia: rompe los pesados grillos, y que en el templo de Libertad de hoy más muestren colgados 40 del pueblo la vileza, y de los Reyes la brutal fiereza.

- VIII -

La primavera

¿Ves, hermosa, la fuente que bullendo el céfiro menea blandamente? Amor la agita: mira su corriente hacia el amado arroyo huir riendo. Mira volar la abeja susurrante 5 en torno de las violas olorosas, y su néctar le ofrecen amorosas, zagala; que es la flor también amante. ¿No escuchas gorgear los ruiseñores, de aguda flecha el tierno pecho heridos, 10 y en melodiosos trinos no aprendidos explicar sus dulcísimos amores? ¿No ves las palomillas amorosas exhalar sus arrullos inflamados? ¿Los pichones no ves enamorados 15 responder en querellas cariñosas? Todo es amor; la alegre primavera, al universo nueva vida dando, naturaleza yerta va inflamando, que Enero con su escarcha entorpeciera. 20

Y tú, por más que lo rehuyas dura, has de rendir a Amor el cuello erguido, que todo se avasalla ¡ay! a Cupido: tal es la ley eterna de natura.

- IX -

El amor rendido

Las pesadas cadenas del despotismo atroz ufano hollando, cantemos, lira mía, el acordado tono al cielo alzando, la presente alegría 5 y las pasadas penas; libertad sacrosanta, tú me inspira; que sólo libertad suene mi lira. Mientras fue mi morada la esclava Hesperia, del rapaz Cupido 10 la flecha penetrante de aguda llaga el corazón ha herido; hoy peto de diamante a su punta acerada oponer quiero, y, de firmeza armado, 15 sus amenazas arrostrar osado. ¡Oh deidad inclemente! ¡Oh Cupido implacable! ¡Oh santo cielo! ¿Qué beldad peregrina Viene a las Galias del hesperio suelo? 20 ¡Oh belleza divina! A tus pies reverente me postro humilde, y ante ti rendido, Amor, confieso a voces, me ha vencido. Al duro yugo atado 25 la cerviz humillada, al fiero en vano perdón ¡ay Dios! le pido; que en mis lloros se ceba el inhumano, y al carro en triunfo uncido, con el dedo mostrado, 30 el quebrantado cuerpo puede apenas arrastrar las gravísimas cadenas. De mis ojos cansados

huyó por siempre el apacible sueño, y en perenes raudales 35 de amargo llanto el porfiado empeño de mis penosos males en mi daño obstinados ¡ay! los ha para siempre convertido, y en quebranto inmortal ¡ay! me ha sumido. 40 Deidades sacrosantas que en Olimpo subido hacéis manida, muévaos mi humilde ruego; apagad en mi pecho la encendida llama de amante fuego; 45 postrado a vuestras plantas, de vos aguarda un triste este consuelo; mas ¡ay! que al desdichado es sordo el cielo. ¡Oh deidad sobrehumana! A ti fue dado, hermosa, solamente 50 la pasada alegría tornar ¡ay triste! al corazón doliente; ablanda, diosa mía, tu condición tirana; mira cuál a tus pies ruego amoroso; 55 di una sola palabra, y soy dichoso.

-X-

A Carlota Corday

¡Oh pueblo malhadado! Con mil cadenas tu cerviz altiva amarrará a su carro la anarquía; de libertad te priva el padre de los dioses indignado, 5 en pena de tu infame cobardía, hasta que con altares la diosa que ofendiste aplacares. De Bruto el alma santa, rasgando las esferas celestiales, 10 en ti vino, y tu diestra generosa de sus armas fatales a los tiranos, ciñe. ¡Ay! cuál levanta el vulgo vil al cielo su espantosa

voz por su soberano, 15 muerto, Carlota, por tu noble mano. El fragoso camino es este del Olimpo; el inflexible Catón y Marco Aurelio por él fueron; por él siguió el terrible 20 azote de los reyes, el divino Rousseau; por él los dioses concedieron escalar las moradas a las divinidades reservadas. Salve, deidad sagrada; 25 tú del monstruo Sangriento libertaste la patria; tú vengaste a los humanos; tú a la Francia enseñaste cuál usa el alma libre de la espada, y cuál sabe inmolar a sus tiranos; 30 tú abriste la carrera, y en la lid te lanzaste la primera. De tu pueblo infelice sé deidad tutelar: ¡Oh! no permitas que a la infame Montaña rinda el cuello. 35 Mas ¡ay! que en balde excitas con tu ejemplo el vil pueblo que maldice el brazo que le libra. ¡Ay! que tan bello heroísmo es perdido, y pesa más el yugo aborrecido. 40 Que en las negras regiones las Furias hieran con azote duro del vil Marat el alma delincuente; que en el Tártaro escuro sufra pena debida a sus acciones, 45 y del gusano eterno el crudo diente roa el pecho ponzoñoso, ¿será por eso el pueblo más dichoso? La libertad perdida ¡ay! mal se cobra; en pos de la anarquía 50 el despotismo sigue en trono de oro; su carro triunfal guía la soberbia opresión; la frente erguida va la desigualdad, y con desdoro el pueblo envilecido 55 tira de su señor al yugo uncido. ¡Oh diosa! los auspicios funestos, de la Francia ten lejanos; torne la libertad a nuestro suelo; así con puras manos 60 los hombres libres gratos sacrificios te ofrecerán, Carlota; tú del cielo donde asistes, clemente protege siempre la francesa gente.

- XI -

El canto de Amarilis

Quitad allá las ciencias, dejadme mis amores. allá dispute el sabio, otro piense, y yo goce. Denme a mí de Amarilis 5 oír los cantos acordes, que encienden en mi pecho mil amantes ardores. Que Florián a Trigueros le colme de loores, 10 que Forner satirice, y Guarinos elogie; y que estas necedades diviertan a la corte, ¿qué a mí, que odio los lauros 15 de Minerva y Mavorte? ¡Oh, pueda yo beodo las suavísimas voces escuchar de Amarilis, y arder en sus amores! 20 La vida es deleznable, veloz el tiempo corre; pues gocemos placeres, y evitemos dolores. ¿No ves marchito el prado, 25 y secas ya las flores? ¿No ves de escarcha y hielos coronados los montes? Unas en pos de otras se van las estaciones; 30 la juventud con ellas ¡ay! huye y los amores. Ligero el tiempo vuela; pues ¡ah! no le malogres. ¿Qué sabes si más vida 35 te conceden los dioses? Ya he visto yo los filos

de las tajantes hoces segar la seca espiga con las lozanas flores. 40 Vivamos y gocemos antes que triste llores tu engaño, y tu hermosura la llames y no torne.

Elegías

-I-

A Lícoris

Del airado Mavorte la crueza ¡oh! no cantes, mi lira, ni la insana sed de sangre, el furor y la fiereza. Mas di de Venus, reina soberana de Pafos, el poder; di los amores 5 y de las Gracias la belleza humana. Canta del dios vendado los loores, de Cupido certero las doradas flechas, su blanda risa, y sus favores. Deja, Cupido santo, las preciadas 10 aras de Chipre, y en tu fuego ardiente enciende mis entrañas frías y heladas. ¡Oh mil veces fatal ruego, imprudente súplica, por mi mal bien acogida! ¡Oh condición de Amor cruda, inclemente! 15 Baja de Olimpo el pérfido, y fingida piedad muestra en su rostro y apostura dulce el falso, y sonrisa fementida. «Del Betis a la orilla una hermosura (amarla es tu destino eternamente) 20 te ofrezco; parte, corre a tu ventura». Dijo y voló; yo loco encontinente el Manzanares dejo, y desalado al Betis corro con anhelo ardiente. Ya no hay más libertad ¡ay! ya aherrojado 25

Lícoris en durísimas prisiones me tiene, al duro remo ¡ay! amarrado. Yo triste los pesados eslabones arrastro, mientras que tormenta horrible levantan en mi pecho las pasiones. 30 Amor en fuego ardiente, inextinguible, me abrasa sin cesar; jamás la hoguera aparta, que esquivar me es imposible; que el crüel me persigue por doquiera, cual cierva a quien fatal punta acerada 35 el costado rompió con llaga fiera; que el monte, el llano corre la cuitada, el doliente bramido al cielo alzando, del rabioso dolor siempre aquejada. Así mi cruda pena va aumentando 40 la aguda flecha con que Amor me ha herido, siempre el enfermo pecho lastimando; la imagen de Licoris, el bruñido cabello de azabache, la alta frente, el sonrosado labio, el cuello erguido, 45 y el hablar, y el reír suavemente Amor grabó con punta de diamante en el mezquino corazón doliente. Mora Licoris en mi pecho amante, Licoris mora en él; vos amadores, 50 de Gnido desertad la ara humeante. Ved cuál la abandonaron los amores y a Lícoris festivos rodeando de guirnaldas la ciñen de mil flores. El sangriento Cupido está aguzando 55 la inevitable flecha, y falsa risa va por sus labios pérfidos vagando. ¿Quién de mi dulce bien vio la sonrisa, y cantar pudo la ambición, la guerra que los tronos trastorna, rompe y pisa? 60 Obra de un dios maligno es nuestra tierra; el duelo la pasea de contino, que todo bien lejos de sí destierra. Y cuando el placer muestra su divino rostro, nosotros necios le esquivamos, 65 ¡oh del error efeto el más indino! Que la flor de la vida así pasamos; la vejez nos señala el tenebroso ataúd, que en vano tristes evitamos. Gusta, Lícoris mía, el delicioso 70 néctar de amor, agora que te es dado del tiempo del placer nuestro envidioso, y nunca sin desdicha despreciado.

- II -

A Amarilis

Soledad deliciosa, bosque umbrío ¡ay, cómo en tu retiro busco en vano alivio al inmortal quebranto mío! Me hirió de Amor la poderosa mano, de Amor la flecha aguda envenenada 5 que contra mí lanzara el inhumano. ¡Oh mil veces feliz edad dorada en que fue la ternura y la firmeza del constante amador siempre premiada! Agora al rendimiento, a la fineza 10 se retribuye indiferencia fría, al obsequio humillado cruel dureza. ¿Qué mal dios en su cólera daría el siempre infame honor a los mortales, que tanto de natura los desvía? 15 Él el pudor nos trajo, él sus fatales leyes a Amor impuso, y él los bienes más dulces transformó en acerbos males. De mi dulce enemiga los desdenes el acaso los causa, y hace en llanto 20 mis ojos dos raudales ¡ay! perenes. Sigue, Amarilis, de Cupido santo las leyes, del amor sigue el sendero exento de pesar y de quebranto. Honor, de la natura comunero, 25 ejercite en el vulgo su tirana dominación y su poder severo. Tú escucha del Amor la soberana voz, que al deleite agora te convida; que esta la edad en su verdor lozana. 30 Huye la primavera de la vida cual un ligero soplo, un breve instante, y nunca torna si una vez es ida. Vendrá ¡ay! la vejez corva, y el amante que agora sólo espira tus amores, 35 y que esquivas más dura que diamante, Lejos huirá de ti; de adoradores la turba que te cerca de contino, cual brillo suele de caducas flores

tal desparecerá; que del destino 40 esta es la ley severa, inexorable; éste de la hermosura el hado indino. Tal la purpúrea rosa, que al amable Céfiro abrió su seno, el soplo airado del vendaval deshoja, y despreciable 45 yace y marchita en el florido prado.

- III -

La ausencia

De la eterna manida del lamento pálidos habitantes, malhadados reinos a do jamás cupo el contento, no; jamás vuestros dioses enojados tormentos inventaron que igualasen 5 la ausencia a que me fuerzan ¡ay! los hados. No plugo al crudo cielo que bañasen de Adur las ondas mis cenizas hiertas y plácidos mis manes reposasen. Yace aquí un amador, yacen sus muertas 10 esperanzas, el túmulo diría, su fe constante, y sus finezas ciertas. Tal vez sobre mi tumba lloraría ceñido de ciprés un fiel amante de su ingrata señora la falsía. 15 Mi sombra en torno del sepulcro errante sus lloros enjugara, y su quebranto compadeciera, y su penar constante. Bella Minerva Aglae, de tu llanto una lágrima acaso regaría 20 los huesos de quien vivo te amó tanto. ¡Oh, cuál de tu dolor ufana iría mi alma a morar en los Elisios prados, y mi ventura alegre cantaría! Jamás del dulce Orfeo los acordados 25 tonos con mis canciones se igualaran; y fueran otra vez embelesados del Tártaro los monstruos, y cesaran las ondas del Leteo su corriente, y las tremendas Furias se aplacaran. 30

Mas ¡ay! de ti, mi dulce bien, ausente, ronca suena mi lira, y triste lloro vierten mis ojos hechos larga fuente. Estos mis cantos son: Minerva adoro; ¿dó estás, Minerva Aglae? ¿no me entiendes? 35 Sólo se escucha el murmurar sonoro del Sena, y mis sollozos; ¿y no atiendes, ingrata, a mi dolor? ¿Y yo ando en vano? ¿Y tú mi fuego más y más enciendes? En esto que de ti me hallo lejano, 40 Eco responde solo a mis querellas; yo en llanto amargo me deshago insano. ¿Por qué la Fama, di, pregona bellas de este Sena las Ninfas tan preciadas? ¿Junto a Minerva Aglae qué son ellas? 45 De su hermosura así son eclipsadas, como del alma Venus la belleza sus émulas confunde despechadas. El duro Amor ceñido de crueza la sigue a todas partes; con halagos 50 el falso va escondiendo su fiereza. ¡Guarte, mortales tristes! ¡Qué de estragos! ¡Cuántos de letal flecha son heridos! ¡Qué días les prepara Amor aciagos! Llévate ¡oh deidad cruda! tus mentidos 55 favores, y tus glorias lisonjeras, y tórname mis bienes ¡ay! perdidos; ¡Ay! tórname mi alma y paz primeras.

- IV -

Traducción de Tibulo

(Elegía primera del libro segundo)

Los frutos y los campos consagremos; únanse vuestras voces a la mía, y el rito antiguo alegres celebremos. ¡Oh Baco! ¡Oh santo dios de la alegría!

De pámpanos la frente coronada 5 ven; y tú, madre Ceres, tú le guía. Repose el labrador y la cansada tierra en el día solemne, y cuelgue ociosa la dura reja a la labor usada. Libres los bueyes sean de la penosa 10 coyunda, y sueltos pasten, coronados de adelfa entrambos cuernos y de rosa. Todos nuestros afanes89 sean sagrados; matronas y doncellas en tal día descansen de la rueca y los hilados. 15 ¡Lejos del ara los que la ambrosía en la pasada noche habéis gustado y el néctar de la diosa de Idalía! Pureza y castidad han agradado siempre a los dioses; puro sea el vestido; 20 cada uno en lustral agua sea lavado. Ved cuál al sacrificio conducido el cándido escuadrón lleva al cordero, y de lauro el cabello va ceñido. Deidades tutelares del Hespero 25 suelo, a vos la labranza, y labradores consagro; proteged ¡oh! mi lindero. Fértil cosecha las frondosas flores ¡oh! no anuncien en vano; la inocente oveja huya del lobo los furores. 30 Y el colono feliz, tranquilamente, viendo sus trojes llenas, descuidado y alegre al grande fuego se caliente. De rústicos en torno rodeado los verá en juego levantar contentos 35 chocillas con el mimbre más delgado. Mas los dioses escuchan mis acentos; ved, ved cuál de la víctima el dichoso aspecto los anuncia al voto atentos. Del padre Baco el néctar delicioso 40 traed, y en torno brindemos y bebamos, ni entre un brindis y otro haya reposo. Beodos el día festivo celebramos: ¡Oh Baco! honren la fiesta tus furores santos, y ni caídos nos rindamos. 45 Mas cantemos del vino en los ardores el nombre augusto de Mesala ausente, de yedra coronados y de flores. ¡Oh vencedor de la aquitana gente, noble Mesala! Tú que honras triunfante 50 a tu abuelo y remoto descendiente; tú propicio me inspira, mientras cante de los agrestes dioses los loores al compás de la cítara sonante.

Los campos canto, y sus habitadores 55 celestes, que a trocar nos enseñaron la bellota en manjares mil mejores. De palma los primeros levantaron al labrador la rústica cabaña, y de agostada hierba la techaron. 60 Al formidable toro con la maña astuta sujetaron al arado, y al bosque confinaron la alimaña. Entonces la manzana se ha ingertado, y el seco huerto del humor sediento 65 en el amigo riego se ha empapado. También el viñador pisó contento en el ancho lagar la uva dorada, cantando a Baco en armonioso acento. El rico don de Ceres, la tostada 70 espiga de los campos la cogemos cuando lanza el León llama abrasada. Al campo la sabrosa miel debemos, cuando a la abeja Hiblea sus panales de agrestes flores fabricar la vemos. 75 Del rústico trabajo los mortales fatigados cantaron dulcemente cantilenas en versos desiguales; y de la flauta al son plácidamente celebraron en himnos las deidades 80 celestes y su brazo omnipotente. Guió el grosero coro en las edades de oro, de mosto el labrador teñido, cantando de Lyeo las bondades. El cabrito de Baco aborrecido 85 le dio el pastor en don, que entonces fuera por el cabrón el hato conducido. Ornó de agreste flor la cabellera del lar antiguo el zagalejo ufano, cuando colora el Mayo la pradera. 90 Pace la oveja el abundoso llano; cubre el lomo el vellón, que de contino de la doncella emplea la tierna mano. La femenil labor del campo vino, de do el huso, la rueca y el hilado, 95 al menos fuerte sexo útil destino. Alguna que el trabajo ha fatigado de ti canta, Minerva, las loores; suena la lanzadera en tanto al lado. En los amenos campos, entre flores, 100 entre el galán novillo y el ligero potro nació también el dios de amores90. Aquí se ejercitó también el fiero en lanzar el harpón ¡ay! diestramente,

tan penetrable agora, y tan certero. 105 Y no el ganado, la doncella siente la cruda herida, y doma el inhumano la condición del joven más valiente. El oro desperdicia el mozo insano por él; de su ingratísima aterido 110 ronda las puertas el cascado anciano; y la doncella hermosa sin rüido las plantas mueve, y frustra la cuidosa madre que vela con atento oído. Palpando por la estancia tenebrosa 115 camina a do la atiende el fiel amante, y descansa en sus brazos amorosa. Infeliz el que flecha penetrante hirió de Amor, y bienaventurado el que le vio este dios de buen talante. 120 Ven también a la fiesta, dios vendado; mas lejos de nosotros ten tu ardiente saeta; ¡ay! ten lejos el harpón dorado. Cantad al dios de amor: abiertamente le invoque cada uno a la majada, 125 y a su pecho le llame ocultamente, o a voces el que quiera: ¿ya enredada no veis la tropa en fuegos amorosos, y la danza lasciva ya empezada? Jugad, que los caballos tenebrosos 130 unce la noche; el escuadrón lucido de astros ya la siguen silenciosos. Y en pos viene el Morfeo adormecido, que las alas batiendo91 tardamente espira sueño, y deja en él sumido 135 el hombre y la alimaña juntamente.

Sátiras

-I-

A Santibáñez92

Yo, aquel que la Academia no ha premiado, ni de Bouillón el bárbaro diarista, ni el bonazo Guarinos ha elogiado; cuando me pica soy también coplista, y enhilo a millaradas consonantes, 5 cual pudiera el más diestro repentista. Que del seco Forner no los tajantes reveses me amendrentan; no el graznido de la chusma de cuervos discordantes. ¿Y quién a Vaca de Guzmán ha oído 10 de Clío tañer la trompa sonorosa, que el disonante estruendo haya sufrido? Las Dríades que habitaban en la undosa margen de Henares, Columbano huyendo, dejaron su morada deliciosa; 15 y mientras, en el Tormes con tremendo desapacible son grazna Berilo, y huyen las Ninfas el horrible estruendo. Ninfas que del dulcísimo Batilo oísteis la suave melodía, 20 ¿dónde hallaréis contra Guerrero asilo? ¿Yo callar? ¿Y Trigueros cantaría las majas y Lerena y la Riada, con su insulsa y pesada grosería; y de Iriarte la musa siempre helada 25 dramas tan regulares y tan fríos como La señorita mal criada? Pues ¿quién para escribir no cobra bríos, viendo que hasta Forner tiene ya fama, y de Huerta se loan los desvaríos? 30 No más, que ya la cólera se inflama, ya la bilis rebosa a borbollones, y ya brotan mis ojos viva llama. Deja, amigo, que exhale en mis renglones la rabia, y más que contra mí vomite 35 el bando de Forner mil maldiciones; que no estimo siquiera en un ardite su estúpida manada de escritores, por más que alce el ahullido, y que más grite. ¡Desventurado siglo, en que de amores 40 Casal canta; Moncín y el ignorante Labiano de comedias son autores! ¿Y no quieres que esgrima la tajante espada de la mofa y la ironía contra turba tan necia y tan pedante? 45 La adulación, la vil lisonja guía las plumas, y se premian los escritos que ostentan la más baja villanía. Los pensamientos nobles93 son proscritos antes de ver la luz, y sofocados 50

de la santa verdad los libres gritos. Los libros a ministros dedicados (archivos de vileza y de mentira) por ellos los autores pensionados. ¿Pues quién esto contempla, y no se aíra? 55 ¿Quién la literatura tan vilmente la ve humillada, sin enojo ni ira? Juraron mortal odio eternamente la ciencia, el desengaño iluminado, la potencia fiera y insolente. 60 El libro al poderoso dedicado no contuvo jamás verdades duras, que a los que pueden siempre han disgustado. Derívase de fuentes tan impuras hoy la ciencia de España, ¿y esperamos 65 ver sus aguas correr tersas y puras? ¡Oh cuán erradamente caminamos al templo de la Fama, si siguiendo de la vil protección las sendas vamos! Que tal vez la grandeza va tejiendo 70 la red con beneficios, y cautiva la ciencia que escapar no puede huyendo. Busca el saber la libertad, y esquiva el trato con el rico potentado que frentes huella94 con la planta altiva. 75 Al esclavo el pensar no le fue dado; Natura al que no hinca la rodilla al tirano, este don ha reservado. ¿Y de la vil canalla que se humilla al siervo de sus siervos, la ignorancia 80 quieres tú que me cause maravilla? ¿Te admira que trasplanten de la Francia vocablos sin razón, y así amancillen de nuestro idioma patrio la elegancia?95 ¿Que por hurten escriban ellos pillen, 85 Hago el amor, no estoy enamorado, Y que manden en jefe y no acaudillen? ¿Que escriban en estilo afrancesado tan confuso que siempre el pensamiento escurecido queda o embrollado? 90 Bien merecen entrar también en cuento los pedantes secuaces del purismo, que carecen de gusto y sentimiento; que si Mena no dijo fanatismo reprueban esta voz, y escrupulosos 95 buscan en Marïana panteísmo. Hay escritores fieles, y celosos observantes de plan y de unidades, y de reglas que siguen rigorosos; sujetos siempre a tales mezquindades 100

hacen versos a estilo de gaceta, que maldicen del Pindo las deidades. Cual si pudiera hacer obra perfeta el autor de La niña mal criada, en despecho de Apolo hecho poeta; 105 que por huir de Góngora la hinchada dicción, escribe trabajosamente epístolas en prosa mal rimada. Naturaleza y arte juntamente si no concurren, por ganar se afana 110 el nombre de poeta vanamente. Mas calla ya, mi Musa; que la insana caterva de ridículos copleros si quieres extirpar, empresa es vana, y esgrimen contra ti ya sus aceros. 115

Discursos En la abertura de una Sociedad Literaria

Discurso primero96

¡Mísera humanidad! Las sombras sigue, y afana por labrarse sus cadenas. En pos de los honores desalado el ambicioso corre, que huyen lejos cuando su mano casi les da alcance. 5 Entre montones de oro vive hambriento el macilento avaro, que no toca jamás los sacos de metal preñados: Tántalo entre manzanas y agua pura, que la hambre y sed devoran sus entrañas. 10 El hombre es infeliz, mientras la amable filosofía le muestra las veredas de la felicidad. Sendas trilladas de pocos, y de pocos conocidas, de la inmortalidad al sacro templo 15 la virtud y el saber tan sólo guían. El virtuoso Sócrates, el santo

inflexible Catón fueron por ellas, y el que siguió sus huellas dignamente Rousseau, de la edad nuestra eterna gloria, 20 y modelo a los siglos venideros. Busquemos el saber, y los amores. Las honras, los caudales y los puestos ocupen al profano. De Minerva éste sea, amigos, el sagrado templo. 25 El sabio, del Olimpo ve tranquilo el luchar de los vientos, las tormentas, el Euro batallando con el Noto, a su soplo agitado el mar insano, y el naufragar amargo de los tristes 30 contempla compasivo, que en las ondas sañudas con dolor el alma exhalan. Así el mal difundido por la tierra observaremos siempre: el despotismo asolar y mandar, la intolerancia 35 ensangrentar la espada, y escudarse de la piedad con el broquel sagrado. Y cuál el fanatismo atroz desnuda la religión de su sagrada veste, mientras la inerme diosa pide al cielo 40 que tan horribles monstruos extermine, y la convierta a su esplendor antiguo. Los derechos del hombre, que ignorados del hombre mismo fueran tantos siglos, derechos que atropellan en las Cortes 45 los déspotas soberbios, los soeces infames cortesanos, vil canalla indigna de la vida y luz del día, tal vez estudiaremos; las sagradas obligaciones que natura impone, 50 y que la sociedad y Dios prescriben ocupación serán de nuestras juntas. También a veces las amables Musas nos recrearán de otros estudios serios, ni negará Terpsícore sus sales 55 alguna vez, cuando burlar queramos los fríos Iriartes, los Trigueros insulsos y pesados, la insufrible charla de Vaca, y el graznar contino de la caterva estúpida, que infecta 60 de dramas nuestro bárbaro teatro. Apolo templará su acorde lira cuando de Jovellanos y Batilo, del dulce Moratín y Santivañes los loores cantemos, por quien alzan 65 su voz las patrias Musas, que yacieran en sueño profundísimo sumidas.

¡Oh cuánto la amistad, y de la gloria sagrado ardor me inflama! ¡Oh, cómo espero recorrer la carrera denodado 70 que a mi vista se ofrece! Ciencias, artes, todo con vuestro auxilio se me allana, que a la constante aplicación, al tiempo, y a la amistad juiciosa y ilustrada ningún conocimiento se resiste. 75 Cuando el viejo Saturno fue arrojado por Jove de su reino, que con leyes tan iguales y justas gobernara, el bien y la virtud huyeron lejos del malhadado mundo, y alanzada 80 la amistad fue con ellos juntamente. La vil esclavitud cubrió la tierra, la ensangrentó la guerra; el perdurable duelo la consumió y el llanto eterno. Ya caminaba a pasos de gigante 85 la humanidad al término postrero, cuando a la tierra torna compasiva la afligida amistad; el llanto enjuga al triste, y le consuela en sus miserias; lamenta las desdichas, indulgente 90 perdona los defectos y, las culpas de la naturaleza inseparables en el frágil mortal; suave aligera el peso insoportable de la vida. Ella aquí nos ha unido: sus favores 95 ¡oh! no desperdiciemos; merezcamos gozar eternamente sus delicias. Virtud y humanidad fueron sus padres: amemos la virtud, y tiernamente amémonos también, sin que los odios, 100 los celos, las disputas literarias, fuentes de tan crüeles enemigas, nuestra fiel amistad jamás alteren.

Epístolas

-I-

A Emilia

Bella Emilia, perdón; yo te lo ruego por tu belleza; ¡ah cielos! ¡mi osadía cuánta disculpa tuvo! ¿Dó se halla aquel que a tu hermosura indiferente sin amarte97 te mira? ¿Quién tu dulce, 5 tu suave elocuencia escuchar pudo sin la emoción más viva? ¿Y yo cuitado, yo solo ¡ay triste! sentiré tus iras? ¿Te aplacas, bella Emilia? ¿Me perdonas? A un eterno silencio me condeno; 10 no más de amor hablarte; no fue dado a mí, mortal, la dicha soberana. Seamos amigos, adorable Emilia; si de amor no soy digno, podré al menos serlo de la amistad: sencillo, franco, 15 jamás la vil lisonja, la mentira infame mi conducta han afeado. ¡Mi corazón sensible cuántas veces en lágrimas se exhala en las desdichas de mis amigos! ¡Las perfidias bajas, 20 las mentidas caricias, las lisonjas envenenadas, la insultante mofa de los que fingen serlo, cuánto acíbar sobre mi triste vida han derramado! Almas villanas98, yo lo he merecido; 25 ingratos, yo os he amado; esto es bastante. ¡Ay! pasemos en blanco mis desdichas. De mis falsos amigos las injurias atroces, las envidias, los crueles encarnizados odios olvidemos. 30 Seamos amigos, vuelvo a repetirlo, de la santa amistad, y de las ciencias al sagrario acogidos, los profanos asestarán en balde sus saetas contra nosotros. Ora, la balanza, 35 y el compás de Neutón en nuestra mano teniendo, aquel cometa seguiremos en su alongada elipse. Ora a Saturno, y a Júpiter pesando las distancias de Marte a nuestra tierra mediremos, 40 o bien por el calor de nuestro globo su edad sabremos. Ora calculando, el infinito mismo, que no es dado al hombre conocer, numeraremos. Otras veces, la historia recorriendo, 45 teatro vasto de horrores y miserias,

la suerte lamentable de la débil humanidad, del despotismo injusto, de la superstición, del falso celo siempre oprimida compadeceremos. 50 O bien hasta el Eterno nuestras almas por grados elevando, nuestras manos puras de iniquidad levantaremos a la extensión inmensa, do el muy alto habita todo en todo; en respetoso, 55 en profundo silencio el bello orden, la perfección que reina en el gran todo absortos admirando, y en tranquila paz el último día aguardaremos, do el alma nuestra libre de cadenas, 60 de Marco Aurelio y Sócrates al lado, en la contemplación del universo gozará de placeres inefables.

- II -

A mi amigo Lanz99

¡Oh dulce Lanz! Mi juventud lozana ya para siempre huyó, cual agostada rosa, que brilla sólo una mañana. Cerca está ya de mí la fatigada corva vejez, de muerte precursora, 5 de achaques y quebrantos rodeada. ¿Dó estás, oh juventud? ¿Dónde está agora de aquel semblante mío la frescura? ¿Dónde del claro Tormes la pastora que del cáliz de amor ¡ay! la dulzura 10 me dio a gustar? Mi luz es eclipsada; ya sepultado ¡ay! yago en noche escura. Pronto la férrea Parca no aplacada irresistible va a precipitarme en el voraz abismo de la nada. 15 Dulce esperanza ¡oh! ven a consolarme: ¿Quién sabe si es la muerte mejor vida? ¿Quien me dio el ser no puede conservarme mas allá de la tumba? ¿Está ceñida a este bajo planeta su potencia? 20

¿El inmenso poder hay quien le mida? ¿Qué es el alma? ¿Conozco yo su esencia? Yo existo; ¿dónde iré? ¿de dó he venido? ¿Por qué el crimen repugna a mi conciencia? Si de toda moral la norma ha sido 25 nuestro propio interés, ¿por qué en la historia siempre el perverso vive aborrecido? ¿Me es de Nerón odiosa la memoria porque temo morir de sus crueldades víctima? ¿Qué interés tengo en la gloria 30 de Foción? ¿Qué me importan las maldades del infame Tiberio? ¿De Trajano qué bien hacerme pueden las bondades? No calumniemos el linaje humano: el malo a las ideas generosas 35 un vil origen atribuye en vano. No, Lanz: de las acciones virtuosas estímulo es la noble simpatía; El egoísmo vil de las viciosas. De Helvecio errada la filosofía 40 convence en esta parte la conciencia, que es de nuestra razón la mejor guía. Vano fuera alegarnos la experiencia, que sólo enseñar puede lo que ha sido; quien lo que debe ser dice es la ciencia. 45 Tiranos y impostores se han unido para ahogar la virtud, y yo me admiro que sus esfuerzos más no hayan podido. En todas partes la violencia miro sobre el trono sentada, y exhalando 50 la libertad el último suspiro. Del despotismo el horroroso bando; la vil superstición, la intolerancia la sanguinosa espada blandeando; la feroz anarquía que la Francia 55 corre, y tala y asuela; cual abrasa celeste rayo la suntuosa estancia de reyes, junto con la humilde casa del pobre labrador, y vuela ardiente, consumiéndolo todo por do pasa. 60 ¿Qué haces? ¿Dó te despeñas, imprudente pueblo? ¿La libertad sin moral quieres? ¿Qué Dios te sopla este furor demente? ¿Piensas, atropellando tus deberes, que más sean tus derechos respetados? 65 ¡De cuán fatal error víctima eres! Así es; los pueblos desmoralizados hoy sus cadenas rompen, y otro día se forjan grillos mucho más pesados. De la ignorancia siempre la anarquía 70

ha sido inseparable compañera, como la libertad lo es de Sofía100. Mas todos los delitos que esta fiera comete, culpa son del despotismo, en cuyo horrible seno ella naciera. 75 Así en Milton los monstruos del abismo devoran con rabioso ávido diente de quien les diera el ser el seno mismo. ¡Ah! sepamos templar hasta la ardiente ansia del bien; el hombre es perfectible, 80 pero se perfecciona lentamente. ¿El efecto fatal de la terrible revolución francesa cuál ha sido? La guerra general, un lujo horrible, el orbe por dos pueblos oprimido, 85 repúblicas y reinos devorados, de Europa el equilibrio destruido; de la filosofía los sagrados principios por la chusma de escritores con descaro increíble calumniados; 90 de cuanto del delirio en los furores un populacho vil ejecutara, culpados los más célebres autores. El amor del trabajo, do cifrara sus virtudes la clase laboriosa, 95 ora la sed del mando reemplazara. Donde los proletarios su horrorosa dominación ejercen, ¿la anarquía qué vínculo social disolver no osa? En el abismo de la tiranía 100 al pueblo precipita la licencia, que por sus falsas máximas se guía. Así el Vesubio lanza con violencia de sus entrañas rocas inflamadas, de la atracción venciendo la potencia. 105 Mas luego por su peso arrebatadas caen, y abrasan los campos convecinos, y sepultan ciudades desoladas. Tal un pueblo empeora sus destinos, cuando se entrega a locas sugestiones 110 de demagogos de alentar indinos. Con las horribles exageraciones de la revolución el despotismo perpetuamente asusta a las naciones. Como si el más absurdo fanatismo 115 de un vulgo vil fuera razón bastante para que en un profundo parasismo los pueblos se durmiesen, y triunfante de los, esfuerzos de animosos pechos la soberbia opresión fuera arrogante. 120

El hombre jamás pierde sus derechos; cobrar la libertad es siempre justo; rompamos nuestros grillos; que deshechos al suelo caigan, y que pongan susto, cayendo, a los tiranos macilentos 125 que nos oprimen con su cetro injusto. Sofisma es confundir con los violentos furores de la plebe arrebatada de una nación los grandes movimientos. Cuando la propiedad es respetada, 130 cuando la humanidad al pueblo guía, cuando toda opinión es tolerada, ¿puede nacer acaso la anarquía de una revolución sólo funesta a los fautores de la tiranía? 135 Nueva lógica, amado Lanz, es ésta, olvidar la violencia perdurable del déspota, y la furia descompuesta alegar de la plebe, cuya instable cólera se apacigua en un momento, 140 como las olas de la mar mudable. Más de tres siglos hace que el sangriento infame tribunal del Santo Oficio oprime a España con furor violento. Y dos años, no más, el ejercicio 145 fatal de la anarquía duró en Francia; ¿cuál causa de los dos más perjüicio? ¿La riqueza, el comercio, la abundancia de cuál de los dos pueblos han huido? ¿Dó esta el saber, y dónde la ignorancia? 150 Tal la revolución francesa ha sido cual tormenta que asuela las campañas, los frutos arrastrando del ejido. Empero el despotismo las entrañas deseca de la tierra donde habita; 155 cual el volcán que vive en las montañas, y con perpetuo movimiento agita el suelo, que su lava esteriliza, y, cuanto más destruye, más se irrita. La esclavitud es quien desmoraliza 160 los pueblos, quien sofoca los talentos, y quien toda virtud inutiliza. Ni tampoco están libres de violentos vaivenes las naciones más esclavas, y de internos terribles movimientos. 165 Cual mugen del Océano las bravas olas, cuando la tierra se estremece, y la mar rompe sus ferradas trabas; un pueblo esclavo, cuando se embravece, con sus cadenas se arma, y desbocado, 170

ningún delito en su furor le empece. Contemplemos el suelo malhadado de la Persia infeliz, de la Turquía, por un dueño absoluto dominado. Las discordias civiles, la anarquía 175 son siempre inseparables compañeras del despotismo, y de la tiranía. Y de consuno las monstruosas fieras sangre beben, de sangre se alimentan, y las naciones devorando enteras, 180 con llanto y sangre se sustentan.

Silvas

-I-

A cuatro hermanas

La villana avaricia, el insaciable amor del mando y del poder supremo las bajas tierras oprimido habían; abrumados gemían los hombres bajo el cetro intolerable, 5 y del dolor en el violento extremo los dioses invocaban, que sordos a sus ruegos se mostraban. Amor, tú consolaste la humanidad; tú su deshecho llanto 10 piadoso le enjugaste, trocando en alegría su quebranto. Tú las cuatro Beldades formaste a hermosear mi patrio suelo; la belleza les diste de deidades 15 moradoras del Cielo. Por ellas ha tornado, por ellas el placer al mundo; humean

por ellas los altares, do sacrifica el pueblo enamorado 20 en el templo de Amor, y de cantares amantes la armonía hinche el templo de dulce melodía. ¿El poder, la riqueza, qué valen comparados 25 con el placer que ofrece la belleza? Que los mortales son más desdichados cuanto más de natura desviados. Apolo: si otro tiempo penetrante flecha de amor te hirió, si la inhumana 30 Dafne adoraste en vano, si en pos de ella montes y valles recorriste amante, en vano reprehendiéndote Diana, templa para cantar ninfa más bella la cítara dorada, 35 derrama en mis cantares tal dulzura, que la suprema gracia y la hermosura sea en ellos dignamente celebrada. Canta tú los sencillos juguetes, los placeres inocentes 40 que a la bella Francisca la ocupaban en su primera edad. Mil amorcillos ya entonces preparaban el sonante carcaj y flecha ardiente. ¡Oh tiempo! ¿Dónde por mi mal te has ido101? 45 Dulce satisfacción de la inocencia, ¡ay! cuán más deliciosa que el mentido placer del mundo y que la falsa ciencia! Canta de Madalena la belleza; las gracias de la hermosa Catalina, 50 de Alcinda la viveza, el sabroso reír, la habla divina, y su mirar que el pecho de diamante torna de blanda cera en un instante. Diosa de los amores, 55 ¡oh Venus! si ser quieres festejada del bando de amadores, pon aquí tu morada, aquí do está aguzando eternamente Amor sangriento la saeta ardiente. 60 Y yo desesperado de pintar tal belleza doy fin al tosco canto, que nunca fue a mi humilde Musa dado elevarse a la alteza 65 que pide Apolo para empeño tanto.

Sonetos

-I-

A una dama que cenó con el autor102

Dase Dios por manjar a su escogido pueblo en la pascual cena misteriosa; Cristo es comida y mesa deliciosa del hombre de amor tanto confundido. Jesús asiste en gloria y prez ceñido 5 eternamente con su amada Esposa; ¡de amor omnipotente portentosa hazaña! En tierra mora, al Cielo es ido. Tú que por diosa adora el alma mía, bellísima Amarilis, a ti es dado 10 hacer tan gran milagro nuevamente. Cristo se ha dado a sí en la Eucaristía: ¡ay! tú date a mi pecho enamorado, y vivirás en él eternamente.

- II -

El sueño engañoso

Al tiempo que los hombres y animales en hondo sueño yacen sepultados, soñé ante mí los pueblos ver postrados103 alzarme104 rey de todos los mortales. Rendí el cetro a las plantas celestiales 5 de Alcinda, y mis suspiros inflamados benignamente fueron escuchados;

me envidiaron los dioses inmortales. Huyó lejos el sueño, mas no huyeron las memorias con él de mi ventura, 10 la triste imagen de mi bien fingido. El mando y el poder desparecieron. ¡Oh de un desventurado suerte dura! Amor quedó, mas lo demás es ido.

Versos sueltos

-I-

Mortal, débil mortal, tal es tu suerte; los placeres más dulces nos fastidian; Venus, la diosa Venus, que hermosea la tierra que vivimos, y las flores a manos llenas sobre el hombre esparce; 5 Venus, sagrada diosa, sus delicias niega al mortal profano y corrompido, que en un serrallo obscuro impenetrable de eunucos y de esclavos rodeado del dulce amor ignora los delirios. 10 ¡Cuántas veces, amigo, cuántas veces de amor en los placeres anegado en ardientes suspiros el sensible, el inflamado corazón se exhala en brazos de mi Doris! ¡Cuántas veces 15 sus lágrimas mis besos enjugaron! Y cuando Amor nos dio su dulce néctar... nuestros sentidos todos embriagados en deleites divinos, nuestra alma gustó la dicha y el placer supremo. 20

- II -

Así cuando el alcázar del Olimpo, el soberbio Mimante y los Titanes, hórridos hijos de la dura tierra, escalar intentaron, y de Atlante el grave Pelïón agobió el hombro; 5 cuando cien lanzas blandeó Briareo, de Encélado la mano poderosa, arranca sierras y montañas lanza contra el sagrado cielo, y ni el tremendo rayo que Jove por los aires vibra 10 no le amedrenta, ni el feroz bramido del Noto por Eolo desatado, ni las olas que heridas del tridente de Neptuno las tierras anegaban; no el reluciente casco de Mavorte, 15 no le asustan de Apolo las saetas; de Apolo que a la sierpe en otro tiempo traspasó el cuerpo duro con mil flechas, y en angustia rabiosa exhaló el alma en negra podre y en veneno envuelta. 20 Tres veces tiembla la morada augusta de las deidades: Venus y las Gracias a lo último del cielo huyen medrosas; las otras diosas siguen: los amores se acogen a sus brazos, o en sus senos 25 se esconden, temerosos del peligro.

- III -105

La coronación se acerca y mi pobre Musa helada no pica de profetisa, ni al rey vaticina hazañas. En vano el frío Iriarte 5 sus insulsas coplas grazna, y en lenguaje de Gaceta a Carlos y Luisa canta. ¿Qué me importa que Forner alce su tremenda vara, 10 y en duros y malos versos haga por elogios sátiras? ¿Que el escritor cinco letras acatamiento le haga, qué a mí? ¿Fui yo por ventura 15

el autor de la Riada? Por más que el necio106 Berilo las ninfas de Salamanca las atruene con sus cantos107 sin armonía ni gracia, 20 mi Musa en profundo sueño y en vil ocio sepultada a Moratín y a Batilo no envidia lauro y guirnaldas.

Epigramas

-I-

Sobre la traducción de la muerte de César108

Ayer en una fonda disputaban de la chusma que dramas escribía, cuál entre todos el peor sería; unos Moncín, Comella otros gritaban. El más malo de todos, uno dijo, 5 es Volter traducido por Urquijo.

- II -

Sobre la crítica de esta traducción por un italiano

¡Sagacidad de crítico estupenda! El que la impugnación de Urquijo lea de su obra formará cabal idea aunque una letra de español no entienda.

Basta saber que escribe en castellano 5 como su impugnador en italiano.

Romances

-I-

En la profesión de una monja

Desciende del alto Cielo, devoción alma; mi lengua mueve porque cante digna del muy alto la grandeza; del gran Dios que los espacios 5 tenebrosos de la inmensa extensión sembró de soles, y del caos la noche eterna llenó de luciente día, y no del hombre desdeña 10 la virtud, que al justo ofrece inefable recompensa; cuando de Dios en el seno, disipadas las tinieblas mortales, absorto admire 15 de los seres la cadena; el orden, las inefables leyes, con que los planetas rechazados y atraídos corren órbitas inmensas. 20 ¡Oh cuán bienaventurada la que huyendo las riquezas, y deleites mundanales, que nunca el corazón llenan, Dios, el hombre y la natura 25 lejos del mundo contempla, del fanatismo enemiga, y de la impía licencia! No víctima del capricho paternal llora en la celda 30

su amarga soledad triste, su forzada continencia. Mas al Eterno elevando manos limpias de impureza, de sus loores el incienso 35 grato al Altísimo llega. ¿Por qué la tajante espada de Temis no se ensangrienta contra el padre, que tirano de sus hijas las condena 40 a una reclusión forzada, do entre lamentos y penas inmortales le maldicen, y detestan la existencia? ¿Y Tú, eterno Dios, tus rayos 45 para cuándo los reservas, si tu religión sagrada es velo de la violencia? No así tú, que despreciando los halagos, la terneza 50 materna, a Dios te consagras, en manos de Dios te entregas. Guarda atenta su ley santa; la superstición destierra, que torna en mezquina y baja 55 de Dios la sublime idea. Ama a los hombres; el claustro no de esta ley te dispensa, la más antigua y más santa que dictó naturaleza; 60 con paciencia los defectos de tus hermanas tolera; la intolerancia aborrece Dios más que nada en la tierra. ¡Oh Dios de misericordia!109 65 Derramadla a manos llenas sobre la que se consagra por virgen y esposa vuestra.

- II -

El amor desdichado

Del Océano irritado en las arenosas playas que con Bayona confinan un infeliz paseaba. Desatados Euro y Noto 5 hasta los cielos levantan las olas del mar airado, y la deshecha borrasca al mísero marinero naufragio y muerte amenaza. 10 Lejos el llanto se escucha de una hermosa que, abrazada de su amante, al sordo cielo ¡ay! en balde piedad clama. Luchando van con los vientos 15 en una delgada tabla, cuando un fiero torbellino los sepulta entre las aguas. El Aquilón poderoso los altos fresnos arranca; 20 uno y otro polo truena, y las vecinas montañas por las lóbregas cavernas el eco horrendo dilatan. Un corderillo azorado 25 dolientes balidos lanza; por hallar su madre anhela, y un lobo hambriento le asalta. Horror y duelos respira Naturaleza enlutada; 30 el pastor en ayes tristes así sus penas lloraba: «Desdenes, amor y celos mi corazón despedazan; mi llanto mueve las fieras 35 ¡y tu pecho no apïada! ¡Oh! plega al Amor un día que tu condición tirana rendida a un joven altivo ruegue sin ser escuchada. 40 Sumido en amargo lloro la Aurora ¡ay triste! me halla; tiende su manto la noche, y mi dolor no se calma. Anoche en ajenos brazos 45 vi tu imagen adorada en sueños. ¡Cielos! la muerte antes que tan crudas ansias. ¿Por qué hicisteis mi enemiga

tan bella y tan inhumana? 50 Róbale, Amor, su hermosura, o su crudo pecho ablanda. Divino Amor, si mi vida en su aurora consagrada fue a ti, si mis dulces versos 55 tal vez en lágrimas bañan los sensibles corazones; ¡ay! amansa de una ingrata la empedernida crueza, y mi dolor crudo aplaca». 60 De la insensible Dorisa así un pastor se quejaba, y las compasivas Ninfas lamentan sus tristes ansias; mas de la ingrata pastora 65 jamás el desdén se ablanda.

Seguidillas

Primeras

A una dama

Ven, Musa chocarrera, sopla benigna, inspírame unas coplas de seguidillas. Ven sin tardanza, 5 y mira que una hermosa ha de escucharnos.

Que de las avarientas el oro es cebo, pero de las hermosas 10 el dulce verso; que el pecho altivo

rinde y en llama torna el hielo frío.

Mas no; tú, rapaz, hijo 15 de Venus bella, dicta tú loores dignos de tal belleza; que las beldades celebrar dignamente 20 sólo Amor sabe.

Dinos tú cuál hechiza si canta o toca, y cuál calle, ría, o hable siempre enamora; 25 y cuál pendiente mil amadores de ella el alma tienen.

No así entre las estrellas brilla el lucero, 30 como entre mil preciosas su rostro bello, y el cuello erguido del duro yugo exento del cruel Cupido. 35

Y el seno palpitante do Amor anida, do sus flechas asesta que nadie evita, cesad, cantares; 40 pues Amor la ha formado, que él la retrate.

Heroidas

-I-

Enone a Paris

(Traducción de Ovidio)

¡Ah! si tu nuevo dueño te consiente las cláusulas leer de ajena mano, lee las querellas de mi amor ardiente. Tus mortales ofensas, inhumano, Enone en estas selvas celebrada, 5 tuya, si tú lo sufres, llora en vano. ¿Qué deidad con nosotros enojada se opone a nuestro amor? Para perderte ¿en qué, mísera, pude ser culpada? ¡Ay! culpada sufrir mi cruda suerte 10 mejor supiera; un pecho delincuente firme resiste a su dolor y fuerte. Tu nombre, ilustre agora y eminente, escuro fue cuando te dio la mano Enone, hija del claro Simoente. 15 Paris, agora príncipe troyano, esclavo era; yo ninfa; a hacer mi esposo de un siervo me forzó el amor tirano. Al abrigo de un álamo frondoso, tendidos sobre el muelle y verde lecho, 20 el ganado nos vio tomar reposo. Tal vez cubiertos del pajizo techo, de la inclemente nieve defendidos, yacimos juntos ¡ay! en lazo estrecho. ¿Quién te indicó las peñas do escondidos 25 sus cachorros dejar suele la fiera, do se acogen los corzos perseguidos? De tus afanes grata compañera, yo las redes manchadas ya tendía, los perros ya animaba en la carrera. 30 El plátano frondoso, la haya umbría muestran en sus cortezas estampado mi nombre, que tu amor grabara un día. Y crece con el árbol levantado el celebrado nombre; el amor mío 35 ¡oh! con él sea a las nubes elevado. Está plantado un álamo sombrío, a do escribieras tú tu ardor amante,

a las frescas orillas de este río. ¡Oh! vive eterno tú, do el inconstante 40 grabó este verso en tu corteza dura, jurando por los dioses ser constante. «Antes corriendo contra su natura de Xanto la onda tornará a sus fuentes, que vivir pueda yo sin tu hermosura». 45 Tornad donde nacisteis, ¡oh corrientes de Xanto! presurosas; apagados yacen fuegos un tiempo tan ardientes. Infaustos a mi amor ¡ay! son los hados: desde el aciago día que la diosa 50 Juno y Palas guerrera, desechados los decentes arreos, y la hermosa Venus desnuda su árbitro te hicieron, a calmar comenzó tu ansia amorosa. Mis miembros de temor se entorpecieron, 55 y corrió por mis huesos un frío hielo, cuando tales prodigios se dijeron. Los ancianos peritos en el vuelo de las aves consulto amedrentada; todos me anuncian enojado el cielo. 60 Por el hacha tajante derribada cae la haya en tierra y sesga con ligeras110 velas la mar, en nave transformada111. Antes que «A Dios te queda» me dijeras112 lloraste: ¡ay! ¡cuánto fue tu llanto honroso, 65 si este nuevo amor torpe consideras!113 Lloraste, y lloré yo, y el abundoso llanto por nuestros rostros confundido, de ambos los pechos anegó copioso. Cual olmo a la amorosa vid asido 70 abrazada la tiene estrechamente, tal a tus brazos fue mi cuello unido. Tus excusas burló toda tu gente viendo acusar de tu tardanza al viento, cuando soplaba más propiciamente. 75 ¡Ah! ¡con cuán doloroso y triste acento «Queda a Dios» me dijiste, y amoroso en mi boca exhalaste tu lamento! Corren las naves por el mar undoso, hienden los remos114 las espumas canas, 80 las velas hinche el Euro poderoso. A las olas se mezclan ¡ay! mis vanas lágrimas, y del mar en las llanuras miro correr las naos ya lejanas. Entonces con fervientes preces puras 85 tu pronta vuelta a las Nereidas ruego; tu vuelta, causa de mis penas duras115. ¡Mis votos te trajeron, y otro fuego

te inflama, ingrato! ¡Por tu nueva esposa fatigó ¡ay! los altares mi amor ciego! 90 Ya se avista la armada en la anchurosa mar, que cual la montaña levantada, tal resiste a su furia procelosa. No bien tu nave veo, desalada, a lanzarme en tus brazos anhelando, 95 correr intento por la onda salada. En esto, desdichada, veo temblando purpurados arreos, de ti ajenos, en lo alto de la proa tremolando. Ya surcados del mar los vastos senos 100 ancla en tierra la nave: absorta miro otra mujer; ¡ay! ¿qué esperaba menos? Ni basta a mi dolor; ¡ay! no respiro de saña, cuando veo que amoroso en su boca exhalabas un suspiro. 105 Despedazando entonces el rabioso pecho, furiosa mis cabellos meso, y tiño en sangre el rostro doloroso. Mis penas, triste, de llorar no ceso; Ida escuchó mil veces mi querella, 110 que de mis males ¡ay! no alivia el peso. Así el penar que causa esa tu bella sienta un día de su amante abandonada y acuse en balde su fatal estrella. Ora, ingrato, te sigue la robada 115 amiga al casto lecho de su esposo, sin temer riesgos de la mar airada. Mas ¡ay! cuando pastor menesteroso de tu señor guardabas el ganado, sólo a Enone el ser tuya fue glorioso. 120 No admiro tu opulencia, no el dorado alcázar, ni de Príamo ser la nuera anhelo; sólo a ser tuya he aspirado. No porque de una ninfa a Príamo fuera, aunque rey, la alianza ignominiosa, 125 y Héctor gloriarse de ella no pudiera. Si aspiro a ser de un príncipe la esposa, bien sienta una diadema en mi cabeza, ni indigna soy de suerte tan gloriosa. Del tálamo dorado la riqueza 130 mejor me está que del humilde lecho de secas hojas de haya la pobreza. No amenazan mil riesgos a tu pecho por mi amor, ni las naos de Mycena vengarán el insulto a su rey hecho. 135 Esta dote consigo trae Helena; la guerra enciende, Menelao furioso tu adúltera reclama a Troya ajena.

Si de restituirla estás dudoso, consulta al invencible Héctor tu hermano, 140 o pregunta a Deífobo juicioso; al sabio Anténor y a tu padre anciano, que la edad enseñara a ser prudente, que los dos te darán consejo sano. Mal la carrera empiezas, torpemente 145 tu patria a tu pasión sacrificando; Grecia es justa; tu amor es impudente. ¡Necio! en Helena vives, confiando que con tal veleidad de ti prendada constante sea su nuevo amante amando. 150 Cual llora Menelao la violada fe del conyugal lecho, y su pureza por extranjera huella amancillada, así tú llorarás; que la limpieza del pudor ¡ay! se mancha una vez sola, 155 ni lava arte ninguna la impureza. Arde en tu amante llama agora; viola Menelao un tiempo de su amor perdida; ora la fe de esposa infiel viola. ¡Andrómaca feliz, que a Héctor unida 160 goza de casto amor suaves contentos! Tan dulce debió, ingrato, ser mi vida. Ligero, cual las hojas de los vientos juguete, que a las nubes van alzadas, volando en torbellinos turbulentos; 165 y como las aristas abrasadas en el Agosto por el sol ardiente que por los aires corren exhaladas. ¡Ay! del estro profético la mente Casandra llena, me predijo un día 170 los crudos males que ora mi alma siente. «¿Qué haces, mísera Enone?» me decía, «Necia, que de la mar aras la orilla, y siembras ¡ay! en vano la ola fría. »Viene novilla griega (¡oh vil mancilla!) 175 a ti, a la regia estirpe, y el troyano suelo viene a perder griega novilla. »Sumid ¡oh dioses! en el mar insano la torpe nave; en sangre va teñido por esta nave el Helesponto cano». 180 Del fatídico ardor el pecho herido así habló; los cabellos en mi frente se erizan, el fatal anuncio oído. ¡Mísera! mis desdichas ciertamente predijiste; novilla más dichosa 185 pace en mis pastos ¡ay! tranquilamente. Cierto adúltera ha sido, aunque es hermosa; prendada del amor de un extranjero,

abandonar sus dioses patrios osa. Ni fuiste tú su robador primero; 190 ya un Teseo de su patria la arrancara, si fue Teseo su nombre verdadero. ¿Crees que a su padre intacta la tornara joven y amante? Si quién me dijera esto ignoras, Amor me lo enseñara. 195 Di, si quieres: violencia fue extranjera, y cela así la culpa cometida; si fue robada, al rapto causa diera. Enone la fe guarda prometida, y no sigue el ejemplo que le has dado, 200 infiel, aunque por ti tan ofendida. Los Sátiros lascivos me han amado, yo en los espesos bosques me escondía, y en vano por hallarme han anhelado. Y al Fauno que los cuernos se ceñía 205 del verde pino que en el Ida crece en amor inflamó la beldad mía. Y el fundador de Troya, el que merece la palma de la cítara y del canto, con las primicias mías se ensoberbece. 210 Ni sin violencia las llevara tanto Dios, que en reñida lucha le arrancara el cabello, anegada en triste llanto. Y no el metal precioso, ni la rara esmeralda me dio, que torpemente 215 el oro compra la beldad avara. El dios el arte médica eminente me enseñó y sus secretos misteriosos que los males alivian del doliente; las hierbas saludables, los preciosos 220 aromas que produce la natura, y sanan los dolores más penosos. ¡Mísera! que de amor la llaga dura ni la remedian hierbas saludables, ni toda mi arte médica la cura. 225 Herido de sus flechas penetrables su autor pació de Admeto la vacada y sintió los tormentos incurables. La salud que tornarme no fue dada a planta alguna, ¡oh numen poderoso, 230 tú sólo puedes darme malhadada! Ten, ingrato, piedad de un amoroso pecho, que no tiñeran, no, mis manos en frigia sangre el Xanto caudaloso. Tuya, crudo, en los años más lozanos 235 de su primera edad Enone ha sido, y si mis blandos ruegos no son vanos siempre conmigo vivirás, conmigo.

- II -

Heloísa a Abaelardo116

Sepulturas horribles, tumbas frías, también Amor persigue entre vosotras al mísero mortal, que su saeta no evita ni entre lóbregos sepulcros. La letra es de Abaelardo; letra cara, 5 que el ojo amortiguado inunda en llanto, y el labio sella con amargo beso ¡ay! dulce un tiempo, cuando Dios quería.

Lejos de ti, mi dulce amor, y lejos del mundo y del placer, eterno lloro 10 ¡mísera! me consume; en él sumida me halla la Aurora, en él la escura noche. Huye de mí el descanso; horribles sombras mi sueño cercan de temor helado. Terrible Dios, ¿son estos tus consuelos, 15 tu gracia, tus auxilios eficaces? ¡Oh vanos nombres que pronuncia el vulgo, que así cual se disipa el humo al viento, tal desvanece el duelo y la desgracia!

Vuelve, Abaelardo, a mí, vuelve; en tus brazos 20 el placer gustaré que me promete la Religión, mientras la amarga copa me da a apurar de acíbar y veneno. De los verdugos el cuchillo infame no te ha quitado todo, no; tus gracias, 25 el hablar apacible, la sonrisa, la hechicera elocuencia, el amor mío, todo tienes aún; ¿crüel, lo dudas? Ven, descansa en mis brazos; mis caricias, mis halagos, mis besos encendidos 30 te lo confirmarán; supersticiosos terrores no te asombren; el Eterno

grabó de la virtud el indeleble Amor en los mortales; de natura sigue las leyes que el Criador impuso. 35 Mentiras son las otras de los hombres que de Dios en el nombre al hombre oprimen y la vida envenenan y acibaran. No, no es delito amar; es ley eterna, obligación sagrada, que los seres 40 en amigable paz une y concilia; la yedra ama la vid, la loba al lobo, al hombre la mujer, ama a Abaelardo Heloísa infeliz; leyes tiranas se oponen a su amor. ¡Ah! quebrantemos 45 grillos que sólo la opinión los forja, a Dios indignan y a natura oprimen. ¡Infelice! ¿Qué digo? ¿Dó me arrastra mi pasión malhadada? ¡Yo, la esposa de Dios, a un hombre adoro, por él gimo! 50 ¡Yo, que deshecha en llanto ante las aras ofrecí a un Dios celoso en holocausto un corazón!... ¡Ah mísera! ¿Era tuyo ese don? ¡Oh perjura! Tú quisiste engañar a tu Dios, que vengativo 55 castiga tu impiedad con duro azote. Aquel aciago día, de horror lleno, miro siempre delante, en que forzada pronuncié votos que abomina el Cielo. El Ángel tutelar cubrió su rostro 60 herido de dolor; tronó la esfera, el carro de Iohaváh corrió las nubes; subió el remordimiento del abismo a morar en mi pecho; en mis entrañas insaciable se ceba de contino. 65 Cual un veloz relámpago pasaron los tiempos del placer y los amores, para más no tornar. Aquel día alegre en que cedí a tus ruegos obstinados ¡ah! ¿quién creyera que fatal origen 70 fuese de tanto mal? El bien supremo no es dado a los mortales. Desparecen cual sombra los deleites, y manida la desesperación, el llanto, el luto hicieron en la tierra eternamente. 75 De Citerea a las plantas no fue Adonis más ardiente, más tierno que Abaelardo de Heloísa a los pies. Cielos, ¿la gloria que ofrecéis a los justos es la sombra de la que yo gusté? Los celestiales 80 se cubrieron los rostros envidiosos de tan suprema dicha, que con mano

pródiga nos dio Amor. Las importunas obligaciones de Himeneo, las trabas de la opinión, nuestros contentos puros 85 no los aguaron, que tranquilos, libres de la naturaleza la divina inspiración seguimos, despreciando las arbitrarias leyes que obedece el vulgo ciegamente y burla el sabio. 90 Amor, rey de los hombres y de todo cuanto vive y respira, sus influjos aparta del profano que atrevido osó imponerle sujeción y leyes. Él es ley a sí mismo, y huye lejos 95 los grillos con que pueblos corrompidos aprisionarle intentan insensatos. Aquella noche... su memoria horrible perezca entre los hombres; las estrellas le nieguen su luz pura... los verdugos 100 los puñales afilan, luce el hierro. Abaelardo, ¿tú duermes? ¡miserable! ¿Dónde estaba Heloísa? ¿Su amoroso pecho no te abroquela, no te libra? ¿La vengativa cólera del Cielo, 105 su desesperación ¡ah! no la excita? ¿Y hay un Dios vengador?... La Deidad, sorda, no oye del inocente los lamentos. Triunfa la iniquidad... la sangre corre, la sangre de Abaelardo; el desdichado 110 en ella se revuelca... ¡no eres hombre y vives (¡oh dolor!) y yo respiro! Es de la atrocidad y del delito juguete el justo; los ardientes rayos derruecan las altísimas montañas; 115 la tempestad y el cielo airado burla el infame y perverso delincuente. ¿Y no preside a la afligida tierra o la fatalidad o el ciego acaso? ¿Dó me despeño, triste? El negro abismo 120 se abre a mis plantas, su espantosa boca me sume; ¡desdichada! las blasfemias ya no me aterran; el delito horrendo por doquiera me sigue; en todas partes sólo encuentro amargura y desconsuelo. 125 ¡Jesús, mi buen Jesús, a Ti me acojo! Dios hombre compasivo, Tú mis llagas ¡oh Señor! Tú las sana, tus auxilios desciendan sobre mí, Tú los raudales de tu misericordia en mí derrama. 130 Omnipotente Dios, ¿podrá tu diestra borrar en mí la imagen de Abaelardo,

imagen vencedora de tu gracia, y vencedora de la muerte misma? Ven, dueño amado, arráncame del seno 135 de un Dios amante que piadoso extiende a mí sus brazos... y que yo detesto. ¡Oh vosotras que nunca habéis sentido las encendidas llamas del profano Amor que a mí me abrasa noche y día, 140 que ignoráis117 el placer y la violencia del deleite que pródiga natura reparte a los que cumplen con sus leyes; vosotras, mis hermanas, que contentas vivís en vuestro encierro voluntario, 145 que visiones fantásticas arroban! ¡Vuestra felicidad ¡oh! cuánto envidio, y vuestra dicha imaginaria! El Cielo me dio en su indignación la ciencia triste que la superstición ahuyenta lejos, 150 y su mentida gloria. Ella consuela la flaca humanidad en sus desgracias; ella da cuerpo a las fingidas sombras, que la verdad severa desvanece desconsolando al mismo que ilumina. 155 ¿Qué religión profesas, Abaelardo, o qué Dios es el tuyo? ¿Qué; el Eterno ve la infelicidad de sus criaturas, y en ella se complace? ¿La tristeza y la pena le aplacan? ¿Son contrarias 160 las leyes naturales a las suyas? ¡Ah! no te asusten los espectros vanos, de la superstición escuros hijos. Sólo naturaleza es inmudable, y sus preceptos santos; los delirios 165 desparecen por fin, y las creencias más arraigadas las destruye el tiempo. Tu amor es la primera, la más santa obligación que el mismo Dios me impuso, y a ti también, ingrato, que así olvidas, 170 pérfido, los sagrados juramentos que tantas veces ante el Cielo hiciste de amarme eternamente. ¿De ese modo cumples con tus promesas? En la tierra ya no hay más fe, más ley: de su Heloísa 175 despreciada huye lejos Abaelardo, sin que el amor antiguo le detenga ni las amargas lágrimas que vierte. ¿Qué temes, desgraciado? ¿No es ya muerta Naturaleza en ti? Ya su imperiosa 180 voz calló para siempre; mis cariños ya no pueden moverte; ven, amado,

tu esposa desolada te lo ruega, tu Heloísa infeliz. ¡Ay! hubo tiempo que fue su voluntad tu ley suprema, 185 y hasta de sus caprichos fuiste esclavo. Redúceme, Abaelardo, al buen camino que abandono por ti; ven, aplaquemos juntos a la Deidad que vengativa con eternos suplicios me amenaza, 190 suplicios ¡ay! tan poco merecidos. ¿El lugar destinado a los amantes es el Infierno acaso? ¿El fuego eterno el galardón que Dios ha reservado a las almas sensibles? ¡Ah! no es éste 195 el Hacedor benéfico que anuncia la conciencia: mi amor no es un delito ni una mortal de su Criador la esposa. El vulgo que elevarse a Dios no sabe mezquina torna la sublime idea 200 de la divinidad; a él son debidos delirios que lamentan los piadosos, y que befa con risa el bando impío. Mas ¡ay, que mi pasión nada la enfrena! ni de la santa Religión la augusta 205 majestad, los misterios adorables; ni la cercana muerte, ni el tremendo Dios que me ha de juzgar... Huye; los montes, los mares pon en medio de tu estancia y esta mansión del llanto, do Heloísa 210 la muerte invoca a sus gemidos sorda. La pompa funeral, el aparato de horror y destrucción ¡oh cuánto alegra el ánima mezquina! Aquel descanso inalterable, aquella paz profunda 215 que nada turba en el sepulcro frío, ¿será que venga para mí? La muerte evita al desdichado. Su guadaña siega la flor lozana, y deja ileso el tallo seco y las marchitas hojas. 220 ¡Oh Supremo Hacedor! ¿Por qué negaste facultad en su vida al desdichado que abruma la existencia y cansa el mundo? Las puertas de la muerte están abiertas perpetuamente al infeliz; seguro 225 puerto ofrece a la nao combatida de la deshecha tempestad la huesa. Al vulgo que en la muerte ve otra vida este error le detenga... ¡Oh Dios, perdona de mi flaca razón el desvarío, 230 de mi pasión el desenfreno horrible! Respeto tu ley santa, humilde adoro

tu Religión, que la razón cautiva, y que del tierno amor hace un delito. La desesperación del negro Infierno 235 a la sima me arrastra, do sumida fuera ya, mas la Mano omnipotente mi flaqueza sostiene compasiva. Anoche, al tiempo que descansa el mundo, cuando vela el cuidado, el vengativo 240 remordimiento ante el dorado lecho del tirano y las sombras macilentas salen de su prisión, cuando los muertos pálidos de las tumbas se levantan, mi dolor exhalaba en llanto amargo 245 ante un negro ataúd: el santo templo se estremece, las lámparas se extinguen, el cabello se eriza, voz tremenda resuena en mis oídos. «Heloísa, nada temas», me dice, «ya la muerte 250 te ofrece en el sepulcro eterno asilo, y ya Dios abre sus amantes brazos, y en su seno te acoge. Yo, tu hermana, ardí de amor cual tú, mas la encendida llama apagó esta tierra y este hielo. 255 El Eterno, que el vulgo representa cual tirano implacable, ve indulgente de la frágil criatura el extravío, le perdona sus culpas y consuela sus quebrantos con gloria perdurable. 260 Ven; descansa conmigo». Sí, mi amada, ya se anublan mis ojos, ya no late el pulso amortecido; tú, Abaelardo, queda a Dios para siempre, y tus cenizas y mis helados huesos un sepulcro 265 contenga; así en los siglos venideros del amor más constante y desdichado serán nuestras desgracias el ejemplo.

- III -

Abaelardo a Heloísa118

¡Oh vida, oh vanidad, oh error, oh nada! ¿Qué me quieres, bellísima Heloísa? ¿Por qué tu voz se escucha en esta tumba, morada eterna de pavor y muerte? De un Dios celoso los preceptos duros 5 tan sólo aquí se siguen, de natura las suavísimas leyes olvidando; amar es un delito. Sí, Heloísa; Dios veda que te adore a tu Abaelardo y sople el fuego que en tu amor le inflama; 10 el fuego que discurre por mis venas, y que mi triste corazón abrasa. ¡Terrible suerte! mis verdugos crudos mis órganos helaron, y la ardiente llama que el alma mísera devora 15 no encuentra desahogo. Me consumo en rabiosos esfuerzos impotentes, los cielos y la tierra detestando. Eterno Ser, cuyos milagros canta el vulgo ciego ante el altar postrado, 20 del engaño riendo el sacerdote, ¿quieres verme rendido ante tus aras? Vuélveme el sexo, y canto tus grandezas. Melancólico libro, que dictado fuiste sin duda por un alma triste; 25 Biblia, que haces de Dios un cruel tirano; tú serás mi lectura eternamente. ¡Oh, cómo me complaces cuando pintas los hombres y animales fluctuantes en el abismo inmenso de las aguas 30 clamar en balde por favor al Cielo, y la vida exhalar en mortal ansia! Todo el linaje humano, reprobado por el leve delito de uno solo, me muestras arrastrando sus cadenas, 35 y condenado a enfermedad y muerte. Mi gozo es retratarme estas ideas. La desesperación fundó los claustros; ella aquí me ha arrojado. Yo detesto de los hombres, de Dios, y de mí mismo; 40 de Heloísa también, sí, de Heloísa. Yo fragüé tus cadenas, yo tus votos te forcé a pronunciar, yo te he arrancado del mundo que adornaba tu hermosura. Odio también este execrable monstruo, 45 que marchitó la más lozana rosa, y en capullo cortó la flor más bella. La desesperación ante mi lecho hace la ronda, y en mi pecho anida la mortal rabia; a mis cansados ojos 50

jamás se asoma el llanto. Di, Heloísa, ¿si reconoces tu infeliz amante en tan fatal estado? Fueron tiempos en que enjugaba compasivo el lloro del triste que aliviaba en sus desdichas. 55 ¡Cuántas veces mis lágrimas regaron tus mejillas, la suerte lamentando de el que la desventura perseguía! La dulce compasión ya no se alberga en este corazón, más que la roca 60 por el sumo dolor empedernido, y hasta el consuelo de llorar me quita la bárbara y crüel naturaleza. Los celos y la envidia macilenta son las pasiones que mi pecho ocupan, 65 y hasta del Dios que sirves tengo celos. Cuando imagino que en el templo augusto a Dios das un amor que a mí me debes, execrando sus leyes sacrosantas, el rival me declaro del Eterno. 70 El mundo todo contra mí conspira, y todo me aborrece mortalmente; yo vuelvo mal por mal, guerra por guerra. Los monjes que sujeta a mis preceptos la vil superstición y el fanatismo 75 son con cetro de hierro gobernados; todos ven en su abad un enemigo. La penitencia austera, amargo fruto de desesperación que el pueblo mira cual dádiva de Dios, y que los Cielos 80 airados en su cólera reparten, en mi semblante mustio se retrata. Ceñido de cilicios, soy yo propio el más crudo enemigo de mí mismo, y sufro mil tormentos que me impongo. 85 Debajo de mis plantas miro abierto un abismo de penas y de horrores, y la muerte afilando su guadaña amenazarme su tremendo golpe. Hiere; y descenderé tranquilamente 90 a la mansión eterna del espanto. ¿Del tirano que rige a los mortales la rabia omnipotente puede acaso castigarme con penas más horribles? Allí yo te veré, veré a Heloísa, 95 y aumentará tu vista mi tormento, tu vista que otro tiempo fue mi gloria. Mi corazón se oprime; no me es dado contemplar a mi amada en la desdicha. Iehováh, que de contino en balde imploro, 100

si víctima tu saña necesita, descarga sobre mí: ve aquí mi cuello. Tú, amada, vuelve al mundo que dejaste; ve, torna a las pasadas alegrías, de un esqueleto olvida las memorias, 105 vil juguete de Dios y de los hombres. Si quieres ser feliz huye del claustro; renuncia de los votos imprudentes que no pudiste hacer; rompe tus grillos. El hombre jamás pierde sus derechos; 110 cobrar la libertad es siempre justo. Dios eterno, perdona mis delirios. Tú me has hecho apurar hasta las heces el cáliz del dolor y la ignominia; ¿Y quieres que mi grito no resuene 115 y que sufra en silencio el crudo azote? ¡Oh, [...] es Dios en sus venganzas, si no permite al infeliz ni el llanto! ¡Oh tú, que en otros tiempos animaste este cadáver que ante mí contino 120 retrata los horrores de la muerte, espíritu que habitas las regiones por siempre impenetrables a los vivos, ilumina a un mortal extraviado que confusión y escuridad rodea! 125 ¿Qué orden nuevo de cosas nos aguarda en el reino espantoso de los muertos? ¿La miseria, el dolor, persiguen siempre a los humanos tristes, y se ceban en las cenizas yertas del difunto? 130 ¿O es la huesa el camino de la dicha? ¿O más bien todo con la vida acaba? Perseguido de ideas funerales, la muerte miro como un trance horrible que me ha de conducir a nuevas penas. 135 A veces en mis sueños me figuro que, conducido por un caos inmenso, soy presentado al trono del Muy Alto, y el resplandor que en torno le rodea me hace caer a tierra deslumbrado; 140 que me levanta el rayo fulminante, y que el ángel tremendo de la muerte la senda del Averno me señala, y en la región del luto soy sumido, condenado a tormentos sempiternos, 145 do son perpetuamente los humanos víctima de las iras implacables de un tirano crüel y omnipotente. Despavorido me despierto, al Cielo, a ese Cielo de bronce, alzando en balde 150

mis ayes doloridos y profundos. ¡Jesús, santo Jesús!, Tú que quisiste morir crucificado entre ladrones; mártir de la virtud, que el vulgo adora como deidad, y que venera el sabio 155 como el más santo y justo de los hombres; que contemplando el orden de los seres admiras el gran todo, y las flaquezas del humano linaje compadeces, que evitó siempre tu virtud severa; 160 si las preces del justo pueden algo con ese Dios que tú anunciaste al mundo, suplícale que alivie mis quebrantos; la desesperación que despedaza mi corazón, que desvanezca luego 165 un rayo de su gracia poderosa. ¿En qué pudo ofenderle un desdichado que amaba la virtud, que así le priva de gozar por jamás algún contento? Aparta ya, gran Dios, de mí tu soplo, 170 súmeme de una vez en el sepulcro, y corta el hilo de tan triste vida. Vosotros, monjes, que he mortificado hasta haceros la vida detestable, ¿no tomáis la venganza? ¿Qué os detiene? 175 ¿O queréis que respire en mi despecho? Vosotros, que el silencio de las celdas, la soledad medrosa de los claustros y el lúgubre pavor del cementerio excita a los proyectos más atroces; 180 espíritus crüeles que endurece contra la humanidad la penitencia; vosotros encendisteis las hogueras del fanatismo; y el puñal agudo clavasteis en el pecho del hereje; 185 que [...] a Dios a sangre y fuego, [...] contra mí vuestros horrores. ¿Qué pena da a los monjes un delito? ¿Son éstos, Heloísa, de tu amante Los suaves coloquios. ¿Dó se fueron 190 las deliciosas noches ¡ay! pasadas en brazos del placer, cuando Heloísa templaba con sus besos amorosos el ardor de mi llama? ¡Suerte horrible! Del deleite supremo el dulce cáliz 195 me dio a gustar natura, porque sienta el valor infinito de la dicha y el peso del dolor intolerable, que para siempre morará conmigo. Ya no invoco la muerte, que huye lejos 200

del mísero que vive en los ultrajes. Ni el cuchillo crüel de mis verdugos, ni mis suplicios, ni mi austera vida, ni mi ayuno continuo, ni mis duelos, nada basta a arrojarme en la fría tumba. 205 Las sombras pavorosas de los muertos rondan en derredor de mí contino, y a habitar me convidan sus mansiones; en balde; que el destino aborrecido me tiene fijo a la enemiga tierra, 210 y huye la muerte cuando yo la toco. ¡Oh Señor!, ¿para cuándo señalaste el término a mis días tan ansiado? ¿Me has de dejar sufrir eternamente? ¿O quieres que publique tus loores 215 de la horrible desgracia perseguido? Quebranta las cadenas que sujetan mi cuello a la pasión; libre me hiciste, tórname en libertad, tu don conserva. Amada, oyó mis votos el Eterno. 220 La dulce calma vuelve a mis sentidos. Ya va a herirme la muerte, y ya el descanso de mis fatigas acercarse miro. En el seno de un Dios, de un padre amante de sus criaturas, las delicias todas 225 me aguardan de consuno; que en tus brazos solamente gusté su vana sombra. Aquí de los humanos los delirios desparecen por siempre; un Dios piadoso perdona a los errores invencibles 230 que graba la crianza en nuestras almas. Felicidad y dicha inalterable habitan las regiones fortunadas, que de monstruos horrendos puebla el hombre. Aquí nos hallaremos, Heloísa, 235 y nuestras almas con amor más tierno se estrecharán en lazo indisoluble. Vive feliz, y piensa en tu Abaelardo; tu amor causó sus glorias y sus penas, y ni en la postrer hora te ha olvidado. 240

Elegía

-V-

Traducción de Tibulo

Llena el vaso otra vez; mis fatigados ojos por tu potencia irresistible ¡oh Baco! en sueño yazgan sepultados. Espira sueño ¡oh Baco! Tú insensible, Tú sólo, hacerme puedes a mi suerte; 5 ¡oh suerte con mi amor cruda, inflexible! Cerrada está con un candado fuerte la puerta de mi amada, y su celosa guarda todos sus pasos ¡ay! advierte. Puerta dura, ¡ojalá la procelosa 10 lluvia te embata, y te consuma el trueno que Jove lanza en mano poderosa! Puerta, ábrete a mis ruegos; de mi seno los sollozos te ablanden; sin rüido cedan tus quicios, de sentido ajeno. 15 Si contra ti furioso he prorrumpido, en mi cabeza caigan maldiciones que en tu daño sin seso he proferido. No te olvides ¡oh puerta! de mis dones, la guirnalda de flores que te ornara, 20 mis preces, mis dulcísimas razones. Mas tú nada receles, Delia cara; osa frustrar tu guardia vigilante; Venus dio su favor a quien osara. Venus la senda enseña al mozo amante 25 que ignorara, y adiestra la doncella a abrir la puerta muda y palpitante. También muestra de amor la diosa bella el lecho abandonar furtivamente y sin ruido estampar la blanca huella; 30 y delante el marido impertinente hablar con expresivas ojeadas, que el amador comprende solamente. Ni a todos estas artes les son dadas; mas a quien diligente deja el lecho, 35 ni las tinieblas de la noche heladas le asustan. Citerea de su pecho propicia aparta el aguzado acero, y en vano el salteador vela en su acecho; que es seguro y sagrado aquel sendero 40 por do va el amador de un dios guardado contra los lazos del mortal artero.

No de las noches del Diciembre helado la escarcha me dañara, o la furiosa lluvia del cielo; en aguas desatado. 45 Nunca tendré mi pena por gravosa si a abrir mi Delia viene al fin su puerta, y por señas me llama silenciosa. Hombre o mujer, si alguno hallarme acierta, lejos tenga la luz; que el dios Cupido 50 veda que sea mi gloria descubierta. No de vuestras pisadas el rüido me asuste, ni mi nombre preguntando acerquéis el fanal aborrecido. Quien sin pensar me viere, que jurando 55 por los dioses sagrados lo desmienta; tal es de Venus poderoso el bando. Si alguno hablar osare, el furor sienta de la diosa implacable que engendrada fue de sangre y espuma turbulenta; 60 mas ni entonces tu esposa creerá nada. Tal me dijo una maga verdadera, cuya arte en mi favor está empleada. Una noche serena yo la viera que la luna a su voz huyó medrosa 65 y que el rayo torcía su carrera. Su canto abre la tierra119 y la espantosa tumba dejan los manes al conjuro do la yerta ceniza en paz reposa. Agora llama con imperio duro 70 el Infierno, o con leche rociados sus espíritus torna al reino escuro. A su arbitrio disipa los nublados, a su arbitrio los días más serenos en pardas nubes van encapotados. 75 Ella sola conoce los venenos de Colcos; de los perros infernales sola ella calma los rabiosos senos. Ella misma compuso estos fatales cantos; dilos tres veces, Delia mía, 80 y cántalos en tres tiempos iguales. El envidioso en vano le diría a tu esposo mi amor; aun si nos viera yacer juntos, sus ojos no creería. Mas tú huye de otro amor, que su ceguera 85 será en mi favor sólo, y otro amante esconderse a su vista no pudiera. ¿Qué no creeré de maga que es bastante, según dijo, a romper del amor mío las firmes ataduras de diamante? 90 Cuando la noche tiende el manto frío, inmolará por mí negros corderos

a las deidades del Averno umbrío. No que yo no te amara, mas que fueras blanda a mi amor pedía, Delia hermosa, 95 que eternamente tú en mi amor ardieras, que la vida sin ti me fuese odiosa.

Oda

- XII -

Traducción de Horacio

Vana sabiduría, de tu resplandor falso deslumbrado, ya largo tiempo erré sin norte o guía; ora al camino por mi mal dejado torno, y víctimas pías 5 a Jove inmolaré todos los días.

A Jove que, lanzando con diestra firme el rayo fulminante, hendiendo va las nubes, y volando en alígero carro rutilante 10 por el cielo sereno, crujen entrambos polos a su trueno.

Las selváticas tierras, los caudalosos ríos, el Averno y cuanto monstruo pavoroso encierras 15 en tus entrañas, horroroso Infierno, todo a Jove obedece, todo su rayo horrísono estremece.

La fortuna inconstante con impulso ruidoso precipita 20

cuanto alzaba al Olimpo su arrogante frente, y con mano poderosa excita el que en el polvo yace, y aquel que escuro fuera brillar hace.

Poemas

-I-

La guerra de Caros120

(Traducción de Osián)

Dame, Malvina mía, el harpa, dame: que la luz del canto en el alma de Osián se enciende súbita. Cual es el campo cuando escura noche las colinas en torno cubre, y crecen 5 lentamente las sombras en el valle del Sol, tal, ¡oh Malvina! a mi Óscar veo junto la roca del limoso Crona. Mas la forma de Óscar es cual la niebla del desierto que el rayo de Occidente 10 colora de su luz; tal es la amable forma de Óscar; ¡oh vientos que sopláis en Arvén, huid lejos de ella! ¿Quién viene hacia mi Óscar? Júbilo escuro brilla en su rostro; sus cabellos canos 15 el viento mece; en un bastón se apoya, y cánticos murmura, y torna a Caros miradas repetidas; Ryno el bardo este es; Ryno, del canto el mensajero a la hueste enemiga. -¿Qué hace, ¡oh Ryno! 20 Caros, rey de las naves?- Óscar dice: -¿Despliega, di, las alas de su orgullo, bardo de antiguos tiempos?- Las despliega,

replica el bardo, -Óscar, pero al asilo de amontonadas piedras, de sus muros 25 atónito te mira, Óscar terrible cual de la noche el tenebroso espíritu que las olas agita, y furioso en sus naos las precipita.-Príncipe de mis bardos,- Óscar dice,- 30 la lanza de Fingal toma, en su punta fija la llama, blándela a los vientos; ve, dile a Caros que de Óscar el arco arde por la batalla, fatigado de la caza de Cona; que los fuertes 35 están lejos, que joven es mi brazo; convídale con cantos a la guerra, dile que deje sus amigas ondas.Cánticos murmurando, Ryno parte; Óscar alza el clamor cual el estruendo 40 de la campana, cuando de Togorma se agita el mar cercano, y en sus árboles silban los vientos rápidos; los héroes de Arvén le oyeron, y se aunaron súbito: tal después de las lluvias los torrentes 45 se precipitan raudos de los montes en el orgullo de su curso. Ryno se acerca al fuerte Caros, y blandea la centellante lanza. -¡Oh tú, -le dice,tú que habitas las olas inconstantes! 50 Sus, ven a la batalla de Óscar; lejos está Fingal; el canto de los bardos oye en Morvén, de su palacio el viento se mece en sus cabellos; su terrible lanza pende a su lado; cual la luna 55 escurecida es el escudo; ven al combate de Óscar; solo está el héroe.Caros no vino al raudo Carón. Ryno se tornó con su canto. Negra noche Crona cubre; la fiesta de las conchas 60 se extiende; arden cien robles a los vientos, brilla pálida luz en la maleza. Por entre el resplandor de Arvén las sombras pasan, y muestran sus escuras formas de lejos. A Comala un meteoro 65 medio descubre; triste y tenebroso aparece Idalán cual luna escura por entre espesa nieve de la noche. -¿Quién causa tu tristeza? -dice Ryno. Él sólo ve al caudillo.- ¿Tu tristeza 70 quién la causa, Idalán? ¿No has recibido tu gloria? ¿No se oyeron ya los cantos de Osián? Tú de tu nube te inclinaste

por oír el canto del morvenio bardo. Tu sombra cabalgó sobre los vientos 75 brillante. -¿Qué, tus ojos, -Óscar dice,ven a Idalán cual meteoro escuro de la noche? Di, Ryno, cuál cayera Idalán en los días de mis padres, tan famoso; su nombre vive eterno 80 en las rocas de Cona; yo mil veces de sus colinas viera los torrentes. -Fingal, -replicó el bardo,- de sus guerras a Idalán expelió; triste era el alma de Fingal por Comala, ni sus ojos 85 sufren la vista del caudillo; solo, con silenciosos pasos, tristemente, lento Idalán se embosca en la maleza. Ambos sus brazos cuelgan, sus cabellos sueltos sobre su frente el viento mece, 90 la lágrima en sus ojos abatidos está, en lo hondo de su pecho un ¡ay! medio acallado. Solitario, escuro, erró tres días; y llegó al palacio de Lamor, el palacio de sus padres, 95 musgoso cabe el Balva. Bajo un árbol sentado está Lamor solo; su gente toda sigue a Idalán en los combates; sus pies baña el torrente, su cabeza cana sobre su báculo se apoya, 100 ciegos sus ojos son de años cargados. Lamor murmura el canto de los pasados tiempos. De las pisadas de Idalán el ruido a los oídos llega del anciano, 105 y del hijo los pasos reconoce. -¿Qué, torna el hijo de Lamor, o escucho de su espíritu el ruido? ¡Oh tú, del viejo Lamor hijo! ¿Moriste en las arenas del Carón? Y si oyeron mis oídos 110 tus huellas, ¿dó están, di, los esforzados en la guerra, Idalán? ¿Dó está mi pueblo que tornó tantas veces del combate con sus escudos resonantes? ¿Yacen los fuertes del Carón en las arenas? 115 -No, -dice el joven suspirando,- el pueblo de Lamor vive, y es famoso en guerras, ¡oh padre! Idalán sólo no es famoso, ¡ah! no es famoso más. Yo en las arenas de Balva habitaré solo, y en tanto 120 de la batalla crecerá el estrépito. -Mas no tus padres se sentaron solos, -dijo el orgullo de Lamor;- tus padres

no se sentaron solos en la arena del Balva, en tanto que crujía el estruendo 125 del combate jamás. ¿Ves tú esa tumba? Mis ojos no la ven; en ella yace el noble Gormalón, que de la guerra jamás huyera. «Ven ¡oh tú! famoso en la guerra, me dice: de tu padre 130 ven a la tumba». ¡Oh Gormalón, famoso cual puedo ser! El hijo del combate huyó.- Idalán responde con sollozos: -¿Por qué atormentas, rey del bando Balva, mi espíritu? Lamor, yo nunca huyera; 135 por Cómala, Fingal triste, sus guerras121 ha rehusado a Idalán; «huye, me dijo, a los canos arroyos de tu tierra; consúmete cual roble deshojado que los vientos lanzaron sobre el Balva 140 para más no crecer.»-¿Y cómo podré yo,- Lamor replica, ver de Idalán las solitarias huellas? ¿Vivirá él fijo en mis torrentes canos, y mil serán famosos en batallas? 145 Espíritu del noble Gormalón, guía a Lamor a su morada; sus ojos son escuros, su alma triste, su hijo perdió su fama. -¿Dó adquiriré yo fama, -dijo el joven,- 150 para que el alma de Lamor se alegre? ¿De dónde tornar puedo yo con gloria, para que suene en sus oídos grato el ruido de mis armas? Si a la caza voy de las ciervas, no se oirá mi nombre; 155 cuando yo tornaré de la colina, no alegre halagará Lamor mis perros, y no se informará de sus montañas, ni del ciervo ojinegro de sus selvas.-Yo caeré, -Lamor dijo,- cual un roble 160 deshojado; en la roca se elevaba, los vientos le abatieron. Mi alma triste por mi hijo Idalán en las colinas vagará. ¿Vos de nieblas su presencia me ocultaréis espesas? Ve, hijo mío, 165 de Lamor a la sala; allí las armas de nuestros padres penden; trae la espada de Gormalón; el héroe a un enemigo la arrancara.- Idalán trujo la espada con todas sus correas retorcidas, 170 y la entregó a su padre; el héroe cano tocó la punta con la mano y dijo: -Condúceme a la tumba,

hijo, de Gormalón, que se levanta tras de aquel árbol de sonantes hojas. 175 Marchitado está el césped, y la brisa oigo que silba aquí; cerca murmura la fuentecilla, y corren hacia el Balva sus aguas; aquí quiero reposarme, que es medio día; el sol está en el campo.- 180 Idalán le condujo de Gormalón al túmulo; el anciano de su hijo hirió el costado; juntos duermen; sus antiguos palacios caen en polvo; espíritus se ven el medio día; 185 el valle es silencioso, y el pueblo arredra de Lamor la tumba. -Hijo de antiguos tiempos, -Óscar dijo,triste es tu historia; el alma mía suspira por Idalán, que en juventud temprana 190 cayó. Sobre los vientos del desierto vuela, y en tierra extraña agora yerra. Vosotros, hijos de Morvén sonante, id al encuentro de los enemigos de Fingal; que la noche pase en cantos, 195 y observad el ejército de Caros. Yo voy al pueblo de otros tiempos, sombras del silencioso Arvén, a do mis padres escuros en sus nubes asentados ven las futuras guerras. ¿Tú, Idalano, 200 cual un medio extinguido meteoro no estás aquí? Parece en mi presencia en tu dolor, jefe del bando Balva.Los héroes marchan, y los cantos alzan. Óscar con pasos lentos la colina 205 trepa; los meteoros de la noche parecen a su vista en la maleza; un torrente lejano suena sordo; de un huracán el soplo interrumpido silba por entre los ancianos robles. 210 Detrás de su colina roja, escura, la luna en la mitad de su creciente se abate; en la maleza flacas voces se oyen; Óscar desenvainó la espada: -Vos, espíritus -dice- de mis padres, 215 vos que contra los reyes de la tierra combatisteis, venid y reveladme de los futuros tiempos las hazañas; o cuando razonáis en vuestras huecas mansiones y en los campos del valiente 220 vuestros hijos miráis, vuestros discursos decidme cuáles son.A la voz de su nieto poderoso

tremor de su colina vino; nube, cual el potro extranjero, sus aéreos 225 miembros sostiene; niebla escurecida de Lano es su vestido; mortal niebla a las gentes, un verde meteoro medio extinguido por espada lleva; informe y tenebroso es su semblante. 230 Tres veces suspiró Tremor; tres veces espantables los vientos de la noche rugieron; luengas fueron sus razones con Óscar, mas el eco solamente vino a nuestros oídos tenebroso, 235 cual son historias de remotos tiempos antes que amaneciera luz del canto. Desvaneciose lento al fin cual niebla que los rayos del sol en la colina derriten, ¡oh Malvina! Óscar fue triste 240 desde entonces; escuro, pensativo, cual el sol cuando cubre negra nube su rostro, y disipando las tinieblas otra vez mira las colinas verdes del Cona, tal Óscar a veces era, 245 porque de su linaje previó de entonces la fatal rüina. Óscar pasó la noche con sus padres; el alba de Carón en las arenas le halló; de un verde valle rodeado 250 un sepulcro se eleva, monumento de los antiguos días, y a lo lejos, erguiendo al viento sus ancianos pinos, alzan bajas colinas su cabeza. Los guerreros de Caros aquí estaban, 255 que la noche el arroyo vadearan; cual troncos de altos pinos parecían, cuando pálida luz del alba raya. Junto a la tumba Óscar se para y alza tres veces su terrible grito; en torno 260 resuenan las colinas cavernosas, saltan los ciervos azorados122, huyen amedrentadas en sus negras nubes las espantadas sombras de los muertos; tan terrible la voz de mi Óscar era, 265 llamando a la batalla a sus amigos. Mil espadas se alzaron; se alzó el pueblo de Caros. ¿Por qué lloras, oh Malvina? Mi hijo, aunque solo, es bravo. Cual un rayo es de celeste luz Óscar, en torno 270 gira, y el pueblo cae; su mano es brazo de espíritu que sale de la nube; su forma es invisible,

mas en el valle en tropa el pueblo muere. Óscar mira acercarse el enemigo, 275 y en el silencio escuro de su fuerza se para. -¿Estoy yo solo, -dice,- en medio de miles de enemigos? Muchas lanzas aquí parecen, muchos ojos miro torvo-rotantes. ¿Tornareme huyendo 280 al Crona? Mas mis padres nunca huyeron; la señal de su brazo en mil batallas impresa está. También Óscar famoso un día será. Vosotros, de mis padres espíritus escuros, mis hazañas 285 en la guerra mirad; si caigo ¡oh padres! cual el linaje del Morvén sonante seré famoso en los futuros tiempos.Óscar se para, y en su puesto crece cual un arroyo en el estrecho valle. 290 Acercose el combate, mas cayeron, y en sangre se tiñó de Óscar la espada. Oyó Crona el estrépito, y su gente cual cien torrentes corre; huyen de Caros los guerreros. Óscar, cual por reflujo 295 de la mar el peñasco abandonado, tal permanece incontrastable. En tanto Caros se avanza turbulento, escuro, con todos sus caballos, cual el rápido torrente; los pequeños arroyuelos 300 se pierden en su curso, y se estremece la tierra en torno; brillan en los aires diez mil espadas; de ala en ala corre la batalla... ¿A qué más canta batallas Osián? ¡Ah! nunca brillará en la guerra 305 mi acero ya. Yo con dolor recuerdo, al sentir la flaqueza de mi brazo, mis días juveniles. ¡Oh! felices aquellos que en los días de su gloria en juventud cayeron, ni las tumbas 310 de sus amigos vieron, ni las cuerdas del arco de la guerra al débil brazo rehusaron de ceder. ¡Oh tú felice, Óscar, en medio de tu torbellino sonante; tú los campos de tu fama 315 visitas, donde Caros huyó lejos de tu luciente espada! Bella hija de Toscar, el alma mía tinieblas cubren; ni la forma veo de mi Óscar en Carón, ni veo su imagen 320 ya sobre Crona; el viento impetuoso lejos le arrastra; triste de su padre el corazón está; mas tú, Malvina,

al ruido de mis selvas me conduce, de los torrentes raudos de mis montes 325 al estruendo. El sonido de la caza quiero escuchar en Cona, meditando en los pasados años. Dame el harpa ¡oh virgen! que pulsar pueda sus cuerdas cuando en el alma mía 330 raye la luz del canto. Acércate ¡oh Malvina!, aprende el canto que escucharán los venideros días. Tiempos vendrán que de los hombres flacos los hijos alzarán la voz en Cona, 335 y mirando estas rocas «Aquí Osián ha morado», dirán, y admirarán los capitanes de los pasados años, el linaje que ya no es más. En tanto ¡oh mi Malvina! 340 cabalgando en las alas de los vientos mugientes, asentados en las nubes, nuestras voces se oirán en el desierto; de la roca los vientos dirán de nuestros cantos los acentos. 345

- II -

La guerra de Inistona123

Sueño es del cazador en la colina nuestra edad juvenil; serenos rayos del sol le aduermen, mas despierta en medio de hórrida tempestad; el trueno estalla, el huracán los árboles sacude; 5 él se recuerda del luciente día, y de sus dulces sueños. ¿Cuándo ¡ah! cuándo tornará, Osián, tu juventud lozana? ¿Cuándo más de las armas el estrépito sonará grato en mis oídos? ¿Cuándo 10 iré yo, cual mi Óscar, resplandeciente en la luz de mi acero? Vos colinas del Cona, vos torrentes de mi patria, atentos escuchad la voz del bardo. El canto raya, cual sereno día, 15

en el alma de Osián; de los pasados tiempos las alegrías goza plácidamente el bardo anciano. Selma, tus torres miro, veo de tus altos muros sombreados 20 los robles; de tus rápidos torrentes escucho el murmurar; tus generosos héroes están aquí; mí noble padre descuella en medio de ellos apoyado al broquel de Tremor; su lanza cuelga 25 de la muralla; con atento oído el Rey escucha el canto de sus bardos, que de su verde edad dicen la gloria, y de su brazo la invencible fuerza. Óscar, tornado en tanto de la caza, 30 oye los nobles hechos de su abuelo; sus ojos de mil lágrimas se inundan, y de rubor se cubre su semblante. El escudo de Brano, que pendía de la muralla, arranca; al viento blande 35 la centellante punta de mi lanza, y al jefe de Morvén en voces trémulas le dice con palabras mal formadas: -Fingal, Rey de los héroes, y tú, padre Osián, tú después de él segundo en gloria 40 guerrera, vuestros nombres en los cantos suenan con fama; vuestra edad temprana ilustró la vitoria; mas cual niebla del Cona así yo soy. Óscar parece, y se disipa al punto. Nunca el bardo 45 su nombre cantará, ni en la maleza el cazador visitará su tumba. Dejadme combatir en Inistona, héroes; lejana entonces de vosotros de mis hazañas estará la escena, 50 y el rumor de mi muerte a vuestro oído jamás vendrá; mas cantará mi nombre el extranjero bardo, y mi gloriosa muerte celebrará la virgen tierra; sobre mi tumba llorará el valiente 55 de la lejana tierra; en los convites los bardos cantarán: «Oíd las proezas de Óscar, el hijo de la tierra extraña.»-Hijo del nombre mío, -Fingal responde,Óscar, tuyo ha de ser este combate. 60 Aprestad ¡oh! la nao cavernosa que a mi héroe en Inistona desembarque. Hijo del hijo mío, a ti la gloria de nuestro nombre fío; tú del ilustre linaje eres también; que nunca diga 65

el extranjero al recordar tu nombre: «Flaco es el brazo de Morvén en guerra». Cual fulminante rayo en la batalla tal has de ser, mas en la paz suave cual es el sol ya cerca de su Ocaso. 70 Ve, di a Anir que yo guardo en mi memoria de nuestra edad lozana los combates, cuando luchamos ambos en los días de la hermosa Agandeca.Las velas ya despliegan, y los vientos 75 silban en las correas de los mástiles. Las olas baten las musgosas rocas, y el Océano formidable ruge. Del alto mar la tierra de las selvas descubre Óscar, y rápido del Runa 80 aporta a la ensenada. A Anir, Rey de las lanzas, de aquí envía su reluciente acero; el héroe cano de mi padre la espada reconoce, y sus ojos mil lágrimas inundan, 85 que de su fuerza juvenil se acuerda, cuando tres veces blandeó su lanza contra Fingal a vista de Agandeca. Los otros héroes combatir los vieron de lejos, como luchan en las nubes 90 dos espectros nocturnos irritados. Mas ora yo soy viejo, -el Rey prosigue,mi acero en mi palacio cuelga inútil; guerrero de Morvén, ya fueron tiempos do vio Anir de las lanzas la batalla; 95 agora está marchito y macilento, cual el roble de Lano. Ya no tengo más hijos que te lleven contentos al palacio de sus padres. Desangrado Argón yace en el sepulcro, 100 y Ruro no es ya más; del extranjero mi hija habita las salas, y mi muerte por ver anhela; su terrible esposo, diez mil lanzas guiando, cual la nube de mil muertes cargada, así de Lano 105 desciende. Mas ven, hijo del sonante Morvén, del viejo Anir ven a la fiesta. Tres días duró el convite de las conchas; el cuarto Anir el nombre de Óscar supo, y se alegraron juntos persiguiendo 110 los jabalís del Runa; fatigados, cabe una fuente de musgosas peñas los héroes se pararon. Anir esconde en vano el llanto triste que baña sus mejillas, y en sollozos 115

interrumpidos dice: -Aquí reposan los hijos de mi amor; este árbol cubre el sepulcro de Argón, y de mi Ruro esta piedra es la tumba. Amados hijos, ¿en la estrecha mansión de vuestro padre 120 no oís el lamento? ¿Y cuando del desierto los vientos soplan, no me habláis acaso al ruido de las hojas agitadas?-Rey de Inistona ¡ah! dime cuál cayeron de tu edad juvenil los caros hijos, 125 -le dice Óscar.- Sobre sus tumbas corre el fiero jabalí, mas su descanso no turba; que en las nubes persiguiendo van nebulosos ciervos, y tendiendo sus arcos lanzan las aéreas flechas. 130 Tus hijos en sus juegos juveniles, Anir, aún se ejercitan, y contentos en la región habitan de los vientos.-Cormalo, -el Rey replica,- a diez mil lanzas manda; Cormalo habita cabe el Lano 135 que vapores mortíferos exhala. A mi palacio vino, y de la justa la gloria pretendió; bello era el joven, cual del naciente sol el primer rayo, y pocos en la justa de la lanza 140 le igualaban; mis héroes a Cormalo cedieron todos; él ganó la palma; mi hija de él se prendó; mi Argón, mi Ruro tornaron de la caza, y de su orgullo las lágrimas corrieron. 145 De los dos héroes las miradas mudas erraban con furor sobre los bravos de Runa, que cedieran en la justa el triunfo al extranjero. Tres días duró el convite; vino el cuarto, 150 y mi Argón y Cormalo combatieron. ¿Mas quién pudo igualarse en el combate a Argón? Cedió Cormalo; mas su orgullo llenó su pecho de furiosa rabia, y meditó en secreto dar la muerte 155 a mis dos hijos. Juntos las colinas del Runa recorrían persiguiendo las ciervas; la saeta de Cormalo sin ser vista voló; mi Argón, mi Ruro cayeron ¡ay! bañados en su sangre. 160 Él vino de su amor a la doncella, la virgen de Inistona de los luengos cabellos; por el hiermo huyeron ambos; solo se quedó Anir; viene la noche, el día raya, y ni Argón ni Ruro tornan. 165

Al fin vimos su perro más amado, su fiel Runar, el corredor ligero, que con ahullidos dolorosos entra en mi palacio, y con mirada triste el sitio de su muerte nos indica. 170 Nosotros le seguimos, y mis hijos aquí encontramos; cerca de este arroyo los sepultamos; este es mi retiro cuando torno cansado de la caza; aquí agobiado, cual un viejo roble, 175 mis ojos vierten siempre amargo llanto. -Runán, -exclama Óscar,- Rey de las lanzas; Ogar, llamad, llamad a mis valientes héroes, los hijos de Morvén. Hoy vamos al Lano, cuyas ondas pestilentes 180 mil vapores mortíferos exhalan. Corto será tu gozo, Cormalo; que la muerte en la punta asentada perpetuamente está de nuestra espada. 185 Por el desierto marchan, cual la nube tempestuosa, que los vientos rápidos por la maleza arrastran, de relámpagos y de truenos preñada; el ruido horrísono de las selvas anuncia la tormenta. 190 De Óscar el cuerno suena la batalla, y del Lano se agitan encrespadas las olas todas; de Cormalo en torno a su sonante escudo se ayuntaron del negro lago los escuros hijos. 195 Óscar combate, como suele, en guerra; y Cormalo a los filos de su espada muere; los hijos del terrible Lano buscan asilo en sus profundos valles. El Héroe la doncella de Inistona 200 tornó al palacio de su anciano padre. Brilló el rostro de Anir en alegría, y bendijo a mi Óscar de las espadas valeroso caudillo. ¡Cuál fue de Osián el gozo cuando viera 205 la vela de su Óscar tendida al viento! Así cuando el viajante tristemente desconocidas tierras atraviesa, y la noche terrible y sus espectros con sus escuras sombras le rodean; 210 nube de luz en el Oriente asoma, y su pecho de júbilo se llena. Con cantos le llevamos a las salas de Selma, do la fiesta de las conchas celebraba Fingal; de Óscar el nombre 215

mil bardos elevaron; al sonido Morvén respondió en ecos. Aquí Malvina estaba; su voz era cual harpa melodiosa, cuando la brisa que murmura dulce 220 al caer de la tarde a los oídos lleva el son agradable. ¡Oh vosotros que veis la luz del día, conducidme a una roca de mis colinas, rodeada en torno 225 de espesos avellanos, y de robles susurrantes; que el sitio de mi sueño sea verde, y el estruendo del torrente suene lejano; toma ¡oh mi Malvina! el harpa; entona ¡oh virgen! los amables 230 cantos de Selma, porque el sueño pueda mi alma embargar en sus serenos gozos y124 de mi juventud los dulces sueños, y los días de Fingal poderoso otra vez tornen. Selma, ya tus torres, 235 tus árboles, tus muros sombreados miro; los Héroes de Morvén ya veo, y ya escucho los cantos de los bardos. Óscar la espada de Cormalo esgrime; mil jóvenes la admiran, y contemplan 240 atónitos el hijo de mi fama, celebrando la fuerza de su brazo; de su padre en los ojos ven el gozo, y aspiran a igual nombre en la memoria. Héroes valientes de Morvén, sin gloria 245 no quedaréis; mi espíritu se inflama mil veces en el canto, y se recuerda de los amigos de la edad pasada. Mas el sueño desciende en pasos lentos, al son del harpa plácida; 250 y nacen en el alma mil contentos con sus gratas imágenes. No mi reposo con el ruidoso son turbéis de la caza125. 255 El bardo anciano huye el profano discurso, y se solaza conversando con el bando 260 de sus antepasados los reyes esforzados. Vos, hijos de la caza, el son ruidoso tened lejano; no interrumpáis el sueño delicioso 265

del bardo anciano.

Poesías no incluidas en el manuscrito de París

Oda

A Cristo crucificado126

Canto el Verbo divino: no cuando inmenso en piélago de gloria mas allá de mil mundos resplandece, y los celestes coros de contino Dios le aclaman, y el Padre se embebece 5 en la perfecta forma no criada; ni cuando, de victoria la sien ceñida, el rayo fulminaba, y de Luzbel la altiva frente hollaba, lanzando al hondo Infierno, 10 entre humo pestilente y fuego eterno, la hueste contra el Padre levantada. No le canto tremendo, en nube envuelto horrísono-tonante, severas leyes a Israel dictando, 15 del Faraón el pecho endureciendo, sus fuertes en las olas sepultando, que en los abismos de la mar se hundieron; porque en brazo pujante Tú, Señor, los tocaste, y al momento, 20 cual humo que disipa el raudo viento, no fueron; la mar vino y los tragó en inmenso remolino, y Amón y Canaán se estremecieron. Ni en el postrero día, 25 acrisolando el orbe con su fuego, le cantaré, su soplo penetrando los vastos reinos de la muerte fría,

que arrancarse su presa ve bramando. Truena el Verbo, los mundos se estremecen, 30 al voraz tiempo luego la eternidad en sus abismos sume, y lo que es, fue, y será, todo consume; empero eterno vive el malo, eterna pena le recibe, 35 los justos gloria eterna se merecen. Señor, cantarte quiero por los humanos en la Cruz clavado, el almo cielo uniendo al bajo mundo, libre ya el hombre, y el tirano fiero 40 por siempre encadenado en el profundo Infierno con coyundas de diamante; do el pendón del pecado tremolaba, brillando la Cruz santa, tu Cruz, que al rey del hondo abismo espanta, 45 cuando al escuro imperio descendiste, del duro cautiverio tus escogidos a librar triunfante. ¿Qué es de tu antigua gloria, fiero enemigo del mortal linaje? 50 ¿Dó los blasones que te envanecían, dó está de Adán la culpa y su memoria, dó los que Rey del siglo te decían? ¡Cómo el Hijo del hombre tu cabeza quebrantó con ultraje! 55 Tú que en tu fuerza ufano te gozabas, tú que la erguida frente levantabas más que de Horeb la cumbre, ¡oh coloso de inmensa pesadumbre! yaces, postrada al suelo ya tu alteza. 60 Del Oriente al Ocaso en alas de mil ángeles pasea tu vencedora Cruz, Verbo divino; ni es de hoy más Israel único vaso de elección, que al altísimo destino 65 de hijos de Dios nos elevó tu muerte; con tu Sangre la fea mancilla de la culpa en nos lavaste, y cual los querubines nos tornaste. ¡Oh gloria sin segundo 70 al Redentor, al Salvador del mundo, por quien nos cabe tan felice suerte! Ya miro el venturoso día que tu Cruz santa el orbe hermana con vínculo de amor indisoluble; 75 plácida caridad, almo reposo, y paz perpetua reinan; la voluble fraude tragó el Infierno en su honda sima;

la libertad cristiana para siempre ahuyentó la tiranía, 80 y los tiranos bajo quien gemía triste el linaje humano derrueca el Cristo con potente mano, que no quiere que al hombre el hombre oprima. Sí, que nuestra ley santa 85 es ley de libertad, y los tiranos en balde se coligan contra el Verbo; Él los quebrantará con fuerza tanta, cual león que destroza el flaco ciervo, cual rompe el barro frágil metal duro; 90 iguales los cristianos y libres vivirán siempre sin sustos, el Cristo reinará sobre sus justos; el orbe renovado de la Sión celeste fiel traslado 95 será, Señor, bajo tu cetro puro. ¡Cuál mi inflamado pecho ansía por ver tu gloria y las venturas del linaje humanal que redimiste! Ya de la edad presente el coto estrecho 100 traspaso, y veo volar la serie triste de los males del tiempo venidero, y las culpas futuras; mas tu gracia, Señor, omnipotente desciende en fin, y tórnase inocente 105 el mundo iluminado con tu ley, y en tu amor santificado, y despojado del Adán primero.

Apóstrofe a la libertad127

¡Oh lauro inmarcesible, oh glorïoso hado de nación libre, quien te alcanza, llamarse con verdad puede dichoso! Libertad, libertad; tú la esperanza eres de cuanto espíritu brioso 5 el despotismo en sus mazmorras lanza. Los pueblos que benéfica visitas, a vida nueva al punto resucitas.

El pueblo de Minerva, el de Quirino, si la historia pregona sus loores, 10 y si con esplendor lucen divino, del tiempo y del olvido vencedores, a la libertad deben su destino. La libertad regó las bellas flores que la sien de Fabricio y Decio ornaron, 15 y a Foción y a Arístides coronaron.

A Jefferson y a Washington inflamas en tu sagrado amor, y otro hemisferio consume luego entre voraces llamas los monumentos de su cautiverio. 20 Tu santo ardor por la nación derramas, y de las leyes fundas el imperio, siempre absoluto, porque siempre justo, que la igualdad social mantiene augusto.

Epigrama de la Inquisición

La horrible Inquisición, ese coloso que del cieno nació de Flegetonte, y mamó de Megera el ponzoñoso jugo, y bebió el azufre de Aqueronte, aún agita sus teas horroroso, 5 y entre ruinas descuella, cual el monte de Olimpo en Grecia mísera desierta su frente esconde entre las nubes yerta.

Oda

Al rey intruso José Napoleón cuando entró en Córdoba en 1810128

De rosas y de mirto coronadas canten del Betis las festivas Drías al sol benigno que de luces pías viene a dorar sus márgenes sagradas; sol de más dulce encanto 5 que al que de luz fulgente visten las bellas Horas áureo manto; y al grato rayo de su ardor clemente la hermosa turba, en danzas extendida, nuevo amor las inflame y nueva vida. 10

Venció de Alecto la infernal caterva, y de Pirene hasta el hercúleo estrecho ardió en su llama el español deshecho. Nada la muerte a su furor reserva; yaces, mísera España, 15 desolada al combate de la propia opresión y de la extraña; mas de la doble muerte que te abate, tu rey, astro de vida, te rescata y el bien por tu ancho término dilata. 20

Tal, esplendor benéfico sembrando, de entre las ondas del rosado Oriente nace del día el padre refulgente, los plácidos celajes matizando; y del Indo distante 25 esparce el almo aliento en el carro de nítido diamante, al orbe mustio, de su luz sediento; hasta que la cuadriga voladora pisa otra vez los reinos de la Aurora. 30

Así el Betis te admira cuando goza a tu influjo el descanso lisonjero, al tiempo que de Marte el impio acero aún al rebelde catalán destroza. La paz que en tu semblante 35 y que en tu pecho mora, nos fue presagio del feliz instante, término de la Parca destructora. gózale grata, en fin ¡oh patria mía! y honra a tu rey en himnos de alegría. 40

No el despótico error más inhumano te oprimirá en ignoble cautiverio,

ni negará el laurel que en el imperio del primer Carlos pretendiste en vano; aurora sepultada 45 en nubiloso día fue aquella tu esperanza malograda, mas ya suelta la férrea tiranía, no clames, Betis, en tu orilla amena por las glorias del Támesis y el Sena. 50

Reinará la abundancia, y en su seno verás domar al piélago tus robles, y no quebrados tus intentos nobles, tu nombre antiguo gozarás de lleno; dos siglos son pasados, 55 ¡oh España! que no existes, cuando a impulso de genios elevados te ves nacer de entre fragmentos tristes; por tanta hazaña ¡oh Palas! ya previenes el más digno laurel de regias sienes. 60

Y así ¡oh gran rey! a su región te llama en que sólo ser puedes coronado, donde el Betis, del Tíber envidiado, por los tartesios campos se derrama; la antigüedad sagrada 65 aquí al árbol dio asiento que es de la dulce paz insignia amada, y del culto de Palas ornamento; y aquí, de ciencia y paz doble corona hoy ha de darte el coro de Helicona. 70

Aquí el Elíseo campo venturoso pintó el cantor de la venganza argiva, y Argantonio y Gerión copia festiva aquí gozaron en feliz reposo. Aquí naturaleza 75 prodigó sus delicias, porque del mar vencieran la aspereza púnicas proras, griegas y fenicias, hasta que la fortuna dio al romano el confín del incauto turdetano. 80

Febo de luz, más pródigo, le baña; vos dadle luz de amor más encendida; que él es, señor, delicia de la vida, como vos sois delicia de la España;

ni recuerda memorias 85 más de Minerva o Marte; que, despreciando sus antiguas ya su gloria mayor pone en amarte; gozad, gozad su amor, y eternamente orne su verde oliva vuestra frente. 90

Muestras de una traducción de los poemas de Osián129

Advertencia preliminar

Tal vez no se ha presentado en la literatura poética de este último medio siglo un fenómeno tan extraño como la aparición de las poesías de Osián. Decir a nuestros humanistas que en el siglo cuarto de la era vulgar florecía entre los rudos habitantes de las montañas de Escocia un talento sublime comparable según algunos con Homero, era trastornar todas las ideas que se tenían anteriormente del influjo de la civilización sobre la formación de los talentos. Osadía era decirlo, y ninguno lo hubiera creído, si el mismo que lo anunció no acompañara su noticia con la publicación de las obras del poeta que proclamaba. Ellas, a la verdad, no salieron en la lengua en que se habían escrito; pero el estilo, las imágenes, las costumbres y el fondo de las ideas, todo parecía corresponder a la época en que se las suponía, y todo contribuyó a aumentar la confusión y la novedad. El profesor Blair escribió una disertación en que, suponiendo la autenticidad de aquellas poesías, manifestó muy a la larga las bellezas que hay esparcidas en ellas. Pero Johnson, crítico no menos respetable que Blair, negó la verdad del hecho, y aseguró que los escritos de Osián eran una ficción de Macferson, su editor. Esta cuestión fue una señal de guerra entre los literatos ingleses, en que con menos moderación de la que correspondía, todos se trataron recíprocamente de falsarios y de impostores. Nosotros estamos muy lejos para calificar justamente las pruebas de hecho alegadas por unos y por otros; y cabalmente esta clase de pruebas son las más decisivas en un punto de hecho como es éste. Sin embargo, las pruebas morales no dejan de tener su fuerza, y en esta parte quizá los osianistas tienen ventaja sobre sus adversarios. ¿Cómo es posible, dicen éstos, que entre los feroces moradores de Escocia, dados solamente a la caza y a la guerra en aquella época, se encontrasen caracteres tan grandes, tan generosos y tan nobles como los de Fingal, Catmor, Óscar y otros que brillan en los poemas de Osián? ¿Y no son tan

imposibles de existir como de imaginarse por un poeta, viviendo en medio de aquellos guerreros semi bárbaros? Mas aun cuando efectivamente existiesen, y aun cuando haya habido un poeta que los celebrase, ¿quién que no sea un imbécil creerá que sus obras han podido conservarse sin auxilio alguno de la escritura y por la tradición sola? A esto responden los partidarios de Osián, que los poemas de Homero, mucho más dilatados todavía, se conservaron por la tradición sin auxilio de la escritura, que entre los árabes vagabundos pasan los cuentos de generación en generación sin alterarse, y que es preciso que suceda así entre pueblos en quienes no siendo común el uso de escribir, debe por lo mismo cultivarse más la facultad de la memoria. La elevación y nobleza de los caracteres de Osián no deben ser tampoco por sí solos una prueba de su suposición, a menos de probarse que los sentimientos generosos son dote exclusiva de los pueblos civilizados, y mucho menos cuando en el resto de los poemas no se descubre el menor vestigio, la menor huella de las ideas y costumbres modernas. ¿Cómo es posible, preguntan ellos a su vez, que un escritor de nuestros días pueda desnudarse así de las impresiones que han dominado su espíritu por toda su vida? ¿Ni cómo suponer que un hombre, por muy exento de amor propio que esté, se despoje así de la gloria que le darían estos escritos, para atribuírsela entera a un bardo desconocido y oscuro? ¿Este fenómeno moral, no es más imposible de explicarse que la existencia de un talento sublime en medio de una nación inculta sí, pero amante en extremo de la gloria y de la poesía? Este último argumento es poderoso sin duda; pero supone un mérito sobresaliente en las obras del bardo escocés; mérito que sus adversarios le niegan. Obscuro, hinchado en su estilo, monótono en sus imágenes, pobre y estrecho en sus ideas, Osián no es a sus ojos sino autor de una jerga ininteligible y contagiosa, y bárbaros y sacrílegos todos los que han comparado su poesía con la de Homero y Virgilio. Es difícil, sin embargo, conciliar este desprecio con la aceptación inmensa que estos poemas han logrado en Europa. Le Tourneur los dio a conocer en francés en elegante prosa; Cesarotti en excelentes versos italianos; los mejores poetas de Alemania los tradujeron y los imitaron; y la poesía de casi todas las naciones de Europa se atavió de una muchedumbre de giros nuevos y atrevidos suministrados por Osián. «¡Oh qué especie de mundo aquel donde me conduce este escritor sublime!, dice el alemán Goethe: ¡andar errando por llanuras que resuenan al ruido de los vientos borrascosos en que vienen las nubes, y ver al rayo incierto de la luna sentados sobre ellas los espíritus de los antepasados! ¡Oír desde la montaña los débiles gemidos que estos mismos espíritus arrojan desde el fondo de las cavernas, gemidos que se mezclan con el rumor de los torrentes y con los lamentos que exhala la tierna doncella junto al musgoso sepulcro de su amante! Cuando encuentro a este bardo, encanecido por los años, buscando en la vasta extensión de aquellos campos las huellas de sus padres, y encontrar ¡ay! solamente las piedras que cubren sus sepulturas; cuando se vuelve gimiendo hacia la estrella de la tarde que ya se oculta en el mar, y su alma heroica siente revivir la idea de los tiempos en que aquel astro iluminaba con sus rayos los peligros de los valientes; cuando leo en su frente su dolor

profundo, y veo a este héroe, el último de su raza, triste, abatido, y con un pie ya en el sepulcro; ¡oh, cómo la presencia de las sombras de sus mayores es un manantial donde está bebiendo continuamente deleite a un tiempo y melancolía! ¡Oh, cómo al fijarse sobre la tierra fría y contemplando la yerba que la cubre, exclama dolorosamente!: Vendrá el viajero, que me conoció en mi gloria, vendrá y preguntará: ¿dónde está aquel cantor digno hijo de Fingal? Y sus pies hollarán mi tumba, mientras que me demande inútilmente a la tierra».

Tal es el carácter que distingue eminentemente a Osián de todos los poetas del mundo: carácter que le hará eternamente la delicia de todas las almas tiernas inclinadas a la contemplación y a la melancolía. Su talento poético, aunque sublime a veces, y enérgico y atrevido casi siempre, no puede ser comparado ni en riqueza ni en variedad con el de Homero y Virgilio: pero la naturaleza física y moral que el poeta céltico tuvo delante de sí, estaba tan distante, y era tan diferente de la que pintaron el griego y el latino, que en la balanza imparcial del juicio deben sin duda alguna inspirar más admiración las eminentes prendas que le adornan, que disgusto las que le faltan130. Los Sres. Ortiz y Montengón han emprendido en diversas épocas presentar en castellano las obras de este ingenio extraordinario; pero uno y otro han abandonado su proyecto sin concluirle. Otro español ausente de su patria más de doce años ha, y que en medio de las vicisitudes de su fortuna no ha dejado de cultivar las musas castellanas, tiene enteramente traducido a Osián en nuestra lengua, y se propone publicarle. Pero queriendo antes tantear la opinión del público sobre su trabajo, ha remitido diferentes trozos al autor de este artículo con una carta, en que entre otras cosas dice lo siguiente: «Volviendo a mi Osián, le diré a Vmd. que pienso añadir a la traducción las notas más importantes de Macferson, Cesarotti y el traductor alemán, poner varias mías, traducir la disertación crítica de Blair que en francés no lo está, y concluir con una larga disertación mía sobre la historia de los celtas, o, por mejor decir, de los pueblos primitivos que habitaban las islas Británicas y el continente de Europa desde el Rhin hasta el estrecho de Gibraltar, y desde el cabo de San Vicente hasta la gran Grecia. Porque me parece probado que los etruscos eran pueblos célticos, y los romanos una colonia etrusca mezclada con griegos de la Italia meridional llamada Grecia Magna. La fundación de Roma no es menos obscura que la de Nínive y Babilonia: pero sabemos que la tradición de Rómulo y Remo es muy moderna, y que antes del siglo de Augusto el griego Evandro era tenido generalmente por el primer fundador de esta ciudad. Tito Livio, cuya primera Década es toda entera una novela muy entretenida, acreditó la tradición adoptada por los historiadores que vinieron después, aunque ya en tiempo de Cicerón los romanos se miraban como el pueblo de Marte, y los hijos de Quirino por una equivocación venida de la voz Quirites mal interpretada».

Nosotros nos prestamos gustosos a las miras del autor, y no siendo posible, atendidos los límites de nuestra obra, insertar todos los ensayos que nos ha remitido, pondremos en el número siguiente los diferentes trozos que basten a dar a conocer al público el carácter de la traducción y el sistema observado en ella. Manuel José Quintana.

-I-

Invocación al Héspero en la Introducción a los Cantos de Selma

¡Oh de la falleciente noche brillante estrella! Serena resplandece tu luz bella en el claro Occidente; tu dorado cabello fluctuante 5 vaga en tu frente hermosa, y de tu nube sales majestuosa la colina corriendo. En este llano ¿qué miras? El insano huracán calló ya; lejos murmura 10 el arroyo sonante; allá lejos, del bosque en la espesura, en la roca escarpada bramando va a estrellarse la irritada onda del Océano, y susurrando 15 mil insectos nocturnos van volando. ¿Qué miras, luz hermosa? Mas tú partes riendo; de la undosa mar las olas acuden, y el luciente cabello bañan. Salve, silencioso 20 astro resplandeciente, enciende en tu luz pura mi espirtu tenebroso, e ilumina de Osián el alma obscura.

- II -

Diálogo entre Vinvela y Silrico en el poema de Carrictura

VINVELA

Hijo es de la colina el amor mío; al viento va sonando su arco, y sus perros siguen palpitando el basto ciervo por el bosque umbrío: hijo es de la colina el amor mío. 5 ¿Cuál, di, es de tu reposo el sitio delicioso? ¿Duermes tú cabe la fuente, o junto al raudo torrente, que del monte con estruendo 10 baja rugiendo? El viento que se embravece silbando los juncos mece, y la niebla huye volando la colina despejando. 15 Yo desde aquella roca quiero ver a mi amado, sin ser vista; así un día de la caza tornado le vi junto al anciano 20 roble de Brano. El alto descollaba, y a todos sus iguales se aventajaba.

SILRICO

¿Qué voz escucho, amable 25 suave cual viento de la primavera? Yo no oigo el agradable son de la fuente, ni la voz parlera del aura en las montañas que susurrante espira entre las cañas. 30 Lejos, Vinvela mía, lejos voy, de Fingal a la lid fiera. Ni en la colina umbría

seguirán ya mis perros mi carrera; ni veré tu hermosura 35 las huellas estampar en la llanura, brillante, cual el arco varïado de colores pintado, o cual de luna cándida en los mares diáfanos 40 refleja el resplandor.

VINVELA

¿Así partes, Silrico, y desolada Vinvela quedará? El corzo sin temor en la escarpada roca paciendo está, 45 ni teme del desierto el viento fuerte ni el árbol silbador, que allá lejos al campo de la muerte es ido el cazador. Vos, extranjeros, hijos del undoso 50 mar, ¡ay! dejadme a mí silencio hermoso.

SILRICO

Si en el campo cayere, alza mi tumba fría, alza, Vinvela mía, cuatro piedras musgosas en memoria 55 de mi doliente historia. Así cuando viniere el cazador, sentado sobre el sepulcro helado, aquí duerme un caudillo valeroso, 60 dirá, en blando reposo; mi espíritu contento mis loores oirá en el vago viento. Cuando Silrico yazca desangrado no te olvides, hermosa, de tu amado. 65

VINVELA

Si mi Silrico ¡ay! muere, ¿qué será de su amada? Mísera, desolada

por siempre ¡ay! viviré. Errante, sin consuelo, 70 por el bosque sombrío, por el undoso río siempre te buscaré. Aquí, diré, dormía mi cazador amado 75 de cazar fatigado en la floresta umbría. ¡Ay! Silrico, si mueres, ¿qué será de tu amada? Vinvela desolada 80 por siempre vivirá. ¡Ah! también yo me acuerdo del caudillo, dijo el Rey de Morvén: en la pelea fuego devorador era su saña. Mas ora no lo veo. 85 En la colina le encontrara un día, pálido el rostro de color de muerte, la frente torva, de suspiros hondos preñado el pecho, en descompuestos pasos al hiermo caminaba; 90 mas ora a mis caudillos no acompaña cuando suena el escudo de la guerra. ¿Habita acaso en la morada estrecha el jefe de Carmora? Crazán, replica Ulino, 95 entona de Silrico el triste canto, cuando el héroe tornara a sus colinas, y su amada Vinvela era ya muerta. Sobre su tumba reposaba el mísero, y viva la creía. 100 Hermosa pasear la ve en el valle; mas su brillante forma rápida se disipa. Cual el rayo del sol huye en el campo, y cual tenue vapor se desvanece. 105 Escucha de Silrico el canto, que es suave, pero triste.

SILRICO

Cabe la pura fuente estoy sentado; los vientos silban en la verde encina; un árbol susurrar oigo agitado. 110 Del lago se enturbió la cristalina cerúlea faz, el corzo apresurado desciende volador de la colina,

los torrentes inundan la maleza, cubierto el campo miro de tristeza. 115 Todo está triste, oscuro y silencioso y tristes son también mis pensamientos; muestra, ¡oh cara Vinvela! el rostro hermoso, y tus cabellos sueltos a los vientos; cese de hoy más tu llanto doloroso, 120 amada, y sean alegres tus acentos; tú, caro esposo, torna a consolarte y a casa de tu padre va a llevarte. ¿Pero quién es aquella que, cual rayo de luz en la llanura, 125 ornada de hermosura va, cual la luna del Otoño bella, como el sol que en el cielo se pasea después de tempestad, y el monte orea? Sobre las altas rocas 130 vienes, Vinvela amada, pero ronca es tu voz y fatigada como de las montañas la brisa va silbando por las cañas.

VINVELA

¿Y tornas salvo, amado, 135 de la guerra? ¿Dó están tus compañeros? Yo tu muerte he escuchado, y te lloré con ayes lastimeros.

SILRICO

Sí, solo torno, hermosa, sólo yo torno: todos ¡ay! cayeron 140 mis amigos; sus tumbas erigieron en la llanura undosa mis manos. Mas, sumida en tu tristeza, ¿Por qué estás sola, amada, en la maleza?

VINVELA

Sola estoy, ¡oh Silrico! en la morada 145 pálida, fría; sola en la umbría mansión helada.

Por ti Vinvela vivió, por ti de dolor murió. 150

Dice, y desaparece cual la niebla que el viento desvanece.

SILRICO

¿Dónde huyes rápida? Mira mis lágrimas correr por ti. 155 Venga en alas de los céfiros tu bella imagen plácida, dulce Vinvela, a mí. Hermosa fuiste mientras viviste, 160 y hermosa ora también me pareciste. Yo sentado en la colina, o en la fuente cristalina, en ti siempre pensaré. De tu voz dulce el sonido, 165 amada, llegue a mi oído, cuando yo más triste esté.

- III -

Diálogo entre Conal y Crimora extractado del mismo poema de Carrictura

CRIMORA

¿Quién viene del collado cual nube con el rayo de Occidente teñida? Su voz recia es como el viento, pero dulce es su acento

como el arpa que suena blandamente 5 de Carrilo armonioso... ¿No es mi amado? ¿Por qué, Conal, estás escurecido y de acero ceñido? ¿De Fingal poderoso no vive ya el linaje valeroso? 10 ¿Quién tu frente escurece, Conal, y así tu espíritu entristece?

CONAL

Todos viven, amada; serenos tornan de la caza agora; cual torrentes de luz de la escarpada 15 colina bajan; como fuego ardiente sus escudos brillantes el sol dora, y su terrible voz suena rugiente. Mas la guerra, amor mío, está cercana; tremendo Dargo ha de venir mañana. 20

CRIMORA

Conal, yo veo sus velas, como espesa niebla en la mar escura, que a la playa se acercan lentamente; mucha, Dargo, es tu gente.

CONAL

Tráeme, amada, la dura 25 cota acerada de Rinval valiente, el escudo esplendente que así reluce cual la luna llena que por el cielo puro va serena.

CRIMORA

Aquí el escudo tienes de Rinval, 30 mas a mi padre no le defendió, que por la lanza de Gormal cayó; ¡ah! tú también puedes caer, Conal.

CONAL

Morir bien puedo, amada, pero por ti mi tumba será alzada. 35 Dos pardas peñas frías dirán mi nombre a los futuros días. Sobre mi túmulo tu melancólico pecho palpitará; 40 y tu ojo lánguido amargas lágrimas por Conal verterá. Mas aunque eres amable cual luz del cielo pura, 45 y muy más agradable que de la blanda brisa la frescura, quedar no puede tu Conal contigo; Crimora, alza la tumba de tu amigo.

CRIMORA

Dame esas relucientes 50 armas, la lanza de bruñido acero, y esa espada, que quiero yo también encontrar con tus valientes a ese Dargo tan fiero. Adiós, rocas de Arvén; 55 ciervos, quedad adiós; arroyos de Morvén, ¡ah! nunca tornaremos más los dos. Lejos el sitio está do nuestra tumba fría se alzará. 60

- IV -

Pintura de Fingal y canto de los bardos al principio del poema de Carlón

¿Quién es aquel que viene de la tierra extranjera, de sus miles en torno rodeado? El sol le dora con sus luces radiantes, con sus sueltos cabellos juega el viento del otero, 5 plácido es su semblante, de la guerra sereno torna cual suave rayo del sol que sale de encarnada nube del Ocidente y el risueño valle de Cona alumbra. ¿Quién otro sería 10 que el hijo de Conal, el Rey famoso de generosos hechos? Sus colinas contento mira, y a sus bardos manda que entonen sus mil voces armoniosas.

Ya por el campo huyeron espantadas, 15 desbaratadas, las legiones fieras que de extranjeras tierras acudieron; todos huyeron. 20 Con dolor profundo el Rey del mundo ve nuestra victoria, y nuestra gloria mira envidioso; 25 blande furioso la paterna espada, su vista airada hacia Morvén tornando, y en balde nuestra hueste amenazando. 30 Ya por el campo huyeron espantadas, desbaratadas, las legiones fieras que de extranjeras tierras acudieron; 35 todos huyeron. Así cantaban los acordes bardos de Selma en el palacio; mil lumbreras de la extranjera tierra relucían del pueblo en medio, y el festín alegre 40 en torno se extendía.

-V-

Canto de Fingal en honor de la desgraciada Moyna, en el poema de Cartón

Fingal, alzando el canto, dijo con voz armónica:

¡Oh bardos! las loores de Moyna malhadada entonad; vuestro canto 5 el espíritu invoque de la hermosa. ¡Sombra desventurada! De Morvén en las selvas te reposa, do mil vírgenes duermen, los amores de los héroes valientes, el encanto 10 de los años pasados.

De Balcluta, ¡ay! los muros elevados yo los he visto al suelo derrocados. El fuego resonante sus torres consumió, ni de la gente 15 se escuchan ya las voces; el torrente sus ondas tornó atrás, que interrumpiera el muro derribado su carrera, y en ronco son bramará ondisonante. Ora en las salas del banquete crece 20 el cardo, el viento silba meneando el musgo y el raposo va mirando por las ventanas, la alta yerba mece su cabeza a los vientos; desolada, Moyna, está tu morada; 25 tu palacio paterno yace sumido en el silencio eterno. Alzad, ¡oh bardos! el doliente llanto sobre la tierra de los extranjeros; cayeron los primeros, 30 mas nosotros también un día caeremos, y sólo viviremos en el suave melodioso canto. Hijo del tiempo alado, ¿a qué levantas ¡ay! el torreado 35 palacio? Vendrá día que del desierto el huracán furioso

soplando le derrueque; ¿ya espantoso no le escuchas aullar en tu vacía sala, y silbar por entre los gastados 40 escudos de los años horadados? Mas venga cuando quiera el torbellino rugidor, mi nombre vivirá eternamente, y el renombre de mi diestra guerrera 45 dirá la voz del bardo pregonera. Alzad el armonioso cántico, y la alegría mi palacio serene en este día. Cuando tú caigas, hijo luminoso 50 del cielo, si tu luz ha de eclipsarse, si tu almo resplandor ha de apagarse, ¡oh sol! cual de Fingal la valentía, nuestro nombre glorioso no morirá contigo, que esplendente 55 vivirá en la memoria eternamente.

- VI -

Apóstrofe al Sol, con que termina el poema de Cartón

¡Oh tú que luminoso vas rodando por la celeste esfera como de mis abuelos el bruñido redondo escudo; ¡oh sol! ¿de dó manando en tu inmortal carrera 5 va, di, tu eterno resplandor lucido? Radiante en tu belleza majestuoso te muestras, y corridas las estrellas esconden su cabeza en las nubes; las ondas de Ocidente 10 las luces de la luna escurecidas sepultan en su seno; reluciente tú en tanto solo vas midiendo el cielo. ¿Qué quién puede seguir tu inmenso vuelo? Los robles empinados 15 del monte caen; el alto monte mismo los siglos precipitan al abismo;

los mares irritados ya menguan, y ya crecen, ora se calman, y ora se embravecen; 20 la blanca luna en la celeste esfera se pierde, mas tú, ¡oh sol! en tu carrera de eternal luz brillante ostentas tu alma faz siempre radiante. Cuando el mundo escurece 25 la tormenta horrorosa y el relámpago vuela, y cruje el trueno, tú, riendo sereno, muestras tu frente hermosa en las nubes, y el cielo se esclarece. 30 ¡Ay, que tus puros fuegos en balde lucen, que los ojos ciegos de Osián no los ven más; ya tus cabellos dorados vaguen bellos en las bermejas nubes de Occidente, 35 ya en las puertas se mezclen del Oriente! Pero también un día tu carrera acaso tendrá fin como la mía, y sepultado en sueño en tu sombría nube no escucharás la lisonjera 40 voz de la roja Aurora; sol, en tu juventud gózate agora. Escura es la edad hierta, como la claridad de luna incierta que brilla entre vapores nebulosos, 45 y entre rotos nublados; con violento soplo del Norte el viento en la llanura silba, y temerosos, su curso suspendiendo, los peregrinos oyen el estruendo. 50

Catulli fragmentum131

Avertissement

Je suis fâché de ne pas avoir fait d'assez bonnes études dans ma jeunesse, pour pouvoir dire en latin que le morceau, suivant s'est trouvé dans un

des manuscrits d'Herculanum qu'on vient de dérouler. Le premier vers de ce morceau était après le 366.e du poème de Pélée et de Thétis: Projiciet truncum submisso poplite corpus; et j'espère qu'aucun âge ne l'arguera de mensonger: Carmina, perfidiæ quod post nulla arguet ætas. Si j'avois étudié la latinité dans le même collège que le célèbre docteur en théologie Lallemand, éditeur d'un fragment de Pétrone, dont l'authenticité fut démontrée dans le journal allemand intitulé Gazette littéraire universelle de Jéna, je prouverois, par la comparaison de ce morceau avec ce qui nous reste de Catulle, qu'il ne saurait être que de lui; mais j'avoue mon insuffisance, et je laisse ce soin à des plumes plus exercées que la mienne. Je sais d'ailleurs que tout homme qui a le malheur de savoir analyser un courbe, ne peut trouver aucun charme à lire Virgile; et comme je suis allé en mathématiques aussi loin que l'équation du second degré, je suis condamné a ne plus lire les Géorgiques sans un extrême dégoût. Mais comme il n'est pas démontré que Catulle entendît Euclide, je crois que les vers suivants, qui sont sûrement de lui, ne déplairont pas. J. Marchena.

Fragmentum

Iam veniet tempus, quo alius se huic conferat heros132 Fortuna belli potior, præclarior armis, æaciæ stirpis; nec posset nisi ab Achille maximus hic nasci133, quem sæcula mirabuntur, dum digiti nostri fatalia vellera nebunt. 5 Currite, ducentes subtemina, currite fusi. Virtutem herois non finiet134 Hellespontus. Victor lustrabit mundum, qua maximus arva Æthiopum ditat Nilus, qua frigidus Hister Germanum campos ambit, qua Thybridis unda 10 læta fluentisona gaudet Saturnia tellus. Currite, ducentes subtemina, currite fusi. Hunc durus Scytha, Germanus Dacusque pavebunt, nam flammæ similis, quom ardentia fulmina cæli Juppiter iratus contorsit turbine mista, 15 si incidit in paleasque leves, stipulasque sonantes, tunc Eurus rapidus miscens incendia victor Sævit, et exsultans arva et silvas populatur; hostes haud aliter prosternens alter Achilles corporum acervis ad mare iter fluviis præcludet. 20 Currite, ducentes subtemina, currite fusi. At non sævus erit, cum jam victoria læta lauro per populos spectandum ducat ovantem; vincere non tantum norit, sed parcere victis.

Currite, ducentes subtemina, currite fusi. 25 Hos juvenis ludos sciet edere fortis Achilles, sed cum jam domitus projiciat hostis tela, cum redeat pax fesso orbi, tunc aurea sæcla incipient denuo135 cum dux maturior armis tutus ab hoste regat populum, longaque senecta 30 di faciles Regem meritum gentemque beabunt. Currite, ducentes subtemina, currite fusi. Hoc duce nunquam exercebit Discordia cives, non scissa palla Furor impius exseret arma, oderit et gnatum pater136 et gnata parentem. 35 Currite, ducentes subtemina, currite fusi. Ex quo Deucalion lapides jactavit, ad usque peliden Gallum nulla hac felicior ætas. Currite, ducentes subteinina, currite fusi.

Versos añadidos por Eichstäedt

Nam velut, ardenti posuit quom fulmina dextra ignipotens, lætam fecundat copia terram; sic, ubi pacatis hastam defixerit arvis Heros, incolumem Fortuna tuebitur orbem. Currite, ducentes subtemina, currite fusi. 5 Læta resurget humus, Martis depressa tumultu; læta revisentur lætis sacraria Divum, Musarum ante alios, placida quas sede, flagellum sanguineum quatiens, nuper Bellona fugarat. Currite, ducentes subtemina, currite fusi. 10 Straverat innumeris tumidum Pythona sagittis Phœbus, et æsculæ capiebat frondis honorem, neve operis famam possit delere vetustas, instituit sacros celebri certamine ludos. Currite, ducentes subtemina, currite fusi. 15 Terrorem populis magna vi sternet Achilles, sacratoque decus lauri de monte reportans, ne facti famam possit delere vetustas, Pythia in urbe nova Phœbeius instaurabit. Currite, ducentes subtemina, currite fusi. 20

Traducción castellana del fragmento de Marchena

Mas ya traerán los siglos un héroe más excelso, invicto en las batallas, y armipotente asaz; será de estirpe Eácida; que sólo el fuerte Aquiles a tal varón pudiera noble prosapia dar. Le admirarán los siglos, y en tanto nuestros dedos 5 de las humanas gentes los hados urdirán; Cruzando los estambres, corred, husos, ligeros; del porvenir las telas fatídicos hilad. Y no en el Helesponto se encerrará su gloria, antes el orbe todo triunfante correrá, 10 los campos de Germania que corta el Istro helado, los que el etiope Nilo fecundizando va, la tierra de Saturno, de mieses abundosa, do lame el rojo Tíber de Remo la ciudad. Cruzando los estambres, corred, husos, ligeros; 15 del porvenir las telas fatídicos hilad. De su valor ingente se asombrará el germano, y el dacio y el scita guerrero temblarán, pues como la centella que Jove airado lanza entre fragor de truenos y recia tempestad, 20 si prende en seca paja o en resonante espiga por campos y montañas extiéndese voraz; así él con muertos cuerpos atajará los ríos, cuando soberbios corren a despeñarse al mar. Cruzando los estambres, corred, husos, ligeros; 25 del porvenir las telas fatídicos hilad. Mas cuando la victoria su frente coronare, anime la clemencia su soberana faz; venciendo y perdonando someta a los vencidos, y su triunfal carroza cien pueblos seguirán. 30 Cruzando los estambres, corred, husos, ligeros; del porvenir las telas fatídicos hilad. Estos serán los juegos en que el invicto Aquiles los años ejercite de su primera edad; y cuando rinda el hierro cansado el enemigo 35 y al orbe retornare la fugitiva paz, el hórrido caudillo, las armas ya depuestas, en senectud gloriosa su pueblo regirá, y al pueblo y al monarca los dioses sus mercedes, como en el siglo de oro, sin tasa otorgarán. 40 Cruzando los estambres, corred, husos, ligeros; del porvenir las telas fatídicos hilad. Nunca el furor impío, su veste desgarrando, en importunas lides abrase la ciudad, ni hermanos contra hermanos, ni padres contra hijos, 45 tiñan en propia sangre el brazo criminal. Desde la santa era de Deucalión y Pirra,

ninguna más dichosa que esta futura edad. Cruzando los estambres, corred, husos, ligeros; del porvenir las telas fatídicos hilad. 50 M. Menéndez y Pelayo.

Teatro

Polixena Tragedia en tres actos

Por Don José Marchena Madrid: en la imprenta de Sancha. Año de 1808 PERSONAJES

POLIXENA. HÉCUBA, su madre. PIRRO, su amante. TERPANDRA, su confidenta. ELPENOR, confidente de PIRRO. ULISES. CALCAS.

Acto I

La escena en el primero y segundo acto representa la tienda real de Pirro, el campo de los Mirmidones, el Helesponto, y a lo lejos las ruinas de Troya.

Escena I

POLIXENA, TERPANDRA. TERPANDRAAl fin, señora, la inhumana suerte cesa de perseguiros; hoy esclava, mañana seréis reina; cetro y solio, rendido Pirro, pone a vuestras plantas; mañana el sacro Pérgamo renace. 5

POLIXENAAquí fue Troya, aquí se levantaban las altas torres de Ilión, que Pirro derribó altivo; allí se ven las aras de las voraces llamas consumidas, do su acero bañó la sangre helada 10 de mi padre ¡oh dolor! ¿Y de este monstruo me hallarán los suspiros más humana? El hijo generoso de la diosa ¡oh cuánto menos crudo fue, Terpandra! De Priamo el llanto le ablandó; piadoso 15 alzó del suelo su vejez postrada, y de Héctor el cadáver dio a sus ruegos... Memoria de un esposo, que idolatra mi pecho, de tu amor arde más viva, sin extinguirse por jamás la llama. 20 De mi constante corazón tu imagen jamás un nuevo amor podrá borrarla; ora ruegue a mis plantas Pirro humilde, ora amenace altivo, ni su saña me asusta, ni me ablandan sus suspiros. 25

TERPANDRA¡Vos de Príamo hija, vos troyana, del gran Héctor lloráis el homicida, el crüel enemigo de la patria! ¿No se os acuerda el júbilo de Troya, el día que por Paris fue vengada 30 tanta sangre vertida por Aquiles, que del Janto tiñó las puras aguas?

POLIXENA¿Por qué me acuerdas ese horrible día? ¡Mísera! Coronada de guirnaldas, embriagada de amor y de placeres 35 fidelidad juraba ante las aras. El templo137 se estremece de repente, el polo truena, el piélago levanta sus ondas a los astros, del cuchillo moribunda la víctima se escapa, 40 y bramando amedrenta al sacerdote;

el estruendo espantoso de las armas se oye por todas partes; a mi esposo mil aceradas picas amenazan. Paris desnuda el reluciente acero, 45 mis lloros son en balde, desmayada caigo en el suelo, a mi socorro vuela mi esposo, y ¡oh dolor! de mil espadas traspasado, abrazado de mi cuello, sobre mi amante pecho el alma exhala. 50 Al abrirse otra vez mis tristes ojos a la importuna luz, me hallo bañada en la sangre de Aquiles; de Himeneo con su sangre humeó la nupcial ara. ¡Oh cruda suerte, que predijo en vano 55 la no creída y siempre fiel Casandra! En sacro ardor fatídico encendida, «Huye de este himeneo, dijo, hermana; Alecto enciende las nupciales teas, Aquiles arde en ellas; ya las llamas 60 extienden su furor por todas partes. ¡Ay, que hoguera voraz a Troya abrasa, y a ti entre sus cenizas te sepulta!»138.

TERPANDRALos dioses no han querido fuesen vanas de Casandra las tristes predicciones. 65 Mas vos vivís aún; las esperanzas de la infelice Troya en vos se fundan; Pirro por vuestro amante se declara. Del pequeño Astianacte las cadenas vais a romper, de vuestra madre anciana 70 vais en fin a enjugar el llanto amargo... Pero él mismo se acerca.

POLIXENA¡Ay Dios! Terpandra, ven, evitemos un coloquio triste.

Escena II139

PIRRO, ELPENOR, POLIXENA, TERPANDRA. PIRROSeñora, vuestra suerte desdichada

respeta Pirro, ni interrumpe necio 75 el legítimo llanto que derraman vuestros ojos, a fin que oigáis piadosa mis ardientes suspiros, y mis ansias. Un interés más tierno y más sagrado, Polixena, me trae a vuestras plantas. 80 Amotinado el vulgo sedicioso en amenazas contra vos se exhala, y la muerte alevosa de mi padre quiere que en vuestra sangre sea vengada. Mas no os asusten sus clamores vanos; 85 Neoptolemo os protege; de esa insana muchedumbre el furor tiembla a mi vista. Porque la Grecia vea cuán poco espantan a mi valor los gritos sediciosos, hoy, señora, postrado a vuestras plantas, 90 si aceptáis mi homenaje, amor eterno os juraré rendido ante las aras. Los mismos que ora piden vuestra muerte adorarán en vos su soberana. Así el vulgar furor asusta a Pirro. 95

POLIXENASeñor, los riesgos de una triste esclava poco deben moveros. Vuestro acero ensangrentó de Príamo las canas; a vos acusan las troyanas madres, cuyos hijos al mar llevan las raudas 100 ondas del Simoente; mi familia a los filos murió de vuestra espada. ¡Oh! si de Aquiles la irritada sombra con mi sangre en su túmulo se aplaca, contenta ofrezco el cuello a la cuchilla. 105

PIRRO¡Bárbara Polixena! ¿Así no basta a tu crueza ver llorar a Pirro sus hazañas, sus triunfos, y su fama, sin que de una victoria aborrecida le acuerdes siempre la memoria amarga?... 110 Señora, vos podéis de la alta Troya levantar las murallas arruinadas. Mi mano, que rompió las fuertes puertas de durísimo bronce, que guardaban de Príamo el palacio, sabrá un día 115 alzar del Ilión el sacro alcázar. ¿Qué a mí de Menelao los agravios, o el robo de su Elena? ¿Las escuadras de Pérgamo talaron enemigas de Epiro acaso las fecundas playas? 120

Cual ya otra vez mi padre generoso del infelice Príamo enjugaba el llanto, y de Héctor el helado tronco dio compasivo a su vejez postrada, yo elevaré a Astianacte al patrio solio; 125 del soberbio Ilión las torres altas admirará otra vez el Simoente, y la señora altiva de la Asia, Troya, renacerá de sus cenizas.

POLIXENANo, señor, de tan locas esperanzas 130 vano es lisonjearse; la opulenta Troya fue; sus almenas encumbradas, los muros elevados por Neptuno, el simulacro celestial de Palas, todo la voraz llama ha consumido. 135 El brazo de Héctor mismo no bastara a tornar a Ilión su antigua gloria. Las deidades, propicias a las armas de los griegos, a Troya abandonaron; del venerable Príamo la clara 140 prosapia ha perecido a hierro y fuego; Hécuba y Polixena son esclavas; el hijo del grande Héctor en la cuna ignora todavía sus desgracias.

PIRROCuanto mayores son vuestras desdichas, 145 más gloria será mía repararlas. La Grecia sabe ya por experiencia cuánto la ira de Aquiles costó cara. Del rey de reyes la cerviz altiva ante mi padre se inclinó humillada, 150 implorando su auxilio contra Troya, mientras Héctor las naos incendiaba, y las tiendas y el campo de los griegos; sin mí, vos lo sabéis, Troya burlara de Grecia los esfuerzos impotentes; 155 las astucias de Ulises fueran vanas, las artes de Sinón, y la osadía del hijo de Tideo, sin mi espada. en defensa de vos y de Astianacte, Polixena, emplearé de hoy más las armas 160 que tan funestas ¡ay! fueron a Troya. ¿Qué deidad contra vos y Príamo airada os ocultó a mi vista antes del día fatal de la infeliz ciudad Dardania? Mejor que el Paladión protegería165 vuestra hermosura la nación troyana,

y vuestro padre reinaría dichoso sobre los ricos pueblos de la Asia.

POLIXENALos cielos son testigos, que perenne raudal de lloro mis mejillas baña, 170 desde el aciago día que en mis brazos el magnánimo Aquiles rindió el alma. Entonces ¡ay! me dijo la experiencia cuán fatal es el fuego de las aras nupciales de la triste Polixena. 175 Viuda sin ser esposa, abandonada a mi amargo dolor, juré a los dioses que jamás de Himeneo la guirnalda mis sienes ceñiría. Ora que yace en cenizas mi patria sepultada, 180 mis hermanos, mi padre, a hierro muertos, ¿queréis, señor, que a los altares vaya a ofreceros mi fe? ¿Las teas nupciales queréis que encienda en las ardientes llamas que aún devoran a Troya? ¿Que en el templo, 185 testigo del ultraje de Casandra, a Pirro dé su mano Polixena? Señor, si por la suerte de las armas esclava vuestra soy, en mis desdichas no olvido que de Júpiter la clara 190 sangre corre en mis venas.

PIRRO¿Y de Pirro los ardientes suspiros, que a tus plantas rendido exhala, tu altivez humillan? ¡Tu belleza, fatal siempre a mi casa, a Aquiles dio la muerte, y a su hijo 195 quiere arrancar el alma en mortal ansia! ¡Que! Yo te ofrezco levantar de Troya las torres por mí mismo derrocadas, de tu madre enjugar el triste llanto, coronar a Astianacte, y de su infancia 200 proteger la flaqueza con mi brazo contra toda la Grecia conjurada. ¡Tú, soberbia, desprecias mis ofertas, y desdeñas mi tierno amor, ingrata! Señora, no os ofenda mi despecho; 205 veis cuál las ondas a los astros alza del Helesponto el Aquilón airado, tal mi ciega pasión agita el alma. No así desvanezcáis en un instante, crüel, mis lisonjeras esperanzas. 210

POLIXENAPirro, el día que el fuego de la Grecia abrasó de Ilión el sacro alcázar, odio inmortal juraron a los griegos las reliquias de Frigia malhadadas. Esclava vuestra soy, mas en cadenas 215 no olvido la rüina de mi patria. Jamás de Polixena será esposo el destructor de la ciudad troyana.

PIRRO¡Así del odio vuestro la violencia, ingrata Polixena, nada aplaca! 220 Vos burláis de mi amor; el triste Pirro, juguete vil de sus amantes ansias, llora en balde a los pies de su cautiva, arrostra en su defensa la indignada Grecia. ¡Ay! ¿por qué de Paris la certera 225 flecha en mi sangre no tiñó las aguas del Simoente, cuando con su muerte a mi padre mi acero dio venganza?

POLIXENADe romper un coloquio tan penoso, Señor, dadme licencia: ven, Terpandra. 230 (Vanse.)140

Escena III

PIRRO, ELPENOR. PIRRO¡La crüel me abandona!... Así de Pirro se postra la altivez ante una esclava. El vencedor de Eneas, quien al valiente Deífobo dio la muerte en la batalla, olvidando su gloria y su decoro, 235 gime a los pies de una mujer troyana. ¿Viste, Elpenor, cuál con desdén altivo de mi pasión se burla? ¡Y yo a la saña de la indignada Grecia opongo el pecho, yo arrostro sus furores!... Irritada 240 la sombra de mi padre en el Cocito desconsolada sin venganza vaga.

¡De mi pasión furiosa yo arrastrado, olvidado de Aquiles, a mi patria infiel, mi ciego amor ¡ay! resucita 245 de Troya las difuntas esperanzas! ¿Qué puedo ¡ay triste! hacer, si toda Venus en lo hondo de mi pecho aposentada con mis tormentos implacable venga la muerte de su Paris, y su cara 250 Troya?... Elpenor, amigo, luz más pura luce a mis ojos, mi dolor se aplaca. Huyamos al Epiro; los inmensos, los sagrados deberes del monarca calmarán los tormentos del amante.255

ELPENOR¡Cuánto, señor, a vuestro amigo es grata resolución tan noble! Vuestro heroico ardimiento la Frigia vio asombrada invencible en las lides de Belona. Hoy, de vos mismo vencedor, la Fama 260 vuestros loores cantará, y la Grecia repetirá de Pirro las hazañas.

PIRRO¡Oh dioses, cuán acerba es mi desdicha! Enamorado Aquiles de Deidamia vio coronar sus ansias, de Teseo 265 la Amazona templó la ardiente llama; a mí un amor funesto me consume, y nada mi dolor agudo calma.

ELPENOREl desdoro, señor, que de esos grandes héroes la vida tan gloriosa mancha, 270 las deidades con vos más favorables os evitan benignas. La grande alma de Pirro huirá los vergonzosos grillos, que a Hércules despojado de su clava, y en femeniles trajes disfrazado, 275 de una mujer al carro encadenaban. Olvidad un amor odioso a Grecia.

PIRRO¿Y cuál de la princesa malhadada será la suerte? El vulgo amotinado, furioso quiere a Aquiles inmolarla. 280 ¿Quién podrá contener su enojo ciego, si la abandono yo?

ELPENORSeñor, la insana cólera de la plebe, cual al viento el humo se disipa, el tiempo calma. El troyano Panteo de Polixena 285 podrá enjugar las lágrimas amargas, a ella unido en los lazos de Himeneo.

PIRRO¡Polixena otro esposo!... La inhumana Megera vibre contra mí sus sierpes antes que yo tal sufra... Oye, ¿esa esclava 290 osa amar algún otro? Por los manes de mi padre, Elpenor, te ruego nada me ocultes. ¡Ah! si un pérfido cautivo es mi rival, de Pirro la venganza asombrará la Grecia.

ELPENORVuestros celos 295 calmad, señor; en lágrimas bañada la triste Polixena noche y día lamenta de contino sus desgracias, y del amor ignora los deleites.

PIRRO¡Ay! del fuego violento que me abrasa 300 ten piedad, Elpenor. Toca mi pecho: ¿ves cuál arde encendido en voraz llama? ¿Qué importa que otro amante Polixena no escuche, si mis ruegos no la ablandan? Tiempo es de terminar ya mis tormentos. 305 Corre, Elpenor amigo, a Hécuba llama; yo aquí la aguardaré.

ELPENORYa os obedezco, Señor, alivie el cielo vuestras ansias. (Vase.)141

Escena IV

PIRRO solo.

Sombra del grande Aquiles, si en los campos donde los manes de los héroes vagan 310 de los mortales míseros las penas te mueven, de mi llanto te apïada. No es mi culpa, si al yugo el cuello uncido, en amor abrasado de la hermana de tu aleve homicida, ultrajo insano 315 ¡oh padre! tu memoria venerada. Una estrella enemiga de su gloria al triste Pirro en su despecho arrastra. Ni el miedo de su afrenta le detiene, ni sus victorias que la Grecia canta, 320 ni de la patria el interés sagrado; todo el amor lo vence de una esclava. ¡Así la altiva Troya, que diez años de toda Grecia resistió a las armas, que burló tanto tiempo de los dioses 325 la cólera por Paris excitada, renacerá otra vez de sus cenizas, y yo, que derribé las torres altas de Pérgamo, alzaré contra la Grecia de la reina de Frigia las murallas!... 330 Mas Hécuba se acerca. Dioses patrios, dioses que castigasteis la dardania perfidia, perdonad, si por mi mano los muros de Ilión Venus levanta.

Escena V

HÉCUBA, PIRRO. HÉCUBA¿Vos me llamáis, señor? ¿Qué otros quebrantos 335 aguardan a esta anciana desdichada? ¿Los griegos han resuelto de Astianacte la muerte? ¿Las deidades no se cansan de perseguir a una infeliz cautiva?

PIRROReina de los troyanos malhadada, 340 calmad vuestro dolor; un sol más puro luce de hoy más a vuestra triste patria.

HÉCUBA¡Mi patria! ¿Existe acaso? De los dioses la morada escogida, el sacro alcázar, es un montón de polvo y de cenizas. 345 Del infelice Príamo las heladas reliquias son el pasto de las fieras. Al viento han esparcido las profanas manos del vencedor los fríos despojos de los reyes que Troya veneraba. 350

PIRROHécuba, los humanos son juguete de la fatalidad; la suerte varia eleva y precipita ciegamente al labrador humilde, y al monarca; Príamo en su juventud gimió cautivo; 355 Hércules derribó ya las murallas de Pérgamo otra vez, y más altiva Troya se levantó. De Héctor la clara sangre puede asustar aún a Micenas. Yo142, señora, me encargo de la infancia 360 del pequeño Astianacte; en su defensa yo arrostraré de Agamenón las armas, hasta tornarle el cetro de la Frigia.

HÉCUBA¿Qué oigo? ¿El hijo de Aquiles la prosapia de Héctor defenderá? ¿Quién tal prodigio 365 obró?

PIRROMi ciego amor; la beldad rara de Polixena; Venus que mi pecho en fuego inextinguible cruda abrasa. De vos pende mi vida, vos de Troya podéis alzar los muros; esta espada, 370 a Frigia tan fatal, contra la Grecia señalará sus filos; las ancianas madres, los niños tiernos, las doncellas, ora en penoso cautiverio esclavas, otra vez tornarán a Troya libres. 375

HÉCUBAHécuba de tan vanas esperanzas está desengañada. Para siempre de Dárdano ¡ay! cayó la ciudad alta. El día que trujo con funesto auspicio de Menelao la esposa a nuestras playas, 380 entonces ¡ay! juraron la rüina de Troya las deidades enojadas. De Príamo la familia floreciente,

tantos hijos, de Frigia la esperanza, todos han perecido en los combates; 385 ni a Héctor su valentía, ni su edad flaca valió a Troilo, ni el templo de Minerva pudo salvar a la infeliz Casandra.

PIRROSeñora, a reparar tan graves daños estad segura que mi brazo basta. 390 Pirro esposo feliz de Polixena ¿qué no podrá intentar? Por las sagradas deidades, por los manes de mi padre, juro143 de proteger contra las armas de Grecia a Polixena, y a Astianacte. 395 Del vulgo el furor ciego ante las aras quiere inmolar en vano a vuestra hija. Yo la defiendo.

HÉCUBA¡Oh madre desdichada! ¿Qué oigo? ¿De Polixena el sacrificio pide el pueblo? ¡Deidades sacrosantas! 400 Señor, postrada a vuestros pies imploro vuestra piedad con lágrimas amargas. Humillada a los pies del homicida de su esposo, la reina desgraciada de los troyanos con copioso llanto 405 desconsolada inunda vuestras plantas. Defended la inocente Polixena; yo os la doy por esposa.

PIRROVenus alma, oye mi juramento: Si abandona a Polixena Pirro, que las aras 410 nupciales sean su tumba; que de Aquiles la sombra en torno de él yerre indignada; que a filos de una espada parricida en edad juvenil exhale el alma.

HÉCUBASeñor, a juramentos tan solemnes 415 una madre se fia. Júpiter haga que este día sereno luzca a Troya, y faustos los nupciales fuegos ardan.

FIN DEL PRIMER ACTO

Acto II

Escena I

HÉCUBA, ULISES. ULISESSeñora, perdonad, si atropellando el respeto debido a la desdicha, Ulises hoy penetra en vuestra estancia; bien sé cuánto es odiosa mi visita. El necio vulgo, que con nombres falsos 5 las virtudes de vicios califica, imputa a mi prudencia cautelosa, que nombra malas artes y perfidia, de Troya la catástrofe sangrienta. ¡Ay! ¿por qué la discordia sopló impía 10 en ambos campos su furor insano? En balde ofrecí yo de paz la oliva a Troya, que de Paris la arrogancia prefirió de su patria la rüina, que compró Agamenón a tanta costa. 15

HÉCUBA¿Por qué, señor, de esta infeliz cautiva renováis el dolor? ¿Pensáis acaso que del curso fatal de mi desdicha he olvidado la historia lamentable, para que con crueldad tan exquisita 20 contempléis de esta anciana malhadada las llagas mal cerradas todavía?

ULISESLos cielos son testigos que de Ulises no fue jamás crueza tan indigna.

El interés sagrado de mi patria, 25 y los riesgos que corren las reliquias de la sangre de Príamo deplorable, a vos me traen, señora.

HÉCUBA¡Oh Dios! ¿Mi hija, Astianacte, peligran? ¿Cuáles riesgos hoy amenazan su inocente vida? 30

ULISESDe las nupcias de Pirro y Polixena el rumor esparcido al pueblo excita contra vuestra familia; en todas partes el vulgo exhala sus rabiosas iras en sediciosos gritos, y, cercado 35 el pabellón real de los Atridas, quiere forzar la estancia de Astianacte, y dar su tierno cuello a la cuchilla.

HÉCUBA¿Y el rey de reyes triunfador de Troya obedece al impulso de una impía 40 muchedumbre sin freno?

ULISESNo señora, la furia sediciosa contenida fue por su autoridad, y por mis ruegos; yo juré que jamás se cumpliría tan fatal himeneo, y aplacado 45 cedió el motín. De vos pende la vida de Astianacte, de hoy más. Si airado el pueblo vuestro nieto a su enojo sacrifica, culpa será de las funestas bodas que con Pirro celebra vuestra hija. 50

HÉCUBA¡Así contra la infancia sin defensa se señala de Grecia la enemiga; contra un cautivo mísero en la cuna mueve sus armas la falange argiva, y de bárbaras trata las naciones 55 extranjeras! Al Geta, al crudo Scita, amansan la hermosura y la inocencia; de este pueblo feroz la furia impía, la beldad, la niñez, tornan más brava.

ULISESLa Grecia tiembla que de sus cenizas 60

se levante Ilión, que el Escamandro segunda vez sus ondas vea teñidas en sangre de sus héroes, si Himeneo une en vínculos firmes la divina descendencia de Dárdano y de Tetis; 65 este miedo su ciega rabia excita; fácil será aplacarla.

HÉCUBAÍnclita Troya, morada de los dioses, de la Frigia reina, terror de Grecia, eterna gloria del Asia, ¿quién podrá de entre rüinas 70 resucitar tú nombre? Tus valientes héroes la tierra cubre, o la enemiga llama los consumió; sirven en duro cautiverio tus vírgenes; tus mismas divinidades ¡ay! te abandonaron... 75 Si del pueblo la saña vengativa excitan estas bodas, que su rabia se calme; en inmortal lloro sumida la triste Polixena, bien hallada con su amargo dolor, a las caricias 80 de Pirro se rehúsa, y de Himeneo obstinada los vínculos evita. A los suspiros de su amante sorda, y hasta a los ruegos de su madre misma, quiere vivir en soledad eterna. 85

ULISESAgamenón perdone; la enemiga de Ulises feneció cuando la llama en pavesas redujo las altivas murallas de Ilión... Grandes peligros a Astianacte amenazan; los Atridas 90 han resuelto su muerte, si hoy la mano no da a otro esposo Polixena, y priva a Pirro de esperanza para siempre. El interés que vuestra suerte inspira me arranca este secreto.

HÉCUBA¡Así el destino 95 implacable persigue las reliquias deplorables de Troya!... Hécuba triste, señor, a vuestras plantas se arrodilla, e implora la piedad de su enemigo. Ulises, esta mano, que teñida 100 tantas veces fue en sangre de los míos, postrada beso. Mis caducos días

os muevan a piedad; de un tierno infante salvad, Ulises, la inocente vida. ¡Ay! vos también sois padre, vuestro pecho 105 también al nombre filïal palpita. Conservad a Astianacte; así Minerva os torne a vuestra esposa fiel propicia; así Laertes, vuestro anciano padre, dilatada vejez contento viva. 110

ULISESHécuba, vos sabéis que vuestro nieto cupo en suerte cautivo a los Atridas; ellos solos son dueños absolutos.

HÉCUBASeñor, vuestra elocuencia persuasiva arrastra al rey de reyes a su impulso; 115 tantas veces funesta a mi familia, usadla en mi favor una vez sola.

ULISES¿A quién no apiadarán vuestras desdichas? Señora, sosegad; de vuestro nieto Ulises guarda la inocente vida, 120 si vos frustráis de Pirro la esperanza, uniendo a otro himeneo vuestra hija, y los temores disipáis de Grecia.

HÉCUBAPolixena infeliz yace sumida en llanto doloroso; hórrido luto 125 viste la malhadada, desde el día que a dar la mano a Aquiles a las aras fue con tristes auspicios conducida; ¿y queréis que los trajes funerales tan de repente trueque en las festivas 130 pompas del himeneo? ¿Que en servidumbre de los dioses la sangre esclarecida nazca?

ULISESSi no me engaña mi prudencia, una insana pasión el pecho agita de vuestra malhadada Polixena. 135 ¿No veis cuál huye las demás cautivas? ¿Cuál en las selvas vaga, y cuál al cielo en ayes profundísimos suspira? Vos podéis penetrar este misterio; a una madre tan tierna, ¿qué podría 140 esconder Polixena? Así de Pirro

se entibiará el amor, desvanecidas sus esperanzas, cuando en otros fuegos vea la princesa arder.

HÉCUBADe sus desdichas, y no de amor, proceden sus suspiros... 145 Mas aquí la infelice se encamina; yo voy a consolarla. De Astianacte, señor, proteged vos la tierna vida.

ULISES (Yéndose.) ¡Madre desventurada!... Mas de Grecia el interés sagrado tu familia 150 ha proscrito, y tan triste ministerio de Agamenón el orden me destina.

Escena II

POLIXENA, TERPANDRA, HÉCUBA. POLIXENA¡Oh cuánto abruma144 al triste la existencia! ¡Oh cuán pesados grillos a la vida me encadenan! Terpandra, el real arreo 155 ajeno es de una mísera cautiva. ¿Por qué mis sienes ciñe esta guirnalda, cual víctima a las aras conducida? (Viendo a su madre.) Amada madre, sólo en vuestros brazos halla consuelo vuestra infeliz hija. 160

HÉCUBAVen, descansa en mi seno, único apoyo de mi cansada edad; sola reliquia de tantos hijos míos, como yacen sin vida en las campañas de la Frigia. Por ti sola de madre el dulce nombre 165 escuchan mis oídos con delicia. ¿Mas qué mortal tristeza te consume? ¿Por qué tus compañeras siempre evitas, y en las selvas te internas silenciosa?

POLIXENADe los humanos huyo así la vista 170 a mis ojos odiosa, sin testigos mis lágrimas inundan mis mejillas; Eco sola repite mis tormentos.

HÉCUBA¿Mas por qué de tu madre las caricias huyes? ¿Por qué insensible a los halagos 175 de Pirro?...

POLIXENASu pasión insana irrita mi enojo. ¿Qué? ¿Aspirar osa a mi mano de mi familia el bárbaro homicida? Yo vi al triste Polites huir en balde de su furor y antes las aras mismas 180 Pirro en su corazón clavar tres veces el puñal; yo le vi con befa impía insultar los Penates impotentes, que tan mal protegieron mi familia. El dardo que lanzó con mano flaca 185 mi débil padre, yo le vi con risa mofar; yo vi las canas venerables teñir en roja sangre su cuchilla. ¡Oh! mas antes la triste Polixena pasto sea de las fieras de la Libia, 190 que a tan fatal coyunda dé su cuello.

HÉCUBA¡Oh de tantos monarcas hija digna! Los hados no permiten que tan noble indignación escuches; hoy cautiva eres de Pirro; él solo tus cadenas 195 puede romper.

POLIXENASeñora, mi desdicha ningún alivio admite; amarga pena lentamente consume de mis días el deplorable curso, y mi sepulcro labra en la primavera de mi vida. 200

HÉCUBAHija, ¿por qué tu madre tus quebrantos ignora? ¡Tú de mí te desconfías! ¡Tú me escondes tus penas! ¡Mi terneza ¡Oh, cuán mal es por ti correspondida!

POLIXENAMi mal es sin remedio.

HÉCUBAPolixena, 205 en vano me lo ocultas; llama activa de ardiente amor te abraza.

POLIXENA¡Santos dioses! Señora, a vuestros pies una hija impía vuestra piedad implora; el amor crudo reina en mi corazón; ni las cenizas 210 de mi infelice patria, ni mis lloros, ni de mi cautiverio la ignominia, nada extingue el incendio que me abrasa.

HÉCUBA¿Qué, tú, Venus, que siempre tan propicia a los troyanos fuiste, ora contraria 215 de tu Paris persigues la familia? Hija desventurada, ¿quién tus fuegos enciende?

POLIXENADulce madre, de una indigna pasión no penetréis ¡ay! el misterio. El rubor que colora mis mejillas 220 la confusión os dice de la hermana de Héctor.

HÉCUBAVen a mis brazos, hija mía, ¿quién mejor que tu madre, de tu llanto puede agotar la vena? Tú, divina protectora de Troya, Venus alma, 225 de esta infeliz calma el dolor benigna.

POLIXENAMadre, adiós, permitidme que en mi estancia un momento dé curso a mis desdichas.

Escena III

HÉCUBA, TERPANDRA. HÉCUBACorre, Terpandra, a dar aviso a Pirro que Hécuba quiere hablarle... De este día, 230 con tan fatal auspicio amanecido, los dioses tutelares de la Frigia desmientan favorables los presagios.

Escena IV

HÉCUBA sola. HÉCUBA¿A qué nuevos quebrantos la afligida Hécuba se reserva? ¿De los dioses 235 la venganza implacable me destina a lloros más acerbos? ¿De amargura no está apurado el cáliz todavía? Ayer reina del Asia, hoy en cadenas; ayer de tantos hijos de la Frigia 240 esperanza y honor, madre dichosa, que a filos yacen hoy de la cuchilla enemiga, cual hoz tajante siega la flor lozana con la seca espiga. ¿Qué valió a Paris su certera flecha; 245 su fuerza, de los griegos tan temida, a Héctor, en cuyos hombros descansaban los destinos de Troya; su osadía guerrera a Troilo, en años no maduros; a Casandra infeliz nunca creída 250 la inspiración fatídica de Apolo? Polixena, Astianacte, de los días caducos de esta anciana único apoyo; las deidades a Príamo propicias os preserven piadosas de tan grandes 255 peligros como corre vuestra vida. Mas Pirro y Elpenor aquí se acercan.

Escena V

PIRRO, ELPENOR, HÉCUBA. PIRRO¿Qué me ordenáis, señora? ¿De mi dicha ne dais el fausto anuncio? ¿Vuestros ruegos ablandaron al fin de vuestra esquiva 260 Polixena el rigor? Hablad, señora; ¿mas el rostro volvéis? ¿Vuestras mejillas copioso llanto inunda? ¿Qué presagios funestos ¡ay! vuestro dolor indica? ¿Quién se opone a mi amor?

HÉCUBALa Grecia entera 265 contra vos indignada; los Atridas; los dioses; de Astianacte los peligros.

PIRROPirro no tiembla de arrostrar las iras impotentes de Grecia; ¿soy yo acaso siervo de Agamenón? ¿Yo, de la altiva 270 Epiro rey, del fuerte Aquiles hijo, adoraré sus leyes con rendida sumisión? ¿Cuando, padre sin entrañas, a Ifigenia inmoló su mano impía, Pirro impidió su bárbara crueza? 275

HÉCUBAAstianacte perder debe la vida, si se cumple himeneo tan funesto. Este designio bárbaro me intima en este instante el hijo de Laertes; vos sabéis que, en poder de los Atridas, 280 nada puede oponerse a sus furores.

PIRROJúpiter, vengador de la perfidia, oye mis juramentos; hoy de Atreo perecerá la descendencia impía; hoy arderá cual Troya el campo griego. 285 ¡A mi padre arrancó ya su injusticia la cautiva Briseida, a mi himeneo ora se opone!

HÉCUBAPirro, vuestras iras calmad, ¡oh Dios! Vuestro furor insano de Astianacte la muerte precipita. 290

Pensad que en su poder vive cautivo, que al rumor más ligero la cuchilla, pendiente ora de un hilo, su cabeza dividirá. ¿Qué puede a los Atridas contener? ¿No atropellan los derechos 295 que veneran los pueblos de la Libia?

PIRRO¿Pensáis que resistir puede a mi acero ni Agamenón, ni la falange argiva? Cual con brazo pujante en otro tiempo, las torres derribé, que defendían 300 el alcázar de Pérgamo, con muerte de mil héroes valientes de la Frigia, tal hoy los escuadrones de Micenas huirán despavoridos a mi vista.

HÉCUBA¡Mísero infante! ¡Anciana malhadada! 305 ¿Dó os arrastra, señor, la vengativa saña? ¿No veis que ese imprudente arrojo de los Atridas el furor irrita contra el tierno Astianacte?... Por los manes de vuestro padre Aquiles, por la vida 310 de Deidamia, olvidad de Polixena el amor; ¿una mísera cautiva puede ser vuestra esposa sin desdoro?

PIRROAntes de Apolo el resplandor se extinga, y el Simoente torne atrás sus ondas, 315 que yo deje de amar a la divina Polixena. Mi gloria, mi ventura, de ella sola dependen; Pirro olvida por ella la palestra pavorosa, el sudor de la lucha le fatiga, 320 y el marcial ejercicio le es gravoso; sus amigos más fieles le fastidian. Sólo mi amor me ocupa; ¡de Cibeles el sacro bosque Ideo mis encendidas lágrimas cuántas veces ¡ay! regaron! 325

HÉCUBAToda la Grecia, Polixena misma, repugna a un himeneo tan funesto.

PIRRO¿Polixena también?

HÉCUBASeñor, herida de otra flecha...

PIRRO¡Un rival me es preferido! ¿Quién osa disputar de su cautiva 330 el corazón a Pirro? Más valiera que consumido en las cenizas frías de Ilión, o en el Janto sumergido vagara de Aqueronte a las orillas, sin sepultura, sin consuelo, errante, 335 que ofrecerse a mis iras vengativas. ¿Quién es ese rival? Decidlo, esclava.

HÉCUBA¡Madre desconsolada! ¡Infeliz hija! ¡Qué imprudencia es la mía! Del falso Ulises la astucia reconozco y la perfidia... 340 Señor, a vuestros pies...

PIRROSombra del grande Aquiles, que irritaba en las estigias mansiones mi amor ciego, hoy aplacada en la tumba serás con sangre frigia. Hecatombe de víctimas troyanas 345 tu hijo te inmolará; tu esposa impía, que te arrastró a las aras de Himeneo para darte la muerte, con su indigna sangre hoy saciará ¡oh padre! tu venganza. Este día, fatal a las reliquias 350 de Laomedonte pérfido, de Troya borrará la memoria aborrecida. Idos de mi presencia.

HÉCUBA¡Dioses santos, qué tigre de la Hircania en mi rüina he irritado, y en daño de los míos! 355

Escena VI

PIRRO, ELPENOR.

PIRROLa Grecia asombrará la vengativa saña de Pirro... Amigo, ¿ves de Aquiles la sombra desangrada? En torno gira de mí; ¿no ves cuál triste, macilenta, de su pecho me muestra las heridas? 360

ELPENORNo os engañe, señor, la ilusión vana de vuestra pasión ciega falaz hija. Las sombras de los muertos no abandonan jamás del Flegetonte las orillas por turbar el descanso de los vivos. 365

PIRRO¡Este es el galardón que a mis rendidas ansias ¡ay! reservaba Polixena! ¡Qué! ¿A los pies de una mísera cautiva lloró el hijo de Aquiles humillado, y de un rival dichoso preferida 370 verá la llama a sus suspiros tiernos?

ELPENOREl crudo amor que vuestro pecho agita con falsos miedos os deslumbra acaso. ¿Quién sabe si de Ulises seducida Hécuba habrá fingido que otros fuegos 375 inflaman en amor su infeliz hija, por evitar las bodas que la asustan, y de Astianacte conservar la vida? ¿No escuchasteis, señor, cuál acusaba del hijo de Laertes la perfidia, 380 cuando vuestro furor amenazaba de las reliquias frigias la rüina?

PIRRODulce amigo, tú solo a un malhadado tornas a renacer a nueva vida. Ve, corre a la infeliz Hécuba, aplaca 385 su dolor, la violencia de mis iras en mi nombre la excusa; Neoptolemo toda su suerte a tu amistad la fía; ¿sabes si el corazón de Polixena en otros fuegos arde, o si fingida, 390 por consejo de Ulises, es su llama?

ELPENORSeñor, más bien de Polixena misma sabréis lo cierto; vedla, que de cuanto Hécuba os dijo luego sea instruida;

haced que ante las aras de Himeneo 395 os dé la fe de esposa en este día, o descubra su pecho, si inflamado por otro amante más feliz suspira.

PIRROA tus sabios consejos obedezco. Madre del crudo amor, Venus impía, 400 basten a tu venganza los tormentos que Pirro sufrió ya, de tu enemiga cese al fin el furor; así mi incienso arderá en tus altares noche y día.

FIN DEL ACTO SEGUNDO

Acto III

Es de noche. La escena representa el túmulo de Aquiles ornado de cipreses, y el fuego sagrado que arde a sus manes.

Escena I

ULISES, CALCAS. ULISESEl fuego de los griegos en pavesas redujo la enemiga Troya en vano, mientras respire, Calcas, el linaje de Héctor. Sacrifiquemos al sagrado interés general otros respetos; 5 perezca Polixena, no temamos la nota de crüel, si con su muerte tantas vidas se compran... Ya diez años

corrió la sangre pura de la Grecia, y bañaron las aguas de Escamandro 10 los huesos de sus héroes insepultos.

CALCASMas ¿cómo piensas del amor insano triunfar de Neoptolemo? ¿No conoces de su ciego furor arrebatado el ímpetu fogoso? De los dioses 15 yo invocaré la voluntad en vano; él burlará las órdenes del cielo, mis voces y los dioses despreciando.

ULISESMal de su juventud tumultuosa juzgas; de sus pasiones dominado, 20 de la impiedad insano, pasar debe a la superstición sin intervalo. La fortuna nos sirve. Polixena no cura sus furores ni sus llantos; Hécuba por mis artes seducida 25 repugna a este himeneo; Pirro irritado a su rabia sin freno se abandona. Tan preciosos momentos no perdamos. Muera con Polixena la esperanza de los cautivos míseros troyanos... 30 Mas aquí la infelice se encamina; oigamos. Calcas, ¿qué suceso extraño al túmulo de Aquiles la conduce? A estos tristes cipreces retirados podremos escucharla sin ser vistos. 35

Escena II

ULISES y CALCAS en el fondo del teatro. POLIXENA, TERPANDRA. TERPANDRA¿Dó dirigís, señora, vuestros pasos? La noche en la mitad de su carrera guía silenciosa su estrellado carro; su blando soplo espira a los mortales el apacible sueño; todo el campo 40 olvida las fatigas de Belona, en plácido reposo descansando:

¡Y vos veláis inquieta, sin sosiego!

POLIXENADe las negras regiones del espanto los habitantes pálidos las frías 45 moradas abandonan, y de helado pavor cercan mi pecho.

TERPANDRANo, señora, a las sombras que abulta un sueño vano deis crédito; calmad vuestros temores.

POLIXENA¡Ah! no fue sueño, mas fatal presagio 50 de mi suerte la imagen que me asusta. Apenas Neoptolemo despechado me abandonó, de sus rabiosos celos agitado, terrible, amenazando mi muerte, por mi sangre un hielo frío 55 discurrió; mis sentidos un desmayo embargó. Yo vi entonces de Himeneo (¿Fue sueño, o realidad?) el fuego sacro arder en los altares; yo vi a Pirro arrastrarme por fuerza, y de su mano 60 triste presente hacerme en mi despecho; mas cuando yo pensé verme en sus brazos, me encuentro en los de Aquiles; en suspiros encendidos mi tierno amor exhalo; mi esposo ¡ay! no responde a mis caricias; 65 mas silencioso, asiéndome la mano, por ásperos senderos tortuosos me conduce a un escuro bosque vasto, y desparece luego de mi vista. En vano yo, anegada en triste llanto, 70 Aquiles a los vientos repetía; nada, Terpandra, de este inmenso campo interrumpe el silencio pavoroso; los vientos son sin voz: malignos rayos de Diana entre nubes le iluminan: 75 «Aquí (dijo una voz llena de espanto) será, infeliz, por siempre tu morada»145.

TERPANDRAPerded, señora, de temor tan vano la funesta memoria.

POLIXENADe mi esposo quiero aplacar la sombra con mi llanto. 80

Aquiles, si las ondas del Leteo no borran en los míseros humanos el sentimiento, si en la noche eterna de los vivos el ruego es escuchado, oye mi voz, esposo, no de Paris 85 me imputes la perfidia; el cielo santo conoce mi inocencia.

TERPANDRAPolixena, ved que agitada de terrores vanos olvidáis que de Pirro los furores vuestra vida amenazan. Despechado, 90 cual leona que pierde sus cachorros, de vuestra vista así salió bramando. ¿Por qué le confesasteis, imprudente, vuestro amor? ¿De este joven temerario no tembláis de excitar la ira celosa? 95

POLIXENA¿Qué pude hacer ¡ay triste! si, embriagado en amor, me arrastraba a los altares en mi despecho? ¿Si el incienso sacro ya humeaba en las aras de Himeneo? ¿Debí, perjura, a Pirro dar la mano, 100 olvidando de Aquiles la memoria?

TERPANDRAMas ¿por qué no calmasteis su irritado furor celoso, haciendo que en su padre su rival viese?

POLIXENADe un amor insano víctima desgraciada, mi ignominia, 105 mis vergonzosos fuegos sepultados en mi pecho serán eternamente. El crüel homicida de mi hermano adoro sin pudor, el que en la sangre troyana tantas veces tiñó el Janto; 110 ¿y quieres que el amor que me consume publique en altas voces, olvidando cuanto debo a mi gloria, y a mi patria? ¿Que de mi madre los caducos años indignados desciendan a la tumba? 115 ¿Pero no es Pirro aquél? ¡Ay Dios! huyamos, Terpandra, sus furores.

TERPANDRALos funestos

presagios, santos dioses, haced vanos.

Escena III

PIRRO, POLIXENA, TERPANDRA, ELPENOR. PIRRO¡Oh sombra de mi padre generosa! Hoy serás aplacada; los esclavos 120 de Frigia teñirán en su vil sangre tu sepulcro... ¿Qué miro? ¡Cielos santos, esta impiedad sufrís! ¡Qué, de mi padre una esclava profana así el sagrado túmulo, y turba sus cenizas frías! 125 ¿Quién aquí ha conducido vuestros pasos?

POLIXENASeñor, de la infelice Polixena mueva vuestra piedad el triste llanto. Los dioses son testigos que de Aquiles los manes son por mí tan venerados, 130 cual por vos mismo, Pirro, pueden serlo.

PIRRO¡A Aquiles veneráis! ¿De vuestros falsos cariños engañado, no fue muerto, cuando os daba de esposo fiel la mano, por la flecha de Paris alevoso? 135 De otro amante prendada, con engaños vos tendisteis las redes, do cautivo pereció el triste en lazos apretados.

POLIXENA¡Yo culpada de Aquiles en la muerte, señor!

PIRROVuestro rubor, vuestro embarazo, 140 dicen vuestro delito; ¿a este sepulcro, en medio de la noche, quién os trajo? Responded.

POLIXENA¡Ay de mí! Madre, Terpandra,

libradme de su enojo. Dioses patrios, mi vida defended, y mi inocencia. 145

PIRRO¿Cómo así enmudecéis?

POLIXENA¡Ay! los presagios de mi sueño se cumplen; de mi muerte en vuestra frente irrevocable el fallo escrito está. Terpandra, tal su imagen esta noche ha turbado mi descanso. 150 ¿Ves cuál lanzan sus ojos vivo fuego? ¿Dónde me ocultaré? ¿Quién de su airado enojo me liberta? Héctor valiente, perdona a Polixena tus agravios, y defiende su vida.

TERPANDRAA la infelice 155 Hécuba corro a hablar; ella el insano furor podrá aplacar de Neoptolemo; venid, señora, de este sitio huyamos.

PIRRO¿Adónde evitarás el justo enojo de Pirro, que en tu daño has indignado? 160

Escena IV

ULISES, CALCAS, PIRRO, ELPENOR. CALCASLa sombra no aplacada de tu padre, Pirro, de las regiones del espanto abandonando la morada horrible, me envía a ti. Sus manes no vengados la sangre de las víctimas desechan, 165 ni del incienso el humo les es grato. Polixena a los dioses infernales debe ser inmolada; así en los campos Estigios cesará el furor de Aquiles.

PIRROAdivino impostor, ¿quién te ha enseñado 170 del Tártaro y de Olimpo los secretos? ¿Se cura el reino del olvido acaso del mundo de los vivos? ¿A la muerte sobrevive en los míseros humanos la sed siempre implacable de venganza? 175

CALCAS¿Adónde de tu amor arrebatado te arrastra el desenfreno? ¡De tu padre las cenizas insultas!

PIRRODe mi insano furor ten compasión, Calcas; Aquiles ardió en los mismos fuegos inflamado. 180 Jamás en este sacrificio impío Pirro consentirá; vibre en su daño ora Alecto sus sierpes venenosas, ora de Jove el encendido rayo truene con ronco estrépito tremendo. 185

ULISESCalcas, ya de los míseros troyanos corrió bastante sangre; ya de Paris con la muerte, vengó el valiente brazo de Pirro el himeneo de su padre; que Polixena viva; que, a su amado 190 unida en lazo estrecho, las desdichas olvide de su patria, y sus quebrantos.

PIRRO¡Unida con su amado Polixena! ¿Quién es, Ulises, el infame esclavo que osó aspirar así de mi cautiva 195 a obtener, en despecho mío, la mano?

ULISESPirro, de Polixena los amores a nadie son ocultos; todo el campo sabe tu pasión ciega, y sus desdenes; de tu rival la dicha, y tus insanos 200 furores.

PIRRO¡Así Pirro de una esclava juguete vil, verá su amor burlado de toda Grecia, y con vergüenza suya triunfará de sus ansias un troyano! Venga, Pirro infeliz, venga a tu padre. 205

¡Una sierva te ultraja, malhadado; de Aquiles turba las cenizas yertas, y tú te exhalas en suspiros vanos; ni a Aquiles vengas, si tu afrenta curas! Ve, Calcas, de mi padre los sagrados 210 preceptos cumple, Polixena muera; yo mismo inmolaré de mil esclavos frigios grata hecatombe a sus cenizas; perezca de los pérfidos troyanos entre los hombres la memoria impía. 215

CALCASVen, Ulises, a Pirro obedezcamos.

Escena V

PIRRO, ELPENOR. PIRROMuere, infeliz, de tu perfidia aleve, de tu llama recibe el digno pago. Y tú, sombra de Aquiles generosa, si tan costoso sacrificio es grato 220 a tus manes, arranca de mi pecho el dardo del amor envenenado... ¿Quién es, dime Elpenor, el vil cautivo que osó aspirar sacrílego a su mano? Por no ver mi venganza, en su carrera 225 tornará atrás Apolo sus caballos.

ELPENORSeñor, de un velo espeso este misterio la princesa cubrió, con obstinado silencio; de Terpandra solamente la infelice fiaba sus quebrantos. 230 Deshecha en llanto, en soledad profunda, la presencia de griegos y troyanos igualmente importuna era a sus ojos. Mas de Hécuba los pasos fatigados apoyando Terpandra, aquí se acerca. 235 Ella os informará, señor, de cuanto de su pecho fiaba su señora.

Escena VI

HÉCUBA, TERPANDRA, PIRRO, ELPENOR. HÉCUBAPirro, ¿vos de las furias agitado la muerte amenazáis de Polixena? Ved adónde os arrastra vuestro insano 240 furor; de vuestro padre la memoria es el rival de la princesa amado.

PIRRO¡Dioses, qué escucho!

HÉCUBADe la fiel Terpandra os podéis informar; ella los llantos de mi hija triste cariñosa enjuga; 245 sus pechos su niñez alimentaron, y en la próspera suerte y en la adversa su maternal afecto de su lado no se aparta jamás; de Polixena la confianza paga amor tan raro; 250 ella os dirá, señor, la misteriosa causa de sus desdenes obstinados.

PIRRO¡Oh Venus implacable! Un sudor frío discurre por mis venas; ¿Pirro insano, Pirro qué hiciste? ¡Ay Dios! la fiel esposa 255 de Aquiles a su sombra has inmolado.

HÉCUBA¡Madre desventurada! ¡Día funesto! ¿A qué nuevos tormentos, dioses santos, reserváis esta madre desdichada? ¿Adónde mi hija está?

PIRROCorre; el infausto 260 sacrificio, Elpenor, a impedir vuela.

Escena VII

HÉCUBA, TERPANDRA, PIRRO. HÉCUBA¿Qué sacrificio es éste? ¿Qué presagios vuestra inquietud me anuncia? ¿Polixena qué se hizo? Vuestro rostro demudado, vuestra siniestra amarillez indican 265 a esta infeliz anciana graves daños.

PIRRO¡Pérfidas artes del astuto Ulises! ¡Impostura de Calcas! ¿Para cuándo sus iras guarda Jove, si no vibra contra vosotros su encendido rayo? 270 ¿O la casualidad ciega fulmina esos fuegos que temen los humanos?

HÉCUBA¿Quién vuestro enojo excita? ¿Dónde, Pirro, está ¡ay Dios! Polixena? A vuestro lado Terpandra la dejó, cuando a decirme 275 vino vuestro furor.

PIRRO¡Oh, dioses, cuánto tarda Elpenor! ¿Si la cuchilla impía se habrá en su tierno cuello ensangrentado?

HÉCUBA¿Qué escucho? ¡Polixena ha perecido víctima de tus celos! Dioses sacros, 280 que el perjurio vengáis y la crueza, oíd de una madre los acerbos llantos. Hija, de mi vejez único apoyo, ¿quién te arrancó de mis amantes brazos? ¡Ay! tórname mi hija.

PIRRO¡Oh día funesto! 285 ¡Oh infeliz madre! ¡Oh Pirro malhadado!

Escena VIII

PIRRO, ELPENOR, HÉCUBA, TERPANDRA. PIRRO¿Qué es de la desgraciada Polixena?

ELPENORMis suspiros, señor, mi lloro amargo, ya os han dicho cuál fue su triste suerte. Los griegos en el templo convocados, 290 compasivos la vieron a las aras, coronada de flores, ir temblando. Su beldad peregrina, sus desdichas, la pasada fortuna, de sus años la juventud florida, cual la rosa 295 que en capullo deshoja el soplo airado del vendaval, el corazón más duro ablandan; Calcas ya prepara el sacro cuchillo, ya la venda fatal ciñe su frente, y descubierto ya el nevado 300 virginal seno al mortal golpe ofrece. «Griegos, exclama entonces, vuestro llanto enjugad; feliz yo, si con mi muerte de Aquiles la irritada sombra aplaco. Aquiles fue mi esposo y mi amor solo; 305 con él unida, en los Elíseos campos eternamente viviré contenta. Perdóneme mi madre, si, olvidando cuanto debo a mi patria, muero amante del héroe tan fatal a los troyanos. 310 Sin mi muerte, por siempre este secreto en mi pecho estaría sepultado; el instante fatal ¡ay! me le arranca». Dijo; Calcas tembló cuando su mano escondió en sus entrañas el sangriento 315 puñal; del alto templo resonaron las bóvedas con llanto doloroso. Confundido de griegos y troyanos se escucha entonces, por la vez primera, alzarse al cielo el grito lastimado. 320 Entonces yo llegué; mas ya su sangre bañaba los altares, y mi tardo auxilio valió sólo a ver del pueblo sin provecho crecer el dolor vano.146

HÉCUBAMonstruo, más despiadado que los tigres 325

de Hircania, duro más que los peñascos del Cáucaso, ve, gózate en la muerte de una tierna doncella; ve, inhumano, sacia tu sed en su caliente sangre. Y vos, que castigáis de los malvados 330 los delitos, crujid el duro azote, vengativas Euménides, vibrando vuestras sierpes sangrientas; de su padre en torno giren de él los irritados manes; sus roncos gritos funerales 335 interrumpan por siempre su descanso.

(TERPANDRA se lleva a HÉCUBA.) PIRROPerdona, oh padre; ¡ay Dios! ¿por qué tu rostro me amenaza? ¿Qué espectro malhadado me persigue?... ¡Ceñida de culebras una mujer!... Del reino del espanto 340 las furias, en mi daño conjuradas, la mansión tenebrosa abandonaron.

ELPENORVenid, señor, las naves os aguardan; de esta tierra fatal al punto huyamos.

FIN DE LA TRAGEDIA

El hipócrita Comedia de Molière en cinco actos en verso

Traducida al castellano por D. José Marchena. Madrid, MDCCCXI. En la imprenta de Albán y Delcasse. Impresores del ejército francés en España. Calle de carretas, núm. 31.

Advertencia

No se me esconde cuán apartado va de un autor un intérprete, por exacto, elegante y puro que éste sea; pero aquel que atienda a las muchas dificultades que la traducción de una comedia de Molière ofrece, todavía verá que es acreedor a elogio quien todas las haya superado. Est tamen hic quoque virtus. Yo no sé si lo he conseguido, pero sé, a lo menos, que esta versión no está escrita en lengua franca; idioma que tantos hablan en el día, y en que allá ellos se entienden. Declamen cuanto quieran en buen hora contra los que saben el castellano aquellos que no le han estudiado; yo confieso que me agrada más el estilo lírico de Rioja que el de Salanoba, y hallo más que imitar en los buenos trozos de La Bella malmaridada o en La Escolástica celosa de Lope que en lo más selecto y atildado del Hombre singular o Catalina primera. Nuestro traductores y muchos de nuestros autores no han venido a caer en cuenta de que como el latín se aprende en los autores latinos, ni más ni menos el castellano se aprende en los castellanos; verdad recóndita sin duda, que, si no les es dable empero alcanzar a ella, no errarán en admitirla como cierta, cuando no probada. Así, en vez de escribir contra los que leen nuestros autores clásicos, los estudiarán, y sabrán alguna de las lenguas de Europa.

Al excelentísimo señor Marqués de Almenara, Ministro de lo interior, etc., etc.

Excmo. Sr.: La obra que a V. E. presento no es ofrenda de un subalterno a su superior; es, sí, testimonio de gratitud a muchas y señaladas mercedes por largo espacio de tiempo recibidas; y si confesarlas es parte de la paga, ¿no debía yo aprovecharme de la primera ocasión que de hacerlo auténticamente se me ofreciera? Los pocos que saben que el ilustre Casti, si gozó algún desahogo en los postreros instantes de su dilatada vida, lo debió a la munífica liberalidad de V. E., apreciarán el afecto que los sabios le merecen; pero yo, que sólo en cultivar las letras me parezco a este célebre poeta, y que no he dado a la luz pública escritos que igual nombradía me hayan granjeado, no podía alegar motivos iguales para los favores que de V. E. tengo recibidos. El público escuchó tan benévolo la representación de esta comedia, y el

traductor recibió tantos parabienes por el acierto con que dicen que logró trasladarla a nuestro idioma, que se ha persuadido, Excmo. Señor, a que esta versión podrá no ser indigna de salir bajo los auspicios de V. E., y así será ciertamente si los lectores confirman el voto de los espectadores. Dígnese, pues, V. E. de admitir este obsequio, prueba, si no de mérito literario, de gratitud indeleble. Madrid, 3 de Junio de 1811. J. Marchena.

PERSONAJES

DOÑA TECLA, madre de DON SIMPLICIO. DON SIMPLICIO, marido de DOÑA ELVIRA. DOÑA ELVIRA, mujer de DON SIMPLICIO. DON ALEJANDRO, hijo de DON SIMPLICIO. DOÑA PEPITA, hija de DON SIMPLICIO. DON CARLOS, amante de DOÑA PEPITA. DON PABLO, cuñado de DON SIMPLICIO. DON FIDEL, hipócrita. JUANA, criada de DOÑA PEPITA. DON CELEDONIO, escribano. UN ALCALDE DE BARRIO. FELIPA, criada de DOÑA TECLA. La escena es en Madrid, en casa de DON SIMPLICIO.

Acto I

Escena I

DOÑA TECLA, DOÑA ELVIRA, DOÑA PEPITA, DON PABLO, DON ALEJANDRO, JUANA y PEPITA. DOÑA TECLAAnda, Felipa, más vivo, que me vea libre de ellos.

DOÑA ELVIRATal paso lleva usted, madre, que alcanzarla no podemos.

DOÑA TECLANo te canses más, Elvira, 5 en seguirme; cumplimientos ya sabes que no me gustan.

DOÑA ELVIRASeñora, aquí sólo hacemos lo que es nuestra obligación; ¿mas por qué con tal despecho 10 se va usted de nuestra casa?

DOÑA TECLAPorque aguantar más no puedo lo que en ella pasa; vaya; esta casa es un infierno; es un escándalo; nadie, 15 nadie sigue mis consejos; sin respeto a los mayores, cantando y hablando recio, que parece una ginebra.

JUANASi...

DOÑA TECLATú siempre andas metiendo 20 en todo tu cucharada, mas que nunca venga a cuento; eres muy entremetida, y charlas por cuatro.

DON ALEJANDROPero...

DOÑA TECLAEn una palabra, chico, 25 Tú no eres más que un tontuelo; mírame, que soy tu abuela, y te lo digo, y le tengo pronosticado a tu padre que tú has de ser con el tiempo 30 una mala cabecilla, y darle mil sentimientos.

DOÑA PEPITAPero abuela...

DOÑA TECLANietecita, con los ojos en el suelo, que parece que no quiebras 35 un plato; yo te prometo que más temo el agua mansa que la brava, y que te entiendo tus maulas.

DOÑA ELVIRAMadre, nosotros

DOÑA TECLAElvira, esto no va bueno, 40 tu conducta no me gusta; tú debes darles ejemplo, como hacía la difunta, de economía, de arreglo. Tú, siempre el vestido rico, 45 los moños, los embelecos. La que a su marido quiere, y no trata de cortejos, no anda tan engalanada.

DON PABLOSeñora, usted...

DOÑA TECLACaballero, 50 como hermano de mi nuera a usted estimo y respeto; mas, si fuera su marido, le suplicara al momento que se plantara en la calle,55 y no volviera aquí dentro. Usted profesa unas máximas que no agradan a los buenos; ¿qué quiere usted? Yo soy clara, y digo aquello que siento. 60

DON ALEJANDROSólo don Fidel le peta a usted, y no sé...

DOÑA TECLAEs muy cierto; ese es un justo; ¡ojalá que siguierais sus consejos todos! Tú, como eres loco,65 siempre le andas zahiriendo,

y a fe que me enfadas mucho.

DON ALEJANDROPues cierto que fuera acuerdo aguantar que un mogigato hipocritón se haga dueño 70 de mi casa, y no podamos gozar ningún pasatiempo sin pedirle antes licencia.

JUANAVaya; y si nos atenemos a sus palabras, no hay cosa 75 en que no se ofenda al cielo: todo dice que es pecado.

DOÑA TECLAY dice muy bien el siervo de Dios; para ir a la gloria el camino es muy estrecho. 80 Mi hijo le respeta y quiere; sigan ustedes su ejemplo.

DON ALEJANDRONo, abuela, padre ni nadie logrará que tenga afecto a ese hombre yo, y mentiría 85 si dijera que le puedo llevar en paciencia; en breve tendremos un sentimiento, si continúa el bribón haciendo de amo aquí dentro. 90

JUANA¿No es cosa que escandaliza ver a un pobre pordiosero, que, cuando se metió en casa, estaba el maldito en cueros, mandar, disponer de todo 95 como si fuera él el dueño?

DOÑA TECLAPesia a mí, mejor irían las cosas por los consejos de ese santo encaminadas.

JUANAUsted cree que es muy bueno. 100 Pero yo, que le conozco, digo que es un embustero,

gazmoño.

DOÑA TECLA¡Lengua maldita!

JUANANi su criado Lorenzo ni el amo son de fiar. 105

DOÑA TECLAEl criado no me meto en averiguar si es malo; el amo sé que es muy bueno. Ustedes le quieren mal porque no se anda en rodeos 110 y reprehende sus vicios; porque con un santo celo defiende la ley de Dios, y porque no es lisonjero con el pecado.

JUANAEstá bien. 115 ¿Pero por qué, hace algún tiempo, que se pone dado al diablo cuando viene alguien a vernos? ¿De una visita inocente acaso se enoja el cielo? 120 Aquí para entre nosotros, si va a decir lo que pienso, él está de mi señora enamorado y con celos.

DOÑA TECLACalla, calla, y mira bien 125 lo que hablas. El devaneo de mi nuera, las visitas, tanto lacayo y cochero ahí plantado, tanto coche a la puerta dan perpetuo 130 pábulo a murmuración de las gentes; yo bien creo que no hay ofensa de Dios, pero el escándalo es cierto.

DON PABLOA las lenguas maldicientes 135 ¿quién puede poner silencio? Bueno sería, señora, que con los que más queremos

riñéramos por temor de que murmuren los necios; 140 y ni aun así callarían. Señora, no nos curemos de lo que digan los tontos; sigamos por el sendero recto, y dejemos que el vulgo 145 hable cuanto quiera luego.

JUANA¿Si será nuestra vecina Alfonsa quien va diciendo mal de nosotros? Bien puede, porque siempre son aquellos 150 que tienen para callar más motivos los primeros que tiran, y con más furia, la piedra al tejado ajeno. La amistad más inocente 155 la convierten al momento en mala, y van pregonando los imaginados yerros de los otros, que así esperan encubrir los verdaderos 160 que ellos cometen, o acaso disculpar sus desaciertos, descargando en otros parte del público vituperio que se tienen granjeado. 165

DOÑA TECLANada de eso viene a cuento. Doña Ana, que es una santa, que sólo piensa en el cielo, habla mucho mal de ustedes, y me lo han dicho sujetos 170 que la ven muy a menudo.

JUANA¡Buena autoridad por cierto! Verdad es que esa señora sirve a Dios con mucho celo, y que ha dejado del mundo 175 las pompas y devaneos, pero ya el mundo le había vuelto la espalda primero. Con sus reverendas canas mal se avienen los contentos 180 mundanales, y ella quiere con mentidos embelecos

de virtud y santidad disimularnos del tiempo los estragos. Así son 185 tantos falsos beaterios. Se acaba la mocedad y con ella los cortejos. Tristes y desamparadas, ¿Queda entonces otro medio 190 para no desesperarse más que pensar en el cielo? Afectando austeridad, y con semblante severo, las nuevas santas censuran 195 a las demás, reprendiendo toda amistad inocente, todo honesto pasatiempo, no por caridad cristiana; ¿que es caridad? Ni por pienso; 200 por envidia solamente de que otras gocen contentos que ellas disfrutaron antes, mas que para siempre huyeron con la juventud.

DOÑA TECLABien dicho. 205 (A ELVIRA.) Elvira, estos son los cuentos que te gustan; la criada charlando siempre por ciento y los demás calladitos; pero al fin, yo también quiero 210 hablar a mi vez, y digo que nunca pudo haber hecho mi Simplicio mejor cosa que traer a casa un sujeto tan santo, y que aquí ha venido 215 por disposición del cielo para llevarlos a ustedes por el camino derecho de salvación, y sacarlos de pecado. Todos esos 220 bailes, festines, visitas, comedias y otros festejos son invenciones del diablo, con que procura perdernos. Jamás en ellos se escuchan 225 palabras santas, ni ejemplos sacados de los sermones, sino equívocos, requiebros,

y a veces murmuración del prójimo; y del estruendo 230 de estas diversiones salen, hasta los hombres más cuerdos, atontadas las cabezas, oyéndose en un momento veinte mil habladurías. 235 Así dijo con acierto un predicador muy grave, que eran estos pasatiempos la torre de Babilonia, porque babean por ellos 240 los tontos y los bolonios; y para seguir mi cuento, el predicador... (A DON PABLO.) Parece que el señor se está riendo; vaya usted a buscar monos 245 que le diviertan... (A DOÑA ELVIRA.) No quiero hablar más; adiós, Elvira; di que me emplumen si vuelvo a poner aquí los pies, aunque se juntara el cielo 250 con la tierra... (Da una bofetada a FELIPA.) Anda, maldita: ¡Qué sorna y qué contoneo! Yo te enseñaré a que mires las musarañas, jumento; vamos, anda, aguija, vivo. 255

Escena II

DON PABLO y JUANA. DON PABLOVaya con Dios, que no quiero acompañarla, no sea que me diga otros denuestos. Cuidado que la abuelita...

JUANASi se oyera llamar eso 260 bueno le pusiera, vaya, a usted; dijera a lo menos que para llamarla abuela no es tan vieja.

DON PABLO¡Qué mal genio gasta, y qué pasión le tiene 265 a su don Fidel!

JUANAPues eso es friolera comparado con el loco devaneo de su hijo. Jamás se ha visto tal manía en hombre cuerdo. 270 En los pasados disturbios se portó con mucho seso, y se hizo estimar de todos, sirviendo con mucho celo al rey contra los rebeldes; 275 mas desde que aquí tenemos a su amigo don Fidel, el juïcio se le ha vuelto. A madre, hijos y mujer, y a sí propio quiere menos 280 que al hipocritón; de él solo fía todos sus secretos; no hace cosa que no sea dictada por su consejo; le llama hermano, le abraza 285 y le besa, como un tierno amante hiciera a su dama; en la mesa el primer puesto le ha de ocupar don Fidel. Se le cae la baba viendo 290 al puerco engullir por siete; le hace el plato, y lo selecto le aparta, y luego, si eructa, le dice Dominus tecum. En fin, loco está con él; 295 le mira como un perfecto dechado; cita sus dichos y sus obras por modelo de virtud y santidad, y por reliquias me temo 300 que ha de adorar sus vestidos. Don Fidel, que le ve lelo,

y que quiere sacar baza, le engaña con embelecos, y aparentando virtud 305 le sonsaca su dinero. Riñe cuanto hacemos todos; hasta el bribón majadero del mozo también le imita, y hace de censor acerbo. 310 Ayer nos hizo el maldito mil pedazos un pañuelo de mi señora que halló sobre un rosario, diciendo que las pompas del demonio 315 era un pecado muy feo el dejarlas en un sitio donde están cosas del Cielo.

Escena III

DOÑA ELVIRA, DOÑA PEPITA, DON ALEJANDRO, DON PABLO y JUANA. DOÑA ELVIRA (A DON PABLO.) Muy bien has hecho en quedarte, que allá fuera de improperios 320 nos ha llenado. Mas voy al instante a mi aposento a aguardar a mi marido, que ahí viene.

DON PABLOPues yo le espero aquí para hablarle a solas 325 dos palabras y irme luego.

Escena IV

DON PABLO, DON ALEJANDRO y JUANA. DON ALEJANDRODígale usted por Dios, tío, que acelere el casamiento de mi hermana; yo no sé, pero mucho me recelo 330 que don Fidel pone estorbos a unión que tanto deseo. Si Carlitos y mi hermana se quieren, yo no estoy menos prendado de la hermanita 335 de Carlos, y este himeneo...

JUANAAllí viene mi señor.

Escena V

DON SIMPLICIO, DON PABLO y JUANA. DON SIMPLICIOHermano, Dios te dé buenos días.

DON PABLOCon bien Él te traiga; ¿el campo estará algo seco? 340

DON SIMPLICIOJuana... Permíteme, hermano, que me informe en un momento de lo que aquí haya ocurrido. (A JUANA.) ¿No hay cosa alguna de nuevo estos dos días que falto? 345 ¿Está todo el mundo bueno?

JUANAAntes de ayer mi señora tuvo un calenturón recio con una fuerte jaqueca, y un vómito muy violento. 350

DON SIMPLICIO¿Y don Fidel?

JUANA¡Don Fidel! Gordo, colorado y fresco; reventando de salud.

DON SIMPLICIO¡Pobrecito!

JUANAY a más de esto una gran inapetencia, 355 que fue tal que no hubo medio de hacerla tomar ni un caldo para conciliar el sueño.

DON SIMPLICIO¿Y don Fidel?

JUANADando gracias, porque se lo daba, al Cielo, 360 dos perdices estofadas y una pierna de carnero cenó con frutas y dulces.

DON SIMPLICIO¡Pobrecito!

JUANAEl crecimiento le duró la noche entera, 365 y no hizo más que dar vuelcos en la cama, sin pegar los ojos ni aun un momento, tanto que hubo que velarla.

DON SIMPLICIO¿Y don Fidel?

JUANAEn un sueño 370 se llevó toda la noche, a pierna suelta durmiendo, mientras los demás velaban.

DON SIMPLICIO¡Pobrecito!

JUANAAl fin le hicieron dos sangrías, y con ellas 375 se encontró aliviada luego.

DON SIMPLICIO¿Y don Fidel?

JUANAPor cobrar bríos contra el mal ajeno, y recuperar la sangre que perdió mi ama, su almuerzo 380 le hizo con medio jamón y seis vasos de Burdeos.

DON SIMPLICIO¡Pobrecito!

JUANAPor fin ambos, gracias a Dios, están buenos; yo voy a decir al ama, 385 señor, con qué sentimiento ha sabido usted su mal.

Escena VI

DON SIMPLICIO y DON PABLO. DON PABLOYa ves cuál se está riendo en tu presencia de ti, y tiene razón; no quiero 390 enfadarte; mas ¿quién vio tal locura en hombre cuerdo? ¿Te ha dado un hechizo acaso don Fidel, que no contento con traértele a tu casa, 395 y sacarle del extremo de miseria en que se hallaba, dejas por él todo, y luego?...

DON SIMPLICIOVete poco a poco, hermano; no le conoces, por eso 400 hablas así.

DON PABLONorabuena; no sé quién es, mas sospecho lo que puede ser.

DON SIMPLICIOAh, Pablo, ¡qué rico tesoro tengo en él! Si le conocieras 405 me lo dirías; ¡qué bueno, qué virtuoso, qué santo! Un hombre; vaya, no puedo encarecértelo; un hombre... Quien escucha sus consejos 410 siempre vive en paz profunda; nada turba su sosiego, y mira todo este mundo como un puñado de estiércol. Yo con su conversación 415 estoy hecho un hombre nuevo; me he desprendido de todos mis amigos y mis deudos. Hijos, hermanos, mujer, y madre, si en un momento 420 se murieran a mi vista, no me importara ni un bledo.

DON PABLOSon afectos muy humanos.

DON SIMPLICIO¡Válgame Dios, cuando pienso en cómo le conocí, 425 todavía me enternezco! No faltaba ningún día de la iglesia; muy modesto se ponía de rodillas junto a mí, mirando al suelo. 430 Rezaba con un fervor tan ardiente el Padre nuestro, que hasta en el coro se oían sus gritos y sus lamentos, y con mucha devoción 435 mil veces besaba el suelo. Al salir siempre me daba

agua bendita en el hueco de su mano; su criado, que era imitador perfecto 440 de su devoción, me dijo quién era muy por extenso, y el estado de miseria en que estaba; yo, sabiendo su necesidad, le daba 445 limosna; mas él modesto decía: la mitad sobra; ah, señor, yo no merezco tanta piedad; y si no se lo tomaba iba luego 450 a repartirlo a los pobres en mi presencia; con esto me tocó el Cielo, le traje a mi casa, y satisfecho vivo con su compañía, 455 cual no podré encarecerlo. Lo corrige y lo censura todo, y seis veces más celos tiene de mi mujer propia que yo mismo (no exagero), 460 y me avisa si sospecha que alguien le dice requiebros; ¡tanto le duele mi honor! Pero su devoto celo es ya tan escrupuloso, 465 que el defecto más ligero en que incurra le parece grave ofensa contra el Cielo. Seis días ha le picó una pulga estando haciendo 470 oración mental, y al punto con mil lloros y lamentos se acusó de que la había muerto con mucho despecho.

DON PABLOSin duda te estás burlando, 475 o bien has perdido el seso; ¡vive Dios que tal locura!...

DON SIMPLICIOHermano, vamos con tiento, que eso es hablar con muy poca religión, y yo me temo 480 que has de tener que sentir, y que el castigo del Cielo te ha de coger algún día.

DON PABLOEse estribillo perpetuo no se os cae de la boca; 485 porque vosotros sois ciegos pensáis que somos impíos todos cuantos claro vemos. Quien desprecia a los gazmoños y sus vanos embelecos, 490 se os figura que a las cosas santas no tiene respeto. Mas todos esos discursos nunca me han metido miedo; Dios que ve los corazones 495 bien sabe como yo pienso. Yo no me dejo engañar de esos viles embusteros que afectan la devoción, como otros fingen denuedo. 500 Así como los valientes nunca se jactan de serlo, tampoco afectan piedad los devotos verdaderos. Mas tú confundes, hermano, 505 al hipócrita embustero con el amigo de Dios, venerando al fariseo cual debieras al apóstol. Los que mienten santo celo 510 en vez de oro nos dan plomo, y son unos monederos falsos de la Religión, que seducen a los necios con sus fingidas virtudes 515 y con su lenguaje artero. No, hermano, de la razón la moderación es sello, y sello característico, como del vicio el exceso; 520 quien la exagera la estraga; baste por ahora.

DON SIMPLICIOCierto: como tú eres un doctor de la Iglesia, un estupendo teólogo, el Catón del mundo, 525 y somos locos y necios los demás, escucharé con humildad tus consejos,

y haré lo que tú me digas.

DON PABLONo, hermano, yo no pretendo 530 ser doctor, ni saber más que los otros, pero pienso que sé distinguir el grano de la paja, el oro terso de la alquimia vil, y cuanto 535 a los justos reverencio, execro la hipocresía; y como no hay en el suelo cosa más noble que el santo celo y el fervor sincero, 540 tampoco la hay más odiosa, ni más digna de desprecio que la infame hipocresía, que ese farisaico celo de los torpes histrïones 545 de virtud, el sacrilegio de su falsa devoción, que cubriendo con el velo de la Religión sagrada la sentina de su pecho, 550 abusan del nombre santo de Dios y compran a precio de su mentida piedad honras, cargos, y el respeto del pueblo y de los magnates; 555 que aspirar fingen al Cielo para granjear riquezas, y que, anacoretas nuevos, en los empleos más altos predican el menosprecio 560 de las pompas mundanales, y en palacio hablan del yermo; la hiel en el corazón, la miel en el labio; arteros, implacables enemigos 565 de los hombres de talento, que motejan como impíos, y siempre el puñal blandiendo de sus viperinas lenguas asesinan los perversos 570 con capa de religión. Pero la vista apartemos de estos devotos del siglo, que son sepulcros infectos los que merecen el nombre 575 de justos, los que de ejemplo

ilustre pueden servirnos, los que veneran los buenos no ostentan esa bambolla de religión y de celo; 580 a nadie acusan de impío; ruegan a Dios que al sendero recto traiga al pecador; no corrigen con acerbos dicterios a sus hermanos, 585 reprehenden nuestros yerros con su virtud acendrada, y no creen de ligero las apariencias del vicio en el prójimo; que el bueno 590 no piensa mal de los otros fácilmente; los ajenos pecados los compadecen; tienen aborrecimiento a la culpa y no al culpado, 595 sabiendo que agrada al Cielo la humildad y la indulgencia y que el justo no es soberbio, este es el original del cristiano verdadero, 600 y tu don Fidel en nada se parece a tal modelo; tú de buena fe le alabas, pero en un falso concepto le tienes, su hipocresía 605 con la virtud confundiendo.

DON SIMPLICIO¿Has acabado ya, Pablo?

DON PABLOSí, ya acabé.

DON SIMPLICIOLo celebro. Pues adiós.

DON PABLOAguarda un rato, que hablar de otra cosa quiero; 610 bien sabes que don Carlitos anhela por ser tu yerno, y que tú le has prometido casarle con tu hija.

DON SIMPLICIOEs cierto.

DON PABLOQue está señalado el día. 615

DON SIMPLICIOTodo es verdad.

DON PABLO¿Y a qué efecto lo dilatas?

DON SIMPLICIONo lo sé.

DON PABLO¿Has mudado pensamiento?

DON SIMPLICIOPuede ser.

DON PABLO¿A tu palabra faltar quieres?

DON SIMPLICIONo digo eso. 620

DON PABLOYo no veo otro motivo que ser pueda impedimento.

DON SIMPLICIOSegún.

DON PABLOExplícate, y deja aparte tantos rodeos. Carlos me dijo que hablara 625 contigo.

DON SIMPLICIOGracias al Cielo.

DON PABLO¿Pero qué he de responderle?

DON SIMPLICIOLo que más te venga a cuento.

DON PABLO¿Cómo he de decirle nada, si no sé a qué estás resuelto? 630

DON SIMPLICIOA hacer aquello que fuere la voluntad de Dios.

DON PABLOBueno; ¿pero cumples tu palabra? O sí o no, sin más rodeos.

DON SIMPLICIODios te guíe.

DON PABLOBuenos vamos; 635 que suceda un desmán temo a su amor; quiero avisarle, y procurar el remedio.

Acto II

Escena I

DON SIMPLICIO y DOÑA PEPITA. DON SIMPLICIOPepita.

DOÑA PEPITAPadre.

DON SIMPLICIOMás cerca, que quiero a solas hablarte.

DOÑA PEPITA (A DON SIMPLICIO que registra un gabinete.) ¿Qué mira usted?

DON SIMPLICIOEs por ver si está escuchándonos alguien; para servir de escondite 5 ese retrete es paraje a propósito. Bien va, que no está fisgando nadie. Pepita, yo sé que tienes una índole muy suave, 10 y te he querido bien siempre por tu condición amable.

DOÑA PEPITAAgradezco muy de veras tan tierno cariño, padre.

DON SIMPLICIOBien dicho; pero si quieres 15 conservarle y aumentarle, me has de procurar dar gusto.

DOÑA PEPITAAsí lo hago en todo lance.

DON SIMPLICIOHablas bien: ¿y qué me dices de don Fidel? 20

DOÑA PEPITA¿Quién? ¿Yo, padre?

DON SIMPLICIOTú: mira cómo respondes.

DOÑA PEPITA¡Ay señor! Lo que gustare usted diré.

Escena II

DON SIMPLICIO, DOÑA PEPITA, JUANA, que entra en puntillas, y se pone detrás de DON SIMPLICIO, sin que éste la vea. DON SIMPLICIOAsí va bueno. Di que te parece amable, 25 que sus prendas te cautivan, que tiene cumplidas partes para marido, y que quieres que yo te mande al instante que le des mano de esposo, 30 sin que un punto lo dilates. ¡He!

DOÑA PEPITA¡He!

DON SIMPLICIO¿Qué es?

DOÑA PEPITA¿Cómo?

DON SIMPLICIO¿Qué dices? Habla.

DOÑA PEPITATemo equivocarme.

DON SIMPLICIO¿Y por qué?

DOÑA PEPITA¿Quién quiere usted que le diga que es amable 35 a mis ojos, que cautiva mi pecho, y que usted me mande que le dé mano de esposo?

DON SIMPLICIODon Fidel.

DOÑA PEPITA¡Qué disparate! ¿Si eso no es cierto, a qué viene 40 decir mentira tan grande?

DON SIMPLICIOYo quiero que sea cierto,

y breve, y sin replicarme, que lo tengo así dispuesto, y mi orden debe bastarte. 45

DOÑA PEPITA¿Quiere usted, padre?...

DON SIMPLICIOSí; quiero sin tardanza emparentarme con don Fidel, siendo tú su esposa. (Viendo a JUANA.) Di, ¿qué es lo que haces plantada ahí? Pues me gusta, 50 y cierto que es admirable la curiosidad, oyendo lo que decimos; el lance está bueno.

JUANAYo no sé si es un rumor en el aire, 55 o si tiene fundamento, pero me hablaron denantes de estas bodas, y yo dije que era mentira al instante.

DON SIMPLICIO¡Hola! ¿Conque no lo crees? 60

JUANANi aunque me lo digan frailes descalzos, ni se lo creo. a usted propio. ¡Disparate!

DON SIMPLICIOPues yo te haré que lo creas.

JUANAUsted quiere chancearse. 65

DON SIMPLICIOPronto veremos si es cierto.

JUANACuento.

DON SIMPLICIOPues no es por burlarme

lo que digo; no, hija mía.

JUANANo haga usted caso de padre, señorita.

DON SIMPLICIO¿Cómo qué? 70

JUANASi se cansa usted en balde; que no queremos creerle.

DON SIMPLICIOSi me enfado, voto a sanes...

JUANANorabuena; le creemos, para que usted no se enfade; 75 ¿pero no es una vergüenza que un hombre maduro, grave, con la coleta tan larga, tenga tan pocos alcances que tome empeño en casar 80 con un drope despreciable a su hija? Y que...

DON SIMPLICIOEscucha, Juana: tú te tomas facultades que no me gustan; ¿me entiendes?

JUANASeñor, por Dios no se enfade 85 usted, y dígame en plata: ¿piensa que debe casarse la niña con un beato? ¿No ve usted cuánto más vale que piense en la gloria? ¿Y no es 90 cargo de conciencia darle una muchacha tan rica a un mendigo miserable como don Fidel?

DON SIMPLICIOSi es pobre, su indigencia respetarse 95 debe más que la opulencia de ciento que papel hacen en el siglo; no cuidando

de los bienes temporales, le privaron de la herencia 100 que le dejaron sus padres, los malvados; pero yo le daré la mano, y antes de mucho recobrará el lustre de su linaje, 105 y sus pingües mayorazgos, que es rico y de hidalga sangre don Fidel.

JUANAAsí lo dice él; pero el hacer alarde de hidalguía mal se aviene 110 con la humildad, ni ensalzarse debe nunca un buen cristiano por ser de noble linaje. Hijos de Dios somos todos; la soberbia perdió al ángel, 115 y... Pero usted se incomoda; dejemos su cuna aparte, y hablemos de su persona. ¿No fuera escándalo, y grande, que a muchacha tan bonita 120 llevara hombre semejante? ¿Qué no dirían las gentes? ¿No serían de este lance las que entender no se excusan consecuencias muy probables? 125 Mucho arriesga la virtud de una niña en dar al traste, cuando sus inclinaciones así las fuerzan sus padres; la honradez de la mujer 130 pende, señor, en gran parte de las prendas o defectos del marido que le cabe. Maridos conozco yo que el buz la gente les hace, 135 y ellos se tienen la culpa de que se anden sus mitades como Dios quiere; que al fin las mujeres son de carne, y hay hombres de tal calaña, 140 tan raros y originales, que serles fieles sería tener la virtud de un ángel. Quien da su hija a tal esposo es ante Dios responsable 145

de los yerros que cometa, hasta el día que enviudare.

DON SIMPLICIO¿No sé yo mi obligación, que vienes ahora a darme lecciones?

JUANAY más valiera 150 que usted las tomara.

DON SIMPLICIOBaste: no malgastemos el tiempo en oír sus necedades. Yo sé lo que te conviene, y lo miro como padre. 155 Es muy cierto que a don Carlos di palabra de casarte con él, mas luego he sabido que es jugador, y si vale decir verdad, mal cristiano. 160 Nunca he podido encontrarle en sermones, en novenas, en jubileos, ni en salves.

JUANAEso faltara, que fuera a la propia hora a toparse 165 con usted, como hacen otros.

DON SIMPLICIOLo que te digo es que calles; nadie te pregunta nada. Por fin el otro es un ángel, un amigo verdadero 170 de Dios, y de celestiales gustos será su himeneo un manantial abundante. Viviréis como angelitos, como tórtolas amantes, 175 entre cariños y arrullos, sin contiendas ni debates, y harás de él lo que quisieres.

JUANA¿De él? Lo que hará es un cofrade de san Marcos.

DON SIMPLICIO¡Hay tal pico! 180

JUANASi es su estrella irremediable, si no puede ser por menos, señor, ni hay virtud que baste a no meterle en el gremio.

DON SIMPLICIOYa te he dicho que te calles, 185 y no metas tu cuchara donde no te llama nadie.

JUANAYo hablo por su bien de usted.

DON SIMPLICIOMi bien no te importa; no hables más palabra.

JUANASi no fuera 190 por la ley que tengo...

DON SIMPLICIODale; no quiero que me la tengas.

JUANANo, señor, que aunque usted rabie le quiero tener ley.

DON SIMPLICIO¡Oigan!

JUANAY no he consentir que ande 195 en lenguas su honor de usted por tamaño disparate.

DON SIMPLICIO¿Conque, ello, no has de callar?

JUANANo señor, porque se me hace a fe cargo de conciencia 200 sufrir boda semejante.

DON SIMPLICIOCalla, diablo, que el Infierno envió para tentarme.

JUANA¿Usted es santo y se enfada?

DON SIMPLICIOY mucho, no has de chistarme, 205 o yo te haré que obedezcas lo que te mando.

JUANAAunque calle no dejaré de pensar que es solemne disparate este matrimonio.

DON SIMPLICIOPiensa 210 lo que quieras, y no me hables... Con madurez lo he mirado, (A su hija.) y te conviene este enlace.

JUANA (Aparte.) Rabiando estoy por hablar.

DON SIMPLICIONo es de las más agradables 215 su figura, mas tampoco es de las más repugnantes...

JUANA (Aparte.) Sí; cara tiene de mico.

DON SIMPLICIOY cuando no te gustare su facha...

JUANA (Aparte.) La lotería 220 con estas bodas le cae. (DON SIMPLICIO se vuelve hacia JUANA, y la está escuchando con los brazos cruzados, y mirándola de hito en hito.)

Si estuviera en el pellejo de la niña, de este enlace, a fe de quien soy, no había el muy drope de alabarse. 225 No bien fuera su mujer, cuando supiera vengarme.

DON SIMPLICIO (A JUANA.) ¿Conque, ello, no se hace caso de lo que yo digo? ¡Es lance!

JUANA¿Quién hablaba con usted? 230

DON SIMPLICIO¿Pues con quién hablabas antes?

JUANAConmigo propia.

DON SIMPLICIOEstá bien. (Aparte.) Un bofetón he de darle para castigar su mucha desvergüenza... Que te cases 235 (Se dispone a dar una bofetada a JUANA, y a cada palabra que dice a su hija se vuelve a mirar si aquélla habla. JUANA se está quieta, y sin despegar los labios.) con don Fidel he resuelto, y que se haga lo más antes esta boda. ¿En qué consiste, (A JUANA.) Juana, que contigo no hables?

JUANANo tengo más que decirme. 240

DON SIMPLICIOUna palabrita.

JUANADale: no me da gana.

DON SIMPLICIOAtisbando

te estaba.

JUANASí; a buena parte.

DON SIMPLICIOEn fin, hija, sé obediente, cásate con él, y dame 245 gusto.

JUANA (Huyendo a todo correr.) Yo no me casara, aunque viva me majasen.

DON SIMPLICIO (Después de haber querido dar un bofetón a JUANA, y darle en vago.) Tienes contigo un demonio del Infierno; que me maten si puedo un punto con ella 250 vivir sin desesperarme, y sin ofender a Dios. Me voy a tomar el aire, porque estoy tan irritado que me temo que ha de darme 255 un tabardillo pintado.

Escena III

DOÑA PEPITA y JUANA. JUANA¿Está usted muda? ¿O qué diantre le sucede, que me deja que yo responda a su padre, como si debiera yo 260 con don Fidel desposarme? Estoy tonta: ¡a tal locura ni siquiera replicarle!

DOÑA PEPITA¿Qué querías tú que hiciera en tan apretado trance? 265

JUANATodo lo que es necesario para precaver tan grande disparate.

DOÑA PEPITA¿Qué?

JUANADecirle que nunca las voluntades se llevan unas por otras, 270 que quien se casa no es padre, sino usted, y que por tanto un novio que no le agrade a usted, no ha de ser su esposo, que pues tanto elogio le hace 275 de su don Fidel, bien puede, si quiere, con él casarse mi amo, sin que impedimento le ponga usted por su parte; que quiere usted novio a gusto. 280

DOÑA PEPITASi tiene en las voluntades tal dominio un padre siempre, que no acerté a replicarle.

JUANAPoco a poco: don Carlitos quiere bien; y usted lo sabe. 285 Claro: ¿usted le quiere o no?

DOÑA PEPITA¡Qué extraña pregunta me haces! ¿No te lo he dicho cien veces? ¿No te he descubierto ya antes mi pecho otras ciento? ¿No 290 conoces mi amor constante?

JUANA¿Y qué sé yo si la lengua mintió, o si usted a olvidarse ha llegado de él?

DOÑA PEPITA¡Yo, Juana! ¿Cómo tanto agravio me haces? 295 ¿No te he dicho que le adoro?

¿No lo has visto? ¿No lo sabes?

JUANA¿Conque usted le quiere?

DOÑA PEPITAMás que cuanto puedo explicarte.

JUANA¿Y él le quiere a usted también? 300

DOÑA PEPITAEso no puede dudarse.

JUANA¿Y ustedes ambos anhelan porque cuanto antes los casen?

DOÑA PEPITACierto.

JUANA¿Y qué resuelve usted hacer con ese danzante 305 de don Fidel? Con entrambos no es posible desposarse.

DOÑA PEPITAAntes quitarme la vida.

JUANAEl remedio es admirable; así se sale de todo, 310 y por camino suave; no hubiera yo dado en ello... Vaya, me llevan mil diantres cuando oigo tales respuestas.

DOÑA PEPITA¡Qué condición de vinagre 315 tienes! ¡Me ves apurada, y en tan apretado trance ni te dueles de mi suerte!

JUANA¡Dolerme de quien no sabe chistar, cuando llega el caso, 320 y habla después de matarse, y dice mil tonterías!

DOÑA PEPITASi tengo miedo a mi padre.

JUANAEl amor quiere entereza.

DOÑA PEPITA¿Pues qué, no soy yo constante? 325 ¿No toca a Carlos hacer que padre con él me case?

JUANA¿Y si su padre de usted es un terco sin alcances, que se mete en la cabeza 330 que usted ha de desposarse con don Fidel, y no cumple lo que prometió a su amante, qué culpa tiene don Carlos?

DOÑA PEPITA¿Cómo quieres que declare 335 que don Fidel me repugna, sin respetar a mi padre, y olvide el pudor del sexo, para que las gentes hablen, y de niña antojadiza 340 y desenvuelta me traten?

JUANANo quiero tal; no por cierto; si usted pretende casarse con don Fidel, ¿quién lo estorba? Fuera mucho disparate. 345 Es un sujeto de prendas don Fidel, y muy amable. ¡Todo un don Fidel! No es nada. ¡Un personaje tan grave! Reciba usted, señorita, 350 mi parabién del enlace. ¡Cuánto lo celebraremos todos! Y hemos de llevarle en palmas; si es mucho cuento. Buen mozo, de ilustre sangre, 355 la cutis muy reluciente, orejas como un tomate. ¡Qué dicha la de vivir con marido tan amable!

DOÑA PEPITA¡Dios mío!

JUANA¡Con qué alegría 360 oirá usted que la llamen la Fidela! ¿No es verdad?

DOÑA PEPITAPor Dios, Juana, no me mates con tus razones, y dime de qué modo he de zafarme 365 de este odioso casamiento, que haré cuanto tú me mandes.

JUANANo, señorita, que es justo que las hijas a sus padres obedezcan, aunque quieran 370 que con un jimio se casen. ¿Y de qué se queja usted? En breve irá usted muy grave con su esposo a Ciempozuelos, que es su pueblo, y el alcalde 375 vendrá a recibir a ustedes; en pos de él los principales personajes del lugar: el escribano, el sochantre; el dómine y el barbero 380 darán a ustedes un baile, donde estarán las señoras con vuelos angelicales. Habrá hipocrás, limonada, y barquillos, sin que falte 385 tamboril, gaita gallega, y barberillo que cante las seguidillas boleras. ¡Con qué salero y donaire!

DOÑA PEPITATú quieres que yo me muera; 390 por Dios te pido me saques de este ahogo.

JUANAY en poca agua.

DOÑA PEPITA Juana, por Dios.

JUANA¡Qué me place! Con eso aprenderá usted a dejar de ser cobarde. 395

DOÑA PEPITA¡Juana de mi corazón!

JUANAQue no.

DOÑA PEPITASi mis ruegos valen algo contigo...

JUANAEstá echado el fallo, y ha de casarse usted con don Fidel.

DOÑA PEPITAJuana, 400 mira cómo lloro; dame consejo.

JUANA¿Pues la Fidela no es nombre muy apreciable?

DOÑA PEPITAEn fin, pues mi triste suerte no ha conseguido ablandarte, 405 yo sé un remedio infalible para salir de mis males, y mi desesperación muy breve sabrá tomarle. (DOÑA PEPITA se quiere ir y JUANA la detiene.)

JUANAVenga aquí usted, señorita. 410 Fuerza será me apiade, y que me duela su pena.

DOÑA PEPITAMira, Juana, si adelante pasa mi padre en su empeño, el pesar ha de acabarme. 415

JUANACon maña se encuentra al cabo

remedio a todos los males; ya le buscaremos... Pero ahí tiene usted a su amante.

Escena IV

DON CARLOS, DOÑA PEPITA y JUANA. DON CARLOSSeñorita, una noticia 420 me dan ahora en la calle, que es ciertamente plausible.

DOÑA PEPITA¿Y cuál?

DON CARLOSQue va a desposarse don Fidel con usted.

DOÑA PEPITAEso lo ha dispuesto así mi padre. 425

DON CARLOS¡Su padre de usted!

DOÑA PEPITANo quiere ya que con usted me case, y me propone esta boda.

DON CARLOS¿De veras?

DOÑA PEPITAY tanto que hace para que yo venga en ello 430 esfuerzos muy eficaces.

DON CARLOS¿Y qué piensa usted hacer?

DOÑA PEPITA¿Qué sé yo?

DON CARLOSPues muy buen lance hemos echado a fe mía. ¿Conque usted aun no lo sabe? 435

DOÑA PEPITANo.

DON CARLOS¿No?

DOÑA PEPITADeme usted consejo.

DON CARLOSMi consejo es que se case usted con ese hombre al punto.

DOÑA PEPITA¿Quiere usted?

DON CARLOS¿Qué duda cabe?

DOÑA PEPITA¿De veras?

DON CARLOS¿Quién lo pregunta? 440 ¿Pues dónde pudiera hallarse esposo con tantas prendas?

DOÑA PEPITASi usted aprueba este enlace, yo también.

DON CARLOSYa me parece que le aprobaba usted antes. 445

DOÑA PEPITACelebro infinito, Carlos, que sea usted de ese dictamen.

DON CARLOSSí, señora, porque veo que le es a usted agradable.

DOÑA PEPITAPues yo por dar a usted gusto 450 pienso seguirle al instante.

JUANA (Retirándose al fondo del teatro.) Veamos en lo que para.

DON CARLOS¡Que así una falsa me engañe! ¡Que así me fingiera amor!

DOÑA PEPITAHablar más de eso es en balde; 455 usted me ha dicho que debo con don Fidel desposarme, y yo sigo sus consejos, y le declaro que a darle la mano al otro estoy pronta. 460

DON CARLOSSeñorita, no se canse usted en dar por disculpa que yo lo aconsejo; acabe de confesar que estas bodas le petan.

DOÑA PEPITASi así le place 465 a usted, lo confesaré.

DON CARLOSY que su pecho inconstante jamás me quiso de veras.

DOÑA PEPITAAquello que más le agrade puede usted pensar.

DON CARLOSSí; sí; 470 mas de un agravio tan grande yo me vengaré, y acaso por no sufrir tal desaire, a otra le daré mi mano; que sé que no ha de faltarme 475 quien me quiera dar consuelo.

DOÑA PEPITA¿En eso qué duda cabe?

El mérito que le adorna a usted es tan relevante...

DON CARLOSBien sé que valgo muy poco; 480 mas dejemos eso aparte. Bien claro lo prueba usted, pero sin hacer alarde de mis prendas, puede ser que halle mujer más constante 485 que a mi obsequio corresponda.

DOÑA PEPITAY de mí, como mudable, se olvidará usted muy breve.

DON CARLOSO procuraré olvidarme a lo menos; quien desecha 490 amor tan fino y constante merece que su desdén con mayor desdén se pague. Si no es posible borrar en el corazón su imagen, 495 fuera a lo menos vileza seguir mostrándose amante de quien así corresponde.

DOÑA PEPITAMe parece muy loable resolución tan heroica. 500

DON CARLOSY todos han de alabarme. ¿O quisiera usted acaso que con ánimo cobarde la viera pasar a brazos ajenos, y yo constante, 505 adorando sus desprecios, no pensara en consolarme con dama menos ingrata?

DOÑA PEPITA¿Yo he dicho tal disparate? Lo único que a mí me pesa 510 es que no esté hecho.

DON CARLOSAl instante lo haré si usted me lo manda.

DOÑA PEPITAVaya usted; por mí ya es tarde.

DON CARLOSVoyme, ingrata, que ya es mucha paciencia a tanto desaire. 515 (Da un paso hacia la puerta.)

DOÑA PEPITABien está.

DON CARLOS (Volviéndose atrás.) Acuérdese usted de los agravios y ultrajes con que me forzó a dejarla.

DOÑA PEPITAYa.

DON CARLOS (Volviéndose otra vez atrás.) Ejemplo de ser mudable me dio usted.

DOÑA PEPITASí; yo le he dado. 520

DON CARLOS (A la puerta.) Será usted servida; baste.

DOÑA PEPITAEso quiero yo.

DON CARLOS (Volviéndose atrás otra vez.) En mi vida no he de volver a acordarme de usted, ni a verla.

DOÑA PEPITABien hecho.

DON CARLOS (Volviendo la cara cuando va a salir.) ¿He?

DOÑA PEPITA¿Qué?

DON CARLOSPuede que me engañe. 525 ¿Llamaba usted?

DOÑA PEPITA¡Yo! Usted sueña.

DON CARLOSSalgo al fin de estos umbrales para siempre; adiós. (Se va muy despacio.)

DOÑA PEPITAAbur.

JUANA (A DOÑA PEPITA.) Parece escena de orates. ¿Pierden ustedes el seso? 530 Nunca vi dos locos tales. Yo los dejaba por ver en que pararía el lance. Oiga usted, caballerito. (Coge a DON CARLOS por un brazo.)

DON CARLOS (Haciendo que se resiste.) Haz el favor de soltarme. 535

JUANAVenga usted aquí.

DON CARLOSNo, no; bien has visto sus desaires. Estoy resuelto a dejarla.

JUANAPoco a poco.

DON CARLOSNo te canses, que no he de verla jamás. 540

JUANA¡Por vida!...

DOÑA PEPITANo quiere hablarme: yo me iré.

JUANA (Dejando a DON CARLOS, y corriendo tras de DOÑA PEPITA.) ¿Dónde va usted? Esta es otra.

DOÑA PEPITASuelta.

JUANADale.

DOÑA PEPITANo pienses en detenerme.

DON CARLOS (Aparte.) Ya veo yo que es en balde 545 estarme aquí, que mi vista la incomoda, y evitarle quiero con irme su pena.

JUANA (Dejando a DOÑA PEPITA, y corriendo tras de DON CARLOS.) Ya escampa: es cosa del diantre. ¡Otra vez! ¿Quieren ustedes 550 venir aquí? ¡Voto a sanes! (Coge a DON CARLOS y a DOÑA PEPITA, y los trae por la mano.)

DON CARLOS (A JUANA.) ¿Qué intentas?

DOÑA PEPITA (A JUANA.) ¿Qué es lo que quieres?

JUANALo primero hacer las paces, y después encontrar medio para salir de este trance. 555 (A DON CARLOS.) ¿Está usted en su juïcio?

DON CARLOS¿Pues no has visto sus desaires?

JUANA (A DOÑA PEPITA.) ¿Si usted no ha perdido el seso, a qué ha venido enfadarse?

DOÑA PEPITA¿No has visto con qué insolencia 560 me ha tratado?

JUANANecedades de entrambos... (A DON CARLOS.) Ella no quiere, ni nunca querrá otro amante. Yo lo juro en mi conciencia... (A DOÑA PEPITA.) Don Carlos no obsequia a nadie 565 sino a su Pepita; a nada tanto anhela, como a darle la mano; yo así lo fío.

DOÑA PEPITA (A JUANA.) ¿A qué viene aconsejarme que me despose con otro? 570

DON CARLOS (A JUANA.) ¿Y en un caso semejante, por qué ella me lo pregunta?

JUANALocura por ambas partes. Vaya; dense ambos las manos. (A DON CARLOS.) Traiga usted, sin replicarme. 575

DON CARLOS (Alargando la mano a JUANA.) ¿Para qué quieres mi mano?

JUANA (A DOÑA PEPITA.) La de usted.

DOÑA PEPITA (Alargando también la suya.)

Si eso no vale nada.

JUANAVamos, aquí entrambos: si todavía no saben ustedes cuánto se quieren. 580

(DOÑA PEPITA y DON CARLOS están un poco de tiempo agarrados de las manos sin mirarse uno a otro.) DON CARLOS (Volviéndose a DOÑA PEPITA.) ¿Qué, no quiere usted mirarme? ¿Aun no se acabó el enfado?

(DOÑA PEPITA se vuelve a mirar a DON CARLOS, sonriéndose.) JUANA¡Qué locos son los amantes!

DON CARLOS (A DOÑA PEPITA.) ¿Pero no tengo motivos, diga usted, para quejarme 585 amargamente? ¡Que sea usted tan mala! ¡Un desaire tan cruel!

DOÑA PEPITAEso es; yo soy la culpada en este lance. ¡Ingrato!

JUANAPara otro tiempo 590 dejemos esos debates, y tratemos de evitar este aborrecido enlace.

DOÑA PEPITADinos lo que hemos de hacer.

JUANANo hay para qué atosigarse; 595 remedio habrá para todo.

(A DOÑA PEPITA.) Mi amo no sabe lo que hace. (A DON CARLOS.) No puede ser lo que intenta. (A DOÑA PEPITA.) Usted haga por llevarle la corriente, aparentando 600 que está pronta a desposarse con su don Fidel, porque de ese modo no se escame, y acelere el matrimonio; que como éste se dilate, 605 ya encontraremos salida. Ya dice usted a su padre, que se le anda la cabeza, que la jaqueca le parte las sienes; luego otro día 610 hace porque se derrame la sal en la mesa, y grita: ¡Qué agüero tan deplorable! Ora sueña que en un pozo de colodrillo se cae. 615 Por fin, lo mejor del cuento es que para desposarse ha de decir usted sí, y como puede en el lance decir no, sin más trabajo, 620 no hay a fe por qué asustarse. Lo que importa es que no vean juntos a los dos amantes por ahora... (A DON CARLOS.) Salga usted, señor galán, al instante, 625 y vea a todos sus amigos, que de sus promesas hablen a mi amo, y que le convenzan con razones eficaces. (A DOÑA PEPITA.) Usted, señorita, al punto, 630 procure al tío empeñarle, y también a su madrastra, que la quiere como madre.

DON CARLOS (A DOÑA PEPITA.) Más del amor de usted fío, mi Pepita, que de nadie. 635

DOÑA PEPITA (A DON CARLOS.) Yo no sé cuál ha de ser la voluntad de mi padre; mas a escoger otro dueño sé que no podrá forzarme.

DON CARLOS¡Qué dulce es esa promesa 640 a mi corazón amante!

JUANANo se hartarán de charlar, aunque estén eternidades. Fuera, digo.

DON CARLOS (Volviéndose atrás.) En fin.

JUANA¿Habrá palique toda la tarde? 645 (JUANA los empuja por las espaldas, a cada uno por distinta parte, y los fuerza a que se separen.) Vaya usted por esa puerta, y usted por estotra parte.

Acto III

Escena I

DON ALEJANDRO y JUANA. DON ALEJANDROPártame un rayo del cielo; pase yo plaza de indigno, de soez y de cobarde, si no hiciere un desatino

con ese infame echacantos. 5

JUANAConténgase usted por Cristo; hasta aquí cuanto tememos aún no ha pasado del dicho, y para llegar al hecho mucho falta.

DON ALEJANDRO¡Vil mendigo! 10 No tengas recelo, Juana. Yo le cortaré los bríos.

JUANAGaste usted, por Dios, cachaza, que nunca por ser tan vivo le queda títere a vida; 15 ya sabe usted el ahínco con que su madrastra anhela a casar a don Carlitos con Pepita, y que los ama, mas que si fueran sus hijos, 20 a ustedes; que aunque muchacha y hermosa tiene juïcio. Don Fidel se muestra siempre con mi señora muy fino, y hace cuanto ella le manda; 25 yo, sospecho, señorito, que está enamorado de ella, que fuera lance muy digno de contar; ello es que intenta rogarle que del designio 30 de dar la mano a Pepita se desista, y que me ha dicho que le cite en esta sala; yo me temo que el maldito salga con una pamema. 35 Todavía no he podido verle, que dice el criado que con pecho muy contrito está en oración mental, y interrumpir ejercicio 40 tan santo, fuera una acción propia de Lucifer mismo. Yo he dicho que le esperaba aquí; conque, señorito, marcharse y dejarme sola. 45

DON ALEJANDRONo me muevo de este sitio; que he de oír lo que responde.

JUANAVamos; no sea usted niño, que conviene que estén solos.

DON ALEJANDRONo chistaré.

JUANASi es delirio, 50 y no puede contenerse usted; sálgase, le digo.

DON ALEJANDROYa verás que no me enfado.

JUANA¡Jesús; que ya viene! Vivo. Escóndase usted ahí. 55

(DON ALEJANDRO se va a esconder a un gabinete que hay en el fondo del teatro.)

Escena II

DON FIDEL y JUANA. DON FIDEL (Hablando en voz alta a su criado, que está dentro, así que ve a JUANA.) Lorenzo, guarda el cilicio con las disciplinas, si alguien me busca; voy ahora mismo a visitar a los presos, y dar a estos pobrecitos 60 lo que a mí me han entregado devotos caritativos.

JUANA (Aparte.)

Baladrón de santidad.

DON FIDELSegún Lorenzo me dijo me llamaba usted: ¿qué quiere? 65

JUANASólo decirle...

DON FIDEL (Sacando un pañuelo del bolsillo, y tirándosele.) ¡Dios mío! Coja usted ese pañuelo antes de hablar más.

JUANANo atino para qué.

DON FIDELCubra ese pecho. ¡Jesús! Yo me escandalizo 70 de verla tan inmodesta. Ese traje ya le he dicho que es ocasión de pecado.

JUANAPues, por Jesucristo vivo, ¡qué poco trabajo cuesta 75 al espíritu maligno para hacer a usted pecar! No es mala ocurrencia; y digo, aunque esté usted como estaba Adán en el Paraíso, 80 quiero, si me tienta el diablo, caerme muerta aquí mismo.

DON FIDELHable usted con más modestia, o me iré.

JUANANo, que yo digo mi recado en dos palabras: 85 mi ama quiere en este sitio hablar con usted un rato.

DON FIDEL¡Ay; con el alma!

JUANA (Aparte.) Está visto. Ciertos son los toros; vamos.

DON FIDEL¿Viene luego?

JUANAAhora mismo. 90 Mas ya está aquí; yo me voy.

Escena III

DOÑA ELVIRA y DON FIDEL. DON FIDELSeñora; el cielo propicio salud espiritual y corporal, como pido a Dios en mis oraciones, 95 aunque pecador indigno, a usted dé, y de bienes colme tan preciosa vida.

DOÑA ELVIRAEstimo los buenos deseos de usted, que me prueban su cariño. 100 Sentémonos y estaremos mejor.

DON FIDEL (Sentado.) ¿Quedan aún vestigios del mal de usted?

DOÑA ELVIRA (Sentada.) No señor. Como si no hubiera sido nada, estoy.

DON FIDEL Mis oraciones 105 sin duda nada han podido con Dios, pero en todas ellas le pedía con ahínco el alivio de usted.

DOÑA ELVIRADebo a usted afecto muy fino. 110

DON FIDELUna salud tan preciosa merece ser de continuo el blanco de mis cuidados; y yo por su pronto alivio hubiera dado la mía. 115

DOÑA ELVIRACierto, usted es un prodigio de la caridad cristiana.

DON FIDEL Si con los méritos mido mi celo, me quedo corto.

DOÑA ELVIRAYo he venido con designio 120 de hablar a usted de un asunto a solas.

DON FIDELMucho ha que aspiro a esa dicha yo también. ¡Oh cuánto al Cielo he pedido que me deparara el caso 125 de ver a usted sin testigos, y hasta aquí no lo he logrado!

DOÑA ELVIRALo que yo de usted exijo es que me hable sin rebozo.

(DON ALEJANDRO sin salir entreabre la puerta del retrete, en que está escondido, para oír lo que dicen.) DON FIDELY yo a nada tanto aspiro 130

como a descubrir a usted todo entero el pecho mío, y asegurarle no crea que, si enojado me ha visto gritar contra sus visitas, 135 me guía ningún motivo de odio, que antes es efecto del más sincero cariño, del fervor más acendrado.

DOÑA ELVIRATambién yo así lo imagino; 140 celo de mi salvación.

DON FIDEL (Cogiendo la mano a DOÑA ELVIRA y apretándole los dedos.) Sí señora, y tan activo...

DOÑA ELVIRASuelte usted, que me lastima.

DON FIDEL Fue por fervor excesivo; que no es mi ánimo hacer mal 145 a usted, y hubiera querido más antes... (Pone la mano en las rodillas de DOÑA ELVIRA.)

DOÑA ELVIRAFuera la mano.

DON FIDEL¡Qué tejido éste tan fino!

DOÑA ELVIRADéjeme usted, porque tengo muchas cosquillas. (DOÑA ELVIRA desvía la silla, y DON FIDEL acerca la suya.)

DON FIDEL (Andando con el pañuelo de DOÑA ELVIRA.) ¡Muy lindo 150 punto! ¡Si trabajan hoy de un modo tan exquisito!

DOÑA ELVIRA Verdad es; pero tratemos de nuestro asunto; Simplicio

quiere casar a Pepita 155 con usted, según me han dicho, y faltar a su palabra... ¿Es cierto?

DON FIDELSí; algo me dijo ayer don Simplicio, pero la ventura a que yo aspiro 160 no es esa; que en otra parte respiran los atractivos de la celestial belleza, de quien soy el siervo indigno.

DOÑA ELVIRABien sé que usted sólo anhela 165 a servir a Dios.

DON FIDELNo abrigo un corazón en mi pecho, señora, de mármol frío.

DOÑA ELVIRAYa; pero está de las cosas de este mundo desprendido. 170

DON FIDELNo, señora; los afectos más fervorosos y píos no apagan los terrenales; que agrada a Dios ser querido, y alabado en las hechuras 175 perfectas que su mano hizo, como las que se parecen a usted; pero su divino pincel luce en ese rostro, donde Dios ostentar quiso 180 todo su poder, formando el dechado más cumplido de celestial hermosura, y confieso que no he visto tanta perfección sin dar 185 gracias al Autor divino de la belleza, y sentir en mi pecho el fuego activo de amor; que en ese semblante, Elvira, un trasunto miro 190 de la angélica hermosura. Yo me recelé al principio

que era mi amor tentación del espíritu maligno, y de huir de la presencia 195 de usted propósito fijo en mi corazón formé; mas meditándolo, he visto que sin caer en pecado puedo amar ese divino 200 conjunto de perfecciones, que no puede haber delito donde el escándalo falta; en esto, señora, fío sea de mi corazón 205 a usted grato el sacrificio; bien sé que es mucha osadía que sujeto tan indigno presuma hacer tal ofrenda; pero, no obstante, confío 210 que, aunque mis merecimientos a la corona que aspiro no puedan ser acreedores, suplirá usted con benigno pecho lo mucho que falta 215 a su siervo, que el destino suyo en manos de usted deja. De su soberano arbitrio pende mi infierno o mi gloria, según severo o propicio 220 el fallo fuere que aguardo.

DOÑA ELVIRAConfieso que me ha cogido de nuevas ese discurso; él es cierto que es muy fino, pero me parece extraño, 225 y en verdad que no concibo que un devoto como usted en tal yerro haya incurrido. ¿Qué dirá el mundo, si entiende semejante desvarío? 230

DON FIDEL Aunque devoto, soy hombre, y como tal no resisto a esa celestial belleza. Ni pienso, ni raciocino, cuando extático contemplo 235 tanta beldad. No me admiro que condene usted mi amor; mas si cometo un delito,

obro, hermosísima Elvira, sin libertad ni albedrío, 240 porque todo le rendí así que vi tanto hechizo; y la dulzura inefable de esos ojos peregrinos dio con mi flaqueza en tierra; 245 llantos, ayunos, cilicios, todo fue en balde; mil veces mis miradas, mis suspiros, antes ya han dicho, señora, lo que con la boca digo 250 en esta ocasión; si usted quiere con pecho benigno dar a las tribulaciones de su indigno esclavo alivio, y abajar hasta mi nada 255 sus gracias desde el impíreo de su divina hermosura, juro que no habrá tenido más fervoroso devoto. La honra no corre peligro 260 conmigo, ni hay que temer que yo quebrante el sigilo, como hacen mil pisaverdes, que apenas han conseguido los favores de una dama 265 cuando vuelan a decirlo a todos cuantos encuentran, profanando los impíos torpemente aquellas aras donde ofrecen sacrificios. 270 Los devotos, como yo, con más cautela vivimos, y los secretos de amor jamás a nadie decimos, porque nuestra buena fama 275 en que no sean sabidos estriba; y así, señora, quien a nuestro afecto fino corresponde está segura de hallar gustos sin peligros, 280 y sin escándalo amor.

DOÑA ELVIRATodo eso está muy bien dicho; habla usted con elocuencia; pero si yo se lo digo a mi marido, ¿no teme 285 que se le entibie el cariño

de hermano que le profesa?

DON FIDEL Yo sé que el pecho benigno de usted sabrá perdonar discursos que, aunque atrevidos, 290 son hijos del ciego amor que en mi corazón abrigo. No soy ángel; y hombre flaco, cuando esa belleza miro conozco que soy de carne. 295

DOÑA ELVIRAOtras metieran ruïdo; yo no pienso así; mi esposo no sabrá lo que se ha dicho aquí, pero en pago de ello de usted una cosa exijo, 300 y es que se empeñe con fuerza para que una mi marido a Pepita con don Carlos, y no ejerza usted dominio en prenda que ya es ajena. 305

Escena IV

DOÑA ELVIRA, DON ALEJANDRO y DON FIDEL. DON ALEJANDRO (Saliendo del retrete donde estaba escondido.) No, señora, he de decirlo todo; desde ese retrete, adonde estaba escondido, he escuchado las infamias, las traiciones de ese inicuo. 310 El Cielo para vengarme que aquí me escondiera quiso, y para que sus maldades tuviesen justo castigo. En fin, mi padre sabrá 315 quién es ese vil indigno que se atreve a requebrar a su mujer.

DOÑA ELVIRANo, querido; basta con que tenga cuenta en adelante consigo, 320 y merezca su perdón; por mi amor te lo suplico; no digas nada a tu padre; de tan necios desvaríos hace burla una mujer, 325 y no lleva a su marido cuentecillos de esta especie.

DON ALEJANDROUsted tiene sus principios, y yo los míos; no quiero que se queden sin castigo 330 de este hipocritón infame los pensamientos lascivos. Harto tiempo ha que el perverso nos tiene a todos en vilo, y que obedece mi padre 335 sus antojos y caprichos, que se opone a que mi hermana se despose con mi amigo, y yo con la suya; en fin, el Cielo sin duda quiso 340 depararme esta ocasión de descubrir los designios de su corazón dañado, y pues el Cielo propicio me la ofrece, mal haría 345 en desperdiciarla.

DOÑA ELVIRADigo, Alejandro, que...

DON ALEJANDROEs en balde; de alegría no respiro. gustaré de la venganza el placer tan exquisito. 350 A decírselo a mi padre vuelo en este instante mismo; pero aquí viene; el bribón va a llevar su merecido.

Escena V

DON SIMPLICIO, DOÑA ELVIRA, DON ALEJANDRO y DON FIDEL. DON ALEJANDROMe alegro que llegue usted 355 tan a tiempo; su cariño, cierto, se le paga bien el señor; de fiel amigo cumple las obligaciones como quien es; aquí mismo 360 ha intentado deshonrar a usted; yo propio testigo he sido de los requiebros que a mi madrastra le ha dicho, declarándole su amor. 365 Ella había prometido callar, como es tan prudente; pero yo, que soy más vivo, quiero que usted sepa el pago de todos los beneficios 370 que está haciendo a su beato.

DOÑA ELVIRACierto es que no hubiera dicho este secreto a mi esposo; si tú me hubieras creído, Alejandro, nunca habría 375 llegado hasta sus oídos tan desagradable escena; mujer que tiene principios de honra calla y se defiende.

Escena VI

DON SIMPLICIO, DON ALEJANDRO y DON FIDEL. DON SIMPLICIO¿Un proceder tan inicuo 380 es creíble? ¡Cielo santo!

DON FIDELSí, hermano, soy un indigno pecador, todo abrumado de iniquidad y de vicios; soy el hombre más perverso, 385 más villano de este siglo; mi vida es una sentina de maldades y delitos, y al fin quiere darme el Cielo el merecido castigo, 390 y por más grave que sea esta acusación, es fijo que no iguala a los pecados que yo tengo cometidos. Crea usted lo que le dicen, 395 hermano; como un indigno arrójeme de su casa; sin quejarme me resigno a cuantos baldones quiera; que más tengo merecido. 400

DON SIMPLICIO (A su hijo.) Pícaro; ¡y con tus mentiras querías de este bendito manchar la reputación!

DON ALEJANDRO¿Qué, quiere usted desmentirnos porque con falsa humildad...? 405

DON SIMPLICIO Calla, Lucifer maldito.

DON FIDELDéjele usted que hable, hermano, y crea cuanto le ha dicho; ¿pues por qué a cuanto me imputa no quiere usted dar oídos? 410 ¿No soy yo acaso capaz de más atroces delitos? Mi exterior es el de un santo; ¿pero todo cuanto digo no puede ser fingimiento? 415 No le engañen, hermanito, las mentidas apariencias; todos viven persuadidos a que yo soy un dechado de virtudes, un bendito; 420

pluguiera a Dios fuese cierto; soy un pecador inicuo. (Hablando con DON ALEJANDRO.) Mejor me conoce usted; tráteme usted, hijo mío, de infame, aleve, villano, 425 de impostor y de asesino; bien merezco estos baldones, y en nada los contradigo; de rodillas los escucho, como castigo debido 430 a mis enormes pecados.

DON SIMPLICIO (A DON FIDEL.) Por Dios, basta, hermano mío. (A su hijo.) ¡Pícaro, y no te arrepientes!

DON ALEJANDRO¿Pues a usted le han seducido...?

DON SIMPLICIOCalla, lengua del demonio... 435 (A DON FIDEL.) Hermano, mi único amigo, levántese usted... (A su hijo.) ¡Infame!

DON ALEJANDRO¿Cómo?

DON SIMPLICIOQue calles te he dicho.

DON ALEJANDRONo puedo aguantar. ¿Qué; usted...?

DON SIMPLICIOSi me chistas, voto a Cristo, 440 te rompa brazos y piernas.

DON FIDELHermano, por Dios lo pido; no se altere usted; primero sufriré el mayor castigo que consentir que le toque. 445

DON SIMPLICIO (A su hijo.) ¡Ingrato!

DON FIDELSe lo suplico, si es menester, de rodillas. perdone, por Dios, a su hijo.

DON SIMPLICIO (Poniéndose también de rodillas y abrazando a DON FIDEL.) ¡Ay! cuánta bondad, hermano... (A su hijo.) ¿Lo ves, lo ves? Di, maldito. 450

DON ALEJANDRO¿Con qué...?

DON SIMPLICIOSilencio.

DON ALEJANDRO¿Qué...?

DON SIMPLICIOCalla; ¿piensas que no sé el motivo de tus enredos? Bien veo que todos a este bendito tienen aborrecimiento 455 en casa; criados, hijos y mujer, y andan fraguando mil embustes mal zurcidos, para que yo le despida; no lo lograréis, os digo; 460 cuanto más os empeñáis en echarle, más me obstino yo en que esté en casa; a fin que no os quede más arbitrio, y que rabie mi familia, 465 quiero que este día mismo Pepita le dé su mano.

DON ALEJANDRO¡Forzarla a que por marido le admita!

DON SIMPLICIO¡Pues no, bribón! Y esta noche, lo repito, 470

se ha de hacer el matrimonio. Ya veremos si os obligo a que me obedezcáis todos. Vamos, ven aquí, mal hijo; pide perdón al señor 475 de los embustes que has dicho.

DON ALEJANDRO¡A ese infame mogigato! ¿Está usté en su juïcio?

DON SIMPLICIO¡Aún le dices picardías! Un palo... (A DON FIDEL.) Por Jesucristo 480 déjeme usted que le mate... (A su hijo.) Vete de mi casa, digo, y no me entres más en ella.

DON ALEJANDROVoyme, pero yo le fío al ladrón...

DON SIMPLICIOSalte al instante, 485 bribonazo; yo te privo de mi vista y de mi herencia, y amén de eso te maldigo.

Escena VII

DON SIMPLICIO y DON FIDEL. DON SIMPLICIO¡A un santo agraviarle así!

DON FIDELPerdonadle vos, Dios mío, 490 como yo le he perdonado... (A DON SIMPLICIO.) No sabe usted lo afligido, que estoy de que me calumnien

con mi querido hermanito.

DON SIMPLICIO¡Ay Dios!

DON FIDELDe pensarlo sólo 495 siento en mí un dolor tan vivo, que se me salta del pecho el corazón. ¡Qué suplicio! La pesadumbre me quita el aliento y el sentido. 500 Me muero, hermano, me muero.

DON SIMPLICIO (Echa a correr llorando hacia la puerta por donde ha echado a su hijo.) Por el santo más bendito te juro, bribón, que siento haberte dejado vivo... (A DON FIDEL.) Consuélese usted, hermano, 505 y no se altere.

DON FIDELEstá visto; es necesario acabar de una vez con los continuos disturbios que en la familia causo, y por tanto le pido 510 a usted, hermano, permita que me vaya.

DON SIMPLICIO¡Qué delirio! ¡Irse usted!

DON FIDEL Si me aborrecen, y me achacan mil delitos.

DON SIMPLICIO¿Les doy yo crédito acaso? 515

DON FIDELMe supondrán mil designios perversos, y sabe Dios si a fuerza de repetirlos lograrán que usted los crea.

DON SIMPLICIONunca, nunca, hermano mío. 520

DON FIDELUna mujer tiene tanta influencia en su marido, que al fin hace cuanto quiere.

DON SIMPLICIONo, no.

DON FIDELCon irme les quito la ocasión de calumniarme. 525

DON SIMPLICIOMi hermano, mi dulce amigo; no puedo vivir ni un punto sin usted.

DON FIDELPues si es preciso yo me mortificaré; no obstante, hermano, suplico 530 si puede ser.

DON SIMPLICIO¡Ah!

DON FIDELNo se hable más del caso; lo que exijo es que me permita usted huir de su esposa; sí, amigo, la honra es cosa delicada; 535 ¡el mundo forma juïcios tan errados!...

DON SIMPLICIONo, señor, es solemne desatino; quiero que esté usted con ella siempre; el mayor gusto mío 540 es que rabie, que murmure la gente; porque no estimo ni un ardite el qué dirán, tratándose de un amigo como usted, y en prueba de ello 545 mi sucesión determino dejarle, haciéndole entera

donación ahora mismo de mis bienes; que tal yerno vale más que mujer, hijos 550 y parientes; ¿no la acepta usted, hermano querido?

DON FIDELDios mío, tu voluntad cúmplase en tu siervo indigno.

DON SIMPLICIOPues a otorgar la escritura 555 sin dilación, hermanito, y mas que luego la envidia aseste todos sus tiros.

Acto IV

Escena I

DON PABLO y DON FIDEL. DON PABLOTodo el mundo lo murmura, sí; bien puede usted creerme; todos dicen que su padre anduvo muy imprudente, y culpan a usted también; 5 y a fe que celebro haberle encontrado, por decirle a usted en razones breves mi sentir. Yo no averiguo si lo que dice la gente 10 es la verdad, y supongo, contra lo que todos creen, que mi sobrino mintió, y que usted está inocente. Usted que es tan buen cristiano 15 perdonar su agravio debe,

y no consentir que un padre al hijo de su casa eche; es general el escándalo, y le digo francamente 20 a usted, que reconciliarle con su padre le conviene, y que el asunto no pase adelante; Dios no quiere la muerte del pecador; 25 quien no perdona le ofende.

DON FIDEL¡Ay, Señor! Yo le perdono mi agravio, sin que me quede ningún rencor en el pecho; si puedo servirle, cuente 30 con cuanto yo tengo y valgo, en lo que favorecerle sin pecar sea posible; mas si él a esta casa vuelve, es necesario que yo 35 sin más dilación la deje. Después de su infame acción, ¿qué no dirían las gentes, y qué escándalo sería si junto con él viviese? 40 Pensarían, con razón, que de un hecho tan aleve soy culpado, y que temiendo que consiga convencerme don Alejandro, he tomado 45 la resolución prudente de olvidar todo, fingiendo que la caridad me mueve, porque él oculte mis yerros.

DON PABLOSon razones aparentes, 50 que no pueden persuadirme; deslindar los intereses de Dios a usted no le toca; si mi sobrino le ofende, de Dios le vendrá el castigo, 55 que no quiere que le venguen hombres flacos; que perdonen sus injurias, eso quiere. ¿Y qué importa lo que diga el mundo? Nuestros deberes 60 Dios sólo es quien los prescribe. ¿No mandan sus santas leyes

el perdón de los agravios? ¿Pues luego, qué a cuento viene cuando cumplimos con Dios 65 lo que pensaren las gentes?

DON FIDELYa he dicho que le perdono, sin que ningún rencor quede en mi pecho; así de Dios el precepto se obedece; 70 ¿pero después de la afrenta que hoy mismo acaba de hacerme, manda Dios que viva yo con ese niño?

DON PABLO¿Y que acepte usted quiere Dios, acaso, 75 lo que no le pertenece? Porque mi hermano es un tonto, y le da lo que no tiene facultades para dar, ¿usted admitirlo debe? 80

DON FIDELAquellos que me conozcan sabrán que todos los bienes del mundo no me hacen mella, y que su brillo aparente no deslumbra mis sentidos; 85 si mi ánimo se resuelve a admitir la donación que mi hermano quiso hacerme, es por evitar pecados infalibles, si cayese 90 su herencia en manos perversas. ¡Cuántos, Dios mío, te ofenden con el caudal que les das! Yo me serviré de él siempre para provecho del prójimo 95 y honra del Omnipotente.

DON PABLOPierda usted esos recelos, que tanto en su pecho pueden, que al legítimo heredero lo que Dios le da pretende 100 quitarle; y de su caudal que goce con paz le deje. ¿No ve usted que vale más

que él malgaste sus haberes, sin que usted quiera usurparle 105 lo que le han dado las leyes? Ni sé cómo tal propuesta pudo escucharla quien tiene renombre de timorato. ¿Qué regla de piedad puede 110 legitimar la codicia de quien sin pudor intente privar de la sucesión a un hijo? Y demos que hubiese antipatía tan grande 115 entre los dos, que no fuere posible que viva usted con mi sobrino; ¿es prudente que salga el hijo de casa, y el extraño en ella quede? 120 Si usted quiere que le tengan por justo, marcharse debe al punto...

DON FIDELSon ya las cuatro, y no puedo detenerme, porque no he rezado aún 125 el Miserere, y es viernes. Perdone usted, si le dejo.

DON PABLO (Quedándose solo.) Hola... ¡Hipocritón solemne!

Escena II

DOÑA ELVIRA, DOÑA PEPITA, DON PABLO y JUANA. JUANA (A DON PABLO.) Hable usted en su favor; la pobre está de tal suerte 130 que da lástima mirarla; sin remedio se nos muere, si la violenta su padre, como resuelto lo tiene,

a dar la mano al beato 135 esta noche; vea si puede convencerle con razones. Pero don Simplicio viene.

Escena III

DON SIMPLICIO, DOÑA ELVIRA, DOÑA PEPITA, DON PABLO y JUANA. DON SIMPLICIOSeñores, me alegro mucho de hallarlos juntos a ustedes... 140 (A DOÑA PEPITA.) Tú, para que te diviertas, ahí tienes esos papeles; ya sabes su contenido.

DOÑA PEPITA (De rodillas a los pies de su padre.) Por el Dios omnipotente que ve mi tormento, padre, 145 y por todo cuanto puede mover a usted a piedad, le ruego que no se empeñe en concluir estas bodas; padre, señor, no me fuerce 150 usted a que de la vida que le he debido deteste; no exija usted obediencia tan costosa, si no quiere que su hija desventurada 155 siempre por morir anhele. Si me veda usted que sea de aquel que mi amor merece, y que antes me prometió, ¡ay, padre! no me violente 160 dándome a quien aborrezco; no a su hija así desespere, pretendiendo que obedezca a tan tiránicas leyes. De rodillas se lo ruego. 165

DON SIMPLICIO (Conociendo que se va a enternecer.) ¡Corazón, tú te enterneces! Fuera la flaqueza humana.

DOÑA PEPITAAmado padre, no piense usted que envidio los dones que hace a don Fidel; bien puede 170 darle todas sus riquezas, y añadir a ellas mis bienes, que con gusto se los cedo; mas no quiera usted hacerle dueño también de mí propia; 175 permítame que me encierre en un convento, y consagre al Cielo con penitente corazón mi amarga vida.

DON SIMPLICIO ¿Qué tal? Como no las dejen 180 casarse con sus galanes, dicen que quieren meterse monjas. ¡Buena vocación! Levanta. Si te parece repugnante este marido, 185 ese más mérito adquieres, que mortificas tu cuerpo, y tu casamiento ofreces en desquite de tus culpas a Dios; vamos, no me quiebres 190 la cabeza con tus lloros.

JUANA¿Qué, señor?...

DON SIMPLICIOTú has de meterte en tu costura, y no más.

DON PABLOSi a los consejos atiendes de la razón...

DON SIMPLICIO Tus consejos, 195 hermano, son muy prudentes, muy sabios, muy acertados; pero aquí no se te quieren.

DOÑA ELVIRA (A DON SIMPLICIO.) Viendo lo que está pasando no sé cómo hablar acierte. 200 Es preciso que estés ciego, pues lance tan evidente, como el que pasó conmigo, te empeñas en no creerle, aunque te lo afirman todos. 205

DON SIMPLICIO ¡Oh! no me engañan ustedes; ¿piensas tú que no adivino el caso? Si tú andas siempre por complacer a mi hijito; y porque yo no riñese 210 con él, ya se ve, apoyaste sus embolismos soeces contra aquel siervo de Dios. ¡Para quien crea en mujeres! Además de que no estabas 215 alterada, y en tan fuerte lance te irritaras.

DOÑA ELVIRAYo, porque un hombre me requiebre, ni me solicite, nunca me enojo; sé defenderme, 220 y sin decir insolencias jamás nadie se me atreve. Una risa, una ironía al más osado contiene mejor que gritos y enfados. 225 No soy yo de las mujeres que, como si fueran tigres, esgrimen garras y dientes en defensa de su honor, y que embisten con la gente, 230 si se oyen llamar bonitas; no; y el Cielo me preserve de una virtud tan arisca; mi recato es de otra especie; urbanidad, complacencia, 235 frialdad; y todos pierden conmigo las esperanzas, así que me hablan tres veces.

DON SIMPLICIOPor fin yo sé la verdad.

DOÑA ELVIRA¡Hay tal capricho! ¿Y si vieses 240 la cosa, qué me dirías? ¿Te estarías en tus trece? Mira que no es imposible.

DON SIMPLICIO¿El verlo?

DOÑA ELVIRA¿Qué duda tiene?

DON SIMPLICIOHabladurías.

DOÑA ELVIRAApuesto 245 que, como en ello me empeñe, lo ves con tus propios ojos.

DON SIMPLICIOPaparrucha.

DOÑA ELVIRAEs cosa fuerte; si no digo que nos creas; pero, responde, ¿si en este 250 sitio te hacemos su infamia tocar y ver claramente, quedarás desengañado?

DON SIMPLICIOEntonces... ¿Pero a qué viene decir cosas imposibles? 255

DOÑA ELVIRAYa ha mucho que me desmientes, y sacarte de tu error debo, para que no pienses que yo he dado testimonio falso contra el inocente. 260 Tú vas a ver la verdad.

DON SIMPLICIO¡Qué me place! Sea breve; ya veremos cómo sales del pantano en que te metes.

DOÑA ELVIRA (A JUANA.)

Dile que venga.

JUANA (A DOÑA ELVIRA.) Es muy diestro, 265 y en las redes que le tienden temo que no ha de caer.

DOÑA ELVIRA (A JUANA.) Sí, que la que bien se quiere en los lazos que nos pone con facilidad nos prende, 270 y más cuando el amor propio a lisonjearnos viene. Haz que baje sin tardanza, (A DON PABLO y DOÑA PEPITA.) y váyanse al punto ustedes.

Escena IV

DOÑA ELVIRA y DON SIMPLICIO. DOÑA ELVIRATú debajo de esta mesa 275 ven al instante a meterte.

DON SIMPLICIO ¿Yo?

DOÑA ELVIRATú; y lo que más importa para el caso es esconderse bien.

DON SIMPLICIO¡Debajo de la mesa!

DOÑA ELVIRA¡Ay Dios mío! No te inquietes 280 en averiguar por qué; éntrate, que así conviene, y no has de meter ruïdo, para que no se sospeche

don Fidel que estás ahí. 285

DON SIMPLICIOConfesemos que no puede darse más condescendencia; pero porque todos queden por embusteros, me allano a hacer cuanto me dijeres. 290

DOÑA ELVIRANo nos lo echarás en cara. (A DON SIMPLICIO, que está debajo de la mesa.) Mira: para convencerte voy a tratar de un asunto que en boca de las mujeres propias es muy peliagudo; 295 así, antes que él venga, advierte que, si le digo requiebros, es para que manifieste su maldad en tu presencia, para que su disfraz deje, 300 y descubra la torpeza de su corazón, albergue de impostura y de lascivia; para que veas patente su villana hipocresía. 305 Tú podrás, cuando estuvieres convencido de su infamia, hacer que este juego cese, saliendo de tu escondite; a ti toca protegerme, 310 y estorbar que llegue el lance a más que aquello que fuere necesario, para que ninguna duda te quede. En fin, como en este asunto 315 son tuyos los intereses que median, puedes hacer lo que a cuento te viniere... Pero don Fidel se acerca; chito, y trata de esconderte. 320

Escena V

DON FIDEL, DOÑA ELVIRA, y DON SIMPLICIO debajo de la mesa. DON FIDELJuana me ha dicho, señora, que a solas quiere usted verme.

DOÑA ELVIRAY es para cosas secretas: mire usted, por si sucede lo que antes, si escucha alguno, 325 y tras sí la puerta cierre. (DON FIDEL va a cerrar la puerta y vuelve.) No quiero que se repita la escena; que me estremece la memoria del peligro que usted corrió, sin que fuesen 330 mis ruegos con Alejandro parte para que no diese cuenta a su padre de todo; y fue mi susto tan fuerte que ni desmentirle supe. 335 Por fin el Cielo clemente lo ha dispuesto mejor todo. La estimación en que tiene a usted mi esposo disipa la nube, y sin que sospeche 340 nada, me manda que viva y que esté con usted siempre; porque pretende arrostrar cuanto dijere la gente; de suerte que sin que nadie 345 nos lo note, ni nos cele, puedo encerrarme yo sola aquí con usted, y hacerle sabedor de los secretos de un pecho, que acaso cede 350 a sus amorosas ansias después de un plazo muy breve.

DON FIDELNo comprendo ese lenguaje, señora, y muy mal se aviene con lo que dijo usted antes. 355

DOÑA ELVIRA Mal conoce a las mujeres usted, cuando así le arredran sus afectados desdenes.

¿Una defensa tan flaca no sabe usted lo que quiere 360 decir? El pudor combate con nuestros afectos siempre en los primeros instantes, y aunque el amor triunfe y reine en el pecho, la vergüenza 365 se opone a que se confiese el vencimiento, y la boca habla contra lo que siente el corazón; la voz niega, mas lo que niega concede. 370 Una confesión tan clara a usted podrá parecerle prueba de mi liviandad; pero el extraño accidente de esta tarde me disculpe; 375 y diga usted, ¿si no fuese por el amor que le tengo, hubiera tan blandamente escuchado sus requiebros? Si no quise que dijese 380 nada Alejandro a su padre, ¿qué más prueba darse puede de que me agrada su amor? Y el haber hecho tan fuertes instancias para que usted 385 el casamiento deseche que le propone mi esposo, ¿no es un indicio evidente de que no quiero que nadie en ese corazón reine; 390 de que una rival me enoja?

DON FIDELCierto, es dulzura celeste oír de una boca amada tanta gloria prometerse; miel destila de esos labios, 395 y toda mi ánima siente tanta bienaventuranza, que a toda expresión excede. Pero es, señora, tan grande la ventura de mi suerte, 400 que a creerla no me atrevo; ¿y quién sabe si no es éste un artificio fraguado a fin de que yo deseche la boda que me proponen? 405 Hablando, en fin, claramente,

para que yo a persuadirme del afecto de usted llegue, es preciso que algún trago de celestiales placeres 410 me dé usted, y en mi alma plante su favor la rama verde de fe constante y sincera.

DOÑA ELVIRA (Después de toser para avisar a su marido.) ¿Tanto quiere usted tan breve? ¿Todo el amor de mi pecho 415 tan presto apurar pretende? Le confieso que le aprecio, ¿y para satisfacerle no le basta, que al instante el último favor quiere? 420

DON FIDELSiempre es corta la esperanza de aquel que nada merece, ni son de fiar palabras que tanta dicha prometen. No creeré mi ventura, 425 señora, hasta que me diere prendas usted de cariño; mientras las obras no hubieren confirmado las palabras, dudaré de su amor siempre. 430

DOÑA ELVIRASeñor don Fidel, el suyo impone tan duras leyes, que me asusta usted de veras. ¡Que ansíe con tan vehemente ardor por ver sus deseos 435 satisfechos, sin que deje un breve espacio de tregua, en que el corazón aliente! ¿Es justo tanto rigor? ¡Exigir lo que pretende 440 sin dar una hora de plazo, y abusar impunemente de las flaquezas ajenas, y del amor que le tienen!

DON FIDEL ¿Mas si con benignidad 445 ve usted mi amor, a qué viene

negarme prendas seguras del suyo?

DOÑA ELVIRA¿Y si consintiese, no se ofendería el Cielo de que tanto habla usted siempre? 450

DON FIDELVaya; si no es más que el Cielo por lo que usted se detiene, chico estorbo es a fe mía, y ni mentarse merece.

DOÑA ELVIRAPues luego, ¿a qué hablan del Cielo 455 y tanto miedo nos meten?

DON FIDELTan ridículos temores yo los disiparé en breve, señora, porque sé el arte de hacer que nunca atormenten 460 los escrúpulos; el Cielo nos veda ciertos placeres, es verdad; pero es muy fácil con el Cielo componerse. Hay cierta ciencia que enseña 465 a ensanchar nuestros deberes, o estrecharlos; es conforme lo uno o lo otro nos conviene. Cuando las obras son malas, a la rectitud se atiende 470 de la intención, porque Dios nunca desea la muerte del pecador, y con poco se contenta. Muy en breve sabrá usted esta doctrina. 475 Déjeme que yo la lleve por la mano al paraíso, y no se asuste por leves parvidades de materia. Todo el pecado que hubiere 480 en esto caiga en mis hombros, y no hay miedo que me pese... (DOÑA ELVIRA tose con más fuerza.) Mucho tose usted, señora.

DOÑA ELVIRASí; todo el pecho me duele.

DON FIDEL¿Gusta usted de mi alfeñique? 485

DOÑA ELVIRAEs tos tan rancia y tan fuerte, que no he de hallar alfeñiques, a mi ver, que la remedien.

DON FIDELEs triste cosa.

DOÑA ELVIRAFatal.

DON FIDEL En fin, para que no quede 490 escrúpulo, sepa usted que del escándalo pende el pecado; ya lo dije otra vez, y considere que con acciones ocultas 495 jamás el Cielo se ofende. Quien disimula no peca.

DOÑA ELVIRA (Después de toser y dar golpes sobre la mesa.) Habré al fin de resolverme a ceder a usted, pues veo que si a todo cuanto quiere 500 no me allano, no hay pensar que quieran aquí creerme. Sin duda que es cosa triste que hasta tanto extremo llegue, pero si doy este paso, 505 es porque no se convencen sin él de lo que yo digo; porque exigen ciertas gentes desengaños tan palpables, y pruebas de tal especie 510 que... En fin, si alguno se agravia con esta acción, no se queje de mí; la culpa no es mía; protesto estar inocente, y que cedo a la violencia. 515

DON FIDELSeñora, nada recele usted; sobre mi cabeza...

DOÑA ELVIRASalga usted por si estuviese Simplicio en el corredor, y vuelva si no le viere. 520

DON FIDELEsa es precaución inútil; que es hombre con quien se puede jugar como con un niño, y le tengo de tal suerte que, aun viéndolo, nunca crea 525 cosa que a mí no me pete.

DOÑA ELVIRANo importa; salga usted fuera, y escudriñe atentamente todas las piezas vecinas, por lo que suceder puede. 530

Escena VI

DON SIMPLICIO y DOÑA ELVIRA. DON SIMPLICIO (Saliendo de debajo de la mesa.) ¡Jesús, qué hombre tan infame! Vaya, vaya; es una peste infernal, no vuelvo en mí.

DOÑA ELVIRASimplicio, ¡qué vivo que eres! ¿A qué sales todavía? 535 Extraño que te aceleres tanto; vuelve a tu escondite, y aguarda hasta el fin; ¿no temes hacer un juïcio malo? Saldrás de dudas muy breve. 540

DON SIMPLICIOPongo a que hombre más perverso ni en el Infierno se encuentre.

DOÑA ELVIRA¡Dios mío! Las apariencias te engañan. ¿Quién sabe? A veces resultan falsas aquellas 545 que más ciertas nos parecen. Para no errar te aconsejo que sin decir nada esperes hasta el remate de todo. (DOÑA ELVIRA pone a DON SIMPLICIO detrás de ella.)

Escena VII

DON SIMPLICIO, DOÑA ELVIRA y DON FIDEL. DON FIDEL (Sin ver a DON SIMPLICIO.) La fortuna favorece 550 mis gustos; de mirar vengo esos cuartos, y no hay gente. Mi tierno amor...

(Al tiempo que DON FIDEL viene con los brazos abiertos para abrazar a DOÑA ELVIRA, ésta se retira, y ve DON FIDEL a DON SIMPLICIO.) DON SIMPLICIO (Deteniendo a DON FIDEL.) Cepos quedos. Procure usted contenerse. ¡Cáspita, qué amor tan fino! 555 ¿Conque el siervo de Dios quiere ponerme lo que usted sabe? ¡Un santo que así se deje llevar de la tentación! ¡Se casa con mi hija, y quiere 560 gozar también mi mujer! Yo creí que en burlas fuese. He aguantado largo rato, pensando que era juguete, y que iba a mudar de estilo. 565 Ya tengo lo suficiente, sin que usted pase adelante.

DOÑA ELVIRA (A DON FIDEL.) Astucia mi acción parece, mas no estuvo en mí evitarla.

DON FIDEL (A DON SIMPLICIO.) ¿Piensa usted?...

DON SIMPLICIOEn lo que piense. 570 Mutis de casa al momento, sin más dimes ni diretes.

DON FIDEL Mi intento...

DON SIMPLICIO Es gastar parola, y lo que aquí se requiere es irse pronto a la calle. 575

DON FIDELUsted es quien luego debe irse; usted que hace de dueño; la casa me pertenece a mí solo; yo lo haré constar cuando el tiempo llegue. 580 Vano es que con viles artes ultrajarme aquí se piense; yo haré ver que tengo medios para castigar aleves, y confundir impostores, 585 vengando al Cielo, que ofenden, y haciendo que se arrepientan cuantos agraviarme intenten.

Escena VIII

DOÑA ELVIRA y DON SIMPLICIO. DOÑA ELVIRA¿Qué es lo que quiere decir?

¿Qué modo de hablar es éste? 590

DON SIMPLICIOA fe que yo no me río, y que temo un accidente.

DOÑA ELVIRA¿Cuál?

DON SIMPLICIO He hecho un gran disparate; no sé qué remedio tiene. Esta donación me inquieta. 595

DOÑA ELVIRA¿Qué donación?

DON SIMPLICIODe mis bienes, y es negocio concluido.

DOÑA ELVIRA¿Qué?

DON SIMPLICIO Ya lo sabrás. Lo urgente es ver si no se ha llevado una arquita con papeles. 600

Acto V

Escena I

DON SIMPLICIO y DON PABLO. DON PABLO¿Adónde vas tan de priesa?

DON SIMPLICIO¿Qué sé yo?

DON PABLOLa primer cosa es pensar lo que has de hacer para salir de zozobras.

DON SIMPLICIOLo que a mi me hace perder 5 el juïcio y me incomoda, más que otra cosa es la arquita.

DON PABLO¿Pues tanto esa arquita importa?

DON SIMPLICIO El amigo perseguido que mi corazón aun llora 10 al irse me la encargó, y su caudal, vida y honra dijo que de estos papeles dependían.

DON PABLO¿Pues qué loca idea te hizo ponerla 15 en manos de otra persona?

DON SIMPLICIOEscrúpulo de conciencia. Contele toda la historia a ese bribonazo, y él con su mónita devota 20 me persuadió se la diera, diciendo ser fácil cosa que el juez hiciera pesquisas; si echaba requisitorias, yo, sin cargar mi conciencia, 25 y con doblez oficiosa, decía que no tenía ni papeles, ni las otras cosas que me preguntaran, y que así juraba contra 30 la verdad, y sin pecar.

DON PABLOHermano, veo que toman tus asuntos mal semblante; la donación, esa historia,

el haberte fiado de él... 35 Confieso que me acongoja cuanto me dices, y entonces ha sido una acción muy loca insultarle, como has hecho; que tiene prendas de sobra 40 para darte que sentir.

DON SIMPLICIO¡Qué; con facha tan devota esconder tanta doblez, tanta maldad horrorosa; conmigo que le di asilo 45 cuando pedía limosna! Si otro santurrón me engaña, mándole que ha de ser obra de romanos; como al diablo la cruz haré a las personas 50 que me hablen de devoción.

DON PABLOSimplicio; eso es dar en otra exageración peor. Mas tú nunca te reportas; y por huir de un error 55 das en el opuesto ahora. Un pícaro te engañaba con capa de religiosa piedad, y por eso piensas ya que las almas devotas, 60 que sirven a Dios con celo, son como ese infame todas. Si así lo crees, hermano, torpemente te equivocas. Deja, deja a los impíos 65 que consecuencias tan tontas saquen, y que hagan rechifla de la piedad, porque es moda. Tú ama la virtud, respeta a las personas piadosas; 70 mas no creas en palabras, atento sólo a las obras; aborrece la villana hipocresía, mas honra la virtud pura y sincera, 75 y la religión adora; y advierte que vale más, hermano, pecar por sobra que por falta de respeto en cosas de tanta monta. 80

Escena II

DON SIMPLICIO, DON PABLO y DON ALEJANDRO. DON ALEJANDRO¿Padre, es cierto que un bribón sin vergüenza le provoca a usted, sin guardar de tantos beneficios la memoria, y que tiene la insolencia 85 de amenazarnos ahora que ha de echarnos de esta casa?

DON SIMPLICIOAsí es, hijo: mi congoja es crüel en este lance.

DON ALEJANDROEse pleito a mí me toca. 90 Ambas orejas le corto, y salimos de zozobra en un instante; bien puede decir que llegó su hora.

DON PABLOBueno; eso se llama hablar 95 con la ligereza propia de un muchacho atolondrado; modera esa furia loca; que vivimos bajo un justo gobierno, y el que se porta 100 con violencia halla castigo, sin que el favor le socorra.

Escena III

DOÑA TECLA, DON SIMPLICIO, DOÑA ELVIRA, DON PABLO, DOÑA PEPITA, DON ALEJANDRO y JUANA. DOÑA TECLA¿Qué es esto hijo? Aquí me cuentan un montón de horribles cosas.

DON SIMPLICIOGrandes novedades, madre, 105 que acabo de ver ahora yo mismo. Ve usted qué fruto he sacado de mi boba bondad: un pobre mendigo, que de beneficios colma 110 mi necedad, que le trato cual pudiera a la persona más allegada, le doy mi caudal, y a mi hija propia, y al mismo tiempo el villano 115 a mi mujer enamora, y procura deshonrarme; esto no basta; se arroja hasta amenazarme ingrato con dádivas que mi tonta 120 confianza le tiene hechas; afana por ver si logra despojarme de mis bienes, y ponerme en la horrorosa miseria, de que yo necio 125 le he sacado; esta es mi historia.

JUANA¡Pobrecito!

DOÑA TECLAHijo, no creo que hiciera acción tan odiosa.

DON SIMPLICIO¿Cómo?

DOÑA TECLALos buenos son siempre envidiados.

DON SIMPLICIOEsta es otra; 130 ¿qué quiere usted decir, madre?

DOÑA TECLAQue es tu casa una Liorna, y que todos le aborrecen.

DON SIMPLICIO¿Y para el caso qué importa?

DOÑA TECLACuando eras niño, te dije 135 que las gentes virtuosas eran las más perseguidas; que la envidia es la ponzoña que nunca muere en el mundo, porque se van las personas 140 envidiosas, y ella queda.

DON SIMPLICIOY lo que yo digo ahora ¿qué tiene que ver con eso?

DOÑA TECLATe habrán contado una historia sin pies, ni cabeza.

DON SIMPLICIOCalle. 145 ¿Pues no he dicho ya, señora, que lo he visto yo, yo mismo?

DOÑA TECLAHay lenguas murmuradoras.

DON SIMPLICIOEsto es para condenarse. Una vez, ciento y mil otras 150 repito que yo lo he visto.

DOÑA TECLADe las lenguas ponzoñosas ninguno puede librarse.

DON SIMPLICIOUsted, madre, me provoca con las réplicas que tiene 155 y sus reflexiones tontas. Si he dicho ya que lo he visto; visto, ¿lo oye usted ahora? Visto con mis propios ojos. Pues no está mala la sorna. 160 ¿Quiere usted oírlo más?

DOÑA TECLA¡Dios mío! Son engañosas las apariencias; mil veces el más lince se equivoca. No siempre es bueno juzgar 165 uno por su vista propia.

DON SIMPLICIO¡Por vida de...!

DOÑA TECLASospechamos siempre lo peor; las obras santas se interpretan mal.

DON SIMPLICIO¿Qué interpretar, ni qué alforjas, 170 si abrazaba a mi mujer?

DOÑA TECLAAntes que de una persona se hable mal, es necesario saber de fijo las cosas.

DON SIMPLICIO¿Qué más fijo quiere usted? 175 El diablo no diría otra. ¿Conque había de aguardar hasta que...? Usted está tonta.

DOÑA TECLAEn fin, es alma muy cándida, muy devota y religiosa, 180 y las cosas que le achacan saldrá que son falsas todas.

DON SIMPLICIOEs mucho disparatar; no sé si fuera usted otra que mi madre lo que haría. 185

JUANA (A DON SIMPLICIO.) Así va, señor, la bola; usted no quiso creer, y no le creen ahora.

DON PABLOGastamos en frioleras, que maldita cosa importan, 190

tiempo, y mientras sus medidas sin duda el pícaro toma.

DON ALEJANDRO¿Piensa usted que llegue a tanto su descaro?

DOÑA ELVIRATengo poca inteligencia en asuntos, 195 mas pienso que tan odiosa demanda no ose entablarla.

DON PABLO (A DON SIMPLICIO.) No te fíes; hay personas que protegen a los malos; este lance de su boca 200 oído, parecerá una acción que le es honrosa, y con menos fundamento he visto yo que se atollan otros, sin poder salir 205 a salvo. ¿Quién le provoca con las armas que él tenía?

DON SIMPLICIOCierto, pero al ver su odiosa soberbia y su hipocresía, confieso que perdí toda 210 la razón y la paciencia.

DOÑA ELVIRASi, cuando pasó la historia, hubiera sabido yo lo que había, ¿quién ignora que hubiera excusado el lance 215 que tanto nos desazona, y mis...?

DON SIMPLICIO (A JUANA, viendo entrar a DON CELEDONIO.) ¿Qué me quiere ese hombre? Sabe a qué fin se le antoja verme, y dile que se vaya, que su visita incomoda. 220

Escena IV

DON SIMPLICIO, DOÑA TECLA, DOÑA ELVIRA, DOÑA PEPITA, DON PABLO, DON ALEJANDRO, JUANA y DON CELEDONIO. DON CELEDONIO (A JUANA, en el fondo del teatro.) Dios le dé salud, hermana, y después allá la gloria. Quisiera hablar dos palabras al amo, si nadie estorba.

JUANAEstá con gente, y no puede 225 hablar con nadie.

DON CELEDONIONo importa, que yo no seré importuno; es asunto de muy pocas razones, y gustará de saberle de mi boca. 230

JUANA¿Su nombre de usted?

DON CELEDONIOMi nombre es lo que menos importa. Dígale usted que me envía don Fidel, y para cosas de su bien.

JUANA (A DON SIMPLICIO.) Dice que viene 235 para negocios de monta de parte de don Fidel, y que será muy gustosa su comisión.

DON PABLO (A DON SIMPLICIO.) Pues oigamos lo que ese hombre nos proponga. 240

DON SIMPLICIO (A DON PABLO.) ¿Si me habla de componerse, qué quieres que le responda?

DON PABLOSerá forzoso escucharle en tu situación penosa.

DON CELEDONIO (A DON SIMPLICIO.) El Señor nos dé su gracia 245 y confunda a quien se oponga a su bien de usted; que así esta ánima pecadora lo pide en sus oraciones.

DON SIMPLICIO (En voz baja a DON PABLO.) Este exordio se acomoda 250 muy bien con lo que yo pienso.

DON CELEDONIOHe recibido mil honras de esta casa, y señor padre siempre como cosa propia me miraba.

DON SIMPLICIOSiento mucho 255 no conocer la persona de usted; dígame su nombre.

DON CELEDONIODon Celedonio de Porras, natural de Mondoñedo, y por más que se carcoma 260 la envidia, soy escribano con mis títulos en forma. Cuarenta años ha que ejerzo esta profesión gloriosa. Y vengo con su licencia, 265 y sin consentir demora, a notificar un auto.

DON SIMPLICIO¿Qué; usted viene...?

DON CELEDONIOEs cosa corta, que está dicha en dos palabras; providencia ejecutoria 270 de proceder al despojo de casa, y que ni personas ni muebles en ella queden, sin permitir moratoria.

DON SIMPLICIO¡Yo salir de aquí!

DON CELEDONIO¿Usted sabe, 275 señor, que es la casa ahora del buen señor don Fidel, que por un contrato en forma, otorgado ante escribano, y que tengo aquí en mi bolsa, 280 dueño es del caudal de usted, sin que ninguno le tosa?

DON ALEJANDRO (A DON CELEDONIO.) Es mucha la desvergüenza.

DON CELEDONIO (A DON ALEJANDRO.) A mí no me comisionan para tratar con usted, 285 caballerito; a quien toca (Señalando a DON SIMPLICIO.) Responder es al señor, que es un sujeto de forma, y respeta a la justicia.

DON SIMPLICIOYo...

DON CELEDONIOSí señor, y me consta 290 que no haría resistencia por un millón; que es persona prudente y muy timorata el señor, y no le enoja que yo cumpla con mi oficio. 295

DON ALEJANDRO¿A que se gana una soba de palos bien asentados su mónita socarrona?

DON CELEDONIO (A DON SIMPLICIO.) Haga usted que salga o calle su hijo; que fuera penosa 300 precisión certificar palabras tan injuriosas.

JUANA (Aparte.) ¿A este hombre don Celedonio, o don Demonio le nombran?

DON CELEDONIOTengo, señor, tierno afecto 305 a las almas religiosas y buenas, y en prueba de ello, y del celo que me abona, practico estas diligencias, porque algún otro no escojan 310 que procediese con menos suavidad; que hay personas de muy poco miramiento.

DON SIMPLICIOPues es acción cariñosa el echarme de mi casa. 315

DON CELEDONIOPero permito demora, y el cumplimiento del auto no pienso poner por obra hasta mañana temprano, si Dios quiere; yo las cosas 320 no las llevo por el filo. Porque todo vaya en forma, usted antes de acostarse hará que me entreguen todas las llaves; yo mandaré 325 a diez hombres de mucha honra que pasen aquí la noche; mientras que ustedes reposan velan ellos, y así nadie nada de la casa toma. 330 Mañana al amanecer saca usted todas sus cosas, y se las lleva, y se va adonde más le acomoda. Mis mozos ayudarán; 335 son todos gente mañosa

y robusta; a fe que nada se desgracie ni se rompa. Soy hombre muy servicial y bondoso, sin lisonja. 340 Señor don Simplicio: yo aguardo de usted la propia bondad, y que su familia a mi oficio no se oponga.

DON SIMPLICIO (Aparte.) ¡De lo poco que me queda 345 de mejor gana cien onzas diera yo por asentar en su cara socarrona el bofetón más bien dado!

DON PABLO (A DON SIMPLICIO.) Vamos, hermano, una poca 350 de paciencia.

DON ALEJANDRONo sé cómo me contengo, que la boca no le he bañado ya en sangre.

JUANAPregunto: ¿en esa corcoba, qué sentaría mejor, 355 o garrote, o cachiporra?

DON CELEDONIOHija, modere esa lengua, y sepa, por si lo ignora, que también para mujeres hay castigo, si provocan. 360

DON PABLO (A DON CELEDONIO.) Traiga usted ese papel, y déjenos.

DON CELEDONIOEn buen hora; hasta luego; Dios les dé a ustedes su santa gloria.

DON SIMPLICIOY Satanás el infierno 365

a ti, y quien te comisiona.

Escena V

DON SIMPLICIO, DOÑA TECLA, DOÑA ELVIRA, DON PABLO, DOÑA PEPITA, DON ALEJANDRO y JUANA. DON SIMPLICIO¿Qué tal, madre, miento yo? Por el auto que me emboca saque usted si tiene el alma bien infame y bien traidora 370 el gazmoño hipocritón.

DOÑA TECLA¡Jesús! Me he quedado tonta; como la que ve visiones.

JUANA (A DON SIMPLICIO.) No señor, todas sus obras se encaminan al provecho 375 del prójimo y mayor honra de Dios; los bienes terrenos son cosas muy transitorias, y suelen dañar al alma; por eso su fervorosa 380 caridad a usted le quita ese peso que le estorba para el camino del cielo.

DON SIMPLICIOSiempre has de ser habladora; calla y déjanos en paz. 385

DON PABLO (A DON SIMPLICIO.) Tomemos medidas prontas para salir de este apuro.

DOÑA ELVIRAHaz al público notoria su ingratitud y osadía;

con su conducta alevosa 390 las cláusulas del contrato ese perverso las borra; que no es posible que triunfe iniquidad tan odiosa.

Escena VI

DON CARLOS, DON SIMPLICIO, DOÑA TECLA, DOÑA ELVIRA, DON PABLO, DOÑA PEPITA, DON ALEJANDRO y JUANA. DON CARLOS Señor don Simplicio, siento 395 darle un pesar, pero importa mucho que usted ponga en cobro al momento su persona; un amigo íntimo mío, que acaso en ello viola 400 el secreto que es debido en cosas de Estado, ahora me avisa que está mandado prender a usted, y que sola la fuga puede librarle. 405 Una hora ha la venenosa serpiente, que abrigó usted de traición y de alevosas correspondencias le acusa; la delación corrobora 410 presentando al Soberano una arquita que usted, contra las leyes de fiel vasallo, guardaba, donde están todas las piezas de un fugitivo 415 reo de Estado; no informa de más mi amigo; mas sé que hay orden para la pronta prisión de usted, y el villano acompañará en persona 420 a el que ha de arrestar a usted.

DON PABLOAsí el hipócrita colma su maldad, y sus derechos

con esta acción corrobora, fingiendo que eres traidor. 425

DON SIMPLICIOVaya; el hombre, sin lisonja, es un maldito animal.

DON CARLOS Vamos; que cualquier demora puede ser a usted funesta. Ahí tiene usted esa bolsa 430 con mil doblones; mi coche nos aguarda hace media hora. No perdamos un instante, que estos golpes, si se estorban, es poniendo tierra en medio. 435 Mi amistad no le abandona a usted hasta estar en parte segura.

DON SIMPLICIO¡Cuánto a la heroica amis tad de usted le debo! Ruego al Cielo que me ponga 440 en estado de pagar una acción tan generosa. Y tú, Pablo, ten cuidado.

DON PABLONo te detengas; con todas tus cosas tendré yo cuenta, 445 como con las mías propias.

Escena VII

DON FIDEL, UN ALCALDE DE CORTE, DOÑA TECLA, DOÑA ELVIRA, DON SIMPLICIO, DON PABLO, DOÑA PEPITA, DON CARLOS, DON ALEJANDRO y JUANA. DON FIDEL (Deteniendo a DON SIMPLICIO.) Despacio, señor, despacio;

no es menester que usted corra tanto para encontrar casa; el Soberano le aloja 450 en la cárcel.

DON SIMPLICIO¡Ah villano! ¡Con qué bella acción coronas tus infamias! ¡Digna paga de quien a pícaros honra!

DON FIDEL Con todas esas infamias 455 no piense usted que me enoja; que se las ofrezco a Dios.

DON PABLOEdifica tan devota moderación.

DON ALEJANDRO¡El perverso cómo del Cielo se mofa! 460

DON FIDELEn vano por irritarme me denuestan y baldonan; quien cumple con sus deberes vanos clamores arrostra.

DOÑA PEPITAPor cierto la comisión 465 con que usted viene es honrosa. ¡Soplón!

DON FIDELEn servir al Rey no puede caber deshonra.

DON SIMPLICIO¿Te acuerdas, bribón mendigo, que te daba de limosna 470 de comer pan a mi mesa?

DON FIDELNo me olvido de las honras que puedo deber a usted; pero media la persona sagrada del Soberano, 475 que toda gratitud borra

en mi pecho, que leal sacrificara a su gloria amigos, parientes, hijos.

DOÑA ELVIRA¡Infame!

JUANA¡Cómo blasona 480 de virtud el muy soez!

DON PABLO Pues si es tan buen patriota usted, como aquí se jacta, ¿por qué aguardaba hasta ahora a delatar a mi hermano, 485 cuando ha visto que a su esposa requiebra usted, y de casa, porque así lo exige la honra, le despide? Y si es culpado, ¿para qué admite con pronta 490 voluntad la donación que con mano generosa de todo su caudal le hace? Cosas tan contradictorias yo no acierto a concertarlas. 495

DON FIDEL (Al ALCALDE de Corte.) Bulla tan escandalosa durará, señor Alcalde, hasta cumplir con lo que obra el expediente, y así haga usted justicia pronta. 500

EL ALCALDESerá usted servido al punto, y pues la justicia invoca, la ejecutaré al instante. Sin réplica ni demora dese usted al Rey.

DON FIDEL¡Yo preso! 505

EL ALCALDEUsted.

DON FIDEL¿Por qué?

EL ALCALDEEso no toca a usted preguntar; mas quiero que estos señores conozcan la historia de un impostor. (A DON SIMPLICIO.) Aliente usted: no está ahora 510 en el tiempo en que reinaba la hipocresía engañosa; un Soberano ilustrado disipa sus cautelosas nieblas, por mucho que artera 515 en sus vapores se esconda. De la religión amante, sabe discernir las sombras de la luz; y, el falso celo, que con color se arrebola 520 de piedad y devoción, toda su saña provoca. De este hipócrita villano las virtudes impostoras mal podían engañarle, 525 que muy más artificiosas mentiras penetrar sabe; de una mirada vio todas las maldades de este infame, en su corazón las hondas 530 raíces que echó el delito; y cuando con engañosa astucia a su bienhechor acusa, la vengadora justicia del Cielo quiere 535 que el príncipe en él conozca a un célebre delincuente, cuyos hechos epilogan tanta negra iniquidad que llenara mil historias. 540 Para evitar su castigo el fingido nombre toma de don Fidel, ocultando el suyo, que tanto asombra. Indignado el Soberano 545 de su conducta alevosa, que así con su ingratitud sus graves delitos colma, quiso ver dónde llegaba de su desvergüenza loca 550 el exceso, y me encargó que le trajese, con sola

la intención que reparase los males que ustedes lloran. La autoridad soberana 555 del Monarca le despoja de la donación que usted (A DON SIMPLICIO.) le hizo de su hacienda toda, le restituye sus bienes, y su clemencia perdona 560 la ofensa de haber guardado con reserva misteriosa la fe a su amigo proscrito; así el príncipe corona el celo que por su causa 565 muestra usted en las discordias civiles que nos agitan; que siempre su protectora diestra ampara a quien le sirve, y si en su alma grande poca 570 impresión hace el agravio, el servicio no se borra.

JUANA¡Gracias al Cielo!

DOÑA TECLAYa aliento.

DOÑA ELVIRA¡Qué suerte tan venturosa!

DOÑA PEPITA¿Quién lo dijera?

DON SIMPLICIO (A DON FIDEL, que el ALCALDE se lleva consigo.) Anda, infame. 575

Escena VIII

DOÑA TECLA, DON SIMPLICIO, DOÑA ELVIRA, DOÑA PEPITA, DON PABLO, DON

CARLOS, DON ALEJANDRO y JUANA. DON PABLOMira, hermano, que deshonras el triunfo con insultar a ese hombre; harto dolorosa es su suerte; antes al Cielo su perdón por él implora; 580 que arrepentido sus culpas llore, porque pïadosa la bondad del Soberano temple su castigo. Ahora ve a dar las gracias de tantos 585 favores de que te colma el Monarca, y a sus plantas reconocido te postra.

DON SIMPLICIODices bien: vamos al punto de su bondad generosa 590 a tributarle rendidas gracias, y luego las bodas de Pepita dispondremos con Carlos, que su amorosa constancia de ser premiada 595 mucho ha que es merecedora.

FIN

La escuela de las mujeres Comedia en cinco actos en verso de Molière

Traducida por D. José Marchena. De orden superior.

Madrid, en la Imprenta Real. Año de 1812.

Al rey nuestro señor

Señor: Testimonio indeleble de la protección que dispensa V. M. a las letras humanas será esta traducción de Molière dada a luz a expensas de la Imprenta Real por orden de V. M. En un tiempo en que las calamidades públicas tanto han disminuido los recursos del Real Erario, la próvida mano de V. M. halla todavía medios de amparar a los amantes de las Musas; y en el reinado de V. M., en medio de los disturbios de una guerra intestina, han resonado por la vez primera en el teatro de la Corte los acentos del Príncipe de los antiguos y modernos cómicos, vueltos en idioma castellano, no con aquella impropiedad y desaliño que en otras versiones anteriores los habían afeado. Feliz yo si consigo no desmerecer, en las comedias de este grande ingenio que me quedan por traducir, el concepto que han debido a V. M. las que ya se han representado, y por el cual se ha dignado permitirme que saliesen bajo su soberano auspicio. Señor: A los R. P. de V. M. Josef Marchena.

Prólogo

Sale a luz la Escuela de las Mujeres de Molière, representada en el teatro de la Corte, y traducida por la misma pluma que puso en castellano el Hipócrita. Sucesivamente se irán publicando las otras comedias de Molière; y si el traductor da felice cima a tan ardua empresa, sacará el público español la imponderable utilidad de poseer en el idioma patrio el más perfecto dechado de la buena comedia; y los extranjeros que quieran aprender nuestra lengua el de hallar un libro que, con las comedias de Moratín y otros pocos más de los coetáneos, les enseñe la habla castellana sin resabios de idiotismos o afrancesados o tudescos, y en todo caso bárbaros, que ésta desconoce. Se irán publicando las comedias de Molière cada una de por sí, y a medida que se fueren representando. Como apéndice de esta versión saldrán, adjuntas a algunas de ellas, disertaciones acerca de nuestro teatro, en que, sin disimular los gravísimos yerros en que incurrieron nuestros antiguos poetas, haremos notar las hermosuras que a vueltas de ellos en sus producciones se encuentran. Trataremos en otras de la comedia francesa, del teatro cómico en general, etc.; de modo que la colección de estos discursos pueda ser reputada por una Poética de la Comedia.

PERSONAJES

DON LIBORIO, o el Vizconde del Atochal. DOÑA ISABELITA, hija de DON ENRIQUE. DON LEANDRO, amante de DOÑA ISABELITA, hijo de DON PABLO. DON ANTONIO, amigo de DON LIBORIO. DON ENRIQUE, cuñado de DON ANTONIO y padre de DOÑA ISABELITA. DON PABLO, padre de DON LEANDRO y amigo de DON LIBORIO. COSME, villano, criado de DON LIBORIO. BLASA, villana, criada de DON LIBORIO. UN ESCRIBANO. La escena en Madrid plazuela de las Comendadoras de Santiago.

Acto I

Escena I

DON ANTONIO, DON LIBORIO. DON ANTONIO¿Dice usted que va a casarse?

DON LIBORIO Y sin pasar de mañana.

DON ANTONIOAmigo, aquí estamos solos, y nadie oye lo que se habla. ¿Quiere usted que diga claro 5 lo que pienso? Aventurada resolución me parece la de usted, y aun temeraria. Mucho temo que estas bodas le han de salir a la cara. 10

DON LIBORIONo extraño yo esos temores. Usted, sin salir de casa, acaso encuentra motivos

justos de miedo, y le espanta mi suerte ya de antemano. 15 Yo la frente levantada andaré siempre, y no hay miedo que me la agobie la carga.

DON ANTONIOEsos, compadre, son golpes de la fortuna voltaria, 20 que no pueden remediarse, y son precauciones vanas y necias cuantas se toman contra ellos. Aquí la causa de que me asusten sus bodas 25 es tanta pesada chanza con que usted a mil maridos los zahiere en todas cuantas ocasiones se presentan, pregonando cuanto indaga 30 sobre ocultos galanteos.

DON LIBORIO¿Quién, sin ser Job, aguantara la paciencia y sufrimiento de tanto marido que anda por Madrid? En esta tierra 35 son de condición tan mansa los hombres, que es un prodigio. Aquél sin cesar afana por amontonar dinero, que luego su mujer gasta 40 con quien le mete en el gremio. De estotro es menos contraria la estrella, que mil galanes a su esposa la regalan, y él muy sosegado piensa45 que obsequian así sus raras virtudes, y el muy babieca no advierte su propia infamia. Uno mete mucha bulla, que no le sirve de nada; 50 otro lo consiente todo; y así que ve entrar en casa el cortejo, en diligencia coge el sombrero, y se marcha. Aquélla dice al marido 55 que la requiebra con ansia don Cirilo, y le recibe muy tiesa y muy remilgada cuando está el tonto delante,

que se le cae la baba, 60 y compadece al galán, sin que haya para ello causa. Otra se feria mil joyas, y dice que juega y gana; y sin saber a qué juego, 65 el marido se lo traga, dándole gracias a Dios de que le pinten las cartas bien a su mujer. Por fin, es cuento que no se acaba 70 la historia de los maridos. ¿Y quiere usted que yo no haga escarnio de tanto necio como...?

DON ANTONIOY si la suerte varia le mete en la cofradía 75 a usted, ¿no ve con qué ganas le van a hacer el buz todos? Y no mal se le empleara. También yo oigo a muchas gentes que de galanteos hablan 80 y refieren mil historias, o verdaderas o falsas, de maridos engañados, y de mujeres livianas. Pero aunque yo desapruebe 85 la sobrada tolerancia de muchos, y nunca aguante ciertas cosas en mi casa, que otros llevan con paciencia, nunca digo una palabra; 90 porque puede ser que un día me coja la rueda, y hagan burla de mí los burlados. Así que, si de mi mala estrella el influjo quiere 95 que alguna desdicha humana venga sobre mi cabeza, si de ella las gentes hablan, tendré al menos el consuelo que lo dirán en voz baja; 100 y acaso se encontrará también alguna buen alma que se duela de mi suerte; pero usted, compadre, se halla en situación muy distinta; 105 y habiendo siempre hecho tanta

rechifla de los maridos que motejan de cachaza, guarte si no anda derecho; que en las calles y en las plazas, 110 no lluevan sobre usted pullas, y no tomen tal venganza los agraviados...

DON LIBORIO¡Dios mío! No tema usted que tal hagan. Aquel que me la pegare, 115 a fe que ha de tener maña. ¿Piensa usted que no sé yo las picardías, las trampas que acostumbran las mujeres, y con que a los tontos clavan? 120 Para que no puedan darme papilla, la que se casa conmigo es tan inocente como los niños que maman.

DON ANTONIO¿Y quiere usted que una tonta... 125

DON LIBORIOUna tonta es una alhaja para no volverse tonto. No pretendo poner tacha a su mujer de usted; pero una discreta es muy mala 130 de guardar; sí, amigo mío; algunos sé yo que rabian porque sus mitades son ladinas. No es mala carga; una marisabidilla 135 que hable en culto, escriba cartas en francés, componga coplas, y vengan a visitarla los marqueses, los autores le lean versos, y el mandria 140 del marido en un rincón se esté, sin que ninguno haga caso de él; y si pregunta alguno ¿quién es? madama responda: ese es mi marido. 145 No quiero mujer con tanta inteligencia; la mía, si de hacer cuartetas tratan de repente, y dan por pie

guárdate del agua mansa, 150 quiero que responda al cabo de una media hora muy larga San Crispín fue zapatero; pretendo, en una palabra, que sea tan ignorante, 155 que esté su ciencia cifrada en coser, hacer calceta, rezar, y con eso basta.

DON ANTONIO¿Es usted aficionado a las simples?

DON LIBORIOY con tantas 160 veras, que una tonta fea más que una aguda me agrada con hermosura.

DON ANTONIO¿El talento, la beldad...?

DON LIBORIOLa honradez basta.

DON ANTONIO¿Pero cómo quiere usted 165 que una simple sea honrada, ni sepa serlo? Además de ser muy pesada carga el pasar con una boba toda su vida, es fianza 170 mala para la mollera de un marido la ignorancia de su mujer. Una aguda, cuando a su obligación falta, es porque quiere; una tonta 175 sin saber que nos agravia nos puede dar que sentir.

DON LIBORIOA un argumento de tanta fuerza respondo, compadre, como hizo Teresa Panza 180 a Sancho cuando quería que fuera condesa Sancha. El día que con mujer discreta yo me casara,

aquel día hiciera cuenta 185 que por mi entierro doblaban.

DON ANTONIONo hablo más.

DON LIBORIO Cada uno tiene sus ideas, y, se trata de hallar novia que me pete. Mi caudal es el que basta 190 para escoger por esposa mujer que no tenga nada, y que blasonar no pueda de riqueza o sangre hidalga. La que me va a dar la mano 195 es hija de una villana; cuatro años no más tenía cuando me prendó su cara, que es bonitilla y graciosa; su madre estaba muy falta 200 de conveniencias, y a más de otros seis hijos cargada; yo se la pedí, y, contenta me la dio; para criarla escogí unas monjas pobres 205 de un pueblo allá de la Alcarria, y la puse a pupilaje. Di orden que no le enseñaran cosa que pudiera abrirle los ojos; y su ignorancia, 210 gracias a Dios, es tan grande, que excede a mis esperanzas. La he sacado del convento, viendo que me deparaba en ella el Cielo mujer 215 cual anhelé por hallarla siempre en vano; la he traído conmigo; y como mi casa está en el centro, y no quiero que vengan a visitarla 220 mis conocidos, tomé otra en esta solitaria plazuela, para que viva ella; y para que nunca haya tapujos de vecindad, 225 la alquilé toda. En compaña suya tengo dos criados, simples como ella. Tan larga historia he contado, amigo,

a usted, porque vea cuántas 230 precauciones he tomado para evitar la desgracia de otros maridos; y como tengo tanta confianza en usted, para cenar 235 hoy le convido en su casa. Usted la conocerá, y dirá si es acertada mi elección.

DON ANTONIOEn hora buena.

DON LIBORIOUsted verá si le agrada 240 su persona y su inocencia.

DON ANTONIOSobre la última me basta con lo que me ha dicho usted.

DON LIBORIO Pues no la exagero en nada, y acaso me quedo corto. 245 A cada instante me pasma con su candor; cosas dice que me hacen a carcajadas soltar la risa; tres días hace que me preguntaba 250 si las mujeres parían los muchachos por la manga de la camisa.

DON ANTONIOMe alegro, señor Carrasco...

DON LIBORIOEs extraña cosa que me llame siempre 255 usted así.

DON ANTONIOPor más que haga, el título de Vizconde del Atochal se me pasa. ¿Y quién diablos le metió a usted en que titulara 260 a los cuarenta y dos años,

cuando nadie de su casa fue Barón ni Conde nunca? ¡El dinero que malgasta para comprar ese título, 265 y en lanzas y media anata, en mejorar sus haciendas cuánto mejor se empleara!

DON LIBORIO Además de que así doy nuevo realce a mi casa, 270 me suena bien al oído cuando el Vizconde me llaman.

DON ANTONIO¡Raro capricho por cierto! El apellido que usaban nuestros padres repugnar, 275 tomando una enrevesada denominación, en prueba de que corre sangre hidalga por nuestras venas. Me acuerdo de un zapatero que ansiaba 280 porque sus hijos tuvieran apellido de prosapia ilustre; al tal zapatero Gil Fernández le nombraban, y aunque estaba bien, casó 285 con una que mendigaba, sólo porque su apellido era de Córdoba; aún anda hoy por Madrid, y Fernández de Córdoba a su hijo llaman. 290

DON LIBORIOPudiera usted excusar el cuento; en una palabra, Vizconde del Atochal es el nombre que me agrada, y el de Liborio Carrasco 295 siempre desazón me causa.

DON ANTONIOSegún eso, muchas gentes a usted, amigo, le enfadan, y yo he visto sobreescritos...

DON LIBORIOLos que escriben esas cartas 300 no saben que he titulado.

Pero usted...

DON ANTONIOCompadre, basta; que yo me acostumbraré en adelante, sin falta, a llamar a usted Vizconde 305 del Atochal.

DON LIBORIO Voyme a casa de mi novia a verla un rato, que he llegado esta mañana de la hacienda, y no la he visto.

DON ANTONIO (Aparte yéndose.) Es de condición extraña. 310 Tiene su vena de loco.

DON LIBORIOLa cabeza algo tocada. ¡En tocando ciertas cuerdas de tal modo disparata! Cuando un hombre se encasqueta 315 con algo, no se lo sacan de la cabeza. (Llamando a la puerta.) Abran luego. Muchachos: ¿no oyen?

Escena II

DON LIBORIO, COSME y BLASA, dentro de casa. COSME¿Quién llama?

DON LIBORIOAbre aquí. (Aparte.) ¡Con cuánto gusto me recibirán en casa 320 habiendo estado diez días

en el campo!

COSME¿Quién?

DON LIBORIOYo.

COSME¡Blasa!

BLASA¿Qué quieres?

COSMEAbre la puerta.

BLASAAbre tú.

COSMENo me da gana.

BLASANi a mí tampoco.

DON LIBORIOPor cierto 325 no está la contienda mala. ¡Y yo en la calle! ¿No me oyen?

BLASA¿Quién da golpes?

DON LIBORIO¡Oh, mal haya! Yo soy, yo.

BLASACosme.

COSME¿Qué dices?

BLASAQue es el amo, ¿no oyes?

COSMEAnda 330 Tú.

BLASA¿No ves que estoy majando?

COSMEY yo porque no se salga el canario, estoy teniendo cuidado con esta jaula.

DON LIBORIOEl que no abriere al instante 335 ni un solo bocado cata en tres días.

BLASA¿A qué vienes, si voy yo?

COSMEPues no está mala. Antes soy yo.

BLASAVete.

COSMEVete tú.

BLASAYo quiero abrir.

COSMEMañana. 340 Si he de abrir yo.

BLASAYa veremos.

COSMEPues ni tú.

BLASANi tú.

DON LIBORIOYa pasa de raya la tontería.

COSME (Saliendo a la puerta.) Yo he sido.

BLASA (Saliendo.) Mientes, que estaba antes yo.

COSMESi no estuviera 345 el amo aquí, te enseñara yo.

DON LIBORIO (Recibiendo un manotazo de COSME.) ¡Pícaro!

COSMEUsted perdone.

DON LIBORIO¡Haya bruto!

COSMESi es muy mala, señor.

DON LIBORIOEa, callen ambos, y respondan. ¿Hay en casa, 350 Cosme, alguna novedad?

COSMESeñor... (DON LIBORIO le quita el sombrero de la cabeza, y COSME se le vuelve, a poner.) A Dios gra... (DON LIBORIO se le quita otra vez, y COSME se le pone.) A Dios gracias Estamos bue...

DON LIBORIO (Quitándole el sombrero y tirándole.) Majadero, ¡el sombrero puesto me hablas!

COSMEEs verdad; si soy un bruto. 355

DON LIBORIO (A COSME.) Corre, y di que baje al ama.

Escena III

DON LIBORIO, BLASA. DON LIBORIO¿Ha sentido Isabelita mucho estos días mi falta?

BLASA¿Sentirlo? No.

DON LIBORIO¡No!

BLASASí tal.

DON LIBORIOPues ¿por qué?

BLASASe figuraba 360 cada instante que venía usted, y así a la ventana se asomaba cuando oía ruido; y un macho con carga, cualquier caballo o borrico, 365 que por la calle pasara, se pensaba que era usted.

Escena IV

DON LIBORIO, DOÑA ISABELITA, COSME, BLASA. DON LIBORIO¡Con la costura agarrada! ¡Buena señal! Isabel, ¿no te alegras de verme, habla, 370 de vuelta de mi viaje?

DOÑA ISABELITA¡Ay! Sí señor, a Dios gracias.

DON LIBORIOYo también celebro mucho verte tan buena y tan guapa. ¿Ha ido bien?

DOÑA ISABELITAMenos las pulgas, 375 que por las noches me matan.

DON LIBORIOYa tendrás quien las espante.

DOÑA ISABELITAMe alegro.

DON LIBORIOYa lo pensaba así yo. ¿Qué estás haciendo?

DOÑA ISABELITAUn jubón de mangas largas. 380 Las camisas de dormir de usted ya están acabadas.

DON LIBORIOEstá muy bien; anda arriba, y un rato muy breve aguarda, que quiero evacuar ahora 385 un asunto de importancia.

Escena V

DON LIBORIO solo.) DON LIBORIODíganme ustedes, señoras, las cultas latiniparlas, las que repasan novelas, y de prosa y verso fallan, 390 si todo su saber vale tanto como la ignorancia ingenua, el candor amable de esta inocente muchacha. Aquel que porque su novia 395 es noble y rica se casa, no se queje, si después le aconteciere desgracia...

Escena VI

DON LEANDRO, DON LIBORIO. DON LEANDRO¿Qué miro? ¿Me engaño? ¿Es él? No... sí... no... sí tal... la cara... 400 Le...

DON LEANDROSeñor don Li...

DON LIBORIOLeandro.

DON LEANDROSeñor don Liborio.

DON LIBORIO¡Cuánta dicha! ¿Cuándo llegó usted?

DON LEANDROAyer hizo una semana.

DON LIBORIO ¿De veras?

DON LEANDROEstuve a verle 405 a usted; mas no le hallé en casa.

DON LIBORIOEstaba en el campo.

DON LEANDROYa lo supe.

DON LIBORIOEl Cielo me valga. ¡Qué alto que está, qué buen mozo! ¡Quien le vio que no me daba 410 más arriba que mi muslo!

DON LEANDROYa usted ve.

DON LIBORIO¿Y padre en qué trata? ¿Está bueno? ¡Qué sujeto tan lindo! ¡Qué bella pasta! A mí me interesan tanto 415 sus cosas; sí, pues ya pasa de cuatro años que le vi la postrer vez, y ni carta he tenido desde entonces suya.

DON LEANDROPues más salud gasta 420 que usted y que yo, robusto y alegre como una pascua. Cuando me vine a Madrid, para usted me dio una carta; pero en otra posterior 425 me avisa de su llegada a la corte muy en breve, y no me dice la causa de su venida. ¿Conoce usted a un hombre que llaman...? 430 No me acuerdo... Él es indiano, y viene de Guatemala Muy rico.

DON LIBORIOSi usted no dice su nombre...

DON LEANDROTengo tan mala memoria... ¡Ah! sí, don Enrique. 435

DON LIBORIONo le conozco.

DON LEANDROPues me habla de él mi padre cual si yo debiera tener muy largas noticias de este sujeto, y juntos los dos viajan 440 en un coche de colleras que viene a Madrid.

(DON LEANDRO entrega una carta de DON PABLO a DON LIBORIO.) DON LIBORIO¡Con cuánta satisfacción le veré cuando quiera honrar mi casa! (Habiendo leído la carta.) Todos estos cumplimientos 445 son cosa muy excusada tratando con un amigo; sin gastar pólvora en salvas disponga usted de mi bolsa.

DON LEANDROPues le cojo la palabra 450 a usted, amigo, al instante; justamente me hacen falta cien doblones.

DON LIBORIOAquí están; quiso Dios que los llevara. Guárdese usted el bolsillo 455 también.

DON LEANDROUn recibo...

DON LIBORIOBasta. ¿Cómo encuentra usted la corte?

DON LEANDROBellos paseos y casas, muchísimas diversiones.

DON LIBORIOAquí, amigo, nunca faltan. 460 Sobre todo los que gustan de galantear las damas tienen siempre en qué emplearse; que se halla tal abundancia de mujeres, que es portento, 465 y todas de buena pasta. Los maridos muy bondosos; las morenas y las blancas de una índole tan suave, que es bendición obsequiarlas. 470 ¡Y cuántos enredos urden! Si es una comedia; vaya, ¿a que en este corto tiempo que hace que llegó usted, anda metido ya con alguna? 475 Hábleme usted a las claras. Querido, los buenos mozos en muy pocos días ganan mucha tierra, y los maridos con ellos corren borrasca. 480

DON LEANDROSi he de decir la verdad, aquí en esta misma plaza traigo cierto galanteo entre manos, y no en mala situación.

DON LIBORIO (Aparte.) ¡Qué bueno es eso! 485 Esto es lo que yo aguardaba, qué contar y qué reír a costa de alguien que clava su casta mitad.

DON LEANDROMas fío que de entre los dos no salga 490 el secreto.

DON LIBORIONo por cierto.

DON LEANDROSon cosas tan delicadas, que si a divulgarse llegan se echa a perder la maraña. Es el caso que una hermosa 495 me tiene prendada el alma, y he logrado introducirme en su casa con mi maña; y no va mal el negocio; lo digo sin alabanza. 500

DON LIBORIO (Riéndose.) ¿Y es?

DON LEANDRO (Enseñándole la casa de DOÑA ISABELITA.) Una niña, que habita en esa casa inmediata dada de verde; inocente, como que ha sido criada sin trato de gente, en fuerza 505 de la condición extraña de quien le dio educación, que es hombre de ideas raras. Pero, aunque tan ignorante, tiene mil sencillas gracias 510 que cautivan; unos ojos tan tiernos, unas miradas tan expresivas; yo al punto que la vi le rendí el alma. Pero acaso usted conoce 515 la beldad que me arrebata los sentidos; es su nombre Isabelita.

DON LIBORIO (Aparte.) ¡Qué rabia!

DON LEANDROQuien la guarda es un ricote, que me parece se llama 520 el Vizconde del Tronchal, o Estuchal, si no me engaña la memoria; un ente raro, manïaco, según hablan las gentes; ¿es conocido 525 de usted?

DON LIBORIO (Aparte.) El hombre me ensalza.

DON LEANDRO¿Qué me dice usted?

DON LIBORIOQue sí le conozco.

DON LEANDRO¿Y no me engañan? ¿Es loco?

DON LIBORIOHe.

DON LEANDRO¿Qué es he? ¿Sí? Pues; cuando lo dicen tantas 530 gentes, no han de equivocarse todos; la cosa está clara. Y celoso como un diablo; un majadero de marca. Ello es que yo estoy perdido 535 de amor de la beldad rara de Isabelita; es un dije; y a fe mía que dejarla en manos de ese mostrenco fuera cosa que clamara 540 venganza al cielo; el dinero que usted me ha prestado es para dar a esta aventura cima, porque el oro, amigo, allana estorbos, vence imposibles, 545 y en amor y en guerra acaba con las más arduas empresas. ¿Pero usted no dice nada, y está serio? ¿Desaprueba que siga la comenzada 550 aventura?

DON LIBORIONo; tenía la cabeza algo...

DON LEANDROLe cansa

a usted la conversación. Agur; iré a dar las gracias por sus favores a usted. 555

DON LIBORIO (Creyendo que se ha ido.) Satanás mismo...

DON LEANDRO (Volviendo.) Que nada sepa nadie de este lance; reserva y silencio.

DON LIBORIO (Creyendo lo mismo.) El alma se me...

DON LEANDRO (Volviendo.) No lo diga usted a padre, que se enfadara. 560

DON LIBORIO (Creyendo que vuelve.) ¡Ah...!

Escena VII

DON LIBORIO solo. DON LIBORIO¡Ah! ¡Qué rato me ha dado! Nunca he tenido más mala media hora. ¡Con qué imprudencia el tronera me contaba a mí propio sus amores! 565 Con mi título se engaña. Es cierto; y no se podía figurar con quién hablaba. ¡Qué atolondrado! ¡Qué loco! Jamás vi tal tarambana. 570 Pero yo también debía

aguardar que se explicara, habiendo aguantado tanto. Cierto que fue mucha falta de juicio no dejarle 575 que siguiera con su charla, y averiguar de raíz el estado en que se hallaba su galanteo maldito. Busquémosle sin tardanza, 580 que no puede haber andado mucho; y sepamos con maña si está ya muy adelante su amor. Es mucha desgracia averiguar ciertas cosas, 585 que más valiera ignorarlas.

Acto II

Escena I

DON LIBORIO solo. DON LIBORIOMirándolo bien, he sido en no encontrarle dichoso; que no me hubiera podido reportar, porque estoy todo inmutado, y no conviene 5 que él sepa que soy yo propio quien a Isabelita guarda; pero no soy yo tan tonto que deje que un mozalbete, que apenas le apunta el bozo, 10 confunda todas mis tretas. No; que yo sabré muy pronto oponer a sus amores insuperables estorbos.

Averigüemos primero 15 en qué estado está el negocio. Yo ya miro a la muchacha como si fuera su esposo; no puede dar un tropiezo sin que ceda en mi desdoro 20 y en mi deshonra; sin duda fue tentación del demonio el irme y dejarla sola. ¡Qué viaje tan costoso! Maldita mi ausencia sea. 25 (Llama a la puerta.)

Escena II

DON LIBORIO, COSME, BLASA. COSMEEsta vez abrimos pronto, que...

DON LIBORIO Silencio. Ven aquí. Anda acá tú. ¿Qué, estáis sordos? Con viveza, o juro a Dios...

BLASA¡Si pone usted unos ojos, 30 señor, que me mete un miedo!

DON LIBORIOBribones, ¡ese es el modo de cumplir con lo que mando!

BLASA (Hincándose de rodillas.) ¡Ay, señor! Por San Antonio no me coma usted.

COSME (Aparte.) ¿Le habrá 35 mordido un perro rabioso?

DON LIBORIO (Aparte.) La respiración me falta. Paf; sin remedio me ahogo; la gota sudo tan gorda. (A COSME y a BLASA.) Malditos, ¿conque aquí un mozo 40 ha venido, mientras...? (A BLASA que se quiere escapar.) Mira, si te mueves... (A COSME, que también se quiere ir.) Oyes, tonto, si te meneas... (A BLASA, que hace lo mismo.) ¿No he dicho que te estés quieta?... (A los dos, que se quieren ir.) Pues voto a Jesucristo que mato 45 a quien diere un paso solo. ¿Cómo fue el meterse en casa ese hombre de mil demonios? Vamos, responded apriesa; sin pararse: pronto, pronto. 50 ¿Conque no se me responde?

BLASA y COSME¡Ay, ay!

COSME (Hincándose otra vez de rodillas.) Señor, si estoy tonto con el susto.

BLASA (Hincándose también de rodillas.) Si no acierto.

DON LIBORIO (Aparte.) Hecho una sopa estoy todo de sudor; mejor será 55 que aguarde a cobrar un poco el aliento. ¿Quién dijera, cuando le veía con otros muchachos andar tirando cantos y jugando al toro, 60 que había de darme tanto

que sentir en siendo mozo? Estoy que pierdo el juïcio. Más vale saberlo todo de la propia boca de ella. 65 Moderemos el enojo, y averigüemos el caso sin cólera ni alboroto. Paciencia, pecho, paciencia. (A COSME y a BLASA.) Subid al punto vosotros, 70 y que baje Isabelita. Esperad. (Aparte.) Mas bien escojo ir a llamarla yo mismo. Le dirían lo furioso que me he puesto, y no conviene 75 que lo sepa... (A COSME y a BLASA.) En este propio sitio me habéis de aguardar.

Escena III

COSME, BLASA. BLASA¡Jesús, Cosme, qué rabioso! De pies a cabeza tiemblo. Si parecía un demonio. 80 ¡Y qué feo que se pone!

COSME¿No te dije yo que el otro le enfadaría? ¿Lo ves?

BLASA¿Por qué querrá que nosotros la guardemos a nuestra ama 85 tanto, y se pone hecho un toro cuando un mozo viene a verla?

COSMEEso, Blasa, es que los mozos

le dan celos.

BLASA¿Y por qué se los dan?

COSMEPorque es celoso. 90

BLASA¿Pues por qué lo es, y por qué echa fuego por los ojos?

COSMEConsiste eso en que los celos... ¿me entiendes...? son cosa... como si te clavaran a ti 95 treinta agujas... Mira: si otro, cuando tienes muchas ganas, y estás comiéndote un pollo, te quitara la mitad, y se la zampara, ¡poco 100 te enfadaras!

BLASAYa se ve.

COSMEPues, Blasa, del mismo modo viene a ser, pintiparado. Figúrate que es el pollo la mujer; que el hombre tiene 105 ganas, y viene un goloso a comerse una pechuga, o cosa tal; el demonio se le reviste en el cuerpo con mucha razón al otro. 110

BLASA¿Pero por qué no se enfadan, como hace mi señor, todos? ¿No ves tantas señoritas, que andan con señores mozos, y muy majos, sin que riñan 115 los maridos? Pues conozco a muchas yo.

COSMEEso consiste en que dejan a los otros

comer en su mismo plato, porque no son tan ansiosos, 120 ni tan glotones.

BLASAEl amo viene, si no me equivoco.

COSMETienes buena vista; él es.

BLASA¡Qué triste que viene!

COSMEComo que tendrá algún sentimiento. 125

Escena IV

DON LIBORIO, COSME, BLASA. DON LIBORIO (Aparte.) Un filósofo famoso de Grecia dio un buen consejo, que debieran seguir todos, al emperador Augusto; y fue, que si mucho enojo 130 alguna cosa le diera, en voz baja y con reposo dijera el abecedario entero, que es un buen modo de que se temple la cólera. 135 Yo lo veo por mí propio en este lance; ya estoy más sosegado, y con tono natural; a Isabelita podré hablar, y saber todo 140 cuanto pasa de su boca, y averiguar con mañoso artificio si ha llegado el chasco a ser tanto como me recelo. Estando el día 145

tan sereno y tan hermoso, la he llamado con achaque de pasear, porque a fondo me cuente el maldito lance que me trae vuelto tonto. 150 Aquí esta ya.

Escena V

DON LIBORIO, DOÑA ISABELITA, COSME, BLASA. DON LIBORIOIsabel, vamos (A COSME y a BLASA.) Vosotros, adentro pronto.

Escena VI

DON LIBORIO, DOÑA ISABELITA. DON LIBORIOBueno está el paseo.

DOÑA ISABELITABueno.

DON LIBORIO¡Y qué hermoso el cielo!

DOÑA ISABELITAHermoso.

DON LIBORIO¿Qué hay de nuevo?

DOÑA ISABELITAQue se ha muerto 155 aquel gatito tan mono.

DON LIBORIO¡Qué desgracia! Pero es fuerza conformarse, que al fin somos mortales; hoy se fue el gato, mañana iremos nosotros. 160 ¿Ha llovido algo estos días?

DOÑA ISABELITANo.

DON LIBORIOMientras estabais solos, ¿no te fastidiabas?

DOÑA ISABELITANunca me fastidio yo.

DON LIBORIO Di, en todo este tiempo, ¿qué te has hecho? 165

DOÑA ISABELITASeis camisas y seis gorros.

DON LIBORIO (Después de haber estado pensativo un rato.) ¡Ah! ¡Cómo miente la gente! Vaya, ¡qué tales embrollos levantan! ¡Pues no me han dicho los vecinos que aquí un mozo 170 entraba todos los días, y estaba las horas solo contigo! ¡Malditas lenguas, y mentiras de envidiosos! Yo quise apostar a que era 175 todo falso testimonio.

DOÑA ISABELITA¡Jesús! Pues hubiera usted perdido la apuesta.

DON LIBORIO¿Qué oigo? ¿Conque es la verdad que un hombre...?

DOÑA ISABELITATan verdad, que un punto solo 180

no se apartaba de casa. Siempre junto a mí.

DON LIBORIO (Aparte, en voz baja.) ¡Donoso va el cuento! Pero a lo menos es tal su candor, que en todo dirá la pura verdad. 185 (Recio.) Pero si no me equivoco te dije que a nadie vieras hasta volver yo.

DOÑA ISABELITAMas, como sucedió el lance, no pude hacer menos; y lo propio 190 hubiera hecho usted que yo.

DON LIBORIOPuede; cuéntale.

DOÑA ISABELITAEs gracioso, y extraño sobremanera. Estaba yo haciendo un gorro al balcón, cuando hete aquí 195 que acierta a pasar un mozo muy lindo; mira, y se quita, el sombrero; con que al pronto, para que él no se pensara que trataba con un topo, 200 le hice yo mi cortesía; él muy atento con otro besamanos corresponde; yo, sin quitar de él los ojos, le hago cortesía nueva; 205 la tercera vez lo propio sucede; y yo, siempre lista, con otra le correspondo. Se va, y vuelve, y pasa varias veces, y con mucho modo 210 me quita siempre el sombrero; yo, plantada como un tronco en el balcón, le miraba de hito en hito, sin que en todo el día diera puntada, 215 siendo en mí lance forzoso pagarle sus cortesías

con otras, porque este mozo no dijera que tenía más crianza que yo; y como 220 no hubiera sido porque vino la noche, los ojos no hubiera quitado de él.

DON LIBORIONo va mal.

DOÑA ISABELITAPues luego al otro día una vieja me viene 225 a ver, y hablándome en tono muy compasivo, me dice: «Bendiga Dios ese rostro tan bello, hija, y le conserve tan lozano y tan hermoso 230 muchos años; pero usted no abuse de sus preciosos dones, que le ofendería, y sepa que un lindo mozo le tiene muy mal herido...». 235

DON LIBORIO¡Haya bruja del demonio!

DOÑA ISABELITA¡Yo le tengo, digo, herido! «Sí, dice, y muy peligroso que es su estado; es aquel joven de ayer». Señora, mi asombro, 240 hago yo, es mucho: ¿cayó, mientras pasaba ese mozo, un ladrillo del balcón sin verlo yo? «No; sus ojos, me hace la vieja, hija mía, 245 han causado este trastorno; y si usted no lo remedia, le enterraremos muy pronto». Mucho lo siento. ¿En qué puedo, le hago yo, darle socorro? 250 «Hija, me dice la vieja, verla es lo que anhela sólo; él sanará con su vista de la herida que sus ojos le hicieron». Con mil amores 255 venga al punto, le respondo, visíteme cuando guste.

DON LIBORIO (Aparte.) Vieja, que Lucifer propio trajo a mi casa, el infierno te pague tu pïadoso 260 mensaje.

DOÑA ISABELITADe esta manera sanó el mancebo muy pronto. Diga usted, ¿tuve razón? Si se hubiera el pobre mozo muerto por no darle yo 265 remedio tan fácil, ¿cómo hubiera dado a Dios cuenta? Si veo matar un pollo echo a llorar; ¡y dejara morir a un hombre que sólo 270 con visitarme sanaba!

DON LIBORIO (En voz baja, aparte.) Puede alegar en su abono su ignorancia; culpa es mía. ¡Que haya sido yo tan tonto que con mi ausencia dejara 275 expuesta al diente del lobo esta simple corderilla! Mucho me temo que el loco se haya propasado a cosas, si no encontró con estorbos, 280 sobremanera pesadas.

DOÑA ISABELITA¿Qué es eso? O yo me equivoco, o gruñe usted entre dientes; ¿le parece mal mi modo de proceder?

DON LIBORIONo por cierto. 285 Pero dime ahora, ¿ese mozo qué hacía cuando se hallaba contigo en visita solo?

DOÑA ISABELITA¡Ay! estaba tan contento; no cabía en sí de gozo; 290 sanó luego de su achaque; ¡me ha dado un medallón de oro

tan bonito! Y Cosme y Blasa, vaya, no le quieren poco, que les da tanto dinero; 295 así le queremos todos; y usted también le querría si le viera entre nosotros.

DON LIBORIO¿Pero qué hacía contigo, cuando ambos estabais solos? 300

DOÑA ISABELITADecirme que me quería mucho; que tenía un rostro muy peregrino; y mil cosas tan bonitas, y en un tono tan amable, que en mi vida 305 tuve ratos más gustosos que mientras se las oía; ¡y aun de acordarme me pongo tan encendida!

DON LIBORIO (En voz baja, aparte.) ¡Funesto examen, en que el curioso 310 es a quien le dan tormento! (En voz alta.) Y dime, después de todos esos requiebros, ¿te hacía algún cariño amoroso?

DOÑA ISABELITANo es nada; se le bañaban 315 en tierno llanto los ojos, y me cogía las manos, y me las besaba, loco de gozo.

DON LIBORIO¿Y no te cogió más que la mano ese mozo? 320 (Viendo que se ha quedado confusa.) ¡Hu!

DOÑA ISABELITAMe...

DON LIBORIO¿Qué?

DOÑA ISABELITACogió...

DON LIBORIOAdelante.

DOÑA ISABELITAEl...

DON LIBORIO¿El qué?

DOÑA ISABELITANo acierto cómo decirlo, que ha de reñirme usted.

DON LIBORIONo haré.

DOÑA ISABELITASí tal.

DON LIBORIOVoto a quien soy, no.

DOÑA ISABELITADeme usted 325 palabra.

DON LIBORIOBien.

DOÑA ISABELITASi conozco que se ha de enfadar usted si lo digo.

DON LIBORIONo tal.

DOÑA ISABELITASí.

DON LIBORIOOtro te pego: no, no, no, no. ¿Qué te cogió? Dilo pronto, 330

y no me hagas condenar.

DOÑA ISABELITAMe cogió...

DON LIBORIO (Aparte.) ¡Yo no sé cómo no reviento!

DOÑA ISABELITAMe cogió aquel collar tan hermoso de aljófar, que me dio usted 335 el día de San Liborio. Yo no lo pude estorbar.

DON LIBORIO (Tomando respiración.) Salimos en fin de ahogo, si cogió sólo el collar. ¿Pero no te hizo tampoco 340 más que besarte las manos?

DOÑA ISABELITA¿Pues qué, señor don Liborio, se hacen acaso otras cosas?

DON LIBORIONo; pero como ese mozo me dices que estaba malo, 345 bien te pudo pedir otro remedio para su achaque.

DOÑA ISABELITA No hizo; y, por darle socorro, si él otra cosa me pide, al instante se la otorgo. 350

DON LIBORIO (Aparte, en voz baja.) Demos mil gracias a Dios; no he sido poco dichoso en que haya parado en esto; pero hago solemne voto de no quejarme de nadie, 355 si segunda vez me expongo. (En voz alta.) Este lance, Isabelita, es de tu candor abono.

No te riño; a lo hecho pecho; pero de veras te exhorto 360 a que huyas de ese galán; que su designio no es otro que el de burlarse de ti, y satisfacer su antojo.

DOÑA ISABELITA¿Qué? No señor. Si me ha dicho 365 más de cien veces él propio que siempre me ha de querer.

DON LIBORIONo conoces su alevoso pecho, Isabel; pero sabe que quien medallones de oro 370 toma, y escucha requiebros de esos pisaverdes locos, permitiendo que le besen las manos, y le hagan otros cariños, hace un pecado 375 mortal, y aquel que mas odio le tiene Dios.

DOÑA ISABELITA¡Un pecado! ¿Y por qué le causa enojo a Dios eso?

DON LIBORIO¿Por qué, dices? Porque son pecaminosos 380 esos gustos, y los veda la ley de Dios.

DOÑA ISABELITA¿Pero cómo se enoja el Cielo por cosas que se hacen con tanto gozo? Jamás he tenido ratos, 385 hasta ahora, tan gustosos, ni supe que los hubiese.

DON LIBORIOCierto que es muy delicioso esto de hacerse cariños; pero, porque sea como 390 Dios manda, es fuerza casarse.

DOÑA ISABELITA¿Y qué, no alcanza el enojo de Dios a los que se casan, ni pecan?

DON LIBORIONo.

DOÑA ISABELITA¡Qué gracioso! Pues cáseme usted al punto, 395 que eso se despacha pronto.

DON LIBORIOMás lo anhelo yo que tú, y para casarte sólo he venido de mi hacienda.

DOÑA ISABELITA ¿De veras?

DON LIBORIOSí.

DOÑA ISABELITA¡Qué alborozo! 400

DON LIBORIONo dudo yo que te guste, querida, este matrimonio.

DOÑA ISABELITA¿Quiere usted que ambos nos...?

DON LIBORIOCierto.

DOÑA ISABELITATengo de hacer tantos cocos y tantos mimos a usted. 405

DON LIBORIOVerás si te correspondo.

DOÑA ISABELITAMire usted; si se chancea, de veras que me incomodo. ¿Me dice usted la verdad?

DON LIBORIOTú lo verás, y muy pronto. 410

DOÑA ISABELITA¿Nos casaremos?

DON LIBORIOSí.

DOÑA ISABELITA¿Cuándo?

DON LIBORIOEsta noche.

DOÑA ISABELITA (Riéndose.) ¿Sí? ¡Qué gozo! ¡Esta noche!

DON LIBORIO¿Qué, te ríes?

DOÑA ISABELITASí señor.

DON LIBORIOYo no tengo otro gusto que dártele a ti. 415

DOÑA ISABELITANo puede haber matrimonio más a mi placer; mañana le podré llamar mi esposo. Vaya usted por él.

DON LIBORIO¿Por quién?

DOÑA ISABELITA¿Por quién será? Por el otro. 420

DON LIBORIO¡El otro! Buena la hicimos. No se trata aquí de esotro. El que con usted se casa no es, señora, el lindo mozo que adolece de una herida 425 mortal que hicieron sus ojos. Déjele usted que se muera; que desde ahora dispongo que no me entre nunca en casa.

Has de hacer oídos sordos, 430 si te hablare; y si llamare, darás con la puerta al mono en los hocicos, y luego con un guijarro bien gordo, que le tires del balcón, 435 le echarás de aquí, que a todo tengo yo de estar presente, sin que él lo sepa. ¿Qué modo es ese? ¿Qué estás gruñendo?

DOÑA ISABELITA¡Qué lástima! ¡Es tan buen mozo! 440

DON LIBORIO¿Qué se entiende?

DOÑA ISABELITASi no tengo corazón...

DON LIBORIOSi chistas, voto a Dios que... vamos arriba.

DOÑA ISABELITA¿Quiere usted...?

DON LIBORIOLo que dispongo quiero que, sin replicarme, 445 se obedezca; vamos pronto.

Acto III

Escena I

DON LIBORIO, DOÑA ISABELITA, COSME, BLASA.

DON LIBORIOSí; te has portado muy bien; has cumplido sin disputa con cuanto yo te mandé. El mancebito sin duda que se habrá quedado helado. 5 Tanto vale, Isabel, una persona que a salvamento nuestra inocencia conduzca. Tú te hallabas en camino de perdición; y segura 10 era tu condenación, si un momento más escuchas a quien quería engañarte. Todos son unos en suma los mozalbetes del día; 15 pelo bien cortado, mucha chorrera muy bien plegada, y con esto más diablura esconden que Satanás; siempre están fraguando alguna 20 malicia por dar al traste con aquella, que descuida la guarda de su virtud. Por fin, de esta barahunda has salido con honor; 25 y, según se me barrunta, la piedra que le tiraste no le ha dejado con muchas esperanzas de que tú alientes más sus locuras; 30 y lo que acabas de hacer a que acelere estas nupcias me persuade; mas antes quiero que escuches en suma todas las obligaciones 35 de una doncella que muda de estado; tú retenerlas con mucho esmero procura. (A COSME y a BLASA.) Una silla aquí a la puerta; y si alguno no ejecuta 40 lo que mando...

BLASA¡Qué! Si entrambos lo tenemos todo en la uña. Buen perro nos quiso dar el tal mocito.

COSMEQue nunca beba yo vino, si entrare 45 más en casa, por más bulla que meta; es un majadero. Anteayer me dio una chupa que tenía un desgarrón.

DON LIBORIOPues sin tardanza ninguna 50 traed lo que tengo dicho para comer. (A COSME.) Tú pregunta por el vecino escribano, que quiero que la escritura de mi casamiento otorgue, 55 con lo demás que me cumpla.

Escena II

DON LIBORIO, DOÑA ISABELITA. DON LIBORIO (Sentado.) Óyeme con atención: suelta, Isabel, la costura, y no has de pestañearme mientras yo hable, que es de mucha 60 importancia lo que voy a decir, y quiere suma meditación... De hito en hito mirando; no pierdas una palabra; los ojos puestos 65 (Señalando la frente.) aquí... Tienes la fortuna de que me case contigo. Da gracias de tu ventura a Dios mil veces al día; porque, siendo tú de cuna 70 villana, mi bondad quiso, sacándote de tu oscura condición, llamarte mía, y a Vizcondesa te encumbra

del Atochal, despreciando 75 veinte hidalgas cejijuntas, y algunas lindas y ricas. En fin, Isabel, tú ocupas mi lecho; y porque más bien tus obligaciones cumplas, 80 siempre has de tener presente que cuanto eres, a mi mucha bondad se lo debes todo. Piénsalo así, y no presumas jamás alzarte a mayores, 85 porque yo tampoco nunca de esta boda me arrepienta. El matrimonio no es chufla, Isabel; que trae consigo obligaciones de mucha 90 entidad; y yo no quiero que, por ser mi esposa, arguyas que has de hacer lo que quisieres, y vivir a tus anchuras. El marido ha de mandar 95 solo en casa, y sin excusa la mujer obedecerle, que la potencia absoluta pertenece a los calzones, y el sexo imberbe sin duda 100 nace esclavo del barbado. Aunque la mujer es una mitad del género humano, no por eso se concluya que sea igual al varón; 105 que fuera poca cordura. Una es mitad soberana, otra vasalla, y se ajusta en todo por la que manda; una es árbitra absoluta, 110 y la otra su humilde esclava. Lo que ves que una criatura hace por obedecer a cuanto su padre gusta; cuanto un buen criado al amo; 115 cuanto un donado procura contentar al guardïán, y el bisoño de recluta al sargento, es friolera todo para la profunda 120 veneración y respeto, humildad y compostura con que una mujer casada, que con su obligación cumpla,

ha de mirar a su esposo, 125 a su jefe, a su amo, en suma, a su soberano dueño. La mujer que no se asusta cuando el marido le pone ceño, y no se queda muda, 130 y sin levantar los ojos de la tierra, sin disputa es una mala mujer. En el día se hallan muchas que no siguen estas reglas; 135 no imites nunca esas sucias, y mira cómo las gentes de su conducta murmuran. El diablo anda siempre listo, y hacernos caer procura 140 en tentación; y por eso, Isabel, te encargo que huyas de esos mancebitos lindos; piensa que de tu conducta pende mi honra, y que con poco 145 se amancilla o se deslustra, porque el honor no consiente que se anden con él en burlas, y el demonio en el infierno tiene calderas profundas 150 de azufre y de pez ardiendo para castigar las culpas de las que contra el honor pecan; no, pues no hablo en burlas, sino muy de veras: cuenta, 155 Isabel, con que si escuchas dócil todos mis consejos, tendrás el alma más pura y cándida que un armiño. Pero si el diablo, que busca 160 ocasión para perderte, lo logra, quedas más sucia y más negra que un tizón, y cuando mueras, sin duda te vas derecha al infierno 165 como un huso, para nunca jamás ver a Dios; el Cielo de tamaña desventura te libre. La cortesía... Así va bien... Mira, estudia 170 un papelito que voy a darte, y que encierra en suma cuanto deben las casadas hacer, y merece mucha

contemplación; no conozco 175 a su autor; pero es de pluma bien cortada, y no era lerdo. Apréndeme una por una estas reglas de memoria, hasta tenerlas en la uña 180 como el beabá, que en esto nunca daña lo que abunda. Léelas, a ver si aciertas, (Se levanta.) o tropiezas en alguna.

(Reglas del matrimonio u obligaciones de la mujer casada con su ejercicio cotidiano.)

(Regla primera.) DOÑA ISABELITA (Leyendo.) «La que al conyugal lecho 185 el sacramento santo introdujere, grabe bien en su pecho que aunque en doscientas lo contrario viere su esposo para sí solo la quiere».

DON LIBORIOYo te explicaré otro día 190 esta máxima profunda; ahora lo que conviene es que sigas la lectura.

DOÑA ISABELITA (Siguiendo.) (Regla segunda.) «Nunca en vanos arreos dinero y tiempo gaste inútilmente; 195 cuando de su marido los deseos satisfechos están, es suficiente; ni importa parecer a todos fea, con que para su esposo no lo sea». (Regla tercera.) «Una mujer honrada 200

no estila colorete, pastas de olor, perfumes ni pomada. Quien tales cosas a gastar se mete, no lo hace por petar a su marido, sino por agradar a algún querido». 205 (Regla cuarta.) «Los ojos en el suelo clavados siempre, o puestos en el cielo, por la calle los lleve, porque sólo a su esposo mirar debe». (Regla quinta.) «Visitas no reciba 210 de otros que los amigos del marido, que en esto la opinión de honrada estriba; y es, uso muy valido que los que más a ver la mujer vengan, menos que hacer con el marido tengan». 215 (Regla sexta.) «Regalos nunca admita, que en el siglo presente el que da solicita, y la que toma, en dar también consiente». (Regla sétima.) «Tinta, papel y pluma 220 la que tiene recato siempre excusa; escríbalo el marido todo en suma, que la honrada mujer ni firmar usa». (Regla octava.) «De toda concurrencia huya, porque es funesta a la inocencia. 225 Allí contra el honor de los esposos conspiran mil ociosos. Cuando concursos tales prohibidos estén, irá mejor a los maridos». (Regla novena.) «La mujer recatada 230 de aficionarse al juego líbrese más que de caer al fuego;

porque a veces perdiendo una jugada, aventurarse suele aquello que al marido más le duele». 235 (Regla décima.) «Banquetes y paseos, a la fuente del Berro en el verano son meros devaneos, y pruebas de juïcio poco sano; que, aunque le den barato, 240 siempre el pobre marido paga el pato». (Regla undécima.)

DON LIBORIOLuego, cuando tú estés sola, acabarás la lectura; después yo te explicaré las reglas una por una. 245 Me acuerdo ahora que tengo un asunto, que es de mucha entidad, que despachar. Muy presto volveré; estudia ese libro, y no le pierdas. 250 Si el escribano pregunta por mí, dile que me espere.

Escena III

DON LIBORIO solo. DON LIBORIOCierto, fue mucha fortuna haber topado con tal mujer, con alma tan pura. 255 Es más blanda que una cera; la forma que más me cumpla le puedo dar a mi antojo. En poco estuvo sin duda que su sobrada inocencia 260 me trajese desventura; pero vale más que peque

por simple que por aguda, porque a males de esta especie fácilmente se halla cura; 265 y una simple los consejos de su esposo los escucha con docilidad; y si otros la descaminan alguna vez, vuelve al camino recto, 270 así que se lo insinúa su marido... ¡Oh! no es lo mismo mujer discreta, picuda, culta y marisabidilla, que no hay mollera segura 275 de desmán con ella, haciendo de nuestros consejos burla, y tratando nuestras máximas de chochez y paparruchas de antaño; y si se les planta 280 en el caletre, no hay duda; hemos de entrar en el gremio sin apelación ni excusa; que no hay precaución que valga contra sus artes y astucias, 285 y su habilidad les sirve para que mejor encubran sus vicios con el afeite de recato y compostura. Vaya; peor que el demonio 290 es una mujer astuta. ¡A cuántos conozco yo que, por su mala ventura, no me dejarán mentir! Pero en medio de esta bulla 295 estará mi mancebito maldiciendo su fortuna. Bien empleado le está. No callan cosa ninguna estos galanes del día; 300 un secreto los asusta; si se ven favorecidos de una dama, lo divulgan al momento, y se ahorcaran si todas sus aventuras 305 no las supiera la gente; y tan poco disimulan su vanidad, que a mi ver aquella que los escucha ha perdido la cabeza, 310 y que... aquí viene. ¡Qué mustia cara tiene! Averigüemos

el motivo de su angustia.

Escena IV

DON LEANDRO, DON LIBORIO. DO N LEANDROVengo de casa de usted. Parece estrella sin duda 315 que nunca pueda encontrarle. Al fin querrá mi fortuna...

DON LIBORIOPor Dios, dejemos, amigo, ceremonias importunas, que en amistad tan antigua 320 enojan, si no se excusan. Tantas personas malgastan el tiempo en esas tontunas, que no es cordura imitarlas. (Poniéndose el sombrero.) Esto es decir que se cubra 325 usted. Vamos; ¿los amores siguen bien? ¿Esa aventura va viento en popa? Yo estaba algo distraído en unas reflexiones, cuando usted 330 me la contó. Pero es mucha la presteza con que va; y el galanteo se anuncia con tan próspero semblante, que aguardo buenas resultas. 335

DON LEANDROSeñor don Liborio, ahora el lance de aspecto muda; que ha sucedido a mi amor un gran revés de fortuna.

DON LIBORIO¿Cómo así?

DON LEANDROLa suerte adversa, 340

que siempre de amor se burla, trajo al tutor de la niña a Madrid.

DON LIBORIO¡Qué desventura!

DON LEANDROY es lo peor que ha sabido la correspondencia oculta 345 de ambos.

DON LIBORIO¿De dónde mil diablos?

DON LEANDRONo sé; la cosa es segura. Esta mañana a las once, que es la hora que ella acostumbra recibirme, me presento, 350 cuando, saliendo con furia, el muchacho y la criada, me gritan: es importuna su visita de usted. Fuera; vaya a buscar aventuras; 355 y en los hocicos me dieron con la puerta con gran bulla.

DON LIBORIO¡Con la puerta en los hocicos!

DON LEANDROEn los hocicos.

DON LIBORIOSin duda es mucho chasco.

DON LEANDROLes quise 360 hablar por la cerradura de la puerta; pero a todo respondían: es tontuna, no quiere el amo que usted entre en casa.

DON LIBORIO¿Conque, en suma, 365 ellos no abrieron?

DON LEANDRO¡Sí, abrir! Para sacarme de dudas, Isabel, desde el balcón, me lo dijo en voz muy dura, y tirándome un guijarro. 370

DON LIBORIO¿Un guijarro?

DON LEANDRO¡Qué pregunta! Guijarro, y de buen tamaño, que, en pago de mis ternuras, me tiró ella con su mano.

DON LIBORIOMándole mala ventura, 375 amigo, a su amor de usted. Digo, y, si usted se descuida, le abre un palmo de cabeza.

DON LEANDROEn verdad me descoyunta el hombre con su venida. 380

DON LIBORIOTambién a mí me da mucha pena; sí, a fe de quien soy.

DON LEANDROEn pensarlo se me apura la paciencia.

DON LIBORIOPero creo que hallará usted compostura. 385

DON LEANDROVeremos de encontrar treta que en su casa me introduzca, sin que lo huela el celoso.

DON LIBORIOEn eso no hay poner duda. Ello es que la niña quiere 390 a usted.

DON LEANDROEs cosa segura.

DON LIBORIOPues lo logrará.

DON LEANDROLo espero así.

DON LIBORIOLo que más le asusta a usted es aquel maldito guijarro; pero se apura 395 sin motivo.

DON LEANDROEso es muy cierto. Al punto la mano oculta conocí de aquel vestiglo, que en guarda de mi hermosura anda siempre vigilante. 400 Pero la parte más chusca de la historia es la que queda por contar, y es una astucia de la niña, que me deja atónito, y que yo nunca 405 de su inocencia aguardara. Cierto es que el amor aguza el ingenio del más topo; la inteligencia más ruda la convierte en un instante 410 en lince; transforma y muda al hombre en otro distinto, y mudanzas absolutas en un punto, cual si fuera encanto, las ejecuta. 415 Hace pródigo al avaro; al rústico sin cultura hombre de buenos modales; al cobarde, que se asusta de todo, le infunde aliento; 420 y a la simple vuelve astuta. El amor este milagro ha obrado con la hermosura de Isabel; porque, fingiendo que me denuesta y me insulta, 425 dijo, al tirarme la piedra, alzando la voz: excusa usted de hacerme visitas, que su vista me importuna; ahí lleva usted mi respuesta; 430

y el guijarro, que le asusta a usted tanto, me traía, ¿lo dirá usted? carta suya; y tan apropiada al lance en que se halla, y que se ajusta 435 de modo a su situación, que la mujer más aguda y más discreta no hubiera dictado mejor ninguna. Es mucho maestro amor; 440 aquello que él no ejecuta, nadie lo conseguirá. ¿Qué dice usted? ¿No es astuta la invención para una niña tan inocente y tan pura? 445 ¿Qué piensa usted de la esquela? ¿Le parece bien la astucia? Y digo, ¿en esta comedia el celoso qué figura está haciendo? ¿No es verdad? 450 Hable usted.

DON LIBORIOSí; es cosa chusca. (DON LIBORIO se ríe de mala gana.)

DON LEANDRONo ríe usted lo bastante. Mire usted que es brava burla. El hombre, al ver que yo quiero a la muchacha, se asusta, 455 se atrinchera y fortifica con guijarros, como en una ciudadela amenazada de asalto, y con mucha furia a la gente de su casa 460 toda contra mí la azuza; mientras la niña inocente de las máquinas que el usa se vale para escribirme, y con sus ardides frustra 465 del celoso impertinente la vigilancia importuna. Yo, no obstante que su vuelta mis esperanzas destruya, reviento de risa, amigo, 470 al contemplar esta burla. ¡Pero usted está tan serio!

DON LIBORIO (Riéndose de mala gana.) Perdone usted, que me gusta, y me río cuanto puedo.

DON LEANDROPues no ha de haber cosa oculta 475 entre los dos; conque así quiero que de mi hermosura oiga usted leer la carta. No verá usted de una culta el estilo; pero sí 480 el candor y la ternura de un amor casto, inocente; bondad angélica; suma inocencia, y del afecto primero la impresión pura. 485

DON LIBORIO (Aparte, bajo.) ¡Bribona! De eso te sirve saber escribir. ¡Es mucha maldad! Y eso que previne que no te enseñaran nunca.

DON LEANDRO (Leyendo.) «Quisiera escribir a usted, y no sé cómo, ni por dónde empezar. Me vienen mil ideas, que deseara que usted las supiera, y no sé cómo decírselas, ni me fío de mis palabras. Ahora que empiezo a ver que me han dejado muy ignorante, me recelo de decir cosas que sean malas, o que no sea bueno decirlas. Y, cierto, que no sé lo que usted me ha hecho; pero sí que siento a par de muerte lo que me hacen que haga contra usted, y que será para mí de mucho sentimiento el estar sin usted, y que quisiera ser suya. Acaso es malo decir esto; pero yo no puedo menos de decirlo; y quisiera, si fuera posible, que no fuese malo escribirlo. Me dicen continuamente que todos los mozos engañan, que no se les debe dar oídos, y, que todo lo que usted dice es mentira; pero le aseguro a usted que todavía no me he podido figurar que no me trate usted verdad, y que sus palabras me agradan tanto, que no me puedo persuadir a que sean falsas. Dígame usted la verdad sin rebozo, porque como yo no tengo picardía, fuera mucha maldad si usted me engañara, y me parece que me moriría de la pesadumbre». DON LIBORIO (Aparte.) ¡Perra!

DON LEANDRO¿Qué tiene usted?

DON LIBORIONada. 490 Es tos.

DON LEANDRO¿Ve usted qué ternura en la expresión? Es un pasmo que una niña que así educan, y en tanta sujeción tienen, tan buen natural descubra. 495 Cierto que es una maldad, que no merece disculpa, haber dejado en tinieblas de ignorancia tan oscura inteligencia que luce 500 tanto, así que amor la alumbra; de amor es este prodigio; y si la suerte me ayuda, como yo lo espero, el bruto que la tiene entre sus uñas, 505 el pícaro, el majadero, el infame, le asegura mi...

DON LIBORIOAgur...

DON LEANDRO¿Se va usted tan pronto?

DON LIBORIOSiento mucho que me ocurra un asunto muy urgente. 510

DON LEANDROQuiere mi mala fortuna que la tenga tan guardada, que lo que más dificulta la empresa es no poder verla. Dígame usted, ¿no barrunta 515 algún medio de que yo en la casa me introduzca? Hablo con toda franqueza, porque entre amigos hay mutua obligación de servirse 520 en casos tales; discurra usted que mozo, criada, en fin, todos se conjuran contra mí, y por más esfuerzos que haga, ninguno me escucha. 525 Tenía una buena vieja,

que me servía con mucha fidelidad, y que, cierto, era un portento de astucia, de la madre Celestina 530 traslado, y de calenturas se murió habrá cuatro días.

DON LIBORIOLo pensaré a mis anchuras. Más bien a usted es factible que algún medio se le ocurra. 535

DON LEANDROPues adiós, hasta más ver...

Escena V

DON LIBORIO solo. DON LIBORIO¿Habrá alguien que tanto sufra, y que no reviente? El hombre toda mi paciencia apura. No sé cómo me contengo 540 sin que él conozca la zurra que me está pegando; y, digo, ¿la bribona tiene astucias? ¿Quién diablos le enseñaría tanta maldad? Y no hay duda, 545 ella quiere al picaruelo, y me aborrece, y se burla de mí; ¡pues estamos buenos! Y lo que más me trabuca los sentidos, y me pone 550 en una mortal angustia, es que la quiero de veras, de suerte que quien usurpa mi puesto en su corazón, dos heridas me hace en una, 555 en mi honor y en mi cariño... ¡Con que un mocosuelo frustra mi prudencia, y coge el fruto de mi afán...! Mi más segura venganza fuera dejarla 560

arrastrar de quien la empuja hacia su perdición; pero fuera mucha desventura perder la que tanto adoro. ¿De qué sirven mis profundas 565 meditaciones, si al cabo de mis años me subyuga una chicuela sin padres, sin caudal, de baja cuna, que desdeña mi cariño, 570 que de mis penas se burla, y olvida mis beneficios; y, aunque nada se me encubra, más la quiero cuanto más aborrecerla procura 575 mi pecho? ¡Ah loco! ¿No tienes vergüenza de la censura de los demás? Me daría mil bofetadas por una. Entraré a ver con qué cara 580 la bribona disimula tan infame alevosía. Si contra mí se conjuran los hados, y es signo mío que hasta mi mollera cunda 585 el mal de tantos maridos, dame a lo menos, fortuna, la resignación que sobra a otros para que lo sufra.

Acto IV

Escena I

DON LIBORIO solo.

DON LIBORIONo puedo parar; no sé qué hacerme, ni qué medidas tomar; pierdo la cabeza. ¿Qué haré para que las miras del mancebito arrimón 5 queden frustradas? La niña, ¡qué imperturbable descaro!, no, no la turba mi vista; y aunque ve que estoy sin mí, mi presencia no la agita. 10 Mientras más desasosiego tengo, ella está más tranquila y más risueña; y con todo, cuanto me enoja y me irrita más la chica, me parece 15 más hermosa todavía. Rabio, grito, me consumo, y nunca la vi más linda; nunca sus ojos más bellos me han parecido que hoy día; 20 nunca estuve tan prendado. Vaya, la cosa está vista: si me la birla el mocoso ha de costarme la vida. ¿Pues qué? ¡Haberla yo criado, 25 tomando tan exquisitas precauciones, y con tanto esmero, desde muy niña, para casarme con ella, cuando fuera grandecita; 30 trabajar, hace trece años, en prepararla a ser mía; cifrar en una esperanza tan halagüeña mi dicha; y ahora, que sazonado 35 el fruto, ya a cogerle iba, vendrá el otro con sus manos lavadas, porque a la chica le ha petado su figura, a dejarme frío! ¡Linda 40 cosa fuera, muy donosa! No, amiguito, no en mis días. O yo he de perder el nombre que tengo, o todas sus miras le han de salir al revés; 45 que no me ha de dar papilla, como a los niños que maman, ni hacerme objeto de risa.

Escena II

Un ESCRIBANO, DON LIBORIO. ESCRIBANOAquí está; a buena hora vengo. Tenga usted muy buenos días. 50 A otorgar esa escritura, pues que corre tanta prisa, soy venido.

DON LIBORIO (Sin ver al ESCRIBANO, y creyendo que está solo.) ¿Cómo haré?

ESCRIBANO¿Qué hay que hacer? Se formaliza conforme a derecho.

DON LIBORIO (Lo mismo.) Quiero 55 tomar muy bien mis medidas.

ESCRIBANOPues no se recele usted que yo una cláusula escriba que le perjudique.

DON LIBORIO (Lo mismo.) Importa cerrar bien a la malicia 60 todos los portillos.

ESCRIBANOBasta que yo el asunto dirija. La dote que ella llevare, antes que usted la reciba, antecede tasación, 65 que hacen personas peritas, que usted y la novia nombran; y luego se formaliza

carta de pago y recibo.

DON LIBORIO (Lo mismo.) Si la gente se malicia 70 algo, en todas las tertulias seré el platillo de risa.

ESCRIBANONadie tiene que saberlo, si los testigos que firman son hombres de bien, y callan. 75

DON LIBORIO (Lo mismo.) ¿Y qué he de hacer con la niña, si me sucede un desmán?

ESCRIBANOPor una ley de Partidas, de la cuarta marital heredará, si no es rica. 80

DON LIBORIO (Lo mismo.) El mucho amor que le tengo me saca de mis casillas.

ESCRIBANOPues dotarla en ese caso.

DON LIBORIO (Lo mismo.) No atino, por vida mía, de qué modo he de tratarla. 85

ESCRIBANOEs disposición precisa de nuestras leyes de Toro, que a la mujer en Castilla la décima de sus bienes el marido a dar se ciña, 90 cuando más; pero esta ley es muy fácil eludirla.

DON LIBORIO (Lo mismo.) Sí... (Ve al ESCRIBANO, y se calla.)

ESCRIBANOLos bienes gananciales a ambos cónyuges se aplican por igual, y es ley sentada 95 en los reinos de Castilla. La donación propier nuptias...

DON LIBORIO¿El qué?

ESCRIBANOEs cosa muy distinta. El cónyuge, que a su esposa la tiene en mucha valía, 100 puede otorgarle escritura de arras, y en ella se obliga a darle de cuanto tiene la décima; le da vistas, esto es, joyas y preseas 105 que las leyes de Partidas denominan donadíos; ni tampoco se le quita la facultad de donarle, Causa mortis, lo que elija, 110 y de un modo irrevocable... Parece que usted me mira... ¿No hablo conforme a derecho? ¿O vengo a que aquí me digan mi obligación de escribano? 115 Pues, cierto, que no sabría ahora lo que es la dote, la largueza esponsalicia, los bienes antifernales. ¿No sé que se comunican 120 los gananciales, constante matrimonio, acá en Castilla, y que compete el dominio al marido mientras viva? ¿Ignoro que el usufructo 125 de los dotales se aplica a cargas del matrimonio? Por eso los administra el marido, mientras...

DON LIBORIODale. ¿Quién diablos a usted le quita 130 que lo sepa, ni a qué viene ahora esa tarabilla?

ESCRIBANOUsted, que está haciendo gestos, como si fueran pamplinas lo que digo.

DON LIBORIOLleve el diablo 135 al hombre y su letanía. Agur; en estando solo siga usted con su maldita jerigonza hasta mañana.

ESCRIBANO¿No me llamaron con prisa 140 a otorgar una escritura?

DON LIBORIOSí; pero será otro día, que han ocurrido otras cosas. Pues trae el hombre bonita conversación para el lance. 145

ESCRIBANO (Solo.) Él ha de tener su pizca de loco, si no me engaño.

Escena III

El ESCRIBANO, COSME, BLASA. ESCRIBANO (Yendo hacia COSME y BLASA, que salen.) ¿No es cierto que me quería hablar el amo?

COSMESeguro.

ESCRIBANOPues cuidado que le digan 150 ustedes, así que venga, que es un sandio, con manías de loco.

BLASASe lo diremos sin falta.

COSMEEso es cuenta mía.

Escena IV

DON LIBORIO, COSME, BLASA. COSME¡Señor!

DON LIBORIOVenid acá, amigos 155 fieles, en quien se confían mis designios; ya me han dado de cuanto os debo noticias.

COSMEDice el escribano...

DON LIBORIODeja que lo que quisiere diga; 160 y tratemos de otras cosas más urgentes. La malicia quiere deshonrarme, y fuera para vosotros mancilla que vuestro amo sin honor 165 viviera; se mofaría todo el mundo de vosotros; y así, como mi desdicha cogiera a los dos, conviene que siempre estéis a la mira, 170 y que el mocito no pueda...

BLASAToma; eso es cosa sabida; lo mismo que el Padre nuestro.

DON LIBORIOSi os viene haciendo caricias, no le escuchéis.

COSMENi por pienso. 175

BLASAPues a buen árbol se arrima.

DON LIBORIOSi te dice; Cosme, amigo, ten lástima, por tu vida, de mi tormento.

COSMENo quiero.

DON LIBORIOBueno... (A BLASA.) Querida Blasita; 180 tú, que tienes una cara tan bonitilla, tan linda...

BLASANoramala.

DON LIBORIOAsí va bien. (A COSME.) Cuando algo, Cosme, te pida más de aquello que Dios mande. 185

COSME¡Picarón!

DON LIBORIOBien, a fe mía. (A BLASA.) Blasa, mira que me muero, si de mí no te lastimas.

BLASA¡Desvergonzado, bribón!

DON LIBORIO¡Qué bien dicho! (A COSME.) Cosme, mira 190 que yo no quiero que nadie,

sin que le pague, me sirva, y que te he de premiar bien. Ahí tienes cuatro doblitas adelantadas; y tú, 195 Blasa, esa friolerilla para feriarte un pañuelo. (Ambos alargan la mano, y toman el dinero.) No penséis que se limita mi gratitud a tan poco. Lo que ahora solicitan 200 mis ansias es ver al ama.

BLASA (Empujándole.) Fuera de aquí.

DON LIBORIOMuy bien, hija.

COSME (Lo mismo.) A la calle.

DON LIBORIO Bueno.

BLASA (Lo mismo.) Presto.

DON LIBORIOBasta: tenéis bien sabida la lección.

BLASAPues no; graciosa 205 condición gasta la niña. ¿Está a su gusto de usted?

DON LIBORIOMenos el que se reciba el dinero.

BLASAEs una cosa que siempre se nos olvida. 210

COSME¿Empezamos otra vez?

DON LIBORIONo; ya no se necesita. Éntrense ustedes en casa.

COSMEDigo; si le parecía a usted...

DON LIBORIOYa he dicho que no. 215 Cuidado con que a la mira estéis; no quiero el dinero que os he dado; mas de vista nunca perdáis a Isabel, ni dejéis entrar visitas. 220

Escena V

DON LIBORIO solo. DON LIBORIOPara que no me la peguen, el sastre de más arriba quiero traerme al portal; y ella no saldrá ni a misa, si no es conmigo; y en casa 225 no me han de entrar amiguitas, ni prenderas, ni mujeres que vendan ricas basquiñas de lance, buen chocolate barato, o mantelería, 230 y con este achaque traigan del cortejo la esquelita. No; conmigo no hay emboque; que tengo mucha malicia, y he rodado por el mundo. 235 Mancebitos, los del día, perro viejo todo es maulas; conmigo no hay engañifas.

Escena VI

DON LEANDRO, DON LIBORIO. DON LEANDRO¡Cuánto celebro encontrarle a usted! Es cosa de risa, 240 pero por poco me sale cara, la que en esta misma hora acaba de pasarme. Me paré junto a la esquina, cuando observo a su balcón 245 asomada Isabelita, que estaba tomando el fresco; me hace una seña; se esquiva, y me abre por el postigo; mas no estaba todavía 250 en su aposento con ella, cuando el celoso con prisa trepaba por la escalera. En una tan repentina desgracia, lo que ocurrió 255 más presto a la pobre niña fue encerrarme en un armario. Desde allí yo no le vía, pero le oía dar pasos descompasados; las sillas 260 tirarlas, dar de patadas a un perrillo que le hacía fiestas; dar grandes sollozos, y romper hasta la china que había en la rinconera 265 del retrete de la chica. Sin duda que alguna cosa ha averiguado este día de la esquela de Isabel. Después de escena tan linda, 270 sin hablar una palabra, el gran bestia toma pipa, y la muchacha asustada me saca de mi garita, y me manda que me vaya 275 al punto, por si volvía el don Marcos; pero tengo esta propia noche cita en su cuarto; cuando esté ya la gente recogida, 280 he de dar cinco palmadas,

que es la seña; Isabelita abrirá el balcón, y yo tengo escala prevenida, y me subo a su aposento. 285 Amigo, tanta alegría me tiene fuera de mí, y rabiaba por decirla a usted, que es tan buen amigo; porque no es cumplida dicha 290 aquella que a los amigos fieles no se comunica. ¿Qué tal? ¿Llevo en buen estado mi amor? Pero estoy de prisa; agur, que quiero poner 295 al punto las cosas listas.

Escena VII

DON LIBORIO solo. DON LIBORIO¡Que así el influjo maligno de mi estrella me persiga, que ni respirar me deje! Entrambos a dos se aplican 300 de tal manera a frustrar de la vigilancia mía los conatos, que es prodigio que su intento no consigan. ¡Así yo, en mi edad madura, 305 seré escarnio de una niña inocente, y de un rapaz sin juïcio; yo que vía desde el puerto los escollos, donde otros maridos iban 310 a zozobrar, contemplando la causa de sus desdichas; que veinte años he pensado en ver cómo encontraría mujer, con quien no tuvieran 315 los mozalbetes cabida; y que para conseguirlo he tomado las medidas más prudentes y acertadas!

Parece que la maligna 320 suerte del linaje humano quiere que nadie se exima de este fatal contratiempo; pues que mi filosofía, mi experiencia, mis profundas 325 meditaciones fallidas vienen a salirme todas. ¡La senda que todos pisan haberla dejado, y luego cogerme la rueda misma 330 que a cuantos maridos andan por el mundo! No en mis días; no has de salir con la tuya, aunque te empeñes, maldita estrella. No; en mi poder 335 la chica está todavía. Si ese diablo de mozuelo de su corazón me priva, veremos si lo demás mi vigilancia le quita. 340 Esta noche, que él se piensa pasarla en su compañía alegremente, será más negra que él imagina. Por fin no es del todo malo, 345 que él mismo es el que me avisa del riesgo que me amenaza, y que tanto desatina, que los favores que alcanza de su propio rival fía. 350

Escena VIII

DON ANTONIO, DON LIBORIO. DON ANTONIOPues ¿a qué hora cenaremos? ¿A las diez?

DON LIBORIO¡Buena noticia! Hombre, no ceno, que ayuno.

DON ANTONIOEs muy graciosa salida.

DON LIBORIODéjeme usted, que me duele 355 la cabeza, y me fatiga el hablar.

DON ANTONIO¿Y el casamiento no dijo usted que se hacía mañana?

DON LIBORIOY cuando no se haga, ¿qué importa?

DON ANTONIO¡Cómo se irrita 360 usted! Vamos; más sosiego. ¿Si acaso sucedería, amigo, al amor de usted cierta tribulacioncilla? Apuesto a que es algo de eso. 365 El semblante así lo indica.

DON LIBORIOCuando hubiera sucedido, nunca me parecería a ciertos esposos mansos, que lo toman todo a risa. 370

DON ANTONIOEs cosa rara, compadre, que haya dado en tal manía hombre de tanto talento como usted, y que su dicha la cifre toda en un punto 375 que es de tan poca valía para aquellos que las cosas sin preocupación miran. Se parece usted al héroe que nuestro Cervantes pinta, 380 discreto en todos asuntos, y que siempre desatina cuando vienen a tocar su negra caballería. Ser un logrero, un bellaco, 385 un mandria es menos mancilla, en el dictamen de usted,

que incurrir en tal desdicha. Pero ¿por qué se figura usted que mi honra se cifra 390 en que mi mujer se porte bien? ¿De culpa, que no es mía, por qué he de pagar la pena yo? ¿No es palpable injusticia que ella cometa el delito, 395 y sea yo a quien castigan? Este desmán de un marido, no sé por qué, usted le mira como un espantable monstruo, cuyo aspecto atemoriza; 400 no es tanto como usted piensa; y, cuando bien se examina, la cosa (sin pasión) es indiferente en sí misma, y todo el daño depende 405 del modo de recibirla. La prudencia está en un medio; quien los extremos evita, obra con juïcio, y nunca sirve de plato de risa. 410 Hay maridos majaderos, que ellos propios preconizan a los galanes que obsequian a sus mujeres; los instan para que las acompañen 415 en paseos y en visitas; van con ellos al teatro; a su mesa los convidan; de suerte que con razón todos los ridiculizan. 420 No apruebo yo esta conducta; mas tampoco aprobaría dar en el extremo opuesto de otros maridos, que gritan como frenéticos cuando 425 en algún renuncio pillan a sus mujeres; de modo que ellos son los que publican su propia afrenta, y su saña del mundo el escarnio excita. 430 De ambos extremos un hombre de juïcio se desvía igualmente; y, si el influjo de su estrella le destina la suerte de otros maridos, 435 con paciencia se resigna, como a daño irremediable,

que con quejas no se alivia, y que al contrario se agrava, cuanto en él más se cavila; 440 de modo que el mayor mal, aun más que en la cosa misma, en el modo de tomarla, a mi parecer, se cifra.

DON LIBORIOPor sermón tan elocuente 445 debiera la cofradía darle las gracias a usted, y muchos se meterían en el gremio, si le oyeran.

DON ANTONIOEso es cosa muy distinta 450 de lo que he dicho; un marido que hace gala de que viva su mujer a sus anchuras, dije que me parecía muy mal; pero, si la suerte 455 no se le muestra propicia, haga como el que bien juega, cuando los naipes le pintan mal, y con su buena maña el hado adverso corrija. 460

DON LIBORIOPues: comer, beber, dormir, y sin dársele ni una higa.

DON ANTONIOCierto; y, para entre nosotros, otras cosas me darían mil veces más pesadumbre 465 que el azar, que atemoriza a usted tanto; y si me dicen, o que una mujer elija que caiga en ciertas flaquezas, o otra que esté en una riña 470 continua con su marido; que alborote la familia con sus gritos; los criados cada día los despida; y que, si lo llevo a mal, 475 con mucho fuero me diga, que para eso es mujer fiel, ¿piensa usted que escogería un demonio de esta especie?

Deje que se lo repita. 480 La paciencia de un marido no es lo que usted se imagina, que tiene sus cosas buenas.

DON LIBORIOPues no le tengo yo envidia a quien goza esos contentos, 485 ni han de citarme en mi vida como esposo cachazudo. Primero que tal desdicha...

DON ANTONIO¡El mundo da tales vueltas! ¡Ay, compadre! Nadie diga 490 de esta agua no beberé.

DON LIBORIO¡Yo consentir!

DON ANTONIOPues sería usted el primero; cierto. ¡Cuántos no se trocarían por usted, ni por caudal 495 ni mérito, ni familia, que lo llevan en paciencia!

DON LIBORIOPues yo tampoco querría ser ellos, aunque me dieran todo el oro de las Indias. 500 Vaya; mudemos de asunto, que hablar de eso me fastidia.

DON ANTONIO¿Se enfada usted? Ya sabremos qué es lo que tanto le irrita. Compadre, adiós; sepa usted, 505 aunque otra cosa le digan, que el que más jura que nunca será de la cofradía hermano mayor a veces suele ser andando días. 510

DON LIBORIO Pues yo juro de no serlo, aunque dos mil años viva; y voy para precaverlo al punto a tomar medidas.

(DON LIBORIO va con mucha prisa a llamar a su puerta.)

Escena IX

DON LIBORIO, COSME, BLASA. DON LIBORIOAmigos; vosotros siempre 515 me dais pruebas repetidas de cariño, y más que nunca ahora se necesitan. Si entrambos desempeñáis bien el encargo que os fía 520 mi afecto, yo os daré paga de tanto servicio digna. El mozo, que ya sabéis, intenta esta noche misma, escalando los balcones, 525 al cuarto de Isabelita entrarse, luego que se haya recogido la familia. Pero los tres estaremos en vela; y cuando esté arriba, 530 ya en el postrer escalón, silbo yo, y los dos aprisa acudís, y a garrotazos le magulláis las costillas, y de modo que se quede 535 en la cama algunos días; pero sin que me nombréis, ni él pueda caer en malicia de que soy yo quien lo mando. ¿Os atrevéis?

COSMEEsa es linda. 540 Para pegar garrotazos ninguno mejor se pinta que yo en todo mi lugar.

BLASA¿Te parece que la mía acaso es mano de lana? 545 ¿Es grano de anís la chica?

DON LIBORIOPues adentro, y punto en boca. (Solo.) Si los maridos del día le dieran a los galanes, que a sus mujeres visitan 550 y regalan, semejantes lecciones caritativas, los cofrades de San Marcos fueran menos a fe mía.

Acto V

Escena I

DON LIBORIO, COSME, BLASA. DON LIBORIOPicarones, ¿qué habéis hecho?

COSMELo que usted nos ha mandado.

DON LIBORIOYo, lo que os mandé, bribones, fue que le dierais de palos, pero no que le matarais. 5 ¡En qué apuro nos hallamos! ¡Un cadáver a la puerta! ¿Y si de este asesinato nos acusan, qué diremos? Volved a casa, y cuidado 10 con que a ninguno digáis que yo la orden os he dado de pegarle. (Quedándose solo.) ¡Qué desgracia! ¿Qué he de hacer en tal fracaso?

¿Qué dirá su pobre padre 15 cuando sepa el desgraciado lance? Pero ya amanece. ¿Qué puedo hacer? Discurramos.

Escena II

DON LEANDRO, DON LIBORIO. DON LEANDRO (Aparte.) Sepamos qué ha sucedido.

DON LIBORIO (Creyendo que está solo.) ¡Pensar...! (Encontrándose con DON LEANDRO, sin conocerle.)

DON LEANDRO¿Quién está parado 20 a esa esquina? ¿Es don Liborio?

DON LIBORIOSí. ¿Y quién es usted?

DON LEANDROLeandro. A su casa de usted iba, y para un lance apurado. Temprano sale a la calle. 25

DON LIBORIO (Aparte, bajo.) Sin duda yo estoy soñando, o es cosa de encantamento.

DON LEANDROHe tenido muy mal rato, y doy mil gracias al cielo por haberme deparado 30 hallar a usted en un lance que le necesito tanto. Amigo; todo ha salido mejor que hubiera acertado

a desearlo; rodada 35 se me ha venido a las manos la dicha, y por un suceso, que a pique de malograrlo todo me puso. No sé cómo, ni por dónde diablos 40 supo la cita el celoso. Ello es que ya estaba en lo alto de la escala, y a deshora dos hombres con varapalos se asoman; yo, con el susto, 45 pongo el pie en falso y me caigo; y mi caída me libra de llevar cien garrotazos. Ellos, así que me vieron en el suelo, imaginaron 50 que yo, en fuerza de sus golpes, estaba en tierra postrado; y, como el dolor me tuvo sin sentido un largo rato, creyeron que estaba muerto. 55 Con esto sobresaltados, culpándose el uno al otro del soñado asesinato, sin luz, y con mucho tiento a tocarme se llegaron, 60 a ver si estaba difunto. Yo en este tiempo callando y sin resollar me estaba; tanto que ellos no dudaron de mi muerte, y sin tardanza 65 se huyeron muy asustados. Pues cuando yo me iba a casa, Isabelita, temblando de hallarme sin vida, llega, que atenta había escuchado 70 lo que ellos entre sí hablaban, y en medio del embarazo y la confusión, se había del aposento escapado. No puedo explicar a usted 75 su júbilo, al verme sano. En fin, la amable muchacha, sólo a su amor escuchando, ha resuelto no volver a su casa, y de mi cargo 80 deja su felicidad. Vea usted, amigo, cuánto arriesgara su inocencia si con dobleces y engaños

caminara yo; mas no; 85 que me tiene tan prendado su candor, que antes muriera que abandonarla, y que en vano mi padre se enojaría, que ya estoy determinado; 90 y he de casarme con ella aunque me costara caro. Además de que mi padre siempre me ha querido; y cuando no tenga ya otro remedio, 95 nunca es el león tan bravo que no se amanse; por fin, amigo mío, salgamos del día; luego del tiempo sabremos aprovecharnos. 100 Lo que quiero que usted haga por mí, en el crítico caso en que me encuentro, es que dé a mi Isabelita amparo sólo por uno o dos días, 105 mientras yo otro albergue le hallo, donde pueda estar sin susto escondida, por si acaso su Cerbero hace pesquisas. Además, que fuera extraño, 110 y lo murmuraran mucho, si se quedara en el cuarto de un mozo una jovencita. Por eso es más acertado que usted, como buen amigo, 115 tome esta niña a su cargo, y, como bien le parezca, que la ponga a buen recaudo. De tan generoso amigo fío servicio tamaño. 120

DON LIBORIOCuente usted, amigo mío, con todo cuanto yo valgo.

DON LEANDRO¿Con que me servirá usted en lance tan apretado?

DON LIBORIOYa he dicho que sí, y no puede 125 el cielo darme más grato momento en toda mi vida. Jamás a nadie he sacado

de apuro con tanto gusto.

DON LEANDROCierto que son muy contados 130 los amigos como usted. Yo me temía que acaso desechara usted mis ruegos; mas veo que es un dechado de indulgencia; ha visto mundo, 135 y no le causan espanto las locuras de los mozos. Ahí queda con un criado en esa esquina.

DON LIBORIO¿Y qué haremos? Porque ya va haciendo claro, 140 y si la llevo conmigo, pueden verme los criados, y charlar; es más seguro que a sitio más recatado venga; aquella callejuela 145 ha de ser, si no me engaño, buena; sí, que está algo oscura. Pues, amigo, allí la aguardo.

DON LEANDROEs precaución muy prudente. Luego la pongo en las manos 150 de usted, y me voy corriendo, porque nadie entienda el caso.

DON LIBORIO (Solo.) De buena gana, fortuna, perdono los malos ratos que me has dado, pues te debo 155 tan inopinado hallazgo. (Se emboza en su capa, tapándose la cara.)

Escena III

DOÑA ISABELITA, DON LEANDRO, DON LIBORIO.

DON LEANDRO (A DOÑA ISABELITA.) Va usted a parte segura; no tenga ningún cuidado, que es casa de mucha forma. Vivir conmigo es echarlo 160 todo a perder; conque siga a ese señor embozado.

DOÑA ISABELITA (A DON LEANDRO.) ¿Y qué; me deja usted sola? (DON LIBORIO la coge de la mano, sin que ella le conozca.)

DON LEANDROSi no es posible excusarlo.

DOÑA ISABELITA¿Y volverá usted muy presto? 165

DON LEANDRONunca, Isabelita, tanto como desea mi amor.

DOÑA ISABELITANo tengo sin usted rato de gusto.

DON LEANDROY yo sin mi amada mal en todas partes me hallo. 170

DOÑA ISABELITANo tanto como yo quiero a usted. (DON LIBORIO tira de ella.) ¡Ay que me hacen daño!

DON LEANDROSe aventura mucho, hermosa, en que nos vean a entrambos en este sitio; por eso 175 el amigo, en cuyas manos a usted dejo, nos da priesa para que de aquí salgamos.

DOÑA ISABELITA¡Seguir a quien no conozco!

DON LEANDRODeseche usted esos vanos 180 temores, que es de fiar.

DOÑA ISABELITA¿Y mejor con mi Leandro no estuviera? (A DON LIBORIO, que tira otra vez de ella.) Espere usted.

DON LEANDROAgur, que va ya clareando.

DOÑA ISABELITA¿Cuándo le he de ver a usted? 185

DON LEANDRODentro de muy breve rato.

DOÑA ISABELITA¡Dios mío, cuánto hasta entonces el tiempo se me hará largo!

DON LEANDRO (Yéndose.) Gracias al cielo, que tengo ya mi ventura en mis manos, 190 y puedo dormir ahora sin susto ni sobresalto.

Escena IV

DON LIBORIO, DOÑA ISABELITA. DON LIBORIO (Embozado, y fingiendo la voz.) Venga usted; que no es ahí su alojamiento; su cuarto está puesto en otra parte 195 más segura; allí a recaudo estará esa personita. (Descubriéndose.) ¿Me conoces?

DOÑA ISABELITA¡Ay!

DON LIBORIO¿Te espanto con mi vista? ¿No es verdad? ¡Ah bribona! ¿Te has quedado 200 helada, porque no puedes seguir ya con tu Leandro tus coloquios amorosos; porque ves que se acabaron los requiebros y ternezas? 205 (DOÑA ISABELITA mira, por si ve a DON LEANDRO.) No mires a todos lados; que está tu galán muy lejos, para poder darte amparo. ¡Ah, ah, tan niña, y ya sabes jugar con tal desenfado 210 semejantes morisquetas! ¡Preguntas si los muchachos no se paren por la manga de la camisa, y tu cuarto abres de noche a los mozos, 215 y te vas con gran descaro, sin que lo sienta la tierra, con tu cortejo! ¿Quién diablos te enseñó a decir requiebros, que charlabas más que cuatro 220 con el mozalbete? Y, digo, sin duda se te ha quitado el miedo de los difuntos, que andas de noche con tanto aliento. ¡Picaronaza! 225 ¡Cometer yerro tamaño, y a mis muchos beneficios corresponder con tal pago! ¡Serpiente, que yo abrigué en mi pecho, y con ingrato 230 ánimo a su bienhechor pica, luego que ha cobrado vigor!

DOÑA ISABELITA¿Por qué riñe usted?

DON LIBORIOPues cierto, que no es el caso para alterarse.

DOÑA ISABELITANo veo 235 que haya yo hecho nada malo.

DON LIBORIO¿Conque no es acción infame el irse con un muchacho?

DOÑA ISABELITASi es un hombre que pretende darme de esposo la mano, 240 y usted me ha dicho que no era, en casándose, pecado.

DON LIBORIOSí; pero yo te quería para mi mujer; y claro te lo he dicho varias veces. 245

DOÑA ISABELITAEs cierto; pero, tratando verdad, para mi marido me acomoda más Leandro. Usted pinta el casamiento de modo que pone espanto, 250 y, cuando él habla de ser yo su mujer, me da tanto gusto, que siento en el alma que no estemos ya casados.

DON LIBORIO¡Pícara! Eso es que le quieres. 255

DOÑA ISABELITAMucho que le quiero.

DON LIBORIOAlabo la desvergüenza. ¿Y te atreves en mi cara a confesarlo?

DOÑA ISABELITA¿Pues no lo he de confesar, si es la verdad?

DON LIBORIOBuenos vamos. 260 ¿Y por qué le quieres? Di.

DOÑA ISABELITA ¡Ay, señor! ¿Lo sé yo acaso? Él solo tiene la culpa; mi amor vino sin pensarlo.

DON LIBORIO ¿Y por qué no combatías 265 ese amor?

DOÑA ISABELITA ¿Qué viene al caso combatir lo que da gusto?

DON LIBORIO¿No sabías cuánto enfado me dabas con ese amor?

DOÑA ISABELITANo por cierto; ¿pues qué daño 270 a usted se le hace?

DON LIBORIONinguno. Debo darme con un canto en los pechos.¿Conque tú no me quieres? Dilo claro.

DOÑA ISABELITA¿A usted?

DON LIBORIOA mí.

DOÑA ISABELITA¡Ay! No señor. 275

DON LIBORIO¿Cómo no?

DOÑA ISABELITASi lo contrario digo, miento.

DON LIBORIO¿Y por qué no me quieres, mujer o diablo?

DOÑA ISABELITA¡Dios mío! ¿Tengo yo culpa? ¿Por qué usted, como Leandro, 280

no se hizo amar? Yo, a fe mía, no se lo hubiera estorbado.

DON LIBORIOSi siempre en que me quisieras puse todo mi conato, y no sé en qué ha consistido, 285 que no he podido lograrlo.

DOÑA ISABELITASabrá más en la materia, sin duda, el otro muchacho, porque el hacerse querer no le ha costado trabajo. 290

DON LIBORIO (Aparte.) Miren ustedes si sabe discurrir con desparpajo la bobita. ¿Una doctora respondiera más al caso? ¡Ay, qué mal la conocía! 295 Sin duda alguna, en tratando de estas cosas, una boba sabe más que un varón sabio... (A DOÑA ISABELITA.) Puesto que tan bien discurres, ¿te he mantenido con tanto 300 lujo, a fin que coja el fruto otro de todos mis gastos?

DOÑA ISABELITANo, que piensa resarcirlo todo, hasta el último ochavo.

DON LIBORIO (Aparte.) Me vuela con sus respuestas. 305 (En voz alta.) Norabuena; ¿y los cuidados que tu educación me cuesta, con qué, dime, ha de pagarlos?

DOÑA ISABELITASi vale decir verdad, no pienso que sean tantos. 310

DON LIBORIO¿Pues no te he dado enseñanza?

DOÑA ISABELITACierto que ha sido un milagro, y que me puedo alabar de lo que me han enseñado. ¿Piensa usted que, aunque tan niña, 315 en mi ignorancia no caigo? Pues me da mucha vergüenza de que, teniendo mis años, sé tan poco; y, si yo puedo, pronto saldré de este estado. 320

DON LIBORIO¡Hola! Quieres ser doctora, y que te instruya Leandro?

DOÑA ISABELITA¿Por qué no? Lo que yo sé, si puedo decir que sé algo, ¿quién, sino él, me lo enseñó? 325 De suerte que en tantos años menos a usted he debido que en tres días al muchacho.

DON LIBORIONo sé cómo me contengo, que no le pego un guantazo, 330 y de su maldita sorna un bofetón bien vengado me deja.

DOÑA ISABELITABien puede usted, si satisface su agravio con pegarme.

DON LIBORIO (Aparte.) Esa mirada 335 y ese acento con mi enfado acabaron ya, y mi amor se olvida de todo cuanto me ofendió. ¡Maldito amor! ¿Puede darse mayor flaco 340 que el querer bien? Las mujeres son animales livianos, frágiles, antojadizos; sin cesar están fraguando tretas para que los hombres 345 se den de veras al diablo; en suma, son los peores

entes que Dios ha criado, y nos morimos por ellas, y gobernar nos dejamos 350 por sus cabezas al aire. (A DOÑA ISABELITA.) Esto se acabó ya; hagamos las paces; yo te perdono, picarilla, los agravios que me has hecho, y mi cariño 355 te vuelvo, como antes; tanto te quiero; tú, Isabelita, también me querrás en pago. ¿No es así?

DOÑA ISABELITACon mucho gusto, lo hiciera; pero es en vano 360 esforzarme, si no puedo.

DON LIBORIOSí podrás, monilla, vamos; haz un esfuerzo. ¿No escuchas este suspiro inflamado? Mira qué tiernos que pongo 365 los ojos. ¿No ves qué guapo que soy? Deja ese mocoso. Sin duda el bribón te ha dado algún hechizo; verás qué buena vida pasamos 370 en matrimonio los dos. Tendrás siempre barro a mano para andar muy petimetra, que es lo que te gusta tanto. No te reñiré jamás, 375 aunque me gastaras cuanto caudal tengo; todo el día te estaré besuqueando y haciendo mimos; por fin verás que nunca regaño, 380 aunque tu conducta sea tal... excuso hablar más claro. (En voz baja, aparte.) ¡Hasta dónde una pasión maldita puede arrastrarnos! (Recio.) Mi amor, en una palabra, 385 es tan grande, que me allano a hacer cuanto tú quisieres. ¿Quieres experimentarlo, ingrata? ¿Quieres que llore?

¿Quieres ver cómo me arranco 390 el pelo, cómo me doy de golpes, cómo me mato? Dime, crüel lo que quieres, verás que al instante lo hago.

DOÑA ISABELITATodo lo que usted me dice 395 es gastar el tiempo en vano; más hiciera solamente con dos palabras Leandro.

DON LIBORIOEsto ya pasa de raya; pues me sigues provocando, 400 saldrás luego de Madrid; en San Fernando te encajo; veremos si allí te olvidas de ese guapito muchacho.

Escena V

DON LIBORIO, DOÑA ISABELITA, COSME. COSMESeñor, no sé cómo ha sido; 405 pero, a mi ver, se ha marchado el ama con el difunto. Lo cierto es que faltan ambos.

DON LIBORIOAquí está; llévala a casa, y enciérramela en un cuarto. 410 (Aparte.) No la irá a buscar allí el mocito acicalado; y luego antes de dos horas otro albergue le preparo más seguro. (A COSME.) Echa la llave, 415 y mira bien que te encargo que no la dejes ni un punto. (Quedándose solo.)

Es muy factible que cuando no le vea se le olvide ese maldito Leandro. 420

Escena VI

DON LEANDRO, DON LIBORIO. DON LEANDRO¡Ah, sin mí estoy de pesar! Señor don Liborio, el hado me persigue; la beldad, que con tantas veras amo, me quieren quitar; mi padre 425 en este instante ha llegado en posta, y viene a casarme, sin haberme dicho el trato, con la hija de don Enrique, aquel poderoso indiano 430 por quien antes pregunté a usted. Cuál mi sobresalto puede ser, piénselo usted; y, si en trance tan amargo no encuentro quien me socorra, 435 ha de ser el postrer paso de mi vida. Apenas supe de mi desdicha el amago, cuando, sin poder valerme, por poco me da un desmayo. 440 En fin, oí que mi padre estaba determinado a venir a ver a usted, y le gané por la mano. Por Dios que no sepa nada, 445 del empeño en que yo me hallo, y haga usted por disuadirle de estas bodas, pues que tanto influjo tiene con él.

DON LIBORIOYa entiendo.

DON LEANDROSi ahora alcanzo 450

que se dilaten, me basta. Después...

DON LIBORIOPierda usted cuidado.

DON LEANDROToda mi esperanza tengo en usted.

DON LIBORIOYa.

DON LEANDROEn este caso, como de un padre, me fío 455 de usted... Pero ya han llegado. Apártese aquí conmigo, y óigame a solas un rato.

Escena VII

DON ENRIQUE, DON PABLO, DON ANTONIO, DON LEANDRO, DON LIBORIO.

DON LEANDRO y DON LIBORIO se retiran a una esquina del tablado, y hablan aparte. DON ENRIQUE (A DON ANTONIO.) Al punto que le hube visto a usted, dije que era hermano 460 de mi difunta mujer, que se le parece tanto, que no vi en toda mi vida otro tan cabal retrato, ¡Cuánto siento que la muerte 465 me la hubiera arrebatado, cuando ya estaban las cosas dispuestas para embarcarnos, y cuando el hado, que siempre le había sido contrario, 470

le permitía volver sin temor al suelo patrio, y en el seno de los suyos hallar alivio a sus largos afanes! Pero el destino 475 fue con nosotros escaso de tanta dicha; y así sólo resta consolarnos de su dolorosa falta con la niña que ha dejado; 480 y aunque yo deba tener a dicha que dé su mano al hijo de tal amigo, como es el señor don Pablo, si usted no aprueba este enlace, 485 no se dará en él más paso,

DON ANTONIOFuera dar muestras de loco repugnar a lo que tanto aprecio merece.

DON LIBORIO (Aparte a DON LEANDRO.) Sí; yo lo compondré.

DON LEANDRO (Aparte a DON LIBORIO.) Cuidado 490 con...

DON LIBORIO (A DON LEANDRO, aparte.) Nada recele usted. (DON LIBORIO deja a DON LEANDRO para dar un abrazo a DON PABLO.)

DON PABLO (A DON LIBORIO.) ¡Con cuánto gusto le abrazo a usted!

DON LIBORIONo es menor mi gozo.

DON PABLOVengo...

DON LIBORIOYa me han informado de todo.

DON PABLO¡Ya usted lo sabe! 495

DON LIBORIOSí.

DON PABLOMe alegro.

DON LIBORIODon Leandro a estas bodas se resiste, y en secreto me ha rogado que le disuadiera de ellas a usted; pero yo, al contrario, 500 soy de dictamen que deben acelerarse, y que el caso exige imperiosamente que usted, sin darle más plazo, a su hijo case al momento, 505 que es perder a los muchachos tolerar sus desvaríos.

DON LEANDRO (Aparte.) ¡Bribón!

DON ANTONIOSi él a dar la mano a mi sobrina repugna, no me parece acertado 510 apremiarle; y como yo piensa sin duda mi hermano.

DON LIBORIO¿Quiere usted que le gobierne su hijo? Pues no fuera malo que dispusiera el mocito, 515 y obedeciera el anciano; sería el mundo al revés. No, compadre, no; don Pablo es amigo íntimo mío; hace ya que nos tratamos 520 muchos años, y su honor me interesa acaso tanto como el mío; no se diga que a su palabra ha faltado,

porque es su hijo un calavera, 525 y él no tuvo en este caso la suficiente entereza.

DON PABLOBien dicho; no hay que dudarlo; yo haré que mi hijo obedezca, sea por fuerza o de grado. 530

DON ANTONIO (A DON LIBORIO.) No sé por qué en este asunto toma usted cartas con tanto calor, no siendo pariente.

DON LIBORIOYo me entiendo.

DON PABLOSí; estimamos, señor don Liborio...

DON ANTONIONo 535 quiere ser así llamado. Vizconde del Atochal se titula.

DON LIBORIONo hace al caso.

DON LEANDRO (Aparte.) ¡Qué escucho!

DON LIBORIO (A DON LEANDRO.) Sí, amigo mío; de esa manera me llamo, 540 ¿qué quería usted que hiciera?

DON LEANDRO (Aparte.) Vaya, está echado mi fallo.

Escena VIII

DON ENRIQUE, DON PABLO, DON ANTONIO, DON LEANDRO, DON LIBORIO, BLASA. BLASASeñor, si no acude usted, se escapará de las manos Isabel, sin ser posible 545 retenerla, que ya un salto quiso dar por el balcón.

DON LIBORIOQue venga aquí. (Se va BLASA.) (A DON LEANDRO.) Yo me marcho al lugar con ella al punto. Amigo mío; en su caso 550 no hay más que tener paciencia, y acordarse del adagio, que hasta el fin nadie es dichoso.

DON LEANDRO (Aparte.) ¿Hay hombre más desdichado? Y todo por culpa mía. 555

DON LIBORIO (A DON PABLO.) Lo que hay que hacer es casarlos cuanto antes; y mire usted que soy de los convidados a la boda.

DON PABLOEn eso estoy.

Escena IX

DOÑA ISABELITA, DON PABLO, DON ENRIQUE, DON ANTONIO, DON LIBORIO, DON LEANDRO, COSME, BLASA. DON LIBORIO (A DOÑA ISABELITA.) Venga aquí usted, niña, vamos. 560 ¿Conque si no la detienen, se echa del balcón abajo? Aquí está su queridito. Dígale adiós, que va largo el que le vea otra vez. 565 (A DON LEANDRO.) ¿Cómo ha de ser? Es mal trago; pero en amor hay sus quiebras, y a veces lo que pensamos suele salir al revés.

DOÑA ISABELITA¿Qué, me abandona Leandro? 570

DON LEANDROEstoy mortal; este día será de mi vida el plazo.

DON LIBORIOVamos, vamos, parlanchina.

DOÑA ISABELITANo me he de mover un paso.

DON PABLO¿Qué significa esta bulla? 575 En ayunas nos quedamos todos.

DON LIBORIONo es nada; otro día lo explicaré más despacio. Hasta más ver.

DON PABLO¿Dónde va usted? Espérese un rato. 580

DON LIBORIOHaga usted el matrimonio que le tengo aconsejado, de su hijo, aunque él lo repugne.

DON PABLOSí, señor; en eso estamos. ¿Pero los que de estas bodas 585 habían a usted hablado, no le dijeron también que la novia, de que estamos tratando, la tiene usted en su casa ha muchos años; 590 que es la hija de don Enrique, que de secreto contrajo matrimonio con la hermana de don Antonio? ¿Qué extraño viaje es ese?

DON ANTONIOPor cierto, 595 compadre, que es usted raro.

DON LIBORIO¡Qué...!

DON ANTONIODon Enrique y mi hermana de secreto se casaron, y tuvieron esta niña, que a la familia ocultaron. 600

DON PABLOY en un lugar se crió con un apellido falso.

DON ANTONIOPor calumnias a salir de España se vio obligado.

DON PABLOY se marchó a Guatemala, 605 con mil peligros lidiando.

DON ANTONIODonde hizo mucho caudal, y ha vuelto a su patria ufano.

DON PABLOY ha buscado a la aldeana, que de su hija se hizo cargo. 610

DON ANTONIO Que dice que se la dio a usted hace muchos años.

DON PABLOY que usted por caridad a la niña la ha criado.

DON ANTONIOY él, lleno el pecho de gozo, 615 la mujer a Madrid trajo.

DON PABLOQue vendrá luego al instante a ponerlo todo en claro.

DON ANTONIO (A DON LIBORIO.) Yo sospecho lo que tiene a usted tan atosigado. 620 Pero dé gracias al cielo. Si piensa que es mal tamaño ser marido, y consentido, el remedio está en su mano. No se case el que no quiera 625 ser clïente de San Marcos.

DON LIBORIO (Se va, fuera de sí, y sin poder articular palabra.) ¡Bú!

Escena X

DON ENRIQUE, DON PABLO, DON ANTONIO, DOÑA ISABELITA, DON LEANDRO. DON PABLO¿Por qué se va furioso?

DON LEANDRO¡Padre! ¡Qué feliz acaso! Las bodas que usted trataba, las había de antemano 630 concluido ya el amor, y nos habíamos dado Isabel y yo de ser

esposos palabra y mano. Por ella me resistía 635 a dar cumplimiento al trato hecho ya con don Enrique. La fortuna lo ha guiado mejor.

DON ENRIQUELuego que la vi, impulsos me estaban dando, 640 sin poderme contener, de darle dos mil abrazos. ¡Hija de mi corazón!

DON ANTONIOEste no es lugar, hermano, para hacer esos extremos. 645 Bien cerca de casa estamos. Vámonos, que allí podremos sin escándalo abrazarnos todos, y daremos gracias a don Liborio de cuanto 650 hizo por Isabelita, desde sus más tiernos años.

FIN

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